• Esta noche avanza lentamente. La vieja camioneta traquetea un poco al recorrer las calles de piedra del austero poblado, pero su motor ronronea con una calma reconfortante, como si estuviera en sintonía con la tranquilidad de la noche. Las luces de las pocas casas encendidas proyectan sombras largas y caprichosas mientras el bosque cercano parece observarlos desde la oscuridad. Khan conduce en silencio, de vez en cuando dirigiéndole a Tolek Zientek una mirada fugaz y cálida, una sonrisa contenida en el borde de sus labios. No necesita muchas palabras para compartir lo que siente; su mera presencia lo dice todo.

    Más pronto que tarde, aparca en un rincón apartado, donde las estrellas brillan y el mundo parece tan lejano como el tiempo mismo.

    Sin más preámbulo, rodea el asiento y se sienta junto al brujo en la parte trasera. La noche es fría, pero el calor de su cuerpo les abriga.

    Miradas, un roce casual que se convierte en una caricia. Los dedos de Khan, ásperos y fuertes, exploran con ternura el rostro de Tolek, reconociendo al cachorro por quien veló tiempo atrás, aún sin las cicatrices. No permite que la tensión entre ambos crezca. Va a por sus labios para cubrirlos con un beso profundo, como si en ese acto hubiera un lenguaje propio que solo ellos comparten.

    Khan lo abraza, su mano recorriendo lentamente las suaves curvas de su espalda, acercándolo aún más en tanto se acomoda sobre él demandando el espacio entre sus piernas. Hay algo feroz y contenido en cada movimiento, una intensidad que parece arrastrar consigo ecos del fuego que encierra su pecho, de pasiones enterradas bajo capas de control y siglos de soledad.

    A pesar de su fuerza, Khan se muestra gentil, cuidando cada toque, cada caricia para con su amante.

    #SeductiveSunday #TheBalrog
    Esta noche avanza lentamente. La vieja camioneta traquetea un poco al recorrer las calles de piedra del austero poblado, pero su motor ronronea con una calma reconfortante, como si estuviera en sintonía con la tranquilidad de la noche. Las luces de las pocas casas encendidas proyectan sombras largas y caprichosas mientras el bosque cercano parece observarlos desde la oscuridad. Khan conduce en silencio, de vez en cuando dirigiéndole a [Tolek] una mirada fugaz y cálida, una sonrisa contenida en el borde de sus labios. No necesita muchas palabras para compartir lo que siente; su mera presencia lo dice todo. Más pronto que tarde, aparca en un rincón apartado, donde las estrellas brillan y el mundo parece tan lejano como el tiempo mismo. Sin más preámbulo, rodea el asiento y se sienta junto al brujo en la parte trasera. La noche es fría, pero el calor de su cuerpo les abriga. Miradas, un roce casual que se convierte en una caricia. Los dedos de Khan, ásperos y fuertes, exploran con ternura el rostro de Tolek, reconociendo al cachorro por quien veló tiempo atrás, aún sin las cicatrices. No permite que la tensión entre ambos crezca. Va a por sus labios para cubrirlos con un beso profundo, como si en ese acto hubiera un lenguaje propio que solo ellos comparten. Khan lo abraza, su mano recorriendo lentamente las suaves curvas de su espalda, acercándolo aún más en tanto se acomoda sobre él demandando el espacio entre sus piernas. Hay algo feroz y contenido en cada movimiento, una intensidad que parece arrastrar consigo ecos del fuego que encierra su pecho, de pasiones enterradas bajo capas de control y siglos de soledad. A pesar de su fuerza, Khan se muestra gentil, cuidando cada toque, cada caricia para con su amante. #SeductiveSunday #TheBalrog
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  • ——— PRESAGIO (inicio)

    Han pasado tres días desde el extraño encuentro en el bosque. La figura del oso persiste en la mente de Khan, un eco que interrumpe sus pensamientos a lo largo de la rutina, el pan, las comidas, el trabajo con la leña. Aún le da vueltas, buscándole sentido y significado. No es de los que ignoran las señales, pero esta en particular se le escapa, y sentirse ignorante le irrita.

    Esta noche, sin importar su malhumor, al terminar el trabajo en la panadería sale a las calles del pueblo cargado con una bolsa de pan. La brisa fría se entibia al golpearle en el rostro mientras avanza en silencio por los rincones menos afortunados del pueblo, distribuyendo bollos y hogazas a los necesitados, como acostumbra.

    Al llegar al final de una calle sin salida, algo le detiene. Una puerta que no debería estar allí, solitaria e inesperada, encajada entre paredes de piedra deslucida. Frunce el ceño al verla. La madera es vieja, oscura, con vetas que parecen reflejar la luz tenue de la luna, y, aunque no debería estar allí, no le resulta en absoluto desconocida.

    El marco, las pequeñas runas desgastadas grabadas en la madera, la manera en que la sombra parece envolver la entrada misma… Un largo resoplido escapa de sus labios y una mezcla de molestia y resignación aparece en sus ojos, y, sin poder evitarlo, una sonrisa tosca pero genuina se asoma en sus labios; ahora lo sabe.

    Aquella puerta lleva al bar que ha frecuentado en otros tiempos, un lugar envuelto en magia, que aparece y desaparece a su antojo. En su momento, fue su refugio y de quienes amaba. Aunque sabe que no debería estar allí, no puede ignorar la llamada.

    Da un paso adelante y empuja la puerta, cruzando el umbral hacia el interior del bar.

    Tolek Zientek
    ——— PRESAGIO (inicio) Han pasado tres días desde el extraño encuentro en el bosque. La figura del oso persiste en la mente de Khan, un eco que interrumpe sus pensamientos a lo largo de la rutina, el pan, las comidas, el trabajo con la leña. Aún le da vueltas, buscándole sentido y significado. No es de los que ignoran las señales, pero esta en particular se le escapa, y sentirse ignorante le irrita. Esta noche, sin importar su malhumor, al terminar el trabajo en la panadería sale a las calles del pueblo cargado con una bolsa de pan. La brisa fría se entibia al golpearle en el rostro mientras avanza en silencio por los rincones menos afortunados del pueblo, distribuyendo bollos y hogazas a los necesitados, como acostumbra. Al llegar al final de una calle sin salida, algo le detiene. Una puerta que no debería estar allí, solitaria e inesperada, encajada entre paredes de piedra deslucida. Frunce el ceño al verla. La madera es vieja, oscura, con vetas que parecen reflejar la luz tenue de la luna, y, aunque no debería estar allí, no le resulta en absoluto desconocida. El marco, las pequeñas runas desgastadas grabadas en la madera, la manera en que la sombra parece envolver la entrada misma… Un largo resoplido escapa de sus labios y una mezcla de molestia y resignación aparece en sus ojos, y, sin poder evitarlo, una sonrisa tosca pero genuina se asoma en sus labios; ahora lo sabe. Aquella puerta lleva al bar que ha frecuentado en otros tiempos, un lugar envuelto en magia, que aparece y desaparece a su antojo. En su momento, fue su refugio y de quienes amaba. Aunque sabe que no debería estar allí, no puede ignorar la llamada. Da un paso adelante y empuja la puerta, cruzando el umbral hacia el interior del bar. [Tolek]
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  • ——— PRESAGIO (parte II)

    El silencio se hace en el bosque que le rodea, como si las aves, los pequeños animalillos e incluso los mismo árboles aguardaran, expectantes, el desarrollo de aquel peculiar encuentro. Khan, notando aquello, vuelve la mirada a lo alto por un instante, ceñudo, molesto, sintiéndose transportado a una era donde, como maiar, era capaz de hablar con la naturaleza, pero ahora sin la capacidad de entenderle con la misma facilidad.

    El oso avanza sin dar señales de temor o cautela, por el contrario, el animal, de pronto, se acerca con una intensidad feroz, que lo reta de frente.

    Esta criatura no se apartará.

    Khan siente cómo una chispa de furia le recorre la piel y, en vez de esperar, huir o refugiarse en el interior de su camioneta, decide encararlo; si el bosque quiere enviarle un mensaje, él lo recibirá como acostumbra, de frente.

    Dando un paso decidido, luego otro y otro más, Khan acelera hasta romper en una breve carrera, sus botas aplastan las hojas secas bajo el peso de su cuerpo. El oso responde, poniéndose sobre sus patas traseras, erguido y monumental. Su gruñido llena el bosque, profundo y vibrante, pero no provoca en Khan ni un solo paso de retroceso. Al contrario, le arranca una sonrisa desafiante, la misma que revela su propio poder contenido, una presencia que, aunque sellada, nunca ha dejado de ser imponente.

    Los últimos pasos los da en un impulso arremetido, con la fuerza contenida en sus músculos preparados para impactar contra el oso, pero, justo en el instante en que extiende las manos, listas para asirse a las garras y enfrascarse en una encarnizada pelea, el aire cambia.

    El enorme cuerpo del oso se disuelve frente a los ojos del hombre, la imponente silueta se desvanece como un banco de niebla dispersado por el viento.

    Las manos de Khan encuentran solo vacío, en su lugar queda una tranquilidad imperturbable, como si nada hubiera sucedido. El aroma del bosque llena sus pulmones de nuevo, pero ahora tiene un matiz diferente, un eco de magia antigua que percibe, vagamente familiar, aunque sigue sin descifrar.

    Inmóvil, Khan observa el espacio donde estaba el oso, sus manos aún tensas por el impulso de la confrontación. Su respiración, aunque calmada, vibra con un atisbo de frustración y desconcierto. Este no ha sido un oso común, y tampoco una simple ilusión. Es una señal, una advertencia, tal vez un mensaje que le deja con más preguntas que respuestas, pero algo en el aire le hace intuir que este encuentro no es más que el presagio de lo que está por venir.
    ——— PRESAGIO (parte II) El silencio se hace en el bosque que le rodea, como si las aves, los pequeños animalillos e incluso los mismo árboles aguardaran, expectantes, el desarrollo de aquel peculiar encuentro. Khan, notando aquello, vuelve la mirada a lo alto por un instante, ceñudo, molesto, sintiéndose transportado a una era donde, como maiar, era capaz de hablar con la naturaleza, pero ahora sin la capacidad de entenderle con la misma facilidad. El oso avanza sin dar señales de temor o cautela, por el contrario, el animal, de pronto, se acerca con una intensidad feroz, que lo reta de frente. Esta criatura no se apartará. Khan siente cómo una chispa de furia le recorre la piel y, en vez de esperar, huir o refugiarse en el interior de su camioneta, decide encararlo; si el bosque quiere enviarle un mensaje, él lo recibirá como acostumbra, de frente. Dando un paso decidido, luego otro y otro más, Khan acelera hasta romper en una breve carrera, sus botas aplastan las hojas secas bajo el peso de su cuerpo. El oso responde, poniéndose sobre sus patas traseras, erguido y monumental. Su gruñido llena el bosque, profundo y vibrante, pero no provoca en Khan ni un solo paso de retroceso. Al contrario, le arranca una sonrisa desafiante, la misma que revela su propio poder contenido, una presencia que, aunque sellada, nunca ha dejado de ser imponente. Los últimos pasos los da en un impulso arremetido, con la fuerza contenida en sus músculos preparados para impactar contra el oso, pero, justo en el instante en que extiende las manos, listas para asirse a las garras y enfrascarse en una encarnizada pelea, el aire cambia. El enorme cuerpo del oso se disuelve frente a los ojos del hombre, la imponente silueta se desvanece como un banco de niebla dispersado por el viento. Las manos de Khan encuentran solo vacío, en su lugar queda una tranquilidad imperturbable, como si nada hubiera sucedido. El aroma del bosque llena sus pulmones de nuevo, pero ahora tiene un matiz diferente, un eco de magia antigua que percibe, vagamente familiar, aunque sigue sin descifrar. Inmóvil, Khan observa el espacio donde estaba el oso, sus manos aún tensas por el impulso de la confrontación. Su respiración, aunque calmada, vibra con un atisbo de frustración y desconcierto. Este no ha sido un oso común, y tampoco una simple ilusión. Es una señal, una advertencia, tal vez un mensaje que le deja con más preguntas que respuestas, pero algo en el aire le hace intuir que este encuentro no es más que el presagio de lo que está por venir.
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  • ——— PRESAGIO

    El sol comienza a descender tras las copas de los árboles y el bosque se llena de un frio húmedo que trae consigo el aromas de la tierra y la madera recién partida, resina de pino y sudor.

    Khan, con brazos firmes y curtidos, acomoda la última carga de leña en la parte trasera de su vieja camioneta. El vehículo, un modelo robusto pero desgastado por los años, es un fiel compañero que ha soportado las exigencias de su vida en la montaña.

    Se inclina para recoger unas ramas dispersas, cuando una vibración profunda en el aire lo hace detenerse. No es el sonido común de un animal ni el crujido habitual de las ramas al romperse. Es más bien un susurro grave, un eco que resuena en el suelo y le pone alerta.

    Al levantar la vista, lo ve.

    Un oso emerge de entre los árboles, de un tamaño que sobrepasa lo normal para los de la región. Su pelaje es espeso y oscuro, con un aspecto desordenado. Sus ojos, fijos y brillantes, destellan con una intensidad inusual. Khan ha compartido estos bosques con osos durante mucho tiempo y sabe que su sola presencia basta para ahuyentarlos. Los animales sienten que no es un humano cualquiera, que hay algo en él que pertenece a una naturaleza más antigua y peligrosa, pero este oso, sin embargo, no retrocede, su postura es desafiante y cada paso que da parece acercarlo con una intención que parece racional.

    Khan frunce el ceño, sin retroceder, manteniéndose firme frente a la criatura.

    — ¿Qué te trae aquí, oso?

    Adelanta un pesado paso que hace temblar el suelo ligeramente, pero el oso apenas se inmuta. En lugar de retroceder, gruñe, mostrando los colmillos y avanzando con una mirada penetrante, como si lo estudiara, como si buscara algo dentro de él. Khan sabe que este encuentro no es casual, los osos no actúan así. Percibe en el animal una conciencia que no pertenece al reino común de las bestias.

    La inquietud aparece y crece en su interior. La naturaleza de Khan lo hace especialmente sensible a las anomalías, y cada fibra de su ser le advierte que este oso es una señal de algo, un presagio. Pero, por más que intenta descifrarlo, el mensaje se le escapa, como un murmullo en la penumbra.

    Avanza un paso más, su voz grave y baja resonando en el silencio del bosque.

    — No eres uno de los míos, ni uno de los tuyos —dice, sintiendo cómo la situación escapa de su entendimiento. Entonces gruñe, un gruñido bajo, un sonido casi imperceptible para el oído humano, que lleva una carga de poder que vibra en el aire. Es el lenguaje antiguo de su verdadera esencia, un eco del fuego ancestral que habita en él.

    Por un instante, el oso parece dudar, sus ojos mostrando algo que podría ser reconocimiento. Pero la duda desaparece tan pronto como aparece, y el animal sigue avanzando, decidido.
    ——— PRESAGIO El sol comienza a descender tras las copas de los árboles y el bosque se llena de un frio húmedo que trae consigo el aromas de la tierra y la madera recién partida, resina de pino y sudor. Khan, con brazos firmes y curtidos, acomoda la última carga de leña en la parte trasera de su vieja camioneta. El vehículo, un modelo robusto pero desgastado por los años, es un fiel compañero que ha soportado las exigencias de su vida en la montaña. Se inclina para recoger unas ramas dispersas, cuando una vibración profunda en el aire lo hace detenerse. No es el sonido común de un animal ni el crujido habitual de las ramas al romperse. Es más bien un susurro grave, un eco que resuena en el suelo y le pone alerta. Al levantar la vista, lo ve. Un oso emerge de entre los árboles, de un tamaño que sobrepasa lo normal para los de la región. Su pelaje es espeso y oscuro, con un aspecto desordenado. Sus ojos, fijos y brillantes, destellan con una intensidad inusual. Khan ha compartido estos bosques con osos durante mucho tiempo y sabe que su sola presencia basta para ahuyentarlos. Los animales sienten que no es un humano cualquiera, que hay algo en él que pertenece a una naturaleza más antigua y peligrosa, pero este oso, sin embargo, no retrocede, su postura es desafiante y cada paso que da parece acercarlo con una intención que parece racional. Khan frunce el ceño, sin retroceder, manteniéndose firme frente a la criatura. — ¿Qué te trae aquí, oso? Adelanta un pesado paso que hace temblar el suelo ligeramente, pero el oso apenas se inmuta. En lugar de retroceder, gruñe, mostrando los colmillos y avanzando con una mirada penetrante, como si lo estudiara, como si buscara algo dentro de él. Khan sabe que este encuentro no es casual, los osos no actúan así. Percibe en el animal una conciencia que no pertenece al reino común de las bestias. La inquietud aparece y crece en su interior. La naturaleza de Khan lo hace especialmente sensible a las anomalías, y cada fibra de su ser le advierte que este oso es una señal de algo, un presagio. Pero, por más que intenta descifrarlo, el mensaje se le escapa, como un murmullo en la penumbra. Avanza un paso más, su voz grave y baja resonando en el silencio del bosque. — No eres uno de los míos, ni uno de los tuyos —dice, sintiendo cómo la situación escapa de su entendimiento. Entonces gruñe, un gruñido bajo, un sonido casi imperceptible para el oído humano, que lleva una carga de poder que vibra en el aire. Es el lenguaje antiguo de su verdadera esencia, un eco del fuego ancestral que habita en él. Por un instante, el oso parece dudar, sus ojos mostrando algo que podría ser reconocimiento. Pero la duda desaparece tan pronto como aparece, y el animal sigue avanzando, decidido.
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  • Después de varias semanas de tensión creciente, el pequeño pueblo en los Cárpatos, que siempre había sido un refugio tranquilo y apacible, se encontraba sumido en el caos. Una banda de moteros había decidido asentarse en los márgenes, imponiendo su presencia con violencia y agresiones, transformando la vida cotidiana en una pesadilla para los habitantes. Robos, vandalismo y peleas se habían vuelto comunes, y la gente del pueblo, acostumbrada a una existencia tranquila, vivía ahora bajo el miedo constante. Khan, que había observado en silencio cómo el pueblo caía bajo el yugo de estos intrusos, no pudo quedarse de brazos cruzados.

    Durante días, soportó la creciente amenaza, evitando el conflicto directo, esperando que la banda se fuera por su propia cuenta. Pero cuando una de sus vecinas, una anciana pronta a cumplir los cien años de edad, fue atacada injustificadamente, decidió que ya era suficiente.

    Esa noche, bajo un cielo nublado, Khan caminó en dirección a la guarida improvisada de la banda, un viejo almacén abandonado a las afueras del pueblo. El aire era denso, y cada paso que daba resonaba en la quietud ominosa de la noche. Cuando llegó a la entrada, fue recibido con risas burlonas y miradas despectivas por parte de los guardias de la banda, quienes no se molestaron en ocultar su desprecio. Sin embargo, la presencia de Khan era imposible de ignorar. Su figura, aparentemente tranquila, emanaba una amenaza latente, un poder que los moteros no comprendían, pero que les incomodaba.

    Dentro, el líder de la banda, un hombre arrogante y corpulento, lo esperaba en una actitud desdeñosa, sentado en un viejo sofá con un grupo de sus secuaces alrededor. Se levantó al verlo entrar, sonriendo con una mueca de superioridad.

    — ¿Tú eres el que ha venido a decirnos que nos vayamos? —se burló el líder, avanzando hacia Khan con pasos lentos y seguros, como un depredador que ya ha saboreado su presa.

    Khan, firme y sereno, no respondió de inmediato. Sus ojos, grises y penetrantes, observaron al líder sin parpadear, dejando que el silencio hablara por él. Sabía que las palabras serían inútiles con esta clase de hombre que sólo entendía el lenguaje de la violencia.

    Finalmente, su voz, grave y cargada de autoridad, rompió el aire:

    — Este pueblo no te pertenece. Te doy una última oportunidad para que te vayas y no vuelvas.

    El líder de la banda soltó una carcajada estruendosa, apoyado por los gruñidos de sus compañeros. La atmósfera se volvió aún más tensa. Con arrogancia, el líder sacó un cigarro y lo colocó entre sus labios, encendiendo un mechero para prenderlo. Fue entonces cuando Khan, con un leve gesto, extendió el fuego de la pequeña chispa. En un abrir y cerrar de ojos, el mechero se transformó en una llamarada violenta que no solo prendió el cigarro, sino que envolvió en llamas el brazo del líder. El pánico inundó el rostro del motero, quien retrocedió con un grito ahogado, intentando apagar el fuego que rápidamente consumía su brazo.
    Después de varias semanas de tensión creciente, el pequeño pueblo en los Cárpatos, que siempre había sido un refugio tranquilo y apacible, se encontraba sumido en el caos. Una banda de moteros había decidido asentarse en los márgenes, imponiendo su presencia con violencia y agresiones, transformando la vida cotidiana en una pesadilla para los habitantes. Robos, vandalismo y peleas se habían vuelto comunes, y la gente del pueblo, acostumbrada a una existencia tranquila, vivía ahora bajo el miedo constante. Khan, que había observado en silencio cómo el pueblo caía bajo el yugo de estos intrusos, no pudo quedarse de brazos cruzados. Durante días, soportó la creciente amenaza, evitando el conflicto directo, esperando que la banda se fuera por su propia cuenta. Pero cuando una de sus vecinas, una anciana pronta a cumplir los cien años de edad, fue atacada injustificadamente, decidió que ya era suficiente. Esa noche, bajo un cielo nublado, Khan caminó en dirección a la guarida improvisada de la banda, un viejo almacén abandonado a las afueras del pueblo. El aire era denso, y cada paso que daba resonaba en la quietud ominosa de la noche. Cuando llegó a la entrada, fue recibido con risas burlonas y miradas despectivas por parte de los guardias de la banda, quienes no se molestaron en ocultar su desprecio. Sin embargo, la presencia de Khan era imposible de ignorar. Su figura, aparentemente tranquila, emanaba una amenaza latente, un poder que los moteros no comprendían, pero que les incomodaba. Dentro, el líder de la banda, un hombre arrogante y corpulento, lo esperaba en una actitud desdeñosa, sentado en un viejo sofá con un grupo de sus secuaces alrededor. Se levantó al verlo entrar, sonriendo con una mueca de superioridad. — ¿Tú eres el que ha venido a decirnos que nos vayamos? —se burló el líder, avanzando hacia Khan con pasos lentos y seguros, como un depredador que ya ha saboreado su presa. Khan, firme y sereno, no respondió de inmediato. Sus ojos, grises y penetrantes, observaron al líder sin parpadear, dejando que el silencio hablara por él. Sabía que las palabras serían inútiles con esta clase de hombre que sólo entendía el lenguaje de la violencia. Finalmente, su voz, grave y cargada de autoridad, rompió el aire: — Este pueblo no te pertenece. Te doy una última oportunidad para que te vayas y no vuelvas. El líder de la banda soltó una carcajada estruendosa, apoyado por los gruñidos de sus compañeros. La atmósfera se volvió aún más tensa. Con arrogancia, el líder sacó un cigarro y lo colocó entre sus labios, encendiendo un mechero para prenderlo. Fue entonces cuando Khan, con un leve gesto, extendió el fuego de la pequeña chispa. En un abrir y cerrar de ojos, el mechero se transformó en una llamarada violenta que no solo prendió el cigarro, sino que envolvió en llamas el brazo del líder. El pánico inundó el rostro del motero, quien retrocedió con un grito ahogado, intentando apagar el fuego que rápidamente consumía su brazo.
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  • El sol se desliza lentamente detrás de las imponentes montañas de los Cárpatos, tiñendo el cielo de tonos anaranjados y púrpuras. En la pequeña panadería de Khan, el aire aún está cargado con el aroma cálido y reconfortante del pan recién horneado. Con manos expertas, Khan recoge las dos últimas horneadas. Junto con lo que sobró del día, Khan carga las cestas con cuidado, asegurándose de que todo esté en orden antes de salir; La panadería es un reflejo de su vida ahora: simple, eficiente, pero impregnada de una profunda soledad que sólo él puede sentir.

    Cuando todo está listo, cierra la puerta de madera con un sonido suave, que resuena en la quietud del anochecer.

    El pueblo, un rincón apartado y casi olvidado en las montañas, comienza a sumergirse en la calma de la noche. Las pocas luces que se encienden en las casas dispersas lanzan sombras largas sobre las calles empedradas. Khan avanza por esas calles con paso tranquilo y pesado, cada crujido bajo sus botas resonando en el silencio. No lleva linterna, ya que conoce cada rincón del lugar, y su visión, aguda y precisa, no requiere de más.

    Su primera parada es en la casa de la señora Irena, una anciana que ha vivido sola desde que su esposo falleció hace años. Khan deja un par de panes en su puerta, asegurándose de que estén bien envueltos para mantener el calor. No toca ni llama, sabe que Irena preferiría, no le interesa sostener una conversación.

    Sigue su camino, deteniéndose en las casas vecinas, casas de otros ancianos y familias que luchan por llegar a fin de mes. Khan no busca agradecimientos ni elogios; simplemente es algo que puede hacer.
    El sol se desliza lentamente detrás de las imponentes montañas de los Cárpatos, tiñendo el cielo de tonos anaranjados y púrpuras. En la pequeña panadería de Khan, el aire aún está cargado con el aroma cálido y reconfortante del pan recién horneado. Con manos expertas, Khan recoge las dos últimas horneadas. Junto con lo que sobró del día, Khan carga las cestas con cuidado, asegurándose de que todo esté en orden antes de salir; La panadería es un reflejo de su vida ahora: simple, eficiente, pero impregnada de una profunda soledad que sólo él puede sentir. Cuando todo está listo, cierra la puerta de madera con un sonido suave, que resuena en la quietud del anochecer. El pueblo, un rincón apartado y casi olvidado en las montañas, comienza a sumergirse en la calma de la noche. Las pocas luces que se encienden en las casas dispersas lanzan sombras largas sobre las calles empedradas. Khan avanza por esas calles con paso tranquilo y pesado, cada crujido bajo sus botas resonando en el silencio. No lleva linterna, ya que conoce cada rincón del lugar, y su visión, aguda y precisa, no requiere de más. Su primera parada es en la casa de la señora Irena, una anciana que ha vivido sola desde que su esposo falleció hace años. Khan deja un par de panes en su puerta, asegurándose de que estén bien envueltos para mantener el calor. No toca ni llama, sabe que Irena preferiría, no le interesa sostener una conversación. Sigue su camino, deteniéndose en las casas vecinas, casas de otros ancianos y familias que luchan por llegar a fin de mes. Khan no busca agradecimientos ni elogios; simplemente es algo que puede hacer.
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  • Fue por la mañana de ese mismo día que recibió una noticia que le dejó otro hueco en el corazón.

    Al regresar a casa, arrastrando los pasos de la pierna lisiada y encima herida, dejó sobre la mesa una pequeña bolsa de papel con un par de bollos que, seguramente, no comería. Y le costó despegársela de la mano derecha, pues se encontró con que se había congelado ahí por donde la tomaba.

    Levantó la mirada para echar un vistazo a través de la ventana y pudo ver como los rayos del sol de primavera habían desaparecido para dar paso al comienzo de una característica e intensa nevada.

    La nostalg de su Siberia natal le cayó con fuerza sobre sus hombros.

    Dejando huellas de escarcha a cada paso que daba, se encaminó hacia afuera para echarse a andar, cabizbajo y haciendo caso omiso del punzante dolor, hacia lo profundo del bosque y bajo la cortina de nieve que ya había cubierto la hierba, en dirección hacia el claro del manantial.

    Conforme se alejaba del pueblo primero, de la cabaña después, sintió como si el tiempo se detuviera y, de pronto, echara marcha atrás hasta el día que decidió refugiarse en Jericho creyendo que así estaría a salvo de su destino, de caer bajo la maldición de su clan, pero se equivocó. Y no sólo en eso, también se equivocó al pensar que estaría a salvo de Thomas. Antes de darse cuenta, se permitió confiar en que tendría la oportunidad de vivir una vida normal y se abrió no sólo a tener amigos, a tener amantes, a tener un compañero de vida... también a soñar.

    Olvidó que no es más que un desperdicio de la sociedad y que no hay un sitio para él, pero la vida se encargaría de recordárselo.
    Cuando ella se fue, vaciló. Cuando Thomas se fue, cayó. Cuando Khan se fue, se rindió.

    Media hora de camino más tarde llegaba al manantial de la eterna primavera, donde la ventisca no le alcanzaría. Las criaturas mágicas de siempre le recibieron con miradas de familiaridad, ninguna huyó... pero tampoco ninguna se le acercó. Podían oler que algo no iba bien.

    Dejándose caer con dificultad sobre la hierba lleva la mirada al cielo donde el ojo de la tormenta mantiene la vista despejada de nubes. Su mirada se nubla por el peso de un repentino sueño arrollador. El último letargo de los que mueren de frío. Los párpados le pesan más de lo que puede soportar, su respiración se siente lenta y superficial, su corazón late cada vez con menor fuerza. Sus ojos se cierran sellados por un algunas lágrimas congeladas.

    Conforme su consciencia se apaga procura recordar esa última navidad juntos cuando parecía que eran una familia, esa que nunca antes tuvo y que nunca volverá a tener. Y se recuerda que jamás volverá a ceder, jamás, jamás, jamás...

    #ElBrujoCojo
    Fue por la mañana de ese mismo día que recibió una noticia que le dejó otro hueco en el corazón. Al regresar a casa, arrastrando los pasos de la pierna lisiada y encima herida, dejó sobre la mesa una pequeña bolsa de papel con un par de bollos que, seguramente, no comería. Y le costó despegársela de la mano derecha, pues se encontró con que se había congelado ahí por donde la tomaba. Levantó la mirada para echar un vistazo a través de la ventana y pudo ver como los rayos del sol de primavera habían desaparecido para dar paso al comienzo de una característica e intensa nevada. La nostalg de su Siberia natal le cayó con fuerza sobre sus hombros. Dejando huellas de escarcha a cada paso que daba, se encaminó hacia afuera para echarse a andar, cabizbajo y haciendo caso omiso del punzante dolor, hacia lo profundo del bosque y bajo la cortina de nieve que ya había cubierto la hierba, en dirección hacia el claro del manantial. Conforme se alejaba del pueblo primero, de la cabaña después, sintió como si el tiempo se detuviera y, de pronto, echara marcha atrás hasta el día que decidió refugiarse en Jericho creyendo que así estaría a salvo de su destino, de caer bajo la maldición de su clan, pero se equivocó. Y no sólo en eso, también se equivocó al pensar que estaría a salvo de Thomas. Antes de darse cuenta, se permitió confiar en que tendría la oportunidad de vivir una vida normal y se abrió no sólo a tener amigos, a tener amantes, a tener un compañero de vida... también a soñar. Olvidó que no es más que un desperdicio de la sociedad y que no hay un sitio para él, pero la vida se encargaría de recordárselo. Cuando ella se fue, vaciló. Cuando Thomas se fue, cayó. Cuando Khan se fue, se rindió. Media hora de camino más tarde llegaba al manantial de la eterna primavera, donde la ventisca no le alcanzaría. Las criaturas mágicas de siempre le recibieron con miradas de familiaridad, ninguna huyó... pero tampoco ninguna se le acercó. Podían oler que algo no iba bien. Dejándose caer con dificultad sobre la hierba lleva la mirada al cielo donde el ojo de la tormenta mantiene la vista despejada de nubes. Su mirada se nubla por el peso de un repentino sueño arrollador. El último letargo de los que mueren de frío. Los párpados le pesan más de lo que puede soportar, su respiración se siente lenta y superficial, su corazón late cada vez con menor fuerza. Sus ojos se cierran sellados por un algunas lágrimas congeladas. Conforme su consciencia se apaga procura recordar esa última navidad juntos cuando parecía que eran una familia, esa que nunca antes tuvo y que nunca volverá a tener. Y se recuerda que jamás volverá a ceder, jamás, jamás, jamás... #ElBrujoCojo
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  • Esta noche se cumplirá una semana de vivir el día a día con sólo uno o dos cafés con leche en el cuerpo. Su apetito se ha perdido en algún cruce de caminos y no ha encontrado aún la forma de regresar a su dueño.

    Al brujo no le preocupa, sin embargo, pues no ha perdido energía ni raciocinio. Su capacidad mágica sigue tan potente como siempre y sólo ha bajado algo de peso.

    Puede que se deba a algún cambio interno en su naturaleza como consecuencia de haber absorbido los dones del Lich cuya alma Khan devoró, sospecha. Y es que no conoce antecedentes de que algo como esto pasara entre los suyos, ni ellos saben de otros que pasaran por experiencias similares.

    No sabe qué esperar, no sabe a qué temer, no sabe si estos cambios son buenos o malos.

    Sólo puede darle tiempo al tiempo.

    #ElBrujoCojo
    Esta noche se cumplirá una semana de vivir el día a día con sólo uno o dos cafés con leche en el cuerpo. Su apetito se ha perdido en algún cruce de caminos y no ha encontrado aún la forma de regresar a su dueño. Al brujo no le preocupa, sin embargo, pues no ha perdido energía ni raciocinio. Su capacidad mágica sigue tan potente como siempre y sólo ha bajado algo de peso. Puede que se deba a algún cambio interno en su naturaleza como consecuencia de haber absorbido los dones del Lich cuya alma Khan devoró, sospecha. Y es que no conoce antecedentes de que algo como esto pasara entre los suyos, ni ellos saben de otros que pasaran por experiencias similares. No sabe qué esperar, no sabe a qué temer, no sabe si estos cambios son buenos o malos. Sólo puede darle tiempo al tiempo. #ElBrujoCojo
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  • Es un día lento. Aún no es hora de cerrar, pero salta a la vista que no hay necesidad de seguir horneando.

    Khan interrumpe las labores de Añil Sharp, rompiendo la rutina al abordarle por detrás. Apoyando una mano a cada lado de su cadera, le conduce al banco que ocupa el pequeño espacio entre las estanterías.

    Se sienta primero disponiendo las piernas para que su amante descanse.

    — Mi gente creía que los inmortales, los creadores y los guardianes, aquellos que no trascienden, dejan pequeñas partes de si mismos a lo largo de su existencia, fragmentos de lo que son, chispas de su alma y energía que, al encontrar el entorno indicado, dan pie a una nueva vida —narra para exponer un asunto que hace tiempo, meses quizá, ronda su cabeza.

    Khan es un hombre austero, de mente cerrada y corazón de piedra. No tiene porqué mentir, es honesto, pero tampoco suele encontrar motivos para decir lo que piensa o exponer sus preocupaciones. El lleva más riendas de su vida y nunca pedirá ayuda, pero esto no se trata de eso.

    — Ithladin, princesa del pueblo élfico, era considerada hija de la luna por su afinidad con ella, una afinidad que puede explicarse de cien formas diferentes, se reduce a lo que dicte tu entendimiento y tu fe.
    Es un día lento. Aún no es hora de cerrar, pero salta a la vista que no hay necesidad de seguir horneando. Khan interrumpe las labores de [Anil], rompiendo la rutina al abordarle por detrás. Apoyando una mano a cada lado de su cadera, le conduce al banco que ocupa el pequeño espacio entre las estanterías. Se sienta primero disponiendo las piernas para que su amante descanse. — Mi gente creía que los inmortales, los creadores y los guardianes, aquellos que no trascienden, dejan pequeñas partes de si mismos a lo largo de su existencia, fragmentos de lo que son, chispas de su alma y energía que, al encontrar el entorno indicado, dan pie a una nueva vida —narra para exponer un asunto que hace tiempo, meses quizá, ronda su cabeza. Khan es un hombre austero, de mente cerrada y corazón de piedra. No tiene porqué mentir, es honesto, pero tampoco suele encontrar motivos para decir lo que piensa o exponer sus preocupaciones. El lleva más riendas de su vida y nunca pedirá ayuda, pero esto no se trata de eso. — Ithladin, princesa del pueblo élfico, era considerada hija de la luna por su afinidad con ella, una afinidad que puede explicarse de cien formas diferentes, se reduce a lo que dicte tu entendimiento y tu fe.
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  • — Me gustan tus preguntas —responde de camino por las calles frías, entrelazando los dedos a la mano de Añil Sharp— Y todo lo demás de ti.

    No hay que andar demasiado para dejar atrás las zonas más concurridas para colarse entre caminos estrechos que dan lugar a un callejón que muy pocos conocen. Allí, un glitch les permite acortar el camino hasta el bosque a costo de una pequeña sacudida y algunos flashes, nada en comparación al desgaste y el tiempo que les requeriría llegar a pie, energía que debería ahorrar.

    El bosque se siente aún más frío, solo por un momento, pues se ocupa de extender su aura ígnea para mantener templado el aire alrededor de su amante, procurándole un paseo cómodo. Algunos de cientos de metros más y estarán ante la cabaña de Tolek Zientek, aunque, antes de llegar, Khan baja el ceño mostrándose contrariado; puede sentir cierta hostilidad en el aire.
    — Me gustan tus preguntas —responde de camino por las calles frías, entrelazando los dedos a la mano de [Anil]— Y todo lo demás de ti. No hay que andar demasiado para dejar atrás las zonas más concurridas para colarse entre caminos estrechos que dan lugar a un callejón que muy pocos conocen. Allí, un glitch les permite acortar el camino hasta el bosque a costo de una pequeña sacudida y algunos flashes, nada en comparación al desgaste y el tiempo que les requeriría llegar a pie, energía que debería ahorrar. El bosque se siente aún más frío, solo por un momento, pues se ocupa de extender su aura ígnea para mantener templado el aire alrededor de su amante, procurándole un paseo cómodo. Algunos de cientos de metros más y estarán ante la cabaña de [Tolek], aunque, antes de llegar, Khan baja el ceño mostrándose contrariado; puede sentir cierta hostilidad en el aire.
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