El sol se desliza lentamente detrás de las imponentes montañas de los Cárpatos, tiñendo el cielo de tonos anaranjados y púrpuras. En la pequeña panadería de Khan, el aire aún está cargado con el aroma cálido y reconfortante del pan recién horneado. Con manos expertas, Khan recoge las dos últimas horneadas. Junto con lo que sobró del día, Khan carga las cestas con cuidado, asegurándose de que todo esté en orden antes de salir; La panadería es un reflejo de su vida ahora: simple, eficiente, pero impregnada de una profunda soledad que sólo él puede sentir.

Cuando todo está listo, cierra la puerta de madera con un sonido suave, que resuena en la quietud del anochecer.

El pueblo, un rincón apartado y casi olvidado en las montañas, comienza a sumergirse en la calma de la noche. Las pocas luces que se encienden en las casas dispersas lanzan sombras largas sobre las calles empedradas. Khan avanza por esas calles con paso tranquilo y pesado, cada crujido bajo sus botas resonando en el silencio. No lleva linterna, ya que conoce cada rincón del lugar, y su visión, aguda y precisa, no requiere de más.

Su primera parada es en la casa de la señora Irena, una anciana que ha vivido sola desde que su esposo falleció hace años. Khan deja un par de panes en su puerta, asegurándose de que estén bien envueltos para mantener el calor. No toca ni llama, sabe que Irena preferiría, no le interesa sostener una conversación.

Sigue su camino, deteniéndose en las casas vecinas, casas de otros ancianos y familias que luchan por llegar a fin de mes. Khan no busca agradecimientos ni elogios; simplemente es algo que puede hacer.
El sol se desliza lentamente detrás de las imponentes montañas de los Cárpatos, tiñendo el cielo de tonos anaranjados y púrpuras. En la pequeña panadería de Khan, el aire aún está cargado con el aroma cálido y reconfortante del pan recién horneado. Con manos expertas, Khan recoge las dos últimas horneadas. Junto con lo que sobró del día, Khan carga las cestas con cuidado, asegurándose de que todo esté en orden antes de salir; La panadería es un reflejo de su vida ahora: simple, eficiente, pero impregnada de una profunda soledad que sólo él puede sentir. Cuando todo está listo, cierra la puerta de madera con un sonido suave, que resuena en la quietud del anochecer. El pueblo, un rincón apartado y casi olvidado en las montañas, comienza a sumergirse en la calma de la noche. Las pocas luces que se encienden en las casas dispersas lanzan sombras largas sobre las calles empedradas. Khan avanza por esas calles con paso tranquilo y pesado, cada crujido bajo sus botas resonando en el silencio. No lleva linterna, ya que conoce cada rincón del lugar, y su visión, aguda y precisa, no requiere de más. Su primera parada es en la casa de la señora Irena, una anciana que ha vivido sola desde que su esposo falleció hace años. Khan deja un par de panes en su puerta, asegurándose de que estén bien envueltos para mantener el calor. No toca ni llama, sabe que Irena preferiría, no le interesa sostener una conversación. Sigue su camino, deteniéndose en las casas vecinas, casas de otros ancianos y familias que luchan por llegar a fin de mes. Khan no busca agradecimientos ni elogios; simplemente es algo que puede hacer.
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