En plena madrugada, Khan sintió la cercanía de la muerte antes de oírla. Un presentimiento atravesó su entendimiento. El grito lejano, horror y pánico, confirmó lo que ya sabía: algo oscuro había cruzado los límites del pueblo.
Dejó la masa a medio hacer, se sacudió las manos y tomó el abrigo que colgaba junto a la puerta de la panadería. Sus pasos lo guiaron hacia el bosque. El viento frío apenas rozaba su piel endurecida por siglos de batallas. No necesitó buscar el camino; la energía de la muerte era una guía tan clara como un sendero trazado en la tierra.
Cuando llegó al límite del bosque, lo que vio confirmó sus sospechas. Esparcidos entre hojas y tierra, yacían los restos de una persona, un zapato, una mano. No había necesidad de examinar de cerca para saber que aquello no había sido obra de un animal. Las marcas en la carne y los huesos hablaban de una fuerza brutal.
Khan respiró hondo, llenando sus pulmones con el hedor de la sangre y la energía que impregnaba el aire. Había algo más: un rastro leve de magia, antiguo pero mal usado, corrupto. Se concentró en el rastro. Un destello, una sombra, un eco. No era un depredador ordinario, era un intruso, uno que pronto descubriría que este pueblo no estaba desprotegido.
Kalhi NigDurgae
Dejó la masa a medio hacer, se sacudió las manos y tomó el abrigo que colgaba junto a la puerta de la panadería. Sus pasos lo guiaron hacia el bosque. El viento frío apenas rozaba su piel endurecida por siglos de batallas. No necesitó buscar el camino; la energía de la muerte era una guía tan clara como un sendero trazado en la tierra.
Cuando llegó al límite del bosque, lo que vio confirmó sus sospechas. Esparcidos entre hojas y tierra, yacían los restos de una persona, un zapato, una mano. No había necesidad de examinar de cerca para saber que aquello no había sido obra de un animal. Las marcas en la carne y los huesos hablaban de una fuerza brutal.
Khan respiró hondo, llenando sus pulmones con el hedor de la sangre y la energía que impregnaba el aire. Había algo más: un rastro leve de magia, antiguo pero mal usado, corrupto. Se concentró en el rastro. Un destello, una sombra, un eco. No era un depredador ordinario, era un intruso, uno que pronto descubriría que este pueblo no estaba desprotegido.
Kalhi NigDurgae
En plena madrugada, Khan sintió la cercanía de la muerte antes de oírla. Un presentimiento atravesó su entendimiento. El grito lejano, horror y pánico, confirmó lo que ya sabía: algo oscuro había cruzado los límites del pueblo.
Dejó la masa a medio hacer, se sacudió las manos y tomó el abrigo que colgaba junto a la puerta de la panadería. Sus pasos lo guiaron hacia el bosque. El viento frío apenas rozaba su piel endurecida por siglos de batallas. No necesitó buscar el camino; la energía de la muerte era una guía tan clara como un sendero trazado en la tierra.
Cuando llegó al límite del bosque, lo que vio confirmó sus sospechas. Esparcidos entre hojas y tierra, yacían los restos de una persona, un zapato, una mano. No había necesidad de examinar de cerca para saber que aquello no había sido obra de un animal. Las marcas en la carne y los huesos hablaban de una fuerza brutal.
Khan respiró hondo, llenando sus pulmones con el hedor de la sangre y la energía que impregnaba el aire. Había algo más: un rastro leve de magia, antiguo pero mal usado, corrupto. Se concentró en el rastro. Un destello, una sombra, un eco. No era un depredador ordinario, era un intruso, uno que pronto descubriría que este pueblo no estaba desprotegido.
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