• ——— PRESAGIO

    El sol comienza a descender tras las copas de los árboles y el bosque se llena de un frio húmedo que trae consigo el aromas de la tierra y la madera recién partida, resina de pino y sudor.

    Khan, con brazos firmes y curtidos, acomoda la última carga de leña en la parte trasera de su vieja camioneta. El vehículo, un modelo robusto pero desgastado por los años, es un fiel compañero que ha soportado las exigencias de su vida en la montaña.

    Se inclina para recoger unas ramas dispersas, cuando una vibración profunda en el aire lo hace detenerse. No es el sonido común de un animal ni el crujido habitual de las ramas al romperse. Es más bien un susurro grave, un eco que resuena en el suelo y le pone alerta.

    Al levantar la vista, lo ve.

    Un oso emerge de entre los árboles, de un tamaño que sobrepasa lo normal para los de la región. Su pelaje es espeso y oscuro, con un aspecto desordenado. Sus ojos, fijos y brillantes, destellan con una intensidad inusual. Khan ha compartido estos bosques con osos durante mucho tiempo y sabe que su sola presencia basta para ahuyentarlos. Los animales sienten que no es un humano cualquiera, que hay algo en él que pertenece a una naturaleza más antigua y peligrosa, pero este oso, sin embargo, no retrocede, su postura es desafiante y cada paso que da parece acercarlo con una intención que parece racional.

    Khan frunce el ceño, sin retroceder, manteniéndose firme frente a la criatura.

    — ¿Qué te trae aquí, oso?

    Adelanta un pesado paso que hace temblar el suelo ligeramente, pero el oso apenas se inmuta. En lugar de retroceder, gruñe, mostrando los colmillos y avanzando con una mirada penetrante, como si lo estudiara, como si buscara algo dentro de él. Khan sabe que este encuentro no es casual, los osos no actúan así. Percibe en el animal una conciencia que no pertenece al reino común de las bestias.

    La inquietud aparece y crece en su interior. La naturaleza de Khan lo hace especialmente sensible a las anomalías, y cada fibra de su ser le advierte que este oso es una señal de algo, un presagio. Pero, por más que intenta descifrarlo, el mensaje se le escapa, como un murmullo en la penumbra.

    Avanza un paso más, su voz grave y baja resonando en el silencio del bosque.

    — No eres uno de los míos, ni uno de los tuyos —dice, sintiendo cómo la situación escapa de su entendimiento. Entonces gruñe, un gruñido bajo, un sonido casi imperceptible para el oído humano, que lleva una carga de poder que vibra en el aire. Es el lenguaje antiguo de su verdadera esencia, un eco del fuego ancestral que habita en él.

    Por un instante, el oso parece dudar, sus ojos mostrando algo que podría ser reconocimiento. Pero la duda desaparece tan pronto como aparece, y el animal sigue avanzando, decidido.
    ——— PRESAGIO El sol comienza a descender tras las copas de los árboles y el bosque se llena de un frio húmedo que trae consigo el aromas de la tierra y la madera recién partida, resina de pino y sudor. Khan, con brazos firmes y curtidos, acomoda la última carga de leña en la parte trasera de su vieja camioneta. El vehículo, un modelo robusto pero desgastado por los años, es un fiel compañero que ha soportado las exigencias de su vida en la montaña. Se inclina para recoger unas ramas dispersas, cuando una vibración profunda en el aire lo hace detenerse. No es el sonido común de un animal ni el crujido habitual de las ramas al romperse. Es más bien un susurro grave, un eco que resuena en el suelo y le pone alerta. Al levantar la vista, lo ve. Un oso emerge de entre los árboles, de un tamaño que sobrepasa lo normal para los de la región. Su pelaje es espeso y oscuro, con un aspecto desordenado. Sus ojos, fijos y brillantes, destellan con una intensidad inusual. Khan ha compartido estos bosques con osos durante mucho tiempo y sabe que su sola presencia basta para ahuyentarlos. Los animales sienten que no es un humano cualquiera, que hay algo en él que pertenece a una naturaleza más antigua y peligrosa, pero este oso, sin embargo, no retrocede, su postura es desafiante y cada paso que da parece acercarlo con una intención que parece racional. Khan frunce el ceño, sin retroceder, manteniéndose firme frente a la criatura. — ¿Qué te trae aquí, oso? Adelanta un pesado paso que hace temblar el suelo ligeramente, pero el oso apenas se inmuta. En lugar de retroceder, gruñe, mostrando los colmillos y avanzando con una mirada penetrante, como si lo estudiara, como si buscara algo dentro de él. Khan sabe que este encuentro no es casual, los osos no actúan así. Percibe en el animal una conciencia que no pertenece al reino común de las bestias. La inquietud aparece y crece en su interior. La naturaleza de Khan lo hace especialmente sensible a las anomalías, y cada fibra de su ser le advierte que este oso es una señal de algo, un presagio. Pero, por más que intenta descifrarlo, el mensaje se le escapa, como un murmullo en la penumbra. Avanza un paso más, su voz grave y baja resonando en el silencio del bosque. — No eres uno de los míos, ni uno de los tuyos —dice, sintiendo cómo la situación escapa de su entendimiento. Entonces gruñe, un gruñido bajo, un sonido casi imperceptible para el oído humano, que lleva una carga de poder que vibra en el aire. Es el lenguaje antiguo de su verdadera esencia, un eco del fuego ancestral que habita en él. Por un instante, el oso parece dudar, sus ojos mostrando algo que podría ser reconocimiento. Pero la duda desaparece tan pronto como aparece, y el animal sigue avanzando, decidido.
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  • Después de varias semanas de tensión creciente, el pequeño pueblo en los Cárpatos, que siempre había sido un refugio tranquilo y apacible, se encontraba sumido en el caos. Una banda de moteros había decidido asentarse en los márgenes, imponiendo su presencia con violencia y agresiones, transformando la vida cotidiana en una pesadilla para los habitantes. Robos, vandalismo y peleas se habían vuelto comunes, y la gente del pueblo, acostumbrada a una existencia tranquila, vivía ahora bajo el miedo constante. Khan, que había observado en silencio cómo el pueblo caía bajo el yugo de estos intrusos, no pudo quedarse de brazos cruzados.

    Durante días, soportó la creciente amenaza, evitando el conflicto directo, esperando que la banda se fuera por su propia cuenta. Pero cuando una de sus vecinas, una anciana pronta a cumplir los cien años de edad, fue atacada injustificadamente, decidió que ya era suficiente.

    Esa noche, bajo un cielo nublado, Khan caminó en dirección a la guarida improvisada de la banda, un viejo almacén abandonado a las afueras del pueblo. El aire era denso, y cada paso que daba resonaba en la quietud ominosa de la noche. Cuando llegó a la entrada, fue recibido con risas burlonas y miradas despectivas por parte de los guardias de la banda, quienes no se molestaron en ocultar su desprecio. Sin embargo, la presencia de Khan era imposible de ignorar. Su figura, aparentemente tranquila, emanaba una amenaza latente, un poder que los moteros no comprendían, pero que les incomodaba.

    Dentro, el líder de la banda, un hombre arrogante y corpulento, lo esperaba en una actitud desdeñosa, sentado en un viejo sofá con un grupo de sus secuaces alrededor. Se levantó al verlo entrar, sonriendo con una mueca de superioridad.

    — ¿Tú eres el que ha venido a decirnos que nos vayamos? —se burló el líder, avanzando hacia Khan con pasos lentos y seguros, como un depredador que ya ha saboreado su presa.

    Khan, firme y sereno, no respondió de inmediato. Sus ojos, grises y penetrantes, observaron al líder sin parpadear, dejando que el silencio hablara por él. Sabía que las palabras serían inútiles con esta clase de hombre que sólo entendía el lenguaje de la violencia.

    Finalmente, su voz, grave y cargada de autoridad, rompió el aire:

    — Este pueblo no te pertenece. Te doy una última oportunidad para que te vayas y no vuelvas.

    El líder de la banda soltó una carcajada estruendosa, apoyado por los gruñidos de sus compañeros. La atmósfera se volvió aún más tensa. Con arrogancia, el líder sacó un cigarro y lo colocó entre sus labios, encendiendo un mechero para prenderlo. Fue entonces cuando Khan, con un leve gesto, extendió el fuego de la pequeña chispa. En un abrir y cerrar de ojos, el mechero se transformó en una llamarada violenta que no solo prendió el cigarro, sino que envolvió en llamas el brazo del líder. El pánico inundó el rostro del motero, quien retrocedió con un grito ahogado, intentando apagar el fuego que rápidamente consumía su brazo.
    Después de varias semanas de tensión creciente, el pequeño pueblo en los Cárpatos, que siempre había sido un refugio tranquilo y apacible, se encontraba sumido en el caos. Una banda de moteros había decidido asentarse en los márgenes, imponiendo su presencia con violencia y agresiones, transformando la vida cotidiana en una pesadilla para los habitantes. Robos, vandalismo y peleas se habían vuelto comunes, y la gente del pueblo, acostumbrada a una existencia tranquila, vivía ahora bajo el miedo constante. Khan, que había observado en silencio cómo el pueblo caía bajo el yugo de estos intrusos, no pudo quedarse de brazos cruzados. Durante días, soportó la creciente amenaza, evitando el conflicto directo, esperando que la banda se fuera por su propia cuenta. Pero cuando una de sus vecinas, una anciana pronta a cumplir los cien años de edad, fue atacada injustificadamente, decidió que ya era suficiente. Esa noche, bajo un cielo nublado, Khan caminó en dirección a la guarida improvisada de la banda, un viejo almacén abandonado a las afueras del pueblo. El aire era denso, y cada paso que daba resonaba en la quietud ominosa de la noche. Cuando llegó a la entrada, fue recibido con risas burlonas y miradas despectivas por parte de los guardias de la banda, quienes no se molestaron en ocultar su desprecio. Sin embargo, la presencia de Khan era imposible de ignorar. Su figura, aparentemente tranquila, emanaba una amenaza latente, un poder que los moteros no comprendían, pero que les incomodaba. Dentro, el líder de la banda, un hombre arrogante y corpulento, lo esperaba en una actitud desdeñosa, sentado en un viejo sofá con un grupo de sus secuaces alrededor. Se levantó al verlo entrar, sonriendo con una mueca de superioridad. — ¿Tú eres el que ha venido a decirnos que nos vayamos? —se burló el líder, avanzando hacia Khan con pasos lentos y seguros, como un depredador que ya ha saboreado su presa. Khan, firme y sereno, no respondió de inmediato. Sus ojos, grises y penetrantes, observaron al líder sin parpadear, dejando que el silencio hablara por él. Sabía que las palabras serían inútiles con esta clase de hombre que sólo entendía el lenguaje de la violencia. Finalmente, su voz, grave y cargada de autoridad, rompió el aire: — Este pueblo no te pertenece. Te doy una última oportunidad para que te vayas y no vuelvas. El líder de la banda soltó una carcajada estruendosa, apoyado por los gruñidos de sus compañeros. La atmósfera se volvió aún más tensa. Con arrogancia, el líder sacó un cigarro y lo colocó entre sus labios, encendiendo un mechero para prenderlo. Fue entonces cuando Khan, con un leve gesto, extendió el fuego de la pequeña chispa. En un abrir y cerrar de ojos, el mechero se transformó en una llamarada violenta que no solo prendió el cigarro, sino que envolvió en llamas el brazo del líder. El pánico inundó el rostro del motero, quien retrocedió con un grito ahogado, intentando apagar el fuego que rápidamente consumía su brazo.
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  • El sol se desliza lentamente detrás de las imponentes montañas de los Cárpatos, tiñendo el cielo de tonos anaranjados y púrpuras. En la pequeña panadería de Khan, el aire aún está cargado con el aroma cálido y reconfortante del pan recién horneado. Con manos expertas, Khan recoge las dos últimas horneadas. Junto con lo que sobró del día, Khan carga las cestas con cuidado, asegurándose de que todo esté en orden antes de salir; La panadería es un reflejo de su vida ahora: simple, eficiente, pero impregnada de una profunda soledad que sólo él puede sentir.

    Cuando todo está listo, cierra la puerta de madera con un sonido suave, que resuena en la quietud del anochecer.

    El pueblo, un rincón apartado y casi olvidado en las montañas, comienza a sumergirse en la calma de la noche. Las pocas luces que se encienden en las casas dispersas lanzan sombras largas sobre las calles empedradas. Khan avanza por esas calles con paso tranquilo y pesado, cada crujido bajo sus botas resonando en el silencio. No lleva linterna, ya que conoce cada rincón del lugar, y su visión, aguda y precisa, no requiere de más.

    Su primera parada es en la casa de la señora Irena, una anciana que ha vivido sola desde que su esposo falleció hace años. Khan deja un par de panes en su puerta, asegurándose de que estén bien envueltos para mantener el calor. No toca ni llama, sabe que Irena preferiría, no le interesa sostener una conversación.

    Sigue su camino, deteniéndose en las casas vecinas, casas de otros ancianos y familias que luchan por llegar a fin de mes. Khan no busca agradecimientos ni elogios; simplemente es algo que puede hacer.
    El sol se desliza lentamente detrás de las imponentes montañas de los Cárpatos, tiñendo el cielo de tonos anaranjados y púrpuras. En la pequeña panadería de Khan, el aire aún está cargado con el aroma cálido y reconfortante del pan recién horneado. Con manos expertas, Khan recoge las dos últimas horneadas. Junto con lo que sobró del día, Khan carga las cestas con cuidado, asegurándose de que todo esté en orden antes de salir; La panadería es un reflejo de su vida ahora: simple, eficiente, pero impregnada de una profunda soledad que sólo él puede sentir. Cuando todo está listo, cierra la puerta de madera con un sonido suave, que resuena en la quietud del anochecer. El pueblo, un rincón apartado y casi olvidado en las montañas, comienza a sumergirse en la calma de la noche. Las pocas luces que se encienden en las casas dispersas lanzan sombras largas sobre las calles empedradas. Khan avanza por esas calles con paso tranquilo y pesado, cada crujido bajo sus botas resonando en el silencio. No lleva linterna, ya que conoce cada rincón del lugar, y su visión, aguda y precisa, no requiere de más. Su primera parada es en la casa de la señora Irena, una anciana que ha vivido sola desde que su esposo falleció hace años. Khan deja un par de panes en su puerta, asegurándose de que estén bien envueltos para mantener el calor. No toca ni llama, sabe que Irena preferiría, no le interesa sostener una conversación. Sigue su camino, deteniéndose en las casas vecinas, casas de otros ancianos y familias que luchan por llegar a fin de mes. Khan no busca agradecimientos ni elogios; simplemente es algo que puede hacer.
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  • Fue por la mañana de ese mismo día que recibió una noticia que le dejó otro hueco en el corazón.

    Al regresar a casa, arrastrando los pasos de la pierna lisiada y encima herida, dejó sobre la mesa una pequeña bolsa de papel con un par de bollos que, seguramente, no comería. Y le costó despegársela de la mano derecha, pues se encontró con que se había congelado ahí por donde la tomaba.

    Levantó la mirada para echar un vistazo a través de la ventana y pudo ver como los rayos del sol de primavera habían desaparecido para dar paso al comienzo de una característica e intensa nevada.

    La nostalg de su Siberia natal le cayó con fuerza sobre sus hombros.

    Dejando huellas de escarcha a cada paso que daba, se encaminó hacia afuera para echarse a andar, cabizbajo y haciendo caso omiso del punzante dolor, hacia lo profundo del bosque y bajo la cortina de nieve que ya había cubierto la hierba, en dirección hacia el claro del manantial.

    Conforme se alejaba del pueblo primero, de la cabaña después, sintió como si el tiempo se detuviera y, de pronto, echara marcha atrás hasta el día que decidió refugiarse en Jericho creyendo que así estaría a salvo de su destino, de caer bajo la maldición de su clan, pero se equivocó. Y no sólo en eso, también se equivocó al pensar que estaría a salvo de Thomas. Antes de darse cuenta, se permitió confiar en que tendría la oportunidad de vivir una vida normal y se abrió no sólo a tener amigos, a tener amantes, a tener un compañero de vida... también a soñar.

    Olvidó que no es más que un desperdicio de la sociedad y que no hay un sitio para él, pero la vida se encargaría de recordárselo.
    Cuando ella se fue, vaciló. Cuando Thomas se fue, cayó. Cuando Khan se fue, se rindió.

    Media hora de camino más tarde llegaba al manantial de la eterna primavera, donde la ventisca no le alcanzaría. Las criaturas mágicas de siempre le recibieron con miradas de familiaridad, ninguna huyó... pero tampoco ninguna se le acercó. Podían oler que algo no iba bien.

    Dejándose caer con dificultad sobre la hierba lleva la mirada al cielo donde el ojo de la tormenta mantiene la vista despejada de nubes. Su mirada se nubla por el peso de un repentino sueño arrollador. El último letargo de los que mueren de frío. Los párpados le pesan más de lo que puede soportar, su respiración se siente lenta y superficial, su corazón late cada vez con menor fuerza. Sus ojos se cierran sellados por un algunas lágrimas congeladas.

    Conforme su consciencia se apaga procura recordar esa última navidad juntos cuando parecía que eran una familia, esa que nunca antes tuvo y que nunca volverá a tener. Y se recuerda que jamás volverá a ceder, jamás, jamás, jamás...

    #ElBrujoCojo
    Fue por la mañana de ese mismo día que recibió una noticia que le dejó otro hueco en el corazón. Al regresar a casa, arrastrando los pasos de la pierna lisiada y encima herida, dejó sobre la mesa una pequeña bolsa de papel con un par de bollos que, seguramente, no comería. Y le costó despegársela de la mano derecha, pues se encontró con que se había congelado ahí por donde la tomaba. Levantó la mirada para echar un vistazo a través de la ventana y pudo ver como los rayos del sol de primavera habían desaparecido para dar paso al comienzo de una característica e intensa nevada. La nostalg de su Siberia natal le cayó con fuerza sobre sus hombros. Dejando huellas de escarcha a cada paso que daba, se encaminó hacia afuera para echarse a andar, cabizbajo y haciendo caso omiso del punzante dolor, hacia lo profundo del bosque y bajo la cortina de nieve que ya había cubierto la hierba, en dirección hacia el claro del manantial. Conforme se alejaba del pueblo primero, de la cabaña después, sintió como si el tiempo se detuviera y, de pronto, echara marcha atrás hasta el día que decidió refugiarse en Jericho creyendo que así estaría a salvo de su destino, de caer bajo la maldición de su clan, pero se equivocó. Y no sólo en eso, también se equivocó al pensar que estaría a salvo de Thomas. Antes de darse cuenta, se permitió confiar en que tendría la oportunidad de vivir una vida normal y se abrió no sólo a tener amigos, a tener amantes, a tener un compañero de vida... también a soñar. Olvidó que no es más que un desperdicio de la sociedad y que no hay un sitio para él, pero la vida se encargaría de recordárselo. Cuando ella se fue, vaciló. Cuando Thomas se fue, cayó. Cuando Khan se fue, se rindió. Media hora de camino más tarde llegaba al manantial de la eterna primavera, donde la ventisca no le alcanzaría. Las criaturas mágicas de siempre le recibieron con miradas de familiaridad, ninguna huyó... pero tampoco ninguna se le acercó. Podían oler que algo no iba bien. Dejándose caer con dificultad sobre la hierba lleva la mirada al cielo donde el ojo de la tormenta mantiene la vista despejada de nubes. Su mirada se nubla por el peso de un repentino sueño arrollador. El último letargo de los que mueren de frío. Los párpados le pesan más de lo que puede soportar, su respiración se siente lenta y superficial, su corazón late cada vez con menor fuerza. Sus ojos se cierran sellados por un algunas lágrimas congeladas. Conforme su consciencia se apaga procura recordar esa última navidad juntos cuando parecía que eran una familia, esa que nunca antes tuvo y que nunca volverá a tener. Y se recuerda que jamás volverá a ceder, jamás, jamás, jamás... #ElBrujoCojo
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  • Esta noche se cumplirá una semana de vivir el día a día con sólo uno o dos cafés con leche en el cuerpo. Su apetito se ha perdido en algún cruce de caminos y no ha encontrado aún la forma de regresar a su dueño.

    Al brujo no le preocupa, sin embargo, pues no ha perdido energía ni raciocinio. Su capacidad mágica sigue tan potente como siempre y sólo ha bajado algo de peso.

    Puede que se deba a algún cambio interno en su naturaleza como consecuencia de haber absorbido los dones del Lich cuya alma Khan devoró, sospecha. Y es que no conoce antecedentes de que algo como esto pasara entre los suyos, ni ellos saben de otros que pasaran por experiencias similares.

    No sabe qué esperar, no sabe a qué temer, no sabe si estos cambios son buenos o malos.

    Sólo puede darle tiempo al tiempo.

    #ElBrujoCojo
    Esta noche se cumplirá una semana de vivir el día a día con sólo uno o dos cafés con leche en el cuerpo. Su apetito se ha perdido en algún cruce de caminos y no ha encontrado aún la forma de regresar a su dueño. Al brujo no le preocupa, sin embargo, pues no ha perdido energía ni raciocinio. Su capacidad mágica sigue tan potente como siempre y sólo ha bajado algo de peso. Puede que se deba a algún cambio interno en su naturaleza como consecuencia de haber absorbido los dones del Lich cuya alma Khan devoró, sospecha. Y es que no conoce antecedentes de que algo como esto pasara entre los suyos, ni ellos saben de otros que pasaran por experiencias similares. No sabe qué esperar, no sabe a qué temer, no sabe si estos cambios son buenos o malos. Sólo puede darle tiempo al tiempo. #ElBrujoCojo
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  • Es un día lento. Aún no es hora de cerrar, pero salta a la vista que no hay necesidad de seguir horneando.

    Khan interrumpe las labores de Añil Sharp, rompiendo la rutina al abordarle por detrás. Apoyando una mano a cada lado de su cadera, le conduce al banco que ocupa el pequeño espacio entre las estanterías.

    Se sienta primero disponiendo las piernas para que su amante descanse.

    — Mi gente creía que los inmortales, los creadores y los guardianes, aquellos que no trascienden, dejan pequeñas partes de si mismos a lo largo de su existencia, fragmentos de lo que son, chispas de su alma y energía que, al encontrar el entorno indicado, dan pie a una nueva vida —narra para exponer un asunto que hace tiempo, meses quizá, ronda su cabeza.

    Khan es un hombre austero, de mente cerrada y corazón de piedra. No tiene porqué mentir, es honesto, pero tampoco suele encontrar motivos para decir lo que piensa o exponer sus preocupaciones. El lleva más riendas de su vida y nunca pedirá ayuda, pero esto no se trata de eso.

    — Ithladin, princesa del pueblo élfico, era considerada hija de la luna por su afinidad con ella, una afinidad que puede explicarse de cien formas diferentes, se reduce a lo que dicte tu entendimiento y tu fe.
    Es un día lento. Aún no es hora de cerrar, pero salta a la vista que no hay necesidad de seguir horneando. Khan interrumpe las labores de [Anil], rompiendo la rutina al abordarle por detrás. Apoyando una mano a cada lado de su cadera, le conduce al banco que ocupa el pequeño espacio entre las estanterías. Se sienta primero disponiendo las piernas para que su amante descanse. — Mi gente creía que los inmortales, los creadores y los guardianes, aquellos que no trascienden, dejan pequeñas partes de si mismos a lo largo de su existencia, fragmentos de lo que son, chispas de su alma y energía que, al encontrar el entorno indicado, dan pie a una nueva vida —narra para exponer un asunto que hace tiempo, meses quizá, ronda su cabeza. Khan es un hombre austero, de mente cerrada y corazón de piedra. No tiene porqué mentir, es honesto, pero tampoco suele encontrar motivos para decir lo que piensa o exponer sus preocupaciones. El lleva más riendas de su vida y nunca pedirá ayuda, pero esto no se trata de eso. — Ithladin, princesa del pueblo élfico, era considerada hija de la luna por su afinidad con ella, una afinidad que puede explicarse de cien formas diferentes, se reduce a lo que dicte tu entendimiento y tu fe.
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  • — Me gustan tus preguntas —responde de camino por las calles frías, entrelazando los dedos a la mano de Añil Sharp— Y todo lo demás de ti.

    No hay que andar demasiado para dejar atrás las zonas más concurridas para colarse entre caminos estrechos que dan lugar a un callejón que muy pocos conocen. Allí, un glitch les permite acortar el camino hasta el bosque a costo de una pequeña sacudida y algunos flashes, nada en comparación al desgaste y el tiempo que les requeriría llegar a pie, energía que debería ahorrar.

    El bosque se siente aún más frío, solo por un momento, pues se ocupa de extender su aura ígnea para mantener templado el aire alrededor de su amante, procurándole un paseo cómodo. Algunos de cientos de metros más y estarán ante la cabaña de Tolek Zientek, aunque, antes de llegar, Khan baja el ceño mostrándose contrariado; puede sentir cierta hostilidad en el aire.
    — Me gustan tus preguntas —responde de camino por las calles frías, entrelazando los dedos a la mano de [Anil]— Y todo lo demás de ti. No hay que andar demasiado para dejar atrás las zonas más concurridas para colarse entre caminos estrechos que dan lugar a un callejón que muy pocos conocen. Allí, un glitch les permite acortar el camino hasta el bosque a costo de una pequeña sacudida y algunos flashes, nada en comparación al desgaste y el tiempo que les requeriría llegar a pie, energía que debería ahorrar. El bosque se siente aún más frío, solo por un momento, pues se ocupa de extender su aura ígnea para mantener templado el aire alrededor de su amante, procurándole un paseo cómodo. Algunos de cientos de metros más y estarán ante la cabaña de [Tolek], aunque, antes de llegar, Khan baja el ceño mostrándose contrariado; puede sentir cierta hostilidad en el aire.
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  • El tiempo es ciclíco. Los años no existen. La naturaleza siempre está en movimiento sin un principio ni un fin. El año no comienza en enero ni en primavera. Los días no empiezan al amanecer ni acaban al anochecer. Tal es la filosofía del Brujo Cojo.

    Pero la sociedad humana actual se maneja con otros tiempos. Sus años finalizan e inician un primero de enero, sus días a las cero horas, sus edades cada cumpleaños, sus jornadas a las ocho de la mañana y a las nueve de la noche (más o menos).

    El brujo ha tenido que adaptarse viviendo con un pie en cada uno de tales mundos. Incluso se ha visto festejando celebraciones que ni le corresponden y aplazando las propias en tales circunstancias. Esta mañana, sin ir más lejos, el brujo se encuentra haciendo algo que no hacía desde aquella fatídica madrugada tras ser quemado vivo: está evaluando el paso del tiempo y poniendo en perspectivas los sucesos del año recién pasado.

    [Thomas]. Su reencuentro con el dragón fue el suceso más importante de todos, marcó un antes y un después en su vida al ponerle fin a alrededor de veinte años de huidas para enfrentarle a una realidad que de real no tenía nada. Donde creyó que hallaría una muerte segura sólo encontró protección y consuelo por parte del que una vez le asesinó. Donde creyó encontrar a su mayor odiador descubrió a un muchacho atribulado por las emociones y las consecuencias de poseer demasiado poder, pero un limitado autocontrol. Se descubrió a sí mismo siendo el resultado de un daño colateral que debió haber acabado con su vida, pero siempre tuvo dificultades para morir y aquella vez tampoco fue la excepción. Se descubrió a sí mismo como títere de una criatura tremendamente más poderosa que él, más aún que su terco temperamento incluso, y aunque pudo hacer con él lo que le viniera en gana tal como cuando le quemó, muy por el contrario de entonces, Thomas sólo le ha demostrado que todo lo que tiene de corazón y poder es por y para su bienestar.

    [Adda]. Ha tenido la extraordinaria oportunidad de conocer nada menos que a la encarnación del Caos, otra vez. La primera vez no fue consciente de ello, pero la sincronía entre ambos fue innegable. La segunda vez, por otro lado, resultó ser una ardua tarea la de sentirse cómodos el uno junto al otro. Algo había cambiado, alguien. El brujo se hizo adulto y vivió lo suficiente como para madurar, mientras Adda seguía siendo la entidad prácticamente intocable que es. O era, pues ha quedado claro que hoy, a diferencia de ayer, el Caos también sufre con las consecuencias de sus actos caóticos. El brujo, por su parte, ha aprendido que perder buena parte de su perspectiva puede ser tanto una ventaja como una vulnerabilidad.

    🔥 Khan 🔥. Pocos muros ofrecieron una auténtica resistencia al Brujo Cojo, ninguno quedó en pie. El Balrog fue su primer muro intacto, esa fuerza inamovible capaz de detener su impulso irrefrenable. A día de hoy suelen seguir pujando por ganar más territorio de uno o del otro, pero han aprendido que más vale resolver los conflictos de forma diplomatica en una cama. ¿Es así como demuestra ceder? Quizás. Pero no le importa. Khan le demuestra un cariño innegable cada vez que se enredan con las sábanas, uno que el brujo nota también al recibir los bollos que le prepara, al oír las preguntas que le hace, al aceptar las soluciones que le propone, al tener la calidez de su compañía o sólo escuchar el timbre de su voz. Le hace sentir seguro, algo que el brujo valora por encima de todas las cosas.

    Estas personas son su familia, una que le fue negada por el destino desde que apenas aprendió a caminar.

    Nada de lo que tiene el día de hoy se lo han regalado, al contrario, ha tenido que luchar por todas y cada una de estas tres personas tan importantes en su vida. Y lo haría una vez más si tuviera que hacerlo. Defendería, comprendería y apoyaría a Thomas tal y como lo hizo en un comienzo, cuando nadie daba un céntimo por el lento dragón. Lucharía una y mil veces contra lo que fuera que quisiera atentar contra la vida del último Balrog, aun si así fuera contra él mismo. Confiaría en el Caos, pese a todo, y apostaría por ella sin miedo a la inminente derrota, una y otra vez.

    Y haría de ellos su refugio durante esos días en que pareciera que el destino se ensaña con él, pues, además de todo, ha aprendido no sólo que él se equivoca, también que es mortal, que parte de sí no le pertenece sino a los suyos y es así, precisamente, como se construye las amistades: con ladrillos propios y ladrillos ajenos.
    El tiempo es ciclíco. Los años no existen. La naturaleza siempre está en movimiento sin un principio ni un fin. El año no comienza en enero ni en primavera. Los días no empiezan al amanecer ni acaban al anochecer. Tal es la filosofía del Brujo Cojo. Pero la sociedad humana actual se maneja con otros tiempos. Sus años finalizan e inician un primero de enero, sus días a las cero horas, sus edades cada cumpleaños, sus jornadas a las ocho de la mañana y a las nueve de la noche (más o menos). El brujo ha tenido que adaptarse viviendo con un pie en cada uno de tales mundos. Incluso se ha visto festejando celebraciones que ni le corresponden y aplazando las propias en tales circunstancias. Esta mañana, sin ir más lejos, el brujo se encuentra haciendo algo que no hacía desde aquella fatídica madrugada tras ser quemado vivo: está evaluando el paso del tiempo y poniendo en perspectivas los sucesos del año recién pasado. [Thomas]. Su reencuentro con el dragón fue el suceso más importante de todos, marcó un antes y un después en su vida al ponerle fin a alrededor de veinte años de huidas para enfrentarle a una realidad que de real no tenía nada. Donde creyó que hallaría una muerte segura sólo encontró protección y consuelo por parte del que una vez le asesinó. Donde creyó encontrar a su mayor odiador descubrió a un muchacho atribulado por las emociones y las consecuencias de poseer demasiado poder, pero un limitado autocontrol. Se descubrió a sí mismo siendo el resultado de un daño colateral que debió haber acabado con su vida, pero siempre tuvo dificultades para morir y aquella vez tampoco fue la excepción. Se descubrió a sí mismo como títere de una criatura tremendamente más poderosa que él, más aún que su terco temperamento incluso, y aunque pudo hacer con él lo que le viniera en gana tal como cuando le quemó, muy por el contrario de entonces, Thomas sólo le ha demostrado que todo lo que tiene de corazón y poder es por y para su bienestar. [Adda]. Ha tenido la extraordinaria oportunidad de conocer nada menos que a la encarnación del Caos, otra vez. La primera vez no fue consciente de ello, pero la sincronía entre ambos fue innegable. La segunda vez, por otro lado, resultó ser una ardua tarea la de sentirse cómodos el uno junto al otro. Algo había cambiado, alguien. El brujo se hizo adulto y vivió lo suficiente como para madurar, mientras Adda seguía siendo la entidad prácticamente intocable que es. O era, pues ha quedado claro que hoy, a diferencia de ayer, el Caos también sufre con las consecuencias de sus actos caóticos. El brujo, por su parte, ha aprendido que perder buena parte de su perspectiva puede ser tanto una ventaja como una vulnerabilidad. [TheBalrog]. Pocos muros ofrecieron una auténtica resistencia al Brujo Cojo, ninguno quedó en pie. El Balrog fue su primer muro intacto, esa fuerza inamovible capaz de detener su impulso irrefrenable. A día de hoy suelen seguir pujando por ganar más territorio de uno o del otro, pero han aprendido que más vale resolver los conflictos de forma diplomatica en una cama. ¿Es así como demuestra ceder? Quizás. Pero no le importa. Khan le demuestra un cariño innegable cada vez que se enredan con las sábanas, uno que el brujo nota también al recibir los bollos que le prepara, al oír las preguntas que le hace, al aceptar las soluciones que le propone, al tener la calidez de su compañía o sólo escuchar el timbre de su voz. Le hace sentir seguro, algo que el brujo valora por encima de todas las cosas. Estas personas son su familia, una que le fue negada por el destino desde que apenas aprendió a caminar. Nada de lo que tiene el día de hoy se lo han regalado, al contrario, ha tenido que luchar por todas y cada una de estas tres personas tan importantes en su vida. Y lo haría una vez más si tuviera que hacerlo. Defendería, comprendería y apoyaría a Thomas tal y como lo hizo en un comienzo, cuando nadie daba un céntimo por el lento dragón. Lucharía una y mil veces contra lo que fuera que quisiera atentar contra la vida del último Balrog, aun si así fuera contra él mismo. Confiaría en el Caos, pese a todo, y apostaría por ella sin miedo a la inminente derrota, una y otra vez. Y haría de ellos su refugio durante esos días en que pareciera que el destino se ensaña con él, pues, además de todo, ha aprendido no sólo que él se equivoca, también que es mortal, que parte de sí no le pertenece sino a los suyos y es así, precisamente, como se construye las amistades: con ladrillos propios y ladrillos ajenos.
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  • La última vez que llamaron a la puerta de su cabaña, Tolek estaba haciendo adorno navideños con sus propias manos, intentando ocuparse lo suficiente como para superar la distancia que le separaba de la que, por entonces, había dejado de ser su mejor amiga.

    Hoy, sin embargo, el brujo ni siquiera está despierto. Después de reconciliarse con su mejor amiga, su cuerpo ha reclamado de golpe el descanso al que no ha podido someterse con anterioridad. Siente un punzante dolor a la altura de las costillas y una leve opresión en el pecho. Sabe, por experiencia propia, que está experimentando los síntomas característicos de la anemia. Dormir, en consecuencia, es inevitable.

    Pero le han despertado tres repentinos golpes que llaman a la puerta.
    Tarda, mas al fin abre los ojos. Pese a que está frente a la chimenea tiene medio cuerpo abrigado por el abrigo de piel de oso, una prenda que se ha convertido casi que en su segunda piel. Es con este que se envuelve al incorporarse lentamente.

    — Yo voy —anuncia, casi sin alzar la voz, como siempre queriendo evitarle interrupciones a Thomas—. Como sea esa demonio otra vez... le arrancaré las orejas...

    El fuego de la chimenea, sin embargo, no ha cambiado de color ni se muestra anormal. Esa es una señal de que la persona que está detrás de la puerta es alguien conocido, alguien en quien tanto Tolek como Thomas confían.

    Con el propósito de contar con más apoyo, ha tenido que cambiar el bastón por un báculo. Con la curiosidad apagada y su cuerpo moviéndose lentamente, el cansancio marcándole sombras debajo de los ojos y con un buen par de kilos menos en su fisionomía, el brujo abre cautelosamente la puerta para encontrarse del otro lado con una figura tan conocida como querida.

    Se le ilumina la mirada al tiempo que una sonrisa de alegría se apodera de su faz. Aparta el báculo sin prestar atención en la manera descuidada en que cae al piso, y se lanza sin fuerzas a rodearle el cuello en un abrazo frágil.

    No dice nada, sólo se le escapan dos breves y casi imperceptibles respingos que casi son sollozos. Está feliz, está muy feliz de volver a verle. Está muy feliz de que sus peores sospechas sólo fueran exageraciones, está muy feliz de que Khan esté aquí, a salvo, sano y cuerdo.
    La última vez que llamaron a la puerta de su cabaña, Tolek estaba haciendo adorno navideños con sus propias manos, intentando ocuparse lo suficiente como para superar la distancia que le separaba de la que, por entonces, había dejado de ser su mejor amiga. Hoy, sin embargo, el brujo ni siquiera está despierto. Después de reconciliarse con su mejor amiga, su cuerpo ha reclamado de golpe el descanso al que no ha podido someterse con anterioridad. Siente un punzante dolor a la altura de las costillas y una leve opresión en el pecho. Sabe, por experiencia propia, que está experimentando los síntomas característicos de la anemia. Dormir, en consecuencia, es inevitable. Pero le han despertado tres repentinos golpes que llaman a la puerta. Tarda, mas al fin abre los ojos. Pese a que está frente a la chimenea tiene medio cuerpo abrigado por el abrigo de piel de oso, una prenda que se ha convertido casi que en su segunda piel. Es con este que se envuelve al incorporarse lentamente. — Yo voy —anuncia, casi sin alzar la voz, como siempre queriendo evitarle interrupciones a Thomas—. Como sea esa demonio otra vez... le arrancaré las orejas... El fuego de la chimenea, sin embargo, no ha cambiado de color ni se muestra anormal. Esa es una señal de que la persona que está detrás de la puerta es alguien conocido, alguien en quien tanto Tolek como Thomas confían. Con el propósito de contar con más apoyo, ha tenido que cambiar el bastón por un báculo. Con la curiosidad apagada y su cuerpo moviéndose lentamente, el cansancio marcándole sombras debajo de los ojos y con un buen par de kilos menos en su fisionomía, el brujo abre cautelosamente la puerta para encontrarse del otro lado con una figura tan conocida como querida. Se le ilumina la mirada al tiempo que una sonrisa de alegría se apodera de su faz. Aparta el báculo sin prestar atención en la manera descuidada en que cae al piso, y se lanza sin fuerzas a rodearle el cuello en un abrazo frágil. No dice nada, sólo se le escapan dos breves y casi imperceptibles respingos que casi son sollozos. Está feliz, está muy feliz de volver a verle. Está muy feliz de que sus peores sospechas sólo fueran exageraciones, está muy feliz de que Khan esté aquí, a salvo, sano y cuerdo.
    La nieve no puede afectarle, el frío del clima y sus inclemencias tampoco, el fuego que guarda en su interior es mucho más poderoso.

    Atraviesa el paraje nevado con facilidad, evitando los árboles para cuidar del bosque. Así haya un metro de nieve acumulada, dos o cinco, ésta se sucumbe a su presencia, derritiéndose a su alrededor como si fuera atravesada por un hierro al rojo sin que siquiera ponga atención en ello, al menos hasta que descubre, al chapotear, que hay hielo bajo sus pies, entonces ha de enfocar su aura ígnea para derretir la nieve sin afectar el lago congelado y así evitar recurrir al nado para llegar hasta la cabaña del brujo que puede vislumbra algunos cientos de metros por delante.

    Apesta a demonio, pero no a sangre. Se pregunta qué mierda fue lo que pudo haber pasado.

    Al llegar, golpea la puerta con los nudillos tres veces y espera, aprovechando el tiempo para volver a echar un ojo al paisaje, bastante convencido de que ha sufrido un cambio radical.
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  • Diez días no son nada para una criatura que vive al margen del espacio tiempo como Añil, pero eso no significa que no eche de menos a Khan y no es el único, es que los clientes no se quejaron todavía, pero sabe bien que sus bollos no quedan tan buenos como los del dueño. Aprendió bien por observación y por pura memoria, además anotó la receta con lujo de detalle, con el tiempo y la temperatura exactas. Preparó la misma cantidad y la ofreció sin cobrar a todo el que pidiera, día tras día, noche tras noche, limpió, ordenó los insumos necesarios, etc, etc, etc.

    Todos los días después de acabada su labor se echaba a dormir y ya no despertaba hasta que tenía que volver a empezar. Preparar, amasar, cortar, hornear... entregar... cerrar... dormir... volver a empezar... y volver a dormir...

    Siempre soñaba con Khan, con verle trabajar en la cocina o sentado junto a él en el sofá... o recostados en la cama... o cenando juntos... o sólo charlando. Echaba mucho de menos escuchar su voz... sentir las caricias de sus manos... contagiarse de su esencia oscura, pero tan cálida a la vez... A veces, despertaba con los ojos llenos de lágrimas.

    Ese día volvió a soñar con Khan, oyó su voz, sintió el cuidado de sus manos al arroparle...

    Cuando Añil despertó se encontró tapado con la manta de lana en bruto que tejió sin agujas, sólo con las manos hace algún tiempo... pero no se acordaba de habérsela echado encima antes de quedarse dormido. Sólo era la medianoche, todavía era muy temprano como para ponerse a hornear así que fue donde estaba el mostrador para comprobar las vitrinas y ver si se le ocurría algo para limpiar la nieve del camino... y lo primero que vio fue un gran oso de peluche en la vidriera.

    — ¿Un osito...? ¿Se le habrá perdido a alguien...?

    Añil salió a buscar el osito para llevarlo dentro en los estantes de exposición y que así el que lo perdió pudiera encontrarlo al pasar por ahí... pero se detuvo al ver que en medio de la calle había otro osito.

    — ¿Dos ositos...?

    Miró alrededor y se dio cuenta de que no eran sólo dos ositos, eran muchos más puestos por todo el alrededor en posiciones graciosas, uno de cabeza, otro asomado en una ventana, otro sentado casualmente en un borde, otro que parecía de rodillas, uno acostado en el piso...

    — Son muchos ositos...

    Tomó en brazos el primer osito y lo encontró adorablemente mullido, suave y apretable... pero también sintió el aroma de Khan...

    — ¿Estuvo aquí...? ¿Con estos ositos?

    Rápidamente se acercó a otro osito y hundió la nariz en la piel de peluche.

    — ¡Este también!

    Añil se puso a juntar entre sus brazos tantos ositos como pudo cargar, los llevó dentro de la panadería y los dejó sentados uno al lado del otro sobre el mostrador, salió a buscar más y los acomodó en las estanterías cuando ya no cabían en la mesa... pero cuando ya no encontró más y se dio cuenta de tantos que eran, los llevó al sofá donde dormía para acomodarlos juntos a él. Todos juntos casi le hacían sentir la presencia de Khan de modo muy sutil, pero suficiente como para encontrar un poquito de consuelo a lo mucho que le extrañaba. Así podría dormir más tranquilo por algunas horas más... hasta que fuera hora de empezar a amasar...
    Diez días no son nada para una criatura que vive al margen del espacio tiempo como Añil, pero eso no significa que no eche de menos a Khan y no es el único, es que los clientes no se quejaron todavía, pero sabe bien que sus bollos no quedan tan buenos como los del dueño. Aprendió bien por observación y por pura memoria, además anotó la receta con lujo de detalle, con el tiempo y la temperatura exactas. Preparó la misma cantidad y la ofreció sin cobrar a todo el que pidiera, día tras día, noche tras noche, limpió, ordenó los insumos necesarios, etc, etc, etc. Todos los días después de acabada su labor se echaba a dormir y ya no despertaba hasta que tenía que volver a empezar. Preparar, amasar, cortar, hornear... entregar... cerrar... dormir... volver a empezar... y volver a dormir... Siempre soñaba con Khan, con verle trabajar en la cocina o sentado junto a él en el sofá... o recostados en la cama... o cenando juntos... o sólo charlando. Echaba mucho de menos escuchar su voz... sentir las caricias de sus manos... contagiarse de su esencia oscura, pero tan cálida a la vez... A veces, despertaba con los ojos llenos de lágrimas. Ese día volvió a soñar con Khan, oyó su voz, sintió el cuidado de sus manos al arroparle... Cuando Añil despertó se encontró tapado con la manta de lana en bruto que tejió sin agujas, sólo con las manos hace algún tiempo... pero no se acordaba de habérsela echado encima antes de quedarse dormido. Sólo era la medianoche, todavía era muy temprano como para ponerse a hornear así que fue donde estaba el mostrador para comprobar las vitrinas y ver si se le ocurría algo para limpiar la nieve del camino... y lo primero que vio fue un gran oso de peluche en la vidriera. — ¿Un osito...? ¿Se le habrá perdido a alguien...? Añil salió a buscar el osito para llevarlo dentro en los estantes de exposición y que así el que lo perdió pudiera encontrarlo al pasar por ahí... pero se detuvo al ver que en medio de la calle había otro osito. — ¿Dos ositos...? Miró alrededor y se dio cuenta de que no eran sólo dos ositos, eran muchos más puestos por todo el alrededor en posiciones graciosas, uno de cabeza, otro asomado en una ventana, otro sentado casualmente en un borde, otro que parecía de rodillas, uno acostado en el piso... — Son muchos ositos... Tomó en brazos el primer osito y lo encontró adorablemente mullido, suave y apretable... pero también sintió el aroma de Khan... — ¿Estuvo aquí...? ¿Con estos ositos? Rápidamente se acercó a otro osito y hundió la nariz en la piel de peluche. — ¡Este también! Añil se puso a juntar entre sus brazos tantos ositos como pudo cargar, los llevó dentro de la panadería y los dejó sentados uno al lado del otro sobre el mostrador, salió a buscar más y los acomodó en las estanterías cuando ya no cabían en la mesa... pero cuando ya no encontró más y se dio cuenta de tantos que eran, los llevó al sofá donde dormía para acomodarlos juntos a él. Todos juntos casi le hacían sentir la presencia de Khan de modo muy sutil, pero suficiente como para encontrar un poquito de consuelo a lo mucho que le extrañaba. Así podría dormir más tranquilo por algunas horas más... hasta que fuera hora de empezar a amasar...
    Cuando supo que su intento por proteger al conservador de la nefasta reacción de su alma a los recuerdos revueltos por el tamborcito del alienígena, también supo que un cigarro y algo de aire fresco no bastaría para devolverle la escasa pero contundente ración de paz necesaria para mantenerse racional.

    Las cuencas de sangre del brazalete en su muñeca se fracturaron, cerca, pero sin llegar a romperse.

    Puso distancia, kilómetros y kilómetros, con el mundo, para proteger de si mismo a quienes ama. Los días pasaron, uno tras otro, alguno más lento, otro más rápido. Fueron diez de aislamiento total cuando llegó la mañana en que corazón latió con calma, sin que sus garras pidieran sangre, y entonces supo que era seguro regresar.

    Hizo el camino a pie sumando un par de días más a su ausencia, dándose tiempo para anticipar el reencuentro con su querido Añil, a quien esperaba ver, besar y tantas otras cosas más primero. Y al cachorro, naturalmente, posiblemente en la mañana siguiente a su llegada.

    Pasó por un pueblito turístico y, recordando la fascinación de su nuevo compañero de vida por las cosas suaves y mullidas, hizo de equipaje un carro cargado con osos de peluche, deseando verle sumergirse en ellos, pero, conforme se acercaba a la ciudad, comenzó a sospechar que tendría que dar un giro de ciento ochenta grados a sus planes.

    Podía atribuir al cambio climático la espesa capa de nieve donde ahora hundía los pies, pero este frío tenía nombre, apellido, y una esencia mágica inconfundible para él; debería ver a Tolek primero, pero su corazón exigía echar aunque sea un vistazo al preservador y así lo hizo.

    Fue una visita extremadamente corta a la panadería, le arropó y besó su frente al encontrarle durmiendo. Susurró un "te veré esta noche" antes de separarse para partir hacia el bosque, mas antes de ingresar al local se ocupó de acomodar cada oso de peluche en las inmediaciones de la panadería, para que Añil tuviera la oportunidad de, como el mismo Khan hizo en los últimos dos días, anticipar el reencuentro.
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