• ㅤ— Su carrera como cantante del grupo estaba en su mejor momento, pero nunca, JAMAS descartaría la opción de ser bailarín.—

    #Personajes3D #3D #Comunidad3D #DeanWinchester
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  • #Immortal_Mercenary

    El sobre manila, pesado y sin señas particulares, llegó a manos del mercenario a través de un contacto, en un espacio desolado a las afueras de Detroit. La luz fluorescente parpadeante iluminaba la fotografía polaroid en su interior: una joven de cabello castaño y una mirada desafiante, acompañada de un único nombre escrito con rotulador negro, "Ney". La tarifa adjunta era generosa, subrayada con la insistencia de quien no tiene tiempo que perder.

    La única instrucción del contacto, un camionero corpulento con ojos cansados, fue breve y directa: "La tienen unos tipos en un desguace de coches abandonado al sur de la ciudad. Dicen que tiene algo que quieren, o algo así. Tráela de vuelta, intacta."

    El árabe estudió la fotografía, por más que no hubiese mucho que ver. Rescatar no era su vocación habitual, pero el dinero hablaba y la urgencia en la petición era palpable.

    No pasó mucho, entonces, hasta que el chirrido metálico y el olor a aceite quemado y gasolina barata lo recibieron al llegar al lugar. Se encontró con laberinto caótico de chatarra apilada varios metros en altura, que creabaan sombras alargadas bajo la luz de la luna. Y por otro lado, voces ásperas y risas guturales llegaban desde el interior de un taller destartalado, con las ventanas tapiadas con tablones desiguales.

    — ¿Por qué son siempre lugares de mierda..? —

    Se le escapó de repente, ante una realidad que parecía perseguirle. Suspiró entonces, antes de moverse sigilosamente entre los esqueletos de coches desmantelados. Una puerta de acero abollada, custodiada por dos figuras tatuadas con bates de béisbol envueltos en alambre de púas, y claro, armas en sus caderas.

    Era la entrada más obvia al taller, y no era momento de perder tiempo, tenía un contrato que cumplir.

    Ney Nixays
    #Immortal_Mercenary El sobre manila, pesado y sin señas particulares, llegó a manos del mercenario a través de un contacto, en un espacio desolado a las afueras de Detroit. La luz fluorescente parpadeante iluminaba la fotografía polaroid en su interior: una joven de cabello castaño y una mirada desafiante, acompañada de un único nombre escrito con rotulador negro, "Ney". La tarifa adjunta era generosa, subrayada con la insistencia de quien no tiene tiempo que perder. La única instrucción del contacto, un camionero corpulento con ojos cansados, fue breve y directa: "La tienen unos tipos en un desguace de coches abandonado al sur de la ciudad. Dicen que tiene algo que quieren, o algo así. Tráela de vuelta, intacta." El árabe estudió la fotografía, por más que no hubiese mucho que ver. Rescatar no era su vocación habitual, pero el dinero hablaba y la urgencia en la petición era palpable. No pasó mucho, entonces, hasta que el chirrido metálico y el olor a aceite quemado y gasolina barata lo recibieron al llegar al lugar. Se encontró con laberinto caótico de chatarra apilada varios metros en altura, que creabaan sombras alargadas bajo la luz de la luna. Y por otro lado, voces ásperas y risas guturales llegaban desde el interior de un taller destartalado, con las ventanas tapiadas con tablones desiguales. — ¿Por qué son siempre lugares de mierda..? — Se le escapó de repente, ante una realidad que parecía perseguirle. Suspiró entonces, antes de moverse sigilosamente entre los esqueletos de coches desmantelados. Una puerta de acero abollada, custodiada por dos figuras tatuadas con bates de béisbol envueltos en alambre de púas, y claro, armas en sus caderas. Era la entrada más obvia al taller, y no era momento de perder tiempo, tenía un contrato que cumplir. [galaxy_violet_eagle_913]
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  • Conviviendo entre mortales:
    La maestra Mei.
    Earthrrealm — Fangjiang.

    (Autoconclusivo)

    Una mañana, Mei descendió al corazón de la aldea en busca de provisiones. El mercado bullía con vida, entre risas, regateos y el sonido de los morteros machacando hierbas. Tras adquirir lo necesario, se detuvo frente al antiguo templo del pueblo. Allí, entre incienso y cintas de oración, se rendía culto a los dioses... en especial a su padre.

    Observó en silencio las ofrendas de frutas, flores, estandartes y pequeñas estatuillas de Fujin. El respeto y devoción que los aldeanos le profesaban la conmovía profundamente. Él, el dios de los vientos, el guardián de las tormentas suaves y los susurros del cielo… era amado. Y lo merecía. Él era cálido, risueño, protector. Más cercano al corazón humano que su hermano Raiden, cuya severidad inspiraba temor más que afecto.

    Mientras meditaba, un grupo de niños se acercó, curiosos. Uno de ellos, un niño de cabellos revueltos y sonrisa astuta, le preguntó:

    —¿Tú también vienes a pedirle cosas a los dioses?

    Mei despertó de sus pensamientos y les regaló una sonrisa serena.

    —Sí… también yo pido cosas, aunque a veces solo vengo a dar las gracias.

    —¡Yo también le pido cosas al dios Fujin! —dijo el pequeño con entusiasmo—. A veces me escucha… otras no tanto.

    —Mi abuela dice que hay que dejarle dulces si quieres que te escuche siempre —agregó una niña, muy convencida.

    Mei rió suavemente.

    —¿Quieren escuchar una historia sobre los dioses?

    Un coro de voces al unísono exclamó: “¡Sí!”

    Y así, los condujo hasta la sombra de un gran cerezo, no muy lejos del templo. Allí se sentaron, y Mei, con voz dulce y clara, comenzó a relatar las aventuras que había presenciado en los salones celestiales. Habló de dragones y estrellas, de batallas que no dañaban y de danzas de viento sobre las montañas. Omitía su nombre, pero dejaba que su alma se filtrara entre las palabras.

    Los niños, embelesados, regresaban cada día. Al principio por las historias, luego por las preguntas, más tarde por el conocimiento. Mei, al ver su sed de saber, decidió que su hogar debía acoger esa nueva misión.

    Junto al jardín, construyó un salón pequeño, cálido y perfumado con flores. Colgó dibujos de animales, mapas del cielo, frases de sabiduría. Cuando estuvo listo, llevó a los niños allí, y sus ojos se iluminaron. Desde entonces, cada mañana, se sentaban con ella a aprender, a preguntar, a imaginar.

    Y así, sin saberlo del todo, Mei dejó de ser solo la sanadora… para convertirse en maestra.

    Porque enseñar también era sanar.

    Y bajo el mismo cielo, donde antes fue hija de un dios, ahora era guía de pequeñas almas humanas.
    Conviviendo entre mortales: La maestra Mei. Earthrrealm — Fangjiang. (Autoconclusivo) Una mañana, Mei descendió al corazón de la aldea en busca de provisiones. El mercado bullía con vida, entre risas, regateos y el sonido de los morteros machacando hierbas. Tras adquirir lo necesario, se detuvo frente al antiguo templo del pueblo. Allí, entre incienso y cintas de oración, se rendía culto a los dioses... en especial a su padre. Observó en silencio las ofrendas de frutas, flores, estandartes y pequeñas estatuillas de Fujin. El respeto y devoción que los aldeanos le profesaban la conmovía profundamente. Él, el dios de los vientos, el guardián de las tormentas suaves y los susurros del cielo… era amado. Y lo merecía. Él era cálido, risueño, protector. Más cercano al corazón humano que su hermano Raiden, cuya severidad inspiraba temor más que afecto. Mientras meditaba, un grupo de niños se acercó, curiosos. Uno de ellos, un niño de cabellos revueltos y sonrisa astuta, le preguntó: —¿Tú también vienes a pedirle cosas a los dioses? Mei despertó de sus pensamientos y les regaló una sonrisa serena. —Sí… también yo pido cosas, aunque a veces solo vengo a dar las gracias. —¡Yo también le pido cosas al dios Fujin! —dijo el pequeño con entusiasmo—. A veces me escucha… otras no tanto. —Mi abuela dice que hay que dejarle dulces si quieres que te escuche siempre —agregó una niña, muy convencida. Mei rió suavemente. —¿Quieren escuchar una historia sobre los dioses? Un coro de voces al unísono exclamó: “¡Sí!” Y así, los condujo hasta la sombra de un gran cerezo, no muy lejos del templo. Allí se sentaron, y Mei, con voz dulce y clara, comenzó a relatar las aventuras que había presenciado en los salones celestiales. Habló de dragones y estrellas, de batallas que no dañaban y de danzas de viento sobre las montañas. Omitía su nombre, pero dejaba que su alma se filtrara entre las palabras. Los niños, embelesados, regresaban cada día. Al principio por las historias, luego por las preguntas, más tarde por el conocimiento. Mei, al ver su sed de saber, decidió que su hogar debía acoger esa nueva misión. Junto al jardín, construyó un salón pequeño, cálido y perfumado con flores. Colgó dibujos de animales, mapas del cielo, frases de sabiduría. Cuando estuvo listo, llevó a los niños allí, y sus ojos se iluminaron. Desde entonces, cada mañana, se sentaban con ella a aprender, a preguntar, a imaginar. Y así, sin saberlo del todo, Mei dejó de ser solo la sanadora… para convertirse en maestra. Porque enseñar también era sanar. Y bajo el mismo cielo, donde antes fue hija de un dios, ahora era guía de pequeñas almas humanas.
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  • **Bar "La cantera nublada", 10:47 p.m.**

    La lluvia apenas tocaba el toldo oxidado del bar, un rincón olvidado en los márgenes de la ciudad. John, vestido de civil —jeans oscuros, camiseta gris, chamarra sin logotipos— se sentaba solo en la barra, girando el vaso de whisky con indiferencia fingida. Las gotas de sudor no eran del alcohol ni del clima. Eran del hombre que acababa de entrar.

    El detective.

    Era joven, con la cabeza completamente rapada y gafas oscuras que no se quitaba ni dentro del local. Caminó con una calma letal, como si supiera exactamente a quién buscaba… y ya lo hubiese encontrado.

    Se sentó a tres asientos de John.
    —Whisky, solo. Nada barato —ordenó con voz firme.
    John no giró la cabeza. No lo necesitaba. Lo *sentía*.

    —No se ve seguido por aquí —dijo el detective tras un sorbo, mirando a John.
    —Solo de paso. Trabajo en mantenimiento industrial… turnos raros —respondió John con una sonrisa neutral.
    —Mantenimiento, claro… —el detective sonrió, pero no de forma amistosa—. ¿A qué clase de fábricas las llaman a la 1 a.m., con patrullas de fondo?

    Un escalofrío se le coló por la espalda. *Demasiado directo*, pensó.

    John mantuvo la compostura.
    —Las que tienen accidentes feos. Usted sabe, químicos, vidrios rotos… cosas que no quiere que el sindicato vea.
    —¿Y qué clase de accidente deja rastros de sangre en tres habitaciones separadas, sin reportes oficiales?
    —¿Perdón?
    —Olvídelo… solo hablaba en voz alta —el detective sonrió de nuevo, esta vez mostrando dientes.

    John bebió un sorbo largo. Su cabeza ya iba tres pasos adelante: *No sabe nada sólido, pero está tanteando terreno. Tal vez encontró residuos. Tal vez vio cámaras. ¿O solo está probando suerte?*

    —Interesante corte de cabello el suyo —comentó John, cambiando de tema con un gesto amistoso—. Siempre pensé que los detectives usaban sombrero.
    —Algunos sí. Yo prefiero ver mejor.
    —¿Incluso en la oscuridad?
    —Especialmente —respondió, bajando lentamente las gafas por primera vez.

    Un par de ojos oscuros como pozos lo miraron fijo. Sin emoción. Solo cálculo.

    John sintió que si se quedaba un minuto más, iba a dejar de ser "el civil simpático" para convertirse en "el sujeto de interés".
    Así que sonrió, pagó el trago y se levantó.
    —Bueno, detective… fue un gusto. Me esperan los turnos mal pagados y las fugas de cloro.
    —Estoy seguro de que nos volveremos a ver —dijo el detective, sin girarse.
    —Espero que no —respondió John, y se marchó caminando con naturalidad… pero cada paso pesaba más.

    **Fuera del bar, bajo la lluvia, su mente trabajaba rápido.**
    *¿Por qué él?
    El patrón, la forma en que miraba. No buscaba evidencia. Buscaba *errores humanos*. Y John acababa de darle uno: su presencia en esa zona, esa noche.

    Se perdió entre la niebla y las luces parpadeantes. Tomó rutas distintas, pasó por dos callejones y se cambió la chamarra en una lavandería abierta 24 horas. En menos de quince minutos, era un transeúnte más.

    *“Ese no era un encuentro casual. Él ya sabía. No todo… pero lo suficiente como para oler algo muerto… algo que yo dejé atrás.”*

    John desapareció en la noche.
    Pero sabía que esa mirada lo encontraría de nuevo.
    Y la próxima vez, no bastaría con una sonrisa.
    **Bar "La cantera nublada", 10:47 p.m.** La lluvia apenas tocaba el toldo oxidado del bar, un rincón olvidado en los márgenes de la ciudad. John, vestido de civil —jeans oscuros, camiseta gris, chamarra sin logotipos— se sentaba solo en la barra, girando el vaso de whisky con indiferencia fingida. Las gotas de sudor no eran del alcohol ni del clima. Eran del hombre que acababa de entrar. El detective. Era joven, con la cabeza completamente rapada y gafas oscuras que no se quitaba ni dentro del local. Caminó con una calma letal, como si supiera exactamente a quién buscaba… y ya lo hubiese encontrado. Se sentó a tres asientos de John. —Whisky, solo. Nada barato —ordenó con voz firme. John no giró la cabeza. No lo necesitaba. Lo *sentía*. —No se ve seguido por aquí —dijo el detective tras un sorbo, mirando a John. —Solo de paso. Trabajo en mantenimiento industrial… turnos raros —respondió John con una sonrisa neutral. —Mantenimiento, claro… —el detective sonrió, pero no de forma amistosa—. ¿A qué clase de fábricas las llaman a la 1 a.m., con patrullas de fondo? Un escalofrío se le coló por la espalda. *Demasiado directo*, pensó. John mantuvo la compostura. —Las que tienen accidentes feos. Usted sabe, químicos, vidrios rotos… cosas que no quiere que el sindicato vea. —¿Y qué clase de accidente deja rastros de sangre en tres habitaciones separadas, sin reportes oficiales? —¿Perdón? —Olvídelo… solo hablaba en voz alta —el detective sonrió de nuevo, esta vez mostrando dientes. John bebió un sorbo largo. Su cabeza ya iba tres pasos adelante: *No sabe nada sólido, pero está tanteando terreno. Tal vez encontró residuos. Tal vez vio cámaras. ¿O solo está probando suerte?* —Interesante corte de cabello el suyo —comentó John, cambiando de tema con un gesto amistoso—. Siempre pensé que los detectives usaban sombrero. —Algunos sí. Yo prefiero ver mejor. —¿Incluso en la oscuridad? —Especialmente —respondió, bajando lentamente las gafas por primera vez. Un par de ojos oscuros como pozos lo miraron fijo. Sin emoción. Solo cálculo. John sintió que si se quedaba un minuto más, iba a dejar de ser "el civil simpático" para convertirse en "el sujeto de interés". Así que sonrió, pagó el trago y se levantó. —Bueno, detective… fue un gusto. Me esperan los turnos mal pagados y las fugas de cloro. —Estoy seguro de que nos volveremos a ver —dijo el detective, sin girarse. —Espero que no —respondió John, y se marchó caminando con naturalidad… pero cada paso pesaba más. **Fuera del bar, bajo la lluvia, su mente trabajaba rápido.** *¿Por qué él? El patrón, la forma en que miraba. No buscaba evidencia. Buscaba *errores humanos*. Y John acababa de darle uno: su presencia en esa zona, esa noche. Se perdió entre la niebla y las luces parpadeantes. Tomó rutas distintas, pasó por dos callejones y se cambió la chamarra en una lavandería abierta 24 horas. En menos de quince minutos, era un transeúnte más. *“Ese no era un encuentro casual. Él ya sabía. No todo… pero lo suficiente como para oler algo muerto… algo que yo dejé atrás.”* John desapareció en la noche. Pero sabía que esa mirada lo encontraría de nuevo. Y la próxima vez, no bastaría con una sonrisa.
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  • Esto se ha publicado como Out Of Character. Tenlo en cuenta al responder.
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    #DiezCosasSobre 𝔸𝕥𝕣𝕠𝕡𝕠𝕤.


    ◆ 1. Ama la poesía, leerla y escribirla.
    No por sentimentalismo, sino porque las palabras tienen filo. Cada verso que crea es como una hoja oculta entre pétalos. Hermoso, pero letal. Como ella.

    ◆ 2. Sólo un par de personas no le resultan insoportables.
    No es amor. No es ternura. Es algo más tenue, más antiguo: una forma torcida de aprecio que no se atreve a nombrar. No lo demuestra, pero lo siente... y eso, para alguien como ella, ya es demasiado.

    ◆ 3. Detesta la doble moral.
    No hay nada más repulsivo que quien predica luz y actúa en sombras. Para Atropos, la falsedad merece el hilo más fino y rápido.

    ◆ 4. Rechaza a quienes buscan encajar.
    Los que moldean su alma para pertenecer, olvidan que el destino no premia máscaras. Y ella corta sin mirar disfraces.

    ◆ 5. No corta por gusto. Corta por orden.
    Su poder no nace del placer, sino de la necesidad. La compasión nunca fue parte del contrato.

    ◆ 6. Escucha el tiempo como otros oyen música.
    Cada tic, cada segundo, es una nota en la sinfonía del final. Y ella baila al compás de su propia condena.

    ◆ 7. Prefiere la noche.
    No porque sea más amable, sino porque el mundo baja la voz. Y es más fácil oír el momento exacto en que un alma se rinde.

    ◆ 8. No busca compañía, pero rara vez está sola.
    Hay cosas que se arrastran tras ella: recuerdos, arrepentimientos, fragmentos de voces que suplicaron demasiado tarde.

    ◆ 9. No miente. Jamás.
    La verdad es su única arma, y también su condena. A veces, la dice con una mirada. A veces, con la ausencia.

    ◆ 10. No es la muerte, pero camina con ella.
    Ella no llega cuando mueres, sino cuando es tiempo. La muerte obedece. Atropos decide.
    #DiezCosasSobre 𝔸𝕥𝕣𝕠𝕡𝕠𝕤. ◆ 1. Ama la poesía, leerla y escribirla. No por sentimentalismo, sino porque las palabras tienen filo. Cada verso que crea es como una hoja oculta entre pétalos. Hermoso, pero letal. Como ella. ◆ 2. Sólo un par de personas no le resultan insoportables. No es amor. No es ternura. Es algo más tenue, más antiguo: una forma torcida de aprecio que no se atreve a nombrar. No lo demuestra, pero lo siente... y eso, para alguien como ella, ya es demasiado. ◆ 3. Detesta la doble moral. No hay nada más repulsivo que quien predica luz y actúa en sombras. Para Atropos, la falsedad merece el hilo más fino y rápido. ◆ 4. Rechaza a quienes buscan encajar. Los que moldean su alma para pertenecer, olvidan que el destino no premia máscaras. Y ella corta sin mirar disfraces. ◆ 5. No corta por gusto. Corta por orden. Su poder no nace del placer, sino de la necesidad. La compasión nunca fue parte del contrato. ◆ 6. Escucha el tiempo como otros oyen música. Cada tic, cada segundo, es una nota en la sinfonía del final. Y ella baila al compás de su propia condena. ◆ 7. Prefiere la noche. No porque sea más amable, sino porque el mundo baja la voz. Y es más fácil oír el momento exacto en que un alma se rinde. ◆ 8. No busca compañía, pero rara vez está sola. Hay cosas que se arrastran tras ella: recuerdos, arrepentimientos, fragmentos de voces que suplicaron demasiado tarde. ◆ 9. No miente. Jamás. La verdad es su única arma, y también su condena. A veces, la dice con una mirada. A veces, con la ausencia. ◆ 10. No es la muerte, pero camina con ella. Ella no llega cuando mueres, sino cuando es tiempo. La muerte obedece. Atropos decide.
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  • #DiezCosasSobre Ivory Mora Nonn

    Ivory es una quimera, mitad conejo mitad humano, creado en Lunetheria (la tierra de donde nace la magia) por el alquimista Nonn, quien usó el alma de su único amor (muerto por suicidio) para darle conciencia humana.

    Su parte conejo es curiosa, vital y afectuosa; su parte humana es introspectiva, doliente y autodestructiva, lo que lo convierte en un ser fracturado, inestable.

    Aunque parece temer al dolor físico, en realidad lo disfruta como una forma de reconectar con el mundo y con su propia humanidad.

    Su apariencia y su comportamiento oscilan entre la adolescencia y la madurez, lo que genera confusión en quienes lo rodean.

    Le cuesta demasiado confiar, pero, cuando lo logra, lo hace con una entrega total, a veces ciega. Idealiza y se aferra a quienes le brindan seguridad.

    Le es imposible quedarse callado. Habla como si cada palabra pudiera ser parte de un poema o un estocada al corazón; mezcla lirismo con ironía, dulzura con veneno.

    Tiende a desobedecer, provocar y desafiar a figuras de poder, especialmente si siente que lo infantilizan o lo juzgan.

    Ivory no sabe con certeza si es bueno o malo, niño o adulto. Se redefine constantemente a través del vínculo emocional con otros.

    A veces sueña con desaparecer, con saltar, con dejarse ir. Pero también quiere vivir, sentir, ser amado. Su existencia es un vaivén entre ambos extremos.

    Escribe, dibuja, pinta, garabatea… No se considera un artista, para él el arte es terapéutico, una forma de procesar lo que siente.
    #DiezCosasSobre Ivory Mora Nonn Ivory es una quimera, mitad conejo mitad humano, creado en Lunetheria (la tierra de donde nace la magia) por el alquimista Nonn, quien usó el alma de su único amor (muerto por suicidio) para darle conciencia humana. Su parte conejo es curiosa, vital y afectuosa; su parte humana es introspectiva, doliente y autodestructiva, lo que lo convierte en un ser fracturado, inestable. Aunque parece temer al dolor físico, en realidad lo disfruta como una forma de reconectar con el mundo y con su propia humanidad. Su apariencia y su comportamiento oscilan entre la adolescencia y la madurez, lo que genera confusión en quienes lo rodean. Le cuesta demasiado confiar, pero, cuando lo logra, lo hace con una entrega total, a veces ciega. Idealiza y se aferra a quienes le brindan seguridad. Le es imposible quedarse callado. Habla como si cada palabra pudiera ser parte de un poema o un estocada al corazón; mezcla lirismo con ironía, dulzura con veneno. Tiende a desobedecer, provocar y desafiar a figuras de poder, especialmente si siente que lo infantilizan o lo juzgan. Ivory no sabe con certeza si es bueno o malo, niño o adulto. Se redefine constantemente a través del vínculo emocional con otros. A veces sueña con desaparecer, con saltar, con dejarse ir. Pero también quiere vivir, sentir, ser amado. Su existencia es un vaivén entre ambos extremos. Escribe, dibuja, pinta, garabatea… No se considera un artista, para él el arte es terapéutico, una forma de procesar lo que siente.
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  • Merlina lleva varias semanas encerrada en la sombría y enigmática Academia Nevermore. A pesar de los esfuerzos de la directora y los profesores por integrarla, ella siente que algo no está bien. Su espíritu independiente la impulsa a buscar la manera de escapar, convencida de que sus días en Nevermore deben terminar.

    Pero mientras traza rutas de escape y esquiva la vigilancia, Merlina comienza a notar cosas extrañas, pasillos que cambian de lugar, voces que se escuchan a medianoche, un cuadro que la observa y un antiguo diario escondido bajo una tabla suelta en su habitación. El diario, escrito por una alumna desaparecida hace décadas, habla de una sociedad secreta que controla el destino de los estudiantes.

    A medida que la pelinegra se adentra más en los misterios de la academia, descubre que su llegada a Nevermore no fue un accidente. Y escapar podría significar no solo perder la oportunidad de descubrir la verdad, sino también poner en peligro a todos los que la rodean.
    Merlina lleva varias semanas encerrada en la sombría y enigmática Academia Nevermore. A pesar de los esfuerzos de la directora y los profesores por integrarla, ella siente que algo no está bien. Su espíritu independiente la impulsa a buscar la manera de escapar, convencida de que sus días en Nevermore deben terminar. Pero mientras traza rutas de escape y esquiva la vigilancia, Merlina comienza a notar cosas extrañas, pasillos que cambian de lugar, voces que se escuchan a medianoche, un cuadro que la observa y un antiguo diario escondido bajo una tabla suelta en su habitación. El diario, escrito por una alumna desaparecida hace décadas, habla de una sociedad secreta que controla el destino de los estudiantes. A medida que la pelinegra se adentra más en los misterios de la academia, descubre que su llegada a Nevermore no fue un accidente. Y escapar podría significar no solo perder la oportunidad de descubrir la verdad, sino también poner en peligro a todos los que la rodean.
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  • El Noctámbulo de Ojos Discordantes
    Categoría Drama
    La ciudad respiraba bajo su manto de luces enfermizas y sombras alargadas, un organismo vivo que exhalaba pecado y néctar de neón. Entre la multitud de almas perdidas, él se movía con la elegancia de un depredador antiguo, su melena blanca ondeando como un estandarte pálido bajo el viento urbano. Sus ojos —uno azul, gélido como el mar en invierno; el otro marrón, cálido como la tierra quemada por el sol— delataban una dualidad que ningún mortal podría comprender. Era un vampiro, sí, pero no de esos que habitan castillos oscuros. Su reino eran los clubes clandestinos, los apartamentos llenos de humo y los callejones donde la noche olía a vicio y desesperación.

    Llevaba siglos buscando algo que ni siquiera él podía nombrar. Tal vez era redención, tal vez solo olvido. La sangre ya no bastaba; necesitaba el ardor del veneno humano, el fuego efímero de las pastillas y el polvo que le hacían sentir, aunque fuera por un instante, algo cercano a la vida. Sus víctimas no eran inocentes: eran adictos, criminales, almas rotas que ya habían vendido su cordura. Él les ofrecía un último éxtasis, un beso letal que los sumergía en un paraíso artificial antes de drenarlos por completo. Y cuando el alba amenazaba con asomarse, se retiraba a su guarida —un loft decadente en el centro de la ciudad— donde los espejos no reflejaban su imagen, pero las jeringas vacías y las botellas rotas sí contaban su historia. Una historia sin final, escrita en vicio y sangre.
    La ciudad respiraba bajo su manto de luces enfermizas y sombras alargadas, un organismo vivo que exhalaba pecado y néctar de neón. Entre la multitud de almas perdidas, él se movía con la elegancia de un depredador antiguo, su melena blanca ondeando como un estandarte pálido bajo el viento urbano. Sus ojos —uno azul, gélido como el mar en invierno; el otro marrón, cálido como la tierra quemada por el sol— delataban una dualidad que ningún mortal podría comprender. Era un vampiro, sí, pero no de esos que habitan castillos oscuros. Su reino eran los clubes clandestinos, los apartamentos llenos de humo y los callejones donde la noche olía a vicio y desesperación. Llevaba siglos buscando algo que ni siquiera él podía nombrar. Tal vez era redención, tal vez solo olvido. La sangre ya no bastaba; necesitaba el ardor del veneno humano, el fuego efímero de las pastillas y el polvo que le hacían sentir, aunque fuera por un instante, algo cercano a la vida. Sus víctimas no eran inocentes: eran adictos, criminales, almas rotas que ya habían vendido su cordura. Él les ofrecía un último éxtasis, un beso letal que los sumergía en un paraíso artificial antes de drenarlos por completo. Y cuando el alba amenazaba con asomarse, se retiraba a su guarida —un loft decadente en el centro de la ciudad— donde los espejos no reflejaban su imagen, pero las jeringas vacías y las botellas rotas sí contaban su historia. Una historia sin final, escrita en vicio y sangre.
    Tipo
    Individual
    Líneas
    1
    Estado
    Disponible
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  • John arrastraba la enorme bolsa amarilla por el suelo del almacén, el plástico crujía con cada paso. Dentro, los documentos manchados, una grabadora aún parpadeando en rojo, sobres con nombres falsos y carpetas que olían a secretos viejos. Era el tipo de carga que hablaba más que los cadáveres.

    —Si recojo y me encargo también de estas tonterías… saben que es triple de precio —gruñó, lanzando la bolsa en la parte trasera de su camioneta oxidada.

    Miró a su alrededor, asegurándose de que nadie lo viera. Solo las sombras del callejón lo acompañaban, y el farol intermitente que parecía a punto de morir. Se frotó la nuca y dejó escapar una risa baja, más cansada que molesta.

    La verdad, aunque se quejaba, le gustaba cuando los encargos venían con *extras*. Siempre significaban que alguien estaba desesperado, y la desesperación pagaba bien. Mejor aún si el cliente quería olvidar que esas pruebas alguna vez existieron.

    Cerró la puerta de un golpe y encendió un cigarrillo.

    —Ojalá todos fueran tan descuidados… —murmuró, mientras el humo se mezclaba con el aroma a cloro y sangre aún impregnado en su ropa.

    Puso la camioneta en marcha. Esta noche, el peligro tenía precio. Y él ya sabía cuánto cobrar.
    John arrastraba la enorme bolsa amarilla por el suelo del almacén, el plástico crujía con cada paso. Dentro, los documentos manchados, una grabadora aún parpadeando en rojo, sobres con nombres falsos y carpetas que olían a secretos viejos. Era el tipo de carga que hablaba más que los cadáveres. —Si recojo y me encargo también de estas tonterías… saben que es triple de precio —gruñó, lanzando la bolsa en la parte trasera de su camioneta oxidada. Miró a su alrededor, asegurándose de que nadie lo viera. Solo las sombras del callejón lo acompañaban, y el farol intermitente que parecía a punto de morir. Se frotó la nuca y dejó escapar una risa baja, más cansada que molesta. La verdad, aunque se quejaba, le gustaba cuando los encargos venían con *extras*. Siempre significaban que alguien estaba desesperado, y la desesperación pagaba bien. Mejor aún si el cliente quería olvidar que esas pruebas alguna vez existieron. Cerró la puerta de un golpe y encendió un cigarrillo. —Ojalá todos fueran tan descuidados… —murmuró, mientras el humo se mezclaba con el aroma a cloro y sangre aún impregnado en su ropa. Puso la camioneta en marcha. Esta noche, el peligro tenía precio. Y él ya sabía cuánto cobrar.
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    Tenlo en cuenta al responder.
    —Ha sido difícil para todos nosotros, Tony, por eso es que necesitamos estar...

    —¿Juntos?—Tony bufó, interrumpiendo la frase de la rubia con un toque irónico que la hizo callarse al instante—. He vivido lo suficiente como para saber que no necesito clases de moralidad de una paleta descongelada de cien años—él se puso de pie, puntualizando en el tono tajante al hablar.

    Dio un par de pasos hacia ella, tambaleándose mientras arrancaba la vía intravenosa que Banner le había colocado en el antebrazo un rato antes.

    —Mucho menos cuando esa eres tú, Rogers.

    Una corriente de incomodidad atravesó a Stephanie desde los pies a la cabeza, dejándola inmovilizada, clavada al lugar en el que estaba parada. Sus pupilas viajaron a través de toda la habitación, sobre los rostros de todos sus compañeros que prestaban atención a la discusión, a Pepper que lucía igual de incómoda que ella pero permanecía a una distancia prudente, protegida tras Rhodes. El enojo podía verse en los ojos castaños de Tony, en la expresión tensa sobre sus facciones cansadas.

    Inhaló con fuerza, sabiendo que cualquier palabra que dijera provocaría que el hombre explotara. Había imaginado cientos de veces cómo sería la reacción de sus pares al revelar la relación que mantenían, las promesas que se habían hecho; lo había imaginado incluso después de que se separaran, cuando ella se volvió una fugitiva para la nación por la que se había sacrificado. Nada se parecía a ese panorama, pero allí estaban, a tan solo un gesto de que todo saliera a la luz.

    —¿No tienes nada para decirme, uhm?—la rubia lo miró a los ojos, conmocionada, sofocada por la cercanía del hombre. Tony arqueó una ceja, burlesco.

    —Sé que estás enojado—tragó saliva; la voz le sonaba rasposa—. Pero este no es 𝘦𝘴𝘦 momento. Necesito...

    —Yo te necesitaba a ti. Te necesitaba a mi lado hace dos años—su murmullo fue desgarrador, cargado de rencor y tristeza—. Rompiste el equipo. Me abandonaste. Ibas a casarte conmigo mientras me engañabas.

    —Yo no...

    —¡No me refiero a que te acostaras con él! —gritó, y la sujetó de los hombros, empujándola contra la pared.

    Rhodes dio un paso al frente, pero se detuvo al ver la mano de Stephanie alzarse para frenarlo.

    —Incluso eso lo habría preferido —continuó Tony—. Hubiera preferido que te acostaras con Barnes antes que ocultarme lo que él le hizo a mis padres.

    » No me importa lo que necesites —sus ojos brillaban con lágrimas que no terminaban de caer—. Porque yo no tengo nada para ti. No tengo coordenadas, ni tácticas, ni planes. Ni confianza en ti, mentirosa.

    Apenas terminó de hablar, retrocedió dos pasos, jadeando como si el aire lo abandonara. Las manos que antes la sujetaban se deslizaron y cayeron. Stephanie estiró los brazos para sostenerlo, pero él apenas reaccionó; le dio un manotazo débil antes de desvanecerse.

    Ella lo atrapó por las axilas antes de que tocara el suelo. No dijo nada. No se movió.

    Pepper se acercó junto con Rhodes para ayudar a trasladarlo. Bruce los siguió. Y entonces Stephanie sintió la mirada de Pepper, un reproche silencioso clavándose en su conciencia.

    Se quedó allí, congelada contra la pared. Las lágrimas se acumularon en sus ojos azules. Todo su cuerpo se aflojó, como si el dolor en su pecho hubiera vencido cada músculo. La culpa con la que creía saber vivir creció de golpe, expandiéndose con una fuerza brutal. Los recuerdos ardieron en su memoria, regresando como llamas: todos los "¿y si...?" que se había preguntado mil veces, regresando a devorarla.

    Quiso ignorar todo. Solo una cosa más en esa realidad insoportable. Y entonces corrió. Sin rumbo, sin detenerse, hasta que la noche se desvaneció y el amanecer volvió.

    Solo cuando sintió el agotamiento, regresó a su habitación. Los músculos le dolían, el cuerpo sudado le pesaba. Se dejó caer sobre la alfombra... y durmió.

    En su sueño, los ojos de Tony la perseguían, cargados de traición. Y junto a ellos, el vacío. El recuerdo de Bucky desintegrándose frente a sus ojos. Y ella, una vez más, sin poder hacer nada.
    —Ha sido difícil para todos nosotros, Tony, por eso es que necesitamos estar... —¿Juntos?—Tony bufó, interrumpiendo la frase de la rubia con un toque irónico que la hizo callarse al instante—. He vivido lo suficiente como para saber que no necesito clases de moralidad de una paleta descongelada de cien años—él se puso de pie, puntualizando en el tono tajante al hablar. Dio un par de pasos hacia ella, tambaleándose mientras arrancaba la vía intravenosa que Banner le había colocado en el antebrazo un rato antes. —Mucho menos cuando esa eres tú, Rogers. Una corriente de incomodidad atravesó a Stephanie desde los pies a la cabeza, dejándola inmovilizada, clavada al lugar en el que estaba parada. Sus pupilas viajaron a través de toda la habitación, sobre los rostros de todos sus compañeros que prestaban atención a la discusión, a Pepper que lucía igual de incómoda que ella pero permanecía a una distancia prudente, protegida tras Rhodes. El enojo podía verse en los ojos castaños de Tony, en la expresión tensa sobre sus facciones cansadas. Inhaló con fuerza, sabiendo que cualquier palabra que dijera provocaría que el hombre explotara. Había imaginado cientos de veces cómo sería la reacción de sus pares al revelar la relación que mantenían, las promesas que se habían hecho; lo había imaginado incluso después de que se separaran, cuando ella se volvió una fugitiva para la nación por la que se había sacrificado. Nada se parecía a ese panorama, pero allí estaban, a tan solo un gesto de que todo saliera a la luz. —¿No tienes nada para decirme, uhm?—la rubia lo miró a los ojos, conmocionada, sofocada por la cercanía del hombre. Tony arqueó una ceja, burlesco. —Sé que estás enojado—tragó saliva; la voz le sonaba rasposa—. Pero este no es 𝘦𝘴𝘦 momento. Necesito... —Yo te necesitaba a ti. Te necesitaba a mi lado hace dos años—su murmullo fue desgarrador, cargado de rencor y tristeza—. Rompiste el equipo. Me abandonaste. Ibas a casarte conmigo mientras me engañabas. —Yo no... —¡No me refiero a que te acostaras con él! —gritó, y la sujetó de los hombros, empujándola contra la pared. Rhodes dio un paso al frente, pero se detuvo al ver la mano de Stephanie alzarse para frenarlo. —Incluso eso lo habría preferido —continuó Tony—. Hubiera preferido que te acostaras con Barnes antes que ocultarme lo que él le hizo a mis padres. » No me importa lo que necesites —sus ojos brillaban con lágrimas que no terminaban de caer—. Porque yo no tengo nada para ti. No tengo coordenadas, ni tácticas, ni planes. Ni confianza en ti, mentirosa. Apenas terminó de hablar, retrocedió dos pasos, jadeando como si el aire lo abandonara. Las manos que antes la sujetaban se deslizaron y cayeron. Stephanie estiró los brazos para sostenerlo, pero él apenas reaccionó; le dio un manotazo débil antes de desvanecerse. Ella lo atrapó por las axilas antes de que tocara el suelo. No dijo nada. No se movió. Pepper se acercó junto con Rhodes para ayudar a trasladarlo. Bruce los siguió. Y entonces Stephanie sintió la mirada de Pepper, un reproche silencioso clavándose en su conciencia. Se quedó allí, congelada contra la pared. Las lágrimas se acumularon en sus ojos azules. Todo su cuerpo se aflojó, como si el dolor en su pecho hubiera vencido cada músculo. La culpa con la que creía saber vivir creció de golpe, expandiéndose con una fuerza brutal. Los recuerdos ardieron en su memoria, regresando como llamas: todos los "¿y si...?" que se había preguntado mil veces, regresando a devorarla. Quiso ignorar todo. Solo una cosa más en esa realidad insoportable. Y entonces corrió. Sin rumbo, sin detenerse, hasta que la noche se desvaneció y el amanecer volvió. Solo cuando sintió el agotamiento, regresó a su habitación. Los músculos le dolían, el cuerpo sudado le pesaba. Se dejó caer sobre la alfombra... y durmió. En su sueño, los ojos de Tony la perseguían, cargados de traición. Y junto a ellos, el vacío. El recuerdo de Bucky desintegrándose frente a sus ojos. Y ella, una vez más, sin poder hacer nada.
    Me entristece
    Me shockea
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