El aire salado le llenó los pulmones antes incluso de que sus pies tocaran la arena húmeda. Era temprano, tanto que el sol apenas había empezado a teñir el horizonte con esos tonos anaranjados que parecían sacados de una postal. Poppy respiró hondo, ajustó los auriculares en sus oídos —aunque apenas había música, solo el sonido lejano del mar mezclado con su propia respiración— y echó a correr.
La playa estaba desierta, salvo por alguna gaviota rezagada y las huellas que ella misma dejaba atrás. El mundo parecía suspendido en esa calma viscosa del amanecer. Cada zancada la alejaba un poco de la casa, de las sábanas revueltas, del calor tibio de Dean aún dormido, de ese remanso de paz que le era tan extraño como adictivo.
Correr le ayudaba a ordenar los pensamientos, aunque ese día ni siquiera sabía por dónde empezar. A veces se preguntaba si merecía aquellos días de calma, si era justo sentir algo parecido a la felicidad mientras el mundo allá fuera seguía siendo un lugar tan roto. Pero luego recordaba las manos de Dean en su espalda, su voz ronca diciéndole "duerme un poco más", y algo dentro de ella se aflojaba.
Miró al mar. Las olas rompían contra la orilla con una cadencia casi hipnótica. Por un segundo, pensó en detenerse, en dejarse caer sobre la arena y no moverse más. Pero siguió corriendo, como si en cada paso pudiera convencer a su corazón de que, por una vez, todo estaba bien.
La playa estaba desierta, salvo por alguna gaviota rezagada y las huellas que ella misma dejaba atrás. El mundo parecía suspendido en esa calma viscosa del amanecer. Cada zancada la alejaba un poco de la casa, de las sábanas revueltas, del calor tibio de Dean aún dormido, de ese remanso de paz que le era tan extraño como adictivo.
Correr le ayudaba a ordenar los pensamientos, aunque ese día ni siquiera sabía por dónde empezar. A veces se preguntaba si merecía aquellos días de calma, si era justo sentir algo parecido a la felicidad mientras el mundo allá fuera seguía siendo un lugar tan roto. Pero luego recordaba las manos de Dean en su espalda, su voz ronca diciéndole "duerme un poco más", y algo dentro de ella se aflojaba.
Miró al mar. Las olas rompían contra la orilla con una cadencia casi hipnótica. Por un segundo, pensó en detenerse, en dejarse caer sobre la arena y no moverse más. Pero siguió corriendo, como si en cada paso pudiera convencer a su corazón de que, por una vez, todo estaba bien.
El aire salado le llenó los pulmones antes incluso de que sus pies tocaran la arena húmeda. Era temprano, tanto que el sol apenas había empezado a teñir el horizonte con esos tonos anaranjados que parecían sacados de una postal. Poppy respiró hondo, ajustó los auriculares en sus oídos —aunque apenas había música, solo el sonido lejano del mar mezclado con su propia respiración— y echó a correr.
La playa estaba desierta, salvo por alguna gaviota rezagada y las huellas que ella misma dejaba atrás. El mundo parecía suspendido en esa calma viscosa del amanecer. Cada zancada la alejaba un poco de la casa, de las sábanas revueltas, del calor tibio de Dean aún dormido, de ese remanso de paz que le era tan extraño como adictivo.
Correr le ayudaba a ordenar los pensamientos, aunque ese día ni siquiera sabía por dónde empezar. A veces se preguntaba si merecía aquellos días de calma, si era justo sentir algo parecido a la felicidad mientras el mundo allá fuera seguía siendo un lugar tan roto. Pero luego recordaba las manos de Dean en su espalda, su voz ronca diciéndole "duerme un poco más", y algo dentro de ella se aflojaba.
Miró al mar. Las olas rompían contra la orilla con una cadencia casi hipnótica. Por un segundo, pensó en detenerse, en dejarse caer sobre la arena y no moverse más. Pero siguió corriendo, como si en cada paso pudiera convencer a su corazón de que, por una vez, todo estaba bien.
