• [ 𝑴𝒆 𝒅𝒆𝒎𝒐𝒔𝒕𝒓𝒂𝒔𝒕𝒆 𝒄𝒐𝒎𝒐 𝒆𝒓𝒂 𝒆𝒍 𝒄𝒊𝒆𝒍𝒐, 𝒂𝒉𝒐𝒓𝒂 𝒅é𝒋𝒂𝒎𝒆 𝒍𝒍𝒆𝒗𝒂𝒓𝒕𝒆 𝒂 𝒎𝒊 𝒊𝒏𝒇𝒊𝒆𝒓𝒏𝒐 — 𝐁𝐄𝐋𝐋𝐀 𝐂𝐈𝐀𝐎. | 𝟎𝟎 ]





    Mucho antes de nacer, su vida había dejado de pertenecerle. El destino del hombre que sería estaba escrito, marcado en su piel como un animal antes incluso de respirar, antes de que pudiera si quiera abrir los ojos.

    A los veinte años, su padre terminó de forjarlo. Aquella maldita bestia sin alma.
    La más mínima molestia desaparecía de su camino con la facilidad de un suspiro. No había pena, no existía culpa; la vida ajena no valía nada. Eran sacos de carne desechables, basura humana. Y él había aprendido a tratarlos así.

    Se rodeaba únicamente de perros amaestrados, piezas útiles que podía controlar a voluntad. El resto no merecía ni una mirada. Nadie osaba cuestionarlo, ni siquiera dentro de su propia familia, porque quien lo hacía estaba condenado al mismo infierno que él sabía construir con sus propias manos. Matar dejó de ser un acto aislado: se volvió rutina. Un hábito tedioso, otro labor más de su existencia.

    Ese brillo en los ojos, esa arrogancia cruel, no eran rasgos humanos. La manipulación, el engaño, la máscara de caballerosidad que lo hacía parecer inofensivo, todo estaba incrustado en su carne y en sus huesos. Sostener cabezas aún calientes, con la sangre escurriéndose entre sus dedos, se volvió casi natural. No podía ser de otra forma: había sido moldeado para ello, convertido en un arma desde el primer día. El primogénito de los Di Conti. Ese era su mundo, su condena.

    Nunca soñó con felicidad, ni con ternura, ni con misericordia. Esos conceptos no existían en su diccionario. Solo había un hueco, un vacío incapaz de llenarse. Un muñeco sin alma, un instrumento de obediencia. Incluso al renunciar al apellido, incluso al huir y forjarse un nuevo nombre, la redención nunca llegó. Solo encontró nuevas máscaras, nuevas culpas, nuevas sombras que lo siguieron siempre. Y en esa huida arrastró a todos los que se acercaron demasiado: Rubí, Kiev… nadie escapó limpio de su mancha, mucho menos ahora Vanya.

    Pero algo cambió. Algo que jamás esperaba.
    La muerte llegó para reclamarlo y, aun así, no lo aceptó. Fue condenado de otra manera ¿Qué tan maldito debía estar para que incluso la muerte lo negara?

    Entonces lo sintió. Por primera vez. La conciencia. Ese peso en el pecho que ardía y quemaba como un fuego lento. Lo odiaba. Sentir era debilidad. Pero en las noches la pregunta volvía, implacable, como un cuchillo girando en lo hondo. Durante el último año había probado emociones que lo desgarraban y lo embriagaban a la vez volviéndose casi adicto a sentirlo de varias formas. Había sentido, aunque fuese por segundos, algo parecido a la vida. Algo parecido a ser humano.

    ¿Podía ser feliz? ¿Podía robarle a su condena un instante de paz, aunque efímero?

    No era un santo ni lo sería jamás, lo sabía. Pero esos ojos… esos malditos ojos no veían al monstruo. Lo miraban con ternura, con esperanza, como si aún hubiese algo digno de salvarse. Y eso dolía. Dolía más que cualquier bala, más que cualquier herida. Porque en el fondo temía que lo que más odiaba fuese, justamente, la posibilidad de que todavía quedara un hombre debajo de toda esa sangre.



    [ ... ]


    𝐔𝐧𝐚 𝐦𝐚𝐭𝐭𝐢𝐧𝐚 𝐦𝐢 𝐬𝐨𝐧' 𝐬𝐯𝐞𝐠𝐥𝐢𝐚𝐭𝐨…

    Fue una de esas mañanas en que el sol se empeñó en iluminar incluso lo que uno preferiría mantener en la sombra. La claridad entró sin permiso, molestándole los párpados hasta obligarlo a cubrirse el rostro con la mano. Sus ojos dorados se abrieron con desgano; Ryan solía levantarse sin problemas, pero esa vez no había dormido bien por los últimos informes que había recibido sobre la situación del ruso y la próxima reunión que esperaba que calmará todo. De igual manera, la cita que tenía lo valía todo.

    𝐎𝐡 𝐛𝐞𝐥𝐥𝐚 𝐜𝐢𝐚𝐨, 𝐛𝐞𝐥𝐥𝐚 𝐜𝐢𝐚𝐨, 𝐛𝐞𝐥𝐥𝐚 𝐜𝐢𝐚𝐨, 𝐜𝐢𝐚𝐨, 𝐜𝐢𝐚𝐨…

    Guardaba en secreto lo más frágil y lo más peligroso que tenía: ella. Una leona que había logrado colarse en su cabeza, rompiendo poco a poco la dureza que siempre lo había acompañado. No supo en qué momento pasó, solo sabía que entre salidas, miradas cómplices, sonrisas robadas y esa forma en que lo miraba, terminó desarmado frente a ella.

    𝐔𝐧𝐚 𝐦𝐚𝐭𝐭𝐢𝐧𝐚 𝐦𝐢 𝐬𝐨𝐧' 𝐬𝐯𝐞𝐠𝐥𝐢𝐚𝐭𝐨… 𝐞 𝐡𝐨 𝐭𝐫𝐨𝐯𝐚𝐭𝐨 𝐥’𝐢𝐧𝐯𝐚𝐬𝐨𝐫.

    En su teléfono aún guardaba una foto, la prueba de que no lo había soñado. Una imagen capaz de arrancarle una sonrisa incluso en medio de la sangre y los informes de la guerra contra el ruso. Cada domingo, cada instante, cada recuerdo: ahí estaba ella.

    Ese día, al terminar de abotonarse la camisa, sus hombros tensos parecieron ceder un poco. El punto de encuentro era una plaza tranquila, casi inocente. No faltaron las bromas, las miradas que quemaban bajo la piel, ni ese beso robado que un niño interrumpió al pasar cerca.

    𝐎 𝐩𝐚𝐫𝐭𝐢𝐠𝐢𝐚𝐧𝐨, 𝐩𝐨𝐫𝐭𝐚𝐦𝐢 𝐯𝐢𝐚… 𝐨𝐡 𝐛𝐞𝐥𝐥𝐚 𝐜𝐢𝐚𝐨, 𝐛𝐞𝐥𝐥𝐚 𝐜𝐢𝐚𝐨…

    El viaje en auto los llevó a un sitio apartado, demasiado silencioso. La calma parecía tan perfecta que resultaba sospechosa. Ella sonreía, pero en sus ojos había un nerviosismo imposible de ocultar. Bastó el crujido de una rama para romper la paz, y el silencio se volvió pesado, casi insoportable, con esa presencia invisible de enemigos que siempre parecían acecharlo.

    𝐎 𝐩𝐚𝐫𝐭𝐢𝐠𝐢𝐚𝐧𝐨, 𝐩𝐨𝐫𝐭𝐚𝐦𝐢 𝐯𝐢𝐚… ché 𝐦𝐢 𝐬𝐞𝐧𝐭𝐨 𝐝𝐢 𝐦𝐨𝐫𝐢𝐫.

    La distancia se hizo enorme en un segundo. Un instante la tenía en sus brazos y al siguiente estaba más cerca del enemigo que de él. Buscó su mirada, queriendo encontrar miedo o desconcierto en ella, pero en su lugar apareció la puntería de varias armas. Los hombres armados lo obligaron a retroceder, a mantenerse lejos. Lo que más lo golpeó no fue el arma, sino verla sin sorpresa en el rostro, como si lo hubiera sabido desde antes. Entonces escuchó la voz de su primo, dulce y venenosa, confirmando lo que ya intuía: una traición. Y las palabras de ella terminaron por firmar su condena.

    Intentó reaccionar, pero fue tarde.

    La primera bala le atravesó el pecho con un estallido seco, directo al ventrículo izquierdo. El golpe lo hizo arquearse hacia atrás, el aire se le escapó de golpe en un jadeo áspero y metálico. Sintió el corazón estallar dentro de su caja torácica, cada latido convertido en un espasmo inútil que expulsaba sangre a borbotones. La camisa blanca se manchó de inmediato, tiñéndose en rojo oscuro mientras sus dedos temblorosos intentaban cubrir la herida, inútilmente. El dolor no era solo físico; era como si lo hubieran arrancado de raíz, como si su propia vida se desangrara en cuestión de segundos.

    Apenas logró inhalar, el segundo disparo llegó. La bala le atravesó el cráneo con un estruendo sordo, despojándolo del mundo en un destello blanco. Por un instante lo invadió un zumbido absoluto, como si el universo entero se partiera en dos, y después vino la nada: helada e impecable.

    Y la última figura que alcanzó a ver, justo antes de que todo se apagara, fue la de ella.


    ❝ - 𝑨𝒚𝒍𝒂 ❞


    El cuerpo del italiano se desplomó con un golpe sordo contra la hierba húmeda. El silencio que siguió fue más cruel que el propio disparo, como si el mundo entero contuviera el aliento para contemplar su caída.

    La sangre brotó al principio en un hilo fino, tímido… pero pronto se desbordó, oscura y espesa, extendiéndose sobre el césped como un manto carmesí. El contraste con el verde fresco resultaba casi obsceno, un cuadro grotesco pintado por la muerte misma.


    ❝ - ¿𝑷𝒖𝒆𝒅𝒆𝒔 𝒑𝒓𝒐𝒎𝒆𝒕𝒆𝒓𝒎𝒆 𝒏𝒖𝒏𝒄𝒂 𝒕𝒓𝒂𝒊𝒄𝒊𝒐𝒏𝒂𝒓𝒎𝒆? ❞


    La camisa blanca, elegida aquella mañana, se tiñó lentamente, manchándose de rojo como si la tela hubiera esperado ese destino desde siempre. Cada pliegue, cada costura, absorbía la sangre hasta volverse una segunda piel marcada por la violencia.

    El aire olía a hierro. Y mientras los segundos se alargaban, la quietud del cadáver se volvía más aterradora que el estruendo de la bala que lo había derribado.


    ❝ - 𝑷𝒐𝒓𝒒𝒖𝒆 𝒔𝒊 𝒍𝒐 𝒉𝒂𝒄𝒆𝒔... ❞


    Los ojos quedaron abiertos, vacíos, mirando hacia ninguna parte. El brillo que alguna vez desafiaba al mundo entero se había apagado para siempre. El pecho, inmóvil, sin señal de vida. Una respiración que nunca volvió.


    ❝ - 𝑴𝒆 𝒅𝒐𝒍𝒆𝒓í𝒂...❞


    La canasta del picnic rodó hasta volcarse, derramando pan, frutas y vino sobre la tierra como una ofrenda rota a los dioses crueles del destino. El líquido carmesí se mezcló con la sangre en el suelo, confundiendo vida y muerte en una misma mancha.

    A un costado, los lentes de sol yacían olvidados, inútiles, como si aún pretendieran protegerlo de un sol que ya no podía ver.

    —Está muerto —anunció uno de los hombres, la voz áspera, definitiva. Había rodeado a ambos junto con los demás, y al tocar el cuello de Ryan no encontró pulso alguno..


    ❝ - 𝑴𝒆 𝒅𝒐𝒍𝒆𝒓í𝒂 𝒕𝒆𝒏𝒆𝒓 𝒒𝒖𝒆 𝒎𝒂𝒕𝒂𝒓𝒕𝒆.❞


    Pero entonces, una mano emergió de la hierba ensangrentada y detuvo el movimiento de aquel hombre antes de que pensaran en irse, un agarre firme, con un peso que desafiaba el mismo silencio que habia reinado el lugar.


    — ¿A dónde vas, hijo de puta? — gruñó una voz familiar, rota por el dolor pero mezclada con rabia. Ryan miro a este hombre antes de jalarlo hacia el, escasos centímetros antes de tomar su cuello y romperlo.
    [ 𝑴𝒆 𝒅𝒆𝒎𝒐𝒔𝒕𝒓𝒂𝒔𝒕𝒆 𝒄𝒐𝒎𝒐 𝒆𝒓𝒂 𝒆𝒍 𝒄𝒊𝒆𝒍𝒐, 𝒂𝒉𝒐𝒓𝒂 𝒅é𝒋𝒂𝒎𝒆 𝒍𝒍𝒆𝒗𝒂𝒓𝒕𝒆 𝒂 𝒎𝒊 𝒊𝒏𝒇𝒊𝒆𝒓𝒏𝒐 — 𝐁𝐄𝐋𝐋𝐀 𝐂𝐈𝐀𝐎. | 𝟎𝟎 ] Mucho antes de nacer, su vida había dejado de pertenecerle. El destino del hombre que sería estaba escrito, marcado en su piel como un animal antes incluso de respirar, antes de que pudiera si quiera abrir los ojos. A los veinte años, su padre terminó de forjarlo. Aquella maldita bestia sin alma. La más mínima molestia desaparecía de su camino con la facilidad de un suspiro. No había pena, no existía culpa; la vida ajena no valía nada. Eran sacos de carne desechables, basura humana. Y él había aprendido a tratarlos así. Se rodeaba únicamente de perros amaestrados, piezas útiles que podía controlar a voluntad. El resto no merecía ni una mirada. Nadie osaba cuestionarlo, ni siquiera dentro de su propia familia, porque quien lo hacía estaba condenado al mismo infierno que él sabía construir con sus propias manos. Matar dejó de ser un acto aislado: se volvió rutina. Un hábito tedioso, otro labor más de su existencia. Ese brillo en los ojos, esa arrogancia cruel, no eran rasgos humanos. La manipulación, el engaño, la máscara de caballerosidad que lo hacía parecer inofensivo, todo estaba incrustado en su carne y en sus huesos. Sostener cabezas aún calientes, con la sangre escurriéndose entre sus dedos, se volvió casi natural. No podía ser de otra forma: había sido moldeado para ello, convertido en un arma desde el primer día. El primogénito de los Di Conti. Ese era su mundo, su condena. Nunca soñó con felicidad, ni con ternura, ni con misericordia. Esos conceptos no existían en su diccionario. Solo había un hueco, un vacío incapaz de llenarse. Un muñeco sin alma, un instrumento de obediencia. Incluso al renunciar al apellido, incluso al huir y forjarse un nuevo nombre, la redención nunca llegó. Solo encontró nuevas máscaras, nuevas culpas, nuevas sombras que lo siguieron siempre. Y en esa huida arrastró a todos los que se acercaron demasiado: Rubí, Kiev… nadie escapó limpio de su mancha, mucho menos ahora Vanya. Pero algo cambió. Algo que jamás esperaba. La muerte llegó para reclamarlo y, aun así, no lo aceptó. Fue condenado de otra manera ¿Qué tan maldito debía estar para que incluso la muerte lo negara? Entonces lo sintió. Por primera vez. La conciencia. Ese peso en el pecho que ardía y quemaba como un fuego lento. Lo odiaba. Sentir era debilidad. Pero en las noches la pregunta volvía, implacable, como un cuchillo girando en lo hondo. Durante el último año había probado emociones que lo desgarraban y lo embriagaban a la vez volviéndose casi adicto a sentirlo de varias formas. Había sentido, aunque fuese por segundos, algo parecido a la vida. Algo parecido a ser humano. ¿Podía ser feliz? ¿Podía robarle a su condena un instante de paz, aunque efímero? No era un santo ni lo sería jamás, lo sabía. Pero esos ojos… esos malditos ojos no veían al monstruo. Lo miraban con ternura, con esperanza, como si aún hubiese algo digno de salvarse. Y eso dolía. Dolía más que cualquier bala, más que cualquier herida. Porque en el fondo temía que lo que más odiaba fuese, justamente, la posibilidad de que todavía quedara un hombre debajo de toda esa sangre. [ ... ] 𝐔𝐧𝐚 𝐦𝐚𝐭𝐭𝐢𝐧𝐚 𝐦𝐢 𝐬𝐨𝐧' 𝐬𝐯𝐞𝐠𝐥𝐢𝐚𝐭𝐨… Fue una de esas mañanas en que el sol se empeñó en iluminar incluso lo que uno preferiría mantener en la sombra. La claridad entró sin permiso, molestándole los párpados hasta obligarlo a cubrirse el rostro con la mano. Sus ojos dorados se abrieron con desgano; Ryan solía levantarse sin problemas, pero esa vez no había dormido bien por los últimos informes que había recibido sobre la situación del ruso y la próxima reunión que esperaba que calmará todo. De igual manera, la cita que tenía lo valía todo. 𝐎𝐡 𝐛𝐞𝐥𝐥𝐚 𝐜𝐢𝐚𝐨, 𝐛𝐞𝐥𝐥𝐚 𝐜𝐢𝐚𝐨, 𝐛𝐞𝐥𝐥𝐚 𝐜𝐢𝐚𝐨, 𝐜𝐢𝐚𝐨, 𝐜𝐢𝐚𝐨… Guardaba en secreto lo más frágil y lo más peligroso que tenía: ella. Una leona que había logrado colarse en su cabeza, rompiendo poco a poco la dureza que siempre lo había acompañado. No supo en qué momento pasó, solo sabía que entre salidas, miradas cómplices, sonrisas robadas y esa forma en que lo miraba, terminó desarmado frente a ella. 𝐔𝐧𝐚 𝐦𝐚𝐭𝐭𝐢𝐧𝐚 𝐦𝐢 𝐬𝐨𝐧' 𝐬𝐯𝐞𝐠𝐥𝐢𝐚𝐭𝐨… 𝐞 𝐡𝐨 𝐭𝐫𝐨𝐯𝐚𝐭𝐨 𝐥’𝐢𝐧𝐯𝐚𝐬𝐨𝐫. En su teléfono aún guardaba una foto, la prueba de que no lo había soñado. Una imagen capaz de arrancarle una sonrisa incluso en medio de la sangre y los informes de la guerra contra el ruso. Cada domingo, cada instante, cada recuerdo: ahí estaba ella. Ese día, al terminar de abotonarse la camisa, sus hombros tensos parecieron ceder un poco. El punto de encuentro era una plaza tranquila, casi inocente. No faltaron las bromas, las miradas que quemaban bajo la piel, ni ese beso robado que un niño interrumpió al pasar cerca. 𝐎 𝐩𝐚𝐫𝐭𝐢𝐠𝐢𝐚𝐧𝐨, 𝐩𝐨𝐫𝐭𝐚𝐦𝐢 𝐯𝐢𝐚… 𝐨𝐡 𝐛𝐞𝐥𝐥𝐚 𝐜𝐢𝐚𝐨, 𝐛𝐞𝐥𝐥𝐚 𝐜𝐢𝐚𝐨… El viaje en auto los llevó a un sitio apartado, demasiado silencioso. La calma parecía tan perfecta que resultaba sospechosa. Ella sonreía, pero en sus ojos había un nerviosismo imposible de ocultar. Bastó el crujido de una rama para romper la paz, y el silencio se volvió pesado, casi insoportable, con esa presencia invisible de enemigos que siempre parecían acecharlo. 𝐎 𝐩𝐚𝐫𝐭𝐢𝐠𝐢𝐚𝐧𝐨, 𝐩𝐨𝐫𝐭𝐚𝐦𝐢 𝐯𝐢𝐚… ché 𝐦𝐢 𝐬𝐞𝐧𝐭𝐨 𝐝𝐢 𝐦𝐨𝐫𝐢𝐫. La distancia se hizo enorme en un segundo. Un instante la tenía en sus brazos y al siguiente estaba más cerca del enemigo que de él. Buscó su mirada, queriendo encontrar miedo o desconcierto en ella, pero en su lugar apareció la puntería de varias armas. Los hombres armados lo obligaron a retroceder, a mantenerse lejos. Lo que más lo golpeó no fue el arma, sino verla sin sorpresa en el rostro, como si lo hubiera sabido desde antes. Entonces escuchó la voz de su primo, dulce y venenosa, confirmando lo que ya intuía: una traición. Y las palabras de ella terminaron por firmar su condena. Intentó reaccionar, pero fue tarde. La primera bala le atravesó el pecho con un estallido seco, directo al ventrículo izquierdo. El golpe lo hizo arquearse hacia atrás, el aire se le escapó de golpe en un jadeo áspero y metálico. Sintió el corazón estallar dentro de su caja torácica, cada latido convertido en un espasmo inútil que expulsaba sangre a borbotones. La camisa blanca se manchó de inmediato, tiñéndose en rojo oscuro mientras sus dedos temblorosos intentaban cubrir la herida, inútilmente. El dolor no era solo físico; era como si lo hubieran arrancado de raíz, como si su propia vida se desangrara en cuestión de segundos. Apenas logró inhalar, el segundo disparo llegó. La bala le atravesó el cráneo con un estruendo sordo, despojándolo del mundo en un destello blanco. Por un instante lo invadió un zumbido absoluto, como si el universo entero se partiera en dos, y después vino la nada: helada e impecable. Y la última figura que alcanzó a ver, justo antes de que todo se apagara, fue la de ella. ❝ - 𝑨𝒚𝒍𝒂 ❞ El cuerpo del italiano se desplomó con un golpe sordo contra la hierba húmeda. El silencio que siguió fue más cruel que el propio disparo, como si el mundo entero contuviera el aliento para contemplar su caída. La sangre brotó al principio en un hilo fino, tímido… pero pronto se desbordó, oscura y espesa, extendiéndose sobre el césped como un manto carmesí. El contraste con el verde fresco resultaba casi obsceno, un cuadro grotesco pintado por la muerte misma. ❝ - ¿𝑷𝒖𝒆𝒅𝒆𝒔 𝒑𝒓𝒐𝒎𝒆𝒕𝒆𝒓𝒎𝒆 𝒏𝒖𝒏𝒄𝒂 𝒕𝒓𝒂𝒊𝒄𝒊𝒐𝒏𝒂𝒓𝒎𝒆? ❞ La camisa blanca, elegida aquella mañana, se tiñó lentamente, manchándose de rojo como si la tela hubiera esperado ese destino desde siempre. Cada pliegue, cada costura, absorbía la sangre hasta volverse una segunda piel marcada por la violencia. El aire olía a hierro. Y mientras los segundos se alargaban, la quietud del cadáver se volvía más aterradora que el estruendo de la bala que lo había derribado. ❝ - 𝑷𝒐𝒓𝒒𝒖𝒆 𝒔𝒊 𝒍𝒐 𝒉𝒂𝒄𝒆𝒔... ❞ Los ojos quedaron abiertos, vacíos, mirando hacia ninguna parte. El brillo que alguna vez desafiaba al mundo entero se había apagado para siempre. El pecho, inmóvil, sin señal de vida. Una respiración que nunca volvió. ❝ - 𝑴𝒆 𝒅𝒐𝒍𝒆𝒓í𝒂...❞ La canasta del picnic rodó hasta volcarse, derramando pan, frutas y vino sobre la tierra como una ofrenda rota a los dioses crueles del destino. El líquido carmesí se mezcló con la sangre en el suelo, confundiendo vida y muerte en una misma mancha. A un costado, los lentes de sol yacían olvidados, inútiles, como si aún pretendieran protegerlo de un sol que ya no podía ver. —Está muerto —anunció uno de los hombres, la voz áspera, definitiva. Había rodeado a ambos junto con los demás, y al tocar el cuello de Ryan no encontró pulso alguno.. ❝ - 𝑴𝒆 𝒅𝒐𝒍𝒆𝒓í𝒂 𝒕𝒆𝒏𝒆𝒓 𝒒𝒖𝒆 𝒎𝒂𝒕𝒂𝒓𝒕𝒆.❞ Pero entonces, una mano emergió de la hierba ensangrentada y detuvo el movimiento de aquel hombre antes de que pensaran en irse, un agarre firme, con un peso que desafiaba el mismo silencio que habia reinado el lugar. — ¿A dónde vas, hijo de puta? — gruñó una voz familiar, rota por el dolor pero mezclada con rabia. Ryan miro a este hombre antes de jalarlo hacia el, escasos centímetros antes de tomar su cuello y romperlo.
    Me shockea
    Me entristece
    Me gusta
    Me encocora
    24
    5 turnos 0 maullidos
  • Esto se ha publicado como Out Of Character. Tenlo en cuenta al responder.
    Esto se ha publicado como Out Of Character.
    Tenlo en cuenta al responder.
    La Emperatriz de la Muerte vs La Reina Demonio
    Sasha Ishtar vs Seieki Yokin

    Escenario
    La nieve cae en un mundo desolado donde las estrellas se ocultan tras un cielo rojo carmesí. Un campo nevado, rodeado de ruinas antiguas cubiertas de escarcha, es testigo del choque de dos voluntades absolutas. Cada soplo del viento lleva el eco de antiguas batallas, pero ninguna tan decisiva como esta: la emperatriz contra la reina demonio.

    El Choque
    El silencio se rompe con un estallido de poder. Sasha Ishtar, con su aura dorada y celestial, ilumina el terreno con un resplandor que quema la oscuridad misma. Frente a ella, Seieki Yokin irradia un poder demoníaco que oscurece la nieve bajo sus pies, tiñéndola de sangre y fuego.

    Sus miradas se cruzan: una llena de firmeza imperial, la otra cargada de soberbia demoníaca.
    Cuando avanzan, el mundo parece quebrarse: hielo y fuego se mezclan, la tierra tiembla, y los cielos rugen.

    Habilidades de Sasha Ishtar – La Emperatriz Ishtar
    ⋆˙⟡ Corona de la Divinidad: Un aura sagrada que neutraliza la magia oscura y otorga energía a sus aliados.
    ⋆˙⟡ Juicio Celestial: Rayos de luz caen desde el cielo, precisos como lanzas divinas.
    ⋆˙⟡ Eterna Soberana: Capacidad de controlar el espacio en un área, ralentizando el tiempo alrededor suyo.
    ⋆˙⟡ Llama Blanca de Ishtar: Un fuego puro que consume no la carne, sino el alma, borrando toda corrupción.

    Habilidades de Seieki Yokin – La Reina Demonio
    ── .✦ Reina del Caos: Desata ondas de energía demoníaca que distorsionan la realidad.
    ── .✦ Garras de la Noche: Crea armas de sombra capaces de atravesar incluso la luz más fuerte.
    ── .✦ Dominio Carmesí: Convierte el terreno en un infierno sangriento donde su poder se multiplica.
    ── .✦ Pacto Infernal: Invoca bestias demoníacas como extensiones de su voluntad.

    El Desenlace
    La batalla se extiende, luz contra oscuridad, hielo contra fuego, con cada choque estremeciendo los cielos. La energía de Seieki parece imparable, una ola infinita de caos que amenaza con devorar el mundo. Pero en el momento decisivo, Sasha invoca la Llama Blanca de Ishtar, envolviendo a la Reina Demonio en un fuego que no destruye, sino que purifica.
    ⚔️ La Emperatriz de la Muerte vs La Reina Demonio ⚔️ Sasha Ishtar vs Seieki Yokin 🌌 Escenario La nieve cae en un mundo desolado donde las estrellas se ocultan tras un cielo rojo carmesí. Un campo nevado, rodeado de ruinas antiguas cubiertas de escarcha, es testigo del choque de dos voluntades absolutas. Cada soplo del viento lleva el eco de antiguas batallas, pero ninguna tan decisiva como esta: la emperatriz contra la reina demonio. 💥 El Choque El silencio se rompe con un estallido de poder. Sasha Ishtar, con su aura dorada y celestial, ilumina el terreno con un resplandor que quema la oscuridad misma. Frente a ella, Seieki Yokin irradia un poder demoníaco que oscurece la nieve bajo sus pies, tiñéndola de sangre y fuego. Sus miradas se cruzan: una llena de firmeza imperial, la otra cargada de soberbia demoníaca. Cuando avanzan, el mundo parece quebrarse: hielo y fuego se mezclan, la tierra tiembla, y los cielos rugen. 🌟 Habilidades de Sasha Ishtar – La Emperatriz Ishtar ⋆˙⟡ Corona de la Divinidad: Un aura sagrada que neutraliza la magia oscura y otorga energía a sus aliados. ⋆˙⟡ Juicio Celestial: Rayos de luz caen desde el cielo, precisos como lanzas divinas. ⋆˙⟡ Eterna Soberana: Capacidad de controlar el espacio en un área, ralentizando el tiempo alrededor suyo. ⋆˙⟡ Llama Blanca de Ishtar: Un fuego puro que consume no la carne, sino el alma, borrando toda corrupción. 🔥 Habilidades de Seieki Yokin – La Reina Demonio ── .✦ Reina del Caos: Desata ondas de energía demoníaca que distorsionan la realidad. ── .✦ Garras de la Noche: Crea armas de sombra capaces de atravesar incluso la luz más fuerte. ── .✦ Dominio Carmesí: Convierte el terreno en un infierno sangriento donde su poder se multiplica. ── .✦ Pacto Infernal: Invoca bestias demoníacas como extensiones de su voluntad. 👑 El Desenlace La batalla se extiende, luz contra oscuridad, hielo contra fuego, con cada choque estremeciendo los cielos. La energía de Seieki parece imparable, una ola infinita de caos que amenaza con devorar el mundo. Pero en el momento decisivo, Sasha invoca la Llama Blanca de Ishtar, envolviendo a la Reina Demonio en un fuego que no destruye, sino que purifica.
    Me gusta
    1
    1 comentario 1 compartido
  • 𝐉𝐀𝐍𝐄 𝐅𝐑𝐀𝐘
    𝐄𝐧 𝐥𝐚 𝐚𝐜𝐭𝐮𝐚𝐥𝐢𝐝𝐚𝐝

    Forzó una sonrisa, la más cálida que sus labios consiguieron dibujar. Jane Fray no se perdonaría si le arruinaba el viaje con una sonrisa amarga en el rostro, los ojos enrojecidos e hinchados como los de un sapo melancólico en su estanque solitario. Un nudo se le formó en el estómago.

    Para Lucie, la repentina noticia de la mudanza de su ciudad natal a una mucho más grande y lejana había sacudido los cimientos de la vida que había construido en Beak Valley. Sabía lo doloroso que le resultó a Lucie desprenderse de sus raíces, lo mejor que podía hacer era estar ahí: apoyarla, estar en el momento en que se despedía de la ciudad que la vio crecer. Despedirla en la estación con una sonrisa.

    Jane levantó la mano y la sacudió con energía hacia Lucie; la chica alegre de cabello negro cuya mitad del cuerpo se asomaba por la ventana del tren, el cual comenzaba a moverse perezoso por las vías. Un par de hojas secas se levantaron de la gravilla, remolinaron en aire cuando el tren desapreció a la distancia, llevándose no solo a su mejor amiga de la infancia, sino a quién también se convirtió en una hermana.

    El andén poco a poco comenzó a vaciarse, pero Jane permaneció inmóvil, conteniendo las emociones agridulces que la invadieron.

    No le gustaban las despedidas. Ni siquiera cuando se trataba de la interpretación de un papel. Representarlas le traía recuerdos y este, en particular, había removido algunas fibras sensibles en su interior. Por suerte para Jane y para Afro, el precioso Golden retriever que la acompañaba acudió a su recate; su héroe peludo le olisqueó las puntas de los dedos, dándole los ánimos suficientes para diluir esa sensación.

    Jane arqueó una ceja en su dirección y esbozó una amplia sonrisa.

    ────Este lugar no será lo mismo sin ella, ¿verdad?

    Jane se sentó en cuclillas, quedando a la altura del perrito. Este, sentándose sobre sus patas, ladeó la cabeza y la observó con curiosidad.

    ────¿Sabes qué es lo peor de las despedidas? Dentro de ti te sientes divido; una parte de ti desearía poder decir "quédate" y la otra sabe que llegó el momento de soltar… y, aun así, se alegra de ver cómo esa persona a la que quieres vuela y extiende sus alas. A pesar del hueco que deja su ausencia, aún quedan los recuerdos de los buenos momentos compartidos.

    La vez que ambas desafinamos en la obra de Navidad... o cuando una hizo el examen de la otra y, milagrosamente, sacamos una buena nota. Eso... siempre prevalecerá. Y esos son tesoros que nadie nos puede quitar.

    Jane rascó el cuello del animalito y esos ojitos alegres le contagiaron parte de su entusiasmo.

    ────¿Qué te parece si vamos a dar un último paseo antes de volver a casa?

    Él sacudió la colita de un lado al otro, a lo que Jane interpretó, era una clara señal contundente de aprobación.

    ────¡Buen chico! ──dijo, revolviendo con cariño sus largas orejas.

    No se movió en seguida, permaneció quieta en su sitio. Inspiró tranquila, dejando que el aire llenara su pecho. Unos segundos más… solo un poco más antes de…

    ────Corte. ¡Eso quedó fantástico! Vayamos a un descanso.

    Soltó un suspiro y Jane salió de ella. Regresó a la realidad, al andén rodeado de luces y cámaras, donde no existía Beak Valley, pero sí una estación de tren construida al lado de una cafetería con el mejor Pumpkin Spice Latte que había probado en su vida y que en temporada de otoño sacaban la famosa “Tarta Otoñal”, hecha de manzana roja y miel que siempre invitaba a los clientes a volver por una rebana.

    Ahora era Afro otra vez. Y el perrito, cuyo nombre real era Charlie y era un Golden retriever de lo más adorable, se acercó a ella para darle un cabezazo amistoso debajo de la barbilla, exigiendo mimitos y ella, por supuesto, no iba a negárselos. Afro rio, lo envolvió en un abrazo y hundió sus dedos en su suave pelaje dorado, mientras lo llenaba de cumplidos. Porque, claro, Charlie se los merecía todos.

    ────¿Quién es la verdadera super estrella del set? Pues tú, pues tú, claro que sí.

    ¿A qué no era el mejor actor de todo el set?

    Y entre mimos y cumplidos, la sonrisa en su rostro tenía un ligero sabor avinagrado. Una pequeña astilla había quedado incrustada en su pecho por lo que acababa de interpretar. No pertenecía a Jane, sino a ella.

    Era curioso… como actriz, contaba historias a través de sus gestos, sus palabras, el movimiento de su cuerpo. Pero, a veces, esas mismas historias revelaban pequeños fragmentos de su historia personal. Interpretar en el escenario no era solo actuar: también era exponerse bajo la luz critica de un reflector y revivir, sanar o incluso, abrir heridas que se creían olvidadas.

    Ese día, Jane Fray había sido su espejo: le mostró el reflejo de viejas despedidas en las que, curiosamente, ocupó un lugar similar a Jane quién veía partir a su propia “hermana elegida”. Y, aunque no lo dijera abiertamente en ese momento, Afro sabía que Jane tenía razón; a pesar de los huecos que dejaban despedirte de tus seres queridos, los recuerdos de lo compartido siempre estarían ahí y valen la pena ser atesorados.

    Ella recordaba a su familia de Dardania.
    𝐉𝐀𝐍𝐄 𝐅𝐑𝐀𝐘 🍃 𝐄𝐧 𝐥𝐚 𝐚𝐜𝐭𝐮𝐚𝐥𝐢𝐝𝐚𝐝 Forzó una sonrisa, la más cálida que sus labios consiguieron dibujar. Jane Fray no se perdonaría si le arruinaba el viaje con una sonrisa amarga en el rostro, los ojos enrojecidos e hinchados como los de un sapo melancólico en su estanque solitario. Un nudo se le formó en el estómago. Para Lucie, la repentina noticia de la mudanza de su ciudad natal a una mucho más grande y lejana había sacudido los cimientos de la vida que había construido en Beak Valley. Sabía lo doloroso que le resultó a Lucie desprenderse de sus raíces, lo mejor que podía hacer era estar ahí: apoyarla, estar en el momento en que se despedía de la ciudad que la vio crecer. Despedirla en la estación con una sonrisa. Jane levantó la mano y la sacudió con energía hacia Lucie; la chica alegre de cabello negro cuya mitad del cuerpo se asomaba por la ventana del tren, el cual comenzaba a moverse perezoso por las vías. Un par de hojas secas se levantaron de la gravilla, remolinaron en aire cuando el tren desapreció a la distancia, llevándose no solo a su mejor amiga de la infancia, sino a quién también se convirtió en una hermana. El andén poco a poco comenzó a vaciarse, pero Jane permaneció inmóvil, conteniendo las emociones agridulces que la invadieron. No le gustaban las despedidas. Ni siquiera cuando se trataba de la interpretación de un papel. Representarlas le traía recuerdos y este, en particular, había removido algunas fibras sensibles en su interior. Por suerte para Jane y para Afro, el precioso Golden retriever que la acompañaba acudió a su recate; su héroe peludo le olisqueó las puntas de los dedos, dándole los ánimos suficientes para diluir esa sensación. Jane arqueó una ceja en su dirección y esbozó una amplia sonrisa. ────Este lugar no será lo mismo sin ella, ¿verdad? Jane se sentó en cuclillas, quedando a la altura del perrito. Este, sentándose sobre sus patas, ladeó la cabeza y la observó con curiosidad. ────¿Sabes qué es lo peor de las despedidas? Dentro de ti te sientes divido; una parte de ti desearía poder decir "quédate" y la otra sabe que llegó el momento de soltar… y, aun así, se alegra de ver cómo esa persona a la que quieres vuela y extiende sus alas. A pesar del hueco que deja su ausencia, aún quedan los recuerdos de los buenos momentos compartidos. La vez que ambas desafinamos en la obra de Navidad... o cuando una hizo el examen de la otra y, milagrosamente, sacamos una buena nota. Eso... siempre prevalecerá. Y esos son tesoros que nadie nos puede quitar. Jane rascó el cuello del animalito y esos ojitos alegres le contagiaron parte de su entusiasmo. ────¿Qué te parece si vamos a dar un último paseo antes de volver a casa? Él sacudió la colita de un lado al otro, a lo que Jane interpretó, era una clara señal contundente de aprobación. ────¡Buen chico! ──dijo, revolviendo con cariño sus largas orejas. No se movió en seguida, permaneció quieta en su sitio. Inspiró tranquila, dejando que el aire llenara su pecho. Unos segundos más… solo un poco más antes de… ────Corte. ¡Eso quedó fantástico! Vayamos a un descanso. Soltó un suspiro y Jane salió de ella. Regresó a la realidad, al andén rodeado de luces y cámaras, donde no existía Beak Valley, pero sí una estación de tren construida al lado de una cafetería con el mejor Pumpkin Spice Latte que había probado en su vida y que en temporada de otoño sacaban la famosa “Tarta Otoñal”, hecha de manzana roja y miel que siempre invitaba a los clientes a volver por una rebana. Ahora era Afro otra vez. Y el perrito, cuyo nombre real era Charlie y era un Golden retriever de lo más adorable, se acercó a ella para darle un cabezazo amistoso debajo de la barbilla, exigiendo mimitos y ella, por supuesto, no iba a negárselos. Afro rio, lo envolvió en un abrazo y hundió sus dedos en su suave pelaje dorado, mientras lo llenaba de cumplidos. Porque, claro, Charlie se los merecía todos. ────¿Quién es la verdadera super estrella del set? Pues tú, pues tú, claro que sí. ¿A qué no era el mejor actor de todo el set? Y entre mimos y cumplidos, la sonrisa en su rostro tenía un ligero sabor avinagrado. Una pequeña astilla había quedado incrustada en su pecho por lo que acababa de interpretar. No pertenecía a Jane, sino a ella. Era curioso… como actriz, contaba historias a través de sus gestos, sus palabras, el movimiento de su cuerpo. Pero, a veces, esas mismas historias revelaban pequeños fragmentos de su historia personal. Interpretar en el escenario no era solo actuar: también era exponerse bajo la luz critica de un reflector y revivir, sanar o incluso, abrir heridas que se creían olvidadas. Ese día, Jane Fray había sido su espejo: le mostró el reflejo de viejas despedidas en las que, curiosamente, ocupó un lugar similar a Jane quién veía partir a su propia “hermana elegida”. Y, aunque no lo dijera abiertamente en ese momento, Afro sabía que Jane tenía razón; a pesar de los huecos que dejaban despedirte de tus seres queridos, los recuerdos de lo compartido siempre estarían ahí y valen la pena ser atesorados. Ella recordaba a su familia de Dardania.
    Me encocora
    Me gusta
    6
    0 turnos 0 maullidos
  • 𝐂𝐚𝐩í𝐭𝐮𝐥𝐨 𝐈𝐈𝐈 – “𝐃𝐢𝐨𝐬𝐚 𝐝𝐞𝐥 𝐂𝐚𝐨𝐬”

    La discoteca más exclusiva de Nueva York estaba hecha para ella. No para la alta sociedad, no para los artistas, no para los millonarios aburridos. No: para Deianira Zhorkeas. Su entrada al lugar fue una escena coreografiada por el destino; flashes, miradas, un vestido plateado que parecía derretirse sobre su piel, y una seguridad arrogante que convertía la pista en su pasarela privada.

    Las copas se alzaron en su honor. La gente susurraba su nombre como si fuese un conjuro. Y Deianira, con la pupila dilatada y la sonrisa de alguien que ya había probado demasiado de todo, absorbía cada segundo como un aplauso eterno.

    —Brindemos por mí —dijo, elevando una copa de vodka cristalino, con ese tono de broma que no era broma en absoluto.

    El DJ cambió la música solo porque ella había llegado, mezclando su voz en un “welcome queen” improvisado que hizo que el lugar estallara. Pero entre la euforia y los destellos, alguien la observaba desde el bar: un hombre trajeado, con mirada calculadora. No era fan. No era uno de esos que la deseaban como un trofeo. Era un competidor, un inversor de la industria cosmética que había querido comprar parte de Detroyer of Men y al que ella había rechazado con crueldad.

    Él levantó su vaso hacia ella con una media sonrisa. Ella, altiva, respondió con un movimiento de cejas, como quien pisa una hormiga invisible. Pero el gesto la perturbó más de lo que admitió.

    La noche siguió en espiral. Risas, drogas en el baño, besos robados a un desconocido que no recordaría en la mañana. Todo un espectáculo de excesos que ella sabía manejar como nadie. Pero en un rincón de su mente, esa mirada fría seguía clavada, como una advertencia: su imperio no era intocable.

    Deianira salió del club cuando amanecía, rodeada de un séquito de almas perdidas que la seguían como devotos de una diosa del caos. Subió a su coche con la carcajada todavía en los labios, pero al mirarse en el espejo retrovisor, se detuvo. El maquillaje estaba intacto, sí… pero había un cansancio extraño en sus ojos celestes.

    La diosa parecía humana por un instante.

    Sacó una bolsita plateada del bolso y la dejó sobre sus rodillas.

    —Aún no, cariño —susurró, como si hablara con ella. Y con un gesto brusco, la guardó de nuevo.

    El coche arrancó. Afuera, Nueva York despertaba. Y Deianira, entre humo y cristal, se convencía de que aún tenía el control.

    Aunque la grieta ya empezaba a abrirse.
    𝐂𝐚𝐩í𝐭𝐮𝐥𝐨 𝐈𝐈𝐈 – “𝐃𝐢𝐨𝐬𝐚 𝐝𝐞𝐥 𝐂𝐚𝐨𝐬” La discoteca más exclusiva de Nueva York estaba hecha para ella. No para la alta sociedad, no para los artistas, no para los millonarios aburridos. No: para Deianira Zhorkeas. Su entrada al lugar fue una escena coreografiada por el destino; flashes, miradas, un vestido plateado que parecía derretirse sobre su piel, y una seguridad arrogante que convertía la pista en su pasarela privada. Las copas se alzaron en su honor. La gente susurraba su nombre como si fuese un conjuro. Y Deianira, con la pupila dilatada y la sonrisa de alguien que ya había probado demasiado de todo, absorbía cada segundo como un aplauso eterno. —Brindemos por mí —dijo, elevando una copa de vodka cristalino, con ese tono de broma que no era broma en absoluto. El DJ cambió la música solo porque ella había llegado, mezclando su voz en un “welcome queen” improvisado que hizo que el lugar estallara. Pero entre la euforia y los destellos, alguien la observaba desde el bar: un hombre trajeado, con mirada calculadora. No era fan. No era uno de esos que la deseaban como un trofeo. Era un competidor, un inversor de la industria cosmética que había querido comprar parte de Detroyer of Men y al que ella había rechazado con crueldad. Él levantó su vaso hacia ella con una media sonrisa. Ella, altiva, respondió con un movimiento de cejas, como quien pisa una hormiga invisible. Pero el gesto la perturbó más de lo que admitió. La noche siguió en espiral. Risas, drogas en el baño, besos robados a un desconocido que no recordaría en la mañana. Todo un espectáculo de excesos que ella sabía manejar como nadie. Pero en un rincón de su mente, esa mirada fría seguía clavada, como una advertencia: su imperio no era intocable. Deianira salió del club cuando amanecía, rodeada de un séquito de almas perdidas que la seguían como devotos de una diosa del caos. Subió a su coche con la carcajada todavía en los labios, pero al mirarse en el espejo retrovisor, se detuvo. El maquillaje estaba intacto, sí… pero había un cansancio extraño en sus ojos celestes. La diosa parecía humana por un instante. Sacó una bolsita plateada del bolso y la dejó sobre sus rodillas. —Aún no, cariño —susurró, como si hablara con ella. Y con un gesto brusco, la guardó de nuevo. El coche arrancó. Afuera, Nueva York despertaba. Y Deianira, entre humo y cristal, se convencía de que aún tenía el control. Aunque la grieta ya empezaba a abrirse.
    Me encocora
    3
    0 turnos 0 maullidos
  • Dream is over, no ones to take the blame, we believe in roses, but only thorns remais
    When I look into the rear view mirror
    We create and we destroy
    Put our blood into a street with a dead end.

    https://www.youtube.com/watch?v=eZudHKX52Ew
    Dream is over, no ones to take the blame, we believe in roses, but only thorns remais When I look into the rear view mirror We create and we destroy Put our blood into a street with a dead end. https://www.youtube.com/watch?v=eZudHKX52Ew
    Me gusta
    1
    0 comentarios 0 compartidos
  • ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎

    ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ - 𝐃𝐇𝐀𝐑𝐌𝐀 - 𝐃𝐀𝐎 - 𝐄𝐗𝐎𝐑𝐂𝐈𝐒𝐌 -


    Se acercaba el mes dónde los espíritus "èguï" o comúnmente conocidos espíritus hambrientos salían del limbo fantasmal para residir en las fases de la tierra y atormentar a las almas humanas.

    Bael rodeó la fogata que había encendido con varias hierbas significativas a su vez que portaba un recipiente necesario. Los espíritus estaban llenos de energía yuán (energía resentida) y se amontonaban en multitudes fuera de la línea con sangre suya que había dibujado alrededor del fuego sobre la tierra.

    Sus ojos oscuros eran como el abismo profundo, si Bael fuera un ser demoníaco posiblemente los demás espíritus le temerían. Incluso mientras se encontraba cara a cara con ellos para desaparecerlos, éstos buscaban no ofenderlo demasiado, siempre valientes y cobardes.

    No sabían a quién temerle más, si al señor que los gobernaba y obligaba a cometer actos inmundos contra los humanos o a Bael, que no tenía compasión de ellos. Al menos su señor los dejaba vivir un poco más para disfrutar.. en cambio éste Exorcista que era un simple humano, parecía no tener emociones. Era cruel, era directo, su mano rodeada de brazaletes espirituales nunca vacilaba cuando se levantaba y azotaba sus almas con dominancia. Convirtiéndolos en basura ante sus ojos.

    Habían deseado en secreto por si volvían a renacer como espíritus o incluso humanos, no existir en la misma línea temporal que éste hombre.

    Bael suspiró, su expresión sin cambios ni emociones, se concentró en mover su mano sobre el fuego y pronunciar unas palabras, para después dejar el recipiente metálico en el suelo. Enseguida, la barrera que no permitía que los èguï entraran, se rompió y muchos de ellos fueron succionados por el recipiente hasta no quedar ninguno. El bosque oscuro volvió a ser silencioso.

    El ritual estaba hecho, por ahora los humanos alrededor no debían preocuparse por tener pesadillas siniestras en sus sueños.
    ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ - 𝐃𝐇𝐀𝐑𝐌𝐀 - 𝐃𝐀𝐎 - 𝐄𝐗𝐎𝐑𝐂𝐈𝐒𝐌 - Se acercaba el mes dónde los espíritus "èguï" o comúnmente conocidos espíritus hambrientos salían del limbo fantasmal para residir en las fases de la tierra y atormentar a las almas humanas. Bael rodeó la fogata que había encendido con varias hierbas significativas a su vez que portaba un recipiente necesario. Los espíritus estaban llenos de energía yuán (energía resentida) y se amontonaban en multitudes fuera de la línea con sangre suya que había dibujado alrededor del fuego sobre la tierra. Sus ojos oscuros eran como el abismo profundo, si Bael fuera un ser demoníaco posiblemente los demás espíritus le temerían. Incluso mientras se encontraba cara a cara con ellos para desaparecerlos, éstos buscaban no ofenderlo demasiado, siempre valientes y cobardes. No sabían a quién temerle más, si al señor que los gobernaba y obligaba a cometer actos inmundos contra los humanos o a Bael, que no tenía compasión de ellos. Al menos su señor los dejaba vivir un poco más para disfrutar.. en cambio éste Exorcista que era un simple humano, parecía no tener emociones. Era cruel, era directo, su mano rodeada de brazaletes espirituales nunca vacilaba cuando se levantaba y azotaba sus almas con dominancia. Convirtiéndolos en basura ante sus ojos. Habían deseado en secreto por si volvían a renacer como espíritus o incluso humanos, no existir en la misma línea temporal que éste hombre. Bael suspiró, su expresión sin cambios ni emociones, se concentró en mover su mano sobre el fuego y pronunciar unas palabras, para después dejar el recipiente metálico en el suelo. Enseguida, la barrera que no permitía que los èguï entraran, se rompió y muchos de ellos fueron succionados por el recipiente hasta no quedar ninguno. El bosque oscuro volvió a ser silencioso. El ritual estaba hecho, por ahora los humanos alrededor no debían preocuparse por tener pesadillas siniestras en sus sueños.
    Me gusta
    3
    0 turnos 0 maullidos
  • Capítulo II: El Glamour Personal.

    ​El aire en el camerino era una mezcla densa de laca, perfume caro y el dulzón, casi imperceptible, olor metálico del sudor nervioso. Pero para Deianira, solo había una nota dominante: la punzante necesidad que le quemaba la garganta. Estaba sentada frente al espejo de aumento, rodeada por el frenesí silencioso de su equipo: estilistas puliendo su cabello de ébano, maquilladores dando los últimos toques a unos ojos que ya eran notoriamente felinos.

    ​Fuera de esa burbuja, el estruendo de la música y el rugido amortiguado de la multitud esperándola para el cierre del desfile de Victoria's Secret eran un pulso salvaje. Ella era el acto principal, la razón por la que la prensa y los millones de espectadores se sintonizaban, la misma que en su tiempo libre dirigía el imperio de cosméticos Destroyer of Men.

    ​Deianira se miró en el espejo, no por vanidad—esa ya la tenía garantizada—sino para inspeccionar los pequeños temblores en sus dedos que el corrector apenas podía ocultar. Llevaba el "Fantasy Bra", un arnés de diamantes y esmeraldas que pesaba una fortuna y que, francamente, era la cosa más incómoda que había vestido en meses.

    ​—Estás lista, diosa. Tienes dos minutos —susurró su asistente, con esa mezcla de adoración y terror que todos le profesaban.

    ​La rubia asintió con un movimiento casi imperceptible. Dos minutos. Eso era suficiente.

    ​Deianira se levantó, su bata de seda cayendo al suelo. Eve rápidamente se inclinó para recogerla, momento que la modelo aprovechó. Su mano derecha se deslizó bajo el borde del tocador, encontrando el pequeño estuche de terciopelo que había escondido allí antes de que el glamour se volviera una carga. Un rápido movimiento. Una punzada en la nariz. El mundo se desenfocó por un instante para volverse cristalino, vibrante, manejable. El temblor se detuvo. La necesidad se había calmado, reemplazada por una electricidad fría que prometía dominio.

    ​Se enderezó, la luz del espejo capturando el brillo duro y peligroso en sus ojos celeste-grisáceos. El Fantasy Bra no la estaba usando a ella. Ella lo estaba usando a él.

    ​—Dile al DJ que suba la música. Es hora de darles lo que quieren —dijo, su voz tan pulcra y afilada como un cristal roto.

    ​Caminó hacia la cortina que la separaba de la pasarela. Iba a ser la mejor caminata de su carrera. Iba a vender cada labial de Destroyer of Men sin siquiera intentarlo.
    Capítulo II: El Glamour Personal. ​El aire en el camerino era una mezcla densa de laca, perfume caro y el dulzón, casi imperceptible, olor metálico del sudor nervioso. Pero para Deianira, solo había una nota dominante: la punzante necesidad que le quemaba la garganta. Estaba sentada frente al espejo de aumento, rodeada por el frenesí silencioso de su equipo: estilistas puliendo su cabello de ébano, maquilladores dando los últimos toques a unos ojos que ya eran notoriamente felinos. ​Fuera de esa burbuja, el estruendo de la música y el rugido amortiguado de la multitud esperándola para el cierre del desfile de Victoria's Secret eran un pulso salvaje. Ella era el acto principal, la razón por la que la prensa y los millones de espectadores se sintonizaban, la misma que en su tiempo libre dirigía el imperio de cosméticos Destroyer of Men. ​Deianira se miró en el espejo, no por vanidad—esa ya la tenía garantizada—sino para inspeccionar los pequeños temblores en sus dedos que el corrector apenas podía ocultar. Llevaba el "Fantasy Bra", un arnés de diamantes y esmeraldas que pesaba una fortuna y que, francamente, era la cosa más incómoda que había vestido en meses. ​—Estás lista, diosa. Tienes dos minutos —susurró su asistente, con esa mezcla de adoración y terror que todos le profesaban. ​La rubia asintió con un movimiento casi imperceptible. Dos minutos. Eso era suficiente. ​Deianira se levantó, su bata de seda cayendo al suelo. Eve rápidamente se inclinó para recogerla, momento que la modelo aprovechó. Su mano derecha se deslizó bajo el borde del tocador, encontrando el pequeño estuche de terciopelo que había escondido allí antes de que el glamour se volviera una carga. Un rápido movimiento. Una punzada en la nariz. El mundo se desenfocó por un instante para volverse cristalino, vibrante, manejable. El temblor se detuvo. La necesidad se había calmado, reemplazada por una electricidad fría que prometía dominio. ​Se enderezó, la luz del espejo capturando el brillo duro y peligroso en sus ojos celeste-grisáceos. El Fantasy Bra no la estaba usando a ella. Ella lo estaba usando a él. ​—Dile al DJ que suba la música. Es hora de darles lo que quieren —dijo, su voz tan pulcra y afilada como un cristal roto. ​Caminó hacia la cortina que la separaba de la pasarela. Iba a ser la mejor caminata de su carrera. Iba a vender cada labial de Destroyer of Men sin siquiera intentarlo.
    Me encocora
    Me gusta
    3
    0 turnos 0 maullidos
  • Esto se ha publicado como Out Of Character. Tenlo en cuenta al responder.
    Esto se ha publicado como Out Of Character.
    Tenlo en cuenta al responder.
    Jenny Queen Orc

    https://youtu.be/lW9ep22YmlM?si=Tiy-QIv5Q3FxhJRS

    Say I'm cold-hearted
    But I'm just getting started
    Got my eyes on the the target
    Now, now
    Oh, oh, oh
    'Til the battle's won
    'Til kingdom come
    Oh, oh, oh
    I'll never run
    Best to give me your loyalty
    'Cause I'm taking the world, you'll see
    They'll be calling me, calling me
    They'll be calling me royalty
    Best to give me your loyalty
    'Cause I'm taking the world, you'll see
    They'll be calling me, calling me
    They'll be calling me royalty
    They'll be calling me royalty
    They say I'm dangerous 'cause I
    Broke all their cages
    No, I, won't sit and take it
    Now, now
    They left me for dead, I guess they'll never learn
    Every time I break there's just more pain to burn
    They'll never, never, never learn
    Oh, oh, oh
    'Til the battle's won
    'Til kingdom come
    Oh, oh, oh
    I'll never run
    Best to give me your loyalty
    'Cause I'm taking the world, you'll see
    They'll be calling me, calling me
    They'll be calling me royalty
    Best to give me your loyalty
    'Cause I'm taking the world, you'll see
    They'll be calling me, calling me
    They'll be calling me royalty
    They'll be calling me royalty
    They'll be calling me royalty
    They'll be calling me royalty
    [queen_0] https://youtu.be/lW9ep22YmlM?si=Tiy-QIv5Q3FxhJRS Say I'm cold-hearted But I'm just getting started Got my eyes on the the target Now, now Oh, oh, oh 'Til the battle's won 'Til kingdom come Oh, oh, oh I'll never run Best to give me your loyalty 'Cause I'm taking the world, you'll see They'll be calling me, calling me They'll be calling me royalty Best to give me your loyalty 'Cause I'm taking the world, you'll see They'll be calling me, calling me They'll be calling me royalty They'll be calling me royalty They say I'm dangerous 'cause I Broke all their cages No, I, won't sit and take it Now, now They left me for dead, I guess they'll never learn Every time I break there's just more pain to burn They'll never, never, never learn Oh, oh, oh 'Til the battle's won 'Til kingdom come Oh, oh, oh I'll never run Best to give me your loyalty 'Cause I'm taking the world, you'll see They'll be calling me, calling me They'll be calling me royalty Best to give me your loyalty 'Cause I'm taking the world, you'll see They'll be calling me, calling me They'll be calling me royalty They'll be calling me royalty They'll be calling me royalty They'll be calling me royalty
    Me encocora
    Me gusta
    3
    1 comentario 0 compartidos
  • Historia de Nerezza

    Nerezza nació junto con Lysander, no como un animal común, sino como la manifestación de su dualidad celestial y tengu. Su forma es la de una serpiente blanca, símbolo ancestral de protección, pureza y conexión espiritual.

    Su cuerpo es largo y grácil, con escamas que parecen hechas de marfil bruñido; a la luz, se iluminan con un brillo perlado que recuerda a las plumas de un ave celestial. Sus ojos son plateados, profundos, y en ellos late una sabiduría que trasciende la vida terrenal.

    Nerezza vive dentro de Lysander, enroscada en su pecho como si fuera su segundo corazón. Puede moverse a lo largo de su cuerpo, deslizándose bajo la piel como una corriente de energía pura. Lysander siente su andar como un cosquilleo helado o cálido que recorre su nuca, sus brazos o incluso sus alas cuando se manifiestan.

    Cuando el peligro acecha, Nerezza puede salir de él, emergiendo desde sus brazos, hombros o incluso de sus ojos como un resplandor blanco que toma la forma de una serpiente espectral. En este estado, se mueve con fluidez, suspendida en el aire como si nadara en un océano invisible, siempre rodeada de un halo suave de luz.

    Su naturaleza es la de una guardiana protectora: Nerezza detecta espíritus hostiles, maldiciones o intenciones ocultas mucho antes de que Lysander lo note. Sus siseos interiores —que él escucha en la mente como un eco lejano— son advertencias o guías. No necesita palabras; su sola presencia es consuelo y escudo.

    Muchos creen que las serpientes blancas son heraldos de los dioses o guardianes de los templos. En el caso de Lysander, Nerezza es el símbolo de que, aunque viva dividido entre el cielo y la tierra, nunca está solo: ella es su compañera eterna, un espíritu nacido de su propio ser pero con voluntad independiente, destinada a protegerlo hasta el fin.
    Historia de Nerezza Nerezza nació junto con Lysander, no como un animal común, sino como la manifestación de su dualidad celestial y tengu. Su forma es la de una serpiente blanca, símbolo ancestral de protección, pureza y conexión espiritual. Su cuerpo es largo y grácil, con escamas que parecen hechas de marfil bruñido; a la luz, se iluminan con un brillo perlado que recuerda a las plumas de un ave celestial. Sus ojos son plateados, profundos, y en ellos late una sabiduría que trasciende la vida terrenal. Nerezza vive dentro de Lysander, enroscada en su pecho como si fuera su segundo corazón. Puede moverse a lo largo de su cuerpo, deslizándose bajo la piel como una corriente de energía pura. Lysander siente su andar como un cosquilleo helado o cálido que recorre su nuca, sus brazos o incluso sus alas cuando se manifiestan. Cuando el peligro acecha, Nerezza puede salir de él, emergiendo desde sus brazos, hombros o incluso de sus ojos como un resplandor blanco que toma la forma de una serpiente espectral. En este estado, se mueve con fluidez, suspendida en el aire como si nadara en un océano invisible, siempre rodeada de un halo suave de luz. Su naturaleza es la de una guardiana protectora: Nerezza detecta espíritus hostiles, maldiciones o intenciones ocultas mucho antes de que Lysander lo note. Sus siseos interiores —que él escucha en la mente como un eco lejano— son advertencias o guías. No necesita palabras; su sola presencia es consuelo y escudo. Muchos creen que las serpientes blancas son heraldos de los dioses o guardianes de los templos. En el caso de Lysander, Nerezza es el símbolo de que, aunque viva dividido entre el cielo y la tierra, nunca está solo: ella es su compañera eterna, un espíritu nacido de su propio ser pero con voluntad independiente, destinada a protegerlo hasta el fin.
    Me gusta
    Me encocora
    Me shockea
    5
    0 turnos 0 maullidos
  • El atardecer bañaba el campus en tonos dorados cuando Circe se escapó al jardín trasero de la facultad, donde los rosales trepaban como si quisieran alcanzar el cielo. Vestida con un ligero vestido lila que parecía brillar con cada rayo de luz, se dejó caer sobre la hierba aún tibia. Rodeada de flores, jugaba a adornarse el cabello con coronas improvisadas, hasta que terminó por perder la noción del tiempo.
    Apoyada en su mano, con las mejillas encendidas por la brisa y la risa que aún se le escapaba de vez en cuando, notó una presencia acercándose.


    — ¿Sabías que este lugar casi nadie lo conoce? —dijo con su voz clara y alegre, sin apartar la vista de la flor que sostenía. Luego levantó la mirada con una chispa traviesa en los ojos. —Aunque ahora que llegaste. . . supongo que tendré que compartirlo. ♡
    El atardecer bañaba el campus en tonos dorados cuando Circe se escapó al jardín trasero de la facultad, donde los rosales trepaban como si quisieran alcanzar el cielo. Vestida con un ligero vestido lila que parecía brillar con cada rayo de luz, se dejó caer sobre la hierba aún tibia. Rodeada de flores, jugaba a adornarse el cabello con coronas improvisadas, hasta que terminó por perder la noción del tiempo. Apoyada en su mano, con las mejillas encendidas por la brisa y la risa que aún se le escapaba de vez en cuando, notó una presencia acercándose. — ¿Sabías que este lugar casi nadie lo conoce? —dijo con su voz clara y alegre, sin apartar la vista de la flor que sostenía. Luego levantó la mirada con una chispa traviesa en los ojos. —Aunque ahora que llegaste. . . supongo que tendré que compartirlo. ♡
    Me gusta
    Me encocora
    2
    0 turnos 0 maullidos
Ver más resultados
Patrocinados