• "Feed me... I wanna crush you, fuck your whole existence 'till you wish to be dead. Sweet, sweet despair.
    Your fear looks delicious, smells so... Good.
    Can't wait... I'm coming for you."
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  • El mirador se alzaba desde el punto más alto de la colina. A sus pies, el mundo se extendía en una vista increíblemente preciosa: una ciudad agradable y hermosa, rodeada en la distancia por montañas escarpadas cubiertas de bruma, esa que descendía tranquila entre los árboles, silenciosa, espectral. Las luces de la ciudad titilaban como un mar de luceros que parecían un reflejo terrenal de las estrellas plateadas que brillaban en el firmamento. Afro cerró los ojos y sonrió.

    No era una sorpresa que hubiese elegido aquel lugar como residencia tras su exilio del reino de los inmortales. Como todo, no era perfecta, también tenía su cuota de defectos y contras, pero a pesar de ello, entre la rapidez de la vida urbana, el tráfico incesante, era una ciudad en donde se podía vivir cómodamente. No era una sorpresa que allí fuera el lugar en donde comenzó una nueva vida… como una humana más.

    O, al menos, lo más cercano a ello que podía permitirse una deidad mayor.

    El mirador estaba solitario y el único sonido audible era el del viento susurrando entre las hojas de los árboles. Afro apoyó los brazos sobre el barandal, el frio del metal le caló en los huesos, pero no borró esa expresión meditativa en su rostro. Desde hacía unos días algo la mantenía inquieta: tenía sueños extraños que la despertaban a mitad de la noche, cuyos significados no conseguía descifrar. Afro no era una deidad profética; no tenía esa clase de poderes que le permitían adentrarse entre las sombras y vislumbrar el destino en los hilos de las Moiras. Sin embargo, cuando "Él" necesitaba algo de ella, le mostraba esa clase de señales. Y por algún motivo todas la habían guiado hasta ese lugar.

    Quería que la diosa fuese encontrada en ese sitio.

    ────¿Me has estado buscando? —una pregunta suave, como si hablara con el aire. Pero que quizás hubiera alguien quién pudiera responderla.

    Aikaterine Ouro
    El mirador se alzaba desde el punto más alto de la colina. A sus pies, el mundo se extendía en una vista increíblemente preciosa: una ciudad agradable y hermosa, rodeada en la distancia por montañas escarpadas cubiertas de bruma, esa que descendía tranquila entre los árboles, silenciosa, espectral. Las luces de la ciudad titilaban como un mar de luceros que parecían un reflejo terrenal de las estrellas plateadas que brillaban en el firmamento. Afro cerró los ojos y sonrió. No era una sorpresa que hubiese elegido aquel lugar como residencia tras su exilio del reino de los inmortales. Como todo, no era perfecta, también tenía su cuota de defectos y contras, pero a pesar de ello, entre la rapidez de la vida urbana, el tráfico incesante, era una ciudad en donde se podía vivir cómodamente. No era una sorpresa que allí fuera el lugar en donde comenzó una nueva vida… como una humana más. O, al menos, lo más cercano a ello que podía permitirse una deidad mayor. El mirador estaba solitario y el único sonido audible era el del viento susurrando entre las hojas de los árboles. Afro apoyó los brazos sobre el barandal, el frio del metal le caló en los huesos, pero no borró esa expresión meditativa en su rostro. Desde hacía unos días algo la mantenía inquieta: tenía sueños extraños que la despertaban a mitad de la noche, cuyos significados no conseguía descifrar. Afro no era una deidad profética; no tenía esa clase de poderes que le permitían adentrarse entre las sombras y vislumbrar el destino en los hilos de las Moiras. Sin embargo, cuando "Él" necesitaba algo de ella, le mostraba esa clase de señales. Y por algún motivo todas la habían guiado hasta ese lugar. Quería que la diosa fuese encontrada en ese sitio. ────¿Me has estado buscando? —una pregunta suave, como si hablara con el aire. Pero que quizás hubiera alguien quién pudiera responderla. [Mercenary1x]
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  • ⠀⠀"En la cima, siempre estarás solo", una frase que atesoró al paso de los siglos, porque su verdad siempre fue absoluta. Desde que tiene memoria, y sus talentos afloraron en batalla, no había piedra u obstáculo que no pudiera domar.

    ⠀⠀Su cabellera, blanca y pura, se teñía en carmesí de forma habitual, el denso ambiente tribal de una salvaje naturaleza, incluso más que un puma; la humana. En constante crecimiento, una marea que no paraba de arrasar con todo, barcos, enemigos y... amigos.

    ⠀⠀Clavaba su espada, tallada en hueso y marcada con el espiral de su gente, en un macabro suelo, tierra húmeda rodeada de gente que alguna vez compartió sus ideales, otros se oponían y otros simplemente querían huir, pero incautos del peligro quedaron atrapados. No sentía remordimientos por almas que no escogieron morir, pero sí se sentía celoso, de aquellos que aun podían experimentar la adrenalina de la muerte cercana. De un combate que hirviera la sangre, y callara los pensamientos.
    ⠀⠀Pero eso se había ido. Una imagen tan vívida de una añoranza, un recuerdo feliz que jamás llegó.

    ⠀⠀Despertó. Aturdido por el sueño prolongado, tardada había sido aquella sesión de meditación que se enfrascó en el mundo de lo onírico. Su mente comenzó a confabular, pero esa pradera solitaria, solo iluminada por un atardecer familiar.

    ⠀⠀Justo como el de ese recuerdo...

    ⠀⠀Qué dicha aquellos que podían morir dándolo todo. Pero no era su caso, tendría que seguir buscando, y lo haría. Porque no había propósito más grande que su ego.
    ⠀⠀El fantasma del pueblo calchaquí se levantó de su cama de hojas, tomó su saco y continuó su camino.

    ⠀⠀Un rumbo incierto que esperaba, lo llevara a vivir combates impresionantes.




    ⠀ ⠀ ⠀ ⠀ ⠀ ⠀⠀"En la cima, siempre estarás solo", una frase que atesoró al paso de los siglos, porque su verdad siempre fue absoluta. Desde que tiene memoria, y sus talentos afloraron en batalla, no había piedra u obstáculo que no pudiera domar. ⠀⠀Su cabellera, blanca y pura, se teñía en carmesí de forma habitual, el denso ambiente tribal de una salvaje naturaleza, incluso más que un puma; la humana. En constante crecimiento, una marea que no paraba de arrasar con todo, barcos, enemigos y... amigos. ⠀⠀Clavaba su espada, tallada en hueso y marcada con el espiral de su gente, en un macabro suelo, tierra húmeda rodeada de gente que alguna vez compartió sus ideales, otros se oponían y otros simplemente querían huir, pero incautos del peligro quedaron atrapados. No sentía remordimientos por almas que no escogieron morir, pero sí se sentía celoso, de aquellos que aun podían experimentar la adrenalina de la muerte cercana. De un combate que hirviera la sangre, y callara los pensamientos. ⠀⠀Pero eso se había ido. Una imagen tan vívida de una añoranza, un recuerdo feliz que jamás llegó. ⠀⠀Despertó. Aturdido por el sueño prolongado, tardada había sido aquella sesión de meditación que se enfrascó en el mundo de lo onírico. Su mente comenzó a confabular, pero esa pradera solitaria, solo iluminada por un atardecer familiar. ⠀⠀Justo como el de ese recuerdo... ⠀⠀Qué dicha aquellos que podían morir dándolo todo. Pero no era su caso, tendría que seguir buscando, y lo haría. Porque no había propósito más grande que su ego. ⠀⠀El fantasma del pueblo calchaquí se levantó de su cama de hojas, tomó su saco y continuó su camino. ⠀⠀Un rumbo incierto que esperaba, lo llevara a vivir combates impresionantes. ⠀ ⠀ ⠀ ⠀ ⠀
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    El apartamento de Ryu — La nota que ya no está

    Vuelvo por las calles con la mente hecha un torbellino.
    Ryu… Akane… la Luna… Selin…
    Y el corazón, ese traidor, dando pasos distintos a los míos.

    Cuando llego al edificio, subo los peldaños casi sin respirar.
    Solo quiero entrar, recuperar la nota antes de que la vea.
    No puedo darle esperanzas si esta noche debo entregarme al sueño,
    a Selin,
    a la Luna rota.

    Me cuelo por la ventana como antes, ligera, acostumbrada.
    Pero la nota ya no está.

    Y entonces…

    Esa presencia detrás de mí, suave como un murmullo,
    filosa como un colmillo.

    —No sabemos llamar a la puerta, cachorrita? —

    Su voz me recorre la columna como un escalofrío dulce-amargo.

    Me giro sobresaltada y me río, nerviosa, con la piel erizada.

    —Ryu…! — suspiro.

    Me acerco a ella.
    Siempre me acerco demasiado sin querer, o queriendo.
    Con Ryu nunca sé.

    —Pensaba que te pasarías más tarde… —dice, reclinándose contra la mesa.
    El brazo apoyado, la mano sosteniendo la cara,
    la sonrisa ladeada que deja ver esos colmillitos que me pueden.

    Esa manera suya de mirarme…
    No es atención.
    No es escucha.
    Es estudio.
    Es inspección.
    Es algo que no sé descifrar sin quedarme temblando por dentro.

    —No podré… —le explico— Por eso vengo ahora.

    Le cuento la perturbación lunar, el temblor en el cielo,
    el susurro de Akane,
    la necesidad de dormir esta noche para buscar a Selin.

    Ryu no dice nada al principio.
    Solo me mira.
    Me mira como si en lugar de palabras buscara grietas.

    Se levanta despacio.
    Se acerca aún más despacio.

    —Volverás pronto… ¿verdad? —pregunta, bajito.
    Como si la duda le picara el alma.

    La afirmación se me escapa como si fuese más promesa que verdad.

    —Volveré. Lo prometo.

    Y entonces viene el abrazo.
    Ese abrazo que no tendría por qué durar tanto…
    pero dura.
    Y duele.
    Porque sostiene algo que ninguna de las dos dice.

    La estrecho fuerte, demasiado fuerte, como si pudiera pedirle perdón por adelantado.
    Y aun así, el abrazo termina.
    Siempre termina antes de lo que me pide el pecho.

    Cuando me separo, siento el hueco de su calor vaciándome.

    Salgo del apartamento con el eco de su olor,
    de su piel,
    de su silencio.

    Y mientras camino, pienso:

    ¿Qué estoy haciendo?
    ¿A quién engaño?

    ¿Por qué mi alma sigue partiéndose entre dos lunas?
    Relato en Post y comentario de la imagen 🩷 El apartamento de Ryu — La nota que ya no está Vuelvo por las calles con la mente hecha un torbellino. Ryu… Akane… la Luna… Selin… Y el corazón, ese traidor, dando pasos distintos a los míos. Cuando llego al edificio, subo los peldaños casi sin respirar. Solo quiero entrar, recuperar la nota antes de que la vea. No puedo darle esperanzas si esta noche debo entregarme al sueño, a Selin, a la Luna rota. Me cuelo por la ventana como antes, ligera, acostumbrada. Pero la nota ya no está. Y entonces… Esa presencia detrás de mí, suave como un murmullo, filosa como un colmillo. —No sabemos llamar a la puerta, cachorrita? — Su voz me recorre la columna como un escalofrío dulce-amargo. Me giro sobresaltada y me río, nerviosa, con la piel erizada. —Ryu…! — suspiro. Me acerco a ella. Siempre me acerco demasiado sin querer, o queriendo. Con Ryu nunca sé. —Pensaba que te pasarías más tarde… —dice, reclinándose contra la mesa. El brazo apoyado, la mano sosteniendo la cara, la sonrisa ladeada que deja ver esos colmillitos que me pueden. Esa manera suya de mirarme… No es atención. No es escucha. Es estudio. Es inspección. Es algo que no sé descifrar sin quedarme temblando por dentro. —No podré… —le explico— Por eso vengo ahora. Le cuento la perturbación lunar, el temblor en el cielo, el susurro de Akane, la necesidad de dormir esta noche para buscar a Selin. Ryu no dice nada al principio. Solo me mira. Me mira como si en lugar de palabras buscara grietas. Se levanta despacio. Se acerca aún más despacio. —Volverás pronto… ¿verdad? —pregunta, bajito. Como si la duda le picara el alma. La afirmación se me escapa como si fuese más promesa que verdad. —Volveré. Lo prometo. Y entonces viene el abrazo. Ese abrazo que no tendría por qué durar tanto… pero dura. Y duele. Porque sostiene algo que ninguna de las dos dice. La estrecho fuerte, demasiado fuerte, como si pudiera pedirle perdón por adelantado. Y aun así, el abrazo termina. Siempre termina antes de lo que me pide el pecho. Cuando me separo, siento el hueco de su calor vaciándome. Salgo del apartamento con el eco de su olor, de su piel, de su silencio. Y mientras camino, pienso: ¿Qué estoy haciendo? ¿A quién engaño? ¿Por qué mi alma sigue partiéndose entre dos lunas?
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    El apartamento de Ryu — La nota que ya no está

    Vuelvo por las calles con la mente hecha un torbellino.
    Ryu… Akane… la Luna… Selin…
    Y el corazón, ese traidor, dando pasos distintos a los míos.

    Cuando llego al edificio, subo los peldaños casi sin respirar.
    Solo quiero entrar, recuperar la nota antes de que la vea.
    No puedo darle esperanzas si esta noche debo entregarme al sueño,
    a Selin,
    a la Luna rota.

    Me cuelo por la ventana como antes, ligera, acostumbrada.
    Pero la nota ya no está.

    Y entonces…

    Esa presencia detrás de mí, suave como un murmullo,
    filosa como un colmillo.

    —No sabemos llamar a la puerta, cachorrita? —

    Su voz me recorre la columna como un escalofrío dulce-amargo.

    Me giro sobresaltada y me río, nerviosa, con la piel erizada.

    —Ryu…! — suspiro.

    Me acerco a ella.
    Siempre me acerco demasiado sin querer, o queriendo.
    Con Ryu nunca sé.

    —Pensaba que te pasarías más tarde… —dice, reclinándose contra la mesa.
    El brazo apoyado, la mano sosteniendo la cara,
    la sonrisa ladeada que deja ver esos colmillitos que me pueden.

    Esa manera suya de mirarme…
    No es atención.
    No es escucha.
    Es estudio.
    Es inspección.
    Es algo que no sé descifrar sin quedarme temblando por dentro.

    —No podré… —le explico— Por eso vengo ahora.

    Le cuento la perturbación lunar, el temblor en el cielo,
    el susurro de Akane,
    la necesidad de dormir esta noche para buscar a Selin.

    Ryu no dice nada al principio.
    Solo me mira.
    Me mira como si en lugar de palabras buscara grietas.

    Se levanta despacio.
    Se acerca aún más despacio.

    —Volverás pronto… ¿verdad? —pregunta, bajito.
    Como si la duda le picara el alma.

    La afirmación se me escapa como si fuese más promesa que verdad.

    —Volveré. Lo prometo.

    Y entonces viene el abrazo.
    Ese abrazo que no tendría por qué durar tanto…
    pero dura.
    Y duele.
    Porque sostiene algo que ninguna de las dos dice.

    La estrecho fuerte, demasiado fuerte, como si pudiera pedirle perdón por adelantado.
    Y aun así, el abrazo termina.
    Siempre termina antes de lo que me pide el pecho.

    Cuando me separo, siento el hueco de su calor vaciándome.

    Salgo del apartamento con el eco de su olor,
    de su piel,
    de su silencio.

    Y mientras camino, pienso:

    ¿Qué estoy haciendo?
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    Ryu… Akane… la Luna… Selin…
    Y el corazón, ese traidor, dando pasos distintos a los míos.

    Cuando llego al edificio, subo los peldaños casi sin respirar.
    Solo quiero entrar, recuperar la nota antes de que la vea.
    No puedo darle esperanzas si esta noche debo entregarme al sueño,
    a Selin,
    a la Luna rota.

    Me cuelo por la ventana como antes, ligera, acostumbrada.
    Pero la nota ya no está.

    Y entonces…

    Esa presencia detrás de mí, suave como un murmullo,
    filosa como un colmillo.

    —No sabemos llamar a la puerta, cachorrita? —

    Su voz me recorre la columna como un escalofrío dulce-amargo.

    Me giro sobresaltada y me río, nerviosa, con la piel erizada.

    —Ryu…! — suspiro.

    Me acerco a ella.
    Siempre me acerco demasiado sin querer, o queriendo.
    Con Ryu nunca sé.

    —Pensaba que te pasarías más tarde… —dice, reclinándose contra la mesa.
    El brazo apoyado, la mano sosteniendo la cara,
    la sonrisa ladeada que deja ver esos colmillitos que me pueden.

    Esa manera suya de mirarme…
    No es atención.
    No es escucha.
    Es estudio.
    Es inspección.
    Es algo que no sé descifrar sin quedarme temblando por dentro.

    —No podré… —le explico— Por eso vengo ahora.

    Le cuento la perturbación lunar, el temblor en el cielo,
    el susurro de Akane,
    la necesidad de dormir esta noche para buscar a Selin.

    Ryu no dice nada al principio.
    Solo me mira.
    Me mira como si en lugar de palabras buscara grietas.

    Se levanta despacio.
    Se acerca aún más despacio.

    —Volverás pronto… ¿verdad? —pregunta, bajito.
    Como si la duda le picara el alma.

    La afirmación se me escapa como si fuese más promesa que verdad.

    —Volveré. Lo prometo.

    Y entonces viene el abrazo.
    Ese abrazo que no tendría por qué durar tanto…
    pero dura.
    Y duele.
    Porque sostiene algo que ninguna de las dos dice.

    La estrecho fuerte, demasiado fuerte, como si pudiera pedirle perdón por adelantado.
    Y aun así, el abrazo termina.
    Siempre termina antes de lo que me pide el pecho.

    Cuando me separo, siento el hueco de su calor vaciándome.

    Salgo del apartamento con el eco de su olor,
    de su piel,
    de su silencio.

    Y mientras camino, pienso:

    ¿Qué estoy haciendo?
    ¿A quién engaño?

    ¿Por qué mi alma sigue partiéndose entre dos lunas?
    Relato en Post y comentario de la imagen 🩷 El apartamento de Ryu — La nota que ya no está Vuelvo por las calles con la mente hecha un torbellino. Ryu… Akane… la Luna… Selin… Y el corazón, ese traidor, dando pasos distintos a los míos. Cuando llego al edificio, subo los peldaños casi sin respirar. Solo quiero entrar, recuperar la nota antes de que la vea. No puedo darle esperanzas si esta noche debo entregarme al sueño, a Selin, a la Luna rota. Me cuelo por la ventana como antes, ligera, acostumbrada. Pero la nota ya no está. Y entonces… Esa presencia detrás de mí, suave como un murmullo, filosa como un colmillo. —No sabemos llamar a la puerta, cachorrita? — Su voz me recorre la columna como un escalofrío dulce-amargo. Me giro sobresaltada y me río, nerviosa, con la piel erizada. —Ryu…! — suspiro. Me acerco a ella. Siempre me acerco demasiado sin querer, o queriendo. Con Ryu nunca sé. —Pensaba que te pasarías más tarde… —dice, reclinándose contra la mesa. El brazo apoyado, la mano sosteniendo la cara, la sonrisa ladeada que deja ver esos colmillitos que me pueden. Esa manera suya de mirarme… No es atención. No es escucha. Es estudio. Es inspección. Es algo que no sé descifrar sin quedarme temblando por dentro. —No podré… —le explico— Por eso vengo ahora. Le cuento la perturbación lunar, el temblor en el cielo, el susurro de Akane, la necesidad de dormir esta noche para buscar a Selin. Ryu no dice nada al principio. Solo me mira. Me mira como si en lugar de palabras buscara grietas. Se levanta despacio. Se acerca aún más despacio. —Volverás pronto… ¿verdad? —pregunta, bajito. Como si la duda le picara el alma. La afirmación se me escapa como si fuese más promesa que verdad. —Volveré. Lo prometo. Y entonces viene el abrazo. Ese abrazo que no tendría por qué durar tanto… pero dura. Y duele. Porque sostiene algo que ninguna de las dos dice. La estrecho fuerte, demasiado fuerte, como si pudiera pedirle perdón por adelantado. Y aun así, el abrazo termina. Siempre termina antes de lo que me pide el pecho. Cuando me separo, siento el hueco de su calor vaciándome. Salgo del apartamento con el eco de su olor, de su piel, de su silencio. Y mientras camino, pienso: ¿Qué estoy haciendo? ¿A quién engaño? ¿Por qué mi alma sigue partiéndose entre dos lunas?
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  • A Dream... I remember my Dream...
    Fandom Stranger Things
    Categoría Romance
    STARTER PARA Eddie Munson

    Hubiera jurado y proclamado a los cuatro vientos que ella, Allyson Johnson, jamás podría fijarse en un tipo como él.

    Tal vez, si hubiera podido anticiparse, si aquello no hubiera sucedido de la noche a la mañana, habría hecho algo para impedirlo. Porque sí, Ally era de esas personas convencidas de que los sentimientos sí podían controlarse. Más aún si eras plenamente consciente de los tuyos. Y ella lo era. O le gustaba creer que lo era.

    Ally había tenido que crecer demasiado pronto. Su cabeza corría siempre un par de pasos por delante del resto: pensaba demasiado, analizaba todo, le dedicaba tiempo a cada gesto, a cada palabra, a cada silencio incómodo. Necesitaba comprenderlo todo, tenerlo bajo control, ordenar el mundo en cajitas mentales donde nada se saliera del guion.

    Pero una cosa había aprendido con los años —a fuerza de golpes que aún le dolían en rincones de la memoria que prefería no mirar—: no se puede tener todo bajo control.

    Y, mucho menos, los sueños.

    ________________________________________

    Había visto a ese tío, Eddie Munson, subido sobre una mesa del comedor del instituto, desgañitándose delante de todo el mundo como si la cafetería fuera su maldito escenario privado. Recorría los tablones con las botas mientras gritaba algo sobre ovejas, ovejeros y Hellfire, ganándose miradas de asco, risas y un par de “otra vez el puto Munson” susurrados entre bandejas grasientas.

    Ally recordaba haber rodado los ojos, apoyando el codo en la mesa.

    "¿Qué demonios hace? Menudo ridículo."

    Su ceño se arrugó, el labio se le frunció con esa expresión suya de juicio silencioso. Todo en su cuerpo decía “qué vergüenza ajena”. Y sin embargo, no consiguió apartar la mirada. Se quedó mirándolo, atrapada en una mezcla rara de rechazo y fascinación, como cuando no puedes dejar de mirar un accidente aunque sepas que te va a impresionar.

    El resto del día transcurrió con normalidad. Quedó con Ashley Thompson, su mejor amiga, hablaron de tonterías y deberes, y luego se fue a casa a estudiar. O a intentarlo.
    Nada fuera de lo habitual.

    ¿Quién iba a decirle que esa misma noche soñaría con el tipo que había caminado sobre la mesa como si fuera suya?
    ¿Y que al despertar, algo en ella ya no estaría en el mismo sitio?

    ________________________________________

    Al principio no entendió qué pasaba.

    Lo supo de verdad al volver a verlo, a la mañana siguiente, en clase de ciencias.
    Él llegó tarde, cómo no: la puerta se abrió con un golpe seco, el profesor hizo ese suspiro de resignación de siempre, y el murmullo de la clase se cortó un segundo.

    Allí estaba otra vez. Chaqueta de cuero, parches, pelo rizado cayéndole por la cara, el walkman colgando, esa sonrisa que siempre parecía ir a decir algo que no tocaba. El maldito Eddie Munson.

    El corazón de Ally reaccionó antes que su cabeza. Un latido seco, distinto, como si hubiera un eco. Como si algo se hubiera movido dentro de ella la noche anterior y solo ahora se estuviera despertando. Hubo un momento en el que sintió que se le aflojaban los dedos del bolígrafo. Y entonces, como un flash, como una diapositiva, el sueño regresó de golpe.

    Eddie.

    El mismo Eddie que en la vida real era exactamente el tipo de tío que Ally decía detestar: ruidoso, caótico, sin filtro, con fama de rarito y de fracasado repetidor. Todo lo que ella había aprendido a evitar.

    ¿Entonces por qué se le calentaban las mejillas ahora, sentada en su pupitre, cuando él cruzó la clase con total descaro?

    ¿Por qué sus piernas, siempre cruzadas bajo la mesa, se descruzaron inquietas, los pies tamborileando contra el suelo?

    Se apartó el pelo de la oreja en un gesto automático y dejó caer la melena rubia hacia delante, ocultando parte de su rostro, en un intento desesperado por esconderse. Desde allí, donde él estaba, si se giraba, podría verla de perfil. Y ella no estaba preparada para sostenerle la mirada sabiendo lo que había soñado.

    ________________________________________

    Ally no era una chica cualquiera. Al menos no por dentro.

    A simple vista, en Hawkins, era una buena alumna, pocas palabras, mirada que lo observa todo. El tipo de chica a la que nadie se atrevería a llamar friki, pero que tampoco encajaba con las animadoras. Un punto medio.

    Lo que nadie allí sabía es que aquel no era el único lugar raro en el que ella había estado.

    Antes de Hawkins hubo otro sitio.

    Derry, Maine.

    Un nombre que a veces le venía a la cabeza como una mancha y del que enseguida se olvidaba, como cuando intentabas recordar una palabra en otro idioma y se escapaba justo en el último segundo. Sabía que había vivido allí. Sabía que algo importante había pasado. Pero cuanto más intentaba reconstruirlo, más se desdibujaban los recuerdos.

    Recordaba cosas sueltas, fragmentos, sensaciones que no encajaban con nada que pudiera llamar “normal”.

    Un payaso en un desagüe, la voz de alguien susurrándole que fuera a bailar, el olor a óxido y alcantarilla mezclado con algo dulzón y nauseabundo.

    Flashes: Un globo rojo flotando donde no debería, una escalera hacia un sótano…

    Y luego estaban ellos.

    Un grupo de chicos y una chica pelirroja.

    Bicicletas. Un pequeño claro en el bosque que olía a verano, a barro y a sangre seca. Una caseta improvisada bajo tierra, llena de cómics, revistas viejas y botellas de refresco vacías…

    “Beep beep, Richie.”

    Recordaba una voz concreta, aguda y rápida, disparando chistes. Unas gafas enormes. Una camiseta siempre arrugada.

    Pero nunca conseguía ver bien su cara. Cuando intentaba enfocarla, el recuerdo se difuminaba. Solo quedaba la sensación: aquel cosquilleo caliente en el estómago, la mezcla rara entre el miedo, el deseo y la seguridad.

    Pero Ally decidió que todo aquello solo fueron pesadillas de cría y una imaginación demasiado activa. Era más fácil así. Más cómodo.

    Todo eso… había quedado atrás…

    ________________________________________

    Ahora, sentada en aquel pupitre, podía escuchar cómo el profesor empezaba a escribir fórmulas en la pizarra, agradeciendo que nadie pudiera escuchar sus pensamientos.

    Se obligó a mirar al frente. A copiar el título en el cuaderno. A tomar apuntes como si todo fuera normal. Como si el corazón no le estuviera golpeando las costillas cada vez que él se movía, cada vez que sus botas chocaban contra la pata de su silla.

    Intentó convencerse:
    Es solo un chico. Un chico que no te gusta. Alguien que representa todo lo que no quieres en tu vida. Punto.

    Pero el sueño volvía. Cada noche. Cada día.

    ________________________________________

    Al día siguiente, ella volvía a estar sentada en aquel pupitre.

    El profesor llegó, dejó la carpeta sobre la mesa y saludó a los alumnos.

    —Muy bien, clase. Antes de empezar —anunció, ajustándose las gafas—, os recuerdo que hoy se publican las parejas para el trabajo trimestral. Como sabéis, es obligatorio, cuenta el treinta por ciento de la nota final y tendrá que entregarse en dos semanas.

    Quejas, risas… Todos sabían que aquel trabajo era un suplicio.

    Ally sintió un nudo en el estómago.

    No era buena trabajando con otros. Nunca lo había sido. Prefería controlar cada detalle, cada página, cada palabra. Y la idea de depender de alguien le incomodaba más que cualquier examen.

    El profesor empezó a leer la lista.

    Apellidos, nombres. Alumnos que chocaban las manos cuando les tocaban con sus amigos. Otros que resoplaban resignados…

    Y entonces, llegó el momento.

    —Munson, Edward.

    Ally no respiró.

    —Johnson, Allyson.

    Lo escuchó antes de procesarlo.

    Su primera reacción fue automática: apretar los muslos bajo la mesa, esconder la cara tras el pelo, bajar la vista a la madera gastada del pupitre.

    Pero el profesor continuó, sin detenerse. Sin darles opción a negarse.

    —Los trabajos deberán tener una parte teórica y otra práctica. Podéis elegir temática dentro del temario de este trimestre. No se permiten cambios de pareja. Y, por favor… evitad copiaros entre vosotros; lo sabré.

    Hubo risas por detrás. Alguno soltó un comentario que no alcanzó a escuchar.

    —Al igual que sabré si el trabajo sólo lo hace uno de vosotros. ¿Entendido?

    Ella seguía petrificada. No quería mirarlo, pero acabó haciéndolo, y se encontró que él… ya la estaba mirando.

    Ally tragó saliva.

    Toda la sangre derramándosele a los pies.

    El sueño volvió como un latigazo.

    La sensación de haber cruzado un límite que ni siquiera comprendía.

    El profesor siguió hablando, dando instrucciones, detallando fechas, insistiendo en la importancia del trabajo. Pero ella apenas oía nada.

    “Trabajo en pareja.”
    “Dos semanas.”
    “Munson y Johnson.”

    Cuando por fin llegó el momento, cuando los demás empezaron a moverse para buscar a sus compañeros, Ally permaneció quieta, como si el asiento la estuviera aprisionando.

    Supo que debía mirarlo, que tarde o temprano tendría que hacerlo, pero fue incapaz.

    Giró la cabeza apenas unos centímetros.
    Y lo encontró. Ahí.
    Codo apoyado en la mesa, cuerpo ladeado hacia ella, mirada paciente. Como si estuviera esperando que reaccionara.

    STARTER PARA [eclipse_platinum_elephant_535] Hubiera jurado y proclamado a los cuatro vientos que ella, Allyson Johnson, jamás podría fijarse en un tipo como él. Tal vez, si hubiera podido anticiparse, si aquello no hubiera sucedido de la noche a la mañana, habría hecho algo para impedirlo. Porque sí, Ally era de esas personas convencidas de que los sentimientos sí podían controlarse. Más aún si eras plenamente consciente de los tuyos. Y ella lo era. O le gustaba creer que lo era. Ally había tenido que crecer demasiado pronto. Su cabeza corría siempre un par de pasos por delante del resto: pensaba demasiado, analizaba todo, le dedicaba tiempo a cada gesto, a cada palabra, a cada silencio incómodo. Necesitaba comprenderlo todo, tenerlo bajo control, ordenar el mundo en cajitas mentales donde nada se saliera del guion. Pero una cosa había aprendido con los años —a fuerza de golpes que aún le dolían en rincones de la memoria que prefería no mirar—: no se puede tener todo bajo control. Y, mucho menos, los sueños. ________________________________________ Había visto a ese tío, Eddie Munson, subido sobre una mesa del comedor del instituto, desgañitándose delante de todo el mundo como si la cafetería fuera su maldito escenario privado. Recorría los tablones con las botas mientras gritaba algo sobre ovejas, ovejeros y Hellfire, ganándose miradas de asco, risas y un par de “otra vez el puto Munson” susurrados entre bandejas grasientas. Ally recordaba haber rodado los ojos, apoyando el codo en la mesa. "¿Qué demonios hace? Menudo ridículo." Su ceño se arrugó, el labio se le frunció con esa expresión suya de juicio silencioso. Todo en su cuerpo decía “qué vergüenza ajena”. Y sin embargo, no consiguió apartar la mirada. Se quedó mirándolo, atrapada en una mezcla rara de rechazo y fascinación, como cuando no puedes dejar de mirar un accidente aunque sepas que te va a impresionar. El resto del día transcurrió con normalidad. Quedó con Ashley Thompson, su mejor amiga, hablaron de tonterías y deberes, y luego se fue a casa a estudiar. O a intentarlo. Nada fuera de lo habitual. ¿Quién iba a decirle que esa misma noche soñaría con el tipo que había caminado sobre la mesa como si fuera suya? ¿Y que al despertar, algo en ella ya no estaría en el mismo sitio? ________________________________________ Al principio no entendió qué pasaba. Lo supo de verdad al volver a verlo, a la mañana siguiente, en clase de ciencias. Él llegó tarde, cómo no: la puerta se abrió con un golpe seco, el profesor hizo ese suspiro de resignación de siempre, y el murmullo de la clase se cortó un segundo. Allí estaba otra vez. Chaqueta de cuero, parches, pelo rizado cayéndole por la cara, el walkman colgando, esa sonrisa que siempre parecía ir a decir algo que no tocaba. El maldito Eddie Munson. El corazón de Ally reaccionó antes que su cabeza. Un latido seco, distinto, como si hubiera un eco. Como si algo se hubiera movido dentro de ella la noche anterior y solo ahora se estuviera despertando. Hubo un momento en el que sintió que se le aflojaban los dedos del bolígrafo. Y entonces, como un flash, como una diapositiva, el sueño regresó de golpe. Eddie. El mismo Eddie que en la vida real era exactamente el tipo de tío que Ally decía detestar: ruidoso, caótico, sin filtro, con fama de rarito y de fracasado repetidor. Todo lo que ella había aprendido a evitar. ¿Entonces por qué se le calentaban las mejillas ahora, sentada en su pupitre, cuando él cruzó la clase con total descaro? ¿Por qué sus piernas, siempre cruzadas bajo la mesa, se descruzaron inquietas, los pies tamborileando contra el suelo? Se apartó el pelo de la oreja en un gesto automático y dejó caer la melena rubia hacia delante, ocultando parte de su rostro, en un intento desesperado por esconderse. Desde allí, donde él estaba, si se giraba, podría verla de perfil. Y ella no estaba preparada para sostenerle la mirada sabiendo lo que había soñado. ________________________________________ Ally no era una chica cualquiera. Al menos no por dentro. A simple vista, en Hawkins, era una buena alumna, pocas palabras, mirada que lo observa todo. El tipo de chica a la que nadie se atrevería a llamar friki, pero que tampoco encajaba con las animadoras. Un punto medio. Lo que nadie allí sabía es que aquel no era el único lugar raro en el que ella había estado. Antes de Hawkins hubo otro sitio. Derry, Maine. Un nombre que a veces le venía a la cabeza como una mancha y del que enseguida se olvidaba, como cuando intentabas recordar una palabra en otro idioma y se escapaba justo en el último segundo. Sabía que había vivido allí. Sabía que algo importante había pasado. Pero cuanto más intentaba reconstruirlo, más se desdibujaban los recuerdos. Recordaba cosas sueltas, fragmentos, sensaciones que no encajaban con nada que pudiera llamar “normal”. Un payaso en un desagüe, la voz de alguien susurrándole que fuera a bailar, el olor a óxido y alcantarilla mezclado con algo dulzón y nauseabundo. Flashes: Un globo rojo flotando donde no debería, una escalera hacia un sótano… Y luego estaban ellos. Un grupo de chicos y una chica pelirroja. Bicicletas. Un pequeño claro en el bosque que olía a verano, a barro y a sangre seca. Una caseta improvisada bajo tierra, llena de cómics, revistas viejas y botellas de refresco vacías… “Beep beep, Richie.” Recordaba una voz concreta, aguda y rápida, disparando chistes. Unas gafas enormes. Una camiseta siempre arrugada. Pero nunca conseguía ver bien su cara. Cuando intentaba enfocarla, el recuerdo se difuminaba. Solo quedaba la sensación: aquel cosquilleo caliente en el estómago, la mezcla rara entre el miedo, el deseo y la seguridad. Pero Ally decidió que todo aquello solo fueron pesadillas de cría y una imaginación demasiado activa. Era más fácil así. Más cómodo. Todo eso… había quedado atrás… ________________________________________ Ahora, sentada en aquel pupitre, podía escuchar cómo el profesor empezaba a escribir fórmulas en la pizarra, agradeciendo que nadie pudiera escuchar sus pensamientos. Se obligó a mirar al frente. A copiar el título en el cuaderno. A tomar apuntes como si todo fuera normal. Como si el corazón no le estuviera golpeando las costillas cada vez que él se movía, cada vez que sus botas chocaban contra la pata de su silla. Intentó convencerse: Es solo un chico. Un chico que no te gusta. Alguien que representa todo lo que no quieres en tu vida. Punto. Pero el sueño volvía. Cada noche. Cada día. ________________________________________ Al día siguiente, ella volvía a estar sentada en aquel pupitre. El profesor llegó, dejó la carpeta sobre la mesa y saludó a los alumnos. —Muy bien, clase. Antes de empezar —anunció, ajustándose las gafas—, os recuerdo que hoy se publican las parejas para el trabajo trimestral. Como sabéis, es obligatorio, cuenta el treinta por ciento de la nota final y tendrá que entregarse en dos semanas. Quejas, risas… Todos sabían que aquel trabajo era un suplicio. Ally sintió un nudo en el estómago. No era buena trabajando con otros. Nunca lo había sido. Prefería controlar cada detalle, cada página, cada palabra. Y la idea de depender de alguien le incomodaba más que cualquier examen. El profesor empezó a leer la lista. Apellidos, nombres. Alumnos que chocaban las manos cuando les tocaban con sus amigos. Otros que resoplaban resignados… Y entonces, llegó el momento. —Munson, Edward. Ally no respiró. —Johnson, Allyson. Lo escuchó antes de procesarlo. Su primera reacción fue automática: apretar los muslos bajo la mesa, esconder la cara tras el pelo, bajar la vista a la madera gastada del pupitre. Pero el profesor continuó, sin detenerse. Sin darles opción a negarse. —Los trabajos deberán tener una parte teórica y otra práctica. Podéis elegir temática dentro del temario de este trimestre. No se permiten cambios de pareja. Y, por favor… evitad copiaros entre vosotros; lo sabré. Hubo risas por detrás. Alguno soltó un comentario que no alcanzó a escuchar. —Al igual que sabré si el trabajo sólo lo hace uno de vosotros. ¿Entendido? Ella seguía petrificada. No quería mirarlo, pero acabó haciéndolo, y se encontró que él… ya la estaba mirando. Ally tragó saliva. Toda la sangre derramándosele a los pies. El sueño volvió como un latigazo. La sensación de haber cruzado un límite que ni siquiera comprendía. El profesor siguió hablando, dando instrucciones, detallando fechas, insistiendo en la importancia del trabajo. Pero ella apenas oía nada. “Trabajo en pareja.” “Dos semanas.” “Munson y Johnson.” Cuando por fin llegó el momento, cuando los demás empezaron a moverse para buscar a sus compañeros, Ally permaneció quieta, como si el asiento la estuviera aprisionando. Supo que debía mirarlo, que tarde o temprano tendría que hacerlo, pero fue incapaz. Giró la cabeza apenas unos centímetros. Y lo encontró. Ahí. Codo apoyado en la mesa, cuerpo ladeado hacia ella, mirada paciente. Como si estuviera esperando que reaccionara.
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  • Tal y como era de esperar, nuevamente estaba encerrado en su habitación. En pijama. Rodeado de patitos de hule, prácticamente tapado en ellos mientras, con la habitación a oscuras, él yacía sentado en la cama. La sábana cubriéndolo incluso hasta la cabeza.

    — ¡Señor Patington! ¡Estoy tan feliz por ti! — Exclamaba mientras la única luz en la habitación era reflejada por el televisor encendido que transmitía una particular novela romántica.... Protagonizada por patos para sorpresa de absolutamente nadie.

    Sus ojos cubiertos de lágrimas mientras se sonaba la nariz con un paño y con su brazo libre abrazaba un patito de peluche casi tan grande como él.
    Tal y como era de esperar, nuevamente estaba encerrado en su habitación. En pijama. Rodeado de patitos de hule, prácticamente tapado en ellos mientras, con la habitación a oscuras, él yacía sentado en la cama. La sábana cubriéndolo incluso hasta la cabeza. — ¡Señor Patington! ¡Estoy tan feliz por ti! — Exclamaba mientras la única luz en la habitación era reflejada por el televisor encendido que transmitía una particular novela romántica.... Protagonizada por patos para sorpresa de absolutamente nadie. Sus ojos cubiertos de lágrimas mientras se sonaba la nariz con un paño y con su brazo libre abrazaba un patito de peluche casi tan grande como él.
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  • Primer baile
    Fandom Los Bridgerton
    Categoría Drama
    Simon llegó al primer baile de la temporada sintiendo el peso de cada mirada que se desviaba hacia él. No era miedo, pero sí incomodidad, como si todo el salón esperara que hiciera algo que no tenía intención de hacer. Entre los vestidos brillantes, los abanicos que se abrían y los saludos amables pero interesados, vio a Daphne. Ella estaba rodeada, atrapada en conversaciones que claramente no deseaba. Simon no estaba mejor. Varias madres ya habían calculado la distancia exacta para interceptarlo apenas se quedara quieto un segundo. Tragó aire, no muy seguro de por qué se dirigía hacia ella, solo sabiendo que era lo único que tenía sentido en ese instante. Y tal vez, aunque jamás lo admitiría en voz alta, verla era como encontrar un rincón de calma entre tanto ruido.

    Se detuvo a su lado y ella lo miró con una mezcla de alivio y fastidio, como si también hubiera esperado un rescate, pero estuviera demasiado agotada para disimularlo. Simon se pasó una mano por la nuca, un gesto casi imperceptible, pero que delataba que tampoco sabía del todo cómo empezar. El ambiente estaba tan tenso como cargado de perfume dulce y luces cálidas, y aun así, era más soportable que enfrentarse a otra presentación forzada. Respiró profundo, casi resignado, casi divertido, y por fin habló.

    —No voy a fingir que esto no es incómodo para los dos. Pareces querer desaparecer tanto como yo… y lo entiendo. Si doy un paso más, alguien me arrastrará a conocer a otra señorita que apenas recuerda mi nombre. Y tú… bueno, no necesitas que te lo diga, llevas toda la noche huyendo con la mirada. No pienso competir con tres docenas de pretendientes. Así que te propongo algo. No elegante, no ingenioso, solo… práctico. Fingimos interés mutuo. Fingimos que ya estamos ocupados el uno con el otro. Solo por esta noche. Solo para poder respirar un poco sin que todos nos persigan. Si no te parece del todo terrible, claro.
    Simon llegó al primer baile de la temporada sintiendo el peso de cada mirada que se desviaba hacia él. No era miedo, pero sí incomodidad, como si todo el salón esperara que hiciera algo que no tenía intención de hacer. Entre los vestidos brillantes, los abanicos que se abrían y los saludos amables pero interesados, vio a Daphne. Ella estaba rodeada, atrapada en conversaciones que claramente no deseaba. Simon no estaba mejor. Varias madres ya habían calculado la distancia exacta para interceptarlo apenas se quedara quieto un segundo. Tragó aire, no muy seguro de por qué se dirigía hacia ella, solo sabiendo que era lo único que tenía sentido en ese instante. Y tal vez, aunque jamás lo admitiría en voz alta, verla era como encontrar un rincón de calma entre tanto ruido. Se detuvo a su lado y ella lo miró con una mezcla de alivio y fastidio, como si también hubiera esperado un rescate, pero estuviera demasiado agotada para disimularlo. Simon se pasó una mano por la nuca, un gesto casi imperceptible, pero que delataba que tampoco sabía del todo cómo empezar. El ambiente estaba tan tenso como cargado de perfume dulce y luces cálidas, y aun así, era más soportable que enfrentarse a otra presentación forzada. Respiró profundo, casi resignado, casi divertido, y por fin habló. —No voy a fingir que esto no es incómodo para los dos. Pareces querer desaparecer tanto como yo… y lo entiendo. Si doy un paso más, alguien me arrastrará a conocer a otra señorita que apenas recuerda mi nombre. Y tú… bueno, no necesitas que te lo diga, llevas toda la noche huyendo con la mirada. No pienso competir con tres docenas de pretendientes. Así que te propongo algo. No elegante, no ingenioso, solo… práctico. Fingimos interés mutuo. Fingimos que ya estamos ocupados el uno con el otro. Solo por esta noche. Solo para poder respirar un poco sin que todos nos persigan. Si no te parece del todo terrible, claro.
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  • Nuevas incorporaciones de la semana

    Esta semana han llegado 13 personajes 3D nuevos a FicRol, contando únicamente aquellos que ya han aceptado la solicitud de amistad de la cuenta RolSage (o sea, yo). ¡Bienvenidos todos!

    Desglose por fandoms:
    OC: 8
    Tokusatsu: 1
    Bridgerton: 1
    Stranger Things: 1
    The Walking Dead: 2

    Gracias por seguir haciendo crecer la comunidad con tanta diversidad y buenas energías. ¡Que disfruten el rol!
    ✨ Nuevas incorporaciones de la semana ✨ Esta semana han llegado 13 personajes 3D nuevos a FicRol, contando únicamente aquellos que ya han aceptado la solicitud de amistad de la cuenta RolSage (o sea, yo). ¡Bienvenidos todos! 💛 Desglose por fandoms: 🧩 OC: 8 ⚡ Tokusatsu: 1 🎩 Bridgerton: 1 🌌 Stranger Things: 1 🧟 The Walking Dead: 2 Gracias por seguir haciendo crecer la comunidad con tanta diversidad y buenas energías. ¡Que disfruten el rol!
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  • VIII. Augusta Vindelicorum
    Fandom Kuroshitsuji/Black Butler OC y otros
    Categoría Otros
    Las largas horas de viaje habían agotado terriblemente a Jean, que difícilmente pudo mantener un rostro educado ni la actitud afable habitual con el señor Heinrich; de hecho, ante cada conversación, asentía con una sonrisa débil o forzada, intentando mantener su rol de anfitrión solícito incluso cuando se hallaban lejos de la mansión Phantomhive.

    Además, con lo quisquilloso que solía ser Jean con la apariencia, el calor distintivo de agosto lo irritaba profundamente, detestando sentirse sucio por el sudor, o sofocado por el fuerte sol.

    Pero eso cambió cuando viajaron por el ferry de vapor.

    En la proa, Jean se maravilló ante la vista del mar del norte.

    Recordando haberla visto por primera vez en su infancia, cuando, junto a Charles Grey, había viajado hacia Howick Hall, el hogar ancestral de su familia; Northumberland estaba ubicado al norte de Inglaterra, cerca de Bamburgh, donde el mar podía observarse por el horizonte.

    En cambio, aquí Jean se vio rodeado de un azul profundo, donde el mar parecía no tener fin y el aroma a sal fue intenso.

    —Tal cual como la recuerdo —musitó, guardando el aliento, mientras se aferraba a la barandilla para no caerse del mirador.

    En ese instante, en sus ojos pareció reflejarse el mar, sin poder diferenciarse la tonalidad de azules, cálidos como el clima que los arropaba con una refrescante brisa.

    Jean había quedado fascinado, y sin importarle guardar las apariencias, había mostrado genuina alegría, incluso, el mareo que había sufrido inicialmente parecía haber menguado por su emoción infantil.

    Naturalmente, esta reacción se debió a que fue la primera vez que viajaba tan lejos de casa.

    —Côte d'Opale —pronunció en un excelente francés, volviendo a maravillarse por las vistas.

    La costa de Ópalo era una ladera de un profundo verde que bordeaba el mar y el canal de la mancha; es decir, que con solo verla podían saber que se encontraban en Francia.

    Era parte del itinerario pisar suelo francés, dirigirse a París y desde allí, tomar un tren hacia Munich. Estando ahí debían tomar otro tren que los dejaría finalmente en Augsburgo.

    En principio, si Jean hubiera sabido que el viaje sería tan extenuante, hubiera declinado.

    Sin embargo, la tarea que se tenía entre manos necesitaba de su presencia. No podía delegársela a nadie, pues, no existía en el mundo nadie más capaz que el mismo Jean para ejecutarla.

    Así, tras pisar suelo firme y tener otras horas de viaje en tren, ambos caballeros arribaron a la Ciudad de la Luz.

    —La Ville Lumière —murmuró Jean, mirando las luces de la Torre Eiffel y de los edificios circundantes con fascinación.

    La noche parecía fulgurante bajo la iluminación eléctrica, creando un ambiente de ensueño.

    Jean sentía el cuerpo fatigado, y algunas náuseas todavía lo afectaban por el viaje en ferry.

    Pero quiso caminar un poco más, conocer algo de París.

    Tan entusiasmado por ello como si nunca pudiera regresar.

    Tan estúpidamente infantil.

    —¿Le gustaría dar un paseo? —propuso con la voz rasposa, dirigiéndole una sonrisa débil por el cansancio. —Si su deseo es descansar, lo entenderé. El hotel se encuentra cerca.

    Hizo una seña con la cabeza hacia la edificación en cuestión.

    Sintiéndose tontamente esperanzado con la idea de ser acompañado.

    «Cálmate un poco» se reprochó con vergüenza.

    Estaba comportándose inapropiadamente.
    Las largas horas de viaje habían agotado terriblemente a Jean, que difícilmente pudo mantener un rostro educado ni la actitud afable habitual con el señor Heinrich; de hecho, ante cada conversación, asentía con una sonrisa débil o forzada, intentando mantener su rol de anfitrión solícito incluso cuando se hallaban lejos de la mansión Phantomhive. Además, con lo quisquilloso que solía ser Jean con la apariencia, el calor distintivo de agosto lo irritaba profundamente, detestando sentirse sucio por el sudor, o sofocado por el fuerte sol. Pero eso cambió cuando viajaron por el ferry de vapor. En la proa, Jean se maravilló ante la vista del mar del norte. Recordando haberla visto por primera vez en su infancia, cuando, junto a Charles Grey, había viajado hacia Howick Hall, el hogar ancestral de su familia; Northumberland estaba ubicado al norte de Inglaterra, cerca de Bamburgh, donde el mar podía observarse por el horizonte. En cambio, aquí Jean se vio rodeado de un azul profundo, donde el mar parecía no tener fin y el aroma a sal fue intenso. —Tal cual como la recuerdo —musitó, guardando el aliento, mientras se aferraba a la barandilla para no caerse del mirador. En ese instante, en sus ojos pareció reflejarse el mar, sin poder diferenciarse la tonalidad de azules, cálidos como el clima que los arropaba con una refrescante brisa. Jean había quedado fascinado, y sin importarle guardar las apariencias, había mostrado genuina alegría, incluso, el mareo que había sufrido inicialmente parecía haber menguado por su emoción infantil. Naturalmente, esta reacción se debió a que fue la primera vez que viajaba tan lejos de casa. —Côte d'Opale —pronunció en un excelente francés, volviendo a maravillarse por las vistas. La costa de Ópalo era una ladera de un profundo verde que bordeaba el mar y el canal de la mancha; es decir, que con solo verla podían saber que se encontraban en Francia. Era parte del itinerario pisar suelo francés, dirigirse a París y desde allí, tomar un tren hacia Munich. Estando ahí debían tomar otro tren que los dejaría finalmente en Augsburgo. En principio, si Jean hubiera sabido que el viaje sería tan extenuante, hubiera declinado. Sin embargo, la tarea que se tenía entre manos necesitaba de su presencia. No podía delegársela a nadie, pues, no existía en el mundo nadie más capaz que el mismo Jean para ejecutarla. Así, tras pisar suelo firme y tener otras horas de viaje en tren, ambos caballeros arribaron a la Ciudad de la Luz. —La Ville Lumière —murmuró Jean, mirando las luces de la Torre Eiffel y de los edificios circundantes con fascinación. La noche parecía fulgurante bajo la iluminación eléctrica, creando un ambiente de ensueño. Jean sentía el cuerpo fatigado, y algunas náuseas todavía lo afectaban por el viaje en ferry. Pero quiso caminar un poco más, conocer algo de París. Tan entusiasmado por ello como si nunca pudiera regresar. Tan estúpidamente infantil. —¿Le gustaría dar un paseo? —propuso con la voz rasposa, dirigiéndole una sonrisa débil por el cansancio. —Si su deseo es descansar, lo entenderé. El hotel se encuentra cerca. Hizo una seña con la cabeza hacia la edificación en cuestión. Sintiéndose tontamente esperanzado con la idea de ser acompañado. «Cálmate un poco» se reprochó con vergüenza. Estaba comportándose inapropiadamente.
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