Esa mañana, una anciana mujer humana llamó a su puerta.
El brujo, quien estaba ocupado en sus brujerías matutinas, dejó el desayuno a medio preparar para ir a atender y la mujer del otro lado le devolvió la mirada con ojos cristalinos, ahogados por un llanto quizás reciente, pero seguramente extenso que casi había hecho desaparecer las pupilas detrás de los párpados hinchados.
Hay alguna suerte de amor innato en todos los rusos con respecto a las abuelas, algo que les impide sospechar de ellas de buenas a primeras. Tolek no es la excepción, por ello ni siquiera le fue necesario echar otro vistazo al fuego de la chimenea, ese que arde con llamas mágicas que cambian de color según la verdadera raza del visitante que se acerca a su casa en el bosque, para comprobar que aquella sólo era una mujer corriente y muy vieja.
Sin mediar palabra, la anciana extendió su mano para ofrecer una prenda maltratada y sucia, mas no harapienta ni desgastada, con grandes manchones de sangre seca opacando el infantil diseño estampado. Era de un niño, seguramente, un niño que ya no estaba vivo.
El ojo izquierdo de Tolek brilló con expectativa frente a la esencia del crío que emanaba de la ropa, una que indicaba una muerte reciente y violenta, algo que sólo podía ser fruto de una fuerza sobrenatural.
Supo que no sería agradable tocar la tela, pero no despreciaría la petición de ayuda de la anciana. Así, un profundo terror se expandió a través de la punta de sus dedos y le sacudió la columna en un escalofrío cuando la visión se apoderó de él.
Era pequeño, quizás no mayor de siete años. Estaba asustado, había desobedecido a los mayores y se alejó demasiado dentro del bosque tan colorido y alegre, y ahora estaba perdido faltando poco tiempo para el atardecer. Sin embargo, no fue hasta bien entrada la noche que escuchó que alguien le llamaba brindándole una luz de esperanza, era la voz de su madre pronunciando su nombre desde alguna parte entre la mar de árboles oscuros.
Tolek sabía que era una trampa, pero el niño no.
Mientras más se dejó llevar por el llamado, más perdido en el interior del bosque se encontró. Las lágrimas empezaron a derramarse por sus mejillas cuando decidió responder con un tímido: "¿Mamá?". Justo entonces, un gruñido estremecedor despedazó la diminuta esperanza del niño y desató el llanto que pronto se transformó en alaridos lastimeros.
Un subidón de adrenalina le tensó los músculos y aferró la empuñadura del bastón con fuerza al reconocer esa emoción que le embargaba: expectativa. La esencia del Liche en su interior le llevaba a sentirse uno con el depredador.
Pero, ¿Qué clase de depredador era ese? Se preguntó, mientras su respiración se agitaba y se le hacía agua la boca.
De pronto, el niño rompió a correr. De pronto, los pasos del pequeño golpeaban el suelo del bosque en plena huía de alguna amenaza invisible que le hacía latir el corazón a tope, como si esos pequeños pulmones pudieran dar a esos pequeños músculos el empuje necesario para escapar de... un monstruo.
#ElBrujoCojo #Wendigo James Benjamin Blackwood
El brujo, quien estaba ocupado en sus brujerías matutinas, dejó el desayuno a medio preparar para ir a atender y la mujer del otro lado le devolvió la mirada con ojos cristalinos, ahogados por un llanto quizás reciente, pero seguramente extenso que casi había hecho desaparecer las pupilas detrás de los párpados hinchados.
Hay alguna suerte de amor innato en todos los rusos con respecto a las abuelas, algo que les impide sospechar de ellas de buenas a primeras. Tolek no es la excepción, por ello ni siquiera le fue necesario echar otro vistazo al fuego de la chimenea, ese que arde con llamas mágicas que cambian de color según la verdadera raza del visitante que se acerca a su casa en el bosque, para comprobar que aquella sólo era una mujer corriente y muy vieja.
Sin mediar palabra, la anciana extendió su mano para ofrecer una prenda maltratada y sucia, mas no harapienta ni desgastada, con grandes manchones de sangre seca opacando el infantil diseño estampado. Era de un niño, seguramente, un niño que ya no estaba vivo.
El ojo izquierdo de Tolek brilló con expectativa frente a la esencia del crío que emanaba de la ropa, una que indicaba una muerte reciente y violenta, algo que sólo podía ser fruto de una fuerza sobrenatural.
Supo que no sería agradable tocar la tela, pero no despreciaría la petición de ayuda de la anciana. Así, un profundo terror se expandió a través de la punta de sus dedos y le sacudió la columna en un escalofrío cuando la visión se apoderó de él.
Era pequeño, quizás no mayor de siete años. Estaba asustado, había desobedecido a los mayores y se alejó demasiado dentro del bosque tan colorido y alegre, y ahora estaba perdido faltando poco tiempo para el atardecer. Sin embargo, no fue hasta bien entrada la noche que escuchó que alguien le llamaba brindándole una luz de esperanza, era la voz de su madre pronunciando su nombre desde alguna parte entre la mar de árboles oscuros.
Tolek sabía que era una trampa, pero el niño no.
Mientras más se dejó llevar por el llamado, más perdido en el interior del bosque se encontró. Las lágrimas empezaron a derramarse por sus mejillas cuando decidió responder con un tímido: "¿Mamá?". Justo entonces, un gruñido estremecedor despedazó la diminuta esperanza del niño y desató el llanto que pronto se transformó en alaridos lastimeros.
Un subidón de adrenalina le tensó los músculos y aferró la empuñadura del bastón con fuerza al reconocer esa emoción que le embargaba: expectativa. La esencia del Liche en su interior le llevaba a sentirse uno con el depredador.
Pero, ¿Qué clase de depredador era ese? Se preguntó, mientras su respiración se agitaba y se le hacía agua la boca.
De pronto, el niño rompió a correr. De pronto, los pasos del pequeño golpeaban el suelo del bosque en plena huía de alguna amenaza invisible que le hacía latir el corazón a tope, como si esos pequeños pulmones pudieran dar a esos pequeños músculos el empuje necesario para escapar de... un monstruo.
#ElBrujoCojo #Wendigo James Benjamin Blackwood
Esa mañana, una anciana mujer humana llamó a su puerta.
El brujo, quien estaba ocupado en sus brujerías matutinas, dejó el desayuno a medio preparar para ir a atender y la mujer del otro lado le devolvió la mirada con ojos cristalinos, ahogados por un llanto quizás reciente, pero seguramente extenso que casi había hecho desaparecer las pupilas detrás de los párpados hinchados.
Hay alguna suerte de amor innato en todos los rusos con respecto a las abuelas, algo que les impide sospechar de ellas de buenas a primeras. Tolek no es la excepción, por ello ni siquiera le fue necesario echar otro vistazo al fuego de la chimenea, ese que arde con llamas mágicas que cambian de color según la verdadera raza del visitante que se acerca a su casa en el bosque, para comprobar que aquella sólo era una mujer corriente y muy vieja.
Sin mediar palabra, la anciana extendió su mano para ofrecer una prenda maltratada y sucia, mas no harapienta ni desgastada, con grandes manchones de sangre seca opacando el infantil diseño estampado. Era de un niño, seguramente, un niño que ya no estaba vivo.
El ojo izquierdo de Tolek brilló con expectativa frente a la esencia del crío que emanaba de la ropa, una que indicaba una muerte reciente y violenta, algo que sólo podía ser fruto de una fuerza sobrenatural.
Supo que no sería agradable tocar la tela, pero no despreciaría la petición de ayuda de la anciana. Así, un profundo terror se expandió a través de la punta de sus dedos y le sacudió la columna en un escalofrío cuando la visión se apoderó de él.
Era pequeño, quizás no mayor de siete años. Estaba asustado, había desobedecido a los mayores y se alejó demasiado dentro del bosque tan colorido y alegre, y ahora estaba perdido faltando poco tiempo para el atardecer. Sin embargo, no fue hasta bien entrada la noche que escuchó que alguien le llamaba brindándole una luz de esperanza, era la voz de su madre pronunciando su nombre desde alguna parte entre la mar de árboles oscuros.
Tolek sabía que era una trampa, pero el niño no.
Mientras más se dejó llevar por el llamado, más perdido en el interior del bosque se encontró. Las lágrimas empezaron a derramarse por sus mejillas cuando decidió responder con un tímido: "¿Mamá?". Justo entonces, un gruñido estremecedor despedazó la diminuta esperanza del niño y desató el llanto que pronto se transformó en alaridos lastimeros.
Un subidón de adrenalina le tensó los músculos y aferró la empuñadura del bastón con fuerza al reconocer esa emoción que le embargaba: expectativa. La esencia del Liche en su interior le llevaba a sentirse uno con el depredador.
Pero, ¿Qué clase de depredador era ese? Se preguntó, mientras su respiración se agitaba y se le hacía agua la boca.
De pronto, el niño rompió a correr. De pronto, los pasos del pequeño golpeaban el suelo del bosque en plena huía de alguna amenaza invisible que le hacía latir el corazón a tope, como si esos pequeños pulmones pudieran dar a esos pequeños músculos el empuje necesario para escapar de... un monstruo.
#ElBrujoCojo #Wendigo [Wendigo]