• Esa mañana, una anciana mujer humana llamó a su puerta.

    El brujo, quien estaba ocupado en sus brujerías matutinas, dejó el desayuno a medio preparar para ir a atender y la mujer del otro lado le devolvió la mirada con ojos cristalinos, ahogados por un llanto quizás reciente, pero seguramente extenso que casi había hecho desaparecer las pupilas detrás de los párpados hinchados.

    Hay alguna suerte de amor innato en todos los rusos con respecto a las abuelas, algo que les impide sospechar de ellas de buenas a primeras. Tolek no es la excepción, por ello ni siquiera le fue necesario echar otro vistazo al fuego de la chimenea, ese que arde con llamas mágicas que cambian de color según la verdadera raza del visitante que se acerca a su casa en el bosque, para comprobar que aquella sólo era una mujer corriente y muy vieja.

    Sin mediar palabra, la anciana extendió su mano para ofrecer una prenda maltratada y sucia, mas no harapienta ni desgastada, con grandes manchones de sangre seca opacando el infantil diseño estampado. Era de un niño, seguramente, un niño que ya no estaba vivo.

    El ojo izquierdo de Tolek brilló con expectativa frente a la esencia del crío que emanaba de la ropa, una que indicaba una muerte reciente y violenta, algo que sólo podía ser fruto de una fuerza sobrenatural.

    Supo que no sería agradable tocar la tela, pero no despreciaría la petición de ayuda de la anciana. Así, un profundo terror se expandió a través de la punta de sus dedos y le sacudió la columna en un escalofrío cuando la visión se apoderó de él.

    Era pequeño, quizás no mayor de siete años. Estaba asustado, había desobedecido a los mayores y se alejó demasiado dentro del bosque tan colorido y alegre, y ahora estaba perdido faltando poco tiempo para el atardecer. Sin embargo, no fue hasta bien entrada la noche que escuchó que alguien le llamaba brindándole una luz de esperanza, era la voz de su madre pronunciando su nombre desde alguna parte entre la mar de árboles oscuros.

    Tolek sabía que era una trampa, pero el niño no.

    Mientras más se dejó llevar por el llamado, más perdido en el interior del bosque se encontró. Las lágrimas empezaron a derramarse por sus mejillas cuando decidió responder con un tímido: "¿Mamá?". Justo entonces, un gruñido estremecedor despedazó la diminuta esperanza del niño y desató el llanto que pronto se transformó en alaridos lastimeros.

    Un subidón de adrenalina le tensó los músculos y aferró la empuñadura del bastón con fuerza al reconocer esa emoción que le embargaba: expectativa. La esencia del Liche en su interior le llevaba a sentirse uno con el depredador.

    Pero, ¿Qué clase de depredador era ese? Se preguntó, mientras su respiración se agitaba y se le hacía agua la boca.

    De pronto, el niño rompió a correr. De pronto, los pasos del pequeño golpeaban el suelo del bosque en plena huía de alguna amenaza invisible que le hacía latir el corazón a tope, como si esos pequeños pulmones pudieran dar a esos pequeños músculos el empuje necesario para escapar de... un monstruo.

    #ElBrujoCojo #Wendigo James Benjamin Blackwood
    Esa mañana, una anciana mujer humana llamó a su puerta. El brujo, quien estaba ocupado en sus brujerías matutinas, dejó el desayuno a medio preparar para ir a atender y la mujer del otro lado le devolvió la mirada con ojos cristalinos, ahogados por un llanto quizás reciente, pero seguramente extenso que casi había hecho desaparecer las pupilas detrás de los párpados hinchados. Hay alguna suerte de amor innato en todos los rusos con respecto a las abuelas, algo que les impide sospechar de ellas de buenas a primeras. Tolek no es la excepción, por ello ni siquiera le fue necesario echar otro vistazo al fuego de la chimenea, ese que arde con llamas mágicas que cambian de color según la verdadera raza del visitante que se acerca a su casa en el bosque, para comprobar que aquella sólo era una mujer corriente y muy vieja. Sin mediar palabra, la anciana extendió su mano para ofrecer una prenda maltratada y sucia, mas no harapienta ni desgastada, con grandes manchones de sangre seca opacando el infantil diseño estampado. Era de un niño, seguramente, un niño que ya no estaba vivo. El ojo izquierdo de Tolek brilló con expectativa frente a la esencia del crío que emanaba de la ropa, una que indicaba una muerte reciente y violenta, algo que sólo podía ser fruto de una fuerza sobrenatural. Supo que no sería agradable tocar la tela, pero no despreciaría la petición de ayuda de la anciana. Así, un profundo terror se expandió a través de la punta de sus dedos y le sacudió la columna en un escalofrío cuando la visión se apoderó de él. Era pequeño, quizás no mayor de siete años. Estaba asustado, había desobedecido a los mayores y se alejó demasiado dentro del bosque tan colorido y alegre, y ahora estaba perdido faltando poco tiempo para el atardecer. Sin embargo, no fue hasta bien entrada la noche que escuchó que alguien le llamaba brindándole una luz de esperanza, era la voz de su madre pronunciando su nombre desde alguna parte entre la mar de árboles oscuros. Tolek sabía que era una trampa, pero el niño no. Mientras más se dejó llevar por el llamado, más perdido en el interior del bosque se encontró. Las lágrimas empezaron a derramarse por sus mejillas cuando decidió responder con un tímido: "¿Mamá?". Justo entonces, un gruñido estremecedor despedazó la diminuta esperanza del niño y desató el llanto que pronto se transformó en alaridos lastimeros. Un subidón de adrenalina le tensó los músculos y aferró la empuñadura del bastón con fuerza al reconocer esa emoción que le embargaba: expectativa. La esencia del Liche en su interior le llevaba a sentirse uno con el depredador. Pero, ¿Qué clase de depredador era ese? Se preguntó, mientras su respiración se agitaba y se le hacía agua la boca. De pronto, el niño rompió a correr. De pronto, los pasos del pequeño golpeaban el suelo del bosque en plena huía de alguna amenaza invisible que le hacía latir el corazón a tope, como si esos pequeños pulmones pudieran dar a esos pequeños músculos el empuje necesario para escapar de... un monstruo. #ElBrujoCojo #Wendigo [Wendigo]
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  • •—La Madrastra IV Final

    — Sin importar lo que sientas, recuerda que estás en tu hogar y tus padres están ahí fuera, ¿De acuerdo? Estás a salvo, no te haré daño.

    Con esas palabras, el brujo retrocede alejándose de Katerina. Toma el bastón invertido y conjura una suave llama para ennegrecerle el extremo, que ahora parece carbonizado. Luego, con este de vuelta al piso comienza a dibujar un círculo alrededor de la cama de Katerina, mismo que, al completarse, añade por su propia cuenta una estrella al revés en su interior.

    — ¿Algo se quema? —Pregunta la muchacha, con voz temblorosa.

    — Así es, pero está bien. Estás a salvo —le recuerda el brujo.

    Acto seguido, saca de su bolsillo una bolsita de piel de cuyo interior toma una pizca de polvo.

    — Esto te gustará.

    Al arrojarlo al círculo, este arde en chispas que desaparecen al instante, pero que impregnan el cuarto de un agradable aroma a sándalo.

    Una suave sonrisa se dibuja en el rostro de Katerina, tal y como Tolek ha adivinado, ella luce encantada.

    — En nombre de mi sangre y la de los míos, invito a Veles a ser testigo y protector de esta, una humilde travesura en su honor —recita.

    Y no necesita más para que, en respuesta, la líneas en el suelo se prendan en un fuego que no quema nada más.

    — Katerina, relájate y piensa en tus ojos. Recuerda cómo eran los días en que podías ver, recuerda el día en que tu prometido te pidió en matrimonio.

    Aunque la sonrisa de ella había perdido algo de fuerza, pronto la recuperó al imaginar esos recuerdos de los que el brujo hablaba pese a no haber preguntado sobre ellos.

    — Esos días te pertenecen a ti, esa dicha es tuya y sólo tuya. ¿Estás dispuesta a aceptar esa felicidad?

    La muchacha sacude la cabeza de arriba a abajo para responder.

    — Necesitamos oír tu voz, Katerina —demanda el brujo, aunque con suavidad en la voz.

    — Sí, mi respuesta es sí.

    — Toma tu hipopótamo y sostenlo entre tus manos.

    La muchacha obedece y sostiene el muñeco de peluche frente a ella, a la altura de su pecho.

    La penumbra que inunda la habitación no permite ver de dónde salen las frías garras huesudas que se posan suavemente sobre las manos de la muchacha.

    — ¡Ah! —Exclama ella, asustada.

    — Tranquila, estás a salvo —repite él, que se encuentra al menos a dos metros de distancia de ella—. Este juguete es tu infancia, es el sacrificio de tu vida como niña para dar paso a tu vida como mujer casada.

    Katerina, impresionada, puede sentir como las garras misteriosas se clavan sin piedad en el muñeco, desgarrándolo poco a poco, dejando caer los pedazos silenciosamente al piso.

    Con el querido regalo de su padre destruido, la muchacha se llena de una angustia inesperada. Pero, así como entiende la pérdida, también comprende la ganancia que significa una nueva vida con su prometido, Jared.

    Ella no puede verlo, pero los pedazos de su peluche se transforman en gruesas orugas de colores, retorciéndose, arrastrándose por el suelo y dirigiéndose hacia el brujo.

    — Toma las gafas de tu madre —continúa Tolek, a lo que Katerina obedece con manos inquietas—. Esto podría ponerse agitado, sé valiente —le advierte, antes de retomar el ritual—. Estas gafas son una máscara, son una prueba de que tu madre está ciega...

    — Los anteojos... ¡Están calientes! —Exclama Katerina, alarmada—. ¡Me queman! ¿Por qué?

    Pero, a pesar de que debe sostenerlas apenas con las puntas de los dedos, ella no las deja caer.

    — Resiste, muchacha —insiste el brujo—. Tu madre está ciega porque no quiere ver que ya eres una mujer. Estas gafas son las cadenas que evitan tu libertad, ¡Rómpelas!

    La muchacha no espera ni un segundo más para lanzar los anteojos con fuerza contra el piso, donde los cristales se parten en pedazos y se deshacen en una espesa mancha rojiza oscuras, apestosa y sanguinolenta. Tolek se cubre la nariz con el brazo para resguardarse de la peste, mientras, por otro lado, Katerina no parece afectada.

    De repente, la mancha rojiza se mueve y toma forma de algo largo, conforma una serpiente lanzándose al ataque para morder la pierna de Tolek. Pero, cuando esta llega al círculo, las llamas crecen para detenerle calcinándola al instante y protegiendo al brujo, quien observa la escena con una ceja alzada. Decide no emitir sonido al respecto para no alarmar a Katerina.

    — Desde ahora, Katerina, eres libre de florecer con la primavera —declara.

    Tolek se acuclilla en este punto, pues las orugas están a punto de alcanzar el borde del círculo y no quiere que corran la misma suerte que la serpiente. Saca un frasquito de su bolsillo mágico y vierte cuidadosamente dentro un puñado tras otro de orugas gordas, tantas como puede, antes de que desaparezcan con el fuego. Luego, se incorpora.

    — Quítate las vendas de los ojos —ordena, mientras devuelve el frasquito al bolsillo.

    — Pero mamá dice... —contesta ella, sin embargo, se interrumpe.

    Katerina obedece y se quita las vendas de los ojos con movimientos torpes, dudando, pero siendo valiente. Y para cuando abre los ojos se da cuenta de que, aunque con dolor y haciendo un esfuerzo para mantenerlos abiertos, sus ojos pueden ver.

    — ¡Puedo ver! ¡Puedo ver! —Exclama, emocionada.

    Tolek presiente que querrá bajarse de la cama e ir corriendo con papá, por eso, extingue el fuego al dar un ligero golpe en el piso con su bastón. Luego, se acerca para abrirle la puerta y, de paso, deshacer el conjuro que les encerraba.

    — ¡Papá, puedo ver! ¡Puedo ver!

    Anuncia la muchacha, tras saltar cama abajo para atravesar el umbral de la puerta y lanzarse a la brazos de su padre. Ambos están felices, como era de esperarse, y se abrazan entre risas, saltitos y algunas lágrimas.

    Pero Tolek, que les observa al salir del cuarto de invitados, siente que hay alguien que no está contenta. Una mirada le quema la nuca y le obliga voltear para encontrarse con la madre observándole desde la segunda planta.

    — Pagarás por esto —masculla la señora, amenazándole.

    — ¡Tsk! No lo creo —le responde el brujo, chasqueando la lengua, sonriente.

    #ElBrujoCojo #Brujerías
    •—La Madrastra IV Final — Sin importar lo que sientas, recuerda que estás en tu hogar y tus padres están ahí fuera, ¿De acuerdo? Estás a salvo, no te haré daño. Con esas palabras, el brujo retrocede alejándose de Katerina. Toma el bastón invertido y conjura una suave llama para ennegrecerle el extremo, que ahora parece carbonizado. Luego, con este de vuelta al piso comienza a dibujar un círculo alrededor de la cama de Katerina, mismo que, al completarse, añade por su propia cuenta una estrella al revés en su interior. — ¿Algo se quema? —Pregunta la muchacha, con voz temblorosa. — Así es, pero está bien. Estás a salvo —le recuerda el brujo. Acto seguido, saca de su bolsillo una bolsita de piel de cuyo interior toma una pizca de polvo. — Esto te gustará. Al arrojarlo al círculo, este arde en chispas que desaparecen al instante, pero que impregnan el cuarto de un agradable aroma a sándalo. Una suave sonrisa se dibuja en el rostro de Katerina, tal y como Tolek ha adivinado, ella luce encantada. — En nombre de mi sangre y la de los míos, invito a Veles a ser testigo y protector de esta, una humilde travesura en su honor —recita. Y no necesita más para que, en respuesta, la líneas en el suelo se prendan en un fuego que no quema nada más. — Katerina, relájate y piensa en tus ojos. Recuerda cómo eran los días en que podías ver, recuerda el día en que tu prometido te pidió en matrimonio. Aunque la sonrisa de ella había perdido algo de fuerza, pronto la recuperó al imaginar esos recuerdos de los que el brujo hablaba pese a no haber preguntado sobre ellos. — Esos días te pertenecen a ti, esa dicha es tuya y sólo tuya. ¿Estás dispuesta a aceptar esa felicidad? La muchacha sacude la cabeza de arriba a abajo para responder. — Necesitamos oír tu voz, Katerina —demanda el brujo, aunque con suavidad en la voz. — Sí, mi respuesta es sí. — Toma tu hipopótamo y sostenlo entre tus manos. La muchacha obedece y sostiene el muñeco de peluche frente a ella, a la altura de su pecho. La penumbra que inunda la habitación no permite ver de dónde salen las frías garras huesudas que se posan suavemente sobre las manos de la muchacha. — ¡Ah! —Exclama ella, asustada. — Tranquila, estás a salvo —repite él, que se encuentra al menos a dos metros de distancia de ella—. Este juguete es tu infancia, es el sacrificio de tu vida como niña para dar paso a tu vida como mujer casada. Katerina, impresionada, puede sentir como las garras misteriosas se clavan sin piedad en el muñeco, desgarrándolo poco a poco, dejando caer los pedazos silenciosamente al piso. Con el querido regalo de su padre destruido, la muchacha se llena de una angustia inesperada. Pero, así como entiende la pérdida, también comprende la ganancia que significa una nueva vida con su prometido, Jared. Ella no puede verlo, pero los pedazos de su peluche se transforman en gruesas orugas de colores, retorciéndose, arrastrándose por el suelo y dirigiéndose hacia el brujo. — Toma las gafas de tu madre —continúa Tolek, a lo que Katerina obedece con manos inquietas—. Esto podría ponerse agitado, sé valiente —le advierte, antes de retomar el ritual—. Estas gafas son una máscara, son una prueba de que tu madre está ciega... — Los anteojos... ¡Están calientes! —Exclama Katerina, alarmada—. ¡Me queman! ¿Por qué? Pero, a pesar de que debe sostenerlas apenas con las puntas de los dedos, ella no las deja caer. — Resiste, muchacha —insiste el brujo—. Tu madre está ciega porque no quiere ver que ya eres una mujer. Estas gafas son las cadenas que evitan tu libertad, ¡Rómpelas! La muchacha no espera ni un segundo más para lanzar los anteojos con fuerza contra el piso, donde los cristales se parten en pedazos y se deshacen en una espesa mancha rojiza oscuras, apestosa y sanguinolenta. Tolek se cubre la nariz con el brazo para resguardarse de la peste, mientras, por otro lado, Katerina no parece afectada. De repente, la mancha rojiza se mueve y toma forma de algo largo, conforma una serpiente lanzándose al ataque para morder la pierna de Tolek. Pero, cuando esta llega al círculo, las llamas crecen para detenerle calcinándola al instante y protegiendo al brujo, quien observa la escena con una ceja alzada. Decide no emitir sonido al respecto para no alarmar a Katerina. — Desde ahora, Katerina, eres libre de florecer con la primavera —declara. Tolek se acuclilla en este punto, pues las orugas están a punto de alcanzar el borde del círculo y no quiere que corran la misma suerte que la serpiente. Saca un frasquito de su bolsillo mágico y vierte cuidadosamente dentro un puñado tras otro de orugas gordas, tantas como puede, antes de que desaparezcan con el fuego. Luego, se incorpora. — Quítate las vendas de los ojos —ordena, mientras devuelve el frasquito al bolsillo. — Pero mamá dice... —contesta ella, sin embargo, se interrumpe. Katerina obedece y se quita las vendas de los ojos con movimientos torpes, dudando, pero siendo valiente. Y para cuando abre los ojos se da cuenta de que, aunque con dolor y haciendo un esfuerzo para mantenerlos abiertos, sus ojos pueden ver. — ¡Puedo ver! ¡Puedo ver! —Exclama, emocionada. Tolek presiente que querrá bajarse de la cama e ir corriendo con papá, por eso, extingue el fuego al dar un ligero golpe en el piso con su bastón. Luego, se acerca para abrirle la puerta y, de paso, deshacer el conjuro que les encerraba. — ¡Papá, puedo ver! ¡Puedo ver! Anuncia la muchacha, tras saltar cama abajo para atravesar el umbral de la puerta y lanzarse a la brazos de su padre. Ambos están felices, como era de esperarse, y se abrazan entre risas, saltitos y algunas lágrimas. Pero Tolek, que les observa al salir del cuarto de invitados, siente que hay alguien que no está contenta. Una mirada le quema la nuca y le obliga voltear para encontrarse con la madre observándole desde la segunda planta. — Pagarás por esto —masculla la señora, amenazándole. — ¡Tsk! No lo creo —le responde el brujo, chasqueando la lengua, sonriente. #ElBrujoCojo #Brujerías
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  • •—La Madrastra III

    La muchacha se ha quitado las vendas de los ojos con rapidez, como si llevara mucho tiempo esperando a por ese momento de libertad.

    — Mamá dice que es normal, que se me pasará pronto, que son cosas que pasan a todas las novias cuando se ponen muy nerviosas —explica, con voz tan baja que casi parece murmurar.

    El brujo y el mundo entero ahí fuera sabe muy bien que eso no es cierto. Las novias no se vuelven ciegas por estar nerviosas antes de sus bodas, ni una persona ciega necesita estar encerrada de esta manera.

    — Lo que mamá no te dijo es la forma de sanar, ¿No es así? —Adivina—. ¿Cuál es tu nombre?

    — Katerina —responde ella.

    Pero no dice nada respecto a la primera pregunta. Tolek lo hizo a propósito para que Katerina escogiera qué es más importante para ella, si defender el honor de su madre o ella misma. Y la buena noticia es que Katerina siente que ella misma es más importante.

    — Bien, haremos algo que ningún médico ha hecho por ti, es algo que sólo hacemos los brujos —explica, mientras se acerca a ella lentamente—. Voy a mirar tus ojos más de cerca, voy a encender la lámpara a un lado de tu cama.

    Y así lo hace. Observa entonces que los ojos de Katerina no reaccionan al cambio de luz, y tras un vistazo mucho más cerca nota que, tal y como esperaba, no hay señales de cataratas ni afecciones detectables a primera vista. El hombre que pidió el favor ya había dicho así al cuervo, que ningún médico ha podido ayudarle.

    — Vas a estar bien —dice, terminando su examen—. Ten, quiero que me digas qué es esto —pide, mientras le entrega las gafas de mamá.

    — Esto es... son unos anteojos —responde ella, tocando cuidadosamente las gafas entre sus manos.

    — Pero no son unos anteojos cualquiera.

    — ¿Son los anteojos de mi madre? —Pregunta ella, algo sorprendida.

    Tolek sabe que ha hecho bien al entregárselos, pues así es más fácil hacerle creer inconscientemente a Katerina que mamá no sólo aprueba esta reunión, también está dispuesta a ser parte de la sanación.

    — Así es.

    Luego, Tolek recorre la habitación con la mirada en busca de algo que pertenezca a Katerina. Pero ahí no hay nada que no cumpla una función estética.

    — Este no es tu cuarto, ¿No es así? —Observa.

    — No. Este es el cuarto de invitados, mi madre dice que es mejor que esté aquí.

    Sin preguntar el porqué, el brujo imagina lo apartada que debió sentirse Katerina en el momento en que mamá le trajo aquí. Una forma muy eficiente de hacerle sentir culpable por enfermarse, es decir, por decidir casarse... con quien ella no aprueba.

    — Necesitaré algo que te pertenezca y que quieras mucho, algo como tu juguete favorito, por ejemplo —dice.

    Y puede apostar a que Katerina tiene uno, pese a que ya es una mujer adolescente que está en edad como para casarse legalmente.

    — Hay un muñeco de un hipopótamo en mi cama. Es horrible y está viejísimo, pero lo quiero mucho. Me lo regaló papá cuando empecé a ir a la escuela —responde ella, algo avergonzada, pero bien dispuesta.

    — Eso será perfecto.

    El brujo debe salir de la habitación, pero ello no rompe el sello que ha puesto en la puerta. Por ende, debe pedirle al hombre que le lleve al cuarto de Katerina para alejarle del intento de ir a verla en la habitación de visitas. Sería problemático que se encontrara con que no puede entrar.

    — Bien, tengo a tu hipopótamo —anuncia, metiéndose nuevamente en la habitación de visitas—. Tienes razón, está horrible.

    Tras un par de risas de ambos, Tolek lleva el muñeco a las manos de Katerina para que lo sostenga junto a los anteojos de mamá.

    — ¿Cómo se llama el futuro novio?

    — Jared. Jared Hastings. Es un amigo de la infancia, íbamos juntos a la escuela.

    — Imagino que Jared ya conoce la existencia del hipopótamo feo. Si no se asustó, es que te quiere mucho —bromea.

    En realidad, Tolek está tejiendo relaciones inconscientes en la cabeza de Katerina. Desde ahora y por el tiempo suficiente como para realizar el conjuro, ella pensará en Jared cada vez que recuerde al hipopótamo.

    #ElBrujoCojo #Brujerías
    •—La Madrastra III La muchacha se ha quitado las vendas de los ojos con rapidez, como si llevara mucho tiempo esperando a por ese momento de libertad. — Mamá dice que es normal, que se me pasará pronto, que son cosas que pasan a todas las novias cuando se ponen muy nerviosas —explica, con voz tan baja que casi parece murmurar. El brujo y el mundo entero ahí fuera sabe muy bien que eso no es cierto. Las novias no se vuelven ciegas por estar nerviosas antes de sus bodas, ni una persona ciega necesita estar encerrada de esta manera. — Lo que mamá no te dijo es la forma de sanar, ¿No es así? —Adivina—. ¿Cuál es tu nombre? — Katerina —responde ella. Pero no dice nada respecto a la primera pregunta. Tolek lo hizo a propósito para que Katerina escogiera qué es más importante para ella, si defender el honor de su madre o ella misma. Y la buena noticia es que Katerina siente que ella misma es más importante. — Bien, haremos algo que ningún médico ha hecho por ti, es algo que sólo hacemos los brujos —explica, mientras se acerca a ella lentamente—. Voy a mirar tus ojos más de cerca, voy a encender la lámpara a un lado de tu cama. Y así lo hace. Observa entonces que los ojos de Katerina no reaccionan al cambio de luz, y tras un vistazo mucho más cerca nota que, tal y como esperaba, no hay señales de cataratas ni afecciones detectables a primera vista. El hombre que pidió el favor ya había dicho así al cuervo, que ningún médico ha podido ayudarle. — Vas a estar bien —dice, terminando su examen—. Ten, quiero que me digas qué es esto —pide, mientras le entrega las gafas de mamá. — Esto es... son unos anteojos —responde ella, tocando cuidadosamente las gafas entre sus manos. — Pero no son unos anteojos cualquiera. — ¿Son los anteojos de mi madre? —Pregunta ella, algo sorprendida. Tolek sabe que ha hecho bien al entregárselos, pues así es más fácil hacerle creer inconscientemente a Katerina que mamá no sólo aprueba esta reunión, también está dispuesta a ser parte de la sanación. — Así es. Luego, Tolek recorre la habitación con la mirada en busca de algo que pertenezca a Katerina. Pero ahí no hay nada que no cumpla una función estética. — Este no es tu cuarto, ¿No es así? —Observa. — No. Este es el cuarto de invitados, mi madre dice que es mejor que esté aquí. Sin preguntar el porqué, el brujo imagina lo apartada que debió sentirse Katerina en el momento en que mamá le trajo aquí. Una forma muy eficiente de hacerle sentir culpable por enfermarse, es decir, por decidir casarse... con quien ella no aprueba. — Necesitaré algo que te pertenezca y que quieras mucho, algo como tu juguete favorito, por ejemplo —dice. Y puede apostar a que Katerina tiene uno, pese a que ya es una mujer adolescente que está en edad como para casarse legalmente. — Hay un muñeco de un hipopótamo en mi cama. Es horrible y está viejísimo, pero lo quiero mucho. Me lo regaló papá cuando empecé a ir a la escuela —responde ella, algo avergonzada, pero bien dispuesta. — Eso será perfecto. El brujo debe salir de la habitación, pero ello no rompe el sello que ha puesto en la puerta. Por ende, debe pedirle al hombre que le lleve al cuarto de Katerina para alejarle del intento de ir a verla en la habitación de visitas. Sería problemático que se encontrara con que no puede entrar. — Bien, tengo a tu hipopótamo —anuncia, metiéndose nuevamente en la habitación de visitas—. Tienes razón, está horrible. Tras un par de risas de ambos, Tolek lleva el muñeco a las manos de Katerina para que lo sostenga junto a los anteojos de mamá. — ¿Cómo se llama el futuro novio? — Jared. Jared Hastings. Es un amigo de la infancia, íbamos juntos a la escuela. — Imagino que Jared ya conoce la existencia del hipopótamo feo. Si no se asustó, es que te quiere mucho —bromea. En realidad, Tolek está tejiendo relaciones inconscientes en la cabeza de Katerina. Desde ahora y por el tiempo suficiente como para realizar el conjuro, ella pensará en Jared cada vez que recuerde al hipopótamo. #ElBrujoCojo #Brujerías
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  • •—La Madrastra II

    Para sorpresa de nadie, la mujer lo niega todo. Tolek sabe que ella miente, pero no importa cuantas veces se lo diga, ella sigue mintiendo pese a ser perfectamente consciente de que no está convenciéndole. ¿Tan comprometida con sus mentiras está? Se pregunta, y entonces repara en un detalle muy importante. La mujer lleva gafas.

    — Señora, voy a necesitar sus gafas —le dice el brujo—. No se preocupe, seré cuidadoso.

    La mujer vacila por un momento, pero acaba entregándoselas.

    El brujo se despide de la mujer y abandona la habitación para regresar a la sala, donde encuentra al hombre en actitud de consternación, cabizbajo, bien cruzado de brazos y casi como encorvado sobre sí mismo.

    "Este hombre no tiene poder aquí. Quien lidera y da las órdenes debe ser su mujer", piensa.

    — ¿Dónde está su hija?

    Poco después, el hombre le acompaña hacia otro cuarto, este en la primera planta. Dentro, en una estancia más pequeña de lo usual, se encuentra una joven sentada al borde de una cama. Las ventanas están cerradas y con las cortinas corridas, todas excepto una que deja entrar un fino rayo de luz que despeja frágilmente la penumbra. En cuanto el hombre lo nota, se apresura a cerrar la cortina y la ventana, que estaba apenas entreabierta.

    — Tu madre ha dicho que debes mantener el cuarto oscuro —advierte—. Para que no te duelan los ojos.

    Tolek, pese a los movimientos del padre, observa detenidamente a la silenciosa muchacha. Tiene el cabello largo y lo lleva suelto, viste un camisón y va descalza. Sus ojos están cubiertos por un vendaje blanco, pulcro y bien aplicado.

    "Está encerrada y viste como si su única salida fuera meterse a la cama. Ni siquiera lleva pantuflas", evalúa mentalmente. "Apuesto a que no le permiten salir ni a la sala".

    — Necesito hablar con ella a solas —declara.

    Por supuesto, aquello pone al padre muy nervioso. Parece dudar, su primer impulso es el de consultarlo con su mujer, por eso echa un fugaz vistazo hacia arriba, adonde se encuentra el cuarto de la señora.

    Tolek espera pacientemente, hasta que el hombre accede en el que parece un arranque de rebeldía que le retira apresuradamente del lugar.

    El brujo intenta trabar el picaporte de la puerta tan pronto como el hombre se va, pero no lo encuentra. "Le han negado incluso la privacidad", piensa.

    En cualquier caso, traba la puerta con un conjuro que, además, no dejará escapar ningún ruido.

    — Estás a salvo, no podrán escuchar lo que me digas y yo no se los diré —asegura—. Mi nombre es Tolek, soy un brujo —se presenta—. Tu padre me llamó para ayudarte con tu ceguera, así que, cuando estés lista, comienza por retirarte las vendas de los ojos.

    #ElBrujoCojo #Brujerías
    •—La Madrastra II Para sorpresa de nadie, la mujer lo niega todo. Tolek sabe que ella miente, pero no importa cuantas veces se lo diga, ella sigue mintiendo pese a ser perfectamente consciente de que no está convenciéndole. ¿Tan comprometida con sus mentiras está? Se pregunta, y entonces repara en un detalle muy importante. La mujer lleva gafas. — Señora, voy a necesitar sus gafas —le dice el brujo—. No se preocupe, seré cuidadoso. La mujer vacila por un momento, pero acaba entregándoselas. El brujo se despide de la mujer y abandona la habitación para regresar a la sala, donde encuentra al hombre en actitud de consternación, cabizbajo, bien cruzado de brazos y casi como encorvado sobre sí mismo. "Este hombre no tiene poder aquí. Quien lidera y da las órdenes debe ser su mujer", piensa. — ¿Dónde está su hija? Poco después, el hombre le acompaña hacia otro cuarto, este en la primera planta. Dentro, en una estancia más pequeña de lo usual, se encuentra una joven sentada al borde de una cama. Las ventanas están cerradas y con las cortinas corridas, todas excepto una que deja entrar un fino rayo de luz que despeja frágilmente la penumbra. En cuanto el hombre lo nota, se apresura a cerrar la cortina y la ventana, que estaba apenas entreabierta. — Tu madre ha dicho que debes mantener el cuarto oscuro —advierte—. Para que no te duelan los ojos. Tolek, pese a los movimientos del padre, observa detenidamente a la silenciosa muchacha. Tiene el cabello largo y lo lleva suelto, viste un camisón y va descalza. Sus ojos están cubiertos por un vendaje blanco, pulcro y bien aplicado. "Está encerrada y viste como si su única salida fuera meterse a la cama. Ni siquiera lleva pantuflas", evalúa mentalmente. "Apuesto a que no le permiten salir ni a la sala". — Necesito hablar con ella a solas —declara. Por supuesto, aquello pone al padre muy nervioso. Parece dudar, su primer impulso es el de consultarlo con su mujer, por eso echa un fugaz vistazo hacia arriba, adonde se encuentra el cuarto de la señora. Tolek espera pacientemente, hasta que el hombre accede en el que parece un arranque de rebeldía que le retira apresuradamente del lugar. El brujo intenta trabar el picaporte de la puerta tan pronto como el hombre se va, pero no lo encuentra. "Le han negado incluso la privacidad", piensa. En cualquier caso, traba la puerta con un conjuro que, además, no dejará escapar ningún ruido. — Estás a salvo, no podrán escuchar lo que me digas y yo no se los diré —asegura—. Mi nombre es Tolek, soy un brujo —se presenta—. Tu padre me llamó para ayudarte con tu ceguera, así que, cuando estés lista, comienza por retirarte las vendas de los ojos. #ElBrujoCojo #Brujerías
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  • •—La Madrastra

    Un día de noviembre, en alguna parte del centro de la ciudad...

    Un hombre le ha pedido un favor a un cuervo. Lester, el embajador cuervo familiar local, ha oído la petición y no tarda en comunicársela a su amo, el brujo cojo.

    Más tarde, ese mismo día, el brujo se presenta llamando a la puerta del hogar del hombre en cuestión. Le recibe el interior de una morada espaciosa, de decoración minimalista donde pareciera que los pocos muebles no se han movido en años, oliendo a perfume sintético que pretende imitar el aroma de las magnolias y con ventanas de pesadas cortinas de madera. El blanco predominada por doquier, dando poca oportunidad a los jarrones de vidrio rosa, las alfombras de ocres claros, los almohadones dorados y los cuadros de paisajes simples.

    El hombre agradece al brujo por venir, luce derrotado por la desesperanza y una sutil sombra gris le tiñe la piel debajo de los ojos.

    — Se trata de tu mujer, ¿No es así? —Pregunta el brujo.

    — No, no es mi mujer. Ella está bien —responde el dueño de la casa—. Es mi hija, ha tenido que calcelar su boda por... bueno, de pronto, se ha quedado... ciega.

    El brujo escucha con semblante serio. Tras una breve pausa de silencio al final de las palabras ajenas, y un vistazo alrededor, declara lo siguiente.

    — Te equivocas. Esto es sobre tu mujer.

    Cojeando, el brujo se dirige a las escaleras de mármol que le llevan a la planta de arriba donde, al final de un pasillo, adivina la presencia de la matriarca. Abre la puerta sin detenerse a llamar y se encuentra con una dama de expresión altanera, facciones huesudas y piel de porcelana.

    — Señora, ahorrémonos las tonterías —declara el brujo, llevándose una mano atrás de la espalda mientras agacha levemente la cabeza—. ¿Cuál es el problema con la familia de su futuro yerno?

    #ElBrujoCojo #Brujerías
    •—La Madrastra Un día de noviembre, en alguna parte del centro de la ciudad... Un hombre le ha pedido un favor a un cuervo. Lester, el embajador cuervo familiar local, ha oído la petición y no tarda en comunicársela a su amo, el brujo cojo. Más tarde, ese mismo día, el brujo se presenta llamando a la puerta del hogar del hombre en cuestión. Le recibe el interior de una morada espaciosa, de decoración minimalista donde pareciera que los pocos muebles no se han movido en años, oliendo a perfume sintético que pretende imitar el aroma de las magnolias y con ventanas de pesadas cortinas de madera. El blanco predominada por doquier, dando poca oportunidad a los jarrones de vidrio rosa, las alfombras de ocres claros, los almohadones dorados y los cuadros de paisajes simples. El hombre agradece al brujo por venir, luce derrotado por la desesperanza y una sutil sombra gris le tiñe la piel debajo de los ojos. — Se trata de tu mujer, ¿No es así? —Pregunta el brujo. — No, no es mi mujer. Ella está bien —responde el dueño de la casa—. Es mi hija, ha tenido que calcelar su boda por... bueno, de pronto, se ha quedado... ciega. El brujo escucha con semblante serio. Tras una breve pausa de silencio al final de las palabras ajenas, y un vistazo alrededor, declara lo siguiente. — Te equivocas. Esto es sobre tu mujer. Cojeando, el brujo se dirige a las escaleras de mármol que le llevan a la planta de arriba donde, al final de un pasillo, adivina la presencia de la matriarca. Abre la puerta sin detenerse a llamar y se encuentra con una dama de expresión altanera, facciones huesudas y piel de porcelana. — Señora, ahorrémonos las tonterías —declara el brujo, llevándose una mano atrás de la espalda mientras agacha levemente la cabeza—. ¿Cuál es el problema con la familia de su futuro yerno? #ElBrujoCojo #Brujerías
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