•—La Madrastra
Un día de noviembre, en alguna parte del centro de la ciudad...
Un hombre le ha pedido un favor a un cuervo. Lester, el embajador cuervo familiar local, ha oído la petición y no tarda en comunicársela a su amo, el brujo cojo.
Más tarde, ese mismo día, el brujo se presenta llamando a la puerta del hogar del hombre en cuestión. Le recibe el interior de una morada espaciosa, de decoración minimalista donde pareciera que los pocos muebles no se han movido en años, oliendo a perfume sintético que pretende imitar el aroma de las magnolias y con ventanas de pesadas cortinas de madera. El blanco predominada por doquier, dando poca oportunidad a los jarrones de vidrio rosa, las alfombras de ocres claros, los almohadones dorados y los cuadros de paisajes simples.
El hombre agradece al brujo por venir, luce derrotado por la desesperanza y una sutil sombra gris le tiñe la piel debajo de los ojos.
— Se trata de tu mujer, ¿No es así? —Pregunta el brujo.
— No, no es mi mujer. Ella está bien —responde el dueño de la casa—. Es mi hija, ha tenido que calcelar su boda por... bueno, de pronto, se ha quedado... ciega.
El brujo escucha con semblante serio. Tras una breve pausa de silencio al final de las palabras ajenas, y un vistazo alrededor, declara lo siguiente.
— Te equivocas. Esto es sobre tu mujer.
Cojeando, el brujo se dirige a las escaleras de mármol que le llevan a la planta de arriba donde, al final de un pasillo, adivina la presencia de la matriarca. Abre la puerta sin detenerse a llamar y se encuentra con una dama de expresión altanera, facciones huesudas y piel de porcelana.
— Señora, ahorrémonos las tonterías —declara el brujo, llevándose una mano atrás de la espalda mientras agacha levemente la cabeza—. ¿Cuál es el problema con la familia de su futuro yerno?
#ElBrujoCojo #Brujerías
Un día de noviembre, en alguna parte del centro de la ciudad...
Un hombre le ha pedido un favor a un cuervo. Lester, el embajador cuervo familiar local, ha oído la petición y no tarda en comunicársela a su amo, el brujo cojo.
Más tarde, ese mismo día, el brujo se presenta llamando a la puerta del hogar del hombre en cuestión. Le recibe el interior de una morada espaciosa, de decoración minimalista donde pareciera que los pocos muebles no se han movido en años, oliendo a perfume sintético que pretende imitar el aroma de las magnolias y con ventanas de pesadas cortinas de madera. El blanco predominada por doquier, dando poca oportunidad a los jarrones de vidrio rosa, las alfombras de ocres claros, los almohadones dorados y los cuadros de paisajes simples.
El hombre agradece al brujo por venir, luce derrotado por la desesperanza y una sutil sombra gris le tiñe la piel debajo de los ojos.
— Se trata de tu mujer, ¿No es así? —Pregunta el brujo.
— No, no es mi mujer. Ella está bien —responde el dueño de la casa—. Es mi hija, ha tenido que calcelar su boda por... bueno, de pronto, se ha quedado... ciega.
El brujo escucha con semblante serio. Tras una breve pausa de silencio al final de las palabras ajenas, y un vistazo alrededor, declara lo siguiente.
— Te equivocas. Esto es sobre tu mujer.
Cojeando, el brujo se dirige a las escaleras de mármol que le llevan a la planta de arriba donde, al final de un pasillo, adivina la presencia de la matriarca. Abre la puerta sin detenerse a llamar y se encuentra con una dama de expresión altanera, facciones huesudas y piel de porcelana.
— Señora, ahorrémonos las tonterías —declara el brujo, llevándose una mano atrás de la espalda mientras agacha levemente la cabeza—. ¿Cuál es el problema con la familia de su futuro yerno?
#ElBrujoCojo #Brujerías
•—La Madrastra
Un día de noviembre, en alguna parte del centro de la ciudad...
Un hombre le ha pedido un favor a un cuervo. Lester, el embajador cuervo familiar local, ha oído la petición y no tarda en comunicársela a su amo, el brujo cojo.
Más tarde, ese mismo día, el brujo se presenta llamando a la puerta del hogar del hombre en cuestión. Le recibe el interior de una morada espaciosa, de decoración minimalista donde pareciera que los pocos muebles no se han movido en años, oliendo a perfume sintético que pretende imitar el aroma de las magnolias y con ventanas de pesadas cortinas de madera. El blanco predominada por doquier, dando poca oportunidad a los jarrones de vidrio rosa, las alfombras de ocres claros, los almohadones dorados y los cuadros de paisajes simples.
El hombre agradece al brujo por venir, luce derrotado por la desesperanza y una sutil sombra gris le tiñe la piel debajo de los ojos.
— Se trata de tu mujer, ¿No es así? —Pregunta el brujo.
— No, no es mi mujer. Ella está bien —responde el dueño de la casa—. Es mi hija, ha tenido que calcelar su boda por... bueno, de pronto, se ha quedado... ciega.
El brujo escucha con semblante serio. Tras una breve pausa de silencio al final de las palabras ajenas, y un vistazo alrededor, declara lo siguiente.
— Te equivocas. Esto es sobre tu mujer.
Cojeando, el brujo se dirige a las escaleras de mármol que le llevan a la planta de arriba donde, al final de un pasillo, adivina la presencia de la matriarca. Abre la puerta sin detenerse a llamar y se encuentra con una dama de expresión altanera, facciones huesudas y piel de porcelana.
— Señora, ahorrémonos las tonterías —declara el brujo, llevándose una mano atrás de la espalda mientras agacha levemente la cabeza—. ¿Cuál es el problema con la familia de su futuro yerno?
#ElBrujoCojo #Brujerías