•—La Madrastra III
La muchacha se ha quitado las vendas de los ojos con rapidez, como si llevara mucho tiempo esperando a por ese momento de libertad.
— Mamá dice que es normal, que se me pasará pronto, que son cosas que pasan a todas las novias cuando se ponen muy nerviosas —explica, con voz tan baja que casi parece murmurar.
El brujo y el mundo entero ahí fuera sabe muy bien que eso no es cierto. Las novias no se vuelven ciegas por estar nerviosas antes de sus bodas, ni una persona ciega necesita estar encerrada de esta manera.
— Lo que mamá no te dijo es la forma de sanar, ¿No es así? —Adivina—. ¿Cuál es tu nombre?
— Katerina —responde ella.
Pero no dice nada respecto a la primera pregunta. Tolek lo hizo a propósito para que Katerina escogiera qué es más importante para ella, si defender el honor de su madre o ella misma. Y la buena noticia es que Katerina siente que ella misma es más importante.
— Bien, haremos algo que ningún médico ha hecho por ti, es algo que sólo hacemos los brujos —explica, mientras se acerca a ella lentamente—. Voy a mirar tus ojos más de cerca, voy a encender la lámpara a un lado de tu cama.
Y así lo hace. Observa entonces que los ojos de Katerina no reaccionan al cambio de luz, y tras un vistazo mucho más cerca nota que, tal y como esperaba, no hay señales de cataratas ni afecciones detectables a primera vista. El hombre que pidió el favor ya había dicho así al cuervo, que ningún médico ha podido ayudarle.
— Vas a estar bien —dice, terminando su examen—. Ten, quiero que me digas qué es esto —pide, mientras le entrega las gafas de mamá.
— Esto es... son unos anteojos —responde ella, tocando cuidadosamente las gafas entre sus manos.
— Pero no son unos anteojos cualquiera.
— ¿Son los anteojos de mi madre? —Pregunta ella, algo sorprendida.
Tolek sabe que ha hecho bien al entregárselos, pues así es más fácil hacerle creer inconscientemente a Katerina que mamá no sólo aprueba esta reunión, también está dispuesta a ser parte de la sanación.
— Así es.
Luego, Tolek recorre la habitación con la mirada en busca de algo que pertenezca a Katerina. Pero ahí no hay nada que no cumpla una función estética.
— Este no es tu cuarto, ¿No es así? —Observa.
— No. Este es el cuarto de invitados, mi madre dice que es mejor que esté aquí.
Sin preguntar el porqué, el brujo imagina lo apartada que debió sentirse Katerina en el momento en que mamá le trajo aquí. Una forma muy eficiente de hacerle sentir culpable por enfermarse, es decir, por decidir casarse... con quien ella no aprueba.
— Necesitaré algo que te pertenezca y que quieras mucho, algo como tu juguete favorito, por ejemplo —dice.
Y puede apostar a que Katerina tiene uno, pese a que ya es una mujer adolescente que está en edad como para casarse legalmente.
— Hay un muñeco de un hipopótamo en mi cama. Es horrible y está viejísimo, pero lo quiero mucho. Me lo regaló papá cuando empecé a ir a la escuela —responde ella, algo avergonzada, pero bien dispuesta.
— Eso será perfecto.
El brujo debe salir de la habitación, pero ello no rompe el sello que ha puesto en la puerta. Por ende, debe pedirle al hombre que le lleve al cuarto de Katerina para alejarle del intento de ir a verla en la habitación de visitas. Sería problemático que se encontrara con que no puede entrar.
— Bien, tengo a tu hipopótamo —anuncia, metiéndose nuevamente en la habitación de visitas—. Tienes razón, está horrible.
Tras un par de risas de ambos, Tolek lleva el muñeco a las manos de Katerina para que lo sostenga junto a los anteojos de mamá.
— ¿Cómo se llama el futuro novio?
— Jared. Jared Hastings. Es un amigo de la infancia, íbamos juntos a la escuela.
— Imagino que Jared ya conoce la existencia del hipopótamo feo. Si no se asustó, es que te quiere mucho —bromea.
En realidad, Tolek está tejiendo relaciones inconscientes en la cabeza de Katerina. Desde ahora y por el tiempo suficiente como para realizar el conjuro, ella pensará en Jared cada vez que recuerde al hipopótamo.
#ElBrujoCojo #Brujerías
La muchacha se ha quitado las vendas de los ojos con rapidez, como si llevara mucho tiempo esperando a por ese momento de libertad.
— Mamá dice que es normal, que se me pasará pronto, que son cosas que pasan a todas las novias cuando se ponen muy nerviosas —explica, con voz tan baja que casi parece murmurar.
El brujo y el mundo entero ahí fuera sabe muy bien que eso no es cierto. Las novias no se vuelven ciegas por estar nerviosas antes de sus bodas, ni una persona ciega necesita estar encerrada de esta manera.
— Lo que mamá no te dijo es la forma de sanar, ¿No es así? —Adivina—. ¿Cuál es tu nombre?
— Katerina —responde ella.
Pero no dice nada respecto a la primera pregunta. Tolek lo hizo a propósito para que Katerina escogiera qué es más importante para ella, si defender el honor de su madre o ella misma. Y la buena noticia es que Katerina siente que ella misma es más importante.
— Bien, haremos algo que ningún médico ha hecho por ti, es algo que sólo hacemos los brujos —explica, mientras se acerca a ella lentamente—. Voy a mirar tus ojos más de cerca, voy a encender la lámpara a un lado de tu cama.
Y así lo hace. Observa entonces que los ojos de Katerina no reaccionan al cambio de luz, y tras un vistazo mucho más cerca nota que, tal y como esperaba, no hay señales de cataratas ni afecciones detectables a primera vista. El hombre que pidió el favor ya había dicho así al cuervo, que ningún médico ha podido ayudarle.
— Vas a estar bien —dice, terminando su examen—. Ten, quiero que me digas qué es esto —pide, mientras le entrega las gafas de mamá.
— Esto es... son unos anteojos —responde ella, tocando cuidadosamente las gafas entre sus manos.
— Pero no son unos anteojos cualquiera.
— ¿Son los anteojos de mi madre? —Pregunta ella, algo sorprendida.
Tolek sabe que ha hecho bien al entregárselos, pues así es más fácil hacerle creer inconscientemente a Katerina que mamá no sólo aprueba esta reunión, también está dispuesta a ser parte de la sanación.
— Así es.
Luego, Tolek recorre la habitación con la mirada en busca de algo que pertenezca a Katerina. Pero ahí no hay nada que no cumpla una función estética.
— Este no es tu cuarto, ¿No es así? —Observa.
— No. Este es el cuarto de invitados, mi madre dice que es mejor que esté aquí.
Sin preguntar el porqué, el brujo imagina lo apartada que debió sentirse Katerina en el momento en que mamá le trajo aquí. Una forma muy eficiente de hacerle sentir culpable por enfermarse, es decir, por decidir casarse... con quien ella no aprueba.
— Necesitaré algo que te pertenezca y que quieras mucho, algo como tu juguete favorito, por ejemplo —dice.
Y puede apostar a que Katerina tiene uno, pese a que ya es una mujer adolescente que está en edad como para casarse legalmente.
— Hay un muñeco de un hipopótamo en mi cama. Es horrible y está viejísimo, pero lo quiero mucho. Me lo regaló papá cuando empecé a ir a la escuela —responde ella, algo avergonzada, pero bien dispuesta.
— Eso será perfecto.
El brujo debe salir de la habitación, pero ello no rompe el sello que ha puesto en la puerta. Por ende, debe pedirle al hombre que le lleve al cuarto de Katerina para alejarle del intento de ir a verla en la habitación de visitas. Sería problemático que se encontrara con que no puede entrar.
— Bien, tengo a tu hipopótamo —anuncia, metiéndose nuevamente en la habitación de visitas—. Tienes razón, está horrible.
Tras un par de risas de ambos, Tolek lleva el muñeco a las manos de Katerina para que lo sostenga junto a los anteojos de mamá.
— ¿Cómo se llama el futuro novio?
— Jared. Jared Hastings. Es un amigo de la infancia, íbamos juntos a la escuela.
— Imagino que Jared ya conoce la existencia del hipopótamo feo. Si no se asustó, es que te quiere mucho —bromea.
En realidad, Tolek está tejiendo relaciones inconscientes en la cabeza de Katerina. Desde ahora y por el tiempo suficiente como para realizar el conjuro, ella pensará en Jared cada vez que recuerde al hipopótamo.
#ElBrujoCojo #Brujerías
•—La Madrastra III
La muchacha se ha quitado las vendas de los ojos con rapidez, como si llevara mucho tiempo esperando a por ese momento de libertad.
— Mamá dice que es normal, que se me pasará pronto, que son cosas que pasan a todas las novias cuando se ponen muy nerviosas —explica, con voz tan baja que casi parece murmurar.
El brujo y el mundo entero ahí fuera sabe muy bien que eso no es cierto. Las novias no se vuelven ciegas por estar nerviosas antes de sus bodas, ni una persona ciega necesita estar encerrada de esta manera.
— Lo que mamá no te dijo es la forma de sanar, ¿No es así? —Adivina—. ¿Cuál es tu nombre?
— Katerina —responde ella.
Pero no dice nada respecto a la primera pregunta. Tolek lo hizo a propósito para que Katerina escogiera qué es más importante para ella, si defender el honor de su madre o ella misma. Y la buena noticia es que Katerina siente que ella misma es más importante.
— Bien, haremos algo que ningún médico ha hecho por ti, es algo que sólo hacemos los brujos —explica, mientras se acerca a ella lentamente—. Voy a mirar tus ojos más de cerca, voy a encender la lámpara a un lado de tu cama.
Y así lo hace. Observa entonces que los ojos de Katerina no reaccionan al cambio de luz, y tras un vistazo mucho más cerca nota que, tal y como esperaba, no hay señales de cataratas ni afecciones detectables a primera vista. El hombre que pidió el favor ya había dicho así al cuervo, que ningún médico ha podido ayudarle.
— Vas a estar bien —dice, terminando su examen—. Ten, quiero que me digas qué es esto —pide, mientras le entrega las gafas de mamá.
— Esto es... son unos anteojos —responde ella, tocando cuidadosamente las gafas entre sus manos.
— Pero no son unos anteojos cualquiera.
— ¿Son los anteojos de mi madre? —Pregunta ella, algo sorprendida.
Tolek sabe que ha hecho bien al entregárselos, pues así es más fácil hacerle creer inconscientemente a Katerina que mamá no sólo aprueba esta reunión, también está dispuesta a ser parte de la sanación.
— Así es.
Luego, Tolek recorre la habitación con la mirada en busca de algo que pertenezca a Katerina. Pero ahí no hay nada que no cumpla una función estética.
— Este no es tu cuarto, ¿No es así? —Observa.
— No. Este es el cuarto de invitados, mi madre dice que es mejor que esté aquí.
Sin preguntar el porqué, el brujo imagina lo apartada que debió sentirse Katerina en el momento en que mamá le trajo aquí. Una forma muy eficiente de hacerle sentir culpable por enfermarse, es decir, por decidir casarse... con quien ella no aprueba.
— Necesitaré algo que te pertenezca y que quieras mucho, algo como tu juguete favorito, por ejemplo —dice.
Y puede apostar a que Katerina tiene uno, pese a que ya es una mujer adolescente que está en edad como para casarse legalmente.
— Hay un muñeco de un hipopótamo en mi cama. Es horrible y está viejísimo, pero lo quiero mucho. Me lo regaló papá cuando empecé a ir a la escuela —responde ella, algo avergonzada, pero bien dispuesta.
— Eso será perfecto.
El brujo debe salir de la habitación, pero ello no rompe el sello que ha puesto en la puerta. Por ende, debe pedirle al hombre que le lleve al cuarto de Katerina para alejarle del intento de ir a verla en la habitación de visitas. Sería problemático que se encontrara con que no puede entrar.
— Bien, tengo a tu hipopótamo —anuncia, metiéndose nuevamente en la habitación de visitas—. Tienes razón, está horrible.
Tras un par de risas de ambos, Tolek lleva el muñeco a las manos de Katerina para que lo sostenga junto a los anteojos de mamá.
— ¿Cómo se llama el futuro novio?
— Jared. Jared Hastings. Es un amigo de la infancia, íbamos juntos a la escuela.
— Imagino que Jared ya conoce la existencia del hipopótamo feo. Si no se asustó, es que te quiere mucho —bromea.
En realidad, Tolek está tejiendo relaciones inconscientes en la cabeza de Katerina. Desde ahora y por el tiempo suficiente como para realizar el conjuro, ella pensará en Jared cada vez que recuerde al hipopótamo.
#ElBrujoCojo #Brujerías