• -alguien le comento al anochecer que debería demostrar más cariño al hombre que dice amar, debería darte su corazón demostrando cuánto es que lo ama así que como buen animal instintivo cuyos pensamientos ahora sí están jodidos, no lo penso dos veces cuando se atravesó el pecho con las garras arrancandose el corazón pars entregarselo a su verdadero dueño-

    Lucifer 𝕾𝖆𝖒𝖆𝖊𝖑 𝕸𝖔𝖗𝖓𝖎𝖓𝖌𝖘𝖙𝖆𝖗 tu.... Amo.... Corazón ... Feliz....
    -alguien le comento al anochecer que debería demostrar más cariño al hombre que dice amar, debería darte su corazón demostrando cuánto es que lo ama así que como buen animal instintivo cuyos pensamientos ahora sí están jodidos, no lo penso dos veces cuando se atravesó el pecho con las garras arrancandose el corazón pars entregarselo a su verdadero dueño- [LuciHe11] tu.... Amo.... Corazón ... Feliz....
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  • ¿A quien llamas tu animal, ramo de flores con patas? #NV #Perdon.
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  • 𝐅𝐞𝐲𝐫𝐞 𝐀𝐫𝐜𝐡𝐞𝐫𝐨𝐧 Se metió un animal a la fiesta. Dice llamarse Tamlin y no parece querer irse.

    #NV
    [high1ady] Se metió un animal a la fiesta. Dice llamarse Tamlin y no parece querer irse. #NV
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  • Cómo no me dí cuenta de eso antes ?
    Esos 3 tienen algo en común y es su necesidad por protegerte

    -danzo sacando a Lute del cielo. A encontrado lo que le va a permitir ganar sin luchar -

    Lute, lute lute, eres la cereza del pastel. Esos animales darían su vida a cambio de la tuya ... Por favor grita y pide ayuda, eso será gratificante
    Cómo no me dí cuenta de eso antes ? Esos 3 tienen algo en común y es su necesidad por protegerte -danzo sacando a [Lute1] del cielo. A encontrado lo que le va a permitir ganar sin luchar - Lute, lute lute, eres la cereza del pastel. Esos animales darían su vida a cambio de la tuya ... Por favor grita y pide ayuda, eso será gratificante
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  • 𝕷𝖆 𝖕𝖗𝖔𝖒𝖊𝖘𝖆 𝖉𝖊 𝕴𝖓𝖆𝖗𝖎 - 𝕽𝖊𝖈𝖚𝖊𝖗𝖉𝖔 𝖉𝖊 𝖚𝖓 𝖅𝖔𝖗𝖗𝖔 (parte 2)

    Era consciente del transcurrir del tiempo, capaz de calcularlo con el paso de las estaciones. También era consciente de ver a otros animales nacer y morir sin que él sucumbiera a ese mismo paso del tiempo. No era inmortal: si se cortaba, sangraba, y eso era una prueba irrefutable de su mortalidad. Sin embargo, sus heridas sanaban con una velocidad que no era natural, y tampoco sucumbía a la enfermedad. Entonces recordó que, al nacer, una mano dorada acarició su pequeña cabeza. Era cálida, casi como un arrullo en una noche oscura, tan agradable como el abrazo de una madre. Ese gesto marcó la diferencia entre ser un zorro salvaje y lo que él era en ese momento.

    Era capaz de razonar todo aquello con una comprensión que rozaba lo humano o quizás, superior. Esa sensación cobró más fuerza cuando una voz lo llamó, una voz con la misma calidez de aquella mano que lo había arrullado al nacer. Se dejó guiar hasta llegar a ese lugar, fuera del plano donde solía estar. Era un océano infinito, donde al mirar hacia el horizonte no se podía distinguir dónde se separaban el cielo y el mar. El agua estaba tan quieta que ningún oleaje la alteraba, permaneciendo imperturbable. Solo cuando Kazuo posó sus patas sobre ella, unas pequeñas ondas desvelaron esa línea que diferenciaba el agua del cielo nocturno. Caminó sobre el mar como si fuera tierra firme, sin que el peso de su cuerpo lo hundiera. Mientras avanzaba, vio dos inmensos koi tan blancos como su pelaje, nadando bajo sus patas y guiándole el camino a seguir.

    Fue entonces, después de caminar durante un tiempo indefinido, que una figura apareció ante él. Su resplandor era dorado, tan brillante y cálido que resultaba imposible no deslumbrarse con su luz. Su rostro no se definía por un género; era imposible identificar si era hombre o mujer. Ese ser trascendía todas esas limitaciones. Era su madre, no la que le dio a luz, sino quien le dio la vida. Fue quien lo convirtió en lo que era, otorgándole ese pelaje color de luna, esos ojos color zafiro y ese poder que emanaba de su interior. Sus auras eran prácticamente iguales, como si Kazuo fuese una extensión de aquel ser. Finalmente, aquella majestuosa figura habló.

    —Hijo mío, siento orgullo del ser tan magnífico en el que te has convertido —decía con una voz dulce, que calaba hondo en el pecho del zorro.

    Kazuo podía entender sus palabras, aunque estas no fueran verbalizadas como tal. Era como si tomaran significado en su mente, proyectándose directamente en sus pensamientos.

    —Madre... Inari... —musitó él a través de esa conexión mental que ambos habían establecido.

    No entendía por qué sabía aquello; simplemente lo supo, como algo que llegó a él de manera tan natural como respirar.

    —Eres mi conexión en la Tierra; tú y tus hermanos sois mis ojos, la forma en que puedo llegar a todos los que necesitan mi bendición. Eres parte de mí, y yo soy parte de ti —continuó el kami.

    —Necesito que seas mi mensajero, aquel que lleve mi bondad y que me traiga el anhelo de aquellos que merecen mi gracia. Quiero que seas mi representación en la Tierra —añadió con una calma profunda.

    Las palabras de su madre se asentaron en el pecho de Kazuo, quien asintió suavemente, comprendiendo todo lo que ella le decía. Para él, de una forma inexplicable, todo aquello tenía sentido.

    El kami se acercó a él lentamente. Se arrodilló frente al zorro con extrema humildad, acunando su cabeza entre sus manos y entrelazando sus largos dedos en su pelaje. Kazuo cerró los ojos al sentir el contacto; era cálido, era como estar en casa. Aquella figura mística se inclinó para besarle la frente, como si le otorgara un beso de infinita gratitud.

    —Te amo, hijo mío. Gracias por existir —dijo, susurrando contra su piel.

    Y tras eso, el tintineo de una pequeña campana. Al abrir los ojos, todo había desaparecido, como si de un chasquido sordo lo hubiese despertado de un profundo sueño. Solo que aquello no había sido un sueño. Ahora Kazuo comprendía el propósito de su existencia y cuál sería su cometido de aquí en adelante. Cumpliría su misión hasta exhalar su último aliento, si es que eso llegara a suceder algún día. Fue entonces cuando Kazuo alcanzó un nivel de consciencia mayor que el de cualquier humano o ser terrenal, sellando su destino con una promesa eterna.
    𝕷𝖆 𝖕𝖗𝖔𝖒𝖊𝖘𝖆 𝖉𝖊 𝕴𝖓𝖆𝖗𝖎 - 𝕽𝖊𝖈𝖚𝖊𝖗𝖉𝖔 𝖉𝖊 𝖚𝖓 𝖅𝖔𝖗𝖗𝖔 (parte 2) Era consciente del transcurrir del tiempo, capaz de calcularlo con el paso de las estaciones. También era consciente de ver a otros animales nacer y morir sin que él sucumbiera a ese mismo paso del tiempo. No era inmortal: si se cortaba, sangraba, y eso era una prueba irrefutable de su mortalidad. Sin embargo, sus heridas sanaban con una velocidad que no era natural, y tampoco sucumbía a la enfermedad. Entonces recordó que, al nacer, una mano dorada acarició su pequeña cabeza. Era cálida, casi como un arrullo en una noche oscura, tan agradable como el abrazo de una madre. Ese gesto marcó la diferencia entre ser un zorro salvaje y lo que él era en ese momento. Era capaz de razonar todo aquello con una comprensión que rozaba lo humano o quizás, superior. Esa sensación cobró más fuerza cuando una voz lo llamó, una voz con la misma calidez de aquella mano que lo había arrullado al nacer. Se dejó guiar hasta llegar a ese lugar, fuera del plano donde solía estar. Era un océano infinito, donde al mirar hacia el horizonte no se podía distinguir dónde se separaban el cielo y el mar. El agua estaba tan quieta que ningún oleaje la alteraba, permaneciendo imperturbable. Solo cuando Kazuo posó sus patas sobre ella, unas pequeñas ondas desvelaron esa línea que diferenciaba el agua del cielo nocturno. Caminó sobre el mar como si fuera tierra firme, sin que el peso de su cuerpo lo hundiera. Mientras avanzaba, vio dos inmensos koi tan blancos como su pelaje, nadando bajo sus patas y guiándole el camino a seguir. Fue entonces, después de caminar durante un tiempo indefinido, que una figura apareció ante él. Su resplandor era dorado, tan brillante y cálido que resultaba imposible no deslumbrarse con su luz. Su rostro no se definía por un género; era imposible identificar si era hombre o mujer. Ese ser trascendía todas esas limitaciones. Era su madre, no la que le dio a luz, sino quien le dio la vida. Fue quien lo convirtió en lo que era, otorgándole ese pelaje color de luna, esos ojos color zafiro y ese poder que emanaba de su interior. Sus auras eran prácticamente iguales, como si Kazuo fuese una extensión de aquel ser. Finalmente, aquella majestuosa figura habló. —Hijo mío, siento orgullo del ser tan magnífico en el que te has convertido —decía con una voz dulce, que calaba hondo en el pecho del zorro. Kazuo podía entender sus palabras, aunque estas no fueran verbalizadas como tal. Era como si tomaran significado en su mente, proyectándose directamente en sus pensamientos. —Madre... Inari... —musitó él a través de esa conexión mental que ambos habían establecido. No entendía por qué sabía aquello; simplemente lo supo, como algo que llegó a él de manera tan natural como respirar. —Eres mi conexión en la Tierra; tú y tus hermanos sois mis ojos, la forma en que puedo llegar a todos los que necesitan mi bendición. Eres parte de mí, y yo soy parte de ti —continuó el kami. —Necesito que seas mi mensajero, aquel que lleve mi bondad y que me traiga el anhelo de aquellos que merecen mi gracia. Quiero que seas mi representación en la Tierra —añadió con una calma profunda. Las palabras de su madre se asentaron en el pecho de Kazuo, quien asintió suavemente, comprendiendo todo lo que ella le decía. Para él, de una forma inexplicable, todo aquello tenía sentido. El kami se acercó a él lentamente. Se arrodilló frente al zorro con extrema humildad, acunando su cabeza entre sus manos y entrelazando sus largos dedos en su pelaje. Kazuo cerró los ojos al sentir el contacto; era cálido, era como estar en casa. Aquella figura mística se inclinó para besarle la frente, como si le otorgara un beso de infinita gratitud. —Te amo, hijo mío. Gracias por existir —dijo, susurrando contra su piel. Y tras eso, el tintineo de una pequeña campana. Al abrir los ojos, todo había desaparecido, como si de un chasquido sordo lo hubiese despertado de un profundo sueño. Solo que aquello no había sido un sueño. Ahora Kazuo comprendía el propósito de su existencia y cuál sería su cometido de aquí en adelante. Cumpliría su misión hasta exhalar su último aliento, si es que eso llegara a suceder algún día. Fue entonces cuando Kazuo alcanzó un nivel de consciencia mayor que el de cualquier humano o ser terrenal, sellando su destino con una promesa eterna.
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  • Habia decidido encerrarse en su habitación y sentarse en su escritorio para hacer una lista de cosas que tiene que realizar para ocupar sus tardes. Mordiendo un poco el bolígrafo y dejando escapar un leve suspiro. - Bien....veamos que puedo hacer..... para ocupar mis tardes.... Asi mantengo la mente ocupada.....- Se dijo para ella misma , mientras que escuchaba el jaleo en el exterior.

    Empezando a escribir:

    1. Voluntaria de monitora en el ala infantil del hospital.
    2. Voluntaria en el orfanato.
    3. Voluntaria para cuidar animales.
    4. Aprender la danza del vientre-
    5. Ir a Zumba.

    -¿Qué mas se me olvida?
    Habia decidido encerrarse en su habitación y sentarse en su escritorio para hacer una lista de cosas que tiene que realizar para ocupar sus tardes. Mordiendo un poco el bolígrafo y dejando escapar un leve suspiro. - Bien....veamos que puedo hacer..... para ocupar mis tardes.... Asi mantengo la mente ocupada.....- Se dijo para ella misma , mientras que escuchaba el jaleo en el exterior. Empezando a escribir: 1. Voluntaria de monitora en el ala infantil del hospital. 2. Voluntaria en el orfanato. 3. Voluntaria para cuidar animales. 4. Aprender la danza del vientre- 5. Ir a Zumba. -¿Qué mas se me olvida?
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  • 𝕷𝖆 𝖕𝖗𝖔𝖒𝖊𝖘𝖆 𝖉𝖊 𝕴𝖓𝖆𝖗𝖎 - 𝕽𝖊𝖈𝖚𝖊𝖗𝖉𝖔𝖘 𝖉𝖊 𝖚𝖓 𝖟𝖔𝖗𝖗𝖔 (parte 1)

    El primer siglo de la vida de Kazuo fue, por así decirlo, "sencillo". Solo tenía que preocuparse de aquello que cualquier zorro debía hacer: cazar, resguardarse del clima, correr, defender su territorio... Era su cometido, pura y dura supervivencia.

    Kazuo nació a principios del siglo, en el período Asuka, mucho antes de que al shintoísmo se le diera un nombre como tal. Nació del vientre de una zorra salvaje, en las profundidades de un bosque nocturno. Ella agonizaba, incapaz de parir a la última de sus crías. Entonces, por gracia divina, Inari apareció para darle las fuerzas que tanto necesitaba, a cambio de entregárselo cuando el Kami lo solicitase. Fue entonces cuando nació un zorro muy pequeño y débil, con un pelaje blanco como la luz de la luna y unos ojos tan brillantes como dos zafiros, capaces de hacerte naufragar en su inmenso mar azul.

    Vivió con su madre y hermanos hasta que fue lo suficientemente grande para emanciparse. Así era la naturaleza; lo más probable es que no volviera a ver a su progenitora ni a sus hermanos nunca más. Ese sentimiento de pérdida no se sentía de forma humana. Simplemente, su instinto guiaba sus pasos. A diferencia de otros zorros, además de su pelaje llamativamente blanco, Kazuo no envejecía, manteniéndose fuerte y joven década tras década. A medida que el tiempo pasaba, se volvía más consciente de su pensamiento, haciéndose preguntas complejas para un zorro salvaje: ¿Qué soy?, ¿Por qué siento?, ¿Por qué duele? Espera... ¿qué es el dolor?

    No sabía cuál era el poder de las palabras, pero sí fue capaz de alcanzar un nivel de consciencia más allá de lo primitivo, de relacionar y comprender sentimientos catalogados como "humanos". Aunque no hubiera una forma de definirlo, sabía lo que era sentir tristeza, amor, nostalgia, alegría... diferenciar entre el bien y el mal. No eran pensamientos pasajeros; era capaz de entenderlos y razonar sobre ellos.

    No sabía cuánto tiempo había pasado desde que nació; solo sabía que había sido mucho tiempo cuando, de pronto, entre llamas azules, su cola se dividió en dos. ¿Dos colas? ¿Por qué? ¿Qué significa esto? Ningún animal ordinario se cuestionaría este tipo de cambios; sin embargo, la conciencia e inteligencia que había desarrollado Kazuo iba más allá de lo establecido por la propia naturaleza. Su tamaño también cambió: ya no era un zorro pequeño y delgaducho; había alcanzado casi el tamaño de un lobo, los cuales eran enemigos naturales de los zorros. Su tamaño facilitaba sus posibles enfrentamientos con otros animales, además de otorgarle una fuerza y velocidad únicas. A veces, mientras corría por el bosque, dependiendo de su estado de ánimo, llamas azul zafiro lo acompañaban en la penumbra, iluminando su camino y su futuro destino.
    𝕷𝖆 𝖕𝖗𝖔𝖒𝖊𝖘𝖆 𝖉𝖊 𝕴𝖓𝖆𝖗𝖎 - 𝕽𝖊𝖈𝖚𝖊𝖗𝖉𝖔𝖘 𝖉𝖊 𝖚𝖓 𝖟𝖔𝖗𝖗𝖔 (parte 1) El primer siglo de la vida de Kazuo fue, por así decirlo, "sencillo". Solo tenía que preocuparse de aquello que cualquier zorro debía hacer: cazar, resguardarse del clima, correr, defender su territorio... Era su cometido, pura y dura supervivencia. Kazuo nació a principios del siglo, en el período Asuka, mucho antes de que al shintoísmo se le diera un nombre como tal. Nació del vientre de una zorra salvaje, en las profundidades de un bosque nocturno. Ella agonizaba, incapaz de parir a la última de sus crías. Entonces, por gracia divina, Inari apareció para darle las fuerzas que tanto necesitaba, a cambio de entregárselo cuando el Kami lo solicitase. Fue entonces cuando nació un zorro muy pequeño y débil, con un pelaje blanco como la luz de la luna y unos ojos tan brillantes como dos zafiros, capaces de hacerte naufragar en su inmenso mar azul. Vivió con su madre y hermanos hasta que fue lo suficientemente grande para emanciparse. Así era la naturaleza; lo más probable es que no volviera a ver a su progenitora ni a sus hermanos nunca más. Ese sentimiento de pérdida no se sentía de forma humana. Simplemente, su instinto guiaba sus pasos. A diferencia de otros zorros, además de su pelaje llamativamente blanco, Kazuo no envejecía, manteniéndose fuerte y joven década tras década. A medida que el tiempo pasaba, se volvía más consciente de su pensamiento, haciéndose preguntas complejas para un zorro salvaje: ¿Qué soy?, ¿Por qué siento?, ¿Por qué duele? Espera... ¿qué es el dolor? No sabía cuál era el poder de las palabras, pero sí fue capaz de alcanzar un nivel de consciencia más allá de lo primitivo, de relacionar y comprender sentimientos catalogados como "humanos". Aunque no hubiera una forma de definirlo, sabía lo que era sentir tristeza, amor, nostalgia, alegría... diferenciar entre el bien y el mal. No eran pensamientos pasajeros; era capaz de entenderlos y razonar sobre ellos. No sabía cuánto tiempo había pasado desde que nació; solo sabía que había sido mucho tiempo cuando, de pronto, entre llamas azules, su cola se dividió en dos. ¿Dos colas? ¿Por qué? ¿Qué significa esto? Ningún animal ordinario se cuestionaría este tipo de cambios; sin embargo, la conciencia e inteligencia que había desarrollado Kazuo iba más allá de lo establecido por la propia naturaleza. Su tamaño también cambió: ya no era un zorro pequeño y delgaducho; había alcanzado casi el tamaño de un lobo, los cuales eran enemigos naturales de los zorros. Su tamaño facilitaba sus posibles enfrentamientos con otros animales, además de otorgarle una fuerza y velocidad únicas. A veces, mientras corría por el bosque, dependiendo de su estado de ánimo, llamas azul zafiro lo acompañaban en la penumbra, iluminando su camino y su futuro destino.
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  • Que la oscuridad bañe soñua corazones y la luz se opaque ¡Feliz día del exterminio! Jijiji

    Torturen, roben, destruyan.... Exterminen

    -acaricio la dorada corona de 8 gemas, con el roce de sus dedos la corona se volvió negra y las gemas comenzaron a tornarse grises señal de que los pecados se acababan de corromper. Justo en ese momento los 8 pecados capitales serán animales de puro instinto impulsados por sus pecados originales. Levanto los brazos terminando por sellar sobre el cielo un eclipse que durará por días afectando a las "gemas"-

    Y sobre todo .... Maten ... Que sobreviva el más fuerte de los pecados
    Que la oscuridad bañe soñua corazones y la luz se opaque ¡Feliz día del exterminio! Jijiji Torturen, roben, destruyan.... Exterminen -acaricio la dorada corona de 8 gemas, con el roce de sus dedos la corona se volvió negra y las gemas comenzaron a tornarse grises señal de que los pecados se acababan de corromper. Justo en ese momento los 8 pecados capitales serán animales de puro instinto impulsados por sus pecados originales. Levanto los brazos terminando por sellar sobre el cielo un eclipse que durará por días afectando a las "gemas"- Y sobre todo .... Maten ... Que sobreviva el más fuerte de los pecados
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  • ——— PRESAGIO (parte II)

    El silencio se hace en el bosque que le rodea, como si las aves, los pequeños animalillos e incluso los mismo árboles aguardaran, expectantes, el desarrollo de aquel peculiar encuentro. Khan, notando aquello, vuelve la mirada a lo alto por un instante, ceñudo, molesto, sintiéndose transportado a una era donde, como maiar, era capaz de hablar con la naturaleza, pero ahora sin la capacidad de entenderle con la misma facilidad.

    El oso avanza sin dar señales de temor o cautela, por el contrario, el animal, de pronto, se acerca con una intensidad feroz, que lo reta de frente.

    Esta criatura no se apartará.

    Khan siente cómo una chispa de furia le recorre la piel y, en vez de esperar, huir o refugiarse en el interior de su camioneta, decide encararlo; si el bosque quiere enviarle un mensaje, él lo recibirá como acostumbra, de frente.

    Dando un paso decidido, luego otro y otro más, Khan acelera hasta romper en una breve carrera, sus botas aplastan las hojas secas bajo el peso de su cuerpo. El oso responde, poniéndose sobre sus patas traseras, erguido y monumental. Su gruñido llena el bosque, profundo y vibrante, pero no provoca en Khan ni un solo paso de retroceso. Al contrario, le arranca una sonrisa desafiante, la misma que revela su propio poder contenido, una presencia que, aunque sellada, nunca ha dejado de ser imponente.

    Los últimos pasos los da en un impulso arremetido, con la fuerza contenida en sus músculos preparados para impactar contra el oso, pero, justo en el instante en que extiende las manos, listas para asirse a las garras y enfrascarse en una encarnizada pelea, el aire cambia.

    El enorme cuerpo del oso se disuelve frente a los ojos del hombre, la imponente silueta se desvanece como un banco de niebla dispersado por el viento.

    Las manos de Khan encuentran solo vacío, en su lugar queda una tranquilidad imperturbable, como si nada hubiera sucedido. El aroma del bosque llena sus pulmones de nuevo, pero ahora tiene un matiz diferente, un eco de magia antigua que percibe, vagamente familiar, aunque sigue sin descifrar.

    Inmóvil, Khan observa el espacio donde estaba el oso, sus manos aún tensas por el impulso de la confrontación. Su respiración, aunque calmada, vibra con un atisbo de frustración y desconcierto. Este no ha sido un oso común, y tampoco una simple ilusión. Es una señal, una advertencia, tal vez un mensaje que le deja con más preguntas que respuestas, pero algo en el aire le hace intuir que este encuentro no es más que el presagio de lo que está por venir.
    ——— PRESAGIO (parte II) El silencio se hace en el bosque que le rodea, como si las aves, los pequeños animalillos e incluso los mismo árboles aguardaran, expectantes, el desarrollo de aquel peculiar encuentro. Khan, notando aquello, vuelve la mirada a lo alto por un instante, ceñudo, molesto, sintiéndose transportado a una era donde, como maiar, era capaz de hablar con la naturaleza, pero ahora sin la capacidad de entenderle con la misma facilidad. El oso avanza sin dar señales de temor o cautela, por el contrario, el animal, de pronto, se acerca con una intensidad feroz, que lo reta de frente. Esta criatura no se apartará. Khan siente cómo una chispa de furia le recorre la piel y, en vez de esperar, huir o refugiarse en el interior de su camioneta, decide encararlo; si el bosque quiere enviarle un mensaje, él lo recibirá como acostumbra, de frente. Dando un paso decidido, luego otro y otro más, Khan acelera hasta romper en una breve carrera, sus botas aplastan las hojas secas bajo el peso de su cuerpo. El oso responde, poniéndose sobre sus patas traseras, erguido y monumental. Su gruñido llena el bosque, profundo y vibrante, pero no provoca en Khan ni un solo paso de retroceso. Al contrario, le arranca una sonrisa desafiante, la misma que revela su propio poder contenido, una presencia que, aunque sellada, nunca ha dejado de ser imponente. Los últimos pasos los da en un impulso arremetido, con la fuerza contenida en sus músculos preparados para impactar contra el oso, pero, justo en el instante en que extiende las manos, listas para asirse a las garras y enfrascarse en una encarnizada pelea, el aire cambia. El enorme cuerpo del oso se disuelve frente a los ojos del hombre, la imponente silueta se desvanece como un banco de niebla dispersado por el viento. Las manos de Khan encuentran solo vacío, en su lugar queda una tranquilidad imperturbable, como si nada hubiera sucedido. El aroma del bosque llena sus pulmones de nuevo, pero ahora tiene un matiz diferente, un eco de magia antigua que percibe, vagamente familiar, aunque sigue sin descifrar. Inmóvil, Khan observa el espacio donde estaba el oso, sus manos aún tensas por el impulso de la confrontación. Su respiración, aunque calmada, vibra con un atisbo de frustración y desconcierto. Este no ha sido un oso común, y tampoco una simple ilusión. Es una señal, una advertencia, tal vez un mensaje que le deja con más preguntas que respuestas, pero algo en el aire le hace intuir que este encuentro no es más que el presagio de lo que está por venir.
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  • ——— PRESAGIO

    El sol comienza a descender tras las copas de los árboles y el bosque se llena de un frio húmedo que trae consigo el aromas de la tierra y la madera recién partida, resina de pino y sudor.

    Khan, con brazos firmes y curtidos, acomoda la última carga de leña en la parte trasera de su vieja camioneta. El vehículo, un modelo robusto pero desgastado por los años, es un fiel compañero que ha soportado las exigencias de su vida en la montaña.

    Se inclina para recoger unas ramas dispersas, cuando una vibración profunda en el aire lo hace detenerse. No es el sonido común de un animal ni el crujido habitual de las ramas al romperse. Es más bien un susurro grave, un eco que resuena en el suelo y le pone alerta.

    Al levantar la vista, lo ve.

    Un oso emerge de entre los árboles, de un tamaño que sobrepasa lo normal para los de la región. Su pelaje es espeso y oscuro, con un aspecto desordenado. Sus ojos, fijos y brillantes, destellan con una intensidad inusual. Khan ha compartido estos bosques con osos durante mucho tiempo y sabe que su sola presencia basta para ahuyentarlos. Los animales sienten que no es un humano cualquiera, que hay algo en él que pertenece a una naturaleza más antigua y peligrosa, pero este oso, sin embargo, no retrocede, su postura es desafiante y cada paso que da parece acercarlo con una intención que parece racional.

    Khan frunce el ceño, sin retroceder, manteniéndose firme frente a la criatura.

    — ¿Qué te trae aquí, oso?

    Adelanta un pesado paso que hace temblar el suelo ligeramente, pero el oso apenas se inmuta. En lugar de retroceder, gruñe, mostrando los colmillos y avanzando con una mirada penetrante, como si lo estudiara, como si buscara algo dentro de él. Khan sabe que este encuentro no es casual, los osos no actúan así. Percibe en el animal una conciencia que no pertenece al reino común de las bestias.

    La inquietud aparece y crece en su interior. La naturaleza de Khan lo hace especialmente sensible a las anomalías, y cada fibra de su ser le advierte que este oso es una señal de algo, un presagio. Pero, por más que intenta descifrarlo, el mensaje se le escapa, como un murmullo en la penumbra.

    Avanza un paso más, su voz grave y baja resonando en el silencio del bosque.

    — No eres uno de los míos, ni uno de los tuyos —dice, sintiendo cómo la situación escapa de su entendimiento. Entonces gruñe, un gruñido bajo, un sonido casi imperceptible para el oído humano, que lleva una carga de poder que vibra en el aire. Es el lenguaje antiguo de su verdadera esencia, un eco del fuego ancestral que habita en él.

    Por un instante, el oso parece dudar, sus ojos mostrando algo que podría ser reconocimiento. Pero la duda desaparece tan pronto como aparece, y el animal sigue avanzando, decidido.
    ——— PRESAGIO El sol comienza a descender tras las copas de los árboles y el bosque se llena de un frio húmedo que trae consigo el aromas de la tierra y la madera recién partida, resina de pino y sudor. Khan, con brazos firmes y curtidos, acomoda la última carga de leña en la parte trasera de su vieja camioneta. El vehículo, un modelo robusto pero desgastado por los años, es un fiel compañero que ha soportado las exigencias de su vida en la montaña. Se inclina para recoger unas ramas dispersas, cuando una vibración profunda en el aire lo hace detenerse. No es el sonido común de un animal ni el crujido habitual de las ramas al romperse. Es más bien un susurro grave, un eco que resuena en el suelo y le pone alerta. Al levantar la vista, lo ve. Un oso emerge de entre los árboles, de un tamaño que sobrepasa lo normal para los de la región. Su pelaje es espeso y oscuro, con un aspecto desordenado. Sus ojos, fijos y brillantes, destellan con una intensidad inusual. Khan ha compartido estos bosques con osos durante mucho tiempo y sabe que su sola presencia basta para ahuyentarlos. Los animales sienten que no es un humano cualquiera, que hay algo en él que pertenece a una naturaleza más antigua y peligrosa, pero este oso, sin embargo, no retrocede, su postura es desafiante y cada paso que da parece acercarlo con una intención que parece racional. Khan frunce el ceño, sin retroceder, manteniéndose firme frente a la criatura. — ¿Qué te trae aquí, oso? Adelanta un pesado paso que hace temblar el suelo ligeramente, pero el oso apenas se inmuta. En lugar de retroceder, gruñe, mostrando los colmillos y avanzando con una mirada penetrante, como si lo estudiara, como si buscara algo dentro de él. Khan sabe que este encuentro no es casual, los osos no actúan así. Percibe en el animal una conciencia que no pertenece al reino común de las bestias. La inquietud aparece y crece en su interior. La naturaleza de Khan lo hace especialmente sensible a las anomalías, y cada fibra de su ser le advierte que este oso es una señal de algo, un presagio. Pero, por más que intenta descifrarlo, el mensaje se le escapa, como un murmullo en la penumbra. Avanza un paso más, su voz grave y baja resonando en el silencio del bosque. — No eres uno de los míos, ni uno de los tuyos —dice, sintiendo cómo la situación escapa de su entendimiento. Entonces gruñe, un gruñido bajo, un sonido casi imperceptible para el oído humano, que lleva una carga de poder que vibra en el aire. Es el lenguaje antiguo de su verdadera esencia, un eco del fuego ancestral que habita en él. Por un instante, el oso parece dudar, sus ojos mostrando algo que podría ser reconocimiento. Pero la duda desaparece tan pronto como aparece, y el animal sigue avanzando, decidido.
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