• El Reino de los Sueños ya no brillaba como antes. Las torres oníricas se desmoronaban, los ríos de imaginación se secaban, y los portales a los mundos de los durmientes parpadeaban como velas a punto de extinguirse.

    Morfeo, el eterno tejedor de sueños, yacía atrapado en su prisión, pálido, agotado. La maldición había envenenado el reino onírico.

    Las mentes humanas eran invadidas por entes enviados por su padre, el insomnio era moneda común, y la fe en lo invisible se extinguía.

    A estas alturas, recordó un fragmento que, Thanatos, le había ofrecido. ¿La muerte. Otra alternativa?. No podía llamarlo.

    En su prisión no podía gobernar, solo esperaba su fin. 
    El Reino de los Sueños ya no brillaba como antes. Las torres oníricas se desmoronaban, los ríos de imaginación se secaban, y los portales a los mundos de los durmientes parpadeaban como velas a punto de extinguirse. Morfeo, el eterno tejedor de sueños, yacía atrapado en su prisión, pálido, agotado. La maldición había envenenado el reino onírico. Las mentes humanas eran invadidas por entes enviados por su padre, el insomnio era moneda común, y la fe en lo invisible se extinguía. A estas alturas, recordó un fragmento que, Thanatos, le había ofrecido. ¿La muerte. Otra alternativa?. No podía llamarlo. En su prisión no podía gobernar, solo esperaba su fin. 
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  • La pastelería está en calma. Afuera, la tarde comienza a volverse dorada, y los rayos del sol se cuelan por los ventanales, acariciando el suelo de madera y las mesas vacías. Sentada junto a una de ellas, cerca de una maceta de lavanda, Elizabeth Ames tiene frente a sí un cuaderno de hojas amarillentas y una taza de té a medio terminar.

    Sujeta el lápiz entre los dedos con suavidad, pero no escribe aún. Mira por la ventana, el gesto sereno y melancólico al mismo tiempo. Sus ojos siguen el vuelo perezoso de una hoja que cae en espiral, y su mente empieza a divagar, lejos de la harina, del azúcar, de los hechizos dulces que suele conjurar a diario.

    Piensa en sus hermanos, en los años que no pudieron compartir. Piensa en lo que ha tenido que callar, en lo que ha querido decir y nunca se atrevió. Sus labios se curvan apenas en una sonrisa nostálgica mientras escribe una frase en el cuaderno:

    "A veces, me pregunto si el azúcar puede endulzar un corazón que lleva demasiado tiempo sabiendo a despedida."

    Suspira. Deja el lápiz a un lado y comienza a garabatear un pequeño dibujo: una taza humeante rodeada de estrellas. Tal vez mañana lo convierta en una etiqueta para el nuevo té mágico que está preparando. Pero hoy… hoy prefiere perderse un rato más entre versos y recuerdos.
    La pastelería está en calma. Afuera, la tarde comienza a volverse dorada, y los rayos del sol se cuelan por los ventanales, acariciando el suelo de madera y las mesas vacías. Sentada junto a una de ellas, cerca de una maceta de lavanda, Elizabeth Ames tiene frente a sí un cuaderno de hojas amarillentas y una taza de té a medio terminar. Sujeta el lápiz entre los dedos con suavidad, pero no escribe aún. Mira por la ventana, el gesto sereno y melancólico al mismo tiempo. Sus ojos siguen el vuelo perezoso de una hoja que cae en espiral, y su mente empieza a divagar, lejos de la harina, del azúcar, de los hechizos dulces que suele conjurar a diario. Piensa en sus hermanos, en los años que no pudieron compartir. Piensa en lo que ha tenido que callar, en lo que ha querido decir y nunca se atrevió. Sus labios se curvan apenas en una sonrisa nostálgica mientras escribe una frase en el cuaderno: "A veces, me pregunto si el azúcar puede endulzar un corazón que lleva demasiado tiempo sabiendo a despedida." Suspira. Deja el lápiz a un lado y comienza a garabatear un pequeño dibujo: una taza humeante rodeada de estrellas. Tal vez mañana lo convierta en una etiqueta para el nuevo té mágico que está preparando. Pero hoy… hoy prefiere perderse un rato más entre versos y recuerdos.
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  • **Página 845 del Diario de Caelard**

    *La tinta es fina. El trazo, limpio. Pero algunas gotas parecen haber caído de sus dedos... como si hubiera dudado en escribirlas.*

    *"Hoy caminé más allá del castillo. Mis pies me llevaron al claro donde los árboles no me cubren, y el sol me alcanzó. No lo esperaba. No me escondí.*

    Sentí su calor, no como una amenaza, sino como un recuerdo que no sabía que guardaba. No dolía. Me envolvía. Y por un segundo, no fui una sombra, ni el eco de un linaje que arrastra condenas.

    Fui solo Caelard.

    No el hijo del vampiro. No el vigilante nocturno. Solo… yo.

    Y en ese instante, pensé en ti, madre. En tus manos frías cuando acariciaban mi cabello y me decías que algún día caminaría bajo la luz sin miedo. Pensé en ti también, padre, y en esa espada que me dejaste como única herencia: siempre envuelta en oscuridad… pero firme, leal.

    Quizá no nací para tener paz. Pero si la encuentro, aunque sea un respiro entre batallas, quiero recordar que fue real.

    Hoy lo fue.

    Y eso… eso me basta por ahora."*
    **Página 845 del Diario de Caelard** *La tinta es fina. El trazo, limpio. Pero algunas gotas parecen haber caído de sus dedos... como si hubiera dudado en escribirlas.* *"Hoy caminé más allá del castillo. Mis pies me llevaron al claro donde los árboles no me cubren, y el sol me alcanzó. No lo esperaba. No me escondí.* Sentí su calor, no como una amenaza, sino como un recuerdo que no sabía que guardaba. No dolía. Me envolvía. Y por un segundo, no fui una sombra, ni el eco de un linaje que arrastra condenas. Fui solo Caelard. No el hijo del vampiro. No el vigilante nocturno. Solo… yo. Y en ese instante, pensé en ti, madre. En tus manos frías cuando acariciaban mi cabello y me decías que algún día caminaría bajo la luz sin miedo. Pensé en ti también, padre, y en esa espada que me dejaste como única herencia: siempre envuelta en oscuridad… pero firme, leal. Quizá no nací para tener paz. Pero si la encuentro, aunque sea un respiro entre batallas, quiero recordar que fue real. Hoy lo fue. Y eso… eso me basta por ahora."*
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  • "`𝑊𝑒 𝑎𝑟𝑒 𝑎𝑙𝑙 𝑠𝑡𝑜𝑟𝑖𝑒𝑠 𝑖𝑛 𝑡ℎ𝑒 𝑒𝑛𝑑, 𝑗𝑢𝑠𝑡 𝑚𝑎𝑘𝑒 𝑖𝑡 𝑎 𝑔𝑜𝑜𝑑 𝑜𝑛𝑒"
    𝗗𝗔𝗬𝗦 𝗢𝗙 𝗧𝗛𝗘 𝗙𝗨𝗧𝗨𝗥𝗘 𝗣𝗔𝗦𝗧

    ✩₊˚.⋆☾⋆⁺₊✧ ✩₊˚.⋆☾⋆⁺₊✧

    — La primera vez que tuve constancia de quien era, o de que era, fue a los seis años. Apenas sabía de mi historia familiar: mi madre estaba sola, criándome con ayuda de mis abuelos. Los cuatro vivíamos tranquilamente en Sankt Gilgen (Austria), al abrigo de una comunidad profundamente católica y tradicional. Era una niña como otra cualquiera: iba al colegio, jugaba con mis amigos, disfrutaba de los pequeños momentos familiares y estaba feliz con mi vida.

    Estas cosas se desencadenan porque si, no hay un motivo que lo justifique. Me encontraba jugando en mi habitación, sola. Mis abuelos habían salido, mamá y yo estábamos solas.

    Todo pasó de manera difusa, en un gritito de cría asustada: mi madre me encontró levitando en el aire, frente al espejo, mientras mis manos hacían movimientos raros, como si estuviera amasando.

    No, no era una posesión, no pienses mal. Aquel hecho trajo consigo una historia por parte de mi madre que se ha ido repitiendo con el paso de los años: yo era especial, distinta. Era la hija del famoso científico Brian Xavier, el cual había desaparecido de su vida una vez supo de la existencia de una hija desconocida. Lo del tema de mis podres era otra cosa.

    Saber que era diferente, que podía hacer cosas casi mágicas, me convertía en algo único. Crecer y ocultar mis dones fue algo complicado, no podía revelar al mundo lo que era. Llegué a pensar en que era algo malo, pero cuando me fui informando de otras personas como yo, de que no estaba sola en el mundo, eso me dio fuerzas para seguir perfeccionando mi habilidad.

    Conocer el primer amor, a la primera persona que era igual que yo, alguien distinto, que te rompan el corazón. Descubrir que tenía un hermano, buscarlo por todas partes hasta encontrarlo, volverlo a perder. Crecer personal y profesionalmente, convertirme en profesora, ayudar a los niños que lo necesitan. Pasar por una invasión extraterrestre, descubrir que existe gente más allá de los universos que tiene diversas capacidades. Soñar con ser como ellos. Defender lo que eres. Tratar de encontrar a tus amigos. Intentar encajar en el mundo.

    La vida no es fácil. Las historias son diversas. Pero todos podemos hacer buenas historias, encontrarnos y darnos una identidad.

    Cruzar las estrellas. Crear aventuras. Pelear por tu mundo, por tu vida. Estar orgulloso de lo que eres.

    Mi nombre es Nia Xavier. Y mi historia todavía no ha terminado. —
    "`𝑊𝑒 𝑎𝑟𝑒 𝑎𝑙𝑙 𝑠𝑡𝑜𝑟𝑖𝑒𝑠 𝑖𝑛 𝑡ℎ𝑒 𝑒𝑛𝑑, 𝑗𝑢𝑠𝑡 𝑚𝑎𝑘𝑒 𝑖𝑡 𝑎 𝑔𝑜𝑜𝑑 𝑜𝑛𝑒" 𝗗𝗔𝗬𝗦 𝗢𝗙 𝗧𝗛𝗘 𝗙𝗨𝗧𝗨𝗥𝗘 𝗣𝗔𝗦𝗧 ✩₊˚.⋆☾⋆⁺₊✧ ✩₊˚.⋆☾⋆⁺₊✧ — La primera vez que tuve constancia de quien era, o de que era, fue a los seis años. Apenas sabía de mi historia familiar: mi madre estaba sola, criándome con ayuda de mis abuelos. Los cuatro vivíamos tranquilamente en Sankt Gilgen (Austria), al abrigo de una comunidad profundamente católica y tradicional. Era una niña como otra cualquiera: iba al colegio, jugaba con mis amigos, disfrutaba de los pequeños momentos familiares y estaba feliz con mi vida. Estas cosas se desencadenan porque si, no hay un motivo que lo justifique. Me encontraba jugando en mi habitación, sola. Mis abuelos habían salido, mamá y yo estábamos solas. Todo pasó de manera difusa, en un gritito de cría asustada: mi madre me encontró levitando en el aire, frente al espejo, mientras mis manos hacían movimientos raros, como si estuviera amasando. No, no era una posesión, no pienses mal. Aquel hecho trajo consigo una historia por parte de mi madre que se ha ido repitiendo con el paso de los años: yo era especial, distinta. Era la hija del famoso científico Brian Xavier, el cual había desaparecido de su vida una vez supo de la existencia de una hija desconocida. Lo del tema de mis podres era otra cosa. Saber que era diferente, que podía hacer cosas casi mágicas, me convertía en algo único. Crecer y ocultar mis dones fue algo complicado, no podía revelar al mundo lo que era. Llegué a pensar en que era algo malo, pero cuando me fui informando de otras personas como yo, de que no estaba sola en el mundo, eso me dio fuerzas para seguir perfeccionando mi habilidad. Conocer el primer amor, a la primera persona que era igual que yo, alguien distinto, que te rompan el corazón. Descubrir que tenía un hermano, buscarlo por todas partes hasta encontrarlo, volverlo a perder. Crecer personal y profesionalmente, convertirme en profesora, ayudar a los niños que lo necesitan. Pasar por una invasión extraterrestre, descubrir que existe gente más allá de los universos que tiene diversas capacidades. Soñar con ser como ellos. Defender lo que eres. Tratar de encontrar a tus amigos. Intentar encajar en el mundo. La vida no es fácil. Las historias son diversas. Pero todos podemos hacer buenas historias, encontrarnos y darnos una identidad. Cruzar las estrellas. Crear aventuras. Pelear por tu mundo, por tu vida. Estar orgulloso de lo que eres. Mi nombre es Nia Xavier. Y mi historia todavía no ha terminado. —
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  • Qué bien te miras ahí siendo tú
    No te me alejes, no me dejes
    Que el viento está muy frío
    Y no traje suéter
    Después de ti yo ya no quiero nada
    Solo envejecer
    Que nos separen los años y la muerte
    Pero
    Ya no queda nada, solo el sentimiento
    De lo que un día fuimos atrás en el tiempo
    Tú y yo aquí en mi cama, el día se pasa lento
    Haciendo travesuras, son noches de sexo
    Voy a salir a buscarte
    Me la paso borracho con unas bandidas
    Y en el putero los martes
    Los jueves 10 ya ni me lastiman
    Lo que me lastima, baby, es extrañarteSiento el cuerpo tenso, cómo no te pienso
    Si nomás te fuiste y me pongo a temblar
    En el cenicero me encontré una chora
    Que tenía todavía tu labial
    Te lo juro, mi niña, que me acordé
    Que ya no se puede, pues algo se rompió
    No existe solución, no hay cómo curarlo
    Si nada te cambió, nada podré hacer yo.
    Qué bien te miras ahí siendo tú No te me alejes, no me dejes Que el viento está muy frío Y no traje suéter Después de ti yo ya no quiero nada Solo envejecer Que nos separen los años y la muerte Pero Ya no queda nada, solo el sentimiento De lo que un día fuimos atrás en el tiempo Tú y yo aquí en mi cama, el día se pasa lento Haciendo travesuras, son noches de sexo Voy a salir a buscarte Me la paso borracho con unas bandidas Y en el putero los martes Los jueves 10 ya ni me lastiman Lo que me lastima, baby, es extrañarteSiento el cuerpo tenso, cómo no te pienso Si nomás te fuiste y me pongo a temblar En el cenicero me encontré una chora Que tenía todavía tu labial Te lo juro, mi niña, que me acordé Que ya no se puede, pues algo se rompió No existe solución, no hay cómo curarlo Si nada te cambió, nada podré hacer yo.
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  • Sumergida, todo era quietud.
    El agua no ofrecía respuestas, pero tampoco hacía preguntas.
    Y eso era suficiente.

    El frío apagaba cada chispa que alguna vez la hizo arder.
    Ya no había ira, ni llanto, ni súplica.
    Solo esa calma helada que no la sanaba, pero la contenía.

    No era descanso, ni castigo.
    Era negación pura.
    Negarse a sentir, a gritar, a recordar.
    Negarse a ser alcanzada, ¿Castigándose? Quién sabe.

    El mundo, arriba, podía seguir quebrándose.
    Ella hoy no era parte de él, pero si de la naturaleza.
    Solo quería que el agua la envolviera,
    la mantuviera en pausa,
    como si el tiempo se hubiera alejado un instante de su nombre.
    Sumergida, todo era quietud. El agua no ofrecía respuestas, pero tampoco hacía preguntas. Y eso era suficiente. El frío apagaba cada chispa que alguna vez la hizo arder. Ya no había ira, ni llanto, ni súplica. Solo esa calma helada que no la sanaba, pero la contenía. No era descanso, ni castigo. Era negación pura. Negarse a sentir, a gritar, a recordar. Negarse a ser alcanzada, ¿Castigándose? Quién sabe. El mundo, arriba, podía seguir quebrándose. Ella hoy no era parte de él, pero si de la naturaleza. Solo quería que el agua la envolviera, la mantuviera en pausa, como si el tiempo se hubiera alejado un instante de su nombre.
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  • El cielo todavía no decidía si amanecer o seguir llorando. En la azotea del viejo edificio, Atropos permanecía sentada sobre una manta desgastada, las rodillas abrazadas contra el pecho, la mirada perdida en algún punto donde las nubes se disolvían en un gris que parecía eterno. La ciudad se desperezaba lentamente, ajena a la quietud que ella resguardaba como un secreto sagrado.

    El humo de su cigarro ascendía en espirales perezosas, como si también le costara dejar atrás la noche. Había algo en el aire de la mañana que le recordaba a los días que nunca llegaron, a las promesas que no sobrevivieron el invierno. A veces creía que podía oír sus nombres entre el viento, sus voces arrastradas por las corrientes como hojas muertas.

    A sus pies, una taza de café ya frío. En su regazo, un libro abierto por la mitad que no había logrado leer. No porque las palabras no fueran buenas, sino porque simplemente... dolían. Como dolía todo últimamente. El peso de las decisiones, de los hilos que había cortado —y de aquellos que no se atrevió a tocar.

    —¿Y si esta vez dejo que las cosas se deshilachen solas? —murmuró para nadie. O tal vez para el cielo, o para el recuerdo de alguien que ya no estaba.

    A lo lejos, la sirena de un tren partiendo rompió el silencio. Y por un instante, Atropos deseó haber sido una de esas personas que se van sin mirar atrás. Pero ella no era de las que se marchan. Ella era la que se quedaba. La que observa desde la altura cómo todo cambia, cómo todo muere. Y aun así, se aferra a cada amanecer, como si dentro del gris pudiera encontrar algún día un poco de color.









    //¿Atropos con un nuevo sentimiento? :0 jajaja no.
    El cielo todavía no decidía si amanecer o seguir llorando. En la azotea del viejo edificio, Atropos permanecía sentada sobre una manta desgastada, las rodillas abrazadas contra el pecho, la mirada perdida en algún punto donde las nubes se disolvían en un gris que parecía eterno. La ciudad se desperezaba lentamente, ajena a la quietud que ella resguardaba como un secreto sagrado. El humo de su cigarro ascendía en espirales perezosas, como si también le costara dejar atrás la noche. Había algo en el aire de la mañana que le recordaba a los días que nunca llegaron, a las promesas que no sobrevivieron el invierno. A veces creía que podía oír sus nombres entre el viento, sus voces arrastradas por las corrientes como hojas muertas. A sus pies, una taza de café ya frío. En su regazo, un libro abierto por la mitad que no había logrado leer. No porque las palabras no fueran buenas, sino porque simplemente... dolían. Como dolía todo últimamente. El peso de las decisiones, de los hilos que había cortado —y de aquellos que no se atrevió a tocar. —¿Y si esta vez dejo que las cosas se deshilachen solas? —murmuró para nadie. O tal vez para el cielo, o para el recuerdo de alguien que ya no estaba. A lo lejos, la sirena de un tren partiendo rompió el silencio. Y por un instante, Atropos deseó haber sido una de esas personas que se van sin mirar atrás. Pero ella no era de las que se marchan. Ella era la que se quedaba. La que observa desde la altura cómo todo cambia, cómo todo muere. Y aun así, se aferra a cada amanecer, como si dentro del gris pudiera encontrar algún día un poco de color. //¿Atropos con un nuevo sentimiento? :0 jajaja no.
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  • Hipnos, con tanta tranquilidad, llegó hasta sus reinos, protegido por la diosa Nyx, donde incluso, Zeus, Dios del cielo, temía. Los actos de Hebe habían despertado la cólera del Dios del sueño.

    A pesar de su castigo. Tenía la suficiente fuerza para derramar su maldición entre los Dioses y los humanos.

    Primero vinieron las sombras sin párpado, criaturas que Hipnos envió a los hombres que no dormían. Se arrastraban por los techos, murmuraban en los oídos, haciendo que las mentes se fragmentaran entre la vigilia y la pesadilla. Los insomnes comenzaron a ver cosas que no existían, a olvidar sus propios nombres, a temer cerrar los ojos porque lo que veían con ellos abiertos era peor.

    Los que no soñaban fueron los siguientes. A sus camas llegaban los Ladrones de Sueños, sirvientes silenciosos que robaban la posibilidad misma de imaginar. Sin sueños, los humanos se volvieron grises, mecánicos, atrapados en un presente eterno, sin esperanza ni inspiración. Las musas huyeron de la tierra.

    Los Dioses del Olimpo tampoco están exentos, el castigo por la insolencia de Hebe, le costaría el sueño. Mientras más pase el tiempo, su cansancio será mayor. Y no podrán dormir. 

    —  Olvidaron que el sueño es el otro lado de la vida. Sin él, se pudre el alma. Yo no soy el enemigo del día, sino su sombra sagrada. Y ahora... nos recordarán. —
     
    Hipnos, con tanta tranquilidad, llegó hasta sus reinos, protegido por la diosa Nyx, donde incluso, Zeus, Dios del cielo, temía. Los actos de Hebe habían despertado la cólera del Dios del sueño. A pesar de su castigo. Tenía la suficiente fuerza para derramar su maldición entre los Dioses y los humanos. Primero vinieron las sombras sin párpado, criaturas que Hipnos envió a los hombres que no dormían. Se arrastraban por los techos, murmuraban en los oídos, haciendo que las mentes se fragmentaran entre la vigilia y la pesadilla. Los insomnes comenzaron a ver cosas que no existían, a olvidar sus propios nombres, a temer cerrar los ojos porque lo que veían con ellos abiertos era peor. Los que no soñaban fueron los siguientes. A sus camas llegaban los Ladrones de Sueños, sirvientes silenciosos que robaban la posibilidad misma de imaginar. Sin sueños, los humanos se volvieron grises, mecánicos, atrapados en un presente eterno, sin esperanza ni inspiración. Las musas huyeron de la tierra. Los Dioses del Olimpo tampoco están exentos, el castigo por la insolencia de Hebe, le costaría el sueño. Mientras más pase el tiempo, su cansancio será mayor. Y no podrán dormir.  —  Olvidaron que el sueño es el otro lado de la vida. Sin él, se pudre el alma. Yo no soy el enemigo del día, sino su sombra sagrada. Y ahora... nos recordarán. —  
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  • Zahra cerró los ojos. Era solo un instante, una chispa que no debía existir, y sin embargo… ahí estaba. Como una brisa espesa, como el murmullo de un eco olvidado.

    La piedra bajo sus pies no era del presente. Era vieja, cálida. Palpitaba.

    Y en lo profundo —más abajo, mucho más— lo sintió a él.

    Azi.

    No con palabras, ni con pensamientos. Con presencia. Con fuerza. Era un susurro debajo de la piel, una vibración que se filtraba entre los huesos. Zahra no lo había vivido, no de verdad… pero en ese momento recordó.

    Recordó el calor de una forma física. El peso de un cuerpo que se sabía eterno. La mirada que alguna vez se alzó al cielo con desafío y fe. Zahra se sintió de pronto inmensa, poderosa, y terriblemente sola.

    Eran recuerdos que no eran suyos, pero la envolvían como si siempre hubieran estado ahí. Como si, por un momento fugaz, los pensamientos de Azi se hubieran enredado con los suyos. Como si aún quedara una parte de él… bajo ella, esperando.
    Zahra cerró los ojos. Era solo un instante, una chispa que no debía existir, y sin embargo… ahí estaba. Como una brisa espesa, como el murmullo de un eco olvidado. La piedra bajo sus pies no era del presente. Era vieja, cálida. Palpitaba. Y en lo profundo —más abajo, mucho más— lo sintió a él. Azi. No con palabras, ni con pensamientos. Con presencia. Con fuerza. Era un susurro debajo de la piel, una vibración que se filtraba entre los huesos. Zahra no lo había vivido, no de verdad… pero en ese momento recordó. Recordó el calor de una forma física. El peso de un cuerpo que se sabía eterno. La mirada que alguna vez se alzó al cielo con desafío y fe. Zahra se sintió de pronto inmensa, poderosa, y terriblemente sola. Eran recuerdos que no eran suyos, pero la envolvían como si siempre hubieran estado ahí. Como si, por un momento fugaz, los pensamientos de Azi se hubieran enredado con los suyos. Como si aún quedara una parte de él… bajo ella, esperando.
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  • Al final, decidió arrojarse al agua mas profunda cerca de la casa. Llevando consigo flores blancas, blancas como un obsequio del ayer. Consiguiendo que su ira se enfriara de golpe con el agua helada y natural, mirando el fondo del agua cristalina, siendo envuelta por el agua entre la existencia y el ruido ahogado del agua tapando sus oídos.

    Aislandola un momento de todos, cerró sus ojos, un momento, dejandose hundir hasta lo profundo del agua. El frío empezó a bajar su temperatura corporal, pero no la mataría, eso no podía matarla.

    Solo dejó que el agua llevara su molestia, y su cabeza no pensara en nada mas que su propio estado ausente.
    Al final, decidió arrojarse al agua mas profunda cerca de la casa. Llevando consigo flores blancas, blancas como un obsequio del ayer. Consiguiendo que su ira se enfriara de golpe con el agua helada y natural, mirando el fondo del agua cristalina, siendo envuelta por el agua entre la existencia y el ruido ahogado del agua tapando sus oídos. Aislandola un momento de todos, cerró sus ojos, un momento, dejandose hundir hasta lo profundo del agua. El frío empezó a bajar su temperatura corporal, pero no la mataría, eso no podía matarla. Solo dejó que el agua llevara su molestia, y su cabeza no pensara en nada mas que su propio estado ausente.
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