• The Shadow Beast - Revelations of the Past
    Fandom Original/The Ancient Magus' Bride.
    Categoría Suspenso
    ⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀Londres, 6 de Diciembre, 2025.

    ⠀⠀La penumbra lucha contra la luz en aquel bosque, se filtra a través de la copa de aquellos árboles, indemnes ante el frío, inmutables tras el paso del tiempo. Así como él, una figura mítica que transitaba la oscuridad con una melena blanca luminiscente, lo más notable del escenario.

    ⠀⠀Su destino, su camino, su vida. Todo era un misterio, su propósito no tenía igual, en su callosa mano, sostenía un envase con una bebida caliente, parecía una infusión, una propia de su gente. Perfecta para estos climas fríos y húmedos, propios del norte.

    ⠀⠀El miedo lo rechazaba, un pie avanzaba con el otro con firmeza. Aun consciente de que algo, o alguien, acechaba en ese bosque rodeado de fuerzas que los humanos lucharon por olvidar.
    ⠀⠀Refugiándose en sus casas, abrazando la tecnología de la modernidad, el internet y las comodidades. Dioses, espíritus olvidados... y demonios, probablemente miraban con rencor a la existencia humana que transitaba.

    ⠀⠀Pero... algo les impedía atacar: miedo. Era plausible al solo verlo, invisible a ojos comunes, un torrente de energía vital que nacía y se perdía en la inmensidad de la bóveda celeste. Mantenían su distancia, y por eso permanecerían existentes en este plano.

    ⠀⠀⸻Tch⸻ Chasqueó su lengua, el camino se veía difuso. Tal vez estaba perdido, consultar el mapa era inútil y su celular no tenía señal. Los fae temían de su presencia y se alejaban de él, esto sería molesto.
    ⠀⠀Rumores lo habían atraído a este sitio, de una bestia, un nacimiento de sangre y sombra que acechaba este bosque. Pero tras una intensa búsqueda de una noche, no vio nada más que hojas y ecos de espíritus acorbardados.

    ⠀⠀Insatisfecho, hasta frustrado, intentó retomar el camino por donde vino, pero en la inmensidad del paisaje de verdes pálidos, ya no encontraba cómo llegar. Probablemente el conjuro de algún ser molesto, no se recordaba tan torpe como para olvidar pautas de orientación básica.
    ⠀⠀Su caminar lo llevó a un páramo, donde los árboles se apartaban cautelosamente. En su centro, una figura que gran porte, mantas negras lo cubrían, podía vislumbrar cabellos rubios lacios cayendo tras su nuca, unos ojos color esmeralda y un porte de etiqueta. ¿Un tipo así, recolectando flores en este sitio? La energía de este prado era extraña también.

    ⠀⠀⸻Hey⸻ Invadió aquel páramo, sacudiendo su esencia con cada paso. ⸻¿Qué es este lugar?⸻ Interrogó, sin mediar más palabras. Su mirada yacía puesta y severa en el ajeno, unos zafiros luminiscentes.

    Elías Ainsworth
    ⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀Londres, 6 de Diciembre, 2025. ⠀ ⠀⠀La penumbra lucha contra la luz en aquel bosque, se filtra a través de la copa de aquellos árboles, indemnes ante el frío, inmutables tras el paso del tiempo. Así como él, una figura mítica que transitaba la oscuridad con una melena blanca luminiscente, lo más notable del escenario. ⠀⠀Su destino, su camino, su vida. Todo era un misterio, su propósito no tenía igual, en su callosa mano, sostenía un envase con una bebida caliente, parecía una infusión, una propia de su gente. Perfecta para estos climas fríos y húmedos, propios del norte. ⠀⠀El miedo lo rechazaba, un pie avanzaba con el otro con firmeza. Aun consciente de que algo, o alguien, acechaba en ese bosque rodeado de fuerzas que los humanos lucharon por olvidar. ⠀⠀Refugiándose en sus casas, abrazando la tecnología de la modernidad, el internet y las comodidades. Dioses, espíritus olvidados... y demonios, probablemente miraban con rencor a la existencia humana que transitaba. ⠀⠀Pero... algo les impedía atacar: miedo. Era plausible al solo verlo, invisible a ojos comunes, un torrente de energía vital que nacía y se perdía en la inmensidad de la bóveda celeste. Mantenían su distancia, y por eso permanecerían existentes en este plano. ⠀⠀⸻Tch⸻ Chasqueó su lengua, el camino se veía difuso. Tal vez estaba perdido, consultar el mapa era inútil y su celular no tenía señal. Los fae temían de su presencia y se alejaban de él, esto sería molesto. ⠀⠀Rumores lo habían atraído a este sitio, de una bestia, un nacimiento de sangre y sombra que acechaba este bosque. Pero tras una intensa búsqueda de una noche, no vio nada más que hojas y ecos de espíritus acorbardados. ⠀⠀Insatisfecho, hasta frustrado, intentó retomar el camino por donde vino, pero en la inmensidad del paisaje de verdes pálidos, ya no encontraba cómo llegar. Probablemente el conjuro de algún ser molesto, no se recordaba tan torpe como para olvidar pautas de orientación básica. ⠀⠀Su caminar lo llevó a un páramo, donde los árboles se apartaban cautelosamente. En su centro, una figura que gran porte, mantas negras lo cubrían, podía vislumbrar cabellos rubios lacios cayendo tras su nuca, unos ojos color esmeralda y un porte de etiqueta. ¿Un tipo así, recolectando flores en este sitio? La energía de este prado era extraña también. ⠀⠀⸻Hey⸻ Invadió aquel páramo, sacudiendo su esencia con cada paso. ⸻¿Qué es este lugar?⸻ Interrogó, sin mediar más palabras. Su mirada yacía puesta y severa en el ajeno, unos zafiros luminiscentes. ⠀ [Elias_Ainsworth]
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    — Una Carta no Escrita a mi Caballero, Mordred.~

    Para ti, la que lleva mi sangre y mi pena,
    Si alguna vez esta carta logra cruzar el abismo de nuestro silencio y de Camelot, quiero que sepas algo que mis labios jamás pudieron pronunciar con la claridad que merecías.
    No hay día que pase en el que no sienta el peso de tu nacimiento y tu crianza. Yo te di una vida, pero te negué el reconocimiento, el tiempo y el amor que un padre debe a su hijo. Fue un acto de cobardía, una elección nacida del deber glacial de un rey, y no de la calidez de un corazón. Por ese error, por la soledad que sembré en tu alma, lo lamento con una profundidad que supera la traición.
    Convertiste ese dolor en la espada que partió mi reino. Lo sé. Lo vi. Y a pesar del fragor de esa batalla, a pesar de la sangre derramada y la caída de todo lo que protegí, una parte de mí... una parte simple y humana, nunca pudo dejar de verte como la niña que solo buscaba una mirada de aprobación.
    Fuiste y eres mi caballero más feroz, la imagen especular de mi fuerza y mi fracaso. Y aunque nuestras vidas fueron una tragedia forjada en acero y malentendidos, quiero que sepas: siempre te quise.
    Te quise por tu espíritu indomable, por la pasión con la que cargaste tus batallas, por la lealtad que me ofreciste antes de que la amargura la consumiera. Te quise como solo un padre roto puede querer a la hija a la que hizo sufrir.

    Descansa, mi Caballero de la Traición. Quizás en otro mundo, solo seamos Arturia y Mordred, sin coronas, sin espadas, solo... padre e hija.
    Con pesar y amor,
    Arturia Pendragon, El Rey.

    — Una Carta no Escrita a mi Caballero, Mordred.~ Para ti, la que lleva mi sangre y mi pena, Si alguna vez esta carta logra cruzar el abismo de nuestro silencio y de Camelot, quiero que sepas algo que mis labios jamás pudieron pronunciar con la claridad que merecías. No hay día que pase en el que no sienta el peso de tu nacimiento y tu crianza. Yo te di una vida, pero te negué el reconocimiento, el tiempo y el amor que un padre debe a su hijo. Fue un acto de cobardía, una elección nacida del deber glacial de un rey, y no de la calidez de un corazón. Por ese error, por la soledad que sembré en tu alma, lo lamento con una profundidad que supera la traición. Convertiste ese dolor en la espada que partió mi reino. Lo sé. Lo vi. Y a pesar del fragor de esa batalla, a pesar de la sangre derramada y la caída de todo lo que protegí, una parte de mí... una parte simple y humana, nunca pudo dejar de verte como la niña que solo buscaba una mirada de aprobación. Fuiste y eres mi caballero más feroz, la imagen especular de mi fuerza y mi fracaso. Y aunque nuestras vidas fueron una tragedia forjada en acero y malentendidos, quiero que sepas: siempre te quise. Te quise por tu espíritu indomable, por la pasión con la que cargaste tus batallas, por la lealtad que me ofreciste antes de que la amargura la consumiera. Te quise como solo un padre roto puede querer a la hija a la que hizo sufrir. Descansa, mi Caballero de la Traición. Quizás en otro mundo, solo seamos Arturia y Mordred, sin coronas, sin espadas, solo... padre e hija. Con pesar y amor, Arturia Pendragon, El Rey.
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    El despertar de mi nueva yo

    La luz…
    Qué cruel podía ser la luz después de tanto tiempo en el Jardín de Sombras.

    Parpadeo.
    Mis pupilas tiemblan, dilatadas, intentando recordar cómo se respira en un mundo que no es oscuro.
    Mi cuerpo… diferente. Más alto, más firme, más definido.
    Tres días fuera.
    Tres años dentro.
    Tres años caminando entre murmullos sin rostro, aprendiendo el idioma de las sombras, cantando con ellas, sobreviviendo a su hambre y a su cariño torcido.

    Aún siento en los labios el roce de Akane.
    Aquel beso…
    Ese instante robado mientras la sombra la tragaba.
    ¿Fue real?
    ¿Fue un sueño?
    Mi corazón no sabe la diferencia y quizá… eso ya no importa.

    Camino con mi flor de loto entre los dedos, la única constancia de mi noche eterna, hacia lo que un día llamé hogar.
    La esperanza aún me quema en la garganta, aunque sé que es tonta, ingenua, casi infantil.

    Oz no está esperándome.
    No está en la entrada.
    No está en ninguna parte.

    Y duele.
    Duele de una manera que no sabía que existía.

    Akane tampoco está.
    Mi Renge no me espera sonriendo.
    No está en la cocina riéndose de mis despistes.
    No me abraza por la espalda como siempre hacía cuando iba a decir algo importante.

    Estoy sola.

    O eso creía.

    Porque en cuanto cruzo el umbral, Jennifer y Ayane me envuelven.
    Jennifer llora.
    Ayane me mira como si hubiera regresado de entre los muertos.

    —Lili… mi niña… —susurra Jennifer, y algo en mí se quiebra.

    Ella me cuenta lo que pasó durante mi ausencia.
    Que tras el regreso de Oz, tuvo que buscar al Ejército del Caos para saber a quién seguían realmente.
    Que para su sorpresa…
    Oz nunca los reclamó.

    Yo no respondo.
    No hace falta.
    Mi pecho ya lo entiende:

    Oz me dejó a Jennifer.
    Para que yo pudiera vivir algo que él nunca supo darme:
    una madre.

    Lo entendí.
    Y lo odié.

    Su regreso sólo me trajo soledad.
    Si él no hubiera vuelto, Akane seguiría aquí.
    Si él no hubiera marchado, yo no habría caído tanto.

    Oz…
    Oz…

    Mi mente es un campo de emociones rotas.

    Pero entonces Jennifer me abraza.
    Y ocurre.

    Algo se despierta en mis entrañas.
    Un rugido profundo, antiguo, como si una criatura dormida durante eras hubiera abierto un ojo dentro de mí.

    Mi piel arde.
    Mi sombra se estremece.
    El aire alrededor se vuelve pesado, eléctrico.

    Un vínculo.
    Un vínculo ancestral, nacido del abrazo de una madre a su hija.

    Y entonces la escucho.

    La voz.

    No es humana.
    No es sombra.
    No es luna.

    Es dragón.

    Un dragón guardián despertándose dentro de mí, uno que parece reconocerme como si me hubiera estado esperando desde antes de mi nacimiento.

    Jennifer me sostiene mientras tiemblo.

    —No tengas miedo —me susurra—. Arc está contigo.

    Ese nombre retumba en mis huesos.

    Arc.
    La sacerdotisa ancestral de Elune.
    La madre espiritual de Jennifer.
    La guía de los Elunai.

    —Esta vez no adoptó forma humana —continúa—. Tomó la forma de un dragón. Tu dragón.
    El que te ayudará a dominar tu sombra…
    El que te ayudará a dominarte a ti misma.

    Y entonces lo siento.

    Una presencia gigantesca, benigna y peligrosa a la vez.
    Un espíritu que se enrosca alrededor de mi alma.
    Sus alas me envuelven.
    Su fuego no quema: purifica.
    Y sus ojos… sus ojos ven a través de mí, hasta el lugar donde Akane se sacrificó, hasta el rincón donde mi sombra aún canta.

    No estoy sola.

    Ni completamente libre.

    Ni completamente perdida.

    Estoy en el punto exacto donde las sombras se inclinan ante un dragón.

    Y ese dragón… late dentro de mí.
    Relato en Post y comentario de la imagen 🩷 El despertar de mi nueva yo La luz… Qué cruel podía ser la luz después de tanto tiempo en el Jardín de Sombras. Parpadeo. Mis pupilas tiemblan, dilatadas, intentando recordar cómo se respira en un mundo que no es oscuro. Mi cuerpo… diferente. Más alto, más firme, más definido. Tres días fuera. Tres años dentro. Tres años caminando entre murmullos sin rostro, aprendiendo el idioma de las sombras, cantando con ellas, sobreviviendo a su hambre y a su cariño torcido. Aún siento en los labios el roce de Akane. Aquel beso… Ese instante robado mientras la sombra la tragaba. ¿Fue real? ¿Fue un sueño? Mi corazón no sabe la diferencia y quizá… eso ya no importa. Camino con mi flor de loto entre los dedos, la única constancia de mi noche eterna, hacia lo que un día llamé hogar. La esperanza aún me quema en la garganta, aunque sé que es tonta, ingenua, casi infantil. Oz no está esperándome. No está en la entrada. No está en ninguna parte. Y duele. Duele de una manera que no sabía que existía. Akane tampoco está. Mi Renge no me espera sonriendo. No está en la cocina riéndose de mis despistes. No me abraza por la espalda como siempre hacía cuando iba a decir algo importante. Estoy sola. O eso creía. Porque en cuanto cruzo el umbral, Jennifer y Ayane me envuelven. Jennifer llora. Ayane me mira como si hubiera regresado de entre los muertos. —Lili… mi niña… —susurra Jennifer, y algo en mí se quiebra. Ella me cuenta lo que pasó durante mi ausencia. Que tras el regreso de Oz, tuvo que buscar al Ejército del Caos para saber a quién seguían realmente. Que para su sorpresa… Oz nunca los reclamó. Yo no respondo. No hace falta. Mi pecho ya lo entiende: Oz me dejó a Jennifer. Para que yo pudiera vivir algo que él nunca supo darme: una madre. Lo entendí. Y lo odié. Su regreso sólo me trajo soledad. Si él no hubiera vuelto, Akane seguiría aquí. Si él no hubiera marchado, yo no habría caído tanto. Oz… Oz… Mi mente es un campo de emociones rotas. Pero entonces Jennifer me abraza. Y ocurre. Algo se despierta en mis entrañas. Un rugido profundo, antiguo, como si una criatura dormida durante eras hubiera abierto un ojo dentro de mí. Mi piel arde. Mi sombra se estremece. El aire alrededor se vuelve pesado, eléctrico. Un vínculo. Un vínculo ancestral, nacido del abrazo de una madre a su hija. Y entonces la escucho. La voz. No es humana. No es sombra. No es luna. Es dragón. Un dragón guardián despertándose dentro de mí, uno que parece reconocerme como si me hubiera estado esperando desde antes de mi nacimiento. Jennifer me sostiene mientras tiemblo. —No tengas miedo —me susurra—. Arc está contigo. Ese nombre retumba en mis huesos. Arc. La sacerdotisa ancestral de Elune. La madre espiritual de Jennifer. La guía de los Elunai. —Esta vez no adoptó forma humana —continúa—. Tomó la forma de un dragón. Tu dragón. El que te ayudará a dominar tu sombra… El que te ayudará a dominarte a ti misma. Y entonces lo siento. Una presencia gigantesca, benigna y peligrosa a la vez. Un espíritu que se enrosca alrededor de mi alma. Sus alas me envuelven. Su fuego no quema: purifica. Y sus ojos… sus ojos ven a través de mí, hasta el lugar donde Akane se sacrificó, hasta el rincón donde mi sombra aún canta. No estoy sola. Ni completamente libre. Ni completamente perdida. Estoy en el punto exacto donde las sombras se inclinan ante un dragón. Y ese dragón… late dentro de mí.
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    El despertar de mi nueva yo

    La luz…
    Qué cruel podía ser la luz después de tanto tiempo en el Jardín de Sombras.

    Parpadeo.
    Mis pupilas tiemblan, dilatadas, intentando recordar cómo se respira en un mundo que no es oscuro.
    Mi cuerpo… diferente. Más alto, más firme, más definido.
    Tres días fuera.
    Tres años dentro.
    Tres años caminando entre murmullos sin rostro, aprendiendo el idioma de las sombras, cantando con ellas, sobreviviendo a su hambre y a su cariño torcido.

    Aún siento en los labios el roce de Akane.
    Aquel beso…
    Ese instante robado mientras la sombra la tragaba.
    ¿Fue real?
    ¿Fue un sueño?
    Mi corazón no sabe la diferencia y quizá… eso ya no importa.

    Camino con mi flor de loto entre los dedos, la única constancia de mi noche eterna, hacia lo que un día llamé hogar.
    La esperanza aún me quema en la garganta, aunque sé que es tonta, ingenua, casi infantil.

    Oz no está esperándome.
    No está en la entrada.
    No está en ninguna parte.

    Y duele.
    Duele de una manera que no sabía que existía.

    Akane tampoco está.
    Mi Renge no me espera sonriendo.
    No está en la cocina riéndose de mis despistes.
    No me abraza por la espalda como siempre hacía cuando iba a decir algo importante.

    Estoy sola.

    O eso creía.

    Porque en cuanto cruzo el umbral, Jennifer y Ayane me envuelven.
    Jennifer llora.
    Ayane me mira como si hubiera regresado de entre los muertos.

    —Lili… mi niña… —susurra Jennifer, y algo en mí se quiebra.

    Ella me cuenta lo que pasó durante mi ausencia.
    Que tras el regreso de Oz, tuvo que buscar al Ejército del Caos para saber a quién seguían realmente.
    Que para su sorpresa…
    Oz nunca los reclamó.

    Yo no respondo.
    No hace falta.
    Mi pecho ya lo entiende:

    Oz me dejó a Jennifer.
    Para que yo pudiera vivir algo que él nunca supo darme:
    una madre.

    Lo entendí.
    Y lo odié.

    Su regreso sólo me trajo soledad.
    Si él no hubiera vuelto, Akane seguiría aquí.
    Si él no hubiera marchado, yo no habría caído tanto.

    Oz…
    Oz…

    Mi mente es un campo de emociones rotas.

    Pero entonces Jennifer me abraza.
    Y ocurre.

    Algo se despierta en mis entrañas.
    Un rugido profundo, antiguo, como si una criatura dormida durante eras hubiera abierto un ojo dentro de mí.

    Mi piel arde.
    Mi sombra se estremece.
    El aire alrededor se vuelve pesado, eléctrico.

    Un vínculo.
    Un vínculo ancestral, nacido del abrazo de una madre a su hija.

    Y entonces la escucho.

    La voz.

    No es humana.
    No es sombra.
    No es luna.

    Es dragón.

    Un dragón guardián despertándose dentro de mí, uno que parece reconocerme como si me hubiera estado esperando desde antes de mi nacimiento.

    Jennifer me sostiene mientras tiemblo.

    —No tengas miedo —me susurra—. Arc está contigo.

    Ese nombre retumba en mis huesos.

    Arc.
    La sacerdotisa ancestral de Elune.
    La madre espiritual de Jennifer.
    La guía de los Elunai.

    —Esta vez no adoptó forma humana —continúa—. Tomó la forma de un dragón. Tu dragón.
    El que te ayudará a dominar tu sombra…
    El que te ayudará a dominarte a ti misma.

    Y entonces lo siento.

    Una presencia gigantesca, benigna y peligrosa a la vez.
    Un espíritu que se enrosca alrededor de mi alma.
    Sus alas me envuelven.
    Su fuego no quema: purifica.
    Y sus ojos… sus ojos ven a través de mí, hasta el lugar donde Akane se sacrificó, hasta el rincón donde mi sombra aún canta.

    No estoy sola.

    Ni completamente libre.

    Ni completamente perdida.

    Estoy en el punto exacto donde las sombras se inclinan ante un dragón.

    Y ese dragón… late dentro de mí.
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    El despertar de mi nueva yo

    La luz…
    Qué cruel podía ser la luz después de tanto tiempo en el Jardín de Sombras.

    Parpadeo.
    Mis pupilas tiemblan, dilatadas, intentando recordar cómo se respira en un mundo que no es oscuro.
    Mi cuerpo… diferente. Más alto, más firme, más definido.
    Tres días fuera.
    Tres años dentro.
    Tres años caminando entre murmullos sin rostro, aprendiendo el idioma de las sombras, cantando con ellas, sobreviviendo a su hambre y a su cariño torcido.

    Aún siento en los labios el roce de Akane.
    Aquel beso…
    Ese instante robado mientras la sombra la tragaba.
    ¿Fue real?
    ¿Fue un sueño?
    Mi corazón no sabe la diferencia y quizá… eso ya no importa.

    Camino con mi flor de loto entre los dedos, la única constancia de mi noche eterna, hacia lo que un día llamé hogar.
    La esperanza aún me quema en la garganta, aunque sé que es tonta, ingenua, casi infantil.

    Oz no está esperándome.
    No está en la entrada.
    No está en ninguna parte.

    Y duele.
    Duele de una manera que no sabía que existía.

    Akane tampoco está.
    Mi Renge no me espera sonriendo.
    No está en la cocina riéndose de mis despistes.
    No me abraza por la espalda como siempre hacía cuando iba a decir algo importante.

    Estoy sola.

    O eso creía.

    Porque en cuanto cruzo el umbral, Jennifer y Ayane me envuelven.
    Jennifer llora.
    Ayane me mira como si hubiera regresado de entre los muertos.

    —Lili… mi niña… —susurra Jennifer, y algo en mí se quiebra.

    Ella me cuenta lo que pasó durante mi ausencia.
    Que tras el regreso de Oz, tuvo que buscar al Ejército del Caos para saber a quién seguían realmente.
    Que para su sorpresa…
    Oz nunca los reclamó.

    Yo no respondo.
    No hace falta.
    Mi pecho ya lo entiende:

    Oz me dejó a Jennifer.
    Para que yo pudiera vivir algo que él nunca supo darme:
    una madre.

    Lo entendí.
    Y lo odié.

    Su regreso sólo me trajo soledad.
    Si él no hubiera vuelto, Akane seguiría aquí.
    Si él no hubiera marchado, yo no habría caído tanto.

    Oz…
    Oz…

    Mi mente es un campo de emociones rotas.

    Pero entonces Jennifer me abraza.
    Y ocurre.

    Algo se despierta en mis entrañas.
    Un rugido profundo, antiguo, como si una criatura dormida durante eras hubiera abierto un ojo dentro de mí.

    Mi piel arde.
    Mi sombra se estremece.
    El aire alrededor se vuelve pesado, eléctrico.

    Un vínculo.
    Un vínculo ancestral, nacido del abrazo de una madre a su hija.

    Y entonces la escucho.

    La voz.

    No es humana.
    No es sombra.
    No es luna.

    Es dragón.

    Un dragón guardián despertándose dentro de mí, uno que parece reconocerme como si me hubiera estado esperando desde antes de mi nacimiento.

    Jennifer me sostiene mientras tiemblo.

    —No tengas miedo —me susurra—. Arc está contigo.

    Ese nombre retumba en mis huesos.

    Arc.
    La sacerdotisa ancestral de Elune.
    La madre espiritual de Jennifer.
    La guía de los Elunai.

    —Esta vez no adoptó forma humana —continúa—. Tomó la forma de un dragón. Tu dragón.
    El que te ayudará a dominar tu sombra…
    El que te ayudará a dominarte a ti misma.

    Y entonces lo siento.

    Una presencia gigantesca, benigna y peligrosa a la vez.
    Un espíritu que se enrosca alrededor de mi alma.
    Sus alas me envuelven.
    Su fuego no quema: purifica.
    Y sus ojos… sus ojos ven a través de mí, hasta el lugar donde Akane se sacrificó, hasta el rincón donde mi sombra aún canta.

    No estoy sola.

    Ni completamente libre.

    Ni completamente perdida.

    Estoy en el punto exacto donde las sombras se inclinan ante un dragón.

    Y ese dragón… late dentro de mí.
    Relato en Post y comentario de la imagen 🩷 El despertar de mi nueva yo La luz… Qué cruel podía ser la luz después de tanto tiempo en el Jardín de Sombras. Parpadeo. Mis pupilas tiemblan, dilatadas, intentando recordar cómo se respira en un mundo que no es oscuro. Mi cuerpo… diferente. Más alto, más firme, más definido. Tres días fuera. Tres años dentro. Tres años caminando entre murmullos sin rostro, aprendiendo el idioma de las sombras, cantando con ellas, sobreviviendo a su hambre y a su cariño torcido. Aún siento en los labios el roce de Akane. Aquel beso… Ese instante robado mientras la sombra la tragaba. ¿Fue real? ¿Fue un sueño? Mi corazón no sabe la diferencia y quizá… eso ya no importa. Camino con mi flor de loto entre los dedos, la única constancia de mi noche eterna, hacia lo que un día llamé hogar. La esperanza aún me quema en la garganta, aunque sé que es tonta, ingenua, casi infantil. Oz no está esperándome. No está en la entrada. No está en ninguna parte. Y duele. Duele de una manera que no sabía que existía. Akane tampoco está. Mi Renge no me espera sonriendo. No está en la cocina riéndose de mis despistes. No me abraza por la espalda como siempre hacía cuando iba a decir algo importante. Estoy sola. O eso creía. Porque en cuanto cruzo el umbral, Jennifer y Ayane me envuelven. Jennifer llora. Ayane me mira como si hubiera regresado de entre los muertos. —Lili… mi niña… —susurra Jennifer, y algo en mí se quiebra. Ella me cuenta lo que pasó durante mi ausencia. Que tras el regreso de Oz, tuvo que buscar al Ejército del Caos para saber a quién seguían realmente. Que para su sorpresa… Oz nunca los reclamó. Yo no respondo. No hace falta. Mi pecho ya lo entiende: Oz me dejó a Jennifer. Para que yo pudiera vivir algo que él nunca supo darme: una madre. Lo entendí. Y lo odié. Su regreso sólo me trajo soledad. Si él no hubiera vuelto, Akane seguiría aquí. Si él no hubiera marchado, yo no habría caído tanto. Oz… Oz… Mi mente es un campo de emociones rotas. Pero entonces Jennifer me abraza. Y ocurre. Algo se despierta en mis entrañas. Un rugido profundo, antiguo, como si una criatura dormida durante eras hubiera abierto un ojo dentro de mí. Mi piel arde. Mi sombra se estremece. El aire alrededor se vuelve pesado, eléctrico. Un vínculo. Un vínculo ancestral, nacido del abrazo de una madre a su hija. Y entonces la escucho. La voz. No es humana. No es sombra. No es luna. Es dragón. Un dragón guardián despertándose dentro de mí, uno que parece reconocerme como si me hubiera estado esperando desde antes de mi nacimiento. Jennifer me sostiene mientras tiemblo. —No tengas miedo —me susurra—. Arc está contigo. Ese nombre retumba en mis huesos. Arc. La sacerdotisa ancestral de Elune. La madre espiritual de Jennifer. La guía de los Elunai. —Esta vez no adoptó forma humana —continúa—. Tomó la forma de un dragón. Tu dragón. El que te ayudará a dominar tu sombra… El que te ayudará a dominarte a ti misma. Y entonces lo siento. Una presencia gigantesca, benigna y peligrosa a la vez. Un espíritu que se enrosca alrededor de mi alma. Sus alas me envuelven. Su fuego no quema: purifica. Y sus ojos… sus ojos ven a través de mí, hasta el lugar donde Akane se sacrificó, hasta el rincón donde mi sombra aún canta. No estoy sola. Ni completamente libre. Ni completamente perdida. Estoy en el punto exacto donde las sombras se inclinan ante un dragón. Y ese dragón… late dentro de mí.
    Me entristece
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  • El baile con temática de los 50 fue todo un éxito, ahora estamos preparando la fiesta para celebrar el nacimiento del pueblo que se celebra todos los años por estas fechas.
    Todo el instituto se viste y comporta como si viviéramos en una novela de Austen.
    Este año van a elegirme a mí la ganadora del concurso.
    El baile con temática de los 50 fue todo un éxito, ahora estamos preparando la fiesta para celebrar el nacimiento del pueblo que se celebra todos los años por estas fechas. Todo el instituto se viste y comporta como si viviéramos en una novela de Austen. Este año van a elegirme a mí la ganadora del concurso.
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    Percy Jackson
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    Se busca un Thanatos adulto con el rostro de Julian Richings, interpretado desde una perspectiva fiel al mito y adaptado al tono del universo de Percy Jackson.

    Thanatos es uno de los dioses más antiguos, tan viejo que incluso los Olímpicos bajan la mirada cuando se acerca. No es un guerrero ni un tirano: es la presencia inevitable que ha visto el nacimiento y la caída de dioses, héroes y mortales. Habla poco, observa mucho y nunca necesita levantar la voz para imponerse. Su sabiduría intimida, su calma desarma y su paciencia parece no tener final.

    No se inclina ante Zeus. No se involucra en rencillas menores. No busca adoración. Su deber es eterno y lo cumple sin orgullo ni resentimiento: simplemente es.

    Sin embargo, existe un solo punto donde toda esa naturaleza cósmica parece quebrarse:
    su hija, Jordyn Abernathy, la única semidiosa nacida de él.

    Con ella, Thanatos roza lo humano. No pierde su solemnidad, pero se vuelve más cercano, más presente, casi protector. No es un padre cálido, pero sí constante. Jordyn es el único puente entre su eternidad y el mundo mortal.

    La búsqueda es para un rol adulto, serio, coherente y con libertad creativa mientras se respete la esencia del dios.
    Se busca un Thanatos adulto con el rostro de Julian Richings, interpretado desde una perspectiva fiel al mito y adaptado al tono del universo de Percy Jackson. Thanatos es uno de los dioses más antiguos, tan viejo que incluso los Olímpicos bajan la mirada cuando se acerca. No es un guerrero ni un tirano: es la presencia inevitable que ha visto el nacimiento y la caída de dioses, héroes y mortales. Habla poco, observa mucho y nunca necesita levantar la voz para imponerse. Su sabiduría intimida, su calma desarma y su paciencia parece no tener final. No se inclina ante Zeus. No se involucra en rencillas menores. No busca adoración. Su deber es eterno y lo cumple sin orgullo ni resentimiento: simplemente es. Sin embargo, existe un solo punto donde toda esa naturaleza cósmica parece quebrarse: su hija, Jordyn Abernathy, la única semidiosa nacida de él. Con ella, Thanatos roza lo humano. No pierde su solemnidad, pero se vuelve más cercano, más presente, casi protector. No es un padre cálido, pero sí constante. Jordyn es el único puente entre su eternidad y el mundo mortal. La búsqueda es para un rol adulto, serio, coherente y con libertad creativa mientras se respete la esencia del dios.
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    La Isla del Nacimiento

    El aire se vuelve cálido.
    El mar canta.
    Una isla paradisíaca, verde, fresca, viva.

    Palmeras, playas blancas, pájaros de colores imposibles.

    Y a lo lejos…
    un volcán.

    Alto, majestuoso, latente.

    Oz pone la mano sobre mi cabeza.

    El mundo se fractura en una visión.

    El volcán en erupción.
    Columnas de fuego y ceniza.
    El mar hirviendo.
    La roca derritiéndose, expandiéndose.
    El nacimiento de la isla.

    Donde antes no había nada…
    ahora respira un paraíso.

    Oz:
    —Este volcán es el Caos.
    Cuando explota, no solo destruye…
    también crea.

    Sus palabras me atraviesan.
    No como un consejo, sino como una revelación.

    Luego se agacha a mi altura,
    sus ojos brillando con ese misterio cálido que nunca logro descifrar.

    Y dice la frase que quedará grabada en mi alma para siempre:

    Oz:
    —El Caos es aquello que nace sin permiso…
    porque nadie se lo ha pedido.

    Silencio.

    El viento huele a sal.

    Mi pecho se aprieta.
    Hay algo en él…
    algo que no es miedo.

    Es… pertenencia.

    Oz:
    —Ahora ve, pequeña. Tu madre te necesita.

    Mis labios tiemblan.
    Una pregunta que se siente demasiado grande para mi corta edad
    escapa sin que pueda detenerla.

    Lili:
    —Abuelo… ¿puedo llamarte… papi?

    Él sonríe.
    De una forma que jamás había visto en nadie.
    Una sonrisa que no pide nada, que no exige nada.
    Que simplemente es.

    Oz:
    —Claro, hija.

    Mi corazón se expande de una forma que no entiendo.
    Y el mundo vuelve a la ciudad, a mis pasos pequeños,
    pero ya no soy la misma.

    Porque por primera vez…
    tengo un padre.
    Un maestro.
    Relato en Post y comentario de la imagen 🩷 La Isla del Nacimiento El aire se vuelve cálido. El mar canta. Una isla paradisíaca, verde, fresca, viva. Palmeras, playas blancas, pájaros de colores imposibles. Y a lo lejos… un volcán. Alto, majestuoso, latente. Oz pone la mano sobre mi cabeza. El mundo se fractura en una visión. El volcán en erupción. Columnas de fuego y ceniza. El mar hirviendo. La roca derritiéndose, expandiéndose. El nacimiento de la isla. Donde antes no había nada… ahora respira un paraíso. Oz: —Este volcán es el Caos. Cuando explota, no solo destruye… también crea. Sus palabras me atraviesan. No como un consejo, sino como una revelación. Luego se agacha a mi altura, sus ojos brillando con ese misterio cálido que nunca logro descifrar. Y dice la frase que quedará grabada en mi alma para siempre: Oz: —El Caos es aquello que nace sin permiso… porque nadie se lo ha pedido. Silencio. El viento huele a sal. Mi pecho se aprieta. Hay algo en él… algo que no es miedo. Es… pertenencia. Oz: —Ahora ve, pequeña. Tu madre te necesita. Mis labios tiemblan. Una pregunta que se siente demasiado grande para mi corta edad escapa sin que pueda detenerla. Lili: —Abuelo… ¿puedo llamarte… papi? Él sonríe. De una forma que jamás había visto en nadie. Una sonrisa que no pide nada, que no exige nada. Que simplemente es. Oz: —Claro, hija. Mi corazón se expande de una forma que no entiendo. Y el mundo vuelve a la ciudad, a mis pasos pequeños, pero ya no soy la misma. Porque por primera vez… tengo un padre. Un maestro.
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    La Isla del Nacimiento

    El aire se vuelve cálido.
    El mar canta.
    Una isla paradisíaca, verde, fresca, viva.

    Palmeras, playas blancas, pájaros de colores imposibles.

    Y a lo lejos…
    un volcán.

    Alto, majestuoso, latente.

    Oz pone la mano sobre mi cabeza.

    El mundo se fractura en una visión.

    El volcán en erupción.
    Columnas de fuego y ceniza.
    El mar hirviendo.
    La roca derritiéndose, expandiéndose.
    El nacimiento de la isla.

    Donde antes no había nada…
    ahora respira un paraíso.

    Oz:
    —Este volcán es el Caos.
    Cuando explota, no solo destruye…
    también crea.

    Sus palabras me atraviesan.
    No como un consejo, sino como una revelación.

    Luego se agacha a mi altura,
    sus ojos brillando con ese misterio cálido que nunca logro descifrar.

    Y dice la frase que quedará grabada en mi alma para siempre:

    Oz:
    —El Caos es aquello que nace sin permiso…
    porque nadie se lo ha pedido.

    Silencio.

    El viento huele a sal.

    Mi pecho se aprieta.
    Hay algo en él…
    algo que no es miedo.

    Es… pertenencia.

    Oz:
    —Ahora ve, pequeña. Tu madre te necesita.

    Mis labios tiemblan.
    Una pregunta que se siente demasiado grande para mi corta edad
    escapa sin que pueda detenerla.

    Lili:
    —Abuelo… ¿puedo llamarte… papi?

    Él sonríe.
    De una forma que jamás había visto en nadie.
    Una sonrisa que no pide nada, que no exige nada.
    Que simplemente es.

    Oz:
    —Claro, hija.

    Mi corazón se expande de una forma que no entiendo.
    Y el mundo vuelve a la ciudad, a mis pasos pequeños,
    pero ya no soy la misma.

    Porque por primera vez…
    tengo un padre.
    Un maestro.
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    La Isla del Nacimiento

    El aire se vuelve cálido.
    El mar canta.
    Una isla paradisíaca, verde, fresca, viva.

    Palmeras, playas blancas, pájaros de colores imposibles.

    Y a lo lejos…
    un volcán.

    Alto, majestuoso, latente.

    Oz pone la mano sobre mi cabeza.

    El mundo se fractura en una visión.

    El volcán en erupción.
    Columnas de fuego y ceniza.
    El mar hirviendo.
    La roca derritiéndose, expandiéndose.
    El nacimiento de la isla.

    Donde antes no había nada…
    ahora respira un paraíso.

    Oz:
    —Este volcán es el Caos.
    Cuando explota, no solo destruye…
    también crea.

    Sus palabras me atraviesan.
    No como un consejo, sino como una revelación.

    Luego se agacha a mi altura,
    sus ojos brillando con ese misterio cálido que nunca logro descifrar.

    Y dice la frase que quedará grabada en mi alma para siempre:

    Oz:
    —El Caos es aquello que nace sin permiso…
    porque nadie se lo ha pedido.

    Silencio.

    El viento huele a sal.

    Mi pecho se aprieta.
    Hay algo en él…
    algo que no es miedo.

    Es… pertenencia.

    Oz:
    —Ahora ve, pequeña. Tu madre te necesita.

    Mis labios tiemblan.
    Una pregunta que se siente demasiado grande para mi corta edad
    escapa sin que pueda detenerla.

    Lili:
    —Abuelo… ¿puedo llamarte… papi?

    Él sonríe.
    De una forma que jamás había visto en nadie.
    Una sonrisa que no pide nada, que no exige nada.
    Que simplemente es.

    Oz:
    —Claro, hija.

    Mi corazón se expande de una forma que no entiendo.
    Y el mundo vuelve a la ciudad, a mis pasos pequeños,
    pero ya no soy la misma.

    Porque por primera vez…
    tengo un padre.
    Un maestro.
    Relato en Post y comentario de la imagen 🩷 La Isla del Nacimiento El aire se vuelve cálido. El mar canta. Una isla paradisíaca, verde, fresca, viva. Palmeras, playas blancas, pájaros de colores imposibles. Y a lo lejos… un volcán. Alto, majestuoso, latente. Oz pone la mano sobre mi cabeza. El mundo se fractura en una visión. El volcán en erupción. Columnas de fuego y ceniza. El mar hirviendo. La roca derritiéndose, expandiéndose. El nacimiento de la isla. Donde antes no había nada… ahora respira un paraíso. Oz: —Este volcán es el Caos. Cuando explota, no solo destruye… también crea. Sus palabras me atraviesan. No como un consejo, sino como una revelación. Luego se agacha a mi altura, sus ojos brillando con ese misterio cálido que nunca logro descifrar. Y dice la frase que quedará grabada en mi alma para siempre: Oz: —El Caos es aquello que nace sin permiso… porque nadie se lo ha pedido. Silencio. El viento huele a sal. Mi pecho se aprieta. Hay algo en él… algo que no es miedo. Es… pertenencia. Oz: —Ahora ve, pequeña. Tu madre te necesita. Mis labios tiemblan. Una pregunta que se siente demasiado grande para mi corta edad escapa sin que pueda detenerla. Lili: —Abuelo… ¿puedo llamarte… papi? Él sonríe. De una forma que jamás había visto en nadie. Una sonrisa que no pide nada, que no exige nada. Que simplemente es. Oz: —Claro, hija. Mi corazón se expande de una forma que no entiendo. Y el mundo vuelve a la ciudad, a mis pasos pequeños, pero ya no soy la misma. Porque por primera vez… tengo un padre. Un maestro.
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  • ˖ ݁𖥔. ݁ . 𝑬𝒍 𝑫𝒊𝒂𝒓𝒊𝒐 𝒅𝒆 𝑺𝒄𝒂𝒓𝒍𝒆𝒕𝒕 . ݁.𖥔 ݁ ˖

    𝑪𝒂𝒑í𝒕𝒖𝒍𝒐 𝑰𝑰𝑰: 𝑳𝒐𝒔 𝑪𝒖𝒂𝒕𝒓𝒐 𝑨𝒏𝒊𝒍𝒍𝒐𝒔 𝒅𝒆𝒍 𝑨𝒅𝒊ó𝒔

    Querido diario…

    Dicen que todo fugitivo deja un rastro.
    
Yo dejé cuatro….
    
Y algo más… un reflejo roto que ya no quería cargar.

    La noche en que escapé de la Mansión Moretti, el silencio se estiraba entre las paredes como un animal dormido que podía despertar en cualquier momento.

    Mis pasos eran tímidos, pero mi decisión ardía como un incendio.

    En el vestíbulo principal, antes de cruzar la puerta que solo se abría en nacimientos, bodas o muertes, dejé sobre la mesa de mármol un pequeño cofre de madera oscura.

    
Mi renuncia.
    
Mi acto final como hija de esa casa.

    Dentro acomodé los cuatro anillos que representaban los destinos que nunca pedimos.

    El anillo de Luca:
Oro pálido con el escudo Moretti.
    El peso del deber que él jamás cuestionó… aunque sus ojos lo hicieran.

    El anillo de Adriano:
    
Sencillo, con un rubí oculto en el interior.
La rebeldía que él escondía mejor que sus temores.

    El anillo de Giulia:
    
Perlas blancas, frías como el papel en el que se firmarán sus votos
    Una pureza forzada… no elegida.

    Y mi anillo.
    
El compromiso con Nikolai Romanov.


    La corona que debía cargar sin haberla pedido.

    Los dejé juntos, como si así pudiera entregarles la vida que rechazaba.

    Pero había algo más que debía abandonar.
    A un lado del cofre dejé mi espejo de mano, aquel que mi madre me entregó cuando cumplí trece años.
    
Un espejo de oro, tallado con filigranas delicadas y pequeñas rosas grabadas en su borde.

    Ella solía decirme:

    "Una Moretti siempre debe recordar quién es."

    Esa noche lo dejé abierto, con la superficie rota en tres fragmentos, cada uno reflejando una parte distinta de mí.
    
Sobre ellos puse rosas rosadas, frescas, recién cortadas del invernadero.

    El contraste entre el oro brillando bajo la luz tenue, las grietas del cristal y el color suave de los pétalos decía todo lo que yo no quería escribirles en una carta:

    La mujer que ustedes intentaron forjar en oro ya no existe.
La rompí yo misma.

    Huir fue dolor.
Frío.
Silencio.
    
La libertad no huele a victoria… huele a miedo y a madrugada

    Viajé con lo mínimo, ocultando mi apellido como si fuera un pecado.

    Cada ciudad me recibió con indiferencia, cada tren con incertidumbre.

    Hasta llegar a Londres.
    La lluvia era un látigo.
    El viento, un verdugo.
    
Mis manos se entumecieron, mis piernas fallaron y mi respiración se volvió un susurro agonizante.

    Me desplomé en un callejón húmedo, abrazando mi propio cuerpo como si pudiera calentarme a mí misma.
    
Me pregunté si la libertad valía morir en un país donde nadie sabía pronunciar Scarlett…

    sin acento.

    Entonces… ella apareció.

    Una mujer alta, elegante, un abrigo negro envolviéndola como un secreto.
    
Ojos filosos.

    Labios rojos.
    
Presencia que imponía respeto sin pedirlo.

    —Niña —dijo con voz grave, segura—

    así no se muere.
    Vamos.
    Te levantarás.

    No sé si yo tomé su mano… o si la vida lo hizo por mí.

    Se llamaba Mirena Blackwood, dueña de uno de los burdeles más influyentes y discretos de Londres.
    
Una mujer que había sobrevivido al mundo… y que había aprendido a dominarlo.
    Me llevó a su refugio.

    Me alimentó.

    Me dio un baño caliente.

    Ropa limpia.
    Una cama que no juzgaba.

    Y, sobre todo, me dio algo que nadie en mi vida me había dado:
    Tiempo.
    Esa noche, mientras escuchaba la música sensual detrás de las paredes rojas del burdel y el murmullo de voces que vivían al margen del mundo elegante, entendí que la libertad no empieza cuando uno huye.

    Empieza cuando uno se permite renacer.


    — Scarlett Moretti

    ~(o tal vez, pronto… solo Scarlett (?)…

    ˖ ݁𖥔. ݁ . 𝑬𝒍 𝑫𝒊𝒂𝒓𝒊𝒐 𝒅𝒆 𝑺𝒄𝒂𝒓𝒍𝒆𝒕𝒕 . ݁.𖥔 ݁ ˖ 𝑪𝒂𝒑í𝒕𝒖𝒍𝒐 𝑰𝑰𝑰: 𝑳𝒐𝒔 𝑪𝒖𝒂𝒕𝒓𝒐 𝑨𝒏𝒊𝒍𝒍𝒐𝒔 𝒅𝒆𝒍 𝑨𝒅𝒊ó𝒔 Querido diario… Dicen que todo fugitivo deja un rastro. 
Yo dejé cuatro…. 
Y algo más… un reflejo roto que ya no quería cargar. La noche en que escapé de la Mansión Moretti, el silencio se estiraba entre las paredes como un animal dormido que podía despertar en cualquier momento. Mis pasos eran tímidos, pero mi decisión ardía como un incendio. En el vestíbulo principal, antes de cruzar la puerta que solo se abría en nacimientos, bodas o muertes, dejé sobre la mesa de mármol un pequeño cofre de madera oscura. … 
Mi renuncia. 
Mi acto final como hija de esa casa. … Dentro acomodé los cuatro anillos que representaban los destinos que nunca pedimos. El anillo de Luca:
Oro pálido con el escudo Moretti. El peso del deber que él jamás cuestionó… aunque sus ojos lo hicieran. El anillo de Adriano: 
Sencillo, con un rubí oculto en el interior.
La rebeldía que él escondía mejor que sus temores. El anillo de Giulia: 
Perlas blancas, frías como el papel en el que se firmarán sus votos Una pureza forzada… no elegida. Y mi anillo. 
El compromiso con Nikolai Romanov.
 La corona que debía cargar sin haberla pedido. Los dejé juntos, como si así pudiera entregarles la vida que rechazaba. Pero había algo más que debía abandonar. A un lado del cofre dejé mi espejo de mano, aquel que mi madre me entregó cuando cumplí trece años. 
Un espejo de oro, tallado con filigranas delicadas y pequeñas rosas grabadas en su borde. Ella solía decirme: "Una Moretti siempre debe recordar quién es." Esa noche lo dejé abierto, con la superficie rota en tres fragmentos, cada uno reflejando una parte distinta de mí. 
Sobre ellos puse rosas rosadas, frescas, recién cortadas del invernadero. El contraste entre el oro brillando bajo la luz tenue, las grietas del cristal y el color suave de los pétalos decía todo lo que yo no quería escribirles en una carta: La mujer que ustedes intentaron forjar en oro ya no existe.
La rompí yo misma. Huir fue dolor.
Frío.
Silencio. 
La libertad no huele a victoria… huele a miedo y a madrugada Viajé con lo mínimo, ocultando mi apellido como si fuera un pecado. Cada ciudad me recibió con indiferencia, cada tren con incertidumbre. Hasta llegar a Londres. La lluvia era un látigo. El viento, un verdugo. 
Mis manos se entumecieron, mis piernas fallaron y mi respiración se volvió un susurro agonizante. Me desplomé en un callejón húmedo, abrazando mi propio cuerpo como si pudiera calentarme a mí misma. 
Me pregunté si la libertad valía morir en un país donde nadie sabía pronunciar Scarlett… sin acento. Entonces… ella apareció. Una mujer alta, elegante, un abrigo negro envolviéndola como un secreto. 
Ojos filosos.
 Labios rojos. 
Presencia que imponía respeto sin pedirlo. —Niña —dijo con voz grave, segura— así no se muere. Vamos. Te levantarás. No sé si yo tomé su mano… o si la vida lo hizo por mí. Se llamaba Mirena Blackwood, dueña de uno de los burdeles más influyentes y discretos de Londres. 
Una mujer que había sobrevivido al mundo… y que había aprendido a dominarlo. Me llevó a su refugio.
 Me alimentó.
 Me dio un baño caliente.
 Ropa limpia. Una cama que no juzgaba. Y, sobre todo, me dio algo que nadie en mi vida me había dado: Tiempo. Esa noche, mientras escuchaba la música sensual detrás de las paredes rojas del burdel y el murmullo de voces que vivían al margen del mundo elegante, entendí que la libertad no empieza cuando uno huye. Empieza cuando uno se permite renacer. — Scarlett Moretti
 ~(o tal vez, pronto… solo Scarlett (?)…
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  • ──── 𝘛𝘩𝘦 𝘥𝘦𝘣𝘵 𝘩𝘢𝘴 𝘣𝘦𝘦𝘯 𝘱𝘢𝘪𝘥. ──── 𝑃𝑟𝑒𝑠𝑒𝑛𝑡 𝐷𝑎𝑦 | ℭ𝔥𝔞𝔭𝔱𝔢𝔯 [𝟷𝟷]

    [] 𝑃𝑎𝑟í𝑠, 𝐹𝑟𝑎𝑛𝑐𝑖𝑎 — 𝟷𝟶:𝟹𝟶 𝑃.𝑀

    La noche parisina caía como un velo de terciopelo negro sobre el Sena, cuando el vuelo desde Buenos Aires aterrizó en Charles de Gaulle. Santiago descendió del avión con la elegancia de un fantasma, su abrigo negro ondeando ligeramente con la brisa otoñal. Sus ojos rojos ocultos tras lentes ahumados, piel pálida que no reflejaba la luz, y un aura que hacía que los mortales se apartaran instintivamente.

    Argentino de nacimiento, pero con siglos de vagabundeo por el infierno y la tierra, hablaba francés como si hubiera nacido en las calles de Montmartre.

    Tomó un taxi hacia el distrito 16, donde las mansiones de los poderosos se erguían como fortalezas de mármol y oro. Su objetivo: Pierre Duval, el Ministro de Defensa de Francia, un hombre que había cruzado caminos con Santiago décadas atrás, cuándo se deshacía de los opositores u aquellos que atentaban contra él. Pero los contratos cambian, y esta vez, el pago venía por una deuda pendiente del mismísimo Pierre.

    La mansión de Duval era un palacio neoclásico, rodeado de jardines manicureados y vigilado por guardias armados con fusiles de asalto. Santiago se acercó a la verja principal, su silueta recortada contra las luces de la ciudad. Uno de los guardias, un tipo fornido con auricular, lo detuvo.

    Guardia: ──── Identifiez-vous. ────

    Gruñó el guardia, mano en la pistolera.
    Santiago sonrió, revelando colmillos apenas perceptibles.

    ──── Dites à Monsieur Duval que c'est un vieil ami d'Argentine. Santiago. Il me connaît depuis longtemps.────

    El guardia dudó, pero el nombre surtió efecto. Llamó por radio, y tras un minuto de silencio tenso, la verja se abrió.

    Dos guardias más lo escoltaron por el camino de gravilla, sus botas crujiendo como huesos rotos. Santiago caminaba con calma, inhalando el aroma a rosas y poder corrupto.
    En el vestíbulo de mármol, iluminado por candelabros de cristal, Pierre Duval lo esperaba. El ministro era un hombre de sesenta años, elegante en su traje a medida, con una copa de coñac en la mano. Su rostro se iluminó con una mezcla de sorpresa y nostalgia.

    Pierre : ──── Santiago! Mon Dieu, ça fait combien... vingt ans? Depuis Brazzaville. Entre, entre. Qu'est-ce qui t'amène à Paris? Un contrat?────


    Santiago entró, quitándose los guantes lentamente.

    ──── Exactement, Pierre. Un contrat. Mais cette fois, c'est toi la cible. ────

    Los ojos de Duval se abrieron de par en par. Intentó retroceder, pero los guardias ya estaban alertas.

    Los dos guardias en la puerta levantaron sus armas, pero Santiago fue más rápido. Con un movimiento fluido, extendió la mano y envolviendo su cuello hasta romperlo. El hombre gritó mientras su cuerpo se retorcía, huesos crujiendo como ramas secas, hasta colapsar en un montón de carne inerte.

    El segundo disparó, balas silbando en el aire, pero rebotaron en la piel de Santiago como gotas de lluvia en acero.

    ──── Tu n'as pas changé du tout, Pierre. Tu continues d'échouer malgré toute la sécurité dont tu disposes.────

    El guardia restante cargó con un cuchillo, pero Santiago lo agarró por el cuello, levantándolo del suelo. Con un chasquido, el cuello se quebró.

    El cuerpo cayó pesadamente sobre la alfombra persa.
    Duval retrocedió hacia su escritorio, presionando un botón de pánico oculto.

    Pierre : ──── Pourquoi? Qui t'a payé? On était amis! ────

    Santiago se rio, un sonido gutural que resonó como eco en el infierno.

    ──── Amis ? Nous n'avons jamais été amis. Tu as rompu le pacte, et maintenant tu dois payer. Le démon qui est en moi n'oublie pas. Et ce soir, le prix à payer sera ton sang. ────

    Más guardias irrumpieron desde las escaleras: cuatro en total, armados hasta los dientes. Disparos retumbaron en la mansión, astillando muebles antiguos y perforando paredes. Santiago se movió como humo, esquivando balas. Saco rápidamente su 9mm, solo fueron dos disparos certeros; una a la cabeza de los dos guardias que cubrían la delantera.

    Los últimos dos intentaron flanquearlo. Uno disparó una ráfaga que rozó el hombro de Santiago, rasgando el abrigo pero no la piel.

    ──── Pathétique. ────

    Siseó él, lanzando una daga oculta en su saco que se clavó en la garganta del tirador. El último guardia, aterrorizado, vació su cargador.

    Santiago, apunto nuevamente y disparó otro certero tiro en la cabeza del guardia restante. Duval, acorralado detrás del escritorio, sacó una pistola de un cajón.

    Pierre : ──── Attends! Je peux payer le double! Triple! ────

    Santiago se acercó, ignorando el arma.

    Tomó la pistola de la mano temblorosa de Duval y la aplastó como papel. Luego, con delicadeza casi amorosa, colocó una mano en la frente del ministro y luego la bajó rápidamente para tomarlo del cuello apretando fuertemente.

    ──── Adieu, Pierre. L'enfer t'attend. . . ────

    Hizo una pequeña pausa.

    ────𝘌𝘴𝘱𝘦𝘳𝘰 𝘵𝘦 𝘱𝘶𝘥𝘳𝘢𝘴 𝘦𝘯 𝘦𝘭 𝘪𝘯𝘧𝘪𝘦𝘳𝘯𝘰, 𝘧𝘳𝘢𝘯𝘤é𝘴 𝘣𝘢𝘴𝘵𝘢𝘳𝘥𝘰. ────

    Un pulso fuerte recorrió el cuerpo del ministro. Su piel se agrietó ante aquél tacto, sangre negra brotando como lava. Gritó una última vez hasta que se escucho rápidamente el filo de la garra atravesando su cuello y un rápido movimiento, firme y perfecto realizando un corte limpió donde la cabeza salió rodando por los suelos dejando un camino de sangre en el transcurso.

    Santiago se limpió las manos en el abrigo, admirando el caos: cuerpos destrozados, sangre salpicando tapices renacentistas. Sacó un cigarrillo, lo encendió con una llama de su dedo, y exhaló humo hacia el techo.

    ──── Paris est toujours aussi belle la nuit. J'ai récupéré ce que vous me deviez. ────

    Murmuró, antes de desvanecerse en las sombras, dejando la mansión como un mausoleo de los caídos. El demonio había cobrado su deuda.
    ──── 𝘛𝘩𝘦 𝘥𝘦𝘣𝘵 𝘩𝘢𝘴 𝘣𝘦𝘦𝘯 𝘱𝘢𝘪𝘥. ──── 𝑃𝑟𝑒𝑠𝑒𝑛𝑡 𝐷𝑎𝑦 | ℭ𝔥𝔞𝔭𝔱𝔢𝔯 [𝟷𝟷] [🇫🇷] 𝑃𝑎𝑟í𝑠, 𝐹𝑟𝑎𝑛𝑐𝑖𝑎 — 𝟷𝟶:𝟹𝟶 𝑃.𝑀 La noche parisina caía como un velo de terciopelo negro sobre el Sena, cuando el vuelo desde Buenos Aires aterrizó en Charles de Gaulle. Santiago descendió del avión con la elegancia de un fantasma, su abrigo negro ondeando ligeramente con la brisa otoñal. Sus ojos rojos ocultos tras lentes ahumados, piel pálida que no reflejaba la luz, y un aura que hacía que los mortales se apartaran instintivamente. Argentino de nacimiento, pero con siglos de vagabundeo por el infierno y la tierra, hablaba francés como si hubiera nacido en las calles de Montmartre. Tomó un taxi hacia el distrito 16, donde las mansiones de los poderosos se erguían como fortalezas de mármol y oro. Su objetivo: Pierre Duval, el Ministro de Defensa de Francia, un hombre que había cruzado caminos con Santiago décadas atrás, cuándo se deshacía de los opositores u aquellos que atentaban contra él. Pero los contratos cambian, y esta vez, el pago venía por una deuda pendiente del mismísimo Pierre. La mansión de Duval era un palacio neoclásico, rodeado de jardines manicureados y vigilado por guardias armados con fusiles de asalto. Santiago se acercó a la verja principal, su silueta recortada contra las luces de la ciudad. Uno de los guardias, un tipo fornido con auricular, lo detuvo. Guardia: ──── Identifiez-vous. ──── Gruñó el guardia, mano en la pistolera. Santiago sonrió, revelando colmillos apenas perceptibles. ──── Dites à Monsieur Duval que c'est un vieil ami d'Argentine. Santiago. Il me connaît depuis longtemps.──── El guardia dudó, pero el nombre surtió efecto. Llamó por radio, y tras un minuto de silencio tenso, la verja se abrió. Dos guardias más lo escoltaron por el camino de gravilla, sus botas crujiendo como huesos rotos. Santiago caminaba con calma, inhalando el aroma a rosas y poder corrupto. En el vestíbulo de mármol, iluminado por candelabros de cristal, Pierre Duval lo esperaba. El ministro era un hombre de sesenta años, elegante en su traje a medida, con una copa de coñac en la mano. Su rostro se iluminó con una mezcla de sorpresa y nostalgia. Pierre : ──── Santiago! Mon Dieu, ça fait combien... vingt ans? Depuis Brazzaville. Entre, entre. Qu'est-ce qui t'amène à Paris? Un contrat?──── Santiago entró, quitándose los guantes lentamente. ──── Exactement, Pierre. Un contrat. Mais cette fois, c'est toi la cible. ──── Los ojos de Duval se abrieron de par en par. Intentó retroceder, pero los guardias ya estaban alertas. Los dos guardias en la puerta levantaron sus armas, pero Santiago fue más rápido. Con un movimiento fluido, extendió la mano y envolviendo su cuello hasta romperlo. El hombre gritó mientras su cuerpo se retorcía, huesos crujiendo como ramas secas, hasta colapsar en un montón de carne inerte. El segundo disparó, balas silbando en el aire, pero rebotaron en la piel de Santiago como gotas de lluvia en acero. ──── Tu n'as pas changé du tout, Pierre. Tu continues d'échouer malgré toute la sécurité dont tu disposes.──── El guardia restante cargó con un cuchillo, pero Santiago lo agarró por el cuello, levantándolo del suelo. Con un chasquido, el cuello se quebró. El cuerpo cayó pesadamente sobre la alfombra persa. Duval retrocedió hacia su escritorio, presionando un botón de pánico oculto. Pierre : ──── Pourquoi? Qui t'a payé? On était amis! ──── Santiago se rio, un sonido gutural que resonó como eco en el infierno. ──── Amis ? Nous n'avons jamais été amis. Tu as rompu le pacte, et maintenant tu dois payer. Le démon qui est en moi n'oublie pas. Et ce soir, le prix à payer sera ton sang. ──── Más guardias irrumpieron desde las escaleras: cuatro en total, armados hasta los dientes. Disparos retumbaron en la mansión, astillando muebles antiguos y perforando paredes. Santiago se movió como humo, esquivando balas. Saco rápidamente su 9mm, solo fueron dos disparos certeros; una a la cabeza de los dos guardias que cubrían la delantera. Los últimos dos intentaron flanquearlo. Uno disparó una ráfaga que rozó el hombro de Santiago, rasgando el abrigo pero no la piel. ──── Pathétique. ──── Siseó él, lanzando una daga oculta en su saco que se clavó en la garganta del tirador. El último guardia, aterrorizado, vació su cargador. Santiago, apunto nuevamente y disparó otro certero tiro en la cabeza del guardia restante. Duval, acorralado detrás del escritorio, sacó una pistola de un cajón. Pierre : ──── Attends! Je peux payer le double! Triple! ──── Santiago se acercó, ignorando el arma. Tomó la pistola de la mano temblorosa de Duval y la aplastó como papel. Luego, con delicadeza casi amorosa, colocó una mano en la frente del ministro y luego la bajó rápidamente para tomarlo del cuello apretando fuertemente. ──── Adieu, Pierre. L'enfer t'attend. . . ──── Hizo una pequeña pausa. ────𝘌𝘴𝘱𝘦𝘳𝘰 𝘵𝘦 𝘱𝘶𝘥𝘳𝘢𝘴 𝘦𝘯 𝘦𝘭 𝘪𝘯𝘧𝘪𝘦𝘳𝘯𝘰, 𝘧𝘳𝘢𝘯𝘤é𝘴 𝘣𝘢𝘴𝘵𝘢𝘳𝘥𝘰. ──── Un pulso fuerte recorrió el cuerpo del ministro. Su piel se agrietó ante aquél tacto, sangre negra brotando como lava. Gritó una última vez hasta que se escucho rápidamente el filo de la garra atravesando su cuello y un rápido movimiento, firme y perfecto realizando un corte limpió donde la cabeza salió rodando por los suelos dejando un camino de sangre en el transcurso. Santiago se limpió las manos en el abrigo, admirando el caos: cuerpos destrozados, sangre salpicando tapices renacentistas. Sacó un cigarrillo, lo encendió con una llama de su dedo, y exhaló humo hacia el techo. ──── Paris est toujours aussi belle la nuit. J'ai récupéré ce que vous me deviez. ──── Murmuró, antes de desvanecerse en las sombras, dejando la mansión como un mausoleo de los caídos. El demonio había cobrado su deuda.
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