Esto se ha publicado como Out Of Character. Tenlo en cuenta al responder.
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La Isla del Nacimiento
El aire se vuelve cálido.
El mar canta.
Una isla paradisíaca, verde, fresca, viva.
Palmeras, playas blancas, pájaros de colores imposibles.
Y a lo lejos…
un volcán.
Alto, majestuoso, latente.
Oz pone la mano sobre mi cabeza.
El mundo se fractura en una visión.
El volcán en erupción.
Columnas de fuego y ceniza.
El mar hirviendo.
La roca derritiéndose, expandiéndose.
El nacimiento de la isla.
Donde antes no había nada…
ahora respira un paraíso.
Oz:
—Este volcán es el Caos.
Cuando explota, no solo destruye…
también crea.
Sus palabras me atraviesan.
No como un consejo, sino como una revelación.
Luego se agacha a mi altura,
sus ojos brillando con ese misterio cálido que nunca logro descifrar.
Y dice la frase que quedará grabada en mi alma para siempre:
Oz:
—El Caos es aquello que nace sin permiso…
porque nadie se lo ha pedido.
Silencio.
El viento huele a sal.
Mi pecho se aprieta.
Hay algo en él…
algo que no es miedo.
Es… pertenencia.
Oz:
—Ahora ve, pequeña. Tu madre te necesita.
Mis labios tiemblan.
Una pregunta que se siente demasiado grande para mi corta edad
escapa sin que pueda detenerla.
Lili:
—Abuelo… ¿puedo llamarte… papi?
Él sonríe.
De una forma que jamás había visto en nadie.
Una sonrisa que no pide nada, que no exige nada.
Que simplemente es.
Oz:
—Claro, hija.
Mi corazón se expande de una forma que no entiendo.
Y el mundo vuelve a la ciudad, a mis pasos pequeños,
pero ya no soy la misma.
Porque por primera vez…
tengo un padre.
Un maestro.
La Isla del Nacimiento
El aire se vuelve cálido.
El mar canta.
Una isla paradisíaca, verde, fresca, viva.
Palmeras, playas blancas, pájaros de colores imposibles.
Y a lo lejos…
un volcán.
Alto, majestuoso, latente.
Oz pone la mano sobre mi cabeza.
El mundo se fractura en una visión.
El volcán en erupción.
Columnas de fuego y ceniza.
El mar hirviendo.
La roca derritiéndose, expandiéndose.
El nacimiento de la isla.
Donde antes no había nada…
ahora respira un paraíso.
Oz:
—Este volcán es el Caos.
Cuando explota, no solo destruye…
también crea.
Sus palabras me atraviesan.
No como un consejo, sino como una revelación.
Luego se agacha a mi altura,
sus ojos brillando con ese misterio cálido que nunca logro descifrar.
Y dice la frase que quedará grabada en mi alma para siempre:
Oz:
—El Caos es aquello que nace sin permiso…
porque nadie se lo ha pedido.
Silencio.
El viento huele a sal.
Mi pecho se aprieta.
Hay algo en él…
algo que no es miedo.
Es… pertenencia.
Oz:
—Ahora ve, pequeña. Tu madre te necesita.
Mis labios tiemblan.
Una pregunta que se siente demasiado grande para mi corta edad
escapa sin que pueda detenerla.
Lili:
—Abuelo… ¿puedo llamarte… papi?
Él sonríe.
De una forma que jamás había visto en nadie.
Una sonrisa que no pide nada, que no exige nada.
Que simplemente es.
Oz:
—Claro, hija.
Mi corazón se expande de una forma que no entiendo.
Y el mundo vuelve a la ciudad, a mis pasos pequeños,
pero ya no soy la misma.
Porque por primera vez…
tengo un padre.
Un maestro.
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La Isla del Nacimiento
El aire se vuelve cálido.
El mar canta.
Una isla paradisíaca, verde, fresca, viva.
Palmeras, playas blancas, pájaros de colores imposibles.
Y a lo lejos…
un volcán.
Alto, majestuoso, latente.
Oz pone la mano sobre mi cabeza.
El mundo se fractura en una visión.
El volcán en erupción.
Columnas de fuego y ceniza.
El mar hirviendo.
La roca derritiéndose, expandiéndose.
El nacimiento de la isla.
Donde antes no había nada…
ahora respira un paraíso.
Oz:
—Este volcán es el Caos.
Cuando explota, no solo destruye…
también crea.
Sus palabras me atraviesan.
No como un consejo, sino como una revelación.
Luego se agacha a mi altura,
sus ojos brillando con ese misterio cálido que nunca logro descifrar.
Y dice la frase que quedará grabada en mi alma para siempre:
Oz:
—El Caos es aquello que nace sin permiso…
porque nadie se lo ha pedido.
Silencio.
El viento huele a sal.
Mi pecho se aprieta.
Hay algo en él…
algo que no es miedo.
Es… pertenencia.
Oz:
—Ahora ve, pequeña. Tu madre te necesita.
Mis labios tiemblan.
Una pregunta que se siente demasiado grande para mi corta edad
escapa sin que pueda detenerla.
Lili:
—Abuelo… ¿puedo llamarte… papi?
Él sonríe.
De una forma que jamás había visto en nadie.
Una sonrisa que no pide nada, que no exige nada.
Que simplemente es.
Oz:
—Claro, hija.
Mi corazón se expande de una forma que no entiendo.
Y el mundo vuelve a la ciudad, a mis pasos pequeños,
pero ya no soy la misma.
Porque por primera vez…
tengo un padre.
Un maestro.
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La Isla del Nacimiento
El aire se vuelve cálido.
El mar canta.
Una isla paradisíaca, verde, fresca, viva.
Palmeras, playas blancas, pájaros de colores imposibles.
Y a lo lejos…
un volcán.
Alto, majestuoso, latente.
Oz pone la mano sobre mi cabeza.
El mundo se fractura en una visión.
El volcán en erupción.
Columnas de fuego y ceniza.
El mar hirviendo.
La roca derritiéndose, expandiéndose.
El nacimiento de la isla.
Donde antes no había nada…
ahora respira un paraíso.
Oz:
—Este volcán es el Caos.
Cuando explota, no solo destruye…
también crea.
Sus palabras me atraviesan.
No como un consejo, sino como una revelación.
Luego se agacha a mi altura,
sus ojos brillando con ese misterio cálido que nunca logro descifrar.
Y dice la frase que quedará grabada en mi alma para siempre:
Oz:
—El Caos es aquello que nace sin permiso…
porque nadie se lo ha pedido.
Silencio.
El viento huele a sal.
Mi pecho se aprieta.
Hay algo en él…
algo que no es miedo.
Es… pertenencia.
Oz:
—Ahora ve, pequeña. Tu madre te necesita.
Mis labios tiemblan.
Una pregunta que se siente demasiado grande para mi corta edad
escapa sin que pueda detenerla.
Lili:
—Abuelo… ¿puedo llamarte… papi?
Él sonríe.
De una forma que jamás había visto en nadie.
Una sonrisa que no pide nada, que no exige nada.
Que simplemente es.
Oz:
—Claro, hija.
Mi corazón se expande de una forma que no entiendo.
Y el mundo vuelve a la ciudad, a mis pasos pequeños,
pero ya no soy la misma.
Porque por primera vez…
tengo un padre.
Un maestro.
La Isla del Nacimiento
El aire se vuelve cálido.
El mar canta.
Una isla paradisíaca, verde, fresca, viva.
Palmeras, playas blancas, pájaros de colores imposibles.
Y a lo lejos…
un volcán.
Alto, majestuoso, latente.
Oz pone la mano sobre mi cabeza.
El mundo se fractura en una visión.
El volcán en erupción.
Columnas de fuego y ceniza.
El mar hirviendo.
La roca derritiéndose, expandiéndose.
El nacimiento de la isla.
Donde antes no había nada…
ahora respira un paraíso.
Oz:
—Este volcán es el Caos.
Cuando explota, no solo destruye…
también crea.
Sus palabras me atraviesan.
No como un consejo, sino como una revelación.
Luego se agacha a mi altura,
sus ojos brillando con ese misterio cálido que nunca logro descifrar.
Y dice la frase que quedará grabada en mi alma para siempre:
Oz:
—El Caos es aquello que nace sin permiso…
porque nadie se lo ha pedido.
Silencio.
El viento huele a sal.
Mi pecho se aprieta.
Hay algo en él…
algo que no es miedo.
Es… pertenencia.
Oz:
—Ahora ve, pequeña. Tu madre te necesita.
Mis labios tiemblan.
Una pregunta que se siente demasiado grande para mi corta edad
escapa sin que pueda detenerla.
Lili:
—Abuelo… ¿puedo llamarte… papi?
Él sonríe.
De una forma que jamás había visto en nadie.
Una sonrisa que no pide nada, que no exige nada.
Que simplemente es.
Oz:
—Claro, hija.
Mi corazón se expande de una forma que no entiendo.
Y el mundo vuelve a la ciudad, a mis pasos pequeños,
pero ya no soy la misma.
Porque por primera vez…
tengo un padre.
Un maestro.