˖ ݁𖥔. ݁ . 𝑬𝒍 𝑫𝒊𝒂𝒓𝒊𝒐 𝒅𝒆 𝑺𝒄𝒂𝒓𝒍𝒆𝒕𝒕 . ݁.𖥔 ݁ ˖
𝑪𝒂𝒑í𝒕𝒖𝒍𝒐 𝑰𝑰𝑰: 𝑳𝒐𝒔 𝑪𝒖𝒂𝒕𝒓𝒐 𝑨𝒏𝒊𝒍𝒍𝒐𝒔 𝒅𝒆𝒍 𝑨𝒅𝒊ó𝒔
Querido diario…
Dicen que todo fugitivo deja un rastro.
Yo dejé cuatro….
Y algo más… un reflejo roto que ya no quería cargar.
La noche en que escapé de la Mansión Moretti, el silencio se estiraba entre las paredes como un animal dormido que podía despertar en cualquier momento.
Mis pasos eran tímidos, pero mi decisión ardía como un incendio.
En el vestíbulo principal, antes de cruzar la puerta que solo se abría en nacimientos, bodas o muertes, dejé sobre la mesa de mármol un pequeño cofre de madera oscura.
…
Mi renuncia.
Mi acto final como hija de esa casa.
…
Dentro acomodé los cuatro anillos que representaban los destinos que nunca pedimos.
El anillo de Luca: Oro pálido con el escudo Moretti.
El peso del deber que él jamás cuestionó… aunque sus ojos lo hicieran.
El anillo de Adriano:
Sencillo, con un rubí oculto en el interior. La rebeldía que él escondía mejor que sus temores.
El anillo de Giulia:
Perlas blancas, frías como el papel en el que se firmarán sus votos
Una pureza forzada… no elegida.
Y mi anillo.
El compromiso con Nikolai Romanov.
La corona que debía cargar sin haberla pedido.
Los dejé juntos, como si así pudiera entregarles la vida que rechazaba.
Pero había algo más que debía abandonar.
A un lado del cofre dejé mi espejo de mano, aquel que mi madre me entregó cuando cumplí trece años.
Un espejo de oro, tallado con filigranas delicadas y pequeñas rosas grabadas en su borde.
Ella solía decirme:
"Una Moretti siempre debe recordar quién es."
Esa noche lo dejé abierto, con la superficie rota en tres fragmentos, cada uno reflejando una parte distinta de mí.
Sobre ellos puse rosas rosadas, frescas, recién cortadas del invernadero.
El contraste entre el oro brillando bajo la luz tenue, las grietas del cristal y el color suave de los pétalos decía todo lo que yo no quería escribirles en una carta:
La mujer que ustedes intentaron forjar en oro ya no existe. La rompí yo misma.
Huir fue dolor. Frío. Silencio.
La libertad no huele a victoria… huele a miedo y a madrugada
Viajé con lo mínimo, ocultando mi apellido como si fuera un pecado.
Cada ciudad me recibió con indiferencia, cada tren con incertidumbre.
Hasta llegar a Londres.
La lluvia era un látigo.
El viento, un verdugo.
Mis manos se entumecieron, mis piernas fallaron y mi respiración se volvió un susurro agonizante.
Me desplomé en un callejón húmedo, abrazando mi propio cuerpo como si pudiera calentarme a mí misma.
Me pregunté si la libertad valía morir en un país donde nadie sabía pronunciar Scarlett…
sin acento.
Entonces… ella apareció.
Una mujer alta, elegante, un abrigo negro envolviéndola como un secreto.
Ojos filosos.
Labios rojos.
Presencia que imponía respeto sin pedirlo.
—Niña —dijo con voz grave, segura—
así no se muere.
Vamos.
Te levantarás.
No sé si yo tomé su mano… o si la vida lo hizo por mí.
Se llamaba Mirena Blackwood, dueña de uno de los burdeles más influyentes y discretos de Londres.
Una mujer que había sobrevivido al mundo… y que había aprendido a dominarlo.
Me llevó a su refugio.
Me alimentó.
Me dio un baño caliente.
Ropa limpia.
Una cama que no juzgaba.
Y, sobre todo, me dio algo que nadie en mi vida me había dado:
Tiempo.
Esa noche, mientras escuchaba la música sensual detrás de las paredes rojas del burdel y el murmullo de voces que vivían al margen del mundo elegante, entendí que la libertad no empieza cuando uno huye.
Empieza cuando uno se permite renacer.
— Scarlett Moretti
~(o tal vez, pronto… solo Scarlett (?)…
𝑪𝒂𝒑í𝒕𝒖𝒍𝒐 𝑰𝑰𝑰: 𝑳𝒐𝒔 𝑪𝒖𝒂𝒕𝒓𝒐 𝑨𝒏𝒊𝒍𝒍𝒐𝒔 𝒅𝒆𝒍 𝑨𝒅𝒊ó𝒔
Querido diario…
Dicen que todo fugitivo deja un rastro.
Yo dejé cuatro….
Y algo más… un reflejo roto que ya no quería cargar.
La noche en que escapé de la Mansión Moretti, el silencio se estiraba entre las paredes como un animal dormido que podía despertar en cualquier momento.
Mis pasos eran tímidos, pero mi decisión ardía como un incendio.
En el vestíbulo principal, antes de cruzar la puerta que solo se abría en nacimientos, bodas o muertes, dejé sobre la mesa de mármol un pequeño cofre de madera oscura.
…
Mi renuncia.
Mi acto final como hija de esa casa.
…
Dentro acomodé los cuatro anillos que representaban los destinos que nunca pedimos.
El anillo de Luca: Oro pálido con el escudo Moretti.
El peso del deber que él jamás cuestionó… aunque sus ojos lo hicieran.
El anillo de Adriano:
Sencillo, con un rubí oculto en el interior. La rebeldía que él escondía mejor que sus temores.
El anillo de Giulia:
Perlas blancas, frías como el papel en el que se firmarán sus votos
Una pureza forzada… no elegida.
Y mi anillo.
El compromiso con Nikolai Romanov.
La corona que debía cargar sin haberla pedido.
Los dejé juntos, como si así pudiera entregarles la vida que rechazaba.
Pero había algo más que debía abandonar.
A un lado del cofre dejé mi espejo de mano, aquel que mi madre me entregó cuando cumplí trece años.
Un espejo de oro, tallado con filigranas delicadas y pequeñas rosas grabadas en su borde.
Ella solía decirme:
"Una Moretti siempre debe recordar quién es."
Esa noche lo dejé abierto, con la superficie rota en tres fragmentos, cada uno reflejando una parte distinta de mí.
Sobre ellos puse rosas rosadas, frescas, recién cortadas del invernadero.
El contraste entre el oro brillando bajo la luz tenue, las grietas del cristal y el color suave de los pétalos decía todo lo que yo no quería escribirles en una carta:
La mujer que ustedes intentaron forjar en oro ya no existe. La rompí yo misma.
Huir fue dolor. Frío. Silencio.
La libertad no huele a victoria… huele a miedo y a madrugada
Viajé con lo mínimo, ocultando mi apellido como si fuera un pecado.
Cada ciudad me recibió con indiferencia, cada tren con incertidumbre.
Hasta llegar a Londres.
La lluvia era un látigo.
El viento, un verdugo.
Mis manos se entumecieron, mis piernas fallaron y mi respiración se volvió un susurro agonizante.
Me desplomé en un callejón húmedo, abrazando mi propio cuerpo como si pudiera calentarme a mí misma.
Me pregunté si la libertad valía morir en un país donde nadie sabía pronunciar Scarlett…
sin acento.
Entonces… ella apareció.
Una mujer alta, elegante, un abrigo negro envolviéndola como un secreto.
Ojos filosos.
Labios rojos.
Presencia que imponía respeto sin pedirlo.
—Niña —dijo con voz grave, segura—
así no se muere.
Vamos.
Te levantarás.
No sé si yo tomé su mano… o si la vida lo hizo por mí.
Se llamaba Mirena Blackwood, dueña de uno de los burdeles más influyentes y discretos de Londres.
Una mujer que había sobrevivido al mundo… y que había aprendido a dominarlo.
Me llevó a su refugio.
Me alimentó.
Me dio un baño caliente.
Ropa limpia.
Una cama que no juzgaba.
Y, sobre todo, me dio algo que nadie en mi vida me había dado:
Tiempo.
Esa noche, mientras escuchaba la música sensual detrás de las paredes rojas del burdel y el murmullo de voces que vivían al margen del mundo elegante, entendí que la libertad no empieza cuando uno huye.
Empieza cuando uno se permite renacer.
— Scarlett Moretti
~(o tal vez, pronto… solo Scarlett (?)…
˖ ݁𖥔. ݁ . 𝑬𝒍 𝑫𝒊𝒂𝒓𝒊𝒐 𝒅𝒆 𝑺𝒄𝒂𝒓𝒍𝒆𝒕𝒕 . ݁.𖥔 ݁ ˖
𝑪𝒂𝒑í𝒕𝒖𝒍𝒐 𝑰𝑰𝑰: 𝑳𝒐𝒔 𝑪𝒖𝒂𝒕𝒓𝒐 𝑨𝒏𝒊𝒍𝒍𝒐𝒔 𝒅𝒆𝒍 𝑨𝒅𝒊ó𝒔
Querido diario…
Dicen que todo fugitivo deja un rastro.
Yo dejé cuatro….
Y algo más… un reflejo roto que ya no quería cargar.
La noche en que escapé de la Mansión Moretti, el silencio se estiraba entre las paredes como un animal dormido que podía despertar en cualquier momento.
Mis pasos eran tímidos, pero mi decisión ardía como un incendio.
En el vestíbulo principal, antes de cruzar la puerta que solo se abría en nacimientos, bodas o muertes, dejé sobre la mesa de mármol un pequeño cofre de madera oscura.
…
Mi renuncia.
Mi acto final como hija de esa casa.
…
Dentro acomodé los cuatro anillos que representaban los destinos que nunca pedimos.
El anillo de Luca:
Oro pálido con el escudo Moretti.
El peso del deber que él jamás cuestionó… aunque sus ojos lo hicieran.
El anillo de Adriano:
Sencillo, con un rubí oculto en el interior.
La rebeldía que él escondía mejor que sus temores.
El anillo de Giulia:
Perlas blancas, frías como el papel en el que se firmarán sus votos
Una pureza forzada… no elegida.
Y mi anillo.
El compromiso con Nikolai Romanov.
La corona que debía cargar sin haberla pedido.
Los dejé juntos, como si así pudiera entregarles la vida que rechazaba.
Pero había algo más que debía abandonar.
A un lado del cofre dejé mi espejo de mano, aquel que mi madre me entregó cuando cumplí trece años.
Un espejo de oro, tallado con filigranas delicadas y pequeñas rosas grabadas en su borde.
Ella solía decirme:
"Una Moretti siempre debe recordar quién es."
Esa noche lo dejé abierto, con la superficie rota en tres fragmentos, cada uno reflejando una parte distinta de mí.
Sobre ellos puse rosas rosadas, frescas, recién cortadas del invernadero.
El contraste entre el oro brillando bajo la luz tenue, las grietas del cristal y el color suave de los pétalos decía todo lo que yo no quería escribirles en una carta:
La mujer que ustedes intentaron forjar en oro ya no existe.
La rompí yo misma.
Huir fue dolor.
Frío.
Silencio.
La libertad no huele a victoria… huele a miedo y a madrugada
Viajé con lo mínimo, ocultando mi apellido como si fuera un pecado.
Cada ciudad me recibió con indiferencia, cada tren con incertidumbre.
Hasta llegar a Londres.
La lluvia era un látigo.
El viento, un verdugo.
Mis manos se entumecieron, mis piernas fallaron y mi respiración se volvió un susurro agonizante.
Me desplomé en un callejón húmedo, abrazando mi propio cuerpo como si pudiera calentarme a mí misma.
Me pregunté si la libertad valía morir en un país donde nadie sabía pronunciar Scarlett…
sin acento.
Entonces… ella apareció.
Una mujer alta, elegante, un abrigo negro envolviéndola como un secreto.
Ojos filosos.
Labios rojos.
Presencia que imponía respeto sin pedirlo.
—Niña —dijo con voz grave, segura—
así no se muere.
Vamos.
Te levantarás.
No sé si yo tomé su mano… o si la vida lo hizo por mí.
Se llamaba Mirena Blackwood, dueña de uno de los burdeles más influyentes y discretos de Londres.
Una mujer que había sobrevivido al mundo… y que había aprendido a dominarlo.
Me llevó a su refugio.
Me alimentó.
Me dio un baño caliente.
Ropa limpia.
Una cama que no juzgaba.
Y, sobre todo, me dio algo que nadie en mi vida me había dado:
Tiempo.
Esa noche, mientras escuchaba la música sensual detrás de las paredes rojas del burdel y el murmullo de voces que vivían al margen del mundo elegante, entendí que la libertad no empieza cuando uno huye.
Empieza cuando uno se permite renacer.
— Scarlett Moretti
~(o tal vez, pronto… solo Scarlett (?)…