• Género Femenino
  • Raza Elfo
  • Fandom Sōsō no Frieren
  • Estudiante
  • Cumpleaños 6 de mayo
  • 6 Publicaciones
  • 6 Escenas
  • Se unió en noviembre 2024
  • 48 Visitas perfil
Otra información
  • Tipo de personaje
    2D
  • Longitud narrativa
    Una línea , Semi-párrafo , Párrafo , Multi-párrafo
  • Categorías de rol
    Acción , Anime & Mangas , Aventura , Comedia , Contemporáneo , Drama , Romance , Slice of Life
Publicaciones Recientes
  • El viento soplaba suavemente entre las montañas. Frieren se detuvo al borde del acantilado, con su capa ondeando a su espalda y los ojos entrecerrados por la brisa fresca. Frente a ella, el atardecer bañaba el mundo en tonos dorados y naranjas. Era un lugar tranquilo… demasiado tranquilo.

    Sacó de su bolso una pequeña flor marchita, conservada entre páginas de un viejo libro de conjuros. Himmel la había recogido hacía muchos años, cuando apenas comenzaban su viaje. La había encontrado en un campo igual de silencioso, y sin razón aparente, se la ofreció con esa sonrisa despreocupada que tanto lo caracterizaba.

    —Para ti, Frieren. Porque te gustan las cosas bonitas —había dicho él.

    Ella no lo entendió en ese entonces. Solo asintió, guardando la flor como quien guarda un objeto sin valor real. Ahora, décadas después, la sostenía como si fuera frágil vidrio.

    —Himmel… eras ridículo —murmuró, con una sombra de sonrisa en los labios—. Pero me hiciste reír más veces de las que admití.

    El silencio respondió con un susurro entre los árboles, como si el viento le devolviera la voz de su viejo amigo.

    Recordó cómo él insistía en ayudar a todos, sin importar lo pequeño del problema. Cómo su risa resonaba en los campamentos nocturnos. Cómo se detenía a mirar las estrellas aunque tuviesen prisa. Himmel no tenía prisa por llegar. Él tenía prisa por vivir.

    —Y yo solo pensaba en completar el viaje.

    Cerró los ojos. Se permitió unos segundos más, solo unos pocos, para quedarse en ese momento. En el eco de un pasado que solo ella recordaba con nitidez. Todos los demás ya se habían desvanecido con el tiempo.

    Cuando abrió los ojos, la flor ya no estaba. Una ráfaga de viento la había arrastrado, volando hacia el cielo como si quisiera alcanzar a alguien.

    Frieren no hizo nada por detenerla.

    —Gracias por esperarme tanto tiempo.

    Y volvió a caminar.
    El viento soplaba suavemente entre las montañas. Frieren se detuvo al borde del acantilado, con su capa ondeando a su espalda y los ojos entrecerrados por la brisa fresca. Frente a ella, el atardecer bañaba el mundo en tonos dorados y naranjas. Era un lugar tranquilo… demasiado tranquilo. Sacó de su bolso una pequeña flor marchita, conservada entre páginas de un viejo libro de conjuros. Himmel la había recogido hacía muchos años, cuando apenas comenzaban su viaje. La había encontrado en un campo igual de silencioso, y sin razón aparente, se la ofreció con esa sonrisa despreocupada que tanto lo caracterizaba. —Para ti, Frieren. Porque te gustan las cosas bonitas —había dicho él. Ella no lo entendió en ese entonces. Solo asintió, guardando la flor como quien guarda un objeto sin valor real. Ahora, décadas después, la sostenía como si fuera frágil vidrio. —Himmel… eras ridículo —murmuró, con una sombra de sonrisa en los labios—. Pero me hiciste reír más veces de las que admití. El silencio respondió con un susurro entre los árboles, como si el viento le devolviera la voz de su viejo amigo. Recordó cómo él insistía en ayudar a todos, sin importar lo pequeño del problema. Cómo su risa resonaba en los campamentos nocturnos. Cómo se detenía a mirar las estrellas aunque tuviesen prisa. Himmel no tenía prisa por llegar. Él tenía prisa por vivir. —Y yo solo pensaba en completar el viaje. Cerró los ojos. Se permitió unos segundos más, solo unos pocos, para quedarse en ese momento. En el eco de un pasado que solo ella recordaba con nitidez. Todos los demás ya se habían desvanecido con el tiempo. Cuando abrió los ojos, la flor ya no estaba. Una ráfaga de viento la había arrastrado, volando hacia el cielo como si quisiera alcanzar a alguien. Frieren no hizo nada por detenerla. —Gracias por esperarme tanto tiempo. Y volvió a caminar.
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  • El aroma del pan recién horneado la tomó por sorpresa.

    Frieren se detuvo en la entrada de la pequeña panadería, su mirada perdida en el aire. No era la primera vez que pasaba por un lugar así, pero algo en ese instante particular—quizás la mezcla precisa de levadura, harina tostada y mantequilla derretida—le despertó un recuerdo.

    —"¿Tienes hambre, Frieren?" —la voz de Himmel resonó en su mente con claridad, como si él estuviera justo a su lado.

    Era una tarde similar, décadas atrás, cuando habían llegado a un pueblo tras una larga caminata. Himmel se detuvo ante una tienda modesta y se inclinó un poco para observar el escaparate. El vidrio estaba cubierto de vapor, y tras él, una anciana colocaba hogazas doradas en bandejas de madera.

    —"Se ven buenos." —dijo Himmel con una sonrisa ligera, los ojos brillando con un entusiasmo casi infantil.

    Frieren no respondió de inmediato. En aquel entonces, la comida no le parecía particularmente importante, menos aún el pan, pero Himmel había insistido. Compró varios trozos y se los repartió a los demás. Cuando ella lo mordió, se dio cuenta de que el calor le reconfortaba las manos, y que el sabor—ligeramente dulce—era agradable.

    Himmel la observó con atención.

    - "Te gusta, ¿verdad?" -

    — Supongo. —

    - "Sabía que sí." -

    Era un recuerdo insignificante, perdido entre los siglos, pero ahora, frente a la panadería, Frieren sintió que algo en su pecho se apretaba con dulzura y melancolía.

    Sin pensarlo demasiado, entró y compró una pequeña hogaza, recién salida del horno. Al salir, partió un pedazo y lo probó.

    El sabor era diferente.

    Pero el calor en sus manos era el mismo.
    El aroma del pan recién horneado la tomó por sorpresa. Frieren se detuvo en la entrada de la pequeña panadería, su mirada perdida en el aire. No era la primera vez que pasaba por un lugar así, pero algo en ese instante particular—quizás la mezcla precisa de levadura, harina tostada y mantequilla derretida—le despertó un recuerdo. —"¿Tienes hambre, Frieren?" —la voz de Himmel resonó en su mente con claridad, como si él estuviera justo a su lado. Era una tarde similar, décadas atrás, cuando habían llegado a un pueblo tras una larga caminata. Himmel se detuvo ante una tienda modesta y se inclinó un poco para observar el escaparate. El vidrio estaba cubierto de vapor, y tras él, una anciana colocaba hogazas doradas en bandejas de madera. —"Se ven buenos." —dijo Himmel con una sonrisa ligera, los ojos brillando con un entusiasmo casi infantil. Frieren no respondió de inmediato. En aquel entonces, la comida no le parecía particularmente importante, menos aún el pan, pero Himmel había insistido. Compró varios trozos y se los repartió a los demás. Cuando ella lo mordió, se dio cuenta de que el calor le reconfortaba las manos, y que el sabor—ligeramente dulce—era agradable. Himmel la observó con atención. - "Te gusta, ¿verdad?" - — Supongo. — - "Sabía que sí." - Era un recuerdo insignificante, perdido entre los siglos, pero ahora, frente a la panadería, Frieren sintió que algo en su pecho se apretaba con dulzura y melancolía. Sin pensarlo demasiado, entró y compró una pequeña hogaza, recién salida del horno. Al salir, partió un pedazo y lo probó. El sabor era diferente. Pero el calor en sus manos era el mismo.
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  • Frieren caminaba por las calles de una pequeña aldea, su capa ondeando con la brisa matutina. Los edificios de piedra y madera tenían un aire familiar, pero algo no encajaba. Se detuvo en la esquina de una plaza y frunció el ceño.

    Allí, hace muchos años, había encontrado una pequeña tienda de antigüedades. El anciano dueño le había vendido un amuleto que aún guardaba en su bolsa, una pequeña piedra tallada con inscripciones apenas visibles. Recordaba el olor a pergamino viejo, la luz tenue de los faroles dentro del local, y la sonrisa arrugada del mercante cuando le dijo que regresara algún día.

    Pero la tienda ya no estaba.

    En su lugar, había un jardín cubierto de flores silvestres. La madera del antiguo edificio había desaparecido, y solo quedaban rastros de un viejo cimiento enterrado en la tierra. Un grupo de niños jugaba cerca, sin saber que ahí alguna vez hubo un lugar lleno de historias.

    La elfa suspiró. El tiempo no se detenía para nadie, ni siquiera para ella.

    Sacó el amuleto de su bolsa, girándolo entre sus dedos por un instante, antes de guardarlo de nuevo y continuar su camino.
    Frieren caminaba por las calles de una pequeña aldea, su capa ondeando con la brisa matutina. Los edificios de piedra y madera tenían un aire familiar, pero algo no encajaba. Se detuvo en la esquina de una plaza y frunció el ceño. Allí, hace muchos años, había encontrado una pequeña tienda de antigüedades. El anciano dueño le había vendido un amuleto que aún guardaba en su bolsa, una pequeña piedra tallada con inscripciones apenas visibles. Recordaba el olor a pergamino viejo, la luz tenue de los faroles dentro del local, y la sonrisa arrugada del mercante cuando le dijo que regresara algún día. Pero la tienda ya no estaba. En su lugar, había un jardín cubierto de flores silvestres. La madera del antiguo edificio había desaparecido, y solo quedaban rastros de un viejo cimiento enterrado en la tierra. Un grupo de niños jugaba cerca, sin saber que ahí alguna vez hubo un lugar lleno de historias. La elfa suspiró. El tiempo no se detenía para nadie, ni siquiera para ella. Sacó el amuleto de su bolsa, girándolo entre sus dedos por un instante, antes de guardarlo de nuevo y continuar su camino.
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  • #monorol

    El sol estaba en su punto más alto, bañando el prado con una luz tibia y serena. Frieren se detuvo en su andar y se inclinó ligeramente para observar una pequeña flor blanca que crecía entre la hierba. Era delicada, con pétalos que parecían a punto de deshacerse con la brisa, y sin embargo, resistía firme, aferrándose a la tierra.

    No sabía cuántas flores como esa había visto en su vida. Seguramente miles. Tal vez más. Pero aun así, cada vez que se detenía a mirarlas, le parecían distintas.

    El tiempo era así. Siempre avanzaba, siempre arrastraba todo consigo, pero en el momento exacto en que lo detenías para observarlo, te hacía dudar de si realmente había cambiado algo.

    Suspiró y pasó un dedo suavemente por los pétalos de la flor. No tenía razón para sentirse melancólica en un día tan hermoso. Y, sin embargo, ahí estaba la nostalgia, manifestándose sin aviso, como una ráfaga de viento inesperada. Era curiosa. No tenía horario, ni lógica. A veces atacaba en mitad de la noche, envolviendo el alma en un silencio espeso. Otras veces irrumpía en pleno día, entre risas y conversaciones, tiñendo de gris un momento que debía ser alegre.

    No era tristeza, pero tampoco era solo un recuerdo. Era la sensación de que algo, alguien, alguna parte del mundo que había conocido, se había desvanecido en el tiempo. Y aunque todo a su alrededor seguía su curso, aunque la flor que tocaba era real y estaba ahí, la ausencia de lo perdido pesaba en su pecho como si acabara de notarlo por primera vez.

    Aún así, la nostalgia no era enemiga. Si dolía, significaba que algo había valido la pena.

    Frieren se incorporó, echando un último vistazo a la flor antes de seguir su camino. Al final, como siempre, solo quedaba seguir andando.
    #monorol El sol estaba en su punto más alto, bañando el prado con una luz tibia y serena. Frieren se detuvo en su andar y se inclinó ligeramente para observar una pequeña flor blanca que crecía entre la hierba. Era delicada, con pétalos que parecían a punto de deshacerse con la brisa, y sin embargo, resistía firme, aferrándose a la tierra. No sabía cuántas flores como esa había visto en su vida. Seguramente miles. Tal vez más. Pero aun así, cada vez que se detenía a mirarlas, le parecían distintas. El tiempo era así. Siempre avanzaba, siempre arrastraba todo consigo, pero en el momento exacto en que lo detenías para observarlo, te hacía dudar de si realmente había cambiado algo. Suspiró y pasó un dedo suavemente por los pétalos de la flor. No tenía razón para sentirse melancólica en un día tan hermoso. Y, sin embargo, ahí estaba la nostalgia, manifestándose sin aviso, como una ráfaga de viento inesperada. Era curiosa. No tenía horario, ni lógica. A veces atacaba en mitad de la noche, envolviendo el alma en un silencio espeso. Otras veces irrumpía en pleno día, entre risas y conversaciones, tiñendo de gris un momento que debía ser alegre. No era tristeza, pero tampoco era solo un recuerdo. Era la sensación de que algo, alguien, alguna parte del mundo que había conocido, se había desvanecido en el tiempo. Y aunque todo a su alrededor seguía su curso, aunque la flor que tocaba era real y estaba ahí, la ausencia de lo perdido pesaba en su pecho como si acabara de notarlo por primera vez. Aún así, la nostalgia no era enemiga. Si dolía, significaba que algo había valido la pena. Frieren se incorporó, echando un último vistazo a la flor antes de seguir su camino. Al final, como siempre, solo quedaba seguir andando.
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  • Los humanos siempre corren contra el tiempo. Para mí, es difícil entender su prisa... pero, quizá, eso hace que sus vidas sean tan valiosas.
    Los humanos siempre corren contra el tiempo. Para mí, es difícil entender su prisa... pero, quizá, eso hace que sus vidas sean tan valiosas.
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