#monorol

El sol estaba en su punto más alto, bañando el prado con una luz tibia y serena. Frieren se detuvo en su andar y se inclinó ligeramente para observar una pequeña flor blanca que crecía entre la hierba. Era delicada, con pétalos que parecían a punto de deshacerse con la brisa, y sin embargo, resistía firme, aferrándose a la tierra.

No sabía cuántas flores como esa había visto en su vida. Seguramente miles. Tal vez más. Pero aun así, cada vez que se detenía a mirarlas, le parecían distintas.

El tiempo era así. Siempre avanzaba, siempre arrastraba todo consigo, pero en el momento exacto en que lo detenías para observarlo, te hacía dudar de si realmente había cambiado algo.

Suspiró y pasó un dedo suavemente por los pétalos de la flor. No tenía razón para sentirse melancólica en un día tan hermoso. Y, sin embargo, ahí estaba la nostalgia, manifestándose sin aviso, como una ráfaga de viento inesperada. Era curiosa. No tenía horario, ni lógica. A veces atacaba en mitad de la noche, envolviendo el alma en un silencio espeso. Otras veces irrumpía en pleno día, entre risas y conversaciones, tiñendo de gris un momento que debía ser alegre.

No era tristeza, pero tampoco era solo un recuerdo. Era la sensación de que algo, alguien, alguna parte del mundo que había conocido, se había desvanecido en el tiempo. Y aunque todo a su alrededor seguía su curso, aunque la flor que tocaba era real y estaba ahí, la ausencia de lo perdido pesaba en su pecho como si acabara de notarlo por primera vez.

Aún así, la nostalgia no era enemiga. Si dolía, significaba que algo había valido la pena.

Frieren se incorporó, echando un último vistazo a la flor antes de seguir su camino. Al final, como siempre, solo quedaba seguir andando.
#monorol El sol estaba en su punto más alto, bañando el prado con una luz tibia y serena. Frieren se detuvo en su andar y se inclinó ligeramente para observar una pequeña flor blanca que crecía entre la hierba. Era delicada, con pétalos que parecían a punto de deshacerse con la brisa, y sin embargo, resistía firme, aferrándose a la tierra. No sabía cuántas flores como esa había visto en su vida. Seguramente miles. Tal vez más. Pero aun así, cada vez que se detenía a mirarlas, le parecían distintas. El tiempo era así. Siempre avanzaba, siempre arrastraba todo consigo, pero en el momento exacto en que lo detenías para observarlo, te hacía dudar de si realmente había cambiado algo. Suspiró y pasó un dedo suavemente por los pétalos de la flor. No tenía razón para sentirse melancólica en un día tan hermoso. Y, sin embargo, ahí estaba la nostalgia, manifestándose sin aviso, como una ráfaga de viento inesperada. Era curiosa. No tenía horario, ni lógica. A veces atacaba en mitad de la noche, envolviendo el alma en un silencio espeso. Otras veces irrumpía en pleno día, entre risas y conversaciones, tiñendo de gris un momento que debía ser alegre. No era tristeza, pero tampoco era solo un recuerdo. Era la sensación de que algo, alguien, alguna parte del mundo que había conocido, se había desvanecido en el tiempo. Y aunque todo a su alrededor seguía su curso, aunque la flor que tocaba era real y estaba ahí, la ausencia de lo perdido pesaba en su pecho como si acabara de notarlo por primera vez. Aún así, la nostalgia no era enemiga. Si dolía, significaba que algo había valido la pena. Frieren se incorporó, echando un último vistazo a la flor antes de seguir su camino. Al final, como siempre, solo quedaba seguir andando.
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