“Nacida del Silencio” – Solo Luna
La habitación estaba envuelta en un silencio sagrado, como si el mundo contuviera la respiración solo por verla.
Luna se encontraba sentada en el borde de la cama, vestida de blanco, con encaje transparente que se fundía con el tono pálido de su piel. Las alas que reposaban sobre su espalda no eran de utilería. Eran una herida. Un recuerdo. Un castigo hermoso.
Su cabello plateado caía como un río congelado por los hombros, y los ojos delineados, entreabiertos, contemplaban su reflejo con una expresión vacía. No había inocencia en su rostro, pero sí una calma peligrosa. La de quien ha amado tanto que ahora solo puede destruir con dulzura.
Se levantó lentamente, con la suavidad de una amenaza bien ensayada. Caminó descalza por la habitación, dejando que sus dedos rozaran la pared. A cada paso, el encaje blanco se deslizaba como un susurro sobre su piel. No necesitaba compañía. El deseo ajeno la encontraba solo con verla. Y ella… lo ignoraba con elegancia.
Se detuvo frente al espejo.
—¿Qué eres ahora? —se preguntó en voz baja.
El reflejo le respondió con una media sonrisa.
No era un ángel.
Tampoco un demonio.
Era Luna.
Y eso bastaba para hacer temblar al mundo.
“Nacida del Silencio” – Solo Luna
La habitación estaba envuelta en un silencio sagrado, como si el mundo contuviera la respiración solo por verla.
Luna se encontraba sentada en el borde de la cama, vestida de blanco, con encaje transparente que se fundía con el tono pálido de su piel. Las alas que reposaban sobre su espalda no eran de utilería. Eran una herida. Un recuerdo. Un castigo hermoso.
Su cabello plateado caía como un río congelado por los hombros, y los ojos delineados, entreabiertos, contemplaban su reflejo con una expresión vacía. No había inocencia en su rostro, pero sí una calma peligrosa. La de quien ha amado tanto que ahora solo puede destruir con dulzura.
Se levantó lentamente, con la suavidad de una amenaza bien ensayada. Caminó descalza por la habitación, dejando que sus dedos rozaran la pared. A cada paso, el encaje blanco se deslizaba como un susurro sobre su piel. No necesitaba compañía. El deseo ajeno la encontraba solo con verla. Y ella… lo ignoraba con elegancia.
Se detuvo frente al espejo.
—¿Qué eres ahora? —se preguntó en voz baja.
El reflejo le respondió con una media sonrisa.
No era un ángel.
Tampoco un demonio.
Era Luna.
Y eso bastaba para hacer temblar al mundo.