• Un atuendo especial para compartir con alguien especial
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  • D-Debes de e-estar bromeando...¿Cómo demonios esto se usa para bailar?
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  • "No me importa el bien o el mal, solo busco alcanzar la perfección en mi poder maldito."
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  • "Mi alma es intocable, y aquellos que intenten desafiarla se encontrarán con un destino peor que la muerte."
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  • "El poder se somete ante mí. Aquellos que desafíen mi voluntad conocerán el sabor de la verdadera desesperación."..
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  • Tu muerte será un gran placer para mi.....
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  • - Ríndete o serás el siguiente....

    Dijo entre jadeos y una agitada respiración la Maestra Interina hacia una figura desconocida, claramente parecía no poder seguir peleando pero su orgullo y si instinto no le dejaban rendirse, no ahora.

    Horas antes había llegado a la sede una carta, lo que parecía una petición para una escolta desde la Colina Silbante hacia Espinadragón. La petición era rara ¿Por qué una escolta en aquella colonia? ¿A quién querían proteger? La caligrafía de la carta era tan perfecta que estaba lejos de ser de un mercader e incluso de algún aristócrata por lo que en lugar de enviar a sus caballeros tomó el cargo ella, por precaución.

    Al llegar a la Colina la Interina no vio a nadie, todo parecía normal, salvo un pilar que estaba casi en la sima, se acercó con cautela pues estaba segura que ese pilar no estaba ahí días atrás, al acercarse lo suficiente el pilar emitió un brillo el cual expandió una amplia barrera dejándola encerrada apareciendo 4 Guardianes de las Ruinas e incluso un Cazador iniciando una intensa y feroz batalla donde no le daban tregua ni para respirar, aquellas máquinas tenían algo extraño, si bien ya eran duras, éstas parecían tener más aguante e incluso inteligencia pues la coordinación de sus ataques eran casi perfectos. Jean haciendo gala de su agilidad, rapidez y certeza esquivaba, y acertaba en lo que deberían ser sus puntos débiles, que si lo eran pero su aguante era notoriamente mayor.

    El tiempo de la batalla le parecía eterno hasta utilizar sus últimas energías para usar una última Brisa de Dandelion y recuperar un poco el aliento del daño que había recibido el cual aprovechó para acestar el último golpe a cada una de las máquinas, impulsarse hacia el cielo y de una estocada atravezar al Cazador de las Ruinas terminando por explotar cada una de ellas. La barrera había cedido y apareció una silueta.

    +Me impreciona, Gran Maestra Interina. Sería una deshonra aprovecharme después de su gloriosa victória, en respeto a su desempeño y como agradecimiento por probar mis nuevos juguetes, me iré por ahora.

    Dicho ello, la silueta desapareció atravezando un portal.

    -¡Espe..¡.. ¡Tsk!...
    Su lastimado cuerpo le cobró factura después de sentir que el peligro había pasado, el característico brillo en sus ojos había desaparecido en una mirada opaca y perdida, había quedado inconciente, de pie, con su espada clavada en el suelo como único apoyo evitando su desplome rodeada de aquellos trozos de ahora inservible chatarra.

    - Ríndete o serás el siguiente.... Dijo entre jadeos y una agitada respiración la Maestra Interina hacia una figura desconocida, claramente parecía no poder seguir peleando pero su orgullo y si instinto no le dejaban rendirse, no ahora. Horas antes había llegado a la sede una carta, lo que parecía una petición para una escolta desde la Colina Silbante hacia Espinadragón. La petición era rara ¿Por qué una escolta en aquella colonia? ¿A quién querían proteger? La caligrafía de la carta era tan perfecta que estaba lejos de ser de un mercader e incluso de algún aristócrata por lo que en lugar de enviar a sus caballeros tomó el cargo ella, por precaución. Al llegar a la Colina la Interina no vio a nadie, todo parecía normal, salvo un pilar que estaba casi en la sima, se acercó con cautela pues estaba segura que ese pilar no estaba ahí días atrás, al acercarse lo suficiente el pilar emitió un brillo el cual expandió una amplia barrera dejándola encerrada apareciendo 4 Guardianes de las Ruinas e incluso un Cazador iniciando una intensa y feroz batalla donde no le daban tregua ni para respirar, aquellas máquinas tenían algo extraño, si bien ya eran duras, éstas parecían tener más aguante e incluso inteligencia pues la coordinación de sus ataques eran casi perfectos. Jean haciendo gala de su agilidad, rapidez y certeza esquivaba, y acertaba en lo que deberían ser sus puntos débiles, que si lo eran pero su aguante era notoriamente mayor. El tiempo de la batalla le parecía eterno hasta utilizar sus últimas energías para usar una última Brisa de Dandelion y recuperar un poco el aliento del daño que había recibido el cual aprovechó para acestar el último golpe a cada una de las máquinas, impulsarse hacia el cielo y de una estocada atravezar al Cazador de las Ruinas terminando por explotar cada una de ellas. La barrera había cedido y apareció una silueta. +Me impreciona, Gran Maestra Interina. Sería una deshonra aprovecharme después de su gloriosa victória, en respeto a su desempeño y como agradecimiento por probar mis nuevos juguetes, me iré por ahora. Dicho ello, la silueta desapareció atravezando un portal. -¡Espe..¡.. ¡Tsk!... Su lastimado cuerpo le cobró factura después de sentir que el peligro había pasado, el característico brillo en sus ojos había desaparecido en una mirada opaca y perdida, había quedado inconciente, de pie, con su espada clavada en el suelo como único apoyo evitando su desplome rodeada de aquellos trozos de ahora inservible chatarra.
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  • La última vez que llamaron a la puerta de su cabaña, Tolek estaba haciendo adorno navideños con sus propias manos, intentando ocuparse lo suficiente como para superar la distancia que le separaba de la que, por entonces, había dejado de ser su mejor amiga.

    Hoy, sin embargo, el brujo ni siquiera está despierto. Después de reconciliarse con su mejor amiga, su cuerpo ha reclamado de golpe el descanso al que no ha podido someterse con anterioridad. Siente un punzante dolor a la altura de las costillas y una leve opresión en el pecho. Sabe, por experiencia propia, que está experimentando los síntomas característicos de la anemia. Dormir, en consecuencia, es inevitable.

    Pero le han despertado tres repentinos golpes que llaman a la puerta.
    Tarda, mas al fin abre los ojos. Pese a que está frente a la chimenea tiene medio cuerpo abrigado por el abrigo de piel de oso, una prenda que se ha convertido casi que en su segunda piel. Es con este que se envuelve al incorporarse lentamente.

    — Yo voy —anuncia, casi sin alzar la voz, como siempre queriendo evitarle interrupciones a Thomas—. Como sea esa demonio otra vez... le arrancaré las orejas...

    El fuego de la chimenea, sin embargo, no ha cambiado de color ni se muestra anormal. Esa es una señal de que la persona que está detrás de la puerta es alguien conocido, alguien en quien tanto Tolek como Thomas confían.

    Con el propósito de contar con más apoyo, ha tenido que cambiar el bastón por un báculo. Con la curiosidad apagada y su cuerpo moviéndose lentamente, el cansancio marcándole sombras debajo de los ojos y con un buen par de kilos menos en su fisionomía, el brujo abre cautelosamente la puerta para encontrarse del otro lado con una figura tan conocida como querida.

    Se le ilumina la mirada al tiempo que una sonrisa de alegría se apodera de su faz. Aparta el báculo sin prestar atención en la manera descuidada en que cae al piso, y se lanza sin fuerzas a rodearle el cuello en un abrazo frágil.

    No dice nada, sólo se le escapan dos breves y casi imperceptibles respingos que casi son sollozos. Está feliz, está muy feliz de volver a verle. Está muy feliz de que sus peores sospechas sólo fueran exageraciones, está muy feliz de que Khan esté aquí, a salvo, sano y cuerdo.
    La última vez que llamaron a la puerta de su cabaña, Tolek estaba haciendo adorno navideños con sus propias manos, intentando ocuparse lo suficiente como para superar la distancia que le separaba de la que, por entonces, había dejado de ser su mejor amiga. Hoy, sin embargo, el brujo ni siquiera está despierto. Después de reconciliarse con su mejor amiga, su cuerpo ha reclamado de golpe el descanso al que no ha podido someterse con anterioridad. Siente un punzante dolor a la altura de las costillas y una leve opresión en el pecho. Sabe, por experiencia propia, que está experimentando los síntomas característicos de la anemia. Dormir, en consecuencia, es inevitable. Pero le han despertado tres repentinos golpes que llaman a la puerta. Tarda, mas al fin abre los ojos. Pese a que está frente a la chimenea tiene medio cuerpo abrigado por el abrigo de piel de oso, una prenda que se ha convertido casi que en su segunda piel. Es con este que se envuelve al incorporarse lentamente. — Yo voy —anuncia, casi sin alzar la voz, como siempre queriendo evitarle interrupciones a Thomas—. Como sea esa demonio otra vez... le arrancaré las orejas... El fuego de la chimenea, sin embargo, no ha cambiado de color ni se muestra anormal. Esa es una señal de que la persona que está detrás de la puerta es alguien conocido, alguien en quien tanto Tolek como Thomas confían. Con el propósito de contar con más apoyo, ha tenido que cambiar el bastón por un báculo. Con la curiosidad apagada y su cuerpo moviéndose lentamente, el cansancio marcándole sombras debajo de los ojos y con un buen par de kilos menos en su fisionomía, el brujo abre cautelosamente la puerta para encontrarse del otro lado con una figura tan conocida como querida. Se le ilumina la mirada al tiempo que una sonrisa de alegría se apodera de su faz. Aparta el báculo sin prestar atención en la manera descuidada en que cae al piso, y se lanza sin fuerzas a rodearle el cuello en un abrazo frágil. No dice nada, sólo se le escapan dos breves y casi imperceptibles respingos que casi son sollozos. Está feliz, está muy feliz de volver a verle. Está muy feliz de que sus peores sospechas sólo fueran exageraciones, está muy feliz de que Khan esté aquí, a salvo, sano y cuerdo.
    La nieve no puede afectarle, el frío del clima y sus inclemencias tampoco, el fuego que guarda en su interior es mucho más poderoso.

    Atraviesa el paraje nevado con facilidad, evitando los árboles para cuidar del bosque. Así haya un metro de nieve acumulada, dos o cinco, ésta se sucumbe a su presencia, derritiéndose a su alrededor como si fuera atravesada por un hierro al rojo sin que siquiera ponga atención en ello, al menos hasta que descubre, al chapotear, que hay hielo bajo sus pies, entonces ha de enfocar su aura ígnea para derretir la nieve sin afectar el lago congelado y así evitar recurrir al nado para llegar hasta la cabaña del brujo que puede vislumbra algunos cientos de metros por delante.

    Apesta a demonio, pero no a sangre. Se pregunta qué mierda fue lo que pudo haber pasado.

    Al llegar, golpea la puerta con los nudillos tres veces y espera, aprovechando el tiempo para volver a echar un ojo al paisaje, bastante convencido de que ha sufrido un cambio radical.
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  • << Se encontraba dando un paseo por Sairaag. >>
    << Se encontraba dando un paseo por Sairaag. >>
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  • —Día bastante pesado, una ducha caliente y luego un chocolate caliente... No tengo visitas el día de hoy.
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