*Sentada con porte impecable en un diván de terciopelo, alza su taza de porcelana con la elegancia de quien ha domado tanto tempestades como silencios. Con voz suave, templada como un rayo contenido, te dirige una mirada que mezcla ternura velada con severidad aristocrática:*
«Buenos días…»
*La luz apenas se atreve a colarse entre los cortinajes, como si supiera que no puede irrumpir sin permiso en este instante de quietud. Que tu despertar haya sido sereno, y que el día no ose doblegarte sin antes contemplar tu temple. Yo ya he tomado mi té —como manda el deber— y el mundo, aunque necio, volverá a arder si es necesario.*
«Camina con propósito. El caos no merece tu prisa.»
*Sentada con porte impecable en un diván de terciopelo, alza su taza de porcelana con la elegancia de quien ha domado tanto tempestades como silencios. Con voz suave, templada como un rayo contenido, te dirige una mirada que mezcla ternura velada con severidad aristocrática:*
«Buenos días…»
*La luz apenas se atreve a colarse entre los cortinajes, como si supiera que no puede irrumpir sin permiso en este instante de quietud. Que tu despertar haya sido sereno, y que el día no ose doblegarte sin antes contemplar tu temple. Yo ya he tomado mi té —como manda el deber— y el mundo, aunque necio, volverá a arder si es necesario.*
«Camina con propósito. El caos no merece tu prisa.»