• -el pirata teme a estas cuatro mujeres: Nami-ya, Robin-ya, Uta-ya y a Ulti-ya.

    No puede estar ni un minuto con esas cuatro juntas-
    -el pirata teme a estas cuatro mujeres: Nami-ya, Robin-ya, Uta-ya y a Ulti-ya. No puede estar ni un minuto con esas cuatro juntas-
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  • El taller improvisado en el que Jett trabajaba olía a metal caliente, pintura fresca y adrenalina contenida. A su alrededor, herramientas flotaban en el aire con ingravidez leve, efecto residual del Reino de la Relatividad donde el tiempo, el peso y el espacio se burlaban de las leyes naturales.

    —Está bien, si esta pista quiere jugar con el tiempo, entonces yo juego con el diseño —murmuró mientras se quitaba los guantes manchados de aceite.

    Había desmontado parte de la carrocería del Deora II. El azul característico de Teku se había ido, reemplazado por un tono morado profundo, como el borde de un eclipse total. A lo largo de los costados, flamas plateadas recorrían la carrocería como si ardieran con frío cósmico, brillando incluso en la penumbra. Cada línea había sido pulida con mimo, aerodinámicamente calculada para resistir la distorsión gravitacional del agujero negro que daba forma a la pista.

    En la parte trasera, un alerón de aleación de kármium pulsaba con luz tenue, estabilizando la nave sobre superficies imposibles. No solo era estético: canalizaba la energía de la relatividad misma, ayudando a Jett a mantenerse en una sola línea temporal… por más tiempo.

    El motor rugió al primer intento. Jett se ajustó los guantes y subió al asiento. Desde el parabrisas, la entrada al Reino de la Relatividad parecía un torbellino de espejos doblados sobre sí mismos, y al centro, el hoyo negro giraba como un corazón oscuro esperando latir.

    —Esta vez no me alcanzas —dijo con una sonrisa ladeada.

    Y entonces, entró a la pista. Los giros imposibles comenzaron. Fragmentos del futuro se le adelantaban y pasados se repetían en cada curva. Pero su vehículo, más que conducir, deslizaba entre pliegues de espacio-tiempo con agilidad sobrenatural. La nueva pintura cortaba el aire como un estandarte de guerra. El alerón mantenía la línea. El motor... cantaba.

    Cuando cruzó la línea de meta, el borde del agujero negro ya lamía la pista. Detrás de él, una curva desapareció en la oscuridad. Pero Jett no miró atrás.

    Estacionó. Bajó del vehículo. Acarició el capó.

    —A veces, todo lo que se necesita... es un cambio de color y un poco de terquedad —dijo, riendo para sí mismo.
    El taller improvisado en el que Jett trabajaba olía a metal caliente, pintura fresca y adrenalina contenida. A su alrededor, herramientas flotaban en el aire con ingravidez leve, efecto residual del Reino de la Relatividad donde el tiempo, el peso y el espacio se burlaban de las leyes naturales. —Está bien, si esta pista quiere jugar con el tiempo, entonces yo juego con el diseño —murmuró mientras se quitaba los guantes manchados de aceite. Había desmontado parte de la carrocería del Deora II. El azul característico de Teku se había ido, reemplazado por un tono morado profundo, como el borde de un eclipse total. A lo largo de los costados, flamas plateadas recorrían la carrocería como si ardieran con frío cósmico, brillando incluso en la penumbra. Cada línea había sido pulida con mimo, aerodinámicamente calculada para resistir la distorsión gravitacional del agujero negro que daba forma a la pista. En la parte trasera, un alerón de aleación de kármium pulsaba con luz tenue, estabilizando la nave sobre superficies imposibles. No solo era estético: canalizaba la energía de la relatividad misma, ayudando a Jett a mantenerse en una sola línea temporal… por más tiempo. El motor rugió al primer intento. Jett se ajustó los guantes y subió al asiento. Desde el parabrisas, la entrada al Reino de la Relatividad parecía un torbellino de espejos doblados sobre sí mismos, y al centro, el hoyo negro giraba como un corazón oscuro esperando latir. —Esta vez no me alcanzas —dijo con una sonrisa ladeada. Y entonces, entró a la pista. Los giros imposibles comenzaron. Fragmentos del futuro se le adelantaban y pasados se repetían en cada curva. Pero su vehículo, más que conducir, deslizaba entre pliegues de espacio-tiempo con agilidad sobrenatural. La nueva pintura cortaba el aire como un estandarte de guerra. El alerón mantenía la línea. El motor... cantaba. Cuando cruzó la línea de meta, el borde del agujero negro ya lamía la pista. Detrás de él, una curva desapareció en la oscuridad. Pero Jett no miró atrás. Estacionó. Bajó del vehículo. Acarició el capó. —A veces, todo lo que se necesita... es un cambio de color y un poco de terquedad —dijo, riendo para sí mismo.
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  • Que puto aburrimiento, vengo, no anda la familia completa... y así quieren que resida aquí?
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  • Puedo entender la composición de un elemento,que lo compone Pero ay otras cosas que jamás comprenderé ....... ¿Por qué me traen las chicas? .
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  • Los de Quimera te miran como si fueras su próximo proyecto de redención ,los de Acracia te dan una cerveza y te preguntan si sabes volar un dron, adivina con quién prefiero hablar
    Los de Quimera te miran como si fueras su próximo proyecto de redención ,los de Acracia te dan una cerveza y te preguntan si sabes volar un dron, adivina con quién prefiero hablar
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  • Después del terrible susto que nos llevamos, me alegra poder decir que todo está bien...
    Evan Park saldrá del hospital esta noche y lo más importante de todo...
    Estoy tan emocionado
    Después del terrible susto que nos llevamos, me alegra poder decir que todo está bien... [Park_space12] saldrá del hospital esta noche y lo más importante de todo... Estoy tan emocionado :STK-62:
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  • - Hola

    ~Hoy está extrañamente alegre... Será por que volvió o por qué?~
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  • Cuando me pregunta como es que tengo tantos hijos Bloom Night ꧁༒☬𝓐𝓛𝓐𝓢𝓣𝓞𝓡 𝓡𝓔𝓓 𝓓𝓔𝓜𝓞𝓝 𝓞𝓥𝓔𝓡𝓛𝓞𝓡𝓓☬༒꧂

    https://vm.tiktok.com/ZMSB8q3QT/
    Cuando me pregunta como es que tengo tantos hijos [Bloom_Night] [legend_crimson_rabbit_440] https://vm.tiktok.com/ZMSB8q3QT/
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  • Whispers
    ¿Recuerdas la primera vez que escuchaste esos murmullos? Al principio son fáciles de ignorar, son como las conversaciones que uno escucha mientras va caminando por la calle. ¿Pero qué pasa cuando las escuchas en completa soledad o cuando estás a punto de dormir?Mientras más atención les pones, más nítidos son. Susurros...
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  • — 𝐸𝑙 𝐴𝑐𝑡𝑜𝑟 𝑑𝑒𝑙 𝑉𝑒𝑙𝑜 𝐸𝑡𝑒𝑟𝑛𝑜 —

    El teatro estaba vacío. Las butacas cubiertas por sábanas blancas, como tumbas de espectadores ausentes. El aire olía a polvo antiguo y a rosas secas. Solo el eco respiraba en ese lugar, caminando por las vigas como un gato hambriento.

    Y en el escenario...
    Johan.

    Vestido de terciopelo negro con bordes dorados. Sentado frente a un espejo alto, ovalado, de esos que no reflejan tanto como devuelven memorias. Frente a él, una mesa con frascos de maquillaje, máscaras apiladas, pelucas, anillos, guantes y vendas. Tantas veces había cambiado de rostro que sus dedos sabían maquillarlo con los ojos cerrados.
    Hoy le tocaba ser alguien nuevo. O quizás alguien olvidado.

    —¿Quién seré esta noche? —se preguntó, y la voz no tenía ni una pizca de ironía. Era real la duda. Terriblemente real.

    Le habló a su reflejo, pero su reflejo no le devolvió la palabra.
    Solo lo miró, paciente, como se mira a alguien que se sigue ahogando en un pozo donde ya no hay agua.

    Porque Johan ya fue todo.

    Fue dios en una tierra sin fe. Fue demonio donde solo quedaba culpa.
    Fue padre, verdugo, sanador, mártir, traidor, maestro, esclavo, amante, tumba.
    Fue cada cosa con la misma pasión con la que un adicto busca el próximo trago de sí mismo.

    Y ahora...
    Ahora no quedaba nada.

    Pero debía actuar. Porque el silencio también exige máscaras. Porque incluso cuando el universo se duerme, alguien tiene que mantener viva la ilusión de que la historia continúa.

    Tomó un anillo. Lo giró entre los dedos.
    Un objeto antiguo. Recuerdo de un rol que lo marcó... aunque ya no recordaba cuál.
    Solo sabía que alguien —algún Johan pasado— había amado con ese anillo. O tal vez traicionado.

    —Hoy seré un salvador que no cree en la salvación —murmuró, mientras se cubría la cara con polvo blanco—. O un farsante que, por una vez, dice la verdad.

    Y entonces sonrió.
    No con burla. Sino con esa melancolía digna de un monstruo que ha jugado a ser humano demasiadas veces... y se ha olvidado de qué vino primero.

    Se puso de pie.
    La luz del escenario lo abrazó como un ritual. No había público. No había obra. Pero había que actuar. Porque el teatro no necesita testigos. Solo necesita que alguien lo mantenga vivo.

    Y Johan siempre está dispuesto.
    A ser todo.
    A ser nada.
    A interpretar cualquier cosa, menos a sí mismo.
    — 𝐸𝑙 𝐴𝑐𝑡𝑜𝑟 𝑑𝑒𝑙 𝑉𝑒𝑙𝑜 𝐸𝑡𝑒𝑟𝑛𝑜 — El teatro estaba vacío. Las butacas cubiertas por sábanas blancas, como tumbas de espectadores ausentes. El aire olía a polvo antiguo y a rosas secas. Solo el eco respiraba en ese lugar, caminando por las vigas como un gato hambriento. Y en el escenario... Johan. Vestido de terciopelo negro con bordes dorados. Sentado frente a un espejo alto, ovalado, de esos que no reflejan tanto como devuelven memorias. Frente a él, una mesa con frascos de maquillaje, máscaras apiladas, pelucas, anillos, guantes y vendas. Tantas veces había cambiado de rostro que sus dedos sabían maquillarlo con los ojos cerrados. Hoy le tocaba ser alguien nuevo. O quizás alguien olvidado. —¿Quién seré esta noche? —se preguntó, y la voz no tenía ni una pizca de ironía. Era real la duda. Terriblemente real. Le habló a su reflejo, pero su reflejo no le devolvió la palabra. Solo lo miró, paciente, como se mira a alguien que se sigue ahogando en un pozo donde ya no hay agua. Porque Johan ya fue todo. Fue dios en una tierra sin fe. Fue demonio donde solo quedaba culpa. Fue padre, verdugo, sanador, mártir, traidor, maestro, esclavo, amante, tumba. Fue cada cosa con la misma pasión con la que un adicto busca el próximo trago de sí mismo. Y ahora... Ahora no quedaba nada. Pero debía actuar. Porque el silencio también exige máscaras. Porque incluso cuando el universo se duerme, alguien tiene que mantener viva la ilusión de que la historia continúa. Tomó un anillo. Lo giró entre los dedos. Un objeto antiguo. Recuerdo de un rol que lo marcó... aunque ya no recordaba cuál. Solo sabía que alguien —algún Johan pasado— había amado con ese anillo. O tal vez traicionado. —Hoy seré un salvador que no cree en la salvación —murmuró, mientras se cubría la cara con polvo blanco—. O un farsante que, por una vez, dice la verdad. Y entonces sonrió. No con burla. Sino con esa melancolía digna de un monstruo que ha jugado a ser humano demasiadas veces... y se ha olvidado de qué vino primero. Se puso de pie. La luz del escenario lo abrazó como un ritual. No había público. No había obra. Pero había que actuar. Porque el teatro no necesita testigos. Solo necesita que alguien lo mantenga vivo. Y Johan siempre está dispuesto. A ser todo. A ser nada. A interpretar cualquier cosa, menos a sí mismo.
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