El frío de la lluvia era como un abrazo distante, uno que no ofrecía calor ni consuelo, sino un recordatorio constante de la ausencia de compañía. Cada gota que caía sobre mi piel parecía ahondar en el vacío que llevaba dentro, como si el cielo supiera lo que no quería decir en voz alta.
Me quedé ahí, de pie, mirando al infinito mientras el agua corría por mi rostro, mezclándose con lágrimas que ni siquiera intenté ocultar. Había algo en la lluvia que hacía que llorar no pareciera tan fuera de lugar, como si fuera lo único que estuviera bien en este momento.
Era como si el mundo se hubiera vuelto demasiado grande para mí, sus calles, sus luces, sus voces… todo era un eco lejano que no podía alcanzar.
El frío de la lluvia era como un abrazo distante, uno que no ofrecía calor ni consuelo, sino un recordatorio constante de la ausencia de compañía. Cada gota que caía sobre mi piel parecía ahondar en el vacío que llevaba dentro, como si el cielo supiera lo que no quería decir en voz alta.
Me quedé ahí, de pie, mirando al infinito mientras el agua corría por mi rostro, mezclándose con lágrimas que ni siquiera intenté ocultar. Había algo en la lluvia que hacía que llorar no pareciera tan fuera de lugar, como si fuera lo único que estuviera bien en este momento.
Era como si el mundo se hubiera vuelto demasiado grande para mí, sus calles, sus luces, sus voces… todo era un eco lejano que no podía alcanzar.