—Por favor, guarden silencio —pidió el profesor.
Pero nadie lo escuchó, o fingieron no hacerlo mientras seguían cuchicheando entre sí.
El profesor carraspeó, y con expresión apática que indicaba que lidiaba con este tipo de situaciones con frecuencia, gritó:
—¡Guarden silencio!
Todos lo miraron e hicieron caso de inmediato. Aunque Jean todavía podía escuchar susurros provenir del fondo.
Satisfecho, el profesor se acomodó sus lentes.
—Como habrán notado —comenzó a decir, mirando a Jean—, hay un alumno nuevo.
Le hizo una seña con la mano, para que se levantara, y dedujo, se acercara.
Jean se levantó del asiento con tranquilidad, y se posicionó a un lado del docente. De tal modo que todos los ojos presentes se fijaron en él. Claro que, desde el comienzo había sido el centro de atención, pero la diferencia fue que ahora podía observar cada rostro curioso o indiferente del salón.
—Se supone que el prefecto debería estar haciendo esto —murmuró el profesor, luego, carraspeando de nuevo, habló en voz alta y miró a Jean con vacilación. Parecía estar tratando de recordar su nombre, pero como no pudo, al final dijo: —¿Podrías presentarte?
Jean asintió, apenas dirigiéndole una mirada.
—Mi nombre es Jean Grey, y a partir de hoy, seré parte de Sapphire Owl —dijo, dedicándose a mirar cada rostro como haría un buen comunicador. Sin embargo, su rostro se mantuvo tan frío que su intento de elocuencia era inefectiva. —Es un gusto conocerlos a todos.
Algunos soltaron un seco o cálido “¡bienvenido!”, otros solo se quedaron mirándolo sin decir nada, un grupo en particular se susurraban entre sí, mostrándose entre sorprendidos y emocionados por alguna razón, por lo que en cuestión de segundos, el aula se volvió a llenar de un barullo que el profesor tuvo que acallar de nuevo.
—Ve a sentarte —le indicó sin mucha amabilidad, dándole la espalda para tomar una tiza y comenzar a escribir en el pizarrón. —Abran sus libros. Hoy continuaremos con la página doscientos cincuenta.
Jean alzó una ceja por su tono hosco, pero retomó asiento y observó lo que el docente escribía con atención.
Como alumno que ingresaba a mitad del año escolar, era normal que estuviera atrasado o no tuviera idea de los temas que se trataban en la asignatura. La Weston College tenía su propio temario, diferente a la que podría encontrarse en otras escuelas menos opulentas, por lo que, los conocimientos que podría traer de su anterior escuela no serían exactamente los mismos a pesar de haber tenido la misma materia.
Sin embargo, ese no era un problema para él. En realidad, lo que se enseñaba en la escuela, Jean ya lo había superado de hace rato. Un día sentado en el sillón favorito de su abuelo, se había leído las propuestas y objetivos de cada materia que tendría durante este año y el siguiente en la Weston, decepcionándose al darse cuenta que no era nada que no conociera ya.
—Desde que se divorció está cada vez más amargado —dijo alguien en voz baja.
Jean se sintió un poco confundido.
No era la única voz que se escuchaba, varias personas estaban susurrando, haciendo caso omiso al profesor, sin embargo, esta se sintió más cercana, por lo que al girar un poco la cabeza hacia donde provenía la voz, se encontró con la sonrisa amistosa de un chico de tez y pelo oscuro. Estaba sentado a su izquierda, y al parecer, el comentario era dirigido a él.
Sin realmente ocurrirséle qué decir ante un comentario así, Jean dijo en voz baja lo primero que pensó.
—¿En serio?
El chico asintió, viendo hacia delante y comprobando que el docente no lo viera, se inclinó un poco más hacia su lado.
—¿Tienes el libro de historia? —le preguntó, mostrándole el volumen de tapa verde que decía en letras gigantes “VOLUMEN TRES DE HISTORIA INGLESA”.
Jean negó con la cabeza.
No lo necesitaba, lo había leído antes de venir —como con todos los libros de las asignaturas en general— y todo había quedado en su memoria. De hecho, el contenido, a su parecer, tenía ciertas carencias.
—¿Te lo olvidaste? —el niño no lo dejó responder, añadiendo—, Te lo puedo prestar.
Por un segundo, pareció que Jean estaba considerando su oferta.
Pero en realidad, estaba pensando que este niño era el primero que lo trataba con una amabilidad que no parecía forzada.
—A este profesor le gusta hacer preguntas cuyas respuestas son citas del libro —siguió susurrándole el niño. Y parecía que diría algo más, pero cerró la boca y se enderezó en su asiento rápidamente cuando el profesor se dio la vuelta, dándoles una mirada molesta.
—¿Creen que no los escucho murmurar?
Todos miraron al frente, haciéndose los desentendidos. Sobre todo, el chico a su lado que le había estado hablando hace poco.
—¡Tú! —lo señaló con la tiza y luciendo un ceño fruncido.
Jean se hallaba en la segunda fila, exactamente en el medio.
—¿Sí? —respondió con tranquilidad.
—No, no tú —negó el hombre, levantando un poco más la mano para, señalar al niño que estaba sentado detrás suyo. —Rogers, ¿cuántas veces debo decirte que no hables durante la clase?
—¡Yo no he sido esta vez! —se quejó el tal Rogers con voz chillona. —¡Era Nick y el nuevo!
—¡No es verdad! —se defendió Nick—, Usted sabe que yo siempre estoy callado en las clases, profesor Spears.
El susodicho miró entre ambos alumnos, acomodándose el puente de sus lentes y soltando un sonoro “¡Hmph!”.
—No me importa quién haya sido, la próxima vez que escuche alguien susurrando a mis espaldas, haré que todos vayan a dirección.
Con tal advertencia, todos mantuvieron los labios sellados, temiendo que sus expedientes se vieran manchados con una visita al director.
Esta escuela era famosa por ser estricta y de alto nivel —y por el precio exorbitante de matriculación—, de los alumnos se esperaba nada más que la excelencia, ya sea en materias como la matemática, la música, el arte, o el deporte. Tener un promedio abajo de ocho era considerado mediocridad. En esta institución no se toleraba el poco esfuerzo o la ineptitud.
Ni hablar del mal comportamiento. Dependiendo la falta, podría derivar en una expulsión.
Así, la clase transcurrió en orden, y el profesor se vio más tranquilo. Pero expuso el contenido de manera tan aburrida que incluso a Jean comenzó a darle cierto rechazo escuchar sobre la conquista normanda, un tema que le fascinaba por su propio linaje.
Cuando el timbre sonó:
—Para la próxima clase tengan leído el capítulo cinco —dijo el profesor Spears, tomando sus propios apuntes y ordenándolos con un golpe firme contra el podio. —Se hará una evaluación oral, prepárense y estudien si no quieren llevarse una nota baja.
Sin poder evitarlo, más de uno soltó un sonoro lamento ante la perspectiva de un examen, más aún cuando provenía de un docente como Spears, exigente e inflexible.
—Nos vemos la semana que viene —se despidió, sin inmutarse ante las caras largas de sus alumnos, pero antes, le dirigió una mirada a Jean. —Grey, ¿verdad?
Por formalidad, lo llamaba por su apellido, Jean asintió, sin aún levantarse del asiento como muchos de sus compañeros habían hecho, retirándose de inmediato del aula como si estuvieran escapando de una prisión.
—Si tienes alguna duda, puedes preguntar —se le acercó. —Te has unido a la clase a mitad de año, entiendo que puedas tener dificultades para ponerte al día.
—Para nada —le contestó Jean, con más arrogancia de la que pretendía mostrar. —No tengo ninguna dificultad y desde el primer momento en que fui aceptado en esta institución, me puse al día con los contenidos.
El profesor Spears asintió, acomodándose los anteojos. Su semblante era frío e inexpresivo, por lo que podría parecer algo intimidante a simple vista. Sin embargo, estaba siendo amable y cumpliendo con su deber como docente.
A Jean le agradó, a pesar de que era aburrido exponiendo su etapa favorita de la historia inglesa.
—Ya veo —alzó ambas cejas el adulto. Luego, se preparó para irse, sin antes murmurar:
—Ojalá todos tomaran tu ejemplo.
Esa era una frase que Jean había escuchado más de lo podía contar… bueno, en realidad, sí podía contabilizarlo, se lo habían dicho unas 290 veces, contando esta. Pero así no era el dicho, ¿cierto?
—¡Ey! —exclamó el chico llamado Nick. Acercándose con una gran sonrisa amistosa. —Tu apellido es Grey, de casualidad, ¿eres familiar de Charles Grey?
Jean miró por detrás suyo, habían otros niños aproximándose con ojos curiosos, esperando a que respondiera.
—Sí —dijo Jean, volviendo a posar su vista en Nick. —Es mi primo.
—¡¿En serio?! —murmuraron los chicos de atrás, acercándose, rodeando el asiento de Jean y haciéndolo sentir incómodo.
—¡Lo sabía! —le contestó Nick, su pelo esponjoso y negro se movió al ritmo de su buen ánimo. —¡Por eso los Doble Charles vinieron aquí!
Jean asintió con la cabeza.
No le fue difícil sumar dos y dos para saber porqué Grey y Phipps eran llamados así.
—Te pareces mucho a Charles Grey—señaló uno.
—¡Lo ves, te lo dije, y me decías loco! —añadió otro.
—Escuché que irás con los 4P, ¿¡es verdad!? —dijo Nick, luciendo emocionado. —¡Serías el primer alumno en la historia en visitar el mirador del cisne en su primer día!
Aprovechando que estaba siendo el centro de atención, Jean hizo la pregunta que tenía atorada desde que escuchó ese término por primera vez.
—¿Por qué les emociona tanto que vaya con esos 4P?
Los niños rieron, mirándolo como si fuera tonto por no saberlo, lo cual, le ofendió muchísimo.
—¿En serio no lo sabes? —inquirió Nick. —¿No sabes quiénes son?
Entonces, agarrando una silla y tomando asiento del otro lado de su mesa, apoyó las manos y comenzó a explicarle.
—¡Son los cuatro prefectos, los líderes de los respectivos dormitorios!
No es que Jean no supiera que 4P significaba literalmente cuatro prefectos. Con escuchar el nombre que le habían dado a Grey y a Phipps, se notaba que en este lugar no eran muy creativos con los apodos.
La pregunta de Jean se orientaba a entender la razón de porqué los prefectos eran mencionados como si de celebridades se tratasen.
—¡Son geniales! Además, el mirador del cisne es un lugar exclusivo para los prefectos y sus fámulos.
Jean frunció los labios.
Ni en el folleto de la escuela, ni en su página web, mencionaban ese tal mirador del cisne.
Sin embargo, el sistema de fámulos y de gobierno escolar era algo de lo cual se había informado previamente, y no le caía por sorpresa. Lo de ser el sirviente de un chico de mayor grado era una tradición tan antigua que le había sorprendido la primera vez que lo escuchó.
A Jean le había parecido de lo más ridículo, y no se imaginaba a sí mismo limpiándole la ropa u obedeciendo las ordenes de alguien más como un fiel mayordomo.
¿En dónde se creían que estaban, en el siglo XIX?
Pero si estaba aquí era gracias a su abuelo materno, quien era tan conservador que lo había alistado a una escuela de sus mismos ideales. Lo peor de todo fue que sus abuelos paternos habían estado de acuerdo, pensando que aquí su intelecto se desarrollaría sin obstáculos.
Al menos, al dormitorio el cual se le había asignado, Sapphire Owl, prometía estar alienado a sus intereses. La casa azul se caracterizaba por alumnos que se destacaban en los estudios. Naturalmente, Jean se había destacado en éstas por lo que su ingreso a la casa azul fue de lo más lógico.
—¡Yo nunca lo vi! —siguió diciendo Nick. —Si vas, ¿puedes decirme cómo se ve?
Jean asintió de nuevo con la cabeza, con aire distraído.
Luego se levantó, y Nick lo imitó.
—Son las nueve —declaró Jean—, nos perderemos el desayuno.
Lo dijo con tal seguridad, como si no fuera el nuevo y estuviera aquí desde hace meses. Pero había visto la hora en el reloj colgado en la pared, y conociéndose las rutinas de la escuela, sabía que debían ir al comedor pronto o recibirían una llamada de atención.
—Es verdad… —respondió Nick, rascándose la cabeza y soltando una risita. Por estar de curioso, se le olvidó.
—¡Vamos rápido al comedor antes que nos roben los lugares! —dijeron unos niños, corriendo cuando sabían que estaba prohibido. Pero nadie se los reprochó.
Otros se fueron con más calma.
En general, había sido un grupo grande quien se había quedado para saber más sobre Jean, y ahora se retiraban para el desayuno, pero le dedicaban miradas furtivas.
Era la primera vez que su presencia llamaba tanta atención. Jean no sabía si sentirse halagado o incomodado. Se sentía como una de esas estrellas de cine que veía en la tele, acosadas por los paparazzis en la calle.
—¿Vamos juntos? —preguntó Nick con expresión amable.
Su buena disposición parecía sincera, por lo que Jean aceptó.
—Vamos.
De esta manera, ambos niños de Sapphire Owl fueron caminando hacia el comedor de la casa azul, bajo las miradas curiosas de todo el mundo.
Parecía que por hoy, Jean tendría que acostumbrarse a que todos lo observaran y hablaran de él a sus espaldas.
“Al menos alguien me trata bien” pensó, sintiéndose desde que llegó, menos nervioso y de mejor humor.
—¿Es verdad que eres un genio? —inquirió Nick de repente.
Jean se encogió de hombros.
—Algo así.