• El bar no era particularmente grande, pero tenía ese encanto que solo los lugares con historia conservan. Las paredes estaban cubiertas de retratos antiguos y botellas de vino con etiquetas descoloridas por el tiempo. Desde las ventanas amplias, la luz del mediodía caía en haces dorados que cruzaban el aire, iluminando el polvo suspendido como si fueran fragmentos de un pequeño universo detenido. –Zareth estaba sentado en uno de los taburetes del extremo, con la postura relajada y el vaso de licor entre las manos–. Su mirada dorada se perdía entre los reflejos del cristal, ensimismado en pensamientos que apenas él entendía.

    –Hacía días que no se permitía una pausa–. Entre turnos de noche, vasos por limpiar y conversaciones a medio terminar, apenas recordaba cómo se sentía simplemente ser un cliente. Por eso estaba allí, lejos de su bar, buscando un poco de anonimato y silencio. La música que sonaba de fondo era suave, un jazz antiguo que se mezclaba con el murmullo de un par de conversaciones dispersas. Todo parecía fluir con calma, como si el tiempo hubiera decidido tomarse un respiro también.

    El bartender, un hombre de unos cuarenta años con una sonrisa cansada, se acercó a él con cierta complicidad.
    ¿Lo mismo de siempre, Zareth?
    –Él alzó la vista y esbozó una sonrisa leve–.
    Sí, pero esta vez con menos hielo. No quiero que se diluya tan rápido.

    El otro rió por lo bajo antes de apartarse, y Zareth volvió a observar la barra, deslizando un dedo por la superficie brillante. –Llevaba la camisa arremangada, el cuello ligeramente desabrochado y el cabello castaño cayendo sobre la frente en un descuido que parecía intencional–. A pesar de su serenidad, había algo en su presencia que desentonaba con el resto: un magnetismo silencioso, algo en la forma en que su aura se mezclaba con el ambiente sin realmente pertenecerle.

    –Dejó el vaso a un lado y se inclinó hacia adelante, observando cómo un rayo de luz atravesaba el líquido ambarino y lo convertía en fuego líquido–. No podía evitar pensar en lo irónico que resultaba: un ángel mitad íncubo buscando calma en un lugar lleno de tentaciones humanas. Era como un lobo en un rebaño, pero demasiado cansado para morder.

    Su atención se desvió cuando la campanilla sobre la puerta sonó. –Giró apenas el rostro, observando cómo la claridad del exterior se filtraba brevemente en el bar junto con una figura nueva–. Tal vez un cliente más, tal vez alguien perdido. Pero había algo en esa entrada que le resultó... diferente.

    –Sus ojos dorados se detuvieron un instante más de lo necesario, curiosos, expectantes–.
    Quizá esta vez, pensó, la tarde no terminaría en silencio.
    El bar no era particularmente grande, pero tenía ese encanto que solo los lugares con historia conservan. Las paredes estaban cubiertas de retratos antiguos y botellas de vino con etiquetas descoloridas por el tiempo. Desde las ventanas amplias, la luz del mediodía caía en haces dorados que cruzaban el aire, iluminando el polvo suspendido como si fueran fragmentos de un pequeño universo detenido. –Zareth estaba sentado en uno de los taburetes del extremo, con la postura relajada y el vaso de licor entre las manos–. Su mirada dorada se perdía entre los reflejos del cristal, ensimismado en pensamientos que apenas él entendía. –Hacía días que no se permitía una pausa–. Entre turnos de noche, vasos por limpiar y conversaciones a medio terminar, apenas recordaba cómo se sentía simplemente ser un cliente. Por eso estaba allí, lejos de su bar, buscando un poco de anonimato y silencio. La música que sonaba de fondo era suave, un jazz antiguo que se mezclaba con el murmullo de un par de conversaciones dispersas. Todo parecía fluir con calma, como si el tiempo hubiera decidido tomarse un respiro también. El bartender, un hombre de unos cuarenta años con una sonrisa cansada, se acercó a él con cierta complicidad. ¿Lo mismo de siempre, Zareth? –Él alzó la vista y esbozó una sonrisa leve–. Sí, pero esta vez con menos hielo. No quiero que se diluya tan rápido. El otro rió por lo bajo antes de apartarse, y Zareth volvió a observar la barra, deslizando un dedo por la superficie brillante. –Llevaba la camisa arremangada, el cuello ligeramente desabrochado y el cabello castaño cayendo sobre la frente en un descuido que parecía intencional–. A pesar de su serenidad, había algo en su presencia que desentonaba con el resto: un magnetismo silencioso, algo en la forma en que su aura se mezclaba con el ambiente sin realmente pertenecerle. –Dejó el vaso a un lado y se inclinó hacia adelante, observando cómo un rayo de luz atravesaba el líquido ambarino y lo convertía en fuego líquido–. No podía evitar pensar en lo irónico que resultaba: un ángel mitad íncubo buscando calma en un lugar lleno de tentaciones humanas. Era como un lobo en un rebaño, pero demasiado cansado para morder. Su atención se desvió cuando la campanilla sobre la puerta sonó. –Giró apenas el rostro, observando cómo la claridad del exterior se filtraba brevemente en el bar junto con una figura nueva–. Tal vez un cliente más, tal vez alguien perdido. Pero había algo en esa entrada que le resultó... diferente. –Sus ojos dorados se detuvieron un instante más de lo necesario, curiosos, expectantes–. Quizá esta vez, pensó, la tarde no terminaría en silencio.
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  • Soy El dios del engaño , tengo más de miles trucos bajo de mi mangas .
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  • -¡Tadaa~! ¿Qué te parece? ¡El universo entero dentro de un solo atuendo!

    *Gira sobre sí misma dejando que las mangas llenas de estrellas ondeen como un firmamento viviente, su alegría siempre desbordante se veía al mostrárselo a todos.*

    -He estado ajustando un poco el tejido del espacio-tiempo para hacerlo más a la... Moda. ¡Y mira estas esferas! Son cúmulos de energía estelar comprimidos, perfectos para iluminar cualquier dimensión~

    -¿Sabías que cada punto brillante aquí representa un pequeño sistema solar? Así puedo llevar conmigo a todos mis pequeñas creaciones, sin importar a dónde vaya.

    *Ríe suavemente mientras su halo gira como una órbita dorada.*

    -Ehehe~ No todo tiene que ser tan serio en el cosmos. A veces, el universo también necesita un poco de estilo, ¿no crees?
    -¡Tadaa~! ¿Qué te parece? ¡El universo entero dentro de un solo atuendo! *Gira sobre sí misma dejando que las mangas llenas de estrellas ondeen como un firmamento viviente, su alegría siempre desbordante se veía al mostrárselo a todos.* -He estado ajustando un poco el tejido del espacio-tiempo para hacerlo más a la... Moda. ¡Y mira estas esferas! Son cúmulos de energía estelar comprimidos, perfectos para iluminar cualquier dimensión~ -¿Sabías que cada punto brillante aquí representa un pequeño sistema solar? Así puedo llevar conmigo a todos mis pequeñas creaciones, sin importar a dónde vaya. *Ríe suavemente mientras su halo gira como una órbita dorada.* -Ehehe~ No todo tiene que ser tan serio en el cosmos. A veces, el universo también necesita un poco de estilo, ¿no crees?
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  • Por que estoy en la portada de un manga hentai!!!

    *le agarra 20 convulsiones seguidas*
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  • Sabrina Manga. {?}

    — Así que eres tú.
    El chico que causa tanto ruido, Red. Amiguito de esa...Blue, voy a divertirme tanto jugando contigo... ¡El Maestro Giovanni estará encantado!
    Cuando... Yo sea quien te derrote.
    Sabrina Manga. {?} — Así que eres tú. El chico que causa tanto ruido, Red. Amiguito de esa...Blue, voy a divertirme tanto jugando contigo... ¡El Maestro Giovanni estará encantado! Cuando... Yo sea quien te derrote.
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    — ¿El Jefe Giovanni? — o//o. No, no será que vio mal o empieza a fangirlear. Sabri modo manga on. {?}
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    Se busca personajes
    Del anime y manga
    Record of ragnarok y shuutsuma no Valkyrie. :c
    Se busca personajes Del anime y manga Record of ragnarok y shuutsuma no Valkyrie. :c
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  • El fin del mundo
    Fandom OC Original
    Categoría Original
    𝕯𝖊𝖗𝖆𝖓 𝕳𝖊𝖑𝖑

    Como rara vez pasaba, la alarma nunca sonó, y la mañana la tomó por sorpresa como quien despierta en una ciudad que ha decidido moverse sin avisarle. Lilian se tuvo que incorporar de un salto, el cabello rubio desordenado en un halo que apenas contenía con los dedos, y dejó la taza a medio terminar sobre la mesita y salió de su apartamento con la chaqueta aún desabrochada, una manga por dentro de una prisa que parecía tener su propia cadencia. Toronto respiraba frío y concreto; el pavimento olía a lluvia reciente y a gasolina, y los edificios levantaban ojos de vidrio que la miraban pasar. Corrió bajando las escaleras a prisa saludando solo a la vieja Lauren que como siempre le dijo “buenos días lili” y ella tan amable aunque con prisas respondido “buenos días señora Lau” aunque parecía tonto, la vieja Lau era su mejor amiga en el edificio, ambas igual de solas, una vez en el suelo corrió como quien huye de un recuerdo, sin mirar atrás, con la certeza inexplicable de que si se detenía el día la alcanzaría.

    El autobús al centro no era más que una línea entre su vida de mañanas y sus horas de tarde: el pequeño restaurante familiar en el corazón del centro —las mesas con mantel a cuadros, la cocina que olía a pan recién hecho y sopa de pollo— la esperaba para sostenerla con su ritmo sencillo, solo pedir ordenes, hacer sonreír a niños y tal vez escuchar uno que otro chisme.

    A mitad de cuadra, dando una vuelta choco aprisa con alguien, su cuerpo claramente cayo a el suelo, pero el tiempo no aguardaba
    -Lo siento.. perdona- Su bufanda junto a su celular ambos cayeron, pero apenas se dio cuenta, simplemente tomo rápido su bufanda de cuadros con solo un objetivo, no perder el autobús, olvidado por completo su celular en el suelo junto al desconocido, gracias a sus ágiles piernas logro subir sin notar el peso que había dejado atrás. En su cabeza ya repetía sonrisas, nombres de clientes, el orden de la mesa tres. El conductor le dio un gesto corto, la ciudad desfiló y ella tomo asiento, respirando finalmente por poder llegar a el trabajo, No fue hasta que las luces del restaurante —esas lámparas que parecían pequeñas lunas de consumo— la saludaron con su cálida indiferencia que sintió el hueco. Buscó el teléfono en el bolsillo con la misma delicadeza con la que abre un libro por la página correcta, y el frío de la ausencia le golpeó en el estómago.

    Miró el autobús irse esperando que le devolviera lo que le había quitado. El teléfono no apareció. Un murmullo sin nombre se paseó por su garganta —molesto, urgente— pero lo tragó. Había una regla antigua que sostenía: perder cosas casi nunca era tan peligroso como perder el control en público.

    Se permitió, apenas un segundo, la imagen de su teléfono tumbado en la acera, la pantalla encendida con notificaciones ajenas; la posibilidad de que un desconocido lo hubiera recogido y curioseara sus mensajes —esas líneas íntimas donde, por la noche, vaciaba todo lo que la existencia le negaba— la dejó con la piel de gallina. Su escritura, sus borradores sin guardar, las confesiones dirigidas a personajes que solo existían para ella; todo eso podía estar en manos ajenas. La idea le ardió como un hierro caliente.

    Respiró, respiró otra vez. La profesionalidad la abrazó como un viejo abrigo: sonrisa pulida, paso controlado, saludos precisos, un aura cálida que decía que todo estaba perfecto, cuando internamente grita y se desesperaba, muchos podrían decir que exageraban cuando los jóvenes decían que el celular era su todo, en el caso de Lilian, con una mala memoria y plena confianza en que jamas perdería su celular, si, era fin del mundo
    [nova_navy_mouse_914] Como rara vez pasaba, la alarma nunca sonó, y la mañana la tomó por sorpresa como quien despierta en una ciudad que ha decidido moverse sin avisarle. Lilian se tuvo que incorporar de un salto, el cabello rubio desordenado en un halo que apenas contenía con los dedos, y dejó la taza a medio terminar sobre la mesita y salió de su apartamento con la chaqueta aún desabrochada, una manga por dentro de una prisa que parecía tener su propia cadencia. Toronto respiraba frío y concreto; el pavimento olía a lluvia reciente y a gasolina, y los edificios levantaban ojos de vidrio que la miraban pasar. Corrió bajando las escaleras a prisa saludando solo a la vieja Lauren que como siempre le dijo “buenos días lili” y ella tan amable aunque con prisas respondido “buenos días señora Lau” aunque parecía tonto, la vieja Lau era su mejor amiga en el edificio, ambas igual de solas, una vez en el suelo corrió como quien huye de un recuerdo, sin mirar atrás, con la certeza inexplicable de que si se detenía el día la alcanzaría. El autobús al centro no era más que una línea entre su vida de mañanas y sus horas de tarde: el pequeño restaurante familiar en el corazón del centro —las mesas con mantel a cuadros, la cocina que olía a pan recién hecho y sopa de pollo— la esperaba para sostenerla con su ritmo sencillo, solo pedir ordenes, hacer sonreír a niños y tal vez escuchar uno que otro chisme. A mitad de cuadra, dando una vuelta choco aprisa con alguien, su cuerpo claramente cayo a el suelo, pero el tiempo no aguardaba -Lo siento.. perdona- Su bufanda junto a su celular ambos cayeron, pero apenas se dio cuenta, simplemente tomo rápido su bufanda de cuadros con solo un objetivo, no perder el autobús, olvidado por completo su celular en el suelo junto al desconocido, gracias a sus ágiles piernas logro subir sin notar el peso que había dejado atrás. En su cabeza ya repetía sonrisas, nombres de clientes, el orden de la mesa tres. El conductor le dio un gesto corto, la ciudad desfiló y ella tomo asiento, respirando finalmente por poder llegar a el trabajo, No fue hasta que las luces del restaurante —esas lámparas que parecían pequeñas lunas de consumo— la saludaron con su cálida indiferencia que sintió el hueco. Buscó el teléfono en el bolsillo con la misma delicadeza con la que abre un libro por la página correcta, y el frío de la ausencia le golpeó en el estómago. Miró el autobús irse esperando que le devolviera lo que le había quitado. El teléfono no apareció. Un murmullo sin nombre se paseó por su garganta —molesto, urgente— pero lo tragó. Había una regla antigua que sostenía: perder cosas casi nunca era tan peligroso como perder el control en público. Se permitió, apenas un segundo, la imagen de su teléfono tumbado en la acera, la pantalla encendida con notificaciones ajenas; la posibilidad de que un desconocido lo hubiera recogido y curioseara sus mensajes —esas líneas íntimas donde, por la noche, vaciaba todo lo que la existencia le negaba— la dejó con la piel de gallina. Su escritura, sus borradores sin guardar, las confesiones dirigidas a personajes que solo existían para ella; todo eso podía estar en manos ajenas. La idea le ardió como un hierro caliente. Respiró, respiró otra vez. La profesionalidad la abrazó como un viejo abrigo: sonrisa pulida, paso controlado, saludos precisos, un aura cálida que decía que todo estaba perfecto, cuando internamente grita y se desesperaba, muchos podrían decir que exageraban cuando los jóvenes decían que el celular era su todo, en el caso de Lilian, con una mala memoria y plena confianza en que jamas perdería su celular, si, era fin del mundo
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  • Chopin: Piano Concerto No. 1 e-minor

    Siempre que tocaba una presentación con sus alumnos de la orquesta estaba bastante relajado, confiaba mucho en sus estudiantes como para sentirse preocupado como director. Además, tener el control dirigiendo la orquesta le daba la suficiente calma para abordar el recital. Tenía una rutina, hacia un ensayo general dos días antes para pulir los pequeños errores, el día siguiente escoge una prenda que usaría si el mismo estuviera en la orquesta como músico y no como director, y luego la noche antes les manda muchos mensajes alentadores a los participantes, como la persona nerviosa que era, no quería permitirse que alguno de los que estaba guiando se sintieran como él durante su camino por la academia de música.

    Era lamentable que esta vez las cosas fueran por completo distintas, una colega en la academia le aviso con tres días de anticipación que su pianista estaba dispuesto para su orquesta, le pidió con tanta urgencia que por favor fuera él quien tocara el piano que se sintió algo mal de rechazar, no le gustaban los contratiempos, o las sorpresas que rompieran con su tranquilidad, estuvo los siguientes días practicando de forma casi obsesiva las piezas que recordaba a medias de la universidad, y para cuando llegó el momento en el que quería escoger una prenda de ropa que le hiciera sentir tranquilo, también se vio limitado por el código de vestimenta de la directora de esta ocasión, camisa con mangas oscura y pantalón de vestir oscuro. No quería hablar de lo incómodo que estaba, pero sabía que parecía un enfermo de tuberculosis de la época victoriana, esos colores lo hacían ver más pálido y con las ojeras más pronunciadas de lo que esperaba, mínimo el pantalón le quedaba lo suficientemente bien como para no parecer que usaba ropa demasiado ancha.

    Quería salir de eso lo antes posible, pues pareciera que todo el mundo esperaba que fuera su pianista para hacer arreglos y ensayos generales de obras de ópera y ballet esa semana, si de por sí ya no dormía bien, todo por aquella época del año enloquecía un poco. Llegó al auditorio temprano, habló con algunos de los estudiantes de la orquesta, que parecían tener el mismo aburrido traje (más parecido a un uniforme que a cualquier cosa) pero los ojos llenos de alegría y esperanza, Yuiichi solo pudo sonreírles después de presentarse, una sonrisa incómoda que le hacía sonrojarse ante la vergüenza de ser observado por tantas personas, era divertido, siempre después de la presentaciones la gente la hacía notar que estaba tan rojo que no sabían si hacía calor o el aire acondicionado del auditorio estaba dañado.

    Antes de empezar habló con la directora, siempre manteniendo su cara amable, y escuchando con atención las instrucciones de la mujer de mediana edad, que por alguna razón, criticaba mucho su cabello largo y despeinado a lo largo de la conversación, haciéndolo sentir un poco más fatigado desde que había aceptado aquel favor. Recordaba la sensación de las teclas que estuvo tocando durante sus largas prácticas en la yema de los dedos mientras estaba frente a la entrada de la orquesta, mentiría si dijera que no se sentía algo mal, solo haría lo que le gustaba, frente a varias personas que desconocía, una directora prepotente y unos músicos que no apenas había conocido. Solo iba a respirar toda la presentación y se centraría en el piano. Después de todo, no se quedaría para la celebración, ya lo había hablado con todo el mundo que estaba muy ocupado las siguientes dos semanas, y el tiempo que había invertido en este recital en realidad debería haberlo usado para aprenderse completo El Cascanueces, pues todavía no podía con algunos de los arpegios de Sugar Plum Fairy.

    Cuando entró solo miró a un punto fijo en la cara de nadie en particular en la presentación, se inclinó y decidió empezar su presentación para la que había practicado de forma insana.

    Y debía decir, que a pesar de todos sus miedos, la presentación había salido bastante bien, hubo uno que otro momento donde uno de los violinistas ¿o eran dos distintos? Se confundió en varias notas, pero nada del otro mundo, hasta a los mejores les pasa, Yuiichi solo mantuvo la serenidad, se despidió del público y una vez en la sala de los músicos hizo lo mismo con cada uno de ellos, incluyendo de la directora de la orquesta, luego solo fue a cambiarse la camisa que tanto odiaba el color por una más clara, con mangas anchas y cuello un poco alto que se cerraba con unos lazos a los costados, debía salir casi corriendo si quería llegar al metro que salía en unos diez minutos para llegar al espacio donde se llevaría a cabo el ensayo general de El Cascanueces.
    Chopin: Piano Concerto No. 1 e-minor Siempre que tocaba una presentación con sus alumnos de la orquesta estaba bastante relajado, confiaba mucho en sus estudiantes como para sentirse preocupado como director. Además, tener el control dirigiendo la orquesta le daba la suficiente calma para abordar el recital. Tenía una rutina, hacia un ensayo general dos días antes para pulir los pequeños errores, el día siguiente escoge una prenda que usaría si el mismo estuviera en la orquesta como músico y no como director, y luego la noche antes les manda muchos mensajes alentadores a los participantes, como la persona nerviosa que era, no quería permitirse que alguno de los que estaba guiando se sintieran como él durante su camino por la academia de música. Era lamentable que esta vez las cosas fueran por completo distintas, una colega en la academia le aviso con tres días de anticipación que su pianista estaba dispuesto para su orquesta, le pidió con tanta urgencia que por favor fuera él quien tocara el piano que se sintió algo mal de rechazar, no le gustaban los contratiempos, o las sorpresas que rompieran con su tranquilidad, estuvo los siguientes días practicando de forma casi obsesiva las piezas que recordaba a medias de la universidad, y para cuando llegó el momento en el que quería escoger una prenda de ropa que le hiciera sentir tranquilo, también se vio limitado por el código de vestimenta de la directora de esta ocasión, camisa con mangas oscura y pantalón de vestir oscuro. No quería hablar de lo incómodo que estaba, pero sabía que parecía un enfermo de tuberculosis de la época victoriana, esos colores lo hacían ver más pálido y con las ojeras más pronunciadas de lo que esperaba, mínimo el pantalón le quedaba lo suficientemente bien como para no parecer que usaba ropa demasiado ancha. Quería salir de eso lo antes posible, pues pareciera que todo el mundo esperaba que fuera su pianista para hacer arreglos y ensayos generales de obras de ópera y ballet esa semana, si de por sí ya no dormía bien, todo por aquella época del año enloquecía un poco. Llegó al auditorio temprano, habló con algunos de los estudiantes de la orquesta, que parecían tener el mismo aburrido traje (más parecido a un uniforme que a cualquier cosa) pero los ojos llenos de alegría y esperanza, Yuiichi solo pudo sonreírles después de presentarse, una sonrisa incómoda que le hacía sonrojarse ante la vergüenza de ser observado por tantas personas, era divertido, siempre después de la presentaciones la gente la hacía notar que estaba tan rojo que no sabían si hacía calor o el aire acondicionado del auditorio estaba dañado. Antes de empezar habló con la directora, siempre manteniendo su cara amable, y escuchando con atención las instrucciones de la mujer de mediana edad, que por alguna razón, criticaba mucho su cabello largo y despeinado a lo largo de la conversación, haciéndolo sentir un poco más fatigado desde que había aceptado aquel favor. Recordaba la sensación de las teclas que estuvo tocando durante sus largas prácticas en la yema de los dedos mientras estaba frente a la entrada de la orquesta, mentiría si dijera que no se sentía algo mal, solo haría lo que le gustaba, frente a varias personas que desconocía, una directora prepotente y unos músicos que no apenas había conocido. Solo iba a respirar toda la presentación y se centraría en el piano. Después de todo, no se quedaría para la celebración, ya lo había hablado con todo el mundo que estaba muy ocupado las siguientes dos semanas, y el tiempo que había invertido en este recital en realidad debería haberlo usado para aprenderse completo El Cascanueces, pues todavía no podía con algunos de los arpegios de Sugar Plum Fairy. Cuando entró solo miró a un punto fijo en la cara de nadie en particular en la presentación, se inclinó y decidió empezar su presentación para la que había practicado de forma insana. Y debía decir, que a pesar de todos sus miedos, la presentación había salido bastante bien, hubo uno que otro momento donde uno de los violinistas ¿o eran dos distintos? Se confundió en varias notas, pero nada del otro mundo, hasta a los mejores les pasa, Yuiichi solo mantuvo la serenidad, se despidió del público y una vez en la sala de los músicos hizo lo mismo con cada uno de ellos, incluyendo de la directora de la orquesta, luego solo fue a cambiarse la camisa que tanto odiaba el color por una más clara, con mangas anchas y cuello un poco alto que se cerraba con unos lazos a los costados, debía salir casi corriendo si quería llegar al metro que salía en unos diez minutos para llegar al espacio donde se llevaría a cabo el ensayo general de El Cascanueces.
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  • Vuelvo a borrar el cuello y las mangas de la chaqueta que sigo dibujando, desde ayer estuve diseñando y rediseñando los vestidos de novia.
    Nunca había creado mi propia línea para vestidos de novia.

    Ahora intento crear nuevos diseños para Otoño-Invierno.
    Rezo cada día para que no me abandone la inspiración.
    Vuelvo a borrar el cuello y las mangas de la chaqueta que sigo dibujando, desde ayer estuve diseñando y rediseñando los vestidos de novia. Nunca había creado mi propia línea para vestidos de novia. Ahora intento crear nuevos diseños para Otoño-Invierno. Rezo cada día para que no me abandone la inspiración.
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