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- Elisabetta caminaba por las calles de Trastevere con un leve cosquilleo en el estómago. No era una sensación que conociera bien; el nerviosismo no solía tener cabida en su vida. Y sin embargo, ahí estaba: apretando suavemente las correas de su mochila de mezclilla mientras recorría el adoquinado con sus botines negros resonando suavemente en cada paso. Vestía de manera sorprendentemente casual para ser ella: jeans ajustados, una blusa de algodón de manga tres cuartos y cuello ligeramente alto que abrazaba su figura con discreción, y el cabello rubio cayendo suelto sobre su espalda.
Esa noche no era la Farfalla della Morte, líder implacable de una de las organizaciones más temidas de Italia. Esa noche, era solo Elisabetta. Una mujer que esperaba una cita.
Eligió un pequeño restaurante que había visitado años atrás, cuando la vida era más sencilla. La Lanterna Verde, un rincón discreto en una calle estrecha, adornado con faroles de hierro forjado y parras trepando por la fachada. Afuera, las mesas se acomodaban bajo una pérgola cubierta de luces cálidas que titilaban como luciérnagas suspendidas en el aire. El aroma a albahaca fresca y pan recién horneado impregnaba el ambiente.
Se sentó en una mesa cerca de la esquina, desde donde podía ver claramente la entrada, y sacó su celular. Sus dedos dudaron un instante antes de escribirle a Ryan:
"Buonasera, Ryan . Estoy en un lugar encantador en Trastevere que se llama La Lanterna Verde. Es tranquilo, acogedor… pensé que podríamos conversar sin prisas. Estoy en la terraza, en una mesa hacia la esquina. Te estaré esperando."
Le dio a enviar y apoyó el teléfono sobre la mesa con un leve suspiro. Sus ojos violetas recorrían distraídamente el entorno, sin dejar de lanzar miradas hacia la entrada cada tanto. Había algo casi adolescente en esa espera, una inquietud que no lograba calmar ni siquiera con la familiaridad del entorno.
Cuando lo viera llegar, pensó, lo recibiría con una sonrisa serena. No fingida, no forzada. Cordial, sí, pero también honesta. Porque esa noche, por muy extraño que le pareciera, quería compartir un pedacito de su mundo con alguien… sin necesidad de protegerse. Solo ella. Solo Elisabetta.
Elisabetta caminaba por las calles de Trastevere con un leve cosquilleo en el estómago. No era una sensación que conociera bien; el nerviosismo no solía tener cabida en su vida. Y sin embargo, ahí estaba: apretando suavemente las correas de su mochila de mezclilla mientras recorría el adoquinado con sus botines negros resonando suavemente en cada paso. Vestía de manera sorprendentemente casual para ser ella: jeans ajustados, una blusa de algodón de manga tres cuartos y cuello ligeramente alto que abrazaba su figura con discreción, y el cabello rubio cayendo suelto sobre su espalda. Esa noche no era la Farfalla della Morte, líder implacable de una de las organizaciones más temidas de Italia. Esa noche, era solo Elisabetta. Una mujer que esperaba una cita. Eligió un pequeño restaurante que había visitado años atrás, cuando la vida era más sencilla. La Lanterna Verde, un rincón discreto en una calle estrecha, adornado con faroles de hierro forjado y parras trepando por la fachada. Afuera, las mesas se acomodaban bajo una pérgola cubierta de luces cálidas que titilaban como luciérnagas suspendidas en el aire. El aroma a albahaca fresca y pan recién horneado impregnaba el ambiente. Se sentó en una mesa cerca de la esquina, desde donde podía ver claramente la entrada, y sacó su celular. Sus dedos dudaron un instante antes de escribirle a Ryan: "Buonasera, [Ryan_Al_72]. Estoy en un lugar encantador en Trastevere que se llama La Lanterna Verde. Es tranquilo, acogedor… pensé que podríamos conversar sin prisas. Estoy en la terraza, en una mesa hacia la esquina. Te estaré esperando." Le dio a enviar y apoyó el teléfono sobre la mesa con un leve suspiro. Sus ojos violetas recorrían distraídamente el entorno, sin dejar de lanzar miradas hacia la entrada cada tanto. Había algo casi adolescente en esa espera, una inquietud que no lograba calmar ni siquiera con la familiaridad del entorno. Cuando lo viera llegar, pensó, lo recibiría con una sonrisa serena. No fingida, no forzada. Cordial, sí, pero también honesta. Porque esa noche, por muy extraño que le pareciera, quería compartir un pedacito de su mundo con alguien… sin necesidad de protegerse. Solo ella. Solo Elisabetta. - Noche sin Luna.𝗟𝘦𝘆𝙨𝘩𝗮 𝗟𝖺𝗻𝗰𝖺𝙨t𝗲𝙧
⠀
⠀⠀El aire denso del bar se mezclaba con el aroma agrio de tabaco viejo y madera húmeda. Las luces amarillas, opacas por décadas de polvo, proyectaban sombras largas sobre las mesas vacías a esa hora incierta entre la tarde y la noche. En un rincón, donde el bullicio de las conversaciones moría y la luz nocturna se reflejaba sobre la ventana, el cura se sentó solo, con la espalda apoyada contra la pared rugosa.
⠀⠀Tenía veinte y pocos años, pero algo en su mirada —una profundidad turbia, lejana— desentonaba con la tersura de su rostro joven. Su mano derecha rodeaba el vaso de vidrio con un gesto apagado, como si aquella acción formara parte de una costumbre más antigua que su propio cuerpo, puesto que el alcohol fue el descubrimiento más fiel del hombre. Las marcas de nacimiento en su antebrazo, oscuras y difusas como cicatrices de un fuego olvidado, se asomaban bajo la manga de su túnica remangada, quizá lo que más resaltaba.
⠀⠀Mientras la tele chirriaba un ruido estridente, una punzada familiar cruzó su sien. Un zumbido, un susurro lejano, apenas un eco: recuerdos que no eran suyos, pero que ardían como si siempre lo hubieran sido. En ese instante, supo que algo lo había llevado allí. No era casualidad. Aquel bar era un umbral, un portal para lo pecaminoso que se ocultaba en lo nocturno.
⠀⠀Parecía que nunca tendría una noche en paz.
⠀⠀Elevó la mirada, su ceja se arqueó. Algo había en esa silueta femenina que acababa de entrar, algo que le gritaba ecos de la sangre, como si hirviera.
⠀[Leysha1] ⠀ ⠀⠀El aire denso del bar se mezclaba con el aroma agrio de tabaco viejo y madera húmeda. Las luces amarillas, opacas por décadas de polvo, proyectaban sombras largas sobre las mesas vacías a esa hora incierta entre la tarde y la noche. En un rincón, donde el bullicio de las conversaciones moría y la luz nocturna se reflejaba sobre la ventana, el cura se sentó solo, con la espalda apoyada contra la pared rugosa. ⠀⠀Tenía veinte y pocos años, pero algo en su mirada —una profundidad turbia, lejana— desentonaba con la tersura de su rostro joven. Su mano derecha rodeaba el vaso de vidrio con un gesto apagado, como si aquella acción formara parte de una costumbre más antigua que su propio cuerpo, puesto que el alcohol fue el descubrimiento más fiel del hombre. Las marcas de nacimiento en su antebrazo, oscuras y difusas como cicatrices de un fuego olvidado, se asomaban bajo la manga de su túnica remangada, quizá lo que más resaltaba. ⠀⠀Mientras la tele chirriaba un ruido estridente, una punzada familiar cruzó su sien. Un zumbido, un susurro lejano, apenas un eco: recuerdos que no eran suyos, pero que ardían como si siempre lo hubieran sido. En ese instante, supo que algo lo había llevado allí. No era casualidad. Aquel bar era un umbral, un portal para lo pecaminoso que se ocultaba en lo nocturno. ⠀⠀Parecía que nunca tendría una noche en paz. ⠀⠀Elevó la mirada, su ceja se arqueó. Algo había en esa silueta femenina que acababa de entrar, algo que le gritaba ecos de la sangre, como si hirviera. ⠀TipoIndividualLíneasCualquier líneaEstadoDisponible - El sol caía sin piedad sobre el lago, empapando la superficie con un brillo insoportable. El cielo estaba despejado, cruelmente azul, y el calor se sentía como una manta gruesa pegada al cuerpo. John empujó la manga de su camiseta sin mangas con el antebrazo, el sudor deslizándose por su cuello y por la espalda baja con una terquedad que irritaba más que incomodaba.
—Jodido calor… —murmuró, con el cubrebocas bajado hasta la barbilla, mientras se inclinaba para sujetar otra bolsa negra.
La balsa inflable crujía levemente con cada movimiento. No era un bote elegante ni robusto, pero era suficiente para este tipo de trabajo. Ligera, silenciosa, fácil de hundir si alguna vez lo necesitaba.
Frente a él, el lago se extendía profundo y silencioso. Oscuro. No había fondo visible. Solo agua negra que lo tragaba todo con una indiferencia absoluta.
Levantó la bolsa con un pequeño esfuerzo —esa sí pesaba más que las otras— y la arrojó al agua. El impacto levantó una salpicadura mínima, que pronto fue absorbida por la quietud del lago. Como si nunca hubiese existido. Como si nada lo hiciera.
—Podría estar desayunando... un panecillo o algo —gruñó, limpiándose la frente con la muñeca—. Pero no. Aquí estoy. Tostándome como si esto fuera Miami.
Otra bolsa. Otro lanzamiento. Otro pequeño *chap*. Las ondas se extendieron perezosas, muriendo rápido. El lago siempre recibía sin hacer preguntas. En ese sentido, era lo más cercano a una tumba perfecta.
El sol brilló sobre el agua con un destello blanco, forzándolo a entrecerrar los ojos. Se colocó los lentes oscuros de nuevo. La jornada estaba por terminar. Solo quedaban dos bolsas.
—Debería pedirle a Hammer que me pague extra por días calurosos —masculló—. O que al menos me consiga una lancha con sombrilla.
El silencio fue su única respuesta.
Y aunque sudaba, y el aire era espeso y denso, John se sentía… tranquilo.
Lanzá otra bolsa.
–Una menos.El sol caía sin piedad sobre el lago, empapando la superficie con un brillo insoportable. El cielo estaba despejado, cruelmente azul, y el calor se sentía como una manta gruesa pegada al cuerpo. John empujó la manga de su camiseta sin mangas con el antebrazo, el sudor deslizándose por su cuello y por la espalda baja con una terquedad que irritaba más que incomodaba. —Jodido calor… —murmuró, con el cubrebocas bajado hasta la barbilla, mientras se inclinaba para sujetar otra bolsa negra. La balsa inflable crujía levemente con cada movimiento. No era un bote elegante ni robusto, pero era suficiente para este tipo de trabajo. Ligera, silenciosa, fácil de hundir si alguna vez lo necesitaba. Frente a él, el lago se extendía profundo y silencioso. Oscuro. No había fondo visible. Solo agua negra que lo tragaba todo con una indiferencia absoluta. Levantó la bolsa con un pequeño esfuerzo —esa sí pesaba más que las otras— y la arrojó al agua. El impacto levantó una salpicadura mínima, que pronto fue absorbida por la quietud del lago. Como si nunca hubiese existido. Como si nada lo hiciera. —Podría estar desayunando... un panecillo o algo —gruñó, limpiándose la frente con la muñeca—. Pero no. Aquí estoy. Tostándome como si esto fuera Miami. Otra bolsa. Otro lanzamiento. Otro pequeño *chap*. Las ondas se extendieron perezosas, muriendo rápido. El lago siempre recibía sin hacer preguntas. En ese sentido, era lo más cercano a una tumba perfecta. El sol brilló sobre el agua con un destello blanco, forzándolo a entrecerrar los ojos. Se colocó los lentes oscuros de nuevo. La jornada estaba por terminar. Solo quedaban dos bolsas. —Debería pedirle a Hammer que me pague extra por días calurosos —masculló—. O que al menos me consiga una lancha con sombrilla. El silencio fue su única respuesta. Y aunque sudaba, y el aire era espeso y denso, John se sentía… tranquilo. Lanzá otra bolsa. –Una menos. - **Voz gruesa, tono urgente.**
—Te dije que ese bastardo del Puerto no iba a dejarlo pasar. Ahora tenemos a dos tipos colgando en el almacén y el piso... está hecho un maldito matadero. ¿Y tú me dices que no tienes un plan?
**El otro, más joven, nervioso, mirando a los lados.**
—No dije eso. Tengo *una* carta bajo la manga. —se agacha y saca de su abrigo un folder plastificado con cuidado, como si pesara más de lo que debería—. Míralo.
**(Abre el folder. Dentro, un cartel confidencial. Un hombre de ojos dorados, cubrebocas y expresión muerta. Solo el alias: "John Doe")**
**Voz gruesa, dudosa.**
—¿John Doe? ¿Ese es el fantasma que limpió lo de Hammer hace años?
—El mismo. Ya no hace preguntas. Solo cobra, limpia y desaparece. Si no aceptas su precio, no hay trato. Pero si acepta… no queda ni una gota de sangre.
**Silencio tenso. Un trueno lejano.**
—¿Y crees que aceptará esto?
—No lo sé. Pero por lo que escuché… si su hija necesita el dinero, aceptará. Y esta vez… parece que el tratamiento es urgente.
**El mayor exhala lento, lanza su cigarro al suelo.**
—Bien. Llama al número. No digas nuestros nombres. Solo el precio.**Voz gruesa, tono urgente.** —Te dije que ese bastardo del Puerto no iba a dejarlo pasar. Ahora tenemos a dos tipos colgando en el almacén y el piso... está hecho un maldito matadero. ¿Y tú me dices que no tienes un plan? **El otro, más joven, nervioso, mirando a los lados.** —No dije eso. Tengo *una* carta bajo la manga. —se agacha y saca de su abrigo un folder plastificado con cuidado, como si pesara más de lo que debería—. Míralo. **(Abre el folder. Dentro, un cartel confidencial. Un hombre de ojos dorados, cubrebocas y expresión muerta. Solo el alias: "John Doe")** **Voz gruesa, dudosa.** —¿John Doe? ¿Ese es el fantasma que limpió lo de Hammer hace años? —El mismo. Ya no hace preguntas. Solo cobra, limpia y desaparece. Si no aceptas su precio, no hay trato. Pero si acepta… no queda ni una gota de sangre. **Silencio tenso. Un trueno lejano.** —¿Y crees que aceptará esto? —No lo sé. Pero por lo que escuché… si su hija necesita el dinero, aceptará. Y esta vez… parece que el tratamiento es urgente. **El mayor exhala lento, lanza su cigarro al suelo.** —Bien. Llama al número. No digas nuestros nombres. Solo el precio. - En una de las avenidas principales se encuentra una puercoespín adulta y bípeda de pelaje rojo de un 1,40 m, de estatura. La parte posterior de su cuerpo presenta unas largas y puntiagudas púas color carmín que cubren desde la coronilla hasta la nuca de su cabeza para seguir continuando en su espada llegando hasta la parte baja de la misma. Sus púas yacen llenas de caspa gruesa, al igual que las púas más pequeñas y delgadas que componen el flequillo alborotado que adorna su frente. Los orbes de la hembra son negros sin pestañas notorias debido al color de su pelaje, su boca muestra dos incisivos delanteros un poco grandes revelando que se trata de un animal roedor.
La criatura roja esta vestida con una polera blanca de mangas largas, una falda negra con tablas y zapatos ballerina negros. Está parada de pie enfrente de unas tiendas de zapatos femeninas. No se atreve a entrar debido a su condición animal ya que los humanos suelen rechazar a las criaturas no humanas.-En una de las avenidas principales se encuentra una puercoespín adulta y bípeda de pelaje rojo de un 1,40 m, de estatura. La parte posterior de su cuerpo presenta unas largas y puntiagudas púas color carmín que cubren desde la coronilla hasta la nuca de su cabeza para seguir continuando en su espada llegando hasta la parte baja de la misma. Sus púas yacen llenas de caspa gruesa, al igual que las púas más pequeñas y delgadas que componen el flequillo alborotado que adorna su frente. Los orbes de la hembra son negros sin pestañas notorias debido al color de su pelaje, su boca muestra dos incisivos delanteros un poco grandes revelando que se trata de un animal roedor. La criatura roja esta vestida con una polera blanca de mangas largas, una falda negra con tablas y zapatos ballerina negros. Está parada de pie enfrente de unas tiendas de zapatos femeninas. No se atreve a entrar debido a su condición animal ya que los humanos suelen rechazar a las criaturas no humanas.- - ¿𝙽𝚞𝚎𝚟𝚊 𝚕í𝚗𝚎𝚊?Un descanso. Uno. Se lo merecía después de mil vueltas y con su ansiedad a tope. No era mentira si decía que tenía el corazón en la boca la mayoría del tiempo.
Aunque no se permitía descansos muy largos, sus ojos no dieron más y se cerraron sin permiso alguno. El cansancio acumulado de meses y meses de haber dormido apenas unos minutos en cada día, quizás ni llegaba a las dos horas si los juntaba.
Ni siquiera supo en qué momento es que se durmió, ni tampoco en qué mierda de segundo todo se fue al carajo.
Sin una mínima alarma de nada, su alrededor se vio distorsionado y sintió que algo lo chupó de repente. Cuando se dio cuenta cayó de quien sabe dónde al suelo, espalda contra el mismo, el aire se le fue por unos segundos. Segundos en donde fue atacado por varios objetos que cayeron encima suyo, eran... ¿libros?
—¿¡Y ahora qué poronga pasa!? —gritó sin esperar respuesta, la frustración latente mientras se acomodó un poco para quitarse los libros de encima y ponerse de pie.
Miró alrededor, ¿una biblioteca? Estaba algo oscuro, pero se podían ver las estanterías. Y había mucho olor a viejo y partículas de polvillo flotando alrededor.
Bajó la manga de su abrigo para ver el reloj que tenía en su muñeca derecha. "Reloj" era por ponerlo de una manera, ese dispositivo era el que usaba para viajar en el tiempo. Se activó por cuenta propia al parecer. Quiso entender porqué y en qué año estaba, pero la pequeña pantalla solo tenía un glitch que no lo dejó ver nada.
—Ah, joya... ¡Yo estoy en Disney ahora con esta cagada! ¡¡Qué buen momento para que funcione para el orto!! —se iba a volver loco. Más loco. Sin saber dónde estaba exactamente y en qué año era lo peor para sus nervios.
//Quien quiera adelante, puede responder cualquiera.Un descanso. Uno. Se lo merecía después de mil vueltas y con su ansiedad a tope. No era mentira si decía que tenía el corazón en la boca la mayoría del tiempo. Aunque no se permitía descansos muy largos, sus ojos no dieron más y se cerraron sin permiso alguno. El cansancio acumulado de meses y meses de haber dormido apenas unos minutos en cada día, quizás ni llegaba a las dos horas si los juntaba. Ni siquiera supo en qué momento es que se durmió, ni tampoco en qué mierda de segundo todo se fue al carajo. Sin una mínima alarma de nada, su alrededor se vio distorsionado y sintió que algo lo chupó de repente. Cuando se dio cuenta cayó de quien sabe dónde al suelo, espalda contra el mismo, el aire se le fue por unos segundos. Segundos en donde fue atacado por varios objetos que cayeron encima suyo, eran... ¿libros? —¿¡Y ahora qué poronga pasa!? —gritó sin esperar respuesta, la frustración latente mientras se acomodó un poco para quitarse los libros de encima y ponerse de pie. Miró alrededor, ¿una biblioteca? Estaba algo oscuro, pero se podían ver las estanterías. Y había mucho olor a viejo y partículas de polvillo flotando alrededor. Bajó la manga de su abrigo para ver el reloj que tenía en su muñeca derecha. "Reloj" era por ponerlo de una manera, ese dispositivo era el que usaba para viajar en el tiempo. Se activó por cuenta propia al parecer. Quiso entender porqué y en qué año estaba, pero la pequeña pantalla solo tenía un glitch que no lo dejó ver nada. —Ah, joya... ¡Yo estoy en Disney ahora con esta cagada! ¡¡Qué buen momento para que funcione para el orto!! —se iba a volver loco. Más loco. Sin saber dónde estaba exactamente y en qué año era lo peor para sus nervios. //Quien quiera adelante, puede responder cualquiera.TipoGrupalLíneasCualquier líneaEstadoDisponible - 今日は笑ってもいい日だった。
—La nieve caía en silencio, cubriendo la calle con un velo blanco, llevaba un vestido de mangas largas, sus hombros desnudos rozados por el frío. Cerró los ojos y sonrió con dulzura, una flor en su oreja desentonando con el invierno con un suave pensamiento en su mente mantenía su gran sonrisa.—
“No sé si mañana volveré a sentir esto… pero hoy, al menos, lo dejé florecer.”
今日は笑ってもいい日だった。 —La nieve caía en silencio, cubriendo la calle con un velo blanco, llevaba un vestido de mangas largas, sus hombros desnudos rozados por el frío. Cerró los ojos y sonrió con dulzura, una flor en su oreja desentonando con el invierno con un suave pensamiento en su mente mantenía su gran sonrisa.— “No sé si mañana volveré a sentir esto… pero hoy, al menos, lo dejé florecer.” - Gustas un dulce?..
*El joven luna, tomo de entre su manga un pequeño caramelo que habia adquirido recientemente en un puesto para poder entregarle a quien se acercaba*
Gustas un dulce?.. *El joven luna, tomo de entre su manga un pequeño caramelo que habia adquirido recientemente en un puesto para poder entregarle a quien se acercaba* - //Escena con [eclipse_peridot_koala_294]
Normalmente no frecuentaba lugares públicos como cafeterías o bares, no era de su agrado estar rodeado de gente, posiblemente ruidosa y alcoholizada.
Sin embargo ese día tenía un motivo para hacerlo.
Mientras investigaba llegó cierta información a él sobre que, quizá, en cierto local podría conseguir más datos de interés sobre algunos miembros de aquel grupo mafioso. Podía ser un poco peligroso ir allí y tal vez toparse con ellos, le reconocerían fácilmente.
Debía ser cuidadoso.
Así fue como terminó en aquel bar, sentado en una zona poco iluminada de la barra para no destacar demasiado. Un muchacho de complexión delgada y baja altura. Piel nívea que contrastaba mucho con su cabello lacio y azabache. Ojos rasgados que denotaban se trataba de un joven asiático, de un color algo inusual para dicha etnia, grises. Una pequeña tirita adornaba su rostro, seguramente se hizo un rasguño. Vestía una camiseta simple color beige de manga corta y encima de esta una chaqueta gris oscuro de tela fina, con capucha y cremallera. Pantalón tejano grisáceo y unas zapatillas estilo converse, obviamente no eran de marca.
Procuraba no llamar nada la atención.
Debía pensar en qué pediría para beber antes de que le tomaran nota. Porque algo debía pedir, sino no podría quedarse. No quería alcohol ya que no lo toleraba bien. Quizá... ¿Un zumo? Oh, por favor, sería un poco raro que alguien pidiera zumo allí.
Se le podía ver bastante inmerso en sus pensamientos, pues no solo estaba decidiendo qué tomar, también pensando cómo lo haría para indagar sobre esos tipos. ¿A quién debía pregunta? ¿Y qué preguntas haría?//Escena con [eclipse_peridot_koala_294] Normalmente no frecuentaba lugares públicos como cafeterías o bares, no era de su agrado estar rodeado de gente, posiblemente ruidosa y alcoholizada. Sin embargo ese día tenía un motivo para hacerlo. Mientras investigaba llegó cierta información a él sobre que, quizá, en cierto local podría conseguir más datos de interés sobre algunos miembros de aquel grupo mafioso. Podía ser un poco peligroso ir allí y tal vez toparse con ellos, le reconocerían fácilmente. Debía ser cuidadoso. Así fue como terminó en aquel bar, sentado en una zona poco iluminada de la barra para no destacar demasiado. Un muchacho de complexión delgada y baja altura. Piel nívea que contrastaba mucho con su cabello lacio y azabache. Ojos rasgados que denotaban se trataba de un joven asiático, de un color algo inusual para dicha etnia, grises. Una pequeña tirita adornaba su rostro, seguramente se hizo un rasguño. Vestía una camiseta simple color beige de manga corta y encima de esta una chaqueta gris oscuro de tela fina, con capucha y cremallera. Pantalón tejano grisáceo y unas zapatillas estilo converse, obviamente no eran de marca. Procuraba no llamar nada la atención. Debía pensar en qué pediría para beber antes de que le tomaran nota. Porque algo debía pedir, sino no podría quedarse. No quería alcohol ya que no lo toleraba bien. Quizá... ¿Un zumo? Oh, por favor, sería un poco raro que alguien pidiera zumo allí. Se le podía ver bastante inmerso en sus pensamientos, pues no solo estaba decidiendo qué tomar, también pensando cómo lo haría para indagar sobre esos tipos. ¿A quién debía pregunta? ¿Y qué preguntas haría?
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