Día 1: La forja de Hefesto y mi sueño de un arma

Siempre he sido una Diosa tranquila, ¿saben? Mi papel ha sido claro: brindar juventud, frescura y, tal vez, una sonrisa fugaz a los demás. Pero algo en mí cambió cuando comencé a observar el mundo mortal. Sus invenciones me intrigaban, especialmente esas armas fascinantes que combinaban fuerza y arte. Por eso me animé a pedirle a Hefesto, mi hermano mayor, un arma divina para protegerme. Me sentí torpe al entrar en su forja, con la majestuosidad de sus creaciones superando cualquier expectativa que tuviera.

"Estará en tres días," me dijo con esa voz grave, cargada de paciencia y cansancio. Me fui emocionada, ya imaginando cómo sería sostenerla, cómo sería usarla. Pero mis planes quedaron en pausa cuando llegué al Olimpo.

 

 Zagreo y la tristeza que no podía ignorar

Quería hacer planes con mi nueva arma, lo juro, pero mi atención fue atrapada por Zagreo. Siempre me ha parecido un alma peculiar, mi primo; esa mezcla de fuerza, tragedia y misterio que lleva en su mirada oscura. Sin embargo, cada vez que lo veo está lidiando con algo pesado, y esta vez no fue la excepción.

Ate estaba con él, como siempre, con su presencia magnética y esa voz que podía encantar o destruir, según su humor. Pero no era una escena agradable. Ella repetía frases vacías: "Si no hubiera pasado..." "Siempre soy la culpable..." Su voz sonaba como un eco interminable en mi cabeza, una letanía que giraba en círculos y que claramente hería a Zagreo. Algo en mí se revolvió, y por primera vez sentí una chispa de protección hacia alguien que no eran niños o jóvenes. Era Zagreo.

 

Día 2: Mi torpeza y un desastre improvisado

Esperar nunca ha sido mi fuerte, y esos tres días prometidos por Hefesto para terminar mi arma divina parecían eternos. Mi mente no paraba de divagar, y en un arrebato de creatividad decidí hacer algo por mi cuenta: una tirachinas. No era exactamente lo que él estaba creando para mí, pero pensé que sería divertido.

El resultado, sin embargo, fue desastroso. Terminé con las manos raspadas y un dolor que ardía tanto como mi orgullo herido. ¿Podría haberme curado yo misma? Por supuesto. Pero siendo la distraída que soy, lo olvidé. Instintivamente, pensé en Zagreo. Y antes de darme cuenta, ya estaba a su lado.

 

El bosque y el encuentro inesperado

Aparecí junto a él, en el bosque, lejos del Olimpo. Estaba allí con Ate, como siempre, en medio de lo que parecía una discusión intensa. Mis apariciones suelen ser inoportunas, pero esta vez fue completamente accidental. Mi corazón y mi mente me guiaron directamente a él, y no pareció molestarse por mi interrupción. En lugar de eso, se preocupó por mis heridas y comenzó a sanarme, con una paciencia que me sorprendió.

Ate me saludó de manera tensa, y yo le devolví una sonrisa que trató de ser amigable, pero que seguramente parecía nerviosa. No podía hacer mucho más; ya había metido la pata. Sin embargo, algo llamó mi atención: los ojos de Zagreo estaban húmedos, como si hubiera estado llorando. La escena frente a mí encendió algo desconocido en mi interior, algo que rompía con mi naturaleza tranquila y neutral.

 

El bucle de Ate y la llama dentro de mí

Ate hablaba, como siempre, con ese tono que parecía ser una mezcla de orgullo y nostalgia. Mencionaba a sus hijos, a Jormun, su esposo, y cómo se sentía realizada con su familia. Pero cada palabra que salía de su boca parecía hundir más a Zagreo en su tristeza. La gota que colmó el vaso fue cuando dijo: "Mis hijos tienen a su padre… Jormun talla..."

Zagreo se levantó en silencio y nos dejó solas. Verlo irse con el corazón apesadumbrado me dolió más de lo que debería, como si su malestar fuera mío también. Ate siguió hablando conmigo como si nada hubiera pasado, pero yo apenas podía concentrarme. Las palabras se atoraban en mi garganta hasta que finalmente exploté.

Ver a Zagreo marcharse en silencio tras las palabras de Ate fue como sentir una punzada en el pecho. Algo en mí se encendió, una llama que jamás había sentido y que, sin duda, no entendía. Me dolía su malestar, casi como si fuera mío, y esa conexión me desconcertaba profundamente.

Ate, como si no hubiera notado nada, continuó hablando conmigo. Su tono era calmado, casi indiferente, pero cada palabra cargaba un peso que no podía ignorar. Con el malestar todavía apretando mi garganta, finalmente hice la pregunta que llevaba rondando mi mente desde hace rato: "¿Realmente estar enamorada es hablar todo el rato de esa persona?" Ella me miró, aparentemente tranquila, y respondió: "No siempre. Muchas veces le tienes en la memoria, a todos los que queremos mucho." Su respuesta no aclaró mi confusión. Si acaso, añadió más dudas. Sin pensarlo demasiado, solté lo que probablemente no debería haber dicho: "Ate, ¿realmente solo quieres a mi primo favorito como primo?"Sus palabras fueron una repetición de lo que parecía ser su mantra:"Sí, por supuesto. Yo le quiero mucho como primo. Si siguiera soltera, es posible que fuéramos ya matrimonio."

Sus palabras cayeron sobre mí con un peso abrumador. Había algo en esa declaración que me resultaba profundamente molesto, aunque no lograba descifrar por qué. Era como si cada frase suya estuviera diseñada para mantener a Zagreo atrapado en un ciclo interminable de incertidumbre y dolor. El fuego de mis palabras. No pude evitarlo. La incomodidad que sentía me impulsó a hablar sin pensar demasiado. "Me gustaría que te enfocaras en Zag como primo y no le siguieras dando falsas esperanzas. Ni mucho menos diciendo cosas como esas; es como si no hubieras aceptado tu presente, Ate." La sorpresa en su rostro fue evidente. Fue en ese momento cuando las palabras que acababa de pronunciar resonaron en mi propia mente, y una oleada de vergüenza quiso apoderarse de mí. Pero me negué a dejar que me dominara. Mantuve la cabeza en alto y sostuve su mirada. Ella, por supuesto, no tardó en defenderse:"No doy falsas esperanzas. Estoy casada, y nuestro primo no lo acepta."

Sus palabras, lejos de calmarme, añadieron leña al fuego que ardía en mi interior. No entendía por qué me molestaba tanto, pero la constante insinuación de que Zagreo era el único culpable me parecía injusta."Entonces, deja de mencionar cosas como las que dijiste: «Si siguiera soltera, seríamos matrimonio ya»"le cuestioné con un tono que, para mi sorpresa, no tembló. De pronto, algo que ni siquiera había planeado salió de mis labios:"Tienes celos." La expresión de Ate cambió por completo. Frunció el ceño, claramente desconcertada."¿Qué te hace pensar que tengo celos?" Y dije:"Me di cuenta de que no te gustó que me dijera "prima favorita". Ella negó con la cabeza, como si aquello fuera absurdo. "Solo me sorprendió, nada más." La verdad entre las palabras, había algo en Ate, algo que siempre me resultaba molesto. No sabía si era consciente de ello o no, pero parecía incapaz de expresar las cosas tal como eran. Sus palabras siempre parecían una versión incompleta de la historia, un recuento cuidadosamente moldeado para evitar confrontaciones más grandes. Y, sin embargo, ahí estaba yo, interrumpiendo nuevamente. No quería estar en medio, no quería añadir más drama, pero no pude detenerme. Mis palabras parecían surgir por sí solas, como si esa llama dentro de mí tomara control de mi voz y mis pensamientos.

Zagreo no estaba presente, pero sus lágrimas seguían en mi mente, tan claras como si aún estuvieran rodando por sus mejillas. No podía ignorar el dolor que había visto en él ni la desconexión evidente entre las palabras de Ate y sus acciones.

 

Un giro inesperado

En medio de esta conversación incómoda, algo cambió. Me di cuenta de que no solo estaba defendiendo a Zagreo, sino que estaba defendiendo algo más profundo, algo que aún no lograba comprender del todo. Ate, por su parte, parecía cada vez más a la defensiva, pero también algo sorprendida. Y entonces, con un aire de dignidad que no sabía que poseía, me quedé en silencio, observándola. Por primera vez, decidí no disculparme, no retroceder. Ate podía interpretar mis palabras como quisiera, pero yo había dicho lo que sentía, y esa llama en mi interior parecía crecer con cada instante. Algo había cambiado en mí, y no tenía nada que ver con el arma que esperaba de Hefesto. Esta vez, mi fuego no provenía de mi divinidad ni de mis deberes como Diosa de la Juventud. Era algo más, algo mucho más personal. Y solo podía pensar en Zagreo y en lo que vendría después.

 

Día 3: El enfrentamiento con Ate

"¿Podemos... hablar de otra cosa?" solté, casi sin pensar. Mi voz era suave, pero firme. Ate me miró como si acabara de insultar todo lo que representaba. Su expresión de indignación no me sorprendió, pero aún así, hizo que el peso en mi pecho se sintiera más opresivo. Tal vez no era mi lugar decirlo, pero no podía seguir siendo una espectadora de este ciclo interminable.

La miré directamente, tratando de no ceder a la tensión en el aire. "Ate, necesito que dejes a Zagreo en paz."

Mis palabras la golpearon como una bofetada. Lo vi en la forma en que su rostro se endureció, sus ojos como puñales. "Eres odiosa", respondió con una voz fría, cargada de veneno. "¿Qué sabes tú del matrimonio y del amor?"

Su ataque me tambaleó por un momento, pero no iba a retroceder. Respiré hondo y reuní todo el coraje que pude. "No sé mucho, Ate, pero sé que este ciclo no está ayudando a nadie. Ni a ti, ni a él."

Mi voz se mantuvo firme, aunque por dentro sentía un torbellino. Sabía que estaba tocando fibras sensibles, pero no podía detenerme. Ese malestar extraño, esa llama que ardía en mi interior, me impulsó a hablar sin medir demasiado las consecuencias.

"Me quedaré con Zagreo hasta que se recupere por completo", declaré, con una determinación que apenas entendía. "Haré que deje de molestarte y de mencionarte entre sus recuerdos."

Lo que realmente quería era verlo avanzar, verlo dejar atrás un pasado que ya no tenía lugar en su presente. Pero mis palabras parecieron encender algo en Ate.

"Aquí la celosa eres tú, por lo que percibo", lanzó con un tono cargado de desdén.

Me quedé callada, sorprendida por la acusación. ¿Celos? ¿Era eso lo que sentía? No estaba segura, pero sus palabras me dejaron confundida, como si hubieran tocado algo que no estaba lista para enfrentar. Antes de que pudiera responder, ella añadió:"Que os vaya bien."

Y se marchó, dejándome con una mezcla de alivio y diversión que no esperaba sentir. Su despedida no me hirió, al contrario, me sentí extrañamente satisfecha, como si una pequeña victoria se hubiera logrado en medio de todo este caos. Inocente, incluso agradecí en voz baja por su buen deseo.

Pero no había terminado. No podía dejar las cosas así, no mientras Zagreo estuviera luchando con sus propios demonios. Llamé a Néa, la cachorra de lobo mitad cierva que Zagreo me había regalado. Era una criatura leal y perspicaz, y sabía que me ayudaría a encontrarlo.

 

El reencuentro con Zagreo

Con la ayuda de Néa, lo encontré unas horas después. Su rastro nos llevó a Egipto, un lugar que nunca había pisado antes. Mientras caía en picada desde el cielo, me pregunté si esta era una idea sensata. Pero no tuve mucho tiempo para pensar, porque en el último momento, caí directamente en los brazos de Zagreo.

"Te encontré", dije con nervios, intentando recuperar el aliento.

"Te tengo", respondió, sosteniéndome con firmeza, como si temiera que pudiera desvanecerme en cualquier momento.

Su expresión era un contraste entre alivio y cansancio. Estaba roto, pero no derrotado. Eso me dio esperanza. Nos sentamos juntos, Néa acurrucada a nuestro lado, y comenzamos a hablar.

"Estaba pensando en irme a Egipto para olvidarme de Ate", confesó Zagreo con la voz quebrada.

Su dolor era palpable, y me dolió más de lo que esperaba. Sin pensarlo demasiado, respondí: "Vayamos juntos, no vayas solo."

Mi propuesta pareció tomarlo por sorpresa. Durante un momento, me miró como si no estuviera seguro de haber escuchado bien. Pero luego negó con la cabeza.

"No quiero separarte de tu familia, Hebe", dijo con tristeza.

Pensé en mis responsabilidades, en lo que Zeus y los demás podrían decir. Pero sabía que esto era importante, que Zagreo necesitaba este viaje tanto como yo necesitaba verlo sanar. "Pediré permiso", dije con determinación. "Mientras no me pase nada, no creo que haya problema."

Finalmente, acordamos encontrarnos en el bosque para partir juntos. El alivio en su rostro era evidente, y eso fue suficiente para mí.

 

Horas de conversación, en privado.

Pasamos horas hablando, como si ambos necesitáramos liberar todo lo que habíamos guardado dentro. Poco a poco, me di cuenta de algo: Zagreo no tenía intención de seguir atado a Ate. Pero tampoco sabía cómo romper las cadenas que lo mantenían ligado a ese pasado lleno de culpa y frustración.

"Ate es... como una cadena invisible", dije finalmente, tratando de poner en palabras lo que ambos sabíamos. "Un vínculo que no puedes ver, pero que siempre está ahí, sosteniéndote."

Él asintió, con la mirada perdida en la distancia. "Es como si siempre hubiera algo más que hacer, algo que probar... pero nunca es suficiente."

No sabía cómo responder a eso, pero una cosa era clara para mí: haría todo lo que estuviera en mi poder para ayudarlo a liberarse. Porque, aunque no lo entendiera del todo, Zagreo significaba algo para mí. Algo que iba más allá de la familia, más allá de la obligación.

Y mientras Néa dormía tranquila a nuestro lado, por primera vez en mucho tiempo, sentí que estábamos en el camino correcto.

 

Día 4: La chispa que nunca supe que tenía

Hefesto me llamó para recoger mi arma. Era perfecta, una obra maestra que combinaba fuerza y elegancia. Pero cuando la sostuve, me di cuenta de algo: no era el arma lo que me daba poder, sino la chispa que había descubierto en mí misma. Esa llama protectora que me había llevado a enfrentar a Ate, a apoyar a Zagreo, a salir de mi zona de confort. Hefesto dijo: "¿Qué nombre le pondrás?" , realmente no recordaba que se debía poner nombre pero... Mis intenciones con ella eran protegerme y proteger a los demás desde la distancia, sin involucrarme tanto en los problemas que en verdad me agobio horrible si me meto donde no me llaman. Y le respondí: "Chrysós Dólos", siendo ese día el primero de muchos, que empecé a notar un cambio en mi, a flor de piel, pero que no entendía a qué exactamente se debía.