Hebe giró sobre sus talones, con una risa traviesa en los labios y los ojos chispeantes de travesura. Alzó su copa dorada y, con voz cantarina, dejó escapar su profecía criptica como quien juega a las adivinanzas:
—¡Oh, grandes dioses del Olimpo, escuchad mi juego de palabras! Cuando la cuna de Gaia tiemble y las estrellas tracen un camino de colas y garras, los tronos tendrán guardianes que caminen en cuatro patas y hablen dando compañía. Un cazador dormirá con la astucia de su presa, el trueno tendrá pezuñas que no dejan rastro, y la luna se verá reflejada en ojos que nunca cierran. Pero cuidado, pues si los dioses olvidan dar pan a sus sombras, estas buscarán su festín en sus propios sueños.
Hebe rió entre dientes y dio un sorbo a su néctar, dejando tras de sí un eco de confusión y curiosidad. Pero luego recordó que si toma, luego borracha y con jaqueca quedará. Enseguida sus mejillas se tornaron rojas como si ya estuviera bajo los efectos de la embriaguez. Y así era. Su risa hizo vibrar los corazones de todo joven a la redonda y luego su mirada traviesa se posó en el primero que pudo ver en ese estado.
—¡Oh, grandes dioses del Olimpo, escuchad mi juego de palabras! Cuando la cuna de Gaia tiemble y las estrellas tracen un camino de colas y garras, los tronos tendrán guardianes que caminen en cuatro patas y hablen dando compañía. Un cazador dormirá con la astucia de su presa, el trueno tendrá pezuñas que no dejan rastro, y la luna se verá reflejada en ojos que nunca cierran. Pero cuidado, pues si los dioses olvidan dar pan a sus sombras, estas buscarán su festín en sus propios sueños.
Hebe rió entre dientes y dio un sorbo a su néctar, dejando tras de sí un eco de confusión y curiosidad. Pero luego recordó que si toma, luego borracha y con jaqueca quedará. Enseguida sus mejillas se tornaron rojas como si ya estuviera bajo los efectos de la embriaguez. Y así era. Su risa hizo vibrar los corazones de todo joven a la redonda y luego su mirada traviesa se posó en el primero que pudo ver en ese estado.
Hebe giró sobre sus talones, con una risa traviesa en los labios y los ojos chispeantes de travesura. Alzó su copa dorada y, con voz cantarina, dejó escapar su profecía criptica como quien juega a las adivinanzas:
—¡Oh, grandes dioses del Olimpo, escuchad mi juego de palabras! Cuando la cuna de Gaia tiemble y las estrellas tracen un camino de colas y garras, los tronos tendrán guardianes que caminen en cuatro patas y hablen dando compañía. Un cazador dormirá con la astucia de su presa, el trueno tendrá pezuñas que no dejan rastro, y la luna se verá reflejada en ojos que nunca cierran. Pero cuidado, pues si los dioses olvidan dar pan a sus sombras, estas buscarán su festín en sus propios sueños.
Hebe rió entre dientes y dio un sorbo a su néctar, dejando tras de sí un eco de confusión y curiosidad. Pero luego recordó que si toma, luego borracha y con jaqueca quedará. Enseguida sus mejillas se tornaron rojas como si ya estuviera bajo los efectos de la embriaguez. Y así era. Su risa hizo vibrar los corazones de todo joven a la redonda y luego su mirada traviesa se posó en el primero que pudo ver en ese estado.
