Tras una mañana larga cargada de responsabilidades y deberes, en la tarde, mientras pensaba en lo agotador que había sido el día, me dispuse a buscar alguna manera de despejar mi mente; películas, series y videojuegos no eran una manera de despejarme, sino una manera de distraerme de mi realidad. Yo prefería salir a caminar, explorar lugares abandonados, rurales o incluso hasta peligrosos. Cansado de estar solo en casa, decidí textearle a un viejo amigo.
—Hola, hermano —escribí esto esperando una respuesta inmediata, pero pasaron unos minutos hasta que por fin me llegó un mensaje.
—Hola, bro. ¿Cómo estás? —respondió mi amigo.
Pensé en llamarlo para así no perder tiempo en charlas casuales y sin sentido aparente, las cuales mayormente terminan en nada o en una risa fingida, pero justo antes de hacerlo, recibí una llamada. Era él, claramente, así que atendí.
—¿Qué tal, compañero? —dijo mi amigo.
—Todo bien —respondí.
En un intento de apresurar la conversación, lancé una pregunta justo cuando él iba a empezar a hablar:
—¿Qué tal si nos juntamos esta tarde para hacer una caminata?
—Me ale... —se detuvo y un silencio incómodo se hizo presente, para posteriormente responder—. Dale, ¿dónde nos juntamos?
—Ven a mi casa, tengo algo planeado que sé que te va a encantar —respondí.
—¿A qué hora? —preguntó con curiosidad.
—Ven antes de las 4 —le comenté, algo desesperado.
—Te veo a las cuatro entonces —respondió mi amigo malhumoradamente para luego colgar sin despedirse. Me sentí avergonzado, pues estaba esperando que él se despidiera o tan siquiera me deseara un lindo día, pero eso me pasa por estar mal educado en la conversación.
Tenía mucho tiempo que no salía con ese amigo en especial, y tenía mucho más tiempo que no salía a explorar alguna montaña o sendero junto a él. Tenía la impresión de que él no iba a venir por su forma de colgarme sin despedirse.
No lo pensé mucho, ya que con él o sin él iba a salir igualmente. Me puse a preparar lo necesario para esa caminata; como ese sitio era un lugar donde hacía mucho calor, me puse una ropa ligera y metí dos potes de dos litros llenos de agua en mi mochila.
Justo antes de que dieran las 4, mi amigo llegó, cosa que me sorprendió porque no pensaba que él en verdad iba a venir. No perdimos tiempo y comenzamos a caminar. Nos dirigimos hacia el inicio del sendero, que según los lugareños, estaba completamente abandonado, así que no teníamos nada por lo cual preocuparnos.
Nos encontramos con muchas casas en mal estado, mucha basura y algún que otro cadáver de lo que alguna vez fue un lindo canino. El ambiente era hostil; aunque no se podía apreciar un enemigo visible, sentía como si el lugar nos estuviera gritando que nos fuéramos de allí. Esto no nos hizo detenernos, sino que, al contrario, nos hizo adentrarnos más en el sendero.
Mientras estábamos conversando y escalando una pequeña colina, nos percatamos de una cosa que parecía ser una casa, pero estaba en muy mal estado y a punto de derrumbarse. Para poder llegar al siguiente tramo del sendero, teníamos que cruzar justo por delante de esa casa.
A medida que nos acercábamos, pudimos percibir algunos sonidos provenientes de la casa, pero los atribuimos a ratones o animales salvajes, ya que no parecía estar habitada por ningún ser humano.
Justo cuando estábamos pasando por delante de esta casa, un sonido fuerte nos hizo detenernos y mirar hacia lo que parecía la entrada de ese lugar. Fuimos sorprendidos al ver cómo salía una persona de este lugar: un hombre de unos 1.70 metros de altura, con ropa sucia y un machete en la mano. Mi amigo y yo nos miramos a los ojos sin saber cómo reaccionar; nos asustamos bastante, sentíamos un miedo profundo y la atmósfera del lugar cambió a terror puro. Teníamos ganas de correr, pero sabíamos que no era una buena opción.
El hombre gritó mientras corría hacia nosotros y nos dijo:
—¿Qué hacen ustedes aquí?
Hice lo primero que se me ocurrió: saludé al señor y le dije:
—Buenos días, señor, espero que usted se encuentre bien. Nosotros somos testigos de Jehová y vinimos a rezar por las personas que están pasando por una mala situación y personas de bajos recursos.
No pensé que esto pudiera resultar, pero era lo único que tenía en mente.
El señor se tranquilizó y, posteriormente, bajó la cabeza. Mi amigo comenzó a orar, mientras yo periódicamente decía “amén”.
Cuando terminó la oración, hicimos la señal de la cruz y nos fuimos sin mayores contratiempos.
El señor nos dijo que podíamos volver cuando quisiéramos y volvió a entrar a su casa.
Con el corazón aún acelerado, continuamos nuestra caminata por las montañas. Sentimos un gran alivio al habernos librado de aquella situación de una manera tan inesperada.
Admiramos la vista que nos ofrecía ese lugar: kilómetros y kilómetros de hermosos follajes, vista a la ciudad completa, vista a los lagos y lagunas. Tomamos agua mientras la brisa chocaba con nuestras caras; era un sentimiento de felicidad pura. Nos sentamos a las orillas de un acantilado y comenzamos a platicar.
Desde ese día, mi amigo y yo empezamos a ir más seguido a la iglesia y a darle las gracias a Dios por habernos librado de esa situación.
Gracias por leer.