• -habia decidido salir al jardin, viendo un bello gato tenia unos ojos tan hermosos, cargandolo-

    Hola pequeño

    -acariciaba al gato llendome a adentro de la casa bajandolo despacio-

    Ve pequeño, te puedes quedar
    -habia decidido salir al jardin, viendo un bello gato tenia unos ojos tan hermosos, cargandolo- Hola pequeño -acariciaba al gato llendome a adentro de la casa bajandolo despacio- Ve pequeño, te puedes quedar
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  • Tiempo de muy buena calidad
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    Ceren au Morgana Negrescu
    Fifi au Lillith Swan
    Melo au Anna Halliwell

    Con suma delicadeza enrollo otra hojas que previamente rellené, con esta ya llevó trece, este fin de semana mis amigas Ceren, Figen y Melek llegarán a casa.
    Hasta ahora solo volví a juntarme con Ceren, Fifi estaba trabajando en una conocida empresa en Londres y Melo en el barrio donde vive mi tía en Sariyer (Estambul)
    Ceren au [CxVampiresa13] Fifi au [CxLillith] Melo au [Featherington_cx] Con suma delicadeza enrollo otra hojas que previamente rellené, con esta ya llevó trece, este fin de semana mis amigas Ceren, Figen y Melek llegarán a casa. Hasta ahora solo volví a juntarme con Ceren, Fifi estaba trabajando en una conocida empresa en Londres y Melo en el barrio donde vive mi tía en Sariyer (Estambul)
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  • Tokito Muichiro ~

    ° Miembro de la elite cazadores de demonio.
    ° El Pilar de la niebla.
    ° Casador de Demonio.


    #DeminSlayer
    Tokito Muichiro ~ ° Miembro de la elite cazadores de demonio. ° El Pilar de la niebla. ° Casador de Demonio. #DeminSlayer
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  • Llevó tres días sin tomar ni una sola gota de sangre, si continúo así voy acabar convertido en piedra. Stefan Salvatore me encerró en una de las celdas que hay en el sótano de la casa, sigo sin creer aún que haya logrado vencerme.
    Llevó tres días sin tomar ni una sola gota de sangre, si continúo así voy acabar convertido en piedra. [ThcxSalvatore_1] me encerró en una de las celdas que hay en el sótano de la casa, sigo sin creer aún que haya logrado vencerme.
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  • "Hoy alguien se ha levantado empalagoso. No consigo que se baje. Parece mentira, con todo lo pequeño que es..."

    Teclea en su móvil y sube la publicación a cierta red social antes de terminar de vestirse y, finalmente, y con un café para llevar en la mano, salir de casa con Brisket. Londres solía ser frio en esa época, pero parecía que el tiempo les había dado una tregua.

    ⸻Vamos, colega...

    El perrito estaba encantado de la vida, caminando de forma acelerada por la acera con sus patitas deslizándose como un dibujo animado.
    "Hoy alguien se ha levantado empalagoso. No consigo que se baje. Parece mentira, con todo lo pequeño que es..." Teclea en su móvil y sube la publicación a cierta red social antes de terminar de vestirse y, finalmente, y con un café para llevar en la mano, salir de casa con Brisket. Londres solía ser frio en esa época, pero parecía que el tiempo les había dado una tregua. ⸻Vamos, colega... El perrito estaba encantado de la vida, caminando de forma acelerada por la acera con sus patitas deslizándose como un dibujo animado.
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  • ╰──────┄ °❀ ᴅɪᴀʙᴏʟɪᴄ ᴅᴜᴏ ɪɴʜᴇʀɪᴛᴀɴᴄᴇ
    Fandom Multi
    Categoría Slice of Life
    "A mi niet@:

    Sé que no te veo desde que eres un bebé, pero a tu edad seguramente ya comprendas que no es mi decisión permanecer alejada de la familia. Ellos no me quieren cerca y, para ser sincera, no tengo el valor de enfrentarme a su rechazo. Nunca les gustó los... Negocios que elegí hacer, a pesar de la buena vida que éso les dio cuando fueron más jóvenes.

    No me quejo, pero ahora queda poco para que abandone este mundo y no tengo a quien dejar mi herencia. Tus padres fueron los menos... Desagradables conmigo, aunque de igual forma quemarían mi carta sin siquiera leerla. Por ello te elijo a ti como mi hereder@.

    Prefiero que sea una sorpresa para ti ver lo que te he dejado. Ven a la dirección que incluyo en ésta carta, te prometo que valdrá la pena. No me encontrarás ahí, cuando recibas ésto ya habré abandonado este mundo... En cambio, encontrarás algo que te será más útil que una vieja como yo.

    —Abuela."

    La carta llegó hace poco, dejándote intrigad@. Tu familia nunca ha hablado apenas nada sobre tu abuela, mandándote a callar si hacías alguna pregunta, y negándose a dar ninguna información más allá de que era adinerada y vivía sola en otra ciudad.

    Aparentemente, esta carta representa para ti la oportunidad de hacerte con una vida adinerada, y aunque sientes una vibra rara sobre todo este asunto... ¿Cómo podrías negarte a tomar una herencia a sólo unas horas de distancia?, incluso en el dado caso de que fuese un pequeño terreno y algo de dinero, valdría la pena.

    No esperabas encontrarte con una mansión a las afueras de la ciudad vecina, cercada por altas verjas con un elegante portón decorado con enredaderas. Jardines se extienden frente a ti, minuciosamente cuidados, y hay una lujosa fuente todavía activa en el centro del enorme patio. La fachada de la mansión le da un aspecto caro, casi majestuoso... Pero no terminas de sentirte del todo cómod@, te sientes observad@, y desde hace un rato tu celular no recibe siquiera una barra de señal, impidiéndote navegar por internet o por lo menos hacer una llamada de emergencia.

    Es ahí cuando la doble-puerta de la mansión se abre, dejándote echar un vistazo al enorme salón exquisitamente decorado a través del umbral de la puerta, ahora ocupado por dos figuras que se acomodan para flanquear la entrada.

    Una bajita, de cabellos blancos atados en coletas, cuerpo delgado y una mirada seria en el rostro, mirándote sino con solemnidad, al menos con algo de reverencia. La otra, alta, voluptuosa y de cabellos rosados y sueltos, parece divertida, sonriendo de oreja a oreja. Ambas terriblemente hermosas, pero también.... Raras. Vestidas de sirvienta, con cuernos que emergen a los costados de su cabeza y no sabrías distinguir si son parte de un disfraz extraño, y unas colas negras que salen bajo la falda y se menean con demasiado realismo, las puntas en forma de corazón.

    —¡Nuestr@ nuev@ am@ llegó, Claire!, ¡Preséntanos formalmente!

    Instruyó la más alta de las dos, ruidosamente. La otra rueda los ojos y suspira, negando con la cabeza.

    —Iba a hacerlo sin que dijeras nada, pero arruinaste el dramatismo de la presentación, Chloe. Ah, am@, la anterior dueña nos advirtió de su llegada... Todo ésto es suyo ahora, por favor, pase, le ayudaremos a ponerse cómod@ y a dejarle claro el contenido de su herencia.

    La bajita peliblanca hablaba con deferencia hacia ti, mientras que las palabras dirigidas hacia la otra maid parecían agresivas. Te hizo un gesto con la mano y una reverencia para invitarte a entrar.

    Todo ésto es muy raro, pero con sólo ver la casa puedes oler el dinero que podría llegar a tu bolsillo.
    "A mi niet@: Sé que no te veo desde que eres un bebé, pero a tu edad seguramente ya comprendas que no es mi decisión permanecer alejada de la familia. Ellos no me quieren cerca y, para ser sincera, no tengo el valor de enfrentarme a su rechazo. Nunca les gustó los... Negocios que elegí hacer, a pesar de la buena vida que éso les dio cuando fueron más jóvenes. No me quejo, pero ahora queda poco para que abandone este mundo y no tengo a quien dejar mi herencia. Tus padres fueron los menos... Desagradables conmigo, aunque de igual forma quemarían mi carta sin siquiera leerla. Por ello te elijo a ti como mi hereder@. Prefiero que sea una sorpresa para ti ver lo que te he dejado. Ven a la dirección que incluyo en ésta carta, te prometo que valdrá la pena. No me encontrarás ahí, cuando recibas ésto ya habré abandonado este mundo... En cambio, encontrarás algo que te será más útil que una vieja como yo. —Abuela." La carta llegó hace poco, dejándote intrigad@. Tu familia nunca ha hablado apenas nada sobre tu abuela, mandándote a callar si hacías alguna pregunta, y negándose a dar ninguna información más allá de que era adinerada y vivía sola en otra ciudad. Aparentemente, esta carta representa para ti la oportunidad de hacerte con una vida adinerada, y aunque sientes una vibra rara sobre todo este asunto... ¿Cómo podrías negarte a tomar una herencia a sólo unas horas de distancia?, incluso en el dado caso de que fuese un pequeño terreno y algo de dinero, valdría la pena. No esperabas encontrarte con una mansión a las afueras de la ciudad vecina, cercada por altas verjas con un elegante portón decorado con enredaderas. Jardines se extienden frente a ti, minuciosamente cuidados, y hay una lujosa fuente todavía activa en el centro del enorme patio. La fachada de la mansión le da un aspecto caro, casi majestuoso... Pero no terminas de sentirte del todo cómod@, te sientes observad@, y desde hace un rato tu celular no recibe siquiera una barra de señal, impidiéndote navegar por internet o por lo menos hacer una llamada de emergencia. Es ahí cuando la doble-puerta de la mansión se abre, dejándote echar un vistazo al enorme salón exquisitamente decorado a través del umbral de la puerta, ahora ocupado por dos figuras que se acomodan para flanquear la entrada. Una bajita, de cabellos blancos atados en coletas, cuerpo delgado y una mirada seria en el rostro, mirándote sino con solemnidad, al menos con algo de reverencia. La otra, alta, voluptuosa y de cabellos rosados y sueltos, parece divertida, sonriendo de oreja a oreja. Ambas terriblemente hermosas, pero también.... Raras. Vestidas de sirvienta, con cuernos que emergen a los costados de su cabeza y no sabrías distinguir si son parte de un disfraz extraño, y unas colas negras que salen bajo la falda y se menean con demasiado realismo, las puntas en forma de corazón. —¡Nuestr@ nuev@ am@ llegó, Claire!, ¡Preséntanos formalmente! Instruyó la más alta de las dos, ruidosamente. La otra rueda los ojos y suspira, negando con la cabeza. —Iba a hacerlo sin que dijeras nada, pero arruinaste el dramatismo de la presentación, Chloe. Ah, am@, la anterior dueña nos advirtió de su llegada... Todo ésto es suyo ahora, por favor, pase, le ayudaremos a ponerse cómod@ y a dejarle claro el contenido de su herencia. La bajita peliblanca hablaba con deferencia hacia ti, mientras que las palabras dirigidas hacia la otra maid parecían agresivas. Te hizo un gesto con la mano y una reverencia para invitarte a entrar. Todo ésto es muy raro, pero con sólo ver la casa puedes oler el dinero que podría llegar a tu bolsillo.
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  • 𝐂𝐀𝐍𝐆𝐑𝐄𝐉𝐎 - 𝐕𝐈
    𝐄𝐧 𝐥𝐚 𝐞𝐫𝐚 𝐝𝐞 𝐥𝐨𝐬 𝐡é𝐫𝐨𝐞𝐬 𝐲 𝐦𝐨𝐧𝐬𝐭𝐫𝐮𝐨𝐬

    ────Yo, Anquises, hijo de Capis, descendiente Dárdano, presento ahora a mi hijo Eneas ante los dioses para pedir su protección y sus bendiciones.

    Al tercer día, como dictaban las costumbres de los troyanos, Anquises había alzado a su hijo frente al fuego del hogar, en una pequeña ceremonia a la que asistieron algunas de las familias nobles de las ciudades aliadas de Dardania. Luego, se volvió hacia el sacerdote, quién posó su mano sobre la cabeza de su hijo para bendecirlo.

    El sacerdote comenzó a recitar plegarias sagradas para el Portador de Tormentas, pero su voz, vieja y astillada como la corteza de un viejo roble, flotó a un lugar lejano para Afro. Ocupaba su sitio junto al resto de los sirvientes congregados en el patio del palacio, entre las sombras que retrocedían ante el fuego de las antorchas dispuestas a su alrededor. Se refugio bajo el largo velo que caía detrás de su espalda. Aunque era una noche de verano, el aire cargado del dulce aroma del incienso y jazmín estaba bastante fresco.

    ────¡Zeus Cronión! Portador del rayo, centelleante, tonante, fulminante; escúchanos ahora…

    Afro apretó las manos frente a su estómago y observó con cierto anhelo a los nobles aglomerados en el interior. No iba a negarlo: le habría encantado tener un sitio delante de todo ese gran gentío, a un lado de la reina Temiste, presenciando la ceremonia como lo que realmente era: la madre de Eneas. No obstante, estar hasta atrás también tenía sus ventajas; y es que mientras la ceremonia transcurría, Afro había tenido la ocasión de examinar con ojo curioso a los invitados.

    Observó sus ropajes, la calidad de las telas que eran superiores a lo que ella llevaba puesto, los colores, los bordados tan finos hechos con hilos de oro. Un hermoso collar de cuentas de ámbar rodeaba el cuello de una noble, resaltando el color de sus ojos felinos. «Ah, esta sabe perfectamente lo que lleva sobre las clavículas. Es su mejor arma, es obvio que acaparará todas las miradas. Y ya veo algunos cuellos curiosos erguidos en su dirección». Pensó Afro, apenas disimulando una sonrisa.

    En el otro extremo del salón, un hombre de túnica azul oscuro estaba parado a un costado de una columna, Afro arqueó una ceja. No parecía haber recibido la invitación con mucha antelación; había sido uno de los últimos invitados en atravesar las puertas y su sonrisa, aunque amable y cortes, supo ocultar el color en sus mejillas. ¿Habría corrido a toda prisa para llegar hasta el palacio? Una pulsera de diminutas conchas rodeaba su muñeca. Eso le hizo sospechar que quizás el hombre venía de las costas de Licia.

    Pero de todos los invitados, un grupo en particular llamó su atención. Nunca había visto a ninguno, a pesar de que había escuchado sus nombres; hacían compañía a la reina Temiste. La cercanía en su trato, la naturalidad con la que hablaban, tan amena y cercana, le indicó que ya existía confianza entre ellos desde hace un tiempo. Más tarde, Anquises se encargaría de contarle que se trataba de la casa real de Ilión (Troya). El rey Príamo con su corona de lapislázuli que resaltaba sobre la cascada de cabellos negros, llevaba del brazo a la reina Hécuba de mirada vivas y gentil. Y a su lado, se encontraban sus hijos, sosteniendo ramas de olivo y laurel entre sus manitas. Por la forma en que sus dedos jugueteaban con los tallos frescos, era evidente el gran esfuerzo que estaban poniendo en no pelear, ni bostezar.

    Que buenos estaban siendo esos niños, había pensado para sus adentros. Si ella tuviera ese nivel de paciencia, probablemente habría hecho grandes proezas hace mucho. Era un logro que debía reconocerse.

    Y casi como si le hubiera leído las palabras en la mente, la hija pequeña de Príamo giró la cabeza, en su dirección.

    Afro contuvo la respiración cuando esos ojos de obsidiana cruzaron con los suyos. ¿Por qué… esa niña la miraba así? Era la expresión de alguien que había encontrado un cabello en su comida y empieza, meticulosamente, a hacer una lista mental de posibles cabezas sospechosas a quién podría pertenecer esa hebra. Era la primera vez que un niño mortal la observaba de esa manera, con tanta suspicacia, y eso, para su propia sorpresa, le provocó un ligero nerviosismo.

    Forzó una sonrisa, la más amable que sus labios consiguieron esbozar y discretamente levantó la mano para saludarla. Pero su gesto se derritió al instante, como la nieve bajo el sol de primavera. La niña no solo no le devolvió el saludo, sino que su expresión ceñuda se tornó aún más analítica. Tragó saliva, aunque incomoda, Afro no se achicó, ni rompió el contacto visual. Dejó que la niña hiciera su análisis sobre ella, convirtiéndose en el objetivo de contemplación de su estudio. Creyó que la descomponía pieza por pieza, hasta entender cada función, o al menos, eso intentaba ¿Podía culparla? En su edad más temprana, motivada por la curiosidad inocente, Afro habría hecho lo mismo con una ostra y un cangrejo que encontró en las orillas de la playa de Chipre, la primera vez que pisó tierra firme después de su nacimiento en el seno de las profundidades del mar. Los dioses crecían a una velocidad alarmante, así que cuando el oleaje terminó de dar forma a la carne y la sangre celestial de su padre que habían sido arrojados al mar, las olas expulsaron a la superficie a una niña que, aunque frágil, tenía la fuerza suficiente en las extremidades para nadar hasta la costa.

    Su conocimiento sobre el mundo era limitado y sin nadie quién la supervisara, se dedicó a caminar por la playa desierta. La playa de arenas blancas era enorme, los árboles frondosos que se alzaban a la distancia no le inspiraron el menor deseo de adentrarse en su espesura. Vagó sin rumbo hasta que algo capturó su atención: una ostra. Era liviana entre sus manos y al no oír sonido alguno al sacudirla junto a su oído, la abrió con ayuda de una piedra de punta afilada. Dentro encontró un par de perlas que después convertiría en los pendientes que ahora llevaba puestos.

    Más adelante halló un cangrejo caminando detrás de una roca enorme. Se acuclilló para observarlo, fascinada por esa forma tan peculiar de moverse de lado. Cada vez que intentaba llegar al mar, ella le cortaba el paso con la mano. El pequeño insistía, avanzando primero hacia un lado y luego hacia el otro, y ella, divertida, volvía a interponerse. Un duelo de paciencia que él perdió primero. Entre risas, cuando volvió a bloquearle el camino, el cangrejo esa vez cerró sus pinzas con firmeza alrededor de su dedo.

    Aún recordaba el dolor que aquello le causó, tan vivido y punzante que podría jurar que, después de años, el cangrejo seguía aferrado a su dedo solo para darle una lección de límites. Y vaya que lo consiguió; aquella punzada fantasma bastó para devolverla, de golpe, a la realidad.

    «Está bien. Ganaste esta ronda, amigo crustáceo».

    Hizo una leve mueca, el recuerdo tardío de esas pinzas que, al parecer, aún tenían algo que reclamarle, antes de que el murmullo de la ceremonia la alcanzara en los oídos.

    Moiras santas. Eso... eso dolió bastante...

    Gracias a los dioses, el sacerdote terminó su labor, poniendo fin al análisis de aquella niña troyana. La reina Hécuba tomó de la mano a la niña para conducirla junto a sus hermanos al frente, y fue entonces que Afro descubrió el nombre de aquella chiquilla.

    ────Ven, Cassandra ─le dijo su madre─. Vamos a llevarle nuestros regalos al príncipe.

    Dedicándole una última mirada que prometía continuar con el estudio de su persona más tarde y sin hacer más, obediente, Cassandra dio media vuelta y se perdió entre la multitud de nobles que se amontonaba junto a sus hijos para presentar sus regalos a Eneas. Su familia se situó en el lugar de preeminencia que les correspondía, siendo ellos los primeros en entregar sus obsequios. Solo los hijos mayores de Príamo pasaron al frente para ofrecer las ramitas de olivo y laurel al pequeño príncipe. Claro, Eneas los observaba confundido con sus grandes ojitos. No comprendía lo que estaba ocurriendo. Pero su hijo ya desde bebé era valiente, ninguna sombra de duda o temor cubrió su rostro ante ninguno de esos extraños que se acercaron a darle la bienvenida al mundo.

    El banquete dio inicio y el palacio se llenó de música, cantos y risas. Las antorchas danzaban en los muros y las voces se mezclaron con el sonido de las copas. En lo que restó de la noche, Afro no volvió a saber nada de Cassandra ni de sus analíticos ojos de obsidiana. Por un momento, Afro se sintió como aquel cangrejo en la playa, solo que, a diferencia de él, ella ahora no tenía pinzas con que defenderse.

    Y no las necesitaba.
    𝐂𝐀𝐍𝐆𝐑𝐄𝐉𝐎 - 𝐕𝐈 🦀 𝐄𝐧 𝐥𝐚 𝐞𝐫𝐚 𝐝𝐞 𝐥𝐨𝐬 𝐡é𝐫𝐨𝐞𝐬 𝐲 𝐦𝐨𝐧𝐬𝐭𝐫𝐮𝐨𝐬 ────Yo, Anquises, hijo de Capis, descendiente Dárdano, presento ahora a mi hijo Eneas ante los dioses para pedir su protección y sus bendiciones. Al tercer día, como dictaban las costumbres de los troyanos, Anquises había alzado a su hijo frente al fuego del hogar, en una pequeña ceremonia a la que asistieron algunas de las familias nobles de las ciudades aliadas de Dardania. Luego, se volvió hacia el sacerdote, quién posó su mano sobre la cabeza de su hijo para bendecirlo. El sacerdote comenzó a recitar plegarias sagradas para el Portador de Tormentas, pero su voz, vieja y astillada como la corteza de un viejo roble, flotó a un lugar lejano para Afro. Ocupaba su sitio junto al resto de los sirvientes congregados en el patio del palacio, entre las sombras que retrocedían ante el fuego de las antorchas dispuestas a su alrededor. Se refugio bajo el largo velo que caía detrás de su espalda. Aunque era una noche de verano, el aire cargado del dulce aroma del incienso y jazmín estaba bastante fresco. ────¡Zeus Cronión! Portador del rayo, centelleante, tonante, fulminante; escúchanos ahora… Afro apretó las manos frente a su estómago y observó con cierto anhelo a los nobles aglomerados en el interior. No iba a negarlo: le habría encantado tener un sitio delante de todo ese gran gentío, a un lado de la reina Temiste, presenciando la ceremonia como lo que realmente era: la madre de Eneas. No obstante, estar hasta atrás también tenía sus ventajas; y es que mientras la ceremonia transcurría, Afro había tenido la ocasión de examinar con ojo curioso a los invitados. Observó sus ropajes, la calidad de las telas que eran superiores a lo que ella llevaba puesto, los colores, los bordados tan finos hechos con hilos de oro. Un hermoso collar de cuentas de ámbar rodeaba el cuello de una noble, resaltando el color de sus ojos felinos. «Ah, esta sabe perfectamente lo que lleva sobre las clavículas. Es su mejor arma, es obvio que acaparará todas las miradas. Y ya veo algunos cuellos curiosos erguidos en su dirección». Pensó Afro, apenas disimulando una sonrisa. En el otro extremo del salón, un hombre de túnica azul oscuro estaba parado a un costado de una columna, Afro arqueó una ceja. No parecía haber recibido la invitación con mucha antelación; había sido uno de los últimos invitados en atravesar las puertas y su sonrisa, aunque amable y cortes, supo ocultar el color en sus mejillas. ¿Habría corrido a toda prisa para llegar hasta el palacio? Una pulsera de diminutas conchas rodeaba su muñeca. Eso le hizo sospechar que quizás el hombre venía de las costas de Licia. Pero de todos los invitados, un grupo en particular llamó su atención. Nunca había visto a ninguno, a pesar de que había escuchado sus nombres; hacían compañía a la reina Temiste. La cercanía en su trato, la naturalidad con la que hablaban, tan amena y cercana, le indicó que ya existía confianza entre ellos desde hace un tiempo. Más tarde, Anquises se encargaría de contarle que se trataba de la casa real de Ilión (Troya). El rey Príamo con su corona de lapislázuli que resaltaba sobre la cascada de cabellos negros, llevaba del brazo a la reina Hécuba de mirada vivas y gentil. Y a su lado, se encontraban sus hijos, sosteniendo ramas de olivo y laurel entre sus manitas. Por la forma en que sus dedos jugueteaban con los tallos frescos, era evidente el gran esfuerzo que estaban poniendo en no pelear, ni bostezar. Que buenos estaban siendo esos niños, había pensado para sus adentros. Si ella tuviera ese nivel de paciencia, probablemente habría hecho grandes proezas hace mucho. Era un logro que debía reconocerse. Y casi como si le hubiera leído las palabras en la mente, la hija pequeña de Príamo giró la cabeza, en su dirección. Afro contuvo la respiración cuando esos ojos de obsidiana cruzaron con los suyos. ¿Por qué… esa niña la miraba así? Era la expresión de alguien que había encontrado un cabello en su comida y empieza, meticulosamente, a hacer una lista mental de posibles cabezas sospechosas a quién podría pertenecer esa hebra. Era la primera vez que un niño mortal la observaba de esa manera, con tanta suspicacia, y eso, para su propia sorpresa, le provocó un ligero nerviosismo. Forzó una sonrisa, la más amable que sus labios consiguieron esbozar y discretamente levantó la mano para saludarla. Pero su gesto se derritió al instante, como la nieve bajo el sol de primavera. La niña no solo no le devolvió el saludo, sino que su expresión ceñuda se tornó aún más analítica. Tragó saliva, aunque incomoda, Afro no se achicó, ni rompió el contacto visual. Dejó que la niña hiciera su análisis sobre ella, convirtiéndose en el objetivo de contemplación de su estudio. Creyó que la descomponía pieza por pieza, hasta entender cada función, o al menos, eso intentaba ¿Podía culparla? En su edad más temprana, motivada por la curiosidad inocente, Afro habría hecho lo mismo con una ostra y un cangrejo que encontró en las orillas de la playa de Chipre, la primera vez que pisó tierra firme después de su nacimiento en el seno de las profundidades del mar. Los dioses crecían a una velocidad alarmante, así que cuando el oleaje terminó de dar forma a la carne y la sangre celestial de su padre que habían sido arrojados al mar, las olas expulsaron a la superficie a una niña que, aunque frágil, tenía la fuerza suficiente en las extremidades para nadar hasta la costa. Su conocimiento sobre el mundo era limitado y sin nadie quién la supervisara, se dedicó a caminar por la playa desierta. La playa de arenas blancas era enorme, los árboles frondosos que se alzaban a la distancia no le inspiraron el menor deseo de adentrarse en su espesura. Vagó sin rumbo hasta que algo capturó su atención: una ostra. Era liviana entre sus manos y al no oír sonido alguno al sacudirla junto a su oído, la abrió con ayuda de una piedra de punta afilada. Dentro encontró un par de perlas que después convertiría en los pendientes que ahora llevaba puestos. Más adelante halló un cangrejo caminando detrás de una roca enorme. Se acuclilló para observarlo, fascinada por esa forma tan peculiar de moverse de lado. Cada vez que intentaba llegar al mar, ella le cortaba el paso con la mano. El pequeño insistía, avanzando primero hacia un lado y luego hacia el otro, y ella, divertida, volvía a interponerse. Un duelo de paciencia que él perdió primero. Entre risas, cuando volvió a bloquearle el camino, el cangrejo esa vez cerró sus pinzas con firmeza alrededor de su dedo. Aún recordaba el dolor que aquello le causó, tan vivido y punzante que podría jurar que, después de años, el cangrejo seguía aferrado a su dedo solo para darle una lección de límites. Y vaya que lo consiguió; aquella punzada fantasma bastó para devolverla, de golpe, a la realidad. «Está bien. Ganaste esta ronda, amigo crustáceo». Hizo una leve mueca, el recuerdo tardío de esas pinzas que, al parecer, aún tenían algo que reclamarle, antes de que el murmullo de la ceremonia la alcanzara en los oídos. Moiras santas. Eso... eso dolió bastante... Gracias a los dioses, el sacerdote terminó su labor, poniendo fin al análisis de aquella niña troyana. La reina Hécuba tomó de la mano a la niña para conducirla junto a sus hermanos al frente, y fue entonces que Afro descubrió el nombre de aquella chiquilla. ────Ven, Cassandra ─le dijo su madre─. Vamos a llevarle nuestros regalos al príncipe. Dedicándole una última mirada que prometía continuar con el estudio de su persona más tarde y sin hacer más, obediente, Cassandra dio media vuelta y se perdió entre la multitud de nobles que se amontonaba junto a sus hijos para presentar sus regalos a Eneas. Su familia se situó en el lugar de preeminencia que les correspondía, siendo ellos los primeros en entregar sus obsequios. Solo los hijos mayores de Príamo pasaron al frente para ofrecer las ramitas de olivo y laurel al pequeño príncipe. Claro, Eneas los observaba confundido con sus grandes ojitos. No comprendía lo que estaba ocurriendo. Pero su hijo ya desde bebé era valiente, ninguna sombra de duda o temor cubrió su rostro ante ninguno de esos extraños que se acercaron a darle la bienvenida al mundo. El banquete dio inicio y el palacio se llenó de música, cantos y risas. Las antorchas danzaban en los muros y las voces se mezclaron con el sonido de las copas. En lo que restó de la noche, Afro no volvió a saber nada de Cassandra ni de sus analíticos ojos de obsidiana. Por un momento, Afro se sintió como aquel cangrejo en la playa, solo que, a diferencia de él, ella ahora no tenía pinzas con que defenderse. Y no las necesitaba.
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  • Angela Di Trapani

    —¿Sabes algo, amor? —mi voz suena baja, un poco ronca todavía, pero cargada de esa decisión que lleva días haciéndome cosquillas en el pecho—. No quiero esperar más.

    —Ya sé que dijimos que lo haríamos cuando todo estuviera más tranquilo, cuando pudiéramos respirar sin mirar atrás, pero… ¿y si eso nunca pasa? —suspiro, girando un poco la cabeza hacia ti—. Siempre hay algo. Siempre hay una herida nueva, una sombra, una amenaza, una excusa. Y estoy cansada de posponer lo único que realmente quiero en esta vida: casarme contigo.

    —Quiero hacerlo ya, Angela. No necesito una boda perfecta, ni flores, ni invitados. Solo tú y yo. Un lugar tranquilo, algo sencillo. Prometerte que no voy a irme a ningún sitio más, que ya no quiero que nada nos robe más tiempo.

    —He estado pensando demasiado desde que desperté… —mi voz se quiebra apenas un poco, y sonrío con tristeza—. Perdí mucho, amor. Pero lo que no he perdido, lo que ni siquiera pudieron tocar, es lo que siento por ti. Y eso me basta.

    —Así que sí… quiero casarme contigo ya. Esta semana, mañana, ahora mismo si me dejas levantarme. —Río suave, casi temblando—. No quiero esperar más para llamarte mi esposa. No quiero que la vida nos vuelva a interrumpir.
    [haze_orange_shark_766] —¿Sabes algo, amor? —mi voz suena baja, un poco ronca todavía, pero cargada de esa decisión que lleva días haciéndome cosquillas en el pecho—. No quiero esperar más. —Ya sé que dijimos que lo haríamos cuando todo estuviera más tranquilo, cuando pudiéramos respirar sin mirar atrás, pero… ¿y si eso nunca pasa? —suspiro, girando un poco la cabeza hacia ti—. Siempre hay algo. Siempre hay una herida nueva, una sombra, una amenaza, una excusa. Y estoy cansada de posponer lo único que realmente quiero en esta vida: casarme contigo. —Quiero hacerlo ya, Angela. No necesito una boda perfecta, ni flores, ni invitados. Solo tú y yo. Un lugar tranquilo, algo sencillo. Prometerte que no voy a irme a ningún sitio más, que ya no quiero que nada nos robe más tiempo. —He estado pensando demasiado desde que desperté… —mi voz se quiebra apenas un poco, y sonrío con tristeza—. Perdí mucho, amor. Pero lo que no he perdido, lo que ni siquiera pudieron tocar, es lo que siento por ti. Y eso me basta. —Así que sí… quiero casarme contigo ya. Esta semana, mañana, ahora mismo si me dejas levantarme. —Río suave, casi temblando—. No quiero esperar más para llamarte mi esposa. No quiero que la vida nos vuelva a interrumpir.
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  • ΡΙЅѺ 𝟏ᙣ
    Fandom Sin Fandom
    Categoría Slice of Life
    Olivia Romero

    Katherine terminó de apilar las últimas hojas sobre el escritorio como quien coloca los peldaños que faltan en una escalera: con mano firme y la respiración contenida. El reloj sobre el escritorio marcaba las 22:48 y la oficina de MIRROR, con sus paredes acristaladas y pantallas apagadas, ya olía a tinta fría y a café viejo.

    «Rachel me matará cuando llegue a casa», pensó con una sonrisa corta

    Guardó la laptop en el bolso con cuidado, como quien guarda un objeto valioso que además es una parte de sí misma. Apagó la PC; las luces se extinguieron una por una, como si alguien fuera tirando de un cordón invisible. Se colgó el abrigo al hombro, comprobó con la yema del dedo el cierre de la bolsa y cerró la puerta de su oficina. El clic de la cerradura resonó en el pasillo largo, un sonido pequeño que, sin embargo, marcó el fin del día laboral.

    Empezó a caminar hacia el elevador. Sus tacones golpeaban el suelo en un ritmo que ella intentó mantener contenido —no quería despertar fantasmas de trabajo en la mente todavía—. Al llegar, pulsó planta baja; el panel indicó el descenso y, unos segundos después, el ascensor se detuvo en el piso 16. Katherine, que estaba en el 17, se hizo a un lado para dejar entrar a una joven rubia. Mientras tanto sacó el móvil con un gesto automático y escribió un mensaje corto, directo, lo esencial que siempre decía cuando necesitaba calmar a Rachel antes de entrar a la casa:

    "Ya estoy en camino, cielo.
    Te debo una cena "

    Lo envió y guardó el teléfono; la pantalla volvió a quedarse negra en su mano. Por un momento, dejó que la sonrisa se ensanchara: Rachel diría que no, que no quería la cena, que prefería un abrazo, y ella ya sabía que al final Rachel la perdonaría con una sesión de besos y una película de por medio.

    El ascensor reinició su movimiento pero, al detenerse en la planta 13, Katherine suspiró y dejó el móvil en el bolsillo con un refunfuño que no alcanzó a convertirse en queja.

    —Mierda, se supone que es de última tecnología —murmuró, golpeando el botón de planta baja otra vez, como quien intenta convencer a un caprichoso de que haga lo que le corresponde.

    Sus palabras se esparcieron en el reducido espacio metálico y rebotaron en los paneles pulidos. Un olor a limpieza industrial y a metal caliente llenó el ambiente. Tocó el botón con el mismo dedo con el que apenas un instante antes había cerrado el bolso; notó el leve temblor de su mano, más por cansancio que por nervios.

    Sin embargo, antes de que el ascensor pudiera reanudar la marcha, la luz se cortó. Un silencio absoluto se tragó los pequeños ruidos eléctricos y, por un segundo, solo quedaron los latidos de su propio pulso en sus oídos.
    [flash_brass_tiger_817] Katherine terminó de apilar las últimas hojas sobre el escritorio como quien coloca los peldaños que faltan en una escalera: con mano firme y la respiración contenida. El reloj sobre el escritorio marcaba las 22:48 y la oficina de MIRROR, con sus paredes acristaladas y pantallas apagadas, ya olía a tinta fría y a café viejo. «Rachel me matará cuando llegue a casa», pensó con una sonrisa corta Guardó la laptop en el bolso con cuidado, como quien guarda un objeto valioso que además es una parte de sí misma. Apagó la PC; las luces se extinguieron una por una, como si alguien fuera tirando de un cordón invisible. Se colgó el abrigo al hombro, comprobó con la yema del dedo el cierre de la bolsa y cerró la puerta de su oficina. El clic de la cerradura resonó en el pasillo largo, un sonido pequeño que, sin embargo, marcó el fin del día laboral. Empezó a caminar hacia el elevador. Sus tacones golpeaban el suelo en un ritmo que ella intentó mantener contenido —no quería despertar fantasmas de trabajo en la mente todavía—. Al llegar, pulsó planta baja; el panel indicó el descenso y, unos segundos después, el ascensor se detuvo en el piso 16. Katherine, que estaba en el 17, se hizo a un lado para dejar entrar a una joven rubia. Mientras tanto sacó el móvil con un gesto automático y escribió un mensaje corto, directo, lo esencial que siempre decía cuando necesitaba calmar a Rachel antes de entrar a la casa: "Ya estoy en camino, cielo. Te debo una cena 🤍" Lo envió y guardó el teléfono; la pantalla volvió a quedarse negra en su mano. Por un momento, dejó que la sonrisa se ensanchara: Rachel diría que no, que no quería la cena, que prefería un abrazo, y ella ya sabía que al final Rachel la perdonaría con una sesión de besos y una película de por medio. El ascensor reinició su movimiento pero, al detenerse en la planta 13, Katherine suspiró y dejó el móvil en el bolsillo con un refunfuño que no alcanzó a convertirse en queja. —Mierda, se supone que es de última tecnología —murmuró, golpeando el botón de planta baja otra vez, como quien intenta convencer a un caprichoso de que haga lo que le corresponde. Sus palabras se esparcieron en el reducido espacio metálico y rebotaron en los paneles pulidos. Un olor a limpieza industrial y a metal caliente llenó el ambiente. Tocó el botón con el mismo dedo con el que apenas un instante antes había cerrado el bolso; notó el leve temblor de su mano, más por cansancio que por nervios. Sin embargo, antes de que el ascensor pudiera reanudar la marcha, la luz se cortó. Un silencio absoluto se tragó los pequeños ruidos eléctricos y, por un segundo, solo quedaron los latidos de su propio pulso en sus oídos.
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