Estaba adormilada. No dormir parecía la norma dentro de aquel búnker, pero había llegado un punto donde le resultaba insostenible ser capaz de mantenerse despierta también. No quería dormir a horas intempestivas porque luego por la noche no conciliaría el sueño, pero si durante las horas nocturnas parecía incluso más alerta existir estaba siendo una auténtica lucha por la supervivencia. Por eso, mientras removía los cereales con una pereza sobrehumana, valga el chiste, estuvo cerca de caerse hacia atrás de la silla al ver de repente a Castiel allí. No había interactuado nada con él, apenas lo había visto en un par de ocasiones, pero se le erizaba todo el pelo cuando lo tenía cerca, como si fuera consciente de que su naturaleza chocaba abruptamente con la del ángel.
— ¿Te he asustado?
— Pues sí, eres demasiado silencioso. Pensaba que no podías entrar directamente.
— La puerta estaba abierta.
Sabía que era difícil comunicarse con él, pero ella tampoco llevaba tanto tiempo entre humanos como para que algunas frases hechas y nociones se le escaparan. El bendito internet había supuesto un cambio radical a la hora de absorber información. Resopló y soltó la cuchara que aún yacía dentro del bol para pasarse las manos por la cara.
— Si buscas a los Winchester o a Claire, no están ninguno. Creo que han salido de caza – aseguró, porque suponía que ella era una intermediaria en todo aquel organizado sistema que tenían entre ellos.
A veces prefería no estar al día de las empresas que se traían entre manos. Solo faltaba una razón más para no pegar ojo en toda la noche. Para colmo de males sus suposiciones para con el ángel eran erróneas.
— No es con ellos con quién he venido a hablar.
De repente se percató de que estaba sola en el búnker, como si aquel hecho no hubiera sido real hasta ese instante, y se le erizó el vello de la nuca. En su interior todas las alarmas saltaron y se irguió con sumo cuidado en el asiento antes de incorporarse muy lentamente. No conocía los poderes de Castiel, graso error teniendo en cuenta que no pestañeaba mientras ella se movía, y empezaba a sentir esa inquietud que caracterizaba los preámbulos de una pelea. Incluso se le aceleró el corazón. Para colmo, el ángel no había movido un músculo. Seguía en pie, con esa expresión apática sin apenas pestañear. Los ojos azules se mantenían en ella, frío e impertérritos, y estuvo tentada de transgredir su norma interna de no transformarse en huargo dentro del búnker, a riesgo de que él la considerase una amenaza que debía neutralizar.
— Vengo en son de paz, no hace falta que te pongas a la defensiva.
— Bueno, es que resulta un pelín sospechoso que te presentes aquí cuando estoy yo sola, ¿sabes? Independientemente de que quisieras hablar conmigo, ellos podían haber estado aquí y yo no me habría sentido tan… violenta – el ángel ladeó la cabeza y frunció el ceño, inquisitivo. A veces se le olvidaba que era como un cachorrillo cuando se trataban ciertas premisas.
— No entiendo la diferencia. Habría hablado contigo a solas igual.
— Sí, pero ellos estarían de respaldo – puso los ojos en blanco –. Es igual, Castiel. ¿Qué quieres?
— Que te vayas.
Sabía que era directo. Dolorosamente directo. Pero aquello fue más como ser disparada por una escopeta del doce con el cañón directamente el pecho, pero no de las de sal. Se congeló en el sitio con los labios entreabiertos y tratando de digerir la premisa del ángel. En medio de la abrumadora oleada de emociones que le asaltaron a raíz de aquella corta frase, lo que más le dolía era que había expuesto en palabras un miedo que llevaba asolándola desde que pisó el búnker por primera vez hacía meses. Presionó los labios para no balbucear y cortó el contacto visual con el ángel.
— Tu estancia aquí es una amenaza. Les pones en peligro constantemente.
— Lo sé.
— No perteneces a este mundo. Tu lugar no está en la Tierra y todo el tiempo que pasas aquí estás aventurándote a acabar siendo reclamada.
— Ya lo sé.
— Vete antes de que alguien más pague las consecuencias de tus actos. Al menos te quedarás con el buen recuerdo.
No se podía negar que, como ángel de la guarda, fuera eficiente. Pero no podía negar tampoco que se sentía desde hacía mucho tiempo como un error en la matrix, uno que tarde o temprano debía ser subsanado a pesar de que no consideraba que hiciera ningún daño estando allí. Pero, como Castiel había dicho, era cuestión de tiempo que llegara el reclamo… y eso sí que podría llegar a resultar un problema.
Cuando alzó la mirada, ya se había ido, volvía a estar a solas y el silencio pesaba como dos manos fantasmales en los hombros que le recordaban la conversación y esa dolorosa realidad. Tomó asiento con la condena al cuello y, en un arrebato de rabia, empujó el tazón de cereales hasta que se estrelló contra el suelo en un golpe sordo, esparciendo pedazos de cerámica, leche y cereales. Apoyó los codos sobre la mesa y enredó los dedos en su propio pelo, presionando los labios y los ojos con fuerza. Por primera vez en todo el tiempo que llevaba allí, se planteó la idea de alejarse. Porque sabía que Castiel tenía razón.
Y solo la idea de separarse y no regresar la destrozaba.