"Caminando con los Muertos" (Parte III)
Es un crujido el que retumba en el ambiente haciendo eco en el pecho del brujo como lo haría un parlante de cualquier concierto metal, pero sin ruido.
— Amo, eso no es natural... —advierte Lester, quien ha sentido exactamente lo mismo y luce sus plumas erizadas cual gato espantado.
Tolek no dice nada, pero aprecia la advertencia. Pronto, alza una mano para aplastar al cuervo contra su cuerpo, pues presiente la llegada de las consecuencias de la brecha rota.
Una onda expansiva gélida empuja llevándose consigo las almas, los cadáveres fantasmales, los restos que descansaban a su alrededor. Todo vuela violentamente lejos hacia atrás, dejando al brujo y al cuervo como diminutas motas en medio de un trazo marcado sobre el lodo por un pincel gigante que hubiera barrido por encima de ellos.
Para el brujo cuyas raíces calan intrínsecas en la naturaleza misma del frío elemental, la ráfaga le resulta energizante como una ducha helada. Marcas antiguas brillan pulsando en símbolos paganos surcando su piel cuando absorbe la esencia del impulso.
— Puede que no sea natural de aquí ahora, pero lo fue, más que cualquier otra cosa, aunque hace ya mucho tiempo.
Las voces de las almas que han resultado liberadas arrastran consigo una mortaja más antigua que las edades actuales, más foráneas, pero a la vez también originales. Tolek resuena con el dolor que estas arrastran y disfruta, por repulsivo que le parezca, cuando el instinto del Liche se agita en su interior exigiendo ser alimentado.
El brujo se encoge conteniéndose a sí mismo, presiona quizás demasiado al ave sobre su hombro, aunque sólo quiera protegerle. Cierra los ojos con fuerza y respira profundo.
— Amo, me vas a hacer puré de cuervo —protesta Lester, su voz resonando en la mente del brujo.
Tolek sacude la cabeza con fuerza en un intento por deshacerse de la lujuria de la muerte que intenta apoderarse de él.
— Lo siento —murmura en respuesta.
Afloja así la presión sobre el ave, antes de alzar la cabeza enderezando el cuerpo. Ha perdido la dirección de donde apareció la brecha y hacia donde huyeron las almas ya dispersas.
— ¿Has visto dónde ha sido eso? —Pregunta, impaciente, a su ave guía.
Pero Lester estaba cubierto por la manota del brujo, ¿Cómo podría haber visto algo?
— Amo, no pude. Estaba ocupado siendo estampilla.
El brujo deja escapar un gruñido de frustración mientras observa alrededor donde no ve más que un interminable horizonte igual en todas direcciones, hasta que algo toma forma a lo lejos rompiendo la silueta monótona del más allá.
Es la figura recortada de una criatura demasiado alta para ser humana, con cuernos saliendo de su cabeza cuyo rostro cadavérico se muestra similar al de un ciervo sin piel alguna, sus ojos destellando apenas en el vacío de sus cuencas.
Tolek enfrenta los ojos de la criatura que, otra vez, le parece más familiar aún que la esencia liberada de la brecha rota. Es una presencia antigua, rancia y marchita como el aroma de una cueva enmohecida y encerrada, pero a la vez llena de vida como las ciénagas a la luz del sol de primavera.
Veles.
Y en cuanto Tolek le reconoce, prestándose a posar una rodilla en el fangoso suelo en reverencia al espíritu guardián de su clan, la figura desaparece.
— ¡Amo, ese era...! —Exclama el cuervo.
— Nos está señalando el camino.
#ElBrujoCojo §iძ𝑬
Es un crujido el que retumba en el ambiente haciendo eco en el pecho del brujo como lo haría un parlante de cualquier concierto metal, pero sin ruido.
— Amo, eso no es natural... —advierte Lester, quien ha sentido exactamente lo mismo y luce sus plumas erizadas cual gato espantado.
Tolek no dice nada, pero aprecia la advertencia. Pronto, alza una mano para aplastar al cuervo contra su cuerpo, pues presiente la llegada de las consecuencias de la brecha rota.
Una onda expansiva gélida empuja llevándose consigo las almas, los cadáveres fantasmales, los restos que descansaban a su alrededor. Todo vuela violentamente lejos hacia atrás, dejando al brujo y al cuervo como diminutas motas en medio de un trazo marcado sobre el lodo por un pincel gigante que hubiera barrido por encima de ellos.
Para el brujo cuyas raíces calan intrínsecas en la naturaleza misma del frío elemental, la ráfaga le resulta energizante como una ducha helada. Marcas antiguas brillan pulsando en símbolos paganos surcando su piel cuando absorbe la esencia del impulso.
— Puede que no sea natural de aquí ahora, pero lo fue, más que cualquier otra cosa, aunque hace ya mucho tiempo.
Las voces de las almas que han resultado liberadas arrastran consigo una mortaja más antigua que las edades actuales, más foráneas, pero a la vez también originales. Tolek resuena con el dolor que estas arrastran y disfruta, por repulsivo que le parezca, cuando el instinto del Liche se agita en su interior exigiendo ser alimentado.
El brujo se encoge conteniéndose a sí mismo, presiona quizás demasiado al ave sobre su hombro, aunque sólo quiera protegerle. Cierra los ojos con fuerza y respira profundo.
— Amo, me vas a hacer puré de cuervo —protesta Lester, su voz resonando en la mente del brujo.
Tolek sacude la cabeza con fuerza en un intento por deshacerse de la lujuria de la muerte que intenta apoderarse de él.
— Lo siento —murmura en respuesta.
Afloja así la presión sobre el ave, antes de alzar la cabeza enderezando el cuerpo. Ha perdido la dirección de donde apareció la brecha y hacia donde huyeron las almas ya dispersas.
— ¿Has visto dónde ha sido eso? —Pregunta, impaciente, a su ave guía.
Pero Lester estaba cubierto por la manota del brujo, ¿Cómo podría haber visto algo?
— Amo, no pude. Estaba ocupado siendo estampilla.
El brujo deja escapar un gruñido de frustración mientras observa alrededor donde no ve más que un interminable horizonte igual en todas direcciones, hasta que algo toma forma a lo lejos rompiendo la silueta monótona del más allá.
Es la figura recortada de una criatura demasiado alta para ser humana, con cuernos saliendo de su cabeza cuyo rostro cadavérico se muestra similar al de un ciervo sin piel alguna, sus ojos destellando apenas en el vacío de sus cuencas.
Tolek enfrenta los ojos de la criatura que, otra vez, le parece más familiar aún que la esencia liberada de la brecha rota. Es una presencia antigua, rancia y marchita como el aroma de una cueva enmohecida y encerrada, pero a la vez llena de vida como las ciénagas a la luz del sol de primavera.
Veles.
Y en cuanto Tolek le reconoce, prestándose a posar una rodilla en el fangoso suelo en reverencia al espíritu guardián de su clan, la figura desaparece.
— ¡Amo, ese era...! —Exclama el cuervo.
— Nos está señalando el camino.
#ElBrujoCojo §iძ𝑬
"Caminando con los Muertos" (Parte III)
Es un crujido el que retumba en el ambiente haciendo eco en el pecho del brujo como lo haría un parlante de cualquier concierto metal, pero sin ruido.
— Amo, eso no es natural... —advierte Lester, quien ha sentido exactamente lo mismo y luce sus plumas erizadas cual gato espantado.
Tolek no dice nada, pero aprecia la advertencia. Pronto, alza una mano para aplastar al cuervo contra su cuerpo, pues presiente la llegada de las consecuencias de la brecha rota.
Una onda expansiva gélida empuja llevándose consigo las almas, los cadáveres fantasmales, los restos que descansaban a su alrededor. Todo vuela violentamente lejos hacia atrás, dejando al brujo y al cuervo como diminutas motas en medio de un trazo marcado sobre el lodo por un pincel gigante que hubiera barrido por encima de ellos.
Para el brujo cuyas raíces calan intrínsecas en la naturaleza misma del frío elemental, la ráfaga le resulta energizante como una ducha helada. Marcas antiguas brillan pulsando en símbolos paganos surcando su piel cuando absorbe la esencia del impulso.
— Puede que no sea natural de aquí ahora, pero lo fue, más que cualquier otra cosa, aunque hace ya mucho tiempo.
Las voces de las almas que han resultado liberadas arrastran consigo una mortaja más antigua que las edades actuales, más foráneas, pero a la vez también originales. Tolek resuena con el dolor que estas arrastran y disfruta, por repulsivo que le parezca, cuando el instinto del Liche se agita en su interior exigiendo ser alimentado.
El brujo se encoge conteniéndose a sí mismo, presiona quizás demasiado al ave sobre su hombro, aunque sólo quiera protegerle. Cierra los ojos con fuerza y respira profundo.
— Amo, me vas a hacer puré de cuervo —protesta Lester, su voz resonando en la mente del brujo.
Tolek sacude la cabeza con fuerza en un intento por deshacerse de la lujuria de la muerte que intenta apoderarse de él.
— Lo siento —murmura en respuesta.
Afloja así la presión sobre el ave, antes de alzar la cabeza enderezando el cuerpo. Ha perdido la dirección de donde apareció la brecha y hacia donde huyeron las almas ya dispersas.
— ¿Has visto dónde ha sido eso? —Pregunta, impaciente, a su ave guía.
Pero Lester estaba cubierto por la manota del brujo, ¿Cómo podría haber visto algo?
— Amo, no pude. Estaba ocupado siendo estampilla.
El brujo deja escapar un gruñido de frustración mientras observa alrededor donde no ve más que un interminable horizonte igual en todas direcciones, hasta que algo toma forma a lo lejos rompiendo la silueta monótona del más allá.
Es la figura recortada de una criatura demasiado alta para ser humana, con cuernos saliendo de su cabeza cuyo rostro cadavérico se muestra similar al de un ciervo sin piel alguna, sus ojos destellando apenas en el vacío de sus cuencas.
Tolek enfrenta los ojos de la criatura que, otra vez, le parece más familiar aún que la esencia liberada de la brecha rota. Es una presencia antigua, rancia y marchita como el aroma de una cueva enmohecida y encerrada, pero a la vez llena de vida como las ciénagas a la luz del sol de primavera.
Veles.
Y en cuanto Tolek le reconoce, prestándose a posar una rodilla en el fangoso suelo en reverencia al espíritu guardián de su clan, la figura desaparece.
— ¡Amo, ese era...! —Exclama el cuervo.
— Nos está señalando el camino.
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