Los recientes acontecimientos le habían obligado a la caballera a parar su vida por unos instantes, en primer lugar tenía que la emérita reina, Ekaterina, estaba ahora en una situación delicada, había osado drogar a su hermana, a su protegida, mientras la caballera estaba ocupada mostrandole al nuevo aventurero extranjero, Glace, cómo era la vida en Fjellriket.
Edain había sido, mucho tiempo atrás, elegida por su madre, Shadi, para ser aquella persona que protegiera a Aida no solo del exterior si no de si misma, le había sido ordenada la misión de proteger con su vida a su hermana, y había fallado estrepitosamente, antes de que Edain pudiera rectificar todo lo ocurrido había corrido tan rápido como la polvora hasta tal punto que se había roto el compromiso de Aidna y Nifrid. Edain con apenas treinta inviernos a sus espaldas marchó a la cabaña de su madre en busca de sabiduría y consejo.
— Me desobedeciste deliberadamente, Edain. — Clamaba la fría y seria voz de Shadi.
— Madre debía de ayudar al cuervo rojo a. . . — Se defendió Edain.
— No solo pusiste en peligro la vida de tu hermana si no que has puesto a todo un reino en el punto de mira. — Shadi estaba pagando con su hija más servicial la impotencia de una situación que ni siquiera una Aotrom podría haber controlado.
— Madre, no me fui del reino, ni siquiera a la misión de investigar las desapariciones, Madre. . . — Suplicaba Edain que estaba de rodillas ante el trono de la Aotrom del Invierno.
— Todo son excusas Edain, ahora no solo perderé una hija si no que he de castigar tu ineptitud y reconducir a Aidna ¿Eres consciente de lo que has hecho? Peligra la corona de Fjellriket por que decidiste que un hombre era más importante que tu hermana. —
— Eso no es cierto. . . No hay nada más importante para mi que Aidna. — Un hilo de voz, un nudo en la garganta. Estaba apunto de llorar.
— Esperaba mucho más de ti, de mi hija. Naciste de mis entrañas, neciste de mi carne, te di a luz en esta misma cabaña, tomaste la leche de mis senos y te ofrecí a la mejor vida que podrías tener, a la del castillo ¿Así me lo agradeces?— La severa voz resonaba por toda la estancia de tal forma que parecía que los tambores de guerra resonaban.
Shadi exhaló y su gélido aliento se condensó en el aire. La aotrom miraba severamente a su hija que ya había comenzado a llorar sintindose culpable por no haber protegido a Aidna. — Mirame a los ojos, Edain. Voy a castigarte por tu error. — Aquella mirada de Shadi podría haber congelado en el acto a cualquier humano, podría, literalmente, haberlo matado pero Edain, como semi-Aotrom hija de Shadi el frío no le afectaba.
— Sí madre. — Edain alzó la mirada y ambos se encontraron con el mismo tipo de azulado color, era innegable que eran madre e hija. Shadi alzó una ceja pues había podido ver en la mirada de su hija que se estaba revelando, que no estaba cediendo al completo, por otro lado Edain que no entendía por qué debía de ser castigada, aun con las lágrimas deslizándose por sus mejillas le mantenía una gélida mirada a Shadi, la diosa frunció el ceño y alzó la mano hacia Edain y la sumió en un profundo sueño, uno no muy agradable.
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Edain portaa su arma en las manos y paraba los golpes con fiereza y precisión, estaba en medio de una guerra, estaba cuvierta de polvo del camino, sangre y algunas heridas, su armadura estaba maltrecha y los tintes blancos y azules habían perdido su brillo. Edain asestaba golpes calculados y meditados, era una maestra con la espada, era una caballera real, no podía ser menos.
Los tambores de guerra resonaron a retirada. Mierda. Edain tensó la mandíbula y empezó a levantar a sus aliados para que empezasen a correr hacia las trincheras a refugiarse.
Olía a sangre, a odio y desesperación. Ella fue la última en salir del campo de batalla, y entonces lo vio, vio a Aidna. Sonrió, se alegraba por su hermana, estaba bien. Pero Aidna estaba conjurando una tormenta de hielo sobre las trincheras.
¿Qué estaba ocurriendo?
—¡¡Aidna!! Detente ¡¡Vas a matarlos!! — Gritó Edain corriendo hacia su hermana pero algo impactó en ella, fue un sonido sordo y seco un "Thudth", tenía una flecha atravesándole el hombro derecho. Un fuerte pitido en los oídos, se acababa de desorientar.
Detrás de Aidna, una mujer de cabello plateado con un arco, tenía ese porte de reina que pocos poseen, y aquellos ojos morados... ¿Rhianwen?
Edain se recompuso y siguió corriendo tan rápido como podía, tan rápido como le prestaban las piernas pero otra flecha impactó en su cuerpo, esta vez en su muslo lo que hizo que cayera rodando al suelo. De nuevo se levantó y supo que no podría avanzar más.
— ¡Aidna, detente! — Pero Aidna o hizo caso alguno lo que hizo que Edain tuviera que usar la magia que la propia Aidna le había enseñado, usando ell nombre del viento empujó la tormenta de hielo de su hermana hacia un lado, esta vez Aidna sí la miró pero no fue lo que Edain esperaba. Los ojos de Aidna eran tan morados como los de Rhianwen. ¿Corruptas? ¿Cómo podía Aidna corromperse? Era. . . Ella no era humana ¿Cómo iba a corromperse alguien como Adina?
Edain usó su propia espada como catalizador de su madia, así le era mucho más fácil de controlar.
Rhianwen apresó a Edain con un hechizo inmovilizante y Aida volvió a mover la tormenta de hielo, haciendo que cayera sobre las trincheras, los soldados de Fjellriket se lamentaban y gritaban, pues el mundo podía sucumbir ante el fuego pero también ante el hielo pues también era grande y poderoso.