• ⠀⠀.·:⠀*⠀𝐅𝐞𝐥𝐢𝐳 𝐬𝐨𝐥𝐬𝐭𝐢𝐜𝐢𝐨, 𝐆𝐞𝐧𝐞𝐫𝐚𝐥.⠀*⠀:·.
    ⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀ ✧⠀˖⠀°⠀.

    Aguantar a Cassian por lo general solía ser un verdadero DOLOR DE CABEZA, y eso... bien lo sabían Nesta y Azriel.

    Pero entre Cassian y Nesta había un entendimiento puro que pocos podrían llegar a entender, Nesta había aprendido a no rechazar aquellos sentimiento, había aprendido (solo un poco) a creerse merecedora de cualquier sentimiento que no fuera oscuro y destructivo para ella, era por eso que toleraba a Cassian mucho más de lo que toleraba a cualquier persona de su alrededor, exceptuando las Valkirias, claro.

    Aquel solsticio, aprendiendo las tradiciones de su hermana menor y Alta Lady, y de todo el Circulo interno, decidió que era momento de participar en aquella tradición de intercambiar regalos, si bien los dos solsticios anteriores no había sido capaz de dar el paso para regalarle algo al General, aquel año se prometió a si misma que sería diferente, que sería... ¿Mejor?

    Los días anteriores al solsticio Nesta había estado pasando tiempo en la forja para crear algo para su hermana Feyre, y a la vez el tiempo restante lo invertía en zambullirse entre libros para poder encontrar una idea digna de el General de la Corte Noche. Nada le parecía 𝐥𝐨 𝐬𝐮𝐟𝐢𝐜𝐢𝐞𝐧𝐭𝐞𝐦𝐞𝐧𝐭𝐞 𝐛𝐮𝐞𝐧𝐨 para Cassian, de hecho, la Alta Fae había tenido hasta el impulso de ir a hablar con su cuñado Rhysand para obtener algunas ideas frescas, pero finalmente no lo hizo.

    Un día, buceando entre libros, páginas y gruñidos de frustración llegó a sus manos un libro que más bien parecía un cuento infantil, parecía que eran historias que antaño se les contaba a los niños Ilyrios para dormir, había una historia de un pato horrendo, de una niña tan chiquitita como un garbanzo, de un niño que rescataba a los niños que se perdían y se quedaban sin padres, una princesa que perdía su zapato... La lectura transportó a Nesta a un deseo de revivir una infancia que no tuvo. Si miraba atrás solo recordaba la estricta mirada de su madre clavada en ella, moldeándola, preparándola para algo, pero momentáneamente esa "Nesta pequeña" se sentía reconfortada con la idea de que si hubiera conocido a Cassian de niño ambos hubieran jugado juntos, bueno, seguramente no, su madre no les hubiera dejado, de hecho, ella le hubiera tenido miedo al pequeño Ilyrio y su madre lo hubiera espantado a gritos o pedradas o a saber qué, pero... si hubiera sabido todo lo que sabía en aquel momento... Se esforzó en visualizar a un Cassian de cinco o seis años, correteando con un pequeño Azriel y un Rhysand en miniatura, haciendo maldades y peleándose con espadas de madera. La Alta Fae sonrió con aquella visión imaginaria, sabía lo que tenía que hacer.

    Aprovechando su tiempo en la forja para preparar el regalo de Feyra, también preparó algo para Cassian, pero para él empleó aleaciones de metales pesados de dos colores diferentes, plateado y negro. Con el poco tiempo que le quedaba libre consiguió material para tallar dos tablas de maderas de colores diferentes.

    Cuando terminó aquella tarea, envolvió aquello en dos cajas diferentes, esperaba que Cassian entendiera que aquel regalo no era solo para alimentar "los juegos de la niñez" si no también para pasar tiempo con él, 𝐣𝐮𝐠𝐚𝐧𝐝𝐨.

    Cuando la fiesta estaba en su ecuador, Nesta se acercó al General tendiéndole las dos cajas, no titubeó, le miró a los ojos directamente, desafiándole.

    — Feliz solsticio, 𝐂𝐀𝐒𝐒𝐈𝐀𝐍 .

    En aquel regalo se escondían los deseos de una Alta Fae por pasar más tiempo con el Ilyrio jugando a un simple juego de estrategia. Un set completo de ajedrez, con su tablero incluido esperaba a Cassian.
    ⠀⠀.·:⠀*⠀𝐅𝐞𝐥𝐢𝐳 𝐬𝐨𝐥𝐬𝐭𝐢𝐜𝐢𝐨, 𝐆𝐞𝐧𝐞𝐫𝐚𝐥.⠀*⠀:·. ⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀ ✧⠀˖⠀°⠀. Aguantar a Cassian por lo general solía ser un verdadero DOLOR DE CABEZA, y eso... bien lo sabían Nesta y Azriel. Pero entre Cassian y Nesta había un entendimiento puro que pocos podrían llegar a entender, Nesta había aprendido a no rechazar aquellos sentimiento, había aprendido (solo un poco) a creerse merecedora de cualquier sentimiento que no fuera oscuro y destructivo para ella, era por eso que toleraba a Cassian mucho más de lo que toleraba a cualquier persona de su alrededor, exceptuando las Valkirias, claro. Aquel solsticio, aprendiendo las tradiciones de su hermana menor y Alta Lady, y de todo el Circulo interno, decidió que era momento de participar en aquella tradición de intercambiar regalos, si bien los dos solsticios anteriores no había sido capaz de dar el paso para regalarle algo al General, aquel año se prometió a si misma que sería diferente, que sería... ¿Mejor? Los días anteriores al solsticio Nesta había estado pasando tiempo en la forja para crear algo para su hermana Feyre, y a la vez el tiempo restante lo invertía en zambullirse entre libros para poder encontrar una idea digna de el General de la Corte Noche. Nada le parecía 𝐥𝐨 𝐬𝐮𝐟𝐢𝐜𝐢𝐞𝐧𝐭𝐞𝐦𝐞𝐧𝐭𝐞 𝐛𝐮𝐞𝐧𝐨 para Cassian, de hecho, la Alta Fae había tenido hasta el impulso de ir a hablar con su cuñado Rhysand para obtener algunas ideas frescas, pero finalmente no lo hizo. Un día, buceando entre libros, páginas y gruñidos de frustración llegó a sus manos un libro que más bien parecía un cuento infantil, parecía que eran historias que antaño se les contaba a los niños Ilyrios para dormir, había una historia de un pato horrendo, de una niña tan chiquitita como un garbanzo, de un niño que rescataba a los niños que se perdían y se quedaban sin padres, una princesa que perdía su zapato... La lectura transportó a Nesta a un deseo de revivir una infancia que no tuvo. Si miraba atrás solo recordaba la estricta mirada de su madre clavada en ella, moldeándola, preparándola para algo, pero momentáneamente esa "Nesta pequeña" se sentía reconfortada con la idea de que si hubiera conocido a Cassian de niño ambos hubieran jugado juntos, bueno, seguramente no, su madre no les hubiera dejado, de hecho, ella le hubiera tenido miedo al pequeño Ilyrio y su madre lo hubiera espantado a gritos o pedradas o a saber qué, pero... si hubiera sabido todo lo que sabía en aquel momento... Se esforzó en visualizar a un Cassian de cinco o seis años, correteando con un pequeño Azriel y un Rhysand en miniatura, haciendo maldades y peleándose con espadas de madera. La Alta Fae sonrió con aquella visión imaginaria, sabía lo que tenía que hacer. Aprovechando su tiempo en la forja para preparar el regalo de Feyra, también preparó algo para Cassian, pero para él empleó aleaciones de metales pesados de dos colores diferentes, plateado y negro. Con el poco tiempo que le quedaba libre consiguió material para tallar dos tablas de maderas de colores diferentes. Cuando terminó aquella tarea, envolvió aquello en dos cajas diferentes, esperaba que Cassian entendiera que aquel regalo no era solo para alimentar "los juegos de la niñez" si no también para pasar tiempo con él, 𝐣𝐮𝐠𝐚𝐧𝐝𝐨. Cuando la fiesta estaba en su ecuador, Nesta se acercó al General tendiéndole las dos cajas, no titubeó, le miró a los ojos directamente, desafiándole. — Feliz solsticio, [N1GHTCOMMANDER]. En aquel regalo se escondían los deseos de una Alta Fae por pasar más tiempo con el Ilyrio jugando a un simple juego de estrategia. Un set completo de ajedrez, con su tablero incluido esperaba a Cassian. ⠀
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  • This can be our secret… if you want.
    Fandom Game Of Thrones
    Categoría Romance
    STARTER PARA 𝚂𝙰𝙽𝙳𝙾𝚁 𝙲𝙻𝙴𝙶𝙰𝙽𝙴

    Aquella noche, tras temer durante horas soñar con el hombre que la mantenía en vilo, resultó soñar con el único que había conseguido calmarla. No solo a ella, sino a su dolor. Aquel que la había atormentado, que la había hecho sangrar en la bañera, que había conseguido que incluso él, el hombre más tosco de aquel lugar, arrugara el ceño.

    Aquella noche, Serenna soñó con Sandor.
    Pero no fue un sueño apacible, ni agradable. Fue uno de aquellos que te despiertan en mitad de la noche con la frente perlada.

    Las preocupaciones de la noche anterior la habían llevado hasta allí, hasta aquel recóndito lugar de su mente en el que se proyectaron sus miedos. Su temor a haber perdido el poco acercamiento que había tenido con su protector.

    El miedo de haberle asustado, de haberse sobrepasado, tal vez. El miedo a… perder lo único que le quedaba en aquel castillo y, probablemente, en aquel mundo.

    Lord Tywin Lannister parecía no sentir ni un mínimo resquicio de cariño, la mantenía aún en su encierro como un castigo que parecía eterno.

    Ella por supuesto, no sabía que Sandor le explicaba cada noche cómo había sido el día. Que el León sabía perfectamente cómo estaba, lo que hacía, y cómo seguía.

    Y tal vez por eso, su preocupación había pasado de estar en él a estar en Sandor Clegane: El Perro. Su guardián. Su sombra.

    ------------------------------------------------------

    Se había despertado aquella mañana, agitada, con el dolor aún retumbando en su vientre. No había olvidado la noche anterior, y la pesadilla hizo que fuese por ello imposible. Sandor todavía no estaba ahí, no había llegado aún. Pero sí las doncellas, quien la ayudaron a vestirse. La peinaron, la acicalaron y le colocaron el vestido.

    La puerta sonó, pero esta vez no fue Sandor quien aguardaba tras ella, sino Jaime Lannister.

    Vestido con su armadura dorada, aunque sin el casco, su cabello rubio caía desordenado sobre sus hombros.
    Jaime entró sin pedir permiso, mirando rápidamente a Serenna.

    —Parece que la princesa Velaryon —dijo, con su evidente tono irónico—, ha sobrevivido a otra luna. ¿Lista para un paseo matutino, mi lady? —Hizo un gesto exagerado con la mano, invitándola a seguirlo.

    Ella lo contempló ceñuda, sin esperarse encontrarle a él, menos aún, que le preguntara cómo estaba. O pareciera estar haciéndolo

    Las doncellas se apartaron rápidamente, inclinando la cabeza a modo de reverencia.

    —¿Paseo? —preguntó ella—. Ya bien sabéis ser Jaime, que no puedo salir de este lugar.

    Él se encogió de hombros.

    —No quiero estropearos la sorpresa. Digamos que es… un asunto familiar —Hizo una pausa, cruzando los brazos. Avanzó un paso más hacia ella, extendiendo la mano—. Después de vos… Mi Lady.

    “Un asunto familiar”. Aquello hizo que sus alarmas se dispararan.

    Serenna asomó la cabeza hacia la puerta, buscando la figura de Sandor.
    No tardó en ver parte de su armadura, aguardando fuera. Soltó despacio el aire y asintió. Las doncellas se apartaron, y Jaime la acompañó a la salida.

    Ahí estaba Sandor, de pie, sin siquiera mirarla.
    Ella esperó a que lo hiciera, pero parecía que la presencia de Jaime Lannister provocó que lo que la poca cercanía que hubo entre ellos dejara de existir.

    Jaime la tomó por el brazo y ella se negó a dejar de mirar a Sandor, como si esperara que él en cualquier momento fuese a devolverle la mirada. Un: ¿no venís conmigo? ¿Por qué no venís conmigo?...

    No fue sino hasta que ella por poco tropezó con sus propios pies que miró al frente y dejó de esperar, que Sandor la miró, y en sus labios se dibujó un gesto de hastío, incluso de asco.

    ¿Fue por ella? ¿Fue por Jaime?...

    La guio por los pasillos de la Fortaleza Roja.
    El camino los llevó a través de patios internos y escaleras empinadas, hasta llegar a la Torre de la Mano.
    La estructura irguiéndose imponente, casi como una forma de representar el poder que Tywin Lannister ejercía sobre el reino.

    Los guardias de capas carmesíes flanqueaban la entrada, apartándose sin articular palabra ante la llegada de Jaime.

    Serenna sintió cómo algo se agitaba en su interior. Después de todo aquel tiempo volvería a verle.
    Y lo cierto es que no estaba segura de… querer hacerlo.

    O eso pensó hasta que entró, y lo vio. En el centro, sentado tras el escritorio macizo.

    Al verlos entrar, levantó la vista con deliberada lentitud, como si su tiempo fuera un recurso precioso que no malgastaba en saludos innecesarios.

    —Padre —dijo Jaime, soltando el brazo de Serenna—. Os traigo a Lady Velaryon, como ordenasteis.

    Tywin hizo un gesto casi imperceptible con la mano, despidiendo a su hijo. Jaime arqueó una ceja, pero no protestó; sonrió amargamente antes de girarse y salir.

    Tywin ni siquiera la miró, continuó escribiendo en el pergamino hasta que creyó suficiente el hacerla temblar. Entonces, la observó durante un largo momento, evaluándola, sabiendo que aquello la estaba poniendo demasiado nerviosa. Podía verlo en su mirada, en sus ojos, en su cuerpo… Debilidad, flaqueza. Su labio se arqueó un instante.

    Suficiente para que ella lo viera, y su corazón se resquebrajara un instante.

    —Has languidecido lo suficiente en tu jaula. He decidido poner fin a tu aislamiento.

    Ella contuvo el aliento.

    —Te permitiré vagar por la Fortaleza Roja y sus jardines, siempre bajo vigilancia.
    Y ahora, lo soltó de golpe. “Bajo vigilancia” Aquello significaba que Él seguiría a su lado.
    El alivio inicial se entremezcló con la cautela; nada con Tywin Lannister era tan simple. Se inclinó ligeramente, manteniendo la compostura. O al menos, intentándolo.

    —My lord... os agradezco vuestra clemencia.

    Él asintió.

    —¿Significa eso que...?

    Entonces él la interrumpió, con un gesto seco, levantándose de su asiento. Caminó alrededor del escritorio, deteniéndose a unos pasos de ella, su estatura imponente y su mirada perforante, dispararon su pulso. Al parcer, nada había cambiado…

    —No lo confundas… Hay una condición… El mar te está vetado. No pisarás los muelles, no olerás la brisa salada.

    En cierto punto de la conversación, Serenna se despegó de la realidad, se marchó lejos, al pensamiento de Sandor, como si de algún modo, algo la estuviera obligando a volver ahí, al sueño.

    Entonces, la voz de Tywin la hizo volver en sí.

    —¿He sido lo suficientemente claro?

    Serenna sintió el nudo en la garganta. El mar lo era todo para ella, pero sabía que aquello era más de lo que podía pedir. Le había levantado el castigo y aquello ya era demasiado.
    Casi podía escuchar a Cersei quejarse, diciéndole que era una mala decisión, que debería ser tan duro como lo fue con ellos.

    Asintió lentamente, bajando la vista.

    —Sí, mi lord. Lo entiendo.

    Tywin regresó a su asiento, como si el asunto estuviera zanjado, pero su voz
    —Bien... El Perro seguirá siendo tu sombra, vigilando cada uno de tus pasos. No se lo pongas más difícil. Créeme… no quieres enfadarlo.

    Ella tragó saliva y asintió una vez más.
    Y es cierto que no supo cómo actuar. Se quedó paralizada, como si aquella situación fuese extraña, como si… fuese diferente a todas las demás.

    ¿De verdad a él le importaba tan poco como estaba demostrando?

    Aquello hizo que su ceño se frunciera, que su mirada descendiera al suelo y que deseara marcharse de allí cuanto antes. Así que, y sin su permiso, Serenna asintió a modo de despedida, hizo una reverencia y se dio la vuelta, dispuesta a marcharse.
    Pero entonces, su voz la detuvo.

    —No recuerdo haberte dicho que pudieras irte.

    Serenna se quedó inmóvil.

    Tywin se levantó despacio. Caminó hacia ella, deteniéndose lo suficientemente cerca para que el calor de su cuerpo la envolviera, para que su aliento rozara apenas su nuca, evidenciando así que estaba tras ella.

    Ésta se giró lentamente, enfrentándole. Tragó saliva, el pulso acelerándosele en el cuello visiblemente.

    —No... no era mi intención desafiaros, My Lord —susurró ella. Su cuerpo traicionándola al inclinarse apenas hacia atrás.

    Tywin no dijo nada, tan solo la miró, analizándola en silencio. Aquellos ojos azules, penetrantes, se aguzaban mientras la escudriñaban. Su ceño fruncido, su ceja arqueada. Y ahí estaba… aquella expresión tan suya… Esa que utilizaba cuando diseccionaba a las personas, cuando evaluaba cada detalle. Y oh… en ella pudo ver mucho… Demasiado.

    El temblor sutil en sus hombros, el modo en que su pecho subía y bajaba con la respiración entrecortada, el pulso visible en su cuello…

    Avanzó un paso más, y luego otro, acorralándola. Su altura imponente obligándola a retroceder instintivamente hasta que su espalda rozó la piedra fría.

    Serenna levantó la vista hacia él, sus labios entreabriéndose por un deseo incontrolable.

    Intentó mantener la compostura, apretando los muslos con disimulo, mordiéndose el interior de la mejilla para no dejar escapar un suspiro, pero el calor de su proximidad la traicionaba, haciendo que su cuerpo respondiera con un pulso insistente entre sus piernas, un anhelo que rogaba no ser visto.

    Tywin se detuvo entonces, tan cerca que podía sentir el calor de su aliento en su rostro, sus ojos clavados en los de ella, notando cada matiz: el rubor que subía a sus mejillas, el leve temblor de sus labios, el deseo que emanaba de ella.

    Su mandíbula se tensó fugazmente, un atisbo de aquella debilidad que solo ella provocaba en él, pero lo contuvo, como siempre.

    Casi como si solo hubiera querido comprobar eso: que ella aún lo deseaba, que su atracción por él no se había extinguido, que seguía siendo capaz de encender ese fuego en ella con solo su presencia.

    Satisfecho, o al menos, aparentándolo, dio un paso atrás, rompiendo la tensión, dejándola con las ganas.

    —Que no se vuelva a repetir —advirtió, volviendo a su escritorio, sentándose como si nada hubiera pasado.

    Serenna asintió, temblorosa, saliendo de la torre con el cuerpo aún latiendo por el encuentro, el deseo no saciado quemándole por dentro.

    Confundida, volvió a sus aposentos, aunque allí ya no tuviese que estar. No por obligación, al menos.

    Cuando llegó, Sandor la esperaba, de nuevo con la mirada al frente, sin mirarla. Ella, desilusionada y con el reciente encuentro de Tywin, decidió no continuar presionándole. No volvió a mirarle, no esperó respuesta, tan solo entró en la habitación, se encerró y se echó a llorar. La espalda contra la puerta, el cuerpo encogido, sus brazos rodeándose.

    Le deseaba, le quería. Aún a pesar de todo lo que le había hecho. Aún a pesar de que le hubiera prohibido aquello que más quería.
    El mar.

    ------------------------------------------------------


    Una semana más tarde, cuando todo pareció asentarse, Tywin anunció su marcha.
    Debía viajar unos días para unos asuntos importantes. Sandor, como ya había aclarado, se quedaría con Serenna, cuidando de ella, y protegiéndola. Como había sido hasta ahora.

    La relación del Perro y la “princesa” había sido diferente aquellos días. Ella parecía haber aceptado que no volvería a repetirse lo que había sucedido en su encierro. Él era su protector, y nada más.
    Y es que, la joven Velaryon no podía permitirse perderle.

    Aquel día Sandor la acompañaba en lo alto del castillo. El mar se extendía bajo ellos. El cabello de la joven se mecía suavemente. El perfume de su piel llegaba hasta él, inundándolo.

    Entonces, ella se giró, y buscó su mirada.

    —Ser Clegane…

    Insistió en llamarlo así. A veces, eso hacía que él reaccionara, que… pareciera humano, que… pareciera el mismo hombre de aquellos días.

    STARTER PARA [THEH0UND] Aquella noche, tras temer durante horas soñar con el hombre que la mantenía en vilo, resultó soñar con el único que había conseguido calmarla. No solo a ella, sino a su dolor. Aquel que la había atormentado, que la había hecho sangrar en la bañera, que había conseguido que incluso él, el hombre más tosco de aquel lugar, arrugara el ceño. Aquella noche, Serenna soñó con Sandor. Pero no fue un sueño apacible, ni agradable. Fue uno de aquellos que te despiertan en mitad de la noche con la frente perlada. Las preocupaciones de la noche anterior la habían llevado hasta allí, hasta aquel recóndito lugar de su mente en el que se proyectaron sus miedos. Su temor a haber perdido el poco acercamiento que había tenido con su protector. El miedo de haberle asustado, de haberse sobrepasado, tal vez. El miedo a… perder lo único que le quedaba en aquel castillo y, probablemente, en aquel mundo. Lord Tywin Lannister parecía no sentir ni un mínimo resquicio de cariño, la mantenía aún en su encierro como un castigo que parecía eterno. Ella por supuesto, no sabía que Sandor le explicaba cada noche cómo había sido el día. Que el León sabía perfectamente cómo estaba, lo que hacía, y cómo seguía. Y tal vez por eso, su preocupación había pasado de estar en él a estar en Sandor Clegane: El Perro. Su guardián. Su sombra. ------------------------------------------------------ Se había despertado aquella mañana, agitada, con el dolor aún retumbando en su vientre. No había olvidado la noche anterior, y la pesadilla hizo que fuese por ello imposible. Sandor todavía no estaba ahí, no había llegado aún. Pero sí las doncellas, quien la ayudaron a vestirse. La peinaron, la acicalaron y le colocaron el vestido. La puerta sonó, pero esta vez no fue Sandor quien aguardaba tras ella, sino Jaime Lannister. Vestido con su armadura dorada, aunque sin el casco, su cabello rubio caía desordenado sobre sus hombros. Jaime entró sin pedir permiso, mirando rápidamente a Serenna. —Parece que la princesa Velaryon —dijo, con su evidente tono irónico—, ha sobrevivido a otra luna. ¿Lista para un paseo matutino, mi lady? —Hizo un gesto exagerado con la mano, invitándola a seguirlo. Ella lo contempló ceñuda, sin esperarse encontrarle a él, menos aún, que le preguntara cómo estaba. O pareciera estar haciéndolo Las doncellas se apartaron rápidamente, inclinando la cabeza a modo de reverencia. —¿Paseo? —preguntó ella—. Ya bien sabéis ser Jaime, que no puedo salir de este lugar. Él se encogió de hombros. —No quiero estropearos la sorpresa. Digamos que es… un asunto familiar —Hizo una pausa, cruzando los brazos. Avanzó un paso más hacia ella, extendiendo la mano—. Después de vos… Mi Lady. “Un asunto familiar”. Aquello hizo que sus alarmas se dispararan. Serenna asomó la cabeza hacia la puerta, buscando la figura de Sandor. No tardó en ver parte de su armadura, aguardando fuera. Soltó despacio el aire y asintió. Las doncellas se apartaron, y Jaime la acompañó a la salida. Ahí estaba Sandor, de pie, sin siquiera mirarla. Ella esperó a que lo hiciera, pero parecía que la presencia de Jaime Lannister provocó que lo que la poca cercanía que hubo entre ellos dejara de existir. Jaime la tomó por el brazo y ella se negó a dejar de mirar a Sandor, como si esperara que él en cualquier momento fuese a devolverle la mirada. Un: ¿no venís conmigo? ¿Por qué no venís conmigo?... No fue sino hasta que ella por poco tropezó con sus propios pies que miró al frente y dejó de esperar, que Sandor la miró, y en sus labios se dibujó un gesto de hastío, incluso de asco. ¿Fue por ella? ¿Fue por Jaime?... La guio por los pasillos de la Fortaleza Roja. El camino los llevó a través de patios internos y escaleras empinadas, hasta llegar a la Torre de la Mano. La estructura irguiéndose imponente, casi como una forma de representar el poder que Tywin Lannister ejercía sobre el reino. Los guardias de capas carmesíes flanqueaban la entrada, apartándose sin articular palabra ante la llegada de Jaime. Serenna sintió cómo algo se agitaba en su interior. Después de todo aquel tiempo volvería a verle. Y lo cierto es que no estaba segura de… querer hacerlo. O eso pensó hasta que entró, y lo vio. En el centro, sentado tras el escritorio macizo. Al verlos entrar, levantó la vista con deliberada lentitud, como si su tiempo fuera un recurso precioso que no malgastaba en saludos innecesarios. —Padre —dijo Jaime, soltando el brazo de Serenna—. Os traigo a Lady Velaryon, como ordenasteis. Tywin hizo un gesto casi imperceptible con la mano, despidiendo a su hijo. Jaime arqueó una ceja, pero no protestó; sonrió amargamente antes de girarse y salir. Tywin ni siquiera la miró, continuó escribiendo en el pergamino hasta que creyó suficiente el hacerla temblar. Entonces, la observó durante un largo momento, evaluándola, sabiendo que aquello la estaba poniendo demasiado nerviosa. Podía verlo en su mirada, en sus ojos, en su cuerpo… Debilidad, flaqueza. Su labio se arqueó un instante. Suficiente para que ella lo viera, y su corazón se resquebrajara un instante. —Has languidecido lo suficiente en tu jaula. He decidido poner fin a tu aislamiento. Ella contuvo el aliento. —Te permitiré vagar por la Fortaleza Roja y sus jardines, siempre bajo vigilancia. Y ahora, lo soltó de golpe. “Bajo vigilancia” Aquello significaba que Él seguiría a su lado. El alivio inicial se entremezcló con la cautela; nada con Tywin Lannister era tan simple. Se inclinó ligeramente, manteniendo la compostura. O al menos, intentándolo. —My lord... os agradezco vuestra clemencia. Él asintió. —¿Significa eso que...? Entonces él la interrumpió, con un gesto seco, levantándose de su asiento. Caminó alrededor del escritorio, deteniéndose a unos pasos de ella, su estatura imponente y su mirada perforante, dispararon su pulso. Al parcer, nada había cambiado… —No lo confundas… Hay una condición… El mar te está vetado. No pisarás los muelles, no olerás la brisa salada. En cierto punto de la conversación, Serenna se despegó de la realidad, se marchó lejos, al pensamiento de Sandor, como si de algún modo, algo la estuviera obligando a volver ahí, al sueño. Entonces, la voz de Tywin la hizo volver en sí. —¿He sido lo suficientemente claro? Serenna sintió el nudo en la garganta. El mar lo era todo para ella, pero sabía que aquello era más de lo que podía pedir. Le había levantado el castigo y aquello ya era demasiado. Casi podía escuchar a Cersei quejarse, diciéndole que era una mala decisión, que debería ser tan duro como lo fue con ellos. Asintió lentamente, bajando la vista. —Sí, mi lord. Lo entiendo. Tywin regresó a su asiento, como si el asunto estuviera zanjado, pero su voz —Bien... El Perro seguirá siendo tu sombra, vigilando cada uno de tus pasos. No se lo pongas más difícil. Créeme… no quieres enfadarlo. Ella tragó saliva y asintió una vez más. Y es cierto que no supo cómo actuar. Se quedó paralizada, como si aquella situación fuese extraña, como si… fuese diferente a todas las demás. ¿De verdad a él le importaba tan poco como estaba demostrando? Aquello hizo que su ceño se frunciera, que su mirada descendiera al suelo y que deseara marcharse de allí cuanto antes. Así que, y sin su permiso, Serenna asintió a modo de despedida, hizo una reverencia y se dio la vuelta, dispuesta a marcharse. Pero entonces, su voz la detuvo. —No recuerdo haberte dicho que pudieras irte. Serenna se quedó inmóvil. Tywin se levantó despacio. Caminó hacia ella, deteniéndose lo suficientemente cerca para que el calor de su cuerpo la envolviera, para que su aliento rozara apenas su nuca, evidenciando así que estaba tras ella. Ésta se giró lentamente, enfrentándole. Tragó saliva, el pulso acelerándosele en el cuello visiblemente. —No... no era mi intención desafiaros, My Lord —susurró ella. Su cuerpo traicionándola al inclinarse apenas hacia atrás. Tywin no dijo nada, tan solo la miró, analizándola en silencio. Aquellos ojos azules, penetrantes, se aguzaban mientras la escudriñaban. Su ceño fruncido, su ceja arqueada. Y ahí estaba… aquella expresión tan suya… Esa que utilizaba cuando diseccionaba a las personas, cuando evaluaba cada detalle. Y oh… en ella pudo ver mucho… Demasiado. El temblor sutil en sus hombros, el modo en que su pecho subía y bajaba con la respiración entrecortada, el pulso visible en su cuello… Avanzó un paso más, y luego otro, acorralándola. Su altura imponente obligándola a retroceder instintivamente hasta que su espalda rozó la piedra fría. Serenna levantó la vista hacia él, sus labios entreabriéndose por un deseo incontrolable. Intentó mantener la compostura, apretando los muslos con disimulo, mordiéndose el interior de la mejilla para no dejar escapar un suspiro, pero el calor de su proximidad la traicionaba, haciendo que su cuerpo respondiera con un pulso insistente entre sus piernas, un anhelo que rogaba no ser visto. Tywin se detuvo entonces, tan cerca que podía sentir el calor de su aliento en su rostro, sus ojos clavados en los de ella, notando cada matiz: el rubor que subía a sus mejillas, el leve temblor de sus labios, el deseo que emanaba de ella. Su mandíbula se tensó fugazmente, un atisbo de aquella debilidad que solo ella provocaba en él, pero lo contuvo, como siempre. Casi como si solo hubiera querido comprobar eso: que ella aún lo deseaba, que su atracción por él no se había extinguido, que seguía siendo capaz de encender ese fuego en ella con solo su presencia. Satisfecho, o al menos, aparentándolo, dio un paso atrás, rompiendo la tensión, dejándola con las ganas. —Que no se vuelva a repetir —advirtió, volviendo a su escritorio, sentándose como si nada hubiera pasado. Serenna asintió, temblorosa, saliendo de la torre con el cuerpo aún latiendo por el encuentro, el deseo no saciado quemándole por dentro. Confundida, volvió a sus aposentos, aunque allí ya no tuviese que estar. No por obligación, al menos. Cuando llegó, Sandor la esperaba, de nuevo con la mirada al frente, sin mirarla. Ella, desilusionada y con el reciente encuentro de Tywin, decidió no continuar presionándole. No volvió a mirarle, no esperó respuesta, tan solo entró en la habitación, se encerró y se echó a llorar. La espalda contra la puerta, el cuerpo encogido, sus brazos rodeándose. Le deseaba, le quería. Aún a pesar de todo lo que le había hecho. Aún a pesar de que le hubiera prohibido aquello que más quería. El mar. ------------------------------------------------------ Una semana más tarde, cuando todo pareció asentarse, Tywin anunció su marcha. Debía viajar unos días para unos asuntos importantes. Sandor, como ya había aclarado, se quedaría con Serenna, cuidando de ella, y protegiéndola. Como había sido hasta ahora. La relación del Perro y la “princesa” había sido diferente aquellos días. Ella parecía haber aceptado que no volvería a repetirse lo que había sucedido en su encierro. Él era su protector, y nada más. Y es que, la joven Velaryon no podía permitirse perderle. Aquel día Sandor la acompañaba en lo alto del castillo. El mar se extendía bajo ellos. El cabello de la joven se mecía suavemente. El perfume de su piel llegaba hasta él, inundándolo. Entonces, ella se giró, y buscó su mirada. —Ser Clegane… Insistió en llamarlo así. A veces, eso hacía que él reaccionara, que… pareciera humano, que… pareciera el mismo hombre de aquellos días.
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  • - Pose para la buena suerte. Pidan un deseo [?] -


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  • Dafne Turner

    ¡Espero que no olvides de pedir un deseo antes de soplar las velas, feliz cumpleaños preciosa!

    [ThcxWitcher_13] ¡Espero que no olvides de pedir un deseo antes de soplar las velas, feliz cumpleaños preciosa!
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  • ☕︎ 𝙏𝙚𝙖 𝙥𝙖𝙧𝙩𝙮
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    Era casi media noche en cuidad gótica y Francis aun /seguía despierto aunque por una razón especial. Pasadas las doce comenzaría el día de cumpleaños de su novio quien se encontraba en el sótano perfeccionando alguno de sus inventos.

    Durante las horas previas, el mutante se mantuvo ocupado preparando un pequeño pastel sorpresa con la forma de una galera de mago a la que decoro con cartas de caramelo. Le echo un vistazo al reloj en la pared, tenía dos menos de cinco minutos para ir a la cocina y bajar al sótano para sorprender a Jervis.

    Corrió hasta la cocina, abrió el refrigerador y saco el pastel del escondite que había cubierto con verduras por si el curioso de su novio decidía que era un buen día para hacer un inventario de lo que tenían y lo que debían de comprar.

    Lo adorno con un par de velas que encendio antes de bajar. Batalló un poco para abrir la puerta y mientras pisaba con cuidado los escalones gastados de madera, entono la clásica canción de cumpleaños hasta que piso el último peldaño para por fin verle el rostro a su amado, lleno de ilusión.

    ──¡Felicidades bombón de chocolate! Feliz cumpleaños, Jer ── Lo felicito y le entrego la bandeja con el pastel. ──Anda, pide un deseo──

    𝐉𝐄𝐑𝐕𝐈𝐒 𝐓𝐄𝐓𝐂𝐇
    Era casi media noche en cuidad gótica y Francis aun /seguía despierto aunque por una razón especial. Pasadas las doce comenzaría el día de cumpleaños de su novio quien se encontraba en el sótano perfeccionando alguno de sus inventos. Durante las horas previas, el mutante se mantuvo ocupado preparando un pequeño pastel sorpresa con la forma de una galera de mago a la que decoro con cartas de caramelo. Le echo un vistazo al reloj en la pared, tenía dos menos de cinco minutos para ir a la cocina y bajar al sótano para sorprender a Jervis. Corrió hasta la cocina, abrió el refrigerador y saco el pastel del escondite que había cubierto con verduras por si el curioso de su novio decidía que era un buen día para hacer un inventario de lo que tenían y lo que debían de comprar. Lo adorno con un par de velas que encendio antes de bajar. Batalló un poco para abrir la puerta y mientras pisaba con cuidado los escalones gastados de madera, entono la clásica canción de cumpleaños hasta que piso el último peldaño para por fin verle el rostro a su amado, lleno de ilusión. ──¡Felicidades bombón de chocolate! Feliz cumpleaños, Jer ── Lo felicito y le entrego la bandeja con el pastel. ──Anda, pide un deseo── [MxdHatter]
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  • Habéis sido buenos?? Si es así pedidme un deseo... Pero si no!!!

    Ryuリュウ・イシュタル・ヨキン Ishtar Yokin os traerá carbón!!
    Habéis sido buenos?? Si es así pedidme un deseo... Pero si no!!! [Ryu] os traerá carbón!!
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    A la mañana siguiente

    El olor a café me despierta antes que la luz. Abro los ojos y allí está Ryu, tranquila, apoyada en el marco de la puerta con una de esas medias sonrisas que solo enseña cuando baja la guardia. Me deja la taza en la mesita y, sin decir palabra, enciende la consola. Luego se sienta a mi lado y me extiende uno de los mandos, como si me invitara a entrar en su pequeño mundo sin pedir explicación alguna.

    El vapor del café acaricia mi cara mientras doy sorbos tímidos. Ella me observa de reojo, con una expresión divertida, arrugando la nariz cada vez que bebo.

    Lili:
    —¿Y dónde está tu café?

    Ryu, encogiéndose de hombros con esa calma salvaje tan suya:
    —Te lo has acabado…
    Gruñe suave, casi juguetona.
    Tendrás que ir a comprar si vas a quedarte aquí.

    Su forma torpe de invitarme a vivir con ella…
    tan brusca y tan dulce a la vez,
    me golpea directamente en el pecho.

    Me acerco, envolviéndola en un abrazo pequeño, casi tembloroso. Apoyo la frente en su clavícula y le doy un beso en los labios, suave, sincero, sin alcohol ni caos.

    Lili:
    —Quiero avanzar… de verdad que sí.
    Quiero…

    Las palabras salen sin que las piense, como si mi alma las dijera sola.
    Un deseo que me tiembla entre los dedos.
    Un futuro posible que nace en su pecho.

    Ryu no responde con palabras.
    Solo me estrecha contra ella, como si con ese gesto pudiera prometerme un hogar que no sabe construir, pero que intenta.

    Y por un instante
    respiro paz.

    Una calma tan frágil
    que parece hecha de cristal templado.


    ---

    // Epílogo — presagio

    Dicen que hay tardes en las que el viento no sopla:
    susurra.

    Que trae voces que no buscamos,
    nombres que creíamos dormidos,
    sombras que nunca aprendieron a irse del todo.

    Y aquella misma tarde,
    en algún punto entre el sonido del mando,
    la tibieza del café
    y la risa que aún me quedaba en la garganta…

    Algo cambió de dirección.

    Un hilo antiguo se tensó.
    Un destino volvió a reclamarme.
    Una presencia familiar cruzó un umbral que yo ya había dado por cerrado.

    Y aunque ese instante aún no pertenece a este relato,
    lo cierto es que —incluso ahora—
    el viento sigue repitiendo aquellas palabras que pronuncié sin saber lo que invocaban:

    “Quiero avanzar… Quiero.”

    Porque el caos
    siempre escucha.
    Y el amor, también.

    Lo que vino después…
    todavía está esperando ser contado.
    Relato en Post y comentario de la imagen 🩷 A la mañana siguiente El olor a café me despierta antes que la luz. Abro los ojos y allí está Ryu, tranquila, apoyada en el marco de la puerta con una de esas medias sonrisas que solo enseña cuando baja la guardia. Me deja la taza en la mesita y, sin decir palabra, enciende la consola. Luego se sienta a mi lado y me extiende uno de los mandos, como si me invitara a entrar en su pequeño mundo sin pedir explicación alguna. El vapor del café acaricia mi cara mientras doy sorbos tímidos. Ella me observa de reojo, con una expresión divertida, arrugando la nariz cada vez que bebo. Lili: —¿Y dónde está tu café? Ryu, encogiéndose de hombros con esa calma salvaje tan suya: —Te lo has acabado… Gruñe suave, casi juguetona. Tendrás que ir a comprar si vas a quedarte aquí. Su forma torpe de invitarme a vivir con ella… tan brusca y tan dulce a la vez, me golpea directamente en el pecho. Me acerco, envolviéndola en un abrazo pequeño, casi tembloroso. Apoyo la frente en su clavícula y le doy un beso en los labios, suave, sincero, sin alcohol ni caos. Lili: —Quiero avanzar… de verdad que sí. Quiero… Las palabras salen sin que las piense, como si mi alma las dijera sola. Un deseo que me tiembla entre los dedos. Un futuro posible que nace en su pecho. Ryu no responde con palabras. Solo me estrecha contra ella, como si con ese gesto pudiera prometerme un hogar que no sabe construir, pero que intenta. Y por un instante respiro paz. Una calma tan frágil que parece hecha de cristal templado. --- // Epílogo — presagio Dicen que hay tardes en las que el viento no sopla: susurra. Que trae voces que no buscamos, nombres que creíamos dormidos, sombras que nunca aprendieron a irse del todo. Y aquella misma tarde, en algún punto entre el sonido del mando, la tibieza del café y la risa que aún me quedaba en la garganta… Algo cambió de dirección. Un hilo antiguo se tensó. Un destino volvió a reclamarme. Una presencia familiar cruzó un umbral que yo ya había dado por cerrado. Y aunque ese instante aún no pertenece a este relato, lo cierto es que —incluso ahora— el viento sigue repitiendo aquellas palabras que pronuncié sin saber lo que invocaban: “Quiero avanzar… Quiero.” Porque el caos siempre escucha. Y el amor, también. Lo que vino después… todavía está esperando ser contado.
    Relato en Post y comentario de la imagen 🩷

    A la mañana siguiente

    El olor a café me despierta antes que la luz. Abro los ojos y allí está Ryu, tranquila, apoyada en el marco de la puerta con una de esas medias sonrisas que solo enseña cuando baja la guardia. Me deja la taza en la mesita y, sin decir palabra, enciende la consola. Luego se sienta a mi lado y me extiende uno de los mandos, como si me invitara a entrar en su pequeño mundo sin pedir explicación alguna.

    El vapor del café acaricia mi cara mientras doy sorbos tímidos. Ella me observa de reojo, con una expresión divertida, arrugando la nariz cada vez que bebo.

    Lili:
    —¿Y dónde está tu café?

    Ryu, encogiéndose de hombros con esa calma salvaje tan suya:
    —Te lo has acabado…
    Gruñe suave, casi juguetona.
    Tendrás que ir a comprar si vas a quedarte aquí.

    Su forma torpe de invitarme a vivir con ella…
    tan brusca y tan dulce a la vez,
    me golpea directamente en el pecho.

    Me acerco, envolviéndola en un abrazo pequeño, casi tembloroso. Apoyo la frente en su clavícula y le doy un beso en los labios, suave, sincero, sin alcohol ni caos.

    Lili:
    —Quiero avanzar… de verdad que sí.
    Quiero…

    Las palabras salen sin que las piense, como si mi alma las dijera sola.
    Un deseo que me tiembla entre los dedos.
    Un futuro posible que nace en su pecho.

    Ryu no responde con palabras.
    Solo me estrecha contra ella, como si con ese gesto pudiera prometerme un hogar que no sabe construir, pero que intenta.

    Y por un instante
    respiro paz.

    Una calma tan frágil
    que parece hecha de cristal templado.


    ---

    // Epílogo — presagio

    Dicen que hay tardes en las que el viento no sopla:
    susurra.

    Que trae voces que no buscamos,
    nombres que creíamos dormidos,
    sombras que nunca aprendieron a irse del todo.

    Y aquella misma tarde,
    en algún punto entre el sonido del mando,
    la tibieza del café
    y la risa que aún me quedaba en la garganta…

    Algo cambió de dirección.

    Un hilo antiguo se tensó.
    Un destino volvió a reclamarme.
    Una presencia familiar cruzó un umbral que yo ya había dado por cerrado.

    Y aunque ese instante aún no pertenece a este relato,
    lo cierto es que —incluso ahora—
    el viento sigue repitiendo aquellas palabras que pronuncié sin saber lo que invocaban:

    “Quiero avanzar… Quiero.”

    Porque el caos
    siempre escucha.
    Y el amor, también.

    Lo que vino después…
    todavía está esperando ser contado.
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    El olor a café me despierta antes que la luz. Abro los ojos y allí está Ryu, tranquila, apoyada en el marco de la puerta con una de esas medias sonrisas que solo enseña cuando baja la guardia. Me deja la taza en la mesita y, sin decir palabra, enciende la consola. Luego se sienta a mi lado y me extiende uno de los mandos, como si me invitara a entrar en su pequeño mundo sin pedir explicación alguna.

    El vapor del café acaricia mi cara mientras doy sorbos tímidos. Ella me observa de reojo, con una expresión divertida, arrugando la nariz cada vez que bebo.

    Lili:
    —¿Y dónde está tu café?

    Ryu, encogiéndose de hombros con esa calma salvaje tan suya:
    —Te lo has acabado…
    Gruñe suave, casi juguetona.
    Tendrás que ir a comprar si vas a quedarte aquí.

    Su forma torpe de invitarme a vivir con ella…
    tan brusca y tan dulce a la vez,
    me golpea directamente en el pecho.

    Me acerco, envolviéndola en un abrazo pequeño, casi tembloroso. Apoyo la frente en su clavícula y le doy un beso en los labios, suave, sincero, sin alcohol ni caos.

    Lili:
    —Quiero avanzar… de verdad que sí.
    Quiero…

    Las palabras salen sin que las piense, como si mi alma las dijera sola.
    Un deseo que me tiembla entre los dedos.
    Un futuro posible que nace en su pecho.

    Ryu no responde con palabras.
    Solo me estrecha contra ella, como si con ese gesto pudiera prometerme un hogar que no sabe construir, pero que intenta.

    Y por un instante
    respiro paz.

    Una calma tan frágil
    que parece hecha de cristal templado.


    ---

    // Epílogo — presagio

    Dicen que hay tardes en las que el viento no sopla:
    susurra.

    Que trae voces que no buscamos,
    nombres que creíamos dormidos,
    sombras que nunca aprendieron a irse del todo.

    Y aquella misma tarde,
    en algún punto entre el sonido del mando,
    la tibieza del café
    y la risa que aún me quedaba en la garganta…

    Algo cambió de dirección.

    Un hilo antiguo se tensó.
    Un destino volvió a reclamarme.
    Una presencia familiar cruzó un umbral que yo ya había dado por cerrado.

    Y aunque ese instante aún no pertenece a este relato,
    lo cierto es que —incluso ahora—
    el viento sigue repitiendo aquellas palabras que pronuncié sin saber lo que invocaban:

    “Quiero avanzar… Quiero.”

    Porque el caos
    siempre escucha.
    Y el amor, también.

    Lo que vino después…
    todavía está esperando ser contado.
    Relato en Post y comentario de la imagen 🩷 A la mañana siguiente El olor a café me despierta antes que la luz. Abro los ojos y allí está Ryu, tranquila, apoyada en el marco de la puerta con una de esas medias sonrisas que solo enseña cuando baja la guardia. Me deja la taza en la mesita y, sin decir palabra, enciende la consola. Luego se sienta a mi lado y me extiende uno de los mandos, como si me invitara a entrar en su pequeño mundo sin pedir explicación alguna. El vapor del café acaricia mi cara mientras doy sorbos tímidos. Ella me observa de reojo, con una expresión divertida, arrugando la nariz cada vez que bebo. Lili: —¿Y dónde está tu café? Ryu, encogiéndose de hombros con esa calma salvaje tan suya: —Te lo has acabado… Gruñe suave, casi juguetona. Tendrás que ir a comprar si vas a quedarte aquí. Su forma torpe de invitarme a vivir con ella… tan brusca y tan dulce a la vez, me golpea directamente en el pecho. Me acerco, envolviéndola en un abrazo pequeño, casi tembloroso. Apoyo la frente en su clavícula y le doy un beso en los labios, suave, sincero, sin alcohol ni caos. Lili: —Quiero avanzar… de verdad que sí. Quiero… Las palabras salen sin que las piense, como si mi alma las dijera sola. Un deseo que me tiembla entre los dedos. Un futuro posible que nace en su pecho. Ryu no responde con palabras. Solo me estrecha contra ella, como si con ese gesto pudiera prometerme un hogar que no sabe construir, pero que intenta. Y por un instante respiro paz. Una calma tan frágil que parece hecha de cristal templado. --- // Epílogo — presagio Dicen que hay tardes en las que el viento no sopla: susurra. Que trae voces que no buscamos, nombres que creíamos dormidos, sombras que nunca aprendieron a irse del todo. Y aquella misma tarde, en algún punto entre el sonido del mando, la tibieza del café y la risa que aún me quedaba en la garganta… Algo cambió de dirección. Un hilo antiguo se tensó. Un destino volvió a reclamarme. Una presencia familiar cruzó un umbral que yo ya había dado por cerrado. Y aunque ese instante aún no pertenece a este relato, lo cierto es que —incluso ahora— el viento sigue repitiendo aquellas palabras que pronuncié sin saber lo que invocaban: “Quiero avanzar… Quiero.” Porque el caos siempre escucha. Y el amor, también. Lo que vino después… todavía está esperando ser contado.
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  • 𝗬𝗼。。。 𝗱𝗲𝘀𝗲𝗼。。。
    Categoría Otros
    ㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤ≻〉 Kazuha 〈≺

    ㅤㅤㅤㅤㅤㅤ═──────────────═

    Llevaba mucho tiempo pensando lo mismo, desde el momento en que todo empezó a desmoronarse lentamente a su alrededor. El instante que su hermano simplemente desapareció. Se esfumó como si nunca hubiera existido, pero eso era imposible, él lo vio crecer mientras intentaba ser un buen hermano mayor, tenía demasiadas memorias con Leigh como para siquiera considerar el hecho que todo pudo ser imaginación o un sueño. No lo era. Entonces, ¿por qué a veces se sentía así? Era incómodo y desagradable.

    Esa noche, mientras terminaba de escanear algunos productos y colocarlos en bolsas para una cliente, algo llegó a él como si fuera una señal. O tal vez era más del montón de información que obtenía sin preguntar.

    —Pedí un deseo. Se cumplió al instante. —dijo la mujer con una sonrisa en el rostro, como si acaso estuviera revelando el secreto del universo.— Ahora nadie puede tocarme, en ningún sentido, a menos que yo lo decida.

    —Maravilloso. —dijo Demian con un tono que denotaba su desinterés.— Son trescien-

    —Tu deberías pedir un deseo y salir de esta tienda de mala muerte. Tienes que ver a Kazuha. —ella interrumpió enseguida, mirándolo con un destello cómplice en sus ojos.— ¿Sabes de la mansión abandonada en el barrio casi llegando a las afueras de la ciudad? Ve allí, podrás encontrarla sin problema. Solo asegúrate de saber bien lo que quieres.

    El chico se quedó en silencio, sin saber si la mujer estaba delirando o si decía la verdad. Juzgando por su expresión y palabras seguras, quizás era verdad. Pero la parte escéptica de él le decía que nadie ni nada podría cumplir aquello que deseaba en ese momento. A pesar de eso, se permitió dudar.

    —Gracias, lo pensaré. Son trescien-

    —Quédate con el cambio. —volvió a interrumpirlo mientras le dejó un billete de valor más grande del necesario. Luego ella tomó las bolsas y se retiró en silencio. Un silencio que pareció ensimismarse en Demian como una presencia que buscaba hacerlo perder el aliento. Por un momento casi lo logró, pero el joven inmediatamente borró cualquier pensamiento que pudiera alimentar esa sensación y guardó el billete en la caja registradora.

    El resto de su turno mantuvo su mente ocupada con lo que fuese, incluso aferrándose a lo que sea que los clientes le decían cuando llegaba el momento de pagar. La idea de ir a esa mansión, sin embargo, volvía de forma constante y molesta. Al final, terminando su turno, ya era de mañana, el sol ya alumbrando gran parte de las áreas de la ciudad, y de nuevo la vocecita en su cabeza "La mansión a las afueras. Un deseo."

    Chasqueó la lengua, estaba agotado, pero conociéndose no iba a dormir hasta ir a ese bendito lugar. Ya empezaba a entender porqué las personas fumaban una cajetilla de cigarrillos al día o más.

    Al salir de la tienda, con su chaqueta puesta, miró su skate que tenía en mano. Aunque lo usaba para ir de un lado a otro en la mayoría de los casos, iba a tardarse mucho en llegar al lugar, por lo que optó por pedir un taxi. Para su mala suerte, el conductor le dijo que solamente iba hasta cierto punto, no lo dejaría en la puerta de la mansión. Demian aceptó de todas maneras.

    Durante el viaje pensó en muchas cosas, en lo que podría pedir además de querer que su hermano volviera, el pensar que habría alguna clase de trampa o que era solo una estafa. Hoy en día cualquiera podía pretender hacer o ser lo que sea. "Pedí un deseo. Se cumplió al instante", resonó la voz de la cliente en su cabeza. De nuevo, ¿era verdad o solo exageración?

    —Ya llegamos. —el hombre lo sacó abruptamente de su mente al hablar y el chico se apresuró a pagar antes de bajarse. Una vez pisó suelo, se fijó en el camino. Calles y veredas no muy lisas. Ahí tampoco iba a servir el skate a menos que quisiera caerse de cara al suelo. Suspiró y emprendió camino, con una sensación de ser el único en el área.

    —Esto es una idiotez, no debí haber venido. —murmuró para sí mismo tras llegar a la entrada, divisando la mansión que, efectivamente, se veía abandonada y sin nadie dentro. Lo había estado por años y años según escuchó. Mordió su labio inferior antes de continuar hasta la puerta principal. Allí se quedó. ¿Debía tocar? ¿Pasar sin más?

    —Como si alguien estuviera aquí... Ya qué. —volvió a hablar por lo bajo antes de levantar su mano libre, la izquierda, y mover el tocador de la puerta para anunciarse.
    ㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤ≻〉 [K4zuha]〈≺ ㅤㅤㅤㅤㅤㅤ═──────────────═ Llevaba mucho tiempo pensando lo mismo, desde el momento en que todo empezó a desmoronarse lentamente a su alrededor. El instante que su hermano simplemente desapareció. Se esfumó como si nunca hubiera existido, pero eso era imposible, él lo vio crecer mientras intentaba ser un buen hermano mayor, tenía demasiadas memorias con Leigh como para siquiera considerar el hecho que todo pudo ser imaginación o un sueño. No lo era. Entonces, ¿por qué a veces se sentía así? Era incómodo y desagradable. Esa noche, mientras terminaba de escanear algunos productos y colocarlos en bolsas para una cliente, algo llegó a él como si fuera una señal. O tal vez era más del montón de información que obtenía sin preguntar. —Pedí un deseo. Se cumplió al instante. —dijo la mujer con una sonrisa en el rostro, como si acaso estuviera revelando el secreto del universo.— Ahora nadie puede tocarme, en ningún sentido, a menos que yo lo decida. —Maravilloso. —dijo Demian con un tono que denotaba su desinterés.— Son trescien- —Tu deberías pedir un deseo y salir de esta tienda de mala muerte. Tienes que ver a Kazuha. —ella interrumpió enseguida, mirándolo con un destello cómplice en sus ojos.— ¿Sabes de la mansión abandonada en el barrio casi llegando a las afueras de la ciudad? Ve allí, podrás encontrarla sin problema. Solo asegúrate de saber bien lo que quieres. El chico se quedó en silencio, sin saber si la mujer estaba delirando o si decía la verdad. Juzgando por su expresión y palabras seguras, quizás era verdad. Pero la parte escéptica de él le decía que nadie ni nada podría cumplir aquello que deseaba en ese momento. A pesar de eso, se permitió dudar. —Gracias, lo pensaré. Son trescien- —Quédate con el cambio. —volvió a interrumpirlo mientras le dejó un billete de valor más grande del necesario. Luego ella tomó las bolsas y se retiró en silencio. Un silencio que pareció ensimismarse en Demian como una presencia que buscaba hacerlo perder el aliento. Por un momento casi lo logró, pero el joven inmediatamente borró cualquier pensamiento que pudiera alimentar esa sensación y guardó el billete en la caja registradora. El resto de su turno mantuvo su mente ocupada con lo que fuese, incluso aferrándose a lo que sea que los clientes le decían cuando llegaba el momento de pagar. La idea de ir a esa mansión, sin embargo, volvía de forma constante y molesta. Al final, terminando su turno, ya era de mañana, el sol ya alumbrando gran parte de las áreas de la ciudad, y de nuevo la vocecita en su cabeza "La mansión a las afueras. Un deseo." Chasqueó la lengua, estaba agotado, pero conociéndose no iba a dormir hasta ir a ese bendito lugar. Ya empezaba a entender porqué las personas fumaban una cajetilla de cigarrillos al día o más. Al salir de la tienda, con su chaqueta puesta, miró su skate que tenía en mano. Aunque lo usaba para ir de un lado a otro en la mayoría de los casos, iba a tardarse mucho en llegar al lugar, por lo que optó por pedir un taxi. Para su mala suerte, el conductor le dijo que solamente iba hasta cierto punto, no lo dejaría en la puerta de la mansión. Demian aceptó de todas maneras. Durante el viaje pensó en muchas cosas, en lo que podría pedir además de querer que su hermano volviera, el pensar que habría alguna clase de trampa o que era solo una estafa. Hoy en día cualquiera podía pretender hacer o ser lo que sea. "Pedí un deseo. Se cumplió al instante", resonó la voz de la cliente en su cabeza. De nuevo, ¿era verdad o solo exageración? —Ya llegamos. —el hombre lo sacó abruptamente de su mente al hablar y el chico se apresuró a pagar antes de bajarse. Una vez pisó suelo, se fijó en el camino. Calles y veredas no muy lisas. Ahí tampoco iba a servir el skate a menos que quisiera caerse de cara al suelo. Suspiró y emprendió camino, con una sensación de ser el único en el área. —Esto es una idiotez, no debí haber venido. —murmuró para sí mismo tras llegar a la entrada, divisando la mansión que, efectivamente, se veía abandonada y sin nadie dentro. Lo había estado por años y años según escuchó. Mordió su labio inferior antes de continuar hasta la puerta principal. Allí se quedó. ¿Debía tocar? ¿Pasar sin más? —Como si alguien estuviera aquí... Ya qué. —volvió a hablar por lo bajo antes de levantar su mano libre, la izquierda, y mover el tocador de la puerta para anunciarse.
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    Un parpadeo.

    Sólo uno, es todo lo que necesita. Se lo jura, una vez más, a sí mismo. Sólo uno más. Es necesario. Es por el Código. Es por su misión.

    El reflejo carmesí aparece y se va de sus pupilas tan rápido, que es como si jamás hubiera estado ahí. Breve, pero significativo. ¿No son así las cosas más devastadoras de la vida?

    —...Te encontré.

    El carmesí le otorgá percepción. El carmesí le otorga saber. Le otorga la eficiencia que lo ha convertido en el mejor -por lejos- rastreando y siguiendo a... como él los llama, "rebeldes".

    El carmesí otorga, sí. Y así como otorga, exige. Quita. Arranca.

    Pero está bien. Sólo es fue un parpadeo. Nadie lo sabe, nadie tiene que saberlo. Él está en control y puede dejarlo cuando deseé.

    Un parpadeo. Sólo hace falta un parpadeo para que las corrientes caóticas ante sus ojos aparezcan, para que su flujo le comunique sin palabras a dónde vienen, a dónde se dirigen. A dónde, y hacia quién.

    Un deseo se cumple, un precio se paga, y las corrientes obedecen esta regla inamovible. Cuando las corrientes se mueven demasiado, de formas violentas e impredecibles, ahí debe estar Kieran. Porque eso significa que alguien las está agitando más de lo que debería.

    Un deseo se ha cumplido, un precio se ha pagado. ¿Es justo el precio? ¿Es honorable el deseo? De eso debe asegurarse. Y parpadea, de nuevo. Porque es sólo un parpadeo más, ¿no?

    Está bien. Es por la misión. Sus ojos humecta con un par de gotas. Listo, como nuevo.

    De vuelta al trabajo, pues ya la encontró, ¿no es así? Y del edificio del que observa el paraje citadino, salta. Salta, porque no va a pasar nada.

    Todo está bien. El Carmesí está ahí. Sólo es un parpadeo... sólo es un salto... Es por la misión. Es por el Código. Está bien. Todo está bien...

    Porque ya la encontró.
    Un parpadeo. Sólo uno, es todo lo que necesita. Se lo jura, una vez más, a sí mismo. Sólo uno más. Es necesario. Es por el Código. Es por su misión. El reflejo carmesí aparece y se va de sus pupilas tan rápido, que es como si jamás hubiera estado ahí. Breve, pero significativo. ¿No son así las cosas más devastadoras de la vida? —...Te encontré. El carmesí le otorgá percepción. El carmesí le otorga saber. Le otorga la eficiencia que lo ha convertido en el mejor -por lejos- rastreando y siguiendo a... como él los llama, "rebeldes". El carmesí otorga, sí. Y así como otorga, exige. Quita. Arranca. Pero está bien. Sólo es fue un parpadeo. Nadie lo sabe, nadie tiene que saberlo. Él está en control y puede dejarlo cuando deseé. Un parpadeo. Sólo hace falta un parpadeo para que las corrientes caóticas ante sus ojos aparezcan, para que su flujo le comunique sin palabras a dónde vienen, a dónde se dirigen. A dónde, y hacia quién. Un deseo se cumple, un precio se paga, y las corrientes obedecen esta regla inamovible. Cuando las corrientes se mueven demasiado, de formas violentas e impredecibles, ahí debe estar Kieran. Porque eso significa que alguien las está agitando más de lo que debería. Un deseo se ha cumplido, un precio se ha pagado. ¿Es justo el precio? ¿Es honorable el deseo? De eso debe asegurarse. Y parpadea, de nuevo. Porque es sólo un parpadeo más, ¿no? Está bien. Es por la misión. Sus ojos humecta con un par de gotas. Listo, como nuevo. De vuelta al trabajo, pues ya la encontró, ¿no es así? Y del edificio del que observa el paraje citadino, salta. Salta, porque no va a pasar nada. Todo está bien. El Carmesí está ahí. Sólo es un parpadeo... sólo es un salto... Es por la misión. Es por el Código. Está bien. Todo está bien... Porque ya la encontró.
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