• La luz entra en la habitación de Ophelia como un susurro que ella nunca podrá devolver.
    El amanecer pinta las piedras frías con un dorado pálido, y la princesa abre los ojos en silencio, tal como ha hecho cada día desde la maldición. No hay saludos matutinos, ni canciones de aves que le respondan: solo el eco leve de su respiración y el crujido distante de la fortaleza antigua.

    Se sienta en la cama con movimientos suaves, casi ceremoniales. Sus manos, delicadas y pálidas, rozan las cortinas pesadas que guardan aún un rastro de polvo y de tiempo detenido. A veces le gusta imaginar que las telas murmuran por ella, que dicen lo que su garganta ya no puede.

    Camina por los pasillos largos del castillo, esos que antes estaban llenos de risas de sirvientes, pasos presurosos, música… Ahora son corredores huecos donde el aire parece escucharla a ella, la única habitante que no puede hablar. El sonido de sus pasos, descalzos sobre el mármol, es lo más cercano a una palabra que puede pronunciar.

    En el jardín interior —el único espacio donde el mundo exterior se atreve a tocarla— Ophelia se arrodilla frente a las flores marchitas. Las cuida con devoción silenciosa. A veces, cuando el viento roza su cabello, ella inclina la cabeza como si escuchara una respuesta, como si la naturaleza todavía pudiera adivinar lo que quiere decir. Pero ni el viento sabe cómo descifrar una voz que ya no existe.

    Al mediodía, recorre la torre más alta. Desde el ventanal observa el reino que alguna vez gobernaría. La gente lejos, diminuta, sigue su vida sin saber que la princesa los mira desde un encierro sin barrotes. Ella levanta la mano, como si fuera a saludar… pero la deja caer antes del gesto completo. ¿Para qué? Nadie puede verla, y aunque la vieran, no podrían oírla.

    Cuando cae la tarde, Ophelia se sienta frente al espejo. El reflejo es la única compañía constante que tiene. Se observa los labios, los mueve, intenta pronunciar palabras que ya olvidaron su propio sonido. A veces imagina que la maldición la convirtió en un susurro vivo: alguien que existe, pero que nunca puede ser escuchada.

    La noche llega y con ella, la quietud más profunda del castillo.
    Ophelia vuelve a su cama. Antes de cerrar los ojos, apoya una mano sobre su garganta, como cada noche, como si aún esperara sentir una vibración, un rastro de vida ahí donde la magia dejó un vacío. Pero no hay nada.

    Su último pensamiento del día no es un deseo ni una oración: es un silencio espeso que pesa tanto como la maldición misma.
    La luz entra en la habitación de Ophelia como un susurro que ella nunca podrá devolver. El amanecer pinta las piedras frías con un dorado pálido, y la princesa abre los ojos en silencio, tal como ha hecho cada día desde la maldición. No hay saludos matutinos, ni canciones de aves que le respondan: solo el eco leve de su respiración y el crujido distante de la fortaleza antigua. Se sienta en la cama con movimientos suaves, casi ceremoniales. Sus manos, delicadas y pálidas, rozan las cortinas pesadas que guardan aún un rastro de polvo y de tiempo detenido. A veces le gusta imaginar que las telas murmuran por ella, que dicen lo que su garganta ya no puede. Camina por los pasillos largos del castillo, esos que antes estaban llenos de risas de sirvientes, pasos presurosos, música… Ahora son corredores huecos donde el aire parece escucharla a ella, la única habitante que no puede hablar. El sonido de sus pasos, descalzos sobre el mármol, es lo más cercano a una palabra que puede pronunciar. En el jardín interior —el único espacio donde el mundo exterior se atreve a tocarla— Ophelia se arrodilla frente a las flores marchitas. Las cuida con devoción silenciosa. A veces, cuando el viento roza su cabello, ella inclina la cabeza como si escuchara una respuesta, como si la naturaleza todavía pudiera adivinar lo que quiere decir. Pero ni el viento sabe cómo descifrar una voz que ya no existe. Al mediodía, recorre la torre más alta. Desde el ventanal observa el reino que alguna vez gobernaría. La gente lejos, diminuta, sigue su vida sin saber que la princesa los mira desde un encierro sin barrotes. Ella levanta la mano, como si fuera a saludar… pero la deja caer antes del gesto completo. ¿Para qué? Nadie puede verla, y aunque la vieran, no podrían oírla. Cuando cae la tarde, Ophelia se sienta frente al espejo. El reflejo es la única compañía constante que tiene. Se observa los labios, los mueve, intenta pronunciar palabras que ya olvidaron su propio sonido. A veces imagina que la maldición la convirtió en un susurro vivo: alguien que existe, pero que nunca puede ser escuchada. La noche llega y con ella, la quietud más profunda del castillo. Ophelia vuelve a su cama. Antes de cerrar los ojos, apoya una mano sobre su garganta, como cada noche, como si aún esperara sentir una vibración, un rastro de vida ahí donde la magia dejó un vacío. Pero no hay nada. Su último pensamiento del día no es un deseo ni una oración: es un silencio espeso que pesa tanto como la maldición misma.
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  • ¿Lo oyes? ¿Lo ves? ¿Puedes sentirlo?

    La ovación de nuestro público, amor mío. Es la creación misma, haciendo erupción con el caos y la algarabía de la más feroz de las ovaciones.

    Qué dicha fue haber compartido este escenario contigo. Me llena de una felicidad que nací incapaz de expresar.

    Y ahora, oh, cielo mío, ¿sabes lo que viene?

    Sí, así es. Este es el momento en el que telón cae. Nuestro telón cae, como todos tienen que caer. Y los lazos rojos que nos unen, su tensión, la caricia con la que nos mantenían en vínculo, ahora aprietan, restringen y asfixian.

    ¿No es hermoso, amor mío? ¿No es hermoso que nos alimentemos mutuamente con el último de nuestros alientos?

    Si pudiera pedirle algo más al universo, si pudiera atreverme a un deseo final, sería el mismo que pedí al conocerte.

    Nunca me olvides, ¿sí?
    ¿Lo oyes? ¿Lo ves? ¿Puedes sentirlo? La ovación de nuestro público, amor mío. Es la creación misma, haciendo erupción con el caos y la algarabía de la más feroz de las ovaciones. Qué dicha fue haber compartido este escenario contigo. Me llena de una felicidad que nací incapaz de expresar. Y ahora, oh, cielo mío, ¿sabes lo que viene? Sí, así es. Este es el momento en el que telón cae. Nuestro telón cae, como todos tienen que caer. Y los lazos rojos que nos unen, su tensión, la caricia con la que nos mantenían en vínculo, ahora aprietan, restringen y asfixian. ¿No es hermoso, amor mío? ¿No es hermoso que nos alimentemos mutuamente con el último de nuestros alientos? Si pudiera pedirle algo más al universo, si pudiera atreverme a un deseo final, sería el mismo que pedí al conocerte. Nunca me olvides, ¿sí?
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  • Taran experiencia nueva con el amor de mi vida si le gano pediré un deseo en especial Minho Seom Lee
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  • - Si tuviera un deseo por pedir, todo lo deseado es un día donde pueda verte sonreír .
    - Si tuviera un deseo por pedir, todo lo deseado es un día donde pueda verte sonreír .
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  • “A veces solo paso por ahí sin prestar atención a los demás. ¿Acaso eso está mal? No recuerdo a mi madre, junto a ella olvide la existencia de muchas personas… ¿Amigos? ¿Novia? ¿Habré tenido algo así alguna vez?

    Lo normal sería tener un deseo de averiguar, tratar de reconstruir lo que se perdió, llenar ese cascarón vacío, pero no lo hay.

    Creo que estoy bien así, supongo que tendré que seguir fingiendo una sonrisa o alguna clase de emoción normal ante la poca gente cercana que me queda.

    En este mundo lleno de máscaras, el simple hecho de mentir es como respirar.”
    “A veces solo paso por ahí sin prestar atención a los demás. ¿Acaso eso está mal? No recuerdo a mi madre, junto a ella olvide la existencia de muchas personas… ¿Amigos? ¿Novia? ¿Habré tenido algo así alguna vez? Lo normal sería tener un deseo de averiguar, tratar de reconstruir lo que se perdió, llenar ese cascarón vacío, pero no lo hay. Creo que estoy bien así, supongo que tendré que seguir fingiendo una sonrisa o alguna clase de emoción normal ante la poca gente cercana que me queda. En este mundo lleno de máscaras, el simple hecho de mentir es como respirar.”
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  • Esto se ha publicado como Out Of Character. Tenlo en cuenta al responder.
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    “La lujuria es un fuego que no pide permiso, un deseo que desborda la razón y consume los límites entre el placer y el pecado. No conoce de moral ni de juicios, solo de la necesidad de sentir, de poseer, de perderse en el roce de lo prohibido hasta olvidar el mundo entero.”

    “La lujuria es un fuego que no pide permiso, un deseo que desborda la razón y consume los límites entre el placer y el pecado. No conoce de moral ni de juicios, solo de la necesidad de sentir, de poseer, de perderse en el roce de lo prohibido hasta olvidar el mundo entero.”
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  • ִֶָ ⋆✴︎˚。⋆ 𝓒𝓪𝓶𝓫𝓲𝓸𝓼 . ..𓂃 ࣪ ִֶָ་༘࿐

    ⋆ ˚ ☆ ˖ ° ⋆ 。 ° ✮ ˖ ࣪ ⊹ ⋆ . ˚ ⋆⭒˚.⋆

    ⭑ 𓂃 ⋆ ⭒ ˚ . ⋆

    ⋆ ⭒ ˚ . ⋆ ⋆ ˚ ☆ ˖ ° ⋆ 。 °

    ⋆ ˚ . ⭒ ˚ . ⋆ ⭑ 𓂃

    Madres, abuelas, hermanos, familia…
    Una familia. Aquello que la muñeca de azúcar siempre anheló, lo que jamás tuvo.
    [storm_fuchsia_cow_926] se lo ofrece, y Sugar quiere aceptarlo. Quiere tener un hogar al que regresar, alguien que la espere, que la extrañe, que la busque y la proteja. Quiere a alguien de quien cuidar, a quien consentir; alguien a quien abrazar por las noches y besar en las mañanas. Quiere recuperar ese sentido de pertenencia que su creador le arrebató.

    ⭑ 𓂃 ⋆ ˚ ☆ ˖ ° ⋆ 。 ° ✮ ˖ ࣪ ⊹ ⋆ . ˚

    ✶ ⋆ . °

    Hay tanto amor latiendo en su pequeño corazón, pero en su núcleo, allí donde la voluntad no se quiebra como su frágil cuerpo de caramelo, arde un deseo más profundo: ser libre y plena. Ser ella misma, basta y poderosa. Crear su propio legado, no perpetuar el de otro bajo comparaciones, reglas y regaños constantes.

    ✧ ˖ ° ★ ˎˊ˗

    ⋆ ˚ ☆ ˖ ° ⋆ 。 ° ✮ ˖ ࣪ ⊹ ⋆ . ˚ ⋆⭒˚.⋆

    — No necesito morir y renacer como tu hija para obtener lo que ofreces. No soy una Ishtar. Soy 𝐒𝐮𝐠𝐚𝐫 𝐃𝐨𝐥𝐥, princesa. Y eso no va a cambiar.

    ⭒ ˚ . ⋆ ✴︎ ˚ ⋆ ˙ ⟡ ݁₊ .
    ִֶָ ⋆✴︎˚。⋆ 𝓒𝓪𝓶𝓫𝓲𝓸𝓼 . ..𓂃 ࣪ ִֶָ་༘࿐ ⋆ ˚ ☆ ˖ ° ⋆ 。 ° ✮ ˖ ࣪ ⊹ ⋆ . ˚ ⋆⭒˚.⋆ ⭑ 𓂃 ⋆ ⭒ ˚ . ⋆ ⋆ ⭒ ˚ . ⋆ ⋆ ˚ ☆ ˖ ° ⋆ 。 ° ⋆ ˚ . ⭒ ˚ . ⋆ ⭑ 𓂃 Madres, abuelas, hermanos, familia… Una familia. Aquello que la muñeca de azúcar siempre anheló, lo que jamás tuvo. [storm_fuchsia_cow_926] se lo ofrece, y Sugar quiere aceptarlo. Quiere tener un hogar al que regresar, alguien que la espere, que la extrañe, que la busque y la proteja. Quiere a alguien de quien cuidar, a quien consentir; alguien a quien abrazar por las noches y besar en las mañanas. Quiere recuperar ese sentido de pertenencia que su creador le arrebató. ⭑ 𓂃 ⋆ ˚ ☆ ˖ ° ⋆ 。 ° ✮ ˖ ࣪ ⊹ ⋆ . ˚ ✶ ⋆ . ° Hay tanto amor latiendo en su pequeño corazón, pero en su núcleo, allí donde la voluntad no se quiebra como su frágil cuerpo de caramelo, arde un deseo más profundo: ser libre y plena. Ser ella misma, basta y poderosa. Crear su propio legado, no perpetuar el de otro bajo comparaciones, reglas y regaños constantes. ✧ ˖ ° ★ ˎˊ˗ ⋆ ˚ ☆ ˖ ° ⋆ 。 ° ✮ ˖ ࣪ ⊹ ⋆ . ˚ ⋆⭒˚.⋆ — No necesito morir y renacer como tu hija para obtener lo que ofreces. No soy una Ishtar. Soy 𝐒𝐮𝐠𝐚𝐫 𝐃𝐨𝐥𝐥, princesa. Y eso no va a cambiar. ⭒ ˚ . ⋆ ✴︎ ˚ ⋆ ˙ ⟡ ݁₊ .
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  • El mediodía ya habia pasado y los habia descubierto todavía en la cama, demasiado entretenidos como para darse cuenta del paso de las horas. Costaba salir de aquellas sábanas cuando lo único que le interesaba de aquella ciudad estaba bajo ellas.

    No habia descuidado su trabajo, pero digamos que le habia dedicado muchas más horas de las recomendables a la preciosa señorita Fernwick. Y no se arrepentía. Prefería pasar las horas contemplándola tumbados en la cama, recorriendo su piel con las yemas de sus dedos. No se le podía culpar.

    De pronto un recuerdo apremiante pasa por su cabeza de forma rápida.

    -¡Oh! -exclama y se incorpora en la cama- Acabo de acordarme. ¡Tengo una cosa para ti! -dice apartando las sábanas para salir de la cama y caminar hasta la cómoda, donde abre un cajón y saca una pequeña caja de madera. Con esta vuelve hasta la cama y se la ofrece a la morena.

    En el interior de aquella caja la joven encontraría una joya. Una perla con brillo antinatural, más pulida que el nácar, engastada en un colgante y adherida a una cadena de plata antigua.

    -Dicen que esta perla es capaz de cumplir deseos. Deseos de verdad... -asiente alzando sus cejas- Pero tiene truco. Solo puedes pedir un deseo. Habrás de usarlo bien... He pensado que... Sería el regalo perfecto. Feliz cumpleaños, Danielle Fernwick...


    #Personajes3D #3D #Comunidad3D
    El mediodía ya habia pasado y los habia descubierto todavía en la cama, demasiado entretenidos como para darse cuenta del paso de las horas. Costaba salir de aquellas sábanas cuando lo único que le interesaba de aquella ciudad estaba bajo ellas. No habia descuidado su trabajo, pero digamos que le habia dedicado muchas más horas de las recomendables a la preciosa señorita Fernwick. Y no se arrepentía. Prefería pasar las horas contemplándola tumbados en la cama, recorriendo su piel con las yemas de sus dedos. No se le podía culpar. De pronto un recuerdo apremiante pasa por su cabeza de forma rápida. -¡Oh! -exclama y se incorpora en la cama- Acabo de acordarme. ¡Tengo una cosa para ti! -dice apartando las sábanas para salir de la cama y caminar hasta la cómoda, donde abre un cajón y saca una pequeña caja de madera. Con esta vuelve hasta la cama y se la ofrece a la morena. En el interior de aquella caja la joven encontraría una joya. Una perla con brillo antinatural, más pulida que el nácar, engastada en un colgante y adherida a una cadena de plata antigua. -Dicen que esta perla es capaz de cumplir deseos. Deseos de verdad... -asiente alzando sus cejas- Pero tiene truco. Solo puedes pedir un deseo. Habrás de usarlo bien... He pensado que... Sería el regalo perfecto. Feliz cumpleaños, [Fernw1ck]... #Personajes3D #3D #Comunidad3D
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  • El avión avanzaba silencioso sobre un mar de nubes teñidas de dorado. Kelly dormía a su lado, con la respiración serena y los labios apenas curvados en una sonrisa soñada. Andrea no podía apartar la vista de ella. Había pasado tanto tiempo vigilando a todos menos a sí mismo, que aquella calma le parecía un regalo.

    Con cuidado, como si el gesto pudiera despertar un secreto, levantó el teléfono y tomó una foto. No para guardar una prueba, sino para atesorar un instante. En esa imagen quedaba atrapado lo que nunca se atrevía a decirle: que cada latido suyo se había rendido ante ella, que protegerla ya no era una tarea, sino un deseo.

    Italia los esperaba, sí, pero Andrea sabía que su verdadero destino estaba justo ahí, dormido junto a él.


    ㅤㅤㅤㅤㅤㅤKelly Vaughn
    El avión avanzaba silencioso sobre un mar de nubes teñidas de dorado. Kelly dormía a su lado, con la respiración serena y los labios apenas curvados en una sonrisa soñada. Andrea no podía apartar la vista de ella. Había pasado tanto tiempo vigilando a todos menos a sí mismo, que aquella calma le parecía un regalo. Con cuidado, como si el gesto pudiera despertar un secreto, levantó el teléfono y tomó una foto. No para guardar una prueba, sino para atesorar un instante. En esa imagen quedaba atrapado lo que nunca se atrevía a decirle: que cada latido suyo se había rendido ante ella, que protegerla ya no era una tarea, sino un deseo. Italia los esperaba, sí, pero Andrea sabía que su verdadero destino estaba justo ahí, dormido junto a él. ㅤㅤㅤㅤㅤㅤ[MISSTR0UBLE]
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  • El forastero entre las luces del pueblo

    Raphael caminaba con pasos erráticos, sus pies hundiéndose en el barro del bosque. El eco de la caza aún retumbaba en su pecho: la sangre caliente en su lengua, el crujir de huesos diminutos. El sabor lo había calmado, pero no satisfecho. El hambre de siglos encerrados no se apagaba con presas pequeñas. Cada latigazo que había marcado su piel ardía todavía, recordándole su condición: prisionero, prohibido, ahora arrojado a un mundo que apenas comprendía.

    El viento cambió. Un olor nuevo atravesó su nariz: humo, fuego… y algo más, más complejo, más tentador. Carne cocida. Pan. Vino. Aromas que no reconocía con claridad, pero que despertaban un deseo distinto al de la caza. Sus ojos brillaron. Caminó hacia esa dirección, apartando ramas, avanzando por el sendero natural que abría la montaña.

    De pronto, las vio: luces titilando en la lejanía, cálidas, como pequeños soles en la oscuridad. Se detuvo, incrédulo. Entre los árboles, un grupo de casas de piedra y madera aparecía al borde de la colina. Techos inclinados, humo escapando de chimeneas, faroles iluminando las calles empedradas. Una aldea humana.

    Raphael bajó la mirada a sus manos aún manchadas de sangre seca. Sus labios se curvaron en una media sonrisa rota, y murmuró en voz baja:

    — एते… जीवन्तः अस्ति। (Ellos… están vivos).

    Sus pasos lo llevaron hacia adelante, hasta salir del bosque. El contraste fue brutal: las sombras del bosque quedaban atrás, y de frente lo recibían las luces cálidas del pueblo. Los perros ladraron en alguna parte, los cascos de caballos golpeaban el suelo, y el murmullo de voces humanas se alzó como un coro incomprensible. Palabras que él no conocía, sonidos extraños. Frunció el ceño.

    — न मे भाषा… न मे शब्दाः। (No es mi lengua… no son mis palabras).

    Se acercó despacio, su figura alta y desgarbada proyectando una silueta inquietante bajo la luz de los faroles. Algunos aldeanos, al verlo, se detuvieron un segundo. Su ropa estaba rota, manchada de barro y sangre, su mirada ardía en tonalidades imposibles. Nadie lo había visto antes.

    —¿Quién es ese? —susurró un hombre a su esposa, apartándola hacia un lado.
    —No parece de aquí… —murmuró otro, sujetando con más fuerza el asa de la canasta que llevaba.

    Raphael se detuvo en medio de la calle empedrada. Sus ojos se movían de un lado a otro, analizando. El olor del pan fresco lo confundía, el vino derramado en los toneles le recordaba a la sangre. No comprendía qué era ese lugar, ni qué rol tenía la gente que lo observaba con miedo y curiosidad.

    Se llevó una mano al pecho y murmuró en voz baja, casi como una plegaria oscura:

    — कुतः… अहं? कुतः एषः लोकः? (¿De dónde… soy? ¿Qué es este mundo?).

    Un niño se le quedó mirando, curioso, sin miedo, hasta que su madre lo arrastró de vuelta a la casa. Las miradas crecían. Un extraño había entrado en el pueblo.

    Raphael sonrió, apenas, un gesto ambiguo que no revelaba si era amenaza o calma. Su estómago rugió, y sus ojos se alzaron hacia la posada iluminada al final de la calle, de donde escapaban olores de carne asada y cerveza.

    — भोजनम्… (Comida).

    Y dio su primer paso hacia el corazón del pueblo humano, sin comprender que su mera existencia ya estaba alterando el equilibrio de aquel lugar.
    El forastero entre las luces del pueblo Raphael caminaba con pasos erráticos, sus pies hundiéndose en el barro del bosque. El eco de la caza aún retumbaba en su pecho: la sangre caliente en su lengua, el crujir de huesos diminutos. El sabor lo había calmado, pero no satisfecho. El hambre de siglos encerrados no se apagaba con presas pequeñas. Cada latigazo que había marcado su piel ardía todavía, recordándole su condición: prisionero, prohibido, ahora arrojado a un mundo que apenas comprendía. El viento cambió. Un olor nuevo atravesó su nariz: humo, fuego… y algo más, más complejo, más tentador. Carne cocida. Pan. Vino. Aromas que no reconocía con claridad, pero que despertaban un deseo distinto al de la caza. Sus ojos brillaron. Caminó hacia esa dirección, apartando ramas, avanzando por el sendero natural que abría la montaña. De pronto, las vio: luces titilando en la lejanía, cálidas, como pequeños soles en la oscuridad. Se detuvo, incrédulo. Entre los árboles, un grupo de casas de piedra y madera aparecía al borde de la colina. Techos inclinados, humo escapando de chimeneas, faroles iluminando las calles empedradas. Una aldea humana. Raphael bajó la mirada a sus manos aún manchadas de sangre seca. Sus labios se curvaron en una media sonrisa rota, y murmuró en voz baja: — एते… जीवन्तः अस्ति। (Ellos… están vivos). Sus pasos lo llevaron hacia adelante, hasta salir del bosque. El contraste fue brutal: las sombras del bosque quedaban atrás, y de frente lo recibían las luces cálidas del pueblo. Los perros ladraron en alguna parte, los cascos de caballos golpeaban el suelo, y el murmullo de voces humanas se alzó como un coro incomprensible. Palabras que él no conocía, sonidos extraños. Frunció el ceño. — न मे भाषा… न मे शब्दाः। (No es mi lengua… no son mis palabras). Se acercó despacio, su figura alta y desgarbada proyectando una silueta inquietante bajo la luz de los faroles. Algunos aldeanos, al verlo, se detuvieron un segundo. Su ropa estaba rota, manchada de barro y sangre, su mirada ardía en tonalidades imposibles. Nadie lo había visto antes. —¿Quién es ese? —susurró un hombre a su esposa, apartándola hacia un lado. —No parece de aquí… —murmuró otro, sujetando con más fuerza el asa de la canasta que llevaba. Raphael se detuvo en medio de la calle empedrada. Sus ojos se movían de un lado a otro, analizando. El olor del pan fresco lo confundía, el vino derramado en los toneles le recordaba a la sangre. No comprendía qué era ese lugar, ni qué rol tenía la gente que lo observaba con miedo y curiosidad. Se llevó una mano al pecho y murmuró en voz baja, casi como una plegaria oscura: — कुतः… अहं? कुतः एषः लोकः? (¿De dónde… soy? ¿Qué es este mundo?). Un niño se le quedó mirando, curioso, sin miedo, hasta que su madre lo arrastró de vuelta a la casa. Las miradas crecían. Un extraño había entrado en el pueblo. Raphael sonrió, apenas, un gesto ambiguo que no revelaba si era amenaza o calma. Su estómago rugió, y sus ojos se alzaron hacia la posada iluminada al final de la calle, de donde escapaban olores de carne asada y cerveza. — भोजनम्… (Comida). Y dio su primer paso hacia el corazón del pueblo humano, sin comprender que su mera existencia ya estaba alterando el equilibrio de aquel lugar.
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