• —¿Ves esta mariposa roja? No es un insecto. Es la energía residual de un deseo que acabo de conceder... y la promesa de la tragedia que llegará después. ¿No crees que es... preciosa?
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  • 𝟏𝟎:𝟓𝟎 𝓟𝓜
    ═══════ ≪ •❈• ≫ ═══════

    Con el paso de los días, ya se volvió costumbre: cada vez que salgo tarde, mis ojos se elevan al cielo antes de perderse entre las calles oscuras. Hay algo en ese firmamento que me atrae.

    Esta noche no fue distinta… hasta que lo fue.
    En medio del tapiz estrellado, una luz fugaz atravesó el cielo en silencio, tan veloz como delicada.

    Me quedé inmóvil, casi conteniendo la respiración.
    Dicen que al ver una estrella fugaz uno debe pedir un deseo.
    Y aunque nunca fui de creer en supersticiones… cerré los ojos y lo hice.

    No pedí grandezas, ni victorias.
    Solo algo sencillo: que algún día, alguien camine a mi lado en estas noches tranquilas.
    𝟏𝟎:𝟓𝟎 𝓟𝓜 ═══════ ≪ •❈• ≫ ═══════ Con el paso de los días, ya se volvió costumbre: cada vez que salgo tarde, mis ojos se elevan al cielo antes de perderse entre las calles oscuras. Hay algo en ese firmamento que me atrae. Esta noche no fue distinta… hasta que lo fue. En medio del tapiz estrellado, una luz fugaz atravesó el cielo en silencio, tan veloz como delicada. Me quedé inmóvil, casi conteniendo la respiración. Dicen que al ver una estrella fugaz uno debe pedir un deseo. Y aunque nunca fui de creer en supersticiones… cerré los ojos y lo hice. No pedí grandezas, ni victorias. Solo algo sencillo: que algún día, alguien camine a mi lado en estas noches tranquilas.
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  • —Lo que más anhelas está tan solo a un deseo de distancia... Y sin embargo te paraliza el miedo a la magia y sus hermosas consecuencias
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  • {El príncipe Zarek se hallaba recostado sobre su cama amplia, cubierta de finas telas. Los aposentos, silenciosos, apenas eran iluminados por la luz de las velas.}

    {No lograba descansar. Cada vez que cerraba los ojos, el aire del desierto le devolvía un perfume distinto, un rastro que se desvanecía. El olor de la mestiza. Era un tormento. Una fragancia que se transformaba a cada minuto, imposible de rastrear con precisión. Demasiado inconstante, demasiado humano.}

    {Zarek apretó los dientes. Esa dualidad era lo que la mantenía con vida, lo que la hacía invisible incluso para los depredadores más antiguos como él. Una mestiza con sangre humana no debía haber sobrevivido, y sin embargo, ella existía. Ella era la clave. La última esperanza para los nekomatas, cuya especie se extinguía lentamente. Sin ella, el fin sería inevitable.}

    {Pero la furia lo consumía más que la desesperanza. La mestiza lo atormentaba sin siquiera saberlo. Le robaba el sueño. Lo empujaba a los límites de su paciencia. Con cada soplo de viento nocturno que rozaba su piel, el aroma llegaba a él como una burla, solo para desvanecerse un instante después.}

    {Zarek abrió los ojos de golpe, los colmillos apretados con fuerza. Sus manos se clavaron en las sábanas, arrugándolas, mientras sus nudillos palidecían por la presión. Luego abrazó con violencia la almohada, como si pudiera ahogar en ella la ansiedad.}

    {Quería dormir. Solo dormir unas horas. Pero no podía.}

    {Sabía lo que debía hacer. No podía seguir esperando informes de exploradores ni depender de rastros que se desvanecían en el viento. El viaje al mundo de los humanos era inevitable. Se disfrazaría de mortal, descendería hasta ese reino ajeno, y la encontraría.}

    {No importaba cuánto tuviera que sacrificar ni qué dios se interpusiera. Iría por ella. Porque era suya. Porque era la única capaz de calmar aquel tormento.}

    {Y en medio del silencio sofocante de la noche, Zarek permaneció despierto, prisionero de un deseo que no comprendía del todo, pero que lo estaba consumiendo más rápido que cualquier enemigo.}
    {El príncipe Zarek se hallaba recostado sobre su cama amplia, cubierta de finas telas. Los aposentos, silenciosos, apenas eran iluminados por la luz de las velas.} {No lograba descansar. Cada vez que cerraba los ojos, el aire del desierto le devolvía un perfume distinto, un rastro que se desvanecía. El olor de la mestiza. Era un tormento. Una fragancia que se transformaba a cada minuto, imposible de rastrear con precisión. Demasiado inconstante, demasiado humano.} {Zarek apretó los dientes. Esa dualidad era lo que la mantenía con vida, lo que la hacía invisible incluso para los depredadores más antiguos como él. Una mestiza con sangre humana no debía haber sobrevivido, y sin embargo, ella existía. Ella era la clave. La última esperanza para los nekomatas, cuya especie se extinguía lentamente. Sin ella, el fin sería inevitable.} {Pero la furia lo consumía más que la desesperanza. La mestiza lo atormentaba sin siquiera saberlo. Le robaba el sueño. Lo empujaba a los límites de su paciencia. Con cada soplo de viento nocturno que rozaba su piel, el aroma llegaba a él como una burla, solo para desvanecerse un instante después.} {Zarek abrió los ojos de golpe, los colmillos apretados con fuerza. Sus manos se clavaron en las sábanas, arrugándolas, mientras sus nudillos palidecían por la presión. Luego abrazó con violencia la almohada, como si pudiera ahogar en ella la ansiedad.} {Quería dormir. Solo dormir unas horas. Pero no podía.} {Sabía lo que debía hacer. No podía seguir esperando informes de exploradores ni depender de rastros que se desvanecían en el viento. El viaje al mundo de los humanos era inevitable. Se disfrazaría de mortal, descendería hasta ese reino ajeno, y la encontraría.} {No importaba cuánto tuviera que sacrificar ni qué dios se interpusiera. Iría por ella. Porque era suya. Porque era la única capaz de calmar aquel tormento.} {Y en medio del silencio sofocante de la noche, Zarek permaneció despierto, prisionero de un deseo que no comprendía del todo, pero que lo estaba consumiendo más rápido que cualquier enemigo.}
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  • — Euuu calma con tu cuestionario. — Sorbito a su coquita. — Yo siempre fui humano, que tomara la decisión de ser un gato fue un deseo del universo. — Señala hacia arriba.— Mi vida como humano era insatisfactoria, mucho trabajo que hacer y poco tiempo ¡Y no hablemos de la pereza!. Bueno, es un capricho mío pero ser un gato me ayudó a descubrir que mi mamá me envenenaba para quedarse con la herencia y que mi hermana era una loca incestuosa que se cogía a mi papá, bonita familia. ¿Eh?. Ser un gato me dió libertad: no más tareas, no más pendientes, no más asuntos familiares, solo comer, dormir, cagar y ser bonito.
    — Euuu calma con tu cuestionario. — Sorbito a su coquita. — Yo siempre fui humano, que tomara la decisión de ser un gato fue un deseo del universo. — Señala hacia arriba.— Mi vida como humano era insatisfactoria, mucho trabajo que hacer y poco tiempo ¡Y no hablemos de la pereza!. Bueno, es un capricho mío pero ser un gato me ayudó a descubrir que mi mamá me envenenaba para quedarse con la herencia y que mi hermana era una loca incestuosa que se cogía a mi papá, bonita familia. ¿Eh?. Ser un gato me dió libertad: no más tareas, no más pendientes, no más asuntos familiares, solo comer, dormir, cagar y ser bonito.
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  • ────Felicidades, te acabas de encontrar a la Afro oficinista, ahora tienes su bendición. Puedes pedir un deseo; desde que esa persona especial te deje de hablar más cortante que una roca o que esta noche suene como coditos con crema.
    ────Felicidades, te acabas de encontrar a la Afro oficinista, ahora tienes su bendición. Puedes pedir un deseo; desde que esa persona especial te deje de hablar más cortante que una roca o que esta noche suene como coditos con crema.
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  • Esto se ha publicado como Out Of Character. Tenlo en cuenta al responder.
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    He cruzado los reinos de la conciencia y lo onírico, he visto a millones de almas soñar con la idea de amar, de ser amadas, de perder o recuperar el amor. He sido testigo de cada forma en que el corazón puede anhelar e incluso sufrir. Y sin embargo, cuando lo sentí por primera vez… me encontré indefenso.

    Ella no es un sueño. No es parte de mi reino. No pertenece a mis noches ni a mis cielos estrellados. Y aun así, su presencia trastoca mis límites. Cuando pienso en ella, todo... Bueno, todo sale bien. Todo se vuelve menos inmenso… y más humano.

    A su lado, ya no soy el dios de los sueños. Soy apenas un pensamiento. Una espera. Un deseo.

    He aprendido que el amor no necesita lógica, ni destino. Solo ocurre. Surge como lo hacen los sueños más puros: sin advertencia. Sin permiso.

    Y lo más cruel… es que, aunque puedo visitar su mente cuando duerme, aunque puedo moldear sus paisajes interiores, no puedo obligarla a amarme. Sería una profanación de lo que más adoro de ella: su libertad y su verdad.

    Así que la contemplo solamente. En sus sueños, en sus gestos, en sus silencios. La amo con la paciencia de quien sabe que quizá nunca será correspondido, pero aún así, a veces, cada noche, le dejo restos de mi presencia...
    He cruzado los reinos de la conciencia y lo onírico, he visto a millones de almas soñar con la idea de amar, de ser amadas, de perder o recuperar el amor. He sido testigo de cada forma en que el corazón puede anhelar e incluso sufrir. Y sin embargo, cuando lo sentí por primera vez… me encontré indefenso. Ella no es un sueño. No es parte de mi reino. No pertenece a mis noches ni a mis cielos estrellados. Y aun así, su presencia trastoca mis límites. Cuando pienso en ella, todo... Bueno, todo sale bien. Todo se vuelve menos inmenso… y más humano. A su lado, ya no soy el dios de los sueños. Soy apenas un pensamiento. Una espera. Un deseo. He aprendido que el amor no necesita lógica, ni destino. Solo ocurre. Surge como lo hacen los sueños más puros: sin advertencia. Sin permiso. Y lo más cruel… es que, aunque puedo visitar su mente cuando duerme, aunque puedo moldear sus paisajes interiores, no puedo obligarla a amarme. Sería una profanación de lo que más adoro de ella: su libertad y su verdad. Así que la contemplo solamente. En sus sueños, en sus gestos, en sus silencios. La amo con la paciencia de quien sabe que quizá nunca será correspondido, pero aún así, a veces, cada noche, le dejo restos de mi presencia...
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  • Quizás mi amor sea un abrazo mortal,
    un deseo insaciable, eterno y cruel.
    Solo yo, en tus pensamientos, quiero morar,
    que tu alma se pierda, que no encuentres otro ser.

    Quiero que mueras por mí, que tu vida se encienda
    con cada suspiro que de mi boca surja,
    que tu carne arda con el deseo que envenena
    y que mis sombras sean la única luz que te acoga.

    Que no haya rincón en tu mente, ni en tu pecho,
    que no lleve mi nombre, que no te susurre mi voz.
    Solo yo, por siempre, tú serás mi objeto,
    mi juguete, mi prisionero, y en la eternidad seré tu Dios.

    Sufre mi pasión, saborea la locura,
    que en cada beso te muera un poco más.
    Seré el eco de tus noches más oscuras,
    y cuando mi frío te abrace, sabrás que nunca podrás escapar.

    Ahora solo me perteneces a mí...
    Quizás mi amor sea un abrazo mortal, un deseo insaciable, eterno y cruel. Solo yo, en tus pensamientos, quiero morar, que tu alma se pierda, que no encuentres otro ser. Quiero que mueras por mí, que tu vida se encienda con cada suspiro que de mi boca surja, que tu carne arda con el deseo que envenena y que mis sombras sean la única luz que te acoga. Que no haya rincón en tu mente, ni en tu pecho, que no lleve mi nombre, que no te susurre mi voz. Solo yo, por siempre, tú serás mi objeto, mi juguete, mi prisionero, y en la eternidad seré tu Dios. Sufre mi pasión, saborea la locura, que en cada beso te muera un poco más. Seré el eco de tus noches más oscuras, y cuando mi frío te abrace, sabrás que nunca podrás escapar. Ahora solo me perteneces a mí...
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  • — Necesito una copa de vino.

    Es solo un deseo al viento, un deseo que esconde algo, pero, al menos no es el sentimiento de soledad, sabe que tiene a su hermana junto a ella y que está vez no tiene que hacerlo sola ¿Verdad?
    — Necesito una copa de vino. Es solo un deseo al viento, un deseo que esconde algo, pero, al menos no es el sentimiento de soledad, sabe que tiene a su hermana junto a ella y que está vez no tiene que hacerlo sola ¿Verdad?
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  • Recuerdos de un zorro

    Kuragari: La oscuridad creciente (Parte 1)

    //Estas son crónicas del pasado de Kazuo. Ocurrieron alrededor de mil años atrás.//

    “No quiero herir con lo que siento. No quiero herirme con lo que muestro.”



    No siempre hubo luz en aquellos ojos de un azul tan puro y etéreo.
    Hubo un tiempo en el que su brillo fue devorado por su propia alma.

    “Demasiado dolor para una sola alma que calla.
    Araña las paredes de mi mente. Me siento exhausto.”


    No lo vio venir. Su cuerpo se había convertido en un recipiente lleno de odio, amargura, tristeza… y un deseo de venganza insaciable.
    Los hombres le habían causado demasiado dolor. Nada bueno le fue concedido por ellos. Y su madre, su diosa, en aquel entonces parecía mirar hacia otro lado.
    “Una forma retorcida de castigarme por aquello que pienso y callo”, pensó.

    Aquella vorágine de sentimientos comenzó a tomar forma. Era como si su alma se hubiera dividido en dos.
    Por un lado, la bondad y la pureza que luchaban por no ser consumidas.
    Por el otro… Él.

    Lucía como Kazuo, pero al mismo tiempo era algo completamente distinto.
    Su cuerpo era más delgado, con las mejillas hundidas, como si algo le devorase por dentro. Su belleza estaba distorsionada, como una burda copia mal interpretada.
    Su piel, tan blanca, dejaba ver unas venas del color de la noche, que serpenteaban bajo la superficie. Y sus ojos… negros; Tan oscuros que parecía que se habían tragado todo atisbo de luz; unos ojos capaces de arrebatarte lo poco que te quedase de cordura.

    Todo lo malo y oscuro que Kazuo albergaba en su corazón había tomado forma hecha carne.
    Sus miedos.
    Su ira.
    Sus deseos más viscerales.
    Su sed de sangre.

    Kuragari. El anochecer que no se va.

    Le susurraba al oído cada noche, llenando su mente de tanta maldad que habría preferido estar muerto.
    Manipulaba sus pensamientos, convenciéndolo de buscar placer en el dolor ajeno, en el sufrimiento de aquellos que tanto daño le habían hecho.
    Lo seducía con caricias envueltas en un fingido cariño, con promesas de amor y una paz que jamás llegaría.

    Kuragari había tomado su propia forma, construyendo una especie de alma nacida del miedo y el silencio del noble zorro.
    Todo lo que Kazuo había callado y encerrado en lo más profundo de su ser, había despertado con voz propia.

    -Nadie te ama. Solo yo te entiendo, mi Kazuo.Déjame enseñarte lo que es ser amado.- Le decía Kuragari en las noches más frías y solitarias.

    Se pegaba a su espalda, con su pecho desnudo, helado y sin vida.
    Sus manos, huesudas, acariciaban su torso, haciendo estremecer al kitsune, haciéndole creer, aunque fuera por un instante, que podía ser amado.

    Cada palabra era pronunciada en un ronroneo pegado a su oído, provocando un escalofrío que le recorría la columna.
    Su lengua bífida deslizándose por el lateral de su cuello hasta alcanzar el lóbulo de su oreja, que mordía con suavidad, de forma seductora, en un intento desesperado por arrastrarlo a una oscuridad sin fin.

    Kazuo suspiraba, dejándose llevar por breves momentos por aquel placer tan fácil… tan inmediato… que casi lograba convencerlo de rendirse.

    -Déjame…- Decía el zorro de forma entrecortada.

    -No te puedo dejar, al igual que tú no puedes dejarme a mí. Soy parte de tu todo, sin mi solo eres alguien incompleto.- Decía mientras una de sus manos se colaba desde su espalda hasta el vientre del zorro.

    Kuragari pasaba sus dedos por todo el abdomen de Yōkai, dejando que sus largas uñas dejasen un recorrido de marcas rojizas. A Kazuo le costaba respirar, como si su simple toque provocase que el aire escapase de sus pulmones.

    No era amor, ni nada que se le pareciera. Era un deseo vacío, uno que Kuragari intentaba despertar. Su mano descendió aún más, llegando a su bajo vientre, hasta quedar a escasos sentimientos de la virilidad del zorro.

    Fue entonces que Kazuo reaccionó. Se volteó, llevando su mano en puño hacia atrás, creando un arco para asestar un golpe certero. En ese momento Kuragari se volvió humo, desapareciendo, dejando una risa maliciosa suspendida en el aire.

    Los rayos del sol comenzaron a filtrarse a través de la ventana de una choza abandonada, que estaba usando como refugio provisional. Estos anunciaban el fin de la oscuridad. Al menos, hasta que la noche volviera a caer, Kuragari se mantendría lejos.

    En aquel entonces, Kazuo era aún joven.
    Apenas había cumplido los doscientos años.
    Un yōkai inexperto.
    Un zorro marcado por un siglo de amargura inconsolable.

    La muerte de quienes había considerado su familia lo dejó anclado en un ciclo perpetuo de tristeza y deseo de venganza.

    Y así nació Kuragari:

    Un ente vengativo y lleno de dolor.
    Una sombra con voz, intentando arrastrar a su creador al mismo abismo del que surgió.

    Pero Kazuo fue más fuerte;
    Recordó la bondad de sus padres, la inocencia de sus hermanos, y el amor verdadero.Un amor que Kuragari no podía ofrecer de forma genuina.

    Entonces comprendió que ese ser nacido de su sufrimiento debía ser detenido.Pero destruirlo no era una opción.Compartían alma.Y si Kuragari era destruido, parte del alma de Kazuo moriría con él, dejándolo incompleto. Una criatura fragmentada vagando por la tierra.

    Lo único que podía hacer con el poder que tenía entonces fue sellarlo.

    “Para siempre.”

    O al menos… eso pensó.






    Recuerdos de un zorro Kuragari: La oscuridad creciente (Parte 1) //Estas son crónicas del pasado de Kazuo. Ocurrieron alrededor de mil años atrás.// “No quiero herir con lo que siento. No quiero herirme con lo que muestro.” No siempre hubo luz en aquellos ojos de un azul tan puro y etéreo. Hubo un tiempo en el que su brillo fue devorado por su propia alma. “Demasiado dolor para una sola alma que calla. Araña las paredes de mi mente. Me siento exhausto.” No lo vio venir. Su cuerpo se había convertido en un recipiente lleno de odio, amargura, tristeza… y un deseo de venganza insaciable. Los hombres le habían causado demasiado dolor. Nada bueno le fue concedido por ellos. Y su madre, su diosa, en aquel entonces parecía mirar hacia otro lado. “Una forma retorcida de castigarme por aquello que pienso y callo”, pensó. Aquella vorágine de sentimientos comenzó a tomar forma. Era como si su alma se hubiera dividido en dos. Por un lado, la bondad y la pureza que luchaban por no ser consumidas. Por el otro… Él. Lucía como Kazuo, pero al mismo tiempo era algo completamente distinto. Su cuerpo era más delgado, con las mejillas hundidas, como si algo le devorase por dentro. Su belleza estaba distorsionada, como una burda copia mal interpretada. Su piel, tan blanca, dejaba ver unas venas del color de la noche, que serpenteaban bajo la superficie. Y sus ojos… negros; Tan oscuros que parecía que se habían tragado todo atisbo de luz; unos ojos capaces de arrebatarte lo poco que te quedase de cordura. Todo lo malo y oscuro que Kazuo albergaba en su corazón había tomado forma hecha carne. Sus miedos. Su ira. Sus deseos más viscerales. Su sed de sangre. Kuragari. El anochecer que no se va. Le susurraba al oído cada noche, llenando su mente de tanta maldad que habría preferido estar muerto. Manipulaba sus pensamientos, convenciéndolo de buscar placer en el dolor ajeno, en el sufrimiento de aquellos que tanto daño le habían hecho. Lo seducía con caricias envueltas en un fingido cariño, con promesas de amor y una paz que jamás llegaría. Kuragari había tomado su propia forma, construyendo una especie de alma nacida del miedo y el silencio del noble zorro. Todo lo que Kazuo había callado y encerrado en lo más profundo de su ser, había despertado con voz propia. -Nadie te ama. Solo yo te entiendo, mi Kazuo.Déjame enseñarte lo que es ser amado.- Le decía Kuragari en las noches más frías y solitarias. Se pegaba a su espalda, con su pecho desnudo, helado y sin vida. Sus manos, huesudas, acariciaban su torso, haciendo estremecer al kitsune, haciéndole creer, aunque fuera por un instante, que podía ser amado. Cada palabra era pronunciada en un ronroneo pegado a su oído, provocando un escalofrío que le recorría la columna. Su lengua bífida deslizándose por el lateral de su cuello hasta alcanzar el lóbulo de su oreja, que mordía con suavidad, de forma seductora, en un intento desesperado por arrastrarlo a una oscuridad sin fin. Kazuo suspiraba, dejándose llevar por breves momentos por aquel placer tan fácil… tan inmediato… que casi lograba convencerlo de rendirse. -Déjame…- Decía el zorro de forma entrecortada. -No te puedo dejar, al igual que tú no puedes dejarme a mí. Soy parte de tu todo, sin mi solo eres alguien incompleto.- Decía mientras una de sus manos se colaba desde su espalda hasta el vientre del zorro. Kuragari pasaba sus dedos por todo el abdomen de Yōkai, dejando que sus largas uñas dejasen un recorrido de marcas rojizas. A Kazuo le costaba respirar, como si su simple toque provocase que el aire escapase de sus pulmones. No era amor, ni nada que se le pareciera. Era un deseo vacío, uno que Kuragari intentaba despertar. Su mano descendió aún más, llegando a su bajo vientre, hasta quedar a escasos sentimientos de la virilidad del zorro. Fue entonces que Kazuo reaccionó. Se volteó, llevando su mano en puño hacia atrás, creando un arco para asestar un golpe certero. En ese momento Kuragari se volvió humo, desapareciendo, dejando una risa maliciosa suspendida en el aire. Los rayos del sol comenzaron a filtrarse a través de la ventana de una choza abandonada, que estaba usando como refugio provisional. Estos anunciaban el fin de la oscuridad. Al menos, hasta que la noche volviera a caer, Kuragari se mantendría lejos. En aquel entonces, Kazuo era aún joven. Apenas había cumplido los doscientos años. Un yōkai inexperto. Un zorro marcado por un siglo de amargura inconsolable. La muerte de quienes había considerado su familia lo dejó anclado en un ciclo perpetuo de tristeza y deseo de venganza. Y así nació Kuragari: Un ente vengativo y lleno de dolor. Una sombra con voz, intentando arrastrar a su creador al mismo abismo del que surgió. Pero Kazuo fue más fuerte; Recordó la bondad de sus padres, la inocencia de sus hermanos, y el amor verdadero.Un amor que Kuragari no podía ofrecer de forma genuina. Entonces comprendió que ese ser nacido de su sufrimiento debía ser detenido.Pero destruirlo no era una opción.Compartían alma.Y si Kuragari era destruido, parte del alma de Kazuo moriría con él, dejándolo incompleto. Una criatura fragmentada vagando por la tierra. Lo único que podía hacer con el poder que tenía entonces fue sellarlo. “Para siempre.” O al menos… eso pensó.
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