• Con la llegada del Niiname-sai el bosque se animaba cada noche más.

    El zorro iba en días no consecutivos a una parte de este. Danzaba, danzaba hasta que sus pies chillaban. Sus llamas color zafiro, al igual que sus ojos, centelleaban alegres con sus movimientos.

    La tierra se conectaba con el Yōkai en una perfecta sintonía, ambos unidos en un mismo ser. Este reía con suavidad, y pareciera que el bosque le respondiera, que reía a la par que con él.

    No era raro que Kitsunes Zenko de otros lugares vinieran a verlo. No había muchos demonios tan longevos como Kazuo. Sus nueve colas dejaban en entredicho que mínimo superaba los 1000 años de edad.

    La luz de sus llamas proclamaban la buena fortuna para ese año. Los que conseguían verla, sabrían que sus rezos a Inari habían sido escuchados. Ese año la cosecha sería fructífera, y la suerte les acompañaría durante todo el año.

    Esa noche, una más de muchas, se encontraba en aquella pradera rodeado de mágia, fortuna y vida.
    Con la llegada del Niiname-sai el bosque se animaba cada noche más. El zorro iba en días no consecutivos a una parte de este. Danzaba, danzaba hasta que sus pies chillaban. Sus llamas color zafiro, al igual que sus ojos, centelleaban alegres con sus movimientos. La tierra se conectaba con el Yōkai en una perfecta sintonía, ambos unidos en un mismo ser. Este reía con suavidad, y pareciera que el bosque le respondiera, que reía a la par que con él. No era raro que Kitsunes Zenko de otros lugares vinieran a verlo. No había muchos demonios tan longevos como Kazuo. Sus nueve colas dejaban en entredicho que mínimo superaba los 1000 años de edad. La luz de sus llamas proclamaban la buena fortuna para ese año. Los que conseguían verla, sabrían que sus rezos a Inari habían sido escuchados. Ese año la cosecha sería fructífera, y la suerte les acompañaría durante todo el año. Esa noche, una más de muchas, se encontraba en aquella pradera rodeado de mágia, fortuna y vida.
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  • Se acercaba el Niiname-sai, el festival de la cosecha y del agradecimiento a la naturaleza por los frutos que la tierra nos otorga.

    Kazuo, como Zenko, mensajero del Kami Inari, danzaba por las noches con sus llamas color zafiro. La luz que estas emitían alertaba a los habitantes de las aldeas cercanas de que sería un año de abundante cosecha, de que sus rezos y ofrendas habían sido entregados por un kitsune a la deidad.

    Kazuo amaba especialmente el otoño. Disfrutaba del aroma a madera y pino, del olor de las castañas asadas al pasar por los mercados, de los boniatos a la brasa y de las pastas de almendra. Dejaba que sus ojos capturaran la sinfonía de colores que ofrecían los árboles. Sus hojas de color rojo, amarillo y marrón, combinadas, parecían abrir un camino hacia el templo de los dioses.

    Aquel crepúsculo, el zorro se encontraba en la pradera, disfrutando de los últimos rayos de sol sobre su piel. Esa noche volvería a danzar, a danzar para que sus llamas atraparan los deseos ajenos y los llevara a su Kami.
    Se acercaba el Niiname-sai, el festival de la cosecha y del agradecimiento a la naturaleza por los frutos que la tierra nos otorga. Kazuo, como Zenko, mensajero del Kami Inari, danzaba por las noches con sus llamas color zafiro. La luz que estas emitían alertaba a los habitantes de las aldeas cercanas de que sería un año de abundante cosecha, de que sus rezos y ofrendas habían sido entregados por un kitsune a la deidad. Kazuo amaba especialmente el otoño. Disfrutaba del aroma a madera y pino, del olor de las castañas asadas al pasar por los mercados, de los boniatos a la brasa y de las pastas de almendra. Dejaba que sus ojos capturaran la sinfonía de colores que ofrecían los árboles. Sus hojas de color rojo, amarillo y marrón, combinadas, parecían abrir un camino hacia el templo de los dioses. Aquel crepúsculo, el zorro se encontraba en la pradera, disfrutando de los últimos rayos de sol sobre su piel. Esa noche volvería a danzar, a danzar para que sus llamas atraparan los deseos ajenos y los llevara a su Kami.
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  • Era luna llena, y eso aportaba una energía especial. Cuando esta se alzaba, Kazuo en su forma más espiritual, guiaba a los Zenkos más inexpertos al mundo de los espíritus. Un viaje para conectarse con Inari, su deidad, quien les honró con la gracia y poder para ser sus mensajeros. Este pasea por el bosque junto a los Kitsunes más jovenes, dejando que su fuego azul danzase de forma enérgica, anunciando el ascenso. El tamaño descomunal de Kazuo imponía respeto al igual que el número de sus colas, muestra de su sabiduría y longevidad. A medida que el zorro avanza montaña arriba el bosque cantaba,... cantaba por la ducha de que lo divino y lo terrenal se unieran bajo su mano.
    Era luna llena, y eso aportaba una energía especial. Cuando esta se alzaba, Kazuo en su forma más espiritual, guiaba a los Zenkos más inexpertos al mundo de los espíritus. Un viaje para conectarse con Inari, su deidad, quien les honró con la gracia y poder para ser sus mensajeros. Este pasea por el bosque junto a los Kitsunes más jovenes, dejando que su fuego azul danzase de forma enérgica, anunciando el ascenso. El tamaño descomunal de Kazuo imponía respeto al igual que el número de sus colas, muestra de su sabiduría y longevidad. A medida que el zorro avanza montaña arriba el bosque cantaba,... cantaba por la ducha de que lo divino y lo terrenal se unieran bajo su mano.
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  • // Acontecimiento sucecido en la sala de rol del templo. Os animo a uniros //

    Kazuo escuchó las palabras con un impacto que resonó en lo más profundo de su ser: "Eres malo". Nunca antes había sido acusado de algo semejante. Como un kitsune zenko, había dedicado su existencia a guiar y proteger, a actuar con sabiduría, honor y humildad. Siempre había confiado en la pureza de sus intenciones y en la rectitud de sus acciones. Pero ahora, por primera vez, comenzaba a dudar de la autenticidad de su espíritu.

    Kazuo había actuado como le dictaba su conciencia, seguro de estar haciendo lo correcto. No había en su corazón ni un rastro de malicia; todo lo que hizo fue con la intención de ayudar. Sin embargo, el resultado fue doloroso para otro, y ahora enfrentaba no solo la reacción de la víctima, sino también la condena implacable de un testigo. "Eres malo". Esa sentencia lo dejó paralizado, obligándolo a mirar hacia dentro de sí mismo con una nueva y dolorosa perspectiva.

    ¿Podía un solo error poner en duda todo lo que él era? ¿Podía la bondad que siempre había cultivado ser cuestionada por un acto que, aunque no intencionado, causó daño? Kazuo comenzó a preguntarse si realmente había entendido lo que significaba ser puro de espíritu. ¿Había, en su confianza en su propia percepción, una ceguera hacia la posibilidad de errar, hacia el daño que podía causar sin quererlo?

    Esa duda se aferró a él, sembrando una inquietud desconocida en su corazón. Kazuo comprendió que, aunque sus intenciones habían sido nobles, eso no lo eximía de la responsabilidad de sus acciones. No era malo, pero tampoco era perfecto. Este juicio, aunque doloroso, lo llevó a una reflexión profunda: la verdadera pureza no radica en la infalibilidad, sino en la capacidad de reconocer las propias fallas, de aprender de ellas y de seguir adelante con mayor humildad y conciencia.
    // Acontecimiento sucecido en la sala de rol del templo. Os animo a uniros ❤️⛩️// Kazuo escuchó las palabras con un impacto que resonó en lo más profundo de su ser: "Eres malo". Nunca antes había sido acusado de algo semejante. Como un kitsune zenko, había dedicado su existencia a guiar y proteger, a actuar con sabiduría, honor y humildad. Siempre había confiado en la pureza de sus intenciones y en la rectitud de sus acciones. Pero ahora, por primera vez, comenzaba a dudar de la autenticidad de su espíritu. Kazuo había actuado como le dictaba su conciencia, seguro de estar haciendo lo correcto. No había en su corazón ni un rastro de malicia; todo lo que hizo fue con la intención de ayudar. Sin embargo, el resultado fue doloroso para otro, y ahora enfrentaba no solo la reacción de la víctima, sino también la condena implacable de un testigo. "Eres malo". Esa sentencia lo dejó paralizado, obligándolo a mirar hacia dentro de sí mismo con una nueva y dolorosa perspectiva. ¿Podía un solo error poner en duda todo lo que él era? ¿Podía la bondad que siempre había cultivado ser cuestionada por un acto que, aunque no intencionado, causó daño? Kazuo comenzó a preguntarse si realmente había entendido lo que significaba ser puro de espíritu. ¿Había, en su confianza en su propia percepción, una ceguera hacia la posibilidad de errar, hacia el daño que podía causar sin quererlo? Esa duda se aferró a él, sembrando una inquietud desconocida en su corazón. Kazuo comprendió que, aunque sus intenciones habían sido nobles, eso no lo eximía de la responsabilidad de sus acciones. No era malo, pero tampoco era perfecto. Este juicio, aunque doloroso, lo llevó a una reflexión profunda: la verdadera pureza no radica en la infalibilidad, sino en la capacidad de reconocer las propias fallas, de aprender de ellas y de seguir adelante con mayor humildad y conciencia.
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