Con la llegada del Niiname-sai el bosque se animaba cada noche más.

El zorro iba en días no consecutivos a una parte de este. Danzaba, danzaba hasta que sus pies chillaban. Sus llamas color zafiro, al igual que sus ojos, centelleaban alegres con sus movimientos.

La tierra se conectaba con el Yōkai en una perfecta sintonía, ambos unidos en un mismo ser. Este reía con suavidad, y pareciera que el bosque le respondiera, que reía a la par que con él.

No era raro que Kitsunes Zenko de otros lugares vinieran a verlo. No había muchos demonios tan longevos como Kazuo. Sus nueve colas dejaban en entredicho que mínimo superaba los 1000 años de edad.

La luz de sus llamas proclamaban la buena fortuna para ese año. Los que conseguían verla, sabrían que sus rezos a Inari habían sido escuchados. Ese año la cosecha sería fructífera, y la suerte les acompañaría durante todo el año.

Esa noche, una más de muchas, se encontraba en aquella pradera rodeado de mágia, fortuna y vida.
Con la llegada del Niiname-sai el bosque se animaba cada noche más. El zorro iba en días no consecutivos a una parte de este. Danzaba, danzaba hasta que sus pies chillaban. Sus llamas color zafiro, al igual que sus ojos, centelleaban alegres con sus movimientos. La tierra se conectaba con el Yōkai en una perfecta sintonía, ambos unidos en un mismo ser. Este reía con suavidad, y pareciera que el bosque le respondiera, que reía a la par que con él. No era raro que Kitsunes Zenko de otros lugares vinieran a verlo. No había muchos demonios tan longevos como Kazuo. Sus nueve colas dejaban en entredicho que mínimo superaba los 1000 años de edad. La luz de sus llamas proclamaban la buena fortuna para ese año. Los que conseguían verla, sabrían que sus rezos a Inari habían sido escuchados. Ese año la cosecha sería fructífera, y la suerte les acompañaría durante todo el año. Esa noche, una más de muchas, se encontraba en aquella pradera rodeado de mágia, fortuna y vida.
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