• Quizás mi amor sea un abrazo mortal,
    un deseo insaciable, eterno y cruel.
    Solo yo, en tus pensamientos, quiero morar,
    que tu alma se pierda, que no encuentres otro ser.

    Quiero que mueras por mí, que tu vida se encienda
    con cada suspiro que de mi boca surja,
    que tu carne arda con el deseo que envenena
    y que mis sombras sean la única luz que te acoga.

    Que no haya rincón en tu mente, ni en tu pecho,
    que no lleve mi nombre, que no te susurre mi voz.
    Solo yo, por siempre, tú serás mi objeto,
    mi juguete, mi prisionero, y en la eternidad seré tu Dios.

    Sufre mi pasión, saborea la locura,
    que en cada beso te muera un poco más.
    Seré el eco de tus noches más oscuras,
    y cuando mi frío te abrace, sabrás que nunca podrás escapar.

    Ahora solo me perteneces a mí...
    Quizás mi amor sea un abrazo mortal, un deseo insaciable, eterno y cruel. Solo yo, en tus pensamientos, quiero morar, que tu alma se pierda, que no encuentres otro ser. Quiero que mueras por mí, que tu vida se encienda con cada suspiro que de mi boca surja, que tu carne arda con el deseo que envenena y que mis sombras sean la única luz que te acoga. Que no haya rincón en tu mente, ni en tu pecho, que no lleve mi nombre, que no te susurre mi voz. Solo yo, por siempre, tú serás mi objeto, mi juguete, mi prisionero, y en la eternidad seré tu Dios. Sufre mi pasión, saborea la locura, que en cada beso te muera un poco más. Seré el eco de tus noches más oscuras, y cuando mi frío te abrace, sabrás que nunca podrás escapar. Ahora solo me perteneces a mí...
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  • — Necesito una copa de vino.

    Es solo un deseo al viento, un deseo que esconde algo, pero, al menos no es el sentimiento de soledad, sabe que tiene a su hermana junto a ella y que está vez no tiene que hacerlo sola ¿Verdad?
    — Necesito una copa de vino. Es solo un deseo al viento, un deseo que esconde algo, pero, al menos no es el sentimiento de soledad, sabe que tiene a su hermana junto a ella y que está vez no tiene que hacerlo sola ¿Verdad?
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  • Recuerdos de un zorro

    Kuragari: La oscuridad creciente (Parte 1)

    //Estas son crónicas del pasado de Kazuo. Ocurrieron alrededor de mil años atrás.//

    “No quiero herir con lo que siento. No quiero herirme con lo que muestro.”



    No siempre hubo luz en aquellos ojos de un azul tan puro y etéreo.
    Hubo un tiempo en el que su brillo fue devorado por su propia alma.

    “Demasiado dolor para una sola alma que calla.
    Araña las paredes de mi mente. Me siento exhausto.”


    No lo vio venir. Su cuerpo se había convertido en un recipiente lleno de odio, amargura, tristeza… y un deseo de venganza insaciable.
    Los hombres le habían causado demasiado dolor. Nada bueno le fue concedido por ellos. Y su madre, su diosa, en aquel entonces parecía mirar hacia otro lado.
    “Una forma retorcida de castigarme por aquello que pienso y callo”, pensó.

    Aquella vorágine de sentimientos comenzó a tomar forma. Era como si su alma se hubiera dividido en dos.
    Por un lado, la bondad y la pureza que luchaban por no ser consumidas.
    Por el otro… Él.

    Lucía como Kazuo, pero al mismo tiempo era algo completamente distinto.
    Su cuerpo era más delgado, con las mejillas hundidas, como si algo le devorase por dentro. Su belleza estaba distorsionada, como una burda copia mal interpretada.
    Su piel, tan blanca, dejaba ver unas venas del color de la noche, que serpenteaban bajo la superficie. Y sus ojos… negros; Tan oscuros que parecía que se habían tragado todo atisbo de luz; unos ojos capaces de arrebatarte lo poco que te quedase de cordura.

    Todo lo malo y oscuro que Kazuo albergaba en su corazón había tomado forma hecha carne.
    Sus miedos.
    Su ira.
    Sus deseos más viscerales.
    Su sed de sangre.

    Kuragari. El anochecer que no se va.

    Le susurraba al oído cada noche, llenando su mente de tanta maldad que habría preferido estar muerto.
    Manipulaba sus pensamientos, convenciéndolo de buscar placer en el dolor ajeno, en el sufrimiento de aquellos que tanto daño le habían hecho.
    Lo seducía con caricias envueltas en un fingido cariño, con promesas de amor y una paz que jamás llegaría.

    Kuragari había tomado su propia forma, construyendo una especie de alma nacida del miedo y el silencio del noble zorro.
    Todo lo que Kazuo había callado y encerrado en lo más profundo de su ser, había despertado con voz propia.

    -Nadie te ama. Solo yo te entiendo, mi Kazuo.Déjame enseñarte lo que es ser amado.- Le decía Kuragari en las noches más frías y solitarias.

    Se pegaba a su espalda, con su pecho desnudo, helado y sin vida.
    Sus manos, huesudas, acariciaban su torso, haciendo estremecer al kitsune, haciéndole creer, aunque fuera por un instante, que podía ser amado.

    Cada palabra era pronunciada en un ronroneo pegado a su oído, provocando un escalofrío que le recorría la columna.
    Su lengua bífida deslizándose por el lateral de su cuello hasta alcanzar el lóbulo de su oreja, que mordía con suavidad, de forma seductora, en un intento desesperado por arrastrarlo a una oscuridad sin fin.

    Kazuo suspiraba, dejándose llevar por breves momentos por aquel placer tan fácil… tan inmediato… que casi lograba convencerlo de rendirse.

    -Déjame…- Decía el zorro de forma entrecortada.

    -No te puedo dejar, al igual que tú no puedes dejarme a mí. Soy parte de tu todo, sin mi solo eres alguien incompleto.- Decía mientras una de sus manos se colaba desde su espalda hasta el vientre del zorro.

    Kuragari pasaba sus dedos por todo el abdomen de Yōkai, dejando que sus largas uñas dejasen un recorrido de marcas rojizas. A Kazuo le costaba respirar, como si su simple toque provocase que el aire escapase de sus pulmones.

    No era amor, ni nada que se le pareciera. Era un deseo vacío, uno que Kuragari intentaba despertar. Su mano descendió aún más, llegando a su bajo vientre, hasta quedar a escasos sentimientos de la virilidad del zorro.

    Fue entonces que Kazuo reaccionó. Se volteó, llevando su mano en puño hacia atrás, creando un arco para asestar un golpe certero. En ese momento Kuragari se volvió humo, desapareciendo, dejando una risa maliciosa suspendida en el aire.

    Los rayos del sol comenzaron a filtrarse a través de la ventana de una choza abandonada, que estaba usando como refugio provisional. Estos anunciaban el fin de la oscuridad. Al menos, hasta que la noche volviera a caer, Kuragari se mantendría lejos.

    En aquel entonces, Kazuo era aún joven.
    Apenas había cumplido los doscientos años.
    Un yōkai inexperto.
    Un zorro marcado por un siglo de amargura inconsolable.

    La muerte de quienes había considerado su familia lo dejó anclado en un ciclo perpetuo de tristeza y deseo de venganza.

    Y así nació Kuragari:

    Un ente vengativo y lleno de dolor.
    Una sombra con voz, intentando arrastrar a su creador al mismo abismo del que surgió.

    Pero Kazuo fue más fuerte;
    Recordó la bondad de sus padres, la inocencia de sus hermanos, y el amor verdadero.Un amor que Kuragari no podía ofrecer de forma genuina.

    Entonces comprendió que ese ser nacido de su sufrimiento debía ser detenido.Pero destruirlo no era una opción.Compartían alma.Y si Kuragari era destruido, parte del alma de Kazuo moriría con él, dejándolo incompleto. Una criatura fragmentada vagando por la tierra.

    Lo único que podía hacer con el poder que tenía entonces fue sellarlo.

    “Para siempre.”

    O al menos… eso pensó.






    Recuerdos de un zorro Kuragari: La oscuridad creciente (Parte 1) //Estas son crónicas del pasado de Kazuo. Ocurrieron alrededor de mil años atrás.// “No quiero herir con lo que siento. No quiero herirme con lo que muestro.” No siempre hubo luz en aquellos ojos de un azul tan puro y etéreo. Hubo un tiempo en el que su brillo fue devorado por su propia alma. “Demasiado dolor para una sola alma que calla. Araña las paredes de mi mente. Me siento exhausto.” No lo vio venir. Su cuerpo se había convertido en un recipiente lleno de odio, amargura, tristeza… y un deseo de venganza insaciable. Los hombres le habían causado demasiado dolor. Nada bueno le fue concedido por ellos. Y su madre, su diosa, en aquel entonces parecía mirar hacia otro lado. “Una forma retorcida de castigarme por aquello que pienso y callo”, pensó. Aquella vorágine de sentimientos comenzó a tomar forma. Era como si su alma se hubiera dividido en dos. Por un lado, la bondad y la pureza que luchaban por no ser consumidas. Por el otro… Él. Lucía como Kazuo, pero al mismo tiempo era algo completamente distinto. Su cuerpo era más delgado, con las mejillas hundidas, como si algo le devorase por dentro. Su belleza estaba distorsionada, como una burda copia mal interpretada. Su piel, tan blanca, dejaba ver unas venas del color de la noche, que serpenteaban bajo la superficie. Y sus ojos… negros; Tan oscuros que parecía que se habían tragado todo atisbo de luz; unos ojos capaces de arrebatarte lo poco que te quedase de cordura. Todo lo malo y oscuro que Kazuo albergaba en su corazón había tomado forma hecha carne. Sus miedos. Su ira. Sus deseos más viscerales. Su sed de sangre. Kuragari. El anochecer que no se va. Le susurraba al oído cada noche, llenando su mente de tanta maldad que habría preferido estar muerto. Manipulaba sus pensamientos, convenciéndolo de buscar placer en el dolor ajeno, en el sufrimiento de aquellos que tanto daño le habían hecho. Lo seducía con caricias envueltas en un fingido cariño, con promesas de amor y una paz que jamás llegaría. Kuragari había tomado su propia forma, construyendo una especie de alma nacida del miedo y el silencio del noble zorro. Todo lo que Kazuo había callado y encerrado en lo más profundo de su ser, había despertado con voz propia. -Nadie te ama. Solo yo te entiendo, mi Kazuo.Déjame enseñarte lo que es ser amado.- Le decía Kuragari en las noches más frías y solitarias. Se pegaba a su espalda, con su pecho desnudo, helado y sin vida. Sus manos, huesudas, acariciaban su torso, haciendo estremecer al kitsune, haciéndole creer, aunque fuera por un instante, que podía ser amado. Cada palabra era pronunciada en un ronroneo pegado a su oído, provocando un escalofrío que le recorría la columna. Su lengua bífida deslizándose por el lateral de su cuello hasta alcanzar el lóbulo de su oreja, que mordía con suavidad, de forma seductora, en un intento desesperado por arrastrarlo a una oscuridad sin fin. Kazuo suspiraba, dejándose llevar por breves momentos por aquel placer tan fácil… tan inmediato… que casi lograba convencerlo de rendirse. -Déjame…- Decía el zorro de forma entrecortada. -No te puedo dejar, al igual que tú no puedes dejarme a mí. Soy parte de tu todo, sin mi solo eres alguien incompleto.- Decía mientras una de sus manos se colaba desde su espalda hasta el vientre del zorro. Kuragari pasaba sus dedos por todo el abdomen de Yōkai, dejando que sus largas uñas dejasen un recorrido de marcas rojizas. A Kazuo le costaba respirar, como si su simple toque provocase que el aire escapase de sus pulmones. No era amor, ni nada que se le pareciera. Era un deseo vacío, uno que Kuragari intentaba despertar. Su mano descendió aún más, llegando a su bajo vientre, hasta quedar a escasos sentimientos de la virilidad del zorro. Fue entonces que Kazuo reaccionó. Se volteó, llevando su mano en puño hacia atrás, creando un arco para asestar un golpe certero. En ese momento Kuragari se volvió humo, desapareciendo, dejando una risa maliciosa suspendida en el aire. Los rayos del sol comenzaron a filtrarse a través de la ventana de una choza abandonada, que estaba usando como refugio provisional. Estos anunciaban el fin de la oscuridad. Al menos, hasta que la noche volviera a caer, Kuragari se mantendría lejos. En aquel entonces, Kazuo era aún joven. Apenas había cumplido los doscientos años. Un yōkai inexperto. Un zorro marcado por un siglo de amargura inconsolable. La muerte de quienes había considerado su familia lo dejó anclado en un ciclo perpetuo de tristeza y deseo de venganza. Y así nació Kuragari: Un ente vengativo y lleno de dolor. Una sombra con voz, intentando arrastrar a su creador al mismo abismo del que surgió. Pero Kazuo fue más fuerte; Recordó la bondad de sus padres, la inocencia de sus hermanos, y el amor verdadero.Un amor que Kuragari no podía ofrecer de forma genuina. Entonces comprendió que ese ser nacido de su sufrimiento debía ser detenido.Pero destruirlo no era una opción.Compartían alma.Y si Kuragari era destruido, parte del alma de Kazuo moriría con él, dejándolo incompleto. Una criatura fragmentada vagando por la tierra. Lo único que podía hacer con el poder que tenía entonces fue sellarlo. “Para siempre.” O al menos… eso pensó.
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    —Sí… te llamé. Pero no para suplicar, [Sweets_dreams] .

    Su espejo de obsidiana dejó de reflejar. Se tornó negro, opaco como una noche sin fuego, y luego, sin previo aviso, estalló en fragmentos flotantes. Cada uno de ellos mostraba un sueño que alguna vez Tezcatlipoca tuvo…

    —Los sueños son un lujo de los débiles. Los hombres se aferran a ellos como a un hilo invisible cuando la realidad los aplasta. Tú… tú eres el tejedor de ese hilo. Un arquitecto de lo que nunca fue. ¿Y de qué sirven tus tejidos cuando el mundo necesita sangre, no esperanza?

    Morfeo permanecía en silencio. No era temor lo que sentía, es resignación. Sabía que Tezcatlipoca no hablaba por odio… sino por ruina. Por una furia que venía de antiguos olvidos.

    —Te convertiste en un dios que consuela. Uno que canta en la niebla. Pero yo… yo soy el que corta el velo.

    Tezcatlipoca levantó uno de sus brazos. De su mano, el humo negro empezó a condensarse, formando una lanza de obsidiana viva. Rugía con los gritos de mil batallas antiguas, donde los sueños eran aplastados por la crudeza de la guerra, por el hambre, por la locura.

    —He venido a arrancar el velo. A destruir el Reino del Sueño. Porque mientras vivas, el mundo cree que hay escapatoria. Y ya no la hay.

    Morfeo alzó la flor de amapola que tenía en su mano. No era una defensa, mas bien, como un símbolo. Una última ofrenda.

    —¿Y si destruyes el sueño, Tezcatlipoca? ¿Qué quedará de ti? Incluso tú has soñado… alguna vez. Aún lo haces. — aseguró Morfeo.

    Tezcatlipoca lo miró… y por un instante, vaciló. Pero el espejo ya estaba roto. Y con él, su compasión.

    —Eso es lo que me aterra. Y por eso… debo matarte.

    Empuñó la lanza y con gran fuerza la arrojó hacia Morfeo. La lanza descendió a gran velocidad y atravesó justo en el pecho de Morfeo con facilidad. No hubo grito. No hubo resistencia. Solo una ráfaga de viento, el crujido de las flores muriendo, y luego… silencio.

    Morfeo no se inmutó. Sabía que su furia no era más que otra máscara para un deseo más antiguo: el deseo de ser comprendido. Se inclinó levemente para ver la herida, con la solemnidad de quien entrega un don y no un favor.

    Finalmente, cerró sus parpados adormitados y el reino de los sueños tembló; las torres de arena comenzaron a desmoronarse. Los portales a los mundos soñados parpadearon, y muchos se cerrarían para siempre. Y así, Morfeo se desvaneció, como cenizas.

    Tezcatlipoca miró como la amapola caía al suelo , y susurró, no con triunfo… sino con una amarga nostalgia:

    —Aun muerto… seguirás soñando en mí.
    (2/2) —Sí… te llamé. Pero no para suplicar, [Sweets_dreams] . Su espejo de obsidiana dejó de reflejar. Se tornó negro, opaco como una noche sin fuego, y luego, sin previo aviso, estalló en fragmentos flotantes. Cada uno de ellos mostraba un sueño que alguna vez Tezcatlipoca tuvo… —Los sueños son un lujo de los débiles. Los hombres se aferran a ellos como a un hilo invisible cuando la realidad los aplasta. Tú… tú eres el tejedor de ese hilo. Un arquitecto de lo que nunca fue. ¿Y de qué sirven tus tejidos cuando el mundo necesita sangre, no esperanza? Morfeo permanecía en silencio. No era temor lo que sentía, es resignación. Sabía que Tezcatlipoca no hablaba por odio… sino por ruina. Por una furia que venía de antiguos olvidos. —Te convertiste en un dios que consuela. Uno que canta en la niebla. Pero yo… yo soy el que corta el velo. Tezcatlipoca levantó uno de sus brazos. De su mano, el humo negro empezó a condensarse, formando una lanza de obsidiana viva. Rugía con los gritos de mil batallas antiguas, donde los sueños eran aplastados por la crudeza de la guerra, por el hambre, por la locura. —He venido a arrancar el velo. A destruir el Reino del Sueño. Porque mientras vivas, el mundo cree que hay escapatoria. Y ya no la hay. Morfeo alzó la flor de amapola que tenía en su mano. No era una defensa, mas bien, como un símbolo. Una última ofrenda. —¿Y si destruyes el sueño, Tezcatlipoca? ¿Qué quedará de ti? Incluso tú has soñado… alguna vez. Aún lo haces. — aseguró Morfeo. Tezcatlipoca lo miró… y por un instante, vaciló. Pero el espejo ya estaba roto. Y con él, su compasión. —Eso es lo que me aterra. Y por eso… debo matarte. Empuñó la lanza y con gran fuerza la arrojó hacia Morfeo. La lanza descendió a gran velocidad y atravesó justo en el pecho de Morfeo con facilidad. No hubo grito. No hubo resistencia. Solo una ráfaga de viento, el crujido de las flores muriendo, y luego… silencio. Morfeo no se inmutó. Sabía que su furia no era más que otra máscara para un deseo más antiguo: el deseo de ser comprendido. Se inclinó levemente para ver la herida, con la solemnidad de quien entrega un don y no un favor. Finalmente, cerró sus parpados adormitados y el reino de los sueños tembló; las torres de arena comenzaron a desmoronarse. Los portales a los mundos soñados parpadearon, y muchos se cerrarían para siempre. Y así, Morfeo se desvaneció, como cenizas. Tezcatlipoca miró como la amapola caía al suelo , y susurró, no con triunfo… sino con una amarga nostalgia: —Aun muerto… seguirás soñando en mí.
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  • ☾ La Caída de Élona — El Goce que la Desterró
    Fandom OC
    Categoría Original
    M o n o r r o l

    Él no entró como una encarnación del mal.

    Entró como un perfume antiguo.

    Como un humo que se enrosca en los huesos.

    Azh’kar, el demonio sin rostro verdadero, cubrió su esencia con belleza celestial.
    Ojos color fiebre, labios que suaves e impregnados del veneno de la lujuria.

    Y cuando Élona lo vio por primera vez, algo en su pecho y en su centro más íntimo se estremeció sin su permiso.

    No hubo violencia.
    Azh’kar no la necesitó.
    Porque su deseo la quebró desde dentro.

    Y cuando el primer beso ocurrió, Élona se rindió a sus pies anhelando que la hiciera suya.

    Élona, diosa del deseo, de la pasión sin nombre,
    fue desnudada, desbordada y ofrecida a un abismo que la supo devorar como ella más ansiaba.


    Fueron semanas.

    Semanas sin sol, sin plegarias, sin aliento puro. Semanas en las que fornicaron como dos seres nacidos con ese único propósito en la vida.

    El lecho del templo, antaño lugar de oración, se volvió altar de gemidos y cadenas de placer.

    No hubo tregua. No hubo compasión.
    Solo cuerpos entrelazados, entre la penumbra y el incienso, en un vaivén que parecía no tener final.

    Azh’kar no amaba.
    No buscaba ternura.

    Solo quería poseerla hasta que no quedara nada de ella que no supiera a él.

    Y Élona…
    Ella gemía su nombre como un idioma nuevo,
    como un castigo que se sentía más real que la vida eterna.

    Él exploró cada rincón de su cuerpo, la abrió, la marcó, la llenó de un deseo que dolía y de su semilla mil veces,
    hasta que no supo dónde acababa su piel y comenzaba su condena.

    Los dioses lo vieron.

    Vieron a su hermana desnuda en cuerpo y alma, bajo el cuerpo de un demonio que la hacía temblar, llorar de placer, y suplicar por más una y otra vez.

    No lo detuvo.
    No quiso.
    O no pudo.

    Porque el ansia era más fuerte que el juicio.

    Y cuando por fin el demonio la dejó —no por piedad, sino por haberla colmado hasta lo irreparable—
    Élona quedó tendida sobre los restos de su altar, los labios partidos de los besos y las lamidas,
    los muslos aún temblando,
    el alma… irreversible.

    Entonces vino el juicio.

    Los dioses no escucharon excusas.
    No hubo defensa.

    No importó si fue engañada o si lo eligió.
    Había sido penetrada por un demonio, adorada por él en la forma más carnal,
    y ella había respondido con hambre.

    Y eso, en el Cielo, era traición.

    Le arrancaron el nombre sagrado.
    Y pronunciaron la maldición con una voz helada:

    > ❝Que su cuerpo arda cuando se niegue.
    Que el deseo la consuma si intenta escapar.
    Que lo que le dio placer… le dé dolor si no lo acoge.❞

    Y así cayó Élona.

    La diosa que había sido venerada, ahora era buscada por hombres desesperados, devota de un deseo que no podía rechazar, presa de una lujuria que la encadenaba con espinas invisibles.

    Y cada vez que la tocaban,
    ella los abrazaba con fuerza, los montaba como si buscara romperse a sí misma, y cuando terminaban,
    ellos la suplicaban por más.

    Azh’kar nunca volvió.

    No lo necesitaba.

    Él ya la habitaba.
    🥀M o n o r r o l🥀 Él no entró como una encarnación del mal. Entró como un perfume antiguo. Como un humo que se enrosca en los huesos. Azh’kar, el demonio sin rostro verdadero, cubrió su esencia con belleza celestial. Ojos color fiebre, labios que suaves e impregnados del veneno de la lujuria. Y cuando Élona lo vio por primera vez, algo en su pecho y en su centro más íntimo se estremeció sin su permiso. No hubo violencia. Azh’kar no la necesitó. Porque su deseo la quebró desde dentro. Y cuando el primer beso ocurrió, Élona se rindió a sus pies anhelando que la hiciera suya. Élona, diosa del deseo, de la pasión sin nombre, fue desnudada, desbordada y ofrecida a un abismo que la supo devorar como ella más ansiaba. Fueron semanas. Semanas sin sol, sin plegarias, sin aliento puro. Semanas en las que fornicaron como dos seres nacidos con ese único propósito en la vida. El lecho del templo, antaño lugar de oración, se volvió altar de gemidos y cadenas de placer. No hubo tregua. No hubo compasión. Solo cuerpos entrelazados, entre la penumbra y el incienso, en un vaivén que parecía no tener final. Azh’kar no amaba. No buscaba ternura. Solo quería poseerla hasta que no quedara nada de ella que no supiera a él. Y Élona… Ella gemía su nombre como un idioma nuevo, como un castigo que se sentía más real que la vida eterna. Él exploró cada rincón de su cuerpo, la abrió, la marcó, la llenó de un deseo que dolía y de su semilla mil veces, hasta que no supo dónde acababa su piel y comenzaba su condena. Los dioses lo vieron. Vieron a su hermana desnuda en cuerpo y alma, bajo el cuerpo de un demonio que la hacía temblar, llorar de placer, y suplicar por más una y otra vez. No lo detuvo. No quiso. O no pudo. Porque el ansia era más fuerte que el juicio. Y cuando por fin el demonio la dejó —no por piedad, sino por haberla colmado hasta lo irreparable— Élona quedó tendida sobre los restos de su altar, los labios partidos de los besos y las lamidas, los muslos aún temblando, el alma… irreversible. Entonces vino el juicio. Los dioses no escucharon excusas. No hubo defensa. No importó si fue engañada o si lo eligió. Había sido penetrada por un demonio, adorada por él en la forma más carnal, y ella había respondido con hambre. Y eso, en el Cielo, era traición. Le arrancaron el nombre sagrado. Y pronunciaron la maldición con una voz helada: > ❝Que su cuerpo arda cuando se niegue. Que el deseo la consuma si intenta escapar. Que lo que le dio placer… le dé dolor si no lo acoge.❞ Y así cayó Élona. La diosa que había sido venerada, ahora era buscada por hombres desesperados, devota de un deseo que no podía rechazar, presa de una lujuria que la encadenaba con espinas invisibles. Y cada vez que la tocaban, ella los abrazaba con fuerza, los montaba como si buscara romperse a sí misma, y cuando terminaban, ellos la suplicaban por más. Azh’kar nunca volvió. No lo necesitaba. Él ya la habitaba.
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  • —Lo normal como dicen... Sería pedir un deseo, pero yo no necesito y nunca he necesitado hacerlo, probablemente nunca lo haga.
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  • Ella extrañaba algo.
    Una presencia sin forma, un eco sin origen, un perfume que jamás olió pero cuya ausencia sentía como una grieta invisible.
    Caminaba entre los pasillos del tiempo con la certeza de que algo faltaba,
    aunque no pudiera nombrarlo.
    Era un vacío que no ardía, pero dolía.
    Un temblor sutil en un hilo que aún no había cortado.

    Le habían dicho que eso era extrañar.
    Pero ¿cómo podía ella extrañar, si nunca había tenido?
    Si sus dedos solo conocían el final.
    Si su destino era cerrar puertas, no abrirlas.

    Y sin embargo, lo sentía.
    Un deseo callado.
    El anhelo de unas manos que no conocía.
    Una voz que nunca dijo su nombre,
    pero que el universo parecía guardar celosamente para ella.
    Una historia que no se le fue dada.
    Un amor que quizás nunca existió.

    Ella lo quería.
    Aquello que otros llamaban amor,
    aunque no sabía lo que era.
    Lo había visto en los hilos que se entrelazaban, en cómo brillaban justo antes de romperse.
    En la forma en que se resistían a su filo,
    como si imploraran por un segundo más,
    solo para seguir juntos.

    Tal vez eso era el amor.
    Esa terquedad dulce que se oponía incluso al destino.
    Esa llama que ni siquiera ella, la que corta, podía extinguir del todo.

    Y entonces lo comprendía, en su silencio antiguo: No necesitaba saber lo que era extrañar para sentirlo.
    No necesitaba entender el amor para desearlo.

    Porque incluso la que tejía los finales
    podía estar hecha, en lo más profundo,
    de la ausencia de todo lo que nunca tuvo.
    Ella extrañaba algo. Una presencia sin forma, un eco sin origen, un perfume que jamás olió pero cuya ausencia sentía como una grieta invisible. Caminaba entre los pasillos del tiempo con la certeza de que algo faltaba, aunque no pudiera nombrarlo. Era un vacío que no ardía, pero dolía. Un temblor sutil en un hilo que aún no había cortado. Le habían dicho que eso era extrañar. Pero ¿cómo podía ella extrañar, si nunca había tenido? Si sus dedos solo conocían el final. Si su destino era cerrar puertas, no abrirlas. Y sin embargo, lo sentía. Un deseo callado. El anhelo de unas manos que no conocía. Una voz que nunca dijo su nombre, pero que el universo parecía guardar celosamente para ella. Una historia que no se le fue dada. Un amor que quizás nunca existió. Ella lo quería. Aquello que otros llamaban amor, aunque no sabía lo que era. Lo había visto en los hilos que se entrelazaban, en cómo brillaban justo antes de romperse. En la forma en que se resistían a su filo, como si imploraran por un segundo más, solo para seguir juntos. Tal vez eso era el amor. Esa terquedad dulce que se oponía incluso al destino. Esa llama que ni siquiera ella, la que corta, podía extinguir del todo. Y entonces lo comprendía, en su silencio antiguo: No necesitaba saber lo que era extrañar para sentirlo. No necesitaba entender el amor para desearlo. Porque incluso la que tejía los finales podía estar hecha, en lo más profundo, de la ausencia de todo lo que nunca tuvo.
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  • Esto se ha publicado como Out Of Character. Tenlo en cuenta al responder.
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    FICHA
    Nombre: Akane Queen Ishtar
    Raza: Híbrida entre súcubo y ogresa
    Altura: 1.52 m (en humana y goblina) - 1.80 m (en ogresa demonio)
    Ocupación: Estudiante de primer año de secundaria

    Descripción Física
    Forma humana: Cabello largo, lacio, azul con reflejos púrpura. Piel pálida, ojos verdes.

    Transformación ogresa-demonio: Aumenta de tamaño y masa muscular, piel azulada, ojos rojos, cabello largo y blanco. Cuernos con manchas negras en la frente como un Oni. Usa una alabarda extremadamente pesada que solo ella puede levantar con una mano.

    Transformación goblina: Piel azulada con un tono púrpura, cabello blanco, ojos marrones (cambian a rojos cuando se pone seria), orejas grandes. Especialista en armas de fuego y trampas.

    Familia
    Madre: Yuna Queen – Ogresa, muy cariñosa con Akane, la consiente mucho. Heredó el carácter de su madre, Ayane.

    Madre: Sasha Ishtar – Sucubu, la consiente, pero también es más estricta.

    Abuela materna: Jennifer Queen – Reina ogresa, entrenó a Akane con métodos extremadamente duros. Entrenó también a sus hijas Yuna y Albedo con rigurosidad, lo que hizo que Akane le tuviera miedo al principio.

    Abuela materna (esposa de Jennifer): Ayane Ishtar Queen – Madre de Yuna, más comprensiva y cariñosa. Al igual que Yuna, consiente mucho a Akane.

    Tía: Albedo Queen Ishtar – Hermana de Yuna. Akane al ver los entrenamientos de Jennifer con Albedo, comenzó a creer en las historias sobre el infierno que su madre vivió al entrenar con ella.

    Personalidad
    Akane comenzó siendo una niña inocente y traviesa, siempre buscando aventuras desde una edad temprana. Su amor por los animales es profundo y ha mantenido este cariño hasta la actualidad.

    Tiene una debilidad por los postres y es una glotona por naturaleza. A menudo es molestada con la idea de que podría engordar, pero ella sabe que eso no sucederá, ya que su metabolismo cambia radicalmente cuando usa sus transformaciones. Gasta una gran cantidad de energía y calorías, por lo que necesita comer mucho para reponerse. Sin embargo, si no come lo suficiente, se debilita más rápido al transformarse.

    Su apetito es enorme y se enfurece cuando la molestan con su comida, especialmente si le roban la fresa de su pastel, lo que le provoca rabietas como una niña pequeña.

    Es coqueta y algo presumida con su aspecto, pero su forma de vestir varía según sus transformaciones:

    Forma humana: Viste con un vestido negro largo con encajes estilo lolita gótica, resaltando su elegancia y gusto por la moda refinada.

    Forma ogresa-demonio: Su estilo cambia completamente, adoptando un aire rebelde y agresivo. Usa una mini falda que expone más sus piernas, junto con una blusa blanca de botones que mete en su falda, pero que a veces ata para exponer su estómago, dándole un aire de delincuente juvenil. Aunque todavia le gustan las cosas lindas, en esta forma se avergüenza fácilmente cuando su lado sensible queda expuesto.

    Forma goblina: Aquí adopta un look más funcional y práctico, reflejando su amor por la mecánica. Usa pantalón y camiseta verde, guantes de trabajo y lentes para soldar, dándole la apariencia de una típica mecánica friki. En esta forma, su naturaleza traviesa aflora aún más, se emociona por todo, aunque lucha por parecer madura, lo que le resulta difícil debido a su innata curiosidad.

    A pesar de su apariencia refinada en su forma humana, Akane carga con el trauma de los entrenamientos infernales de su abuela Jennifer. Ha sobrevivido días enteros corriendo sin comida y esquivado hachas gigantes que solo eran el calentamiento. Cuando alguien le sugiere "alcanzar su máximo potencial", su expresión se vuelve vacía, y su respuesta suele ser un seco "Tch Tch." seguido de una mirada que deja claro que nadie más la hará pasar por otro infierno de entrenamiento.

    Aunque es fuerte y temeraria, sigue siendo la misma chica traviesa y apasionada de siempre, con un amor feroz por los pequeños placeres de la vida, especialmente la comida.

    Trasfondo
    Desde su nacimiento, Akane destacó por ser diferente. Como híbrida entre súcubo y ogresa, su crecimiento acelerado le permitió desarrollar una madurez temprana, pero sin perder su innata curiosidad y espíritu travieso. Desde pequeña, adoraba explorar su entorno, escapando de casa para embarcarse en pequeñas aventuras. Su amor por los animales fue algo que nunca cambió, viéndolos como compañeros de viaje en su aprendizaje del mundo.

    A medida que crecía, su herencia híbrida se manifestó en formas inesperadas. A los 8 años, desbloqueó su primera transformación: su forma de ogresa-demonio, la cual le otorgaba un poder descomunal, aumentando su tamaño y fuerza a niveles sobrehumanos. Sin embargo, esta transformación también aceleraba su envejecimiento aparente, haciéndola lucir como una joven de 15 años cuando en realidad seguía siendo una niña. Su abuela, Jennifer Queen, al ver su potencial, decidió entrenarla bajo métodos extremos, los mismos que había impuesto sobre su propia hija, Yuna.

    Aunque Akane tenía miedo de los métodos de entrenamiento infernales de Jennifer, aceptó someterse a ellos, creyendo que era el camino para hacerse más fuerte. Sin embargo, su entusiasmo la llevó a sobreentrenarse en secreto, lo que provocó que su cuerpo sufriera una involución drástica. Sin previo aviso, perdió el acceso a su forma de ogresa-demonio y quedó atrapada en una forma infantil de goblina, reducida a tan solo 80 cm de altura. Desesperada por recuperar su fuerza, Akane pasó por un periodo de frustración y autoevaluación. Fue en este tiempo que descubrió que, aunque había perdido su físico imponente, su inteligencia y capacidad analítica habían aumentado considerablemente.

    En su forma goblina, Akane se convirtió en una prodigio de la ingeniería de armas, desarrollando dispositivos avanzados y estrategias especializadas en trampas y armamento de fuego. Su abuela Jennifer, intrigada por este cambio, le propuso un desafío: si lograba golpearla en combate con una de sus armas, le enseñaría a recuperar sus transformaciones anteriores. Akane aceptó la apuesta y, en un momento crítico durante la batalla, logró evolucionar su forma goblina, aumentando su velocidad y precisión. En un acto de desesperación, canalizó energía en un arma dañada y provocó una explosión que impactó a Jennifer, cumpliendo con el reto.

    Como recompensa, Akane recuperó su forma humana, pero con un desarrollo físico más avanzado y una nueva perspectiva de sí misma. Ahora, con total control sobre sus transformaciones, aprendió a adaptar su estilo de combate a cada una de sus formas:

    En su forma ogresa-demonio, es un torbellino de fuerza bruta, resistiendo golpes que serían mortales para otros y usando una alabarda gigantesca con facilidad.

    En su forma goblina, es una estratega veloz y astuta, especializada en armas de fuego y trampas mecánicas.

    En su forma humana, es ágil y refinada, dominando el arte de la katana con precisión letal.

    A pesar de todos los cambios, Akane sigue siendo la misma chica traviesa y curiosa de antes, aunque ahora con una perspectiva más madura sobre la vida y el combate. Su amor por la comida y los postres es insaciable, y no soporta que alguien le robe la fresa de su pastel. Su actitud varía con cada transformación, pero en su esencia, sigue siendo una soñadora con un deseo insaciable de crecer y mejorar.
    FICHA Nombre: Akane Queen Ishtar Raza: Híbrida entre súcubo y ogresa Altura: 1.52 m (en humana y goblina) - 1.80 m (en ogresa demonio) Ocupación: Estudiante de primer año de secundaria Descripción Física Forma humana: Cabello largo, lacio, azul con reflejos púrpura. Piel pálida, ojos verdes. Transformación ogresa-demonio: Aumenta de tamaño y masa muscular, piel azulada, ojos rojos, cabello largo y blanco. Cuernos con manchas negras en la frente como un Oni. Usa una alabarda extremadamente pesada que solo ella puede levantar con una mano. Transformación goblina: Piel azulada con un tono púrpura, cabello blanco, ojos marrones (cambian a rojos cuando se pone seria), orejas grandes. Especialista en armas de fuego y trampas. Familia Madre: Yuna Queen – Ogresa, muy cariñosa con Akane, la consiente mucho. Heredó el carácter de su madre, Ayane. Madre: Sasha Ishtar – Sucubu, la consiente, pero también es más estricta. Abuela materna: Jennifer Queen – Reina ogresa, entrenó a Akane con métodos extremadamente duros. Entrenó también a sus hijas Yuna y Albedo con rigurosidad, lo que hizo que Akane le tuviera miedo al principio. Abuela materna (esposa de Jennifer): Ayane Ishtar Queen – Madre de Yuna, más comprensiva y cariñosa. Al igual que Yuna, consiente mucho a Akane. Tía: Albedo Queen Ishtar – Hermana de Yuna. Akane al ver los entrenamientos de Jennifer con Albedo, comenzó a creer en las historias sobre el infierno que su madre vivió al entrenar con ella. Personalidad Akane comenzó siendo una niña inocente y traviesa, siempre buscando aventuras desde una edad temprana. Su amor por los animales es profundo y ha mantenido este cariño hasta la actualidad. Tiene una debilidad por los postres y es una glotona por naturaleza. A menudo es molestada con la idea de que podría engordar, pero ella sabe que eso no sucederá, ya que su metabolismo cambia radicalmente cuando usa sus transformaciones. Gasta una gran cantidad de energía y calorías, por lo que necesita comer mucho para reponerse. Sin embargo, si no come lo suficiente, se debilita más rápido al transformarse. Su apetito es enorme y se enfurece cuando la molestan con su comida, especialmente si le roban la fresa de su pastel, lo que le provoca rabietas como una niña pequeña. Es coqueta y algo presumida con su aspecto, pero su forma de vestir varía según sus transformaciones: Forma humana: Viste con un vestido negro largo con encajes estilo lolita gótica, resaltando su elegancia y gusto por la moda refinada. Forma ogresa-demonio: Su estilo cambia completamente, adoptando un aire rebelde y agresivo. Usa una mini falda que expone más sus piernas, junto con una blusa blanca de botones que mete en su falda, pero que a veces ata para exponer su estómago, dándole un aire de delincuente juvenil. Aunque todavia le gustan las cosas lindas, en esta forma se avergüenza fácilmente cuando su lado sensible queda expuesto. Forma goblina: Aquí adopta un look más funcional y práctico, reflejando su amor por la mecánica. Usa pantalón y camiseta verde, guantes de trabajo y lentes para soldar, dándole la apariencia de una típica mecánica friki. En esta forma, su naturaleza traviesa aflora aún más, se emociona por todo, aunque lucha por parecer madura, lo que le resulta difícil debido a su innata curiosidad. A pesar de su apariencia refinada en su forma humana, Akane carga con el trauma de los entrenamientos infernales de su abuela Jennifer. Ha sobrevivido días enteros corriendo sin comida y esquivado hachas gigantes que solo eran el calentamiento. Cuando alguien le sugiere "alcanzar su máximo potencial", su expresión se vuelve vacía, y su respuesta suele ser un seco "Tch Tch." seguido de una mirada que deja claro que nadie más la hará pasar por otro infierno de entrenamiento. Aunque es fuerte y temeraria, sigue siendo la misma chica traviesa y apasionada de siempre, con un amor feroz por los pequeños placeres de la vida, especialmente la comida. Trasfondo Desde su nacimiento, Akane destacó por ser diferente. Como híbrida entre súcubo y ogresa, su crecimiento acelerado le permitió desarrollar una madurez temprana, pero sin perder su innata curiosidad y espíritu travieso. Desde pequeña, adoraba explorar su entorno, escapando de casa para embarcarse en pequeñas aventuras. Su amor por los animales fue algo que nunca cambió, viéndolos como compañeros de viaje en su aprendizaje del mundo. A medida que crecía, su herencia híbrida se manifestó en formas inesperadas. A los 8 años, desbloqueó su primera transformación: su forma de ogresa-demonio, la cual le otorgaba un poder descomunal, aumentando su tamaño y fuerza a niveles sobrehumanos. Sin embargo, esta transformación también aceleraba su envejecimiento aparente, haciéndola lucir como una joven de 15 años cuando en realidad seguía siendo una niña. Su abuela, Jennifer Queen, al ver su potencial, decidió entrenarla bajo métodos extremos, los mismos que había impuesto sobre su propia hija, Yuna. Aunque Akane tenía miedo de los métodos de entrenamiento infernales de Jennifer, aceptó someterse a ellos, creyendo que era el camino para hacerse más fuerte. Sin embargo, su entusiasmo la llevó a sobreentrenarse en secreto, lo que provocó que su cuerpo sufriera una involución drástica. Sin previo aviso, perdió el acceso a su forma de ogresa-demonio y quedó atrapada en una forma infantil de goblina, reducida a tan solo 80 cm de altura. Desesperada por recuperar su fuerza, Akane pasó por un periodo de frustración y autoevaluación. Fue en este tiempo que descubrió que, aunque había perdido su físico imponente, su inteligencia y capacidad analítica habían aumentado considerablemente. En su forma goblina, Akane se convirtió en una prodigio de la ingeniería de armas, desarrollando dispositivos avanzados y estrategias especializadas en trampas y armamento de fuego. Su abuela Jennifer, intrigada por este cambio, le propuso un desafío: si lograba golpearla en combate con una de sus armas, le enseñaría a recuperar sus transformaciones anteriores. Akane aceptó la apuesta y, en un momento crítico durante la batalla, logró evolucionar su forma goblina, aumentando su velocidad y precisión. En un acto de desesperación, canalizó energía en un arma dañada y provocó una explosión que impactó a Jennifer, cumpliendo con el reto. Como recompensa, Akane recuperó su forma humana, pero con un desarrollo físico más avanzado y una nueva perspectiva de sí misma. Ahora, con total control sobre sus transformaciones, aprendió a adaptar su estilo de combate a cada una de sus formas: En su forma ogresa-demonio, es un torbellino de fuerza bruta, resistiendo golpes que serían mortales para otros y usando una alabarda gigantesca con facilidad. En su forma goblina, es una estratega veloz y astuta, especializada en armas de fuego y trampas mecánicas. En su forma humana, es ágil y refinada, dominando el arte de la katana con precisión letal. A pesar de todos los cambios, Akane sigue siendo la misma chica traviesa y curiosa de antes, aunque ahora con una perspectiva más madura sobre la vida y el combate. Su amor por la comida y los postres es insaciable, y no soporta que alguien le robe la fresa de su pastel. Su actitud varía con cada transformación, pero en su esencia, sigue siendo una soñadora con un deseo insaciable de crecer y mejorar.
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  • ────Mira que es lo qué va por allí. Es una estrella fugaz. Pide un deseo.
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    Venganza y vacío.

    La incertidumbre es mi más leal compañera, desde que tengo uso de razón, la rigidez en mi educación, las exigencias, maltratos y aislamiento son parte de mi infancia, la felicidad para mí siempre fue un deseo efímero que era dibujado a mi perspectiva en sueños.

    ¿Libertad?

    Es algo que no conozco, pues aún sigo prisionera de las mismas preguntas de mi pasado.
    Mi origen fue escrito con incertidumbre y pocas explicaciones de los que se hacían llamar mis padres.

    ...Miedo...

    Es el sentimiento que muchos a lo largo de mi vida han tenido hacia mi persona, producto de sus acciones ocultas.

    ...Vacío...

    Es lo que siento y quién soy.

    ¿Venganza?

    Es lo que quiero obtener si un día descubro la verdad.

    »Laila recordaba lo que un día hace varios años atrás escribió en uno de sus múltiples grimorios perdidos.«
    Venganza y vacío. La incertidumbre es mi más leal compañera, desde que tengo uso de razón, la rigidez en mi educación, las exigencias, maltratos y aislamiento son parte de mi infancia, la felicidad para mí siempre fue un deseo efímero que era dibujado a mi perspectiva en sueños. ¿Libertad? Es algo que no conozco, pues aún sigo prisionera de las mismas preguntas de mi pasado. Mi origen fue escrito con incertidumbre y pocas explicaciones de los que se hacían llamar mis padres. ...Miedo... Es el sentimiento que muchos a lo largo de mi vida han tenido hacia mi persona, producto de sus acciones ocultas. ...Vacío... Es lo que siento y quién soy. ¿Venganza? Es lo que quiero obtener si un día descubro la verdad. »Laila recordaba lo que un día hace varios años atrás escribió en uno de sus múltiples grimorios perdidos.«
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