• Este lugar de soledad y caos pertenesco .... ya no hay nada en mi alla en la luz , me quedade en las sombras y sere la villana que ustedes buscan .
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    "Tantos años de vida y de soledad me han causado estragos mentales"
    —Logan
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  • .・。.・゜✭・・✫・゜・。..・。.・゜✭・・✫・゜・。..・。.・゜

    El sonido de martillazos sobre los yunques resonaba en toda la zona, aquella mujer había estado trabajando en soledad durante mucho tiempo; sola en la oscuridad como un animal que no quería salir de su cueva.

    ❝ ... Unf... Creo que ya está ❞
    Dió un suspiro, sacándose los googles de herrero que se había hecho recientemente, todo mientras miraba el arma que había construido, una gran espada de aspecto imponente.
    ❝ Quien lo diría... lo logre... Un arma de obsidiana... ❞ Se echó al suelo, agotada de trabajar durante tanto tiempo.

    .・。.・゜✭・・✫・゜・。..・。.・゜✭・・✫・゜・。..・。.・゜

    ➥ 𝗦𝗘 𝗣𝗨𝗘𝗗𝗘 𝗥𝗘𝗦𝗣𝗢𝗡𝗗𝗘𝗥 𝗘𝗡 𝗟𝗔 𝗣𝗨𝗕𝗟𝗜𝗖𝗔𝗖𝗜𝗢́𝗡 𝗢 𝗘𝗡 𝗣𝗥𝗜𝗩𝗔𝗗𝗢
    .・。.・゜✭・・✫・゜・。..・。.・゜✭・・✫・゜・。..・。.・゜ El sonido de martillazos sobre los yunques resonaba en toda la zona, aquella mujer había estado trabajando en soledad durante mucho tiempo; sola en la oscuridad como un animal que no quería salir de su cueva. ❝ ... Unf... Creo que ya está ❞ Dió un suspiro, sacándose los googles de herrero que se había hecho recientemente, todo mientras miraba el arma que había construido, una gran espada de aspecto imponente. ❝ Quien lo diría... lo logre... Un arma de obsidiana... ❞ Se echó al suelo, agotada de trabajar durante tanto tiempo. .・。.・゜✭・・✫・゜・。..・。.・゜✭・・✫・゜・。..・。.・゜ ➥ 𝗦𝗘 𝗣𝗨𝗘𝗗𝗘 𝗥𝗘𝗦𝗣𝗢𝗡𝗗𝗘𝗥 𝗘𝗡 𝗟𝗔 𝗣𝗨𝗕𝗟𝗜𝗖𝗔𝗖𝗜𝗢́𝗡 𝗢 𝗘𝗡 𝗣𝗥𝗜𝗩𝗔𝗗𝗢
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  • Acabo de recordar porque no me gusta venir acá.....

    -no le agrada ver la felicidad y compañía de los demás, como son felices al lado de alguien. Cómo gozan el día a día despertando con motivos para seguir con vida un día más.... En cambio ella.... Ni siquiera sabe porque aún sigue viva cuando lo a perdido todo -

    La soledad es.... Dolorosa....
    Acabo de recordar porque no me gusta venir acá..... -no le agrada ver la felicidad y compañía de los demás, como son felices al lado de alguien. Cómo gozan el día a día despertando con motivos para seguir con vida un día más.... En cambio ella.... Ni siquiera sabe porque aún sigue viva cuando lo a perdido todo - La soledad es.... Dolorosa....
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  • Entre las hermosas y calidas hojas de otoño. No hay nada mas hermoso que tu. Mi amo. Mi amor. El hombre que me hace sentir segura, y le da su forma a mi mundo. Siento el fuego de mi corazon arder. Mi alma responder. A tu ardiente pasion y fervor. Me podrias hacer un favor? Oh, mi amor...

    Mmm... oh, vaya. Fue un sueño de nuevo. En mi soledad, despierto. No tengo amo. No tengo amor. Solo soy como las hojas en el otoño. Calidas de color, sin nada de calor.
    Entre las hermosas y calidas hojas de otoño. No hay nada mas hermoso que tu. Mi amo. Mi amor. El hombre que me hace sentir segura, y le da su forma a mi mundo. Siento el fuego de mi corazon arder. Mi alma responder. A tu ardiente pasion y fervor. Me podrias hacer un favor? Oh, mi amor... Mmm... oh, vaya. Fue un sueño de nuevo. En mi soledad, despierto. No tengo amo. No tengo amor. Solo soy como las hojas en el otoño. Calidas de color, sin nada de calor.
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  • No importa que siglo este siempre es la misma soledad mi interior .
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  • Estoy solo con mi soledad..~

    * no ha venido a este lugar, aun así se siente solo.*
    Estoy solo con mi soledad..~ * no ha venido a este lugar, aun así se siente solo.*
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  • Zwëihanherz Rising Sun
    Fandom Zwëihanherz: Rising Sun
    Categoría Otros
    "Nuestra historia comienza en la antigua Alejandría, Egipto. Nenet nace en el seno de una familia humilde, un regalo que llegó después de una profunda sombra. Tiempo atrás, sus padres ya habían perdido un hijo, y por un amargo momento, parecía que Nenet estaba destinada al mismo fin. Fue entonces cuando su padre se arrodilló y elevó su ruego a los cielos, a los dioses antiguos. Prometió dar y hacer lo que fuera necesario si le concedían el deseo de que su esposa diera a luz a su primogénita. Tras varios días de ayuno y súplica, el deseo fue concedido.
    ​Nació una niña con una particularidad sorprendente: su piel era tan oscura como un abismo sin fondo, un contraste absoluto con la luz del desierto. Sumado a esto, un par de marcas doradas sutiles se delineaban sobre sus brazos y espalda, como una escritura incomprensible. Pero la maravilla del nacimiento superó todo misterio. Se susurra que aquella noche, una sombra misteriosa, un visitante silencioso, le hizo una visita a la recién nacida, que dormía en paz sin percatarse de la entidad que la observaba.
    ​El tiempo no borró la diferencia. Nenet creció bajo la constante mirada de su comunidad, ganándose burlas y el acoso incesante de otros niños. Se aisló, haciendo de su pequeña habitación un santuario. Allí, los cuentos que su padre le leía cada noche se convirtieron en su única ventana. Aprendió a leer vorazmente, transformando su soledad en una devoción por la literatura y por el mundo exterior.
    ​Cerca de sus diecisiete años, esa devoción se convirtió en su más ferviente deseo: abandonar Alejandría para, finalmente, escribir su propia historia. Era de complexión delgada, su cabello negro cortado en un bob mediano enmarcaba un rostro de carácter indomable, con unos ojos delineados por una sutil curva que atraían la mirada y unos labios que, teñidos de un tono oscuro, hacían brillar cada sonrisa.
    ​Su vestimenta no era la de una reclusa, sino la de una guerrera en ciernes: un corset de batalla que dejaba los hombros y el abdomen a la vista, un pantalón de tela con un intrincado encaje de fuego que subía desde el tobillo hasta la cintura, y sandalias firmes. Las marcas doradas en su piel brillaban, un enigma que nadie había podido descifrar. La disciplina de combate le había otorgado un temple firme, pero su esencia era la de una chica amable, dulce, caritativa, siempre dispuesta a servir. Aunque el temor la rozaba, nunca dudaba en enfrentar el peligro para ayudar a quien lo necesitara.
    ​El Cairo: El Viaje Comienza
    ​En la vibrante y caótica Ciudad de El Cairo, a las 2:45 p.m., Nenet caminaba con su mochila al hombro. Los edificios se alzaban en una fila desigual y casi surrealista, una muralla de vida que la asombraba. El caos citadino era un torrente de movimiento y ruido, y ella lo observaba como una niña que conoce el mundo por primera vez, dando cada paso con la expectativa de un nuevo descubrimiento.
    ​Se detuvo en la esquina de la acera. Estaba acostumbrada a la curiosidad de los transeúntes, pero la multitud aquí era un organismo vivo. Al dar el tercer paso, fue empujada con una fuerza inesperada; el tráfico de gente era denso y ciego. Su mochila, la que contenía su bitácora de viaje, pasaporte y el dinero para la travesía, cayó de su hombro y fue inmediatamente engullida por el río humano.
    ​Quedó paralizada en medio de la acera, sintiendo un vacío helado. Los cláxones resonaron con estridente impaciencia, obligándola a correr para evitar el flujo de autos. Al llegar al otro lado, el tráfico seguía su curso indiferente, y la mochila había desaparecido. Se cruzó de brazos, la rabia contra su propia distracción mezclándose con una culpa punzante. No podía permitirse un error tan costoso; perder esa mochila era quedarse, literalmente, varada.
    ​Justo entonces, oyó unas risas. En la boca de un angosto callejón, un grupo de niños alardeaban de su nuevo botín. Su mochila estaba allí, a punto de ser abierta.
    ​— ¡Oigan, eso es mío! — gritó con ahínco, alzando las manos para hacerse visible.
    ​Esperó a que la luz de tráfico se pusiera en rojo y, como una flecha, se lanzó a la persecución. Desplegó una agilidad felina, concentrándose. Agudizó sus sentidos, logrando percibir el aroma de los pequeños corredores hasta la entrada de una casa abandonada, sucia y cubierta de polvo.
    ​Se adentró con pasos sigilosos, atenta a cualquier sonido. Escuchó el barullo en el patio trasero y se acercó a una ventana manchada para observarlos. Su plan no era solo recuperar sus cosas, sino darles un buen escarmiento. Localizó una vieja puerta de madera que conectaba al patio. La abrió con una lentitud dramática. El chirrido agónico del gozne llamó la atención de los niños, que se quedaron quietos, confusos.
    ​En ese instante de distracción, Nenet saltó al patio con una mirada deliberadamente macabra y exagerada. Su aparición fue tan repentina que los niños huyeron despavoridos, dejando todo su contenido regado por el suelo.
    ​Nenet suspiró, cerrando los ojos con frustración. Susurró la admonición a sí misma mientras recogía sus pertenencias: — Debo dejar de ser tan distraída. No puedo quedarme así de nuevo. — Acomodó todo en su lugar, cargando la mochila al hombro. Retomó su camino, con un destino claro en mente.
    ​Ahora, se dirigía a Jerusalén, cumpliendo la orden tácita de su padre. Una travesía que no solo buscaba aventura, sino también obtener una bendición para el camino que acababa de empezar."
    "Nuestra historia comienza en la antigua Alejandría, Egipto. Nenet nace en el seno de una familia humilde, un regalo que llegó después de una profunda sombra. Tiempo atrás, sus padres ya habían perdido un hijo, y por un amargo momento, parecía que Nenet estaba destinada al mismo fin. Fue entonces cuando su padre se arrodilló y elevó su ruego a los cielos, a los dioses antiguos. Prometió dar y hacer lo que fuera necesario si le concedían el deseo de que su esposa diera a luz a su primogénita. Tras varios días de ayuno y súplica, el deseo fue concedido. ​Nació una niña con una particularidad sorprendente: su piel era tan oscura como un abismo sin fondo, un contraste absoluto con la luz del desierto. Sumado a esto, un par de marcas doradas sutiles se delineaban sobre sus brazos y espalda, como una escritura incomprensible. Pero la maravilla del nacimiento superó todo misterio. Se susurra que aquella noche, una sombra misteriosa, un visitante silencioso, le hizo una visita a la recién nacida, que dormía en paz sin percatarse de la entidad que la observaba. ​El tiempo no borró la diferencia. Nenet creció bajo la constante mirada de su comunidad, ganándose burlas y el acoso incesante de otros niños. Se aisló, haciendo de su pequeña habitación un santuario. Allí, los cuentos que su padre le leía cada noche se convirtieron en su única ventana. Aprendió a leer vorazmente, transformando su soledad en una devoción por la literatura y por el mundo exterior. ​Cerca de sus diecisiete años, esa devoción se convirtió en su más ferviente deseo: abandonar Alejandría para, finalmente, escribir su propia historia. Era de complexión delgada, su cabello negro cortado en un bob mediano enmarcaba un rostro de carácter indomable, con unos ojos delineados por una sutil curva que atraían la mirada y unos labios que, teñidos de un tono oscuro, hacían brillar cada sonrisa. ​Su vestimenta no era la de una reclusa, sino la de una guerrera en ciernes: un corset de batalla que dejaba los hombros y el abdomen a la vista, un pantalón de tela con un intrincado encaje de fuego que subía desde el tobillo hasta la cintura, y sandalias firmes. Las marcas doradas en su piel brillaban, un enigma que nadie había podido descifrar. La disciplina de combate le había otorgado un temple firme, pero su esencia era la de una chica amable, dulce, caritativa, siempre dispuesta a servir. Aunque el temor la rozaba, nunca dudaba en enfrentar el peligro para ayudar a quien lo necesitara. ​El Cairo: El Viaje Comienza ​En la vibrante y caótica Ciudad de El Cairo, a las 2:45 p.m., Nenet caminaba con su mochila al hombro. Los edificios se alzaban en una fila desigual y casi surrealista, una muralla de vida que la asombraba. El caos citadino era un torrente de movimiento y ruido, y ella lo observaba como una niña que conoce el mundo por primera vez, dando cada paso con la expectativa de un nuevo descubrimiento. ​Se detuvo en la esquina de la acera. Estaba acostumbrada a la curiosidad de los transeúntes, pero la multitud aquí era un organismo vivo. Al dar el tercer paso, fue empujada con una fuerza inesperada; el tráfico de gente era denso y ciego. Su mochila, la que contenía su bitácora de viaje, pasaporte y el dinero para la travesía, cayó de su hombro y fue inmediatamente engullida por el río humano. ​Quedó paralizada en medio de la acera, sintiendo un vacío helado. Los cláxones resonaron con estridente impaciencia, obligándola a correr para evitar el flujo de autos. Al llegar al otro lado, el tráfico seguía su curso indiferente, y la mochila había desaparecido. Se cruzó de brazos, la rabia contra su propia distracción mezclándose con una culpa punzante. No podía permitirse un error tan costoso; perder esa mochila era quedarse, literalmente, varada. ​Justo entonces, oyó unas risas. En la boca de un angosto callejón, un grupo de niños alardeaban de su nuevo botín. Su mochila estaba allí, a punto de ser abierta. ​— ¡Oigan, eso es mío! — gritó con ahínco, alzando las manos para hacerse visible. ​Esperó a que la luz de tráfico se pusiera en rojo y, como una flecha, se lanzó a la persecución. Desplegó una agilidad felina, concentrándose. Agudizó sus sentidos, logrando percibir el aroma de los pequeños corredores hasta la entrada de una casa abandonada, sucia y cubierta de polvo. ​Se adentró con pasos sigilosos, atenta a cualquier sonido. Escuchó el barullo en el patio trasero y se acercó a una ventana manchada para observarlos. Su plan no era solo recuperar sus cosas, sino darles un buen escarmiento. Localizó una vieja puerta de madera que conectaba al patio. La abrió con una lentitud dramática. El chirrido agónico del gozne llamó la atención de los niños, que se quedaron quietos, confusos. ​En ese instante de distracción, Nenet saltó al patio con una mirada deliberadamente macabra y exagerada. Su aparición fue tan repentina que los niños huyeron despavoridos, dejando todo su contenido regado por el suelo. ​Nenet suspiró, cerrando los ojos con frustración. Susurró la admonición a sí misma mientras recogía sus pertenencias: — Debo dejar de ser tan distraída. No puedo quedarme así de nuevo. — Acomodó todo en su lugar, cargando la mochila al hombro. Retomó su camino, con un destino claro en mente. ​Ahora, se dirigía a Jerusalén, cumpliendo la orden tácita de su padre. Una travesía que no solo buscaba aventura, sino también obtener una bendición para el camino que acababa de empezar."
    Tipo
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  • -Nyx el amor que sentia y esa lo que era ya no estaba , su dolor y soledad mesclado con odio, traicion la habia cambiado si el mundo le dio la espalda ella lo mancharia con sangre y vidas .-
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  • La soledad era la mejor amante de todas.

    La época, el clima, las festividades.
    Todo parece diseñado para compartirse.
    El aire huele a café, a pan caliente, a conversaciones ajenas.
    Las luces titilan sobre las calles, los escaparates se llenan de adornos,
    y la ciudad se disfraza de alegría para no revelar lo cansada que está.

    Antes, yo también formaba parte de esa ilusión.
    Recuerdo haber caminado de su mano, buscando algún lugar tranquilo donde el silencio no pesara.
    Me gustaba observarla elegir el postre, discutir sobre trivialidades,
    esas pequeñas costumbres que uno solo entiende cuando ya no las tiene.

    Ahora camino solo.
    No porque me haya propuesto ser libre, sino porque ya no queda nadie que camine conmigo.
    Los restaurantes siguen abiertos, las calles siguen siendo las mismas,
    pero la comida ha perdido su gusto, y las luces me parecen demasiado brillantes.
    Aun así, no me quejo.
    El mundo nunca prometió compañía, y la soledad, con el tiempo, aprendió a ser suficiente.

    He descubierto que la soledad es una amante precisa:
    no exige nada, no pregunta, no reprocha.
    Se sienta junto a mí cuando escribo, respira despacio,
    me observa sin juzgar y espera a que termine cada párrafo para recordarme que sigo aquí,
    aunque no haya nadie más.

    A veces pienso en salir, en comprar boletos para algún evento,
    pero al final los regalo.
    No porque desprecie la vida afuera, sino porque hay algo honestamente bello en no fingir interés.
    La soledad tiene esa virtud: te enseña a dejar de mentirle al mundo.

    Y quizás eso sea lo más cercano al amor verdadero que me queda.
    Un silencio compartido conmigo mismo,
    sin promesas, sin expectativas, sin necesidad de entender nada.
    Solo la certeza de que, después de todo,
    nadie me ha conocido tan bien como ella.
    La soledad era la mejor amante de todas. La época, el clima, las festividades. Todo parece diseñado para compartirse. El aire huele a café, a pan caliente, a conversaciones ajenas. Las luces titilan sobre las calles, los escaparates se llenan de adornos, y la ciudad se disfraza de alegría para no revelar lo cansada que está. Antes, yo también formaba parte de esa ilusión. Recuerdo haber caminado de su mano, buscando algún lugar tranquilo donde el silencio no pesara. Me gustaba observarla elegir el postre, discutir sobre trivialidades, esas pequeñas costumbres que uno solo entiende cuando ya no las tiene. Ahora camino solo. No porque me haya propuesto ser libre, sino porque ya no queda nadie que camine conmigo. Los restaurantes siguen abiertos, las calles siguen siendo las mismas, pero la comida ha perdido su gusto, y las luces me parecen demasiado brillantes. Aun así, no me quejo. El mundo nunca prometió compañía, y la soledad, con el tiempo, aprendió a ser suficiente. He descubierto que la soledad es una amante precisa: no exige nada, no pregunta, no reprocha. Se sienta junto a mí cuando escribo, respira despacio, me observa sin juzgar y espera a que termine cada párrafo para recordarme que sigo aquí, aunque no haya nadie más. A veces pienso en salir, en comprar boletos para algún evento, pero al final los regalo. No porque desprecie la vida afuera, sino porque hay algo honestamente bello en no fingir interés. La soledad tiene esa virtud: te enseña a dejar de mentirle al mundo. Y quizás eso sea lo más cercano al amor verdadero que me queda. Un silencio compartido conmigo mismo, sin promesas, sin expectativas, sin necesidad de entender nada. Solo la certeza de que, después de todo, nadie me ha conocido tan bien como ella.
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