• — Lo que hace la puta soledad… —
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  • Querido mío..

    ¡Ay querido mío! Que tus lagrimas ocultas de esta sociedad, la sociedad que niega tu debilidad.

    Querido mío, que estas en soledad gracias a un amor que lejos te envió.

    Dime querido mío, podrás algún día darme la oportunidad de estar a tu lado por toda la eternidad? Que el manto de la noche nos arrope a los dos y amarnos mutuamente.

    Querido mío, no me mires así, tus ojos posados en mi, nerviosismo causan y el hermoso color rubí que ellos emprenden solo me hacen desearte aún más.

    Querido mío, he estado pensando en tu llanto en silencio, en tu sufrimiento, en tu ahogamiento y quiero sacarte de ahí, ser quien ese tormento aparte.

    No me olvides mi amor por que en tus días más oscuros estaré y todo mi amor te daré
    Querido mío.. ¡Ay querido mío! Que tus lagrimas ocultas de esta sociedad, la sociedad que niega tu debilidad. Querido mío, que estas en soledad gracias a un amor que lejos te envió. Dime querido mío, podrás algún día darme la oportunidad de estar a tu lado por toda la eternidad? Que el manto de la noche nos arrope a los dos y amarnos mutuamente. Querido mío, no me mires así, tus ojos posados en mi, nerviosismo causan y el hermoso color rubí que ellos emprenden solo me hacen desearte aún más. Querido mío, he estado pensando en tu llanto en silencio, en tu sufrimiento, en tu ahogamiento y quiero sacarte de ahí, ser quien ese tormento aparte. No me olvides mi amor por que en tus días más oscuros estaré y todo mi amor te daré
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  • ꧁❁ Zatoz eskua hartzera eta ez utzi arrosa urdina

    Ez dizut inoiz zure eskua askatuko, eta uzten badidazu...

    Tinko eutsiko zaitut eror ez zaitezen. 🩵

    ─Gazú la tomó delicadamente de la mano, prometiéndose a no separarse nunca de ella. La gélida aura de su piel se desvaneció con el calor que él le brindaba. Después de todo, ambos habían sentido y conocido el frío de la soledad, ahora encontraban refugio en el calor de sus corazones y cobijo, en el dulce hogar de sus almas─
    ꧁❁ Zatoz eskua hartzera eta ez utzi arrosa urdina Ez dizut inoiz zure eskua askatuko, eta uzten badidazu... Tinko eutsiko zaitut eror ez zaitezen. 🩵 ─Gazú la tomó delicadamente de la mano, prometiéndose a no separarse nunca de ella. La gélida aura de su piel se desvaneció con el calor que él le brindaba. Después de todo, ambos habían sentido y conocido el frío de la soledad, ahora encontraban refugio en el calor de sus corazones y cobijo, en el dulce hogar de sus almas─
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  • La brisa nocturna acariciaba su piel como un murmullo antiguo, cargado de secretos que solo la oscuridad podía guardar. La gorgona permanecía inmóvil sobre una roca desgastada por los años, con las piernas cruzadas y la mirada fija en el horizonte. Sus serpientes se agitaban con calma, explorando el aire a su alrededor, como si fueran una extensión de sus pensamientos. La noche era fría, pero no lo suficiente como para importarle; había aprendido a encontrar calidez en su propia soledad.

    Sus ojos dorados se perdieron en las estrellas, buscando respuestas que no sabía cómo formular. A pesar de su fuerza, de la apariencia imponente que siempre proyectaba, había momentos en los que las sombras de su mente se hacían demasiado profundas. El silencio la confrontaba con algo que temía: ella misma. ¿Cuánto tiempo había pasado desde la última vez que había sentido verdadera conexión con alguien? No como una amenaza, no como un juego de manipulaciones, sino como algo real, tangible. Había días en los que la soledad era un refugio, pero también noches en las que se sentía como una prisión.

    Los recuerdos eran un veneno dulce que a veces permitía que la consumieran. Pensó en sus hermanas, en Medusa, Euríale y Esteno, en las risas que compartían cuando eran jóvenes, antes de que el destino decidiera ensañarse con ellas. Una punzada de dolor atravesó su pecho al pensar en Medusa, en la injusticia de su caída, en cómo el mundo había celebrado su muerte como un acto heroico mientras ellas, las sobrevivientes, eran relegadas al olvido o al desprecio. ¿Acaso la eternidad estaba destinada a ser tan amarga?

    Exhaló lentamente, dejando que el aire escapara como si cargara con parte de su angustia. Una de sus serpientes, la más pequeña y curiosa, rozó suavemente su mejilla, arrancándole una sonrisa casi imperceptible. Era un recordatorio de que no estaba completamente sola, aunque la conexión con esas pequeñas criaturas no pudiera llenar los vacíos más profundos de su alma.

    —¿Es este el precio de ser inmortal? —Murmuró para sí misma, su voz un susurro que se perdió en la brisa.— Vivir eternamente... Pero sin sentir que realmente estoy viva.

    El pensamiento era oscuro, pero no desconocido. Había aprendido a convivir con esa melancolía, a aceptarla como parte de su ser. Sin embargo, en noches como esta, no podía evitar preguntarse si había algo más allá de esa monotonía perpetua, si en algún rincón del mundo existía alguien o algo que pudiera romper la rutina de su existencia. Alguien que la mirara y no viera a un monstruo, ni a un mito, sino a ella, tal y como era.

    Por un momento, cerró los ojos y dejó que el viento la envolviera, como si quisiera que se llevara consigo todo aquello que pesaba en su pecho. Pero al abrirlos de nuevo, las estrellas seguían ahí, imperturbables, indiferentes. Dejó escapar una risa amarga, bajando la mirada hacia el suelo. Tal vez, al final, las estrellas eran la compañía más fiel que podía esperar… O al menos, eso pensaba.
    La brisa nocturna acariciaba su piel como un murmullo antiguo, cargado de secretos que solo la oscuridad podía guardar. La gorgona permanecía inmóvil sobre una roca desgastada por los años, con las piernas cruzadas y la mirada fija en el horizonte. Sus serpientes se agitaban con calma, explorando el aire a su alrededor, como si fueran una extensión de sus pensamientos. La noche era fría, pero no lo suficiente como para importarle; había aprendido a encontrar calidez en su propia soledad. Sus ojos dorados se perdieron en las estrellas, buscando respuestas que no sabía cómo formular. A pesar de su fuerza, de la apariencia imponente que siempre proyectaba, había momentos en los que las sombras de su mente se hacían demasiado profundas. El silencio la confrontaba con algo que temía: ella misma. ¿Cuánto tiempo había pasado desde la última vez que había sentido verdadera conexión con alguien? No como una amenaza, no como un juego de manipulaciones, sino como algo real, tangible. Había días en los que la soledad era un refugio, pero también noches en las que se sentía como una prisión. Los recuerdos eran un veneno dulce que a veces permitía que la consumieran. Pensó en sus hermanas, en Medusa, Euríale y Esteno, en las risas que compartían cuando eran jóvenes, antes de que el destino decidiera ensañarse con ellas. Una punzada de dolor atravesó su pecho al pensar en Medusa, en la injusticia de su caída, en cómo el mundo había celebrado su muerte como un acto heroico mientras ellas, las sobrevivientes, eran relegadas al olvido o al desprecio. ¿Acaso la eternidad estaba destinada a ser tan amarga? Exhaló lentamente, dejando que el aire escapara como si cargara con parte de su angustia. Una de sus serpientes, la más pequeña y curiosa, rozó suavemente su mejilla, arrancándole una sonrisa casi imperceptible. Era un recordatorio de que no estaba completamente sola, aunque la conexión con esas pequeñas criaturas no pudiera llenar los vacíos más profundos de su alma. —¿Es este el precio de ser inmortal? —Murmuró para sí misma, su voz un susurro que se perdió en la brisa.— Vivir eternamente... Pero sin sentir que realmente estoy viva. El pensamiento era oscuro, pero no desconocido. Había aprendido a convivir con esa melancolía, a aceptarla como parte de su ser. Sin embargo, en noches como esta, no podía evitar preguntarse si había algo más allá de esa monotonía perpetua, si en algún rincón del mundo existía alguien o algo que pudiera romper la rutina de su existencia. Alguien que la mirara y no viera a un monstruo, ni a un mito, sino a ella, tal y como era. Por un momento, cerró los ojos y dejó que el viento la envolviera, como si quisiera que se llevara consigo todo aquello que pesaba en su pecho. Pero al abrirlos de nuevo, las estrellas seguían ahí, imperturbables, indiferentes. Dejó escapar una risa amarga, bajando la mirada hacia el suelo. Tal vez, al final, las estrellas eran la compañía más fiel que podía esperar… O al menos, eso pensaba.
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  • Zwëihanherz: RISING SUN
    Fandom Zwëihanherz
    Categoría Crossover
    Nuestra historia comienza en Alexandria, Egipto nace en el seno de una familia humilde dónde junto con su padre y madre, viven en armonía, pero no siempre fue así pues tiempo atrás ya habían perdido a un hijo y Nenet antes de nacer, parecía que también tendría el mismo destino. Pero fue su padre quien rezo al cielo, a los dioses antiguos que le concedieran un deseo. Daría y haría todo por qué su esposa diera a luz a su primogénita; que después de varios días de ayuno. Se le fue concedido su deseo dando a luz a una bebé. Quién nació con la particularidad de tener la piel tan oscura como un abismo sin fondo. Sumando un par de marcas sobre los brazos y espalda pero menor fue su importancia, pues todo lo que sentían fue la alegría de tener por fin, a un bebé. Se dice que en aquella noche fue cuando una sombra misteriosa le hizo una visita a la bebé, quien dormía en paz sin percatarse de quién o que era aquella visita misteriosa.

    El tiempo paso y ella creció, aceptando que era muy diferente a los demás, lo que le ganó burlas e incesante acoso de los demás niños y de su comunidad. Lo que hizo que se aislara en su habitación, por ello y en su soledad, aprendió a leer pues su padre le leía cuento tras cuento cada noche. Hasta que ya cerca de los 17 años, era amante de la literatura buscando un día poder observar el mundo con sus propios ojos. Ahora su más ferviente deseo era poder salir de su país natal y así, poder escribir su propia historia donde con mochila en mano, su corazón cuan brújula se embarca en un sin fin de aventuras.

    De complexión delgada con cabello corte bob mediano color negro, en sus ojos se delinea una sutil curva atractiva que atrapa con solo la mirada, sus labios también se colorean del mismo color haciendo brillar cada sonrisa que entrega. De carácter sonriente, amigable y sociable con ganas de descubrir el mundo. Su vestimenta consta de un corset de batalla dejando ver sus hombros, brazos, abdomen. En sus brazos como en su espalda como se mencionó antes, posee lo que a primera vista parecen tatuajes dorados, pero va más allá de eso y nadie, hasta ahora ha podido saber su origen o significado. En su cuello se erige un collarín que eleva del mismo solo un poco. Un pantalón de tela con un encaje de fuego que sobresale desde el talón hasta la cintura, terminando en un par de sandalias.
    Siendo una guerrera tiene muy arraigada la disciplina de combate, con un temple indomable. Fuera de todo eso es una chica amable, dulce, caritativa y siempre con el afán de servir a otros. Aunque con temor, no duda en salir al peligro para enfrentarse a lo que fuera con tal de ayudar a quienes lo necesiten.

    En la ciudad del Cairo a las 2:45 p.m va caminando con mochila en hombro observando a su alrededor como los edificios se alzan formándose en una fila desigual casi surrealista. Asombrandose por el caos citadino cuan niña que va conociendo el mundo por primera vez. Así es como ella va dando cada paso a la espera de descubrir algo nuevo. En la esquina de la acera se detiene para dar paso a los vehículos, mientras espera nota la curiosa mirada de los transeúntes pero ya está acostumbrada a eso. Tanta era la gente que al dar el tercer paso, es empujada casi hasta caer pero todo el tráfico hace que caiga su mochila perdièndola entre la muchedumbre. Se quedaría justo a la mitad hasta que todos pasarán pero cuando eso pasa no la encuentra llegando a sentir un enorme vacío. No se puede dar el lujo de perderla pues ahí tiene su bitácora, cosas de uso personal, dinero, pasaporte, Identificación etc. De perderlo se quedaría literal en las calles, también se da cuenta que estando a mitad de la calle los autos tocan el claxon para que se retire de la acera. Lo que enciende las alarmas en su cabeza haciendo que corra al otro lado, al llegar el tráfico sigue su curso. Se cruza de brazos molesta por perder su mochila con un vacío enorme en el estómago y que decir de la culpa que siente por ser tan distraída. No se detendría hasta encontrarla y ser más precavida; es entonces que un grupo de niños alardean sobre tener su propiedad comenzando a correr por entre los angostos callejones. Nenet solo espera a que la luz del tráfico esté en rojo para poder pasar dándoles caza. — ¡Oigan eso es mío! - Grita con ahínco al otro lado de la acera alzando las manos brincando buscando evitar que corran pero se pierden entre los callejones.

    Va tras ellos con cierta agilidad felina agudizando sus sentidos logrando poder percibir el aroma de estos, llegando dentro de una casa abandonada. Sucia y empolvada se adentra con pasos sigilosos atenta a lo que puede escuchar que, de pronto, se deja escuchar algunos barullos en un patio. A traves de una manchada ventana los encuentra pensando en cómo darles un buen susto por haberle robado sus pertenencias. Para salir al patio hay una puerta vieja de madera que usaria cuan película de miedo abriéndola lentamente. Dónde el chirrido de esta llama su atención pero del otro lado no hay nadie. Mientras están distraídos salta de repente con una macabra mirada para asustarlos y así, huyen despavoridos encontrando todo regado. Suspira tapándose los ojos molesta susurra para si misma: — Debo dejar de ser tan distraída. No puedo quedarme así de nuevo —. Acomoda todo en su lugar cargando su mochila al hombro. Suspira de nuevo saliendo del lugar retomando el camino que tenía previsto en dirección a Jerusalén, por orden de su padre para tener bendición en su travesía.
    Nuestra historia comienza en Alexandria, Egipto nace en el seno de una familia humilde dónde junto con su padre y madre, viven en armonía, pero no siempre fue así pues tiempo atrás ya habían perdido a un hijo y Nenet antes de nacer, parecía que también tendría el mismo destino. Pero fue su padre quien rezo al cielo, a los dioses antiguos que le concedieran un deseo. Daría y haría todo por qué su esposa diera a luz a su primogénita; que después de varios días de ayuno. Se le fue concedido su deseo dando a luz a una bebé. Quién nació con la particularidad de tener la piel tan oscura como un abismo sin fondo. Sumando un par de marcas sobre los brazos y espalda pero menor fue su importancia, pues todo lo que sentían fue la alegría de tener por fin, a un bebé. Se dice que en aquella noche fue cuando una sombra misteriosa le hizo una visita a la bebé, quien dormía en paz sin percatarse de quién o que era aquella visita misteriosa. El tiempo paso y ella creció, aceptando que era muy diferente a los demás, lo que le ganó burlas e incesante acoso de los demás niños y de su comunidad. Lo que hizo que se aislara en su habitación, por ello y en su soledad, aprendió a leer pues su padre le leía cuento tras cuento cada noche. Hasta que ya cerca de los 17 años, era amante de la literatura buscando un día poder observar el mundo con sus propios ojos. Ahora su más ferviente deseo era poder salir de su país natal y así, poder escribir su propia historia donde con mochila en mano, su corazón cuan brújula se embarca en un sin fin de aventuras. De complexión delgada con cabello corte bob mediano color negro, en sus ojos se delinea una sutil curva atractiva que atrapa con solo la mirada, sus labios también se colorean del mismo color haciendo brillar cada sonrisa que entrega. De carácter sonriente, amigable y sociable con ganas de descubrir el mundo. Su vestimenta consta de un corset de batalla dejando ver sus hombros, brazos, abdomen. En sus brazos como en su espalda como se mencionó antes, posee lo que a primera vista parecen tatuajes dorados, pero va más allá de eso y nadie, hasta ahora ha podido saber su origen o significado. En su cuello se erige un collarín que eleva del mismo solo un poco. Un pantalón de tela con un encaje de fuego que sobresale desde el talón hasta la cintura, terminando en un par de sandalias. Siendo una guerrera tiene muy arraigada la disciplina de combate, con un temple indomable. Fuera de todo eso es una chica amable, dulce, caritativa y siempre con el afán de servir a otros. Aunque con temor, no duda en salir al peligro para enfrentarse a lo que fuera con tal de ayudar a quienes lo necesiten. En la ciudad del Cairo a las 2:45 p.m va caminando con mochila en hombro observando a su alrededor como los edificios se alzan formándose en una fila desigual casi surrealista. Asombrandose por el caos citadino cuan niña que va conociendo el mundo por primera vez. Así es como ella va dando cada paso a la espera de descubrir algo nuevo. En la esquina de la acera se detiene para dar paso a los vehículos, mientras espera nota la curiosa mirada de los transeúntes pero ya está acostumbrada a eso. Tanta era la gente que al dar el tercer paso, es empujada casi hasta caer pero todo el tráfico hace que caiga su mochila perdièndola entre la muchedumbre. Se quedaría justo a la mitad hasta que todos pasarán pero cuando eso pasa no la encuentra llegando a sentir un enorme vacío. No se puede dar el lujo de perderla pues ahí tiene su bitácora, cosas de uso personal, dinero, pasaporte, Identificación etc. De perderlo se quedaría literal en las calles, también se da cuenta que estando a mitad de la calle los autos tocan el claxon para que se retire de la acera. Lo que enciende las alarmas en su cabeza haciendo que corra al otro lado, al llegar el tráfico sigue su curso. Se cruza de brazos molesta por perder su mochila con un vacío enorme en el estómago y que decir de la culpa que siente por ser tan distraída. No se detendría hasta encontrarla y ser más precavida; es entonces que un grupo de niños alardean sobre tener su propiedad comenzando a correr por entre los angostos callejones. Nenet solo espera a que la luz del tráfico esté en rojo para poder pasar dándoles caza. — ¡Oigan eso es mío! - Grita con ahínco al otro lado de la acera alzando las manos brincando buscando evitar que corran pero se pierden entre los callejones. Va tras ellos con cierta agilidad felina agudizando sus sentidos logrando poder percibir el aroma de estos, llegando dentro de una casa abandonada. Sucia y empolvada se adentra con pasos sigilosos atenta a lo que puede escuchar que, de pronto, se deja escuchar algunos barullos en un patio. A traves de una manchada ventana los encuentra pensando en cómo darles un buen susto por haberle robado sus pertenencias. Para salir al patio hay una puerta vieja de madera que usaria cuan película de miedo abriéndola lentamente. Dónde el chirrido de esta llama su atención pero del otro lado no hay nadie. Mientras están distraídos salta de repente con una macabra mirada para asustarlos y así, huyen despavoridos encontrando todo regado. Suspira tapándose los ojos molesta susurra para si misma: — Debo dejar de ser tan distraída. No puedo quedarme así de nuevo —. Acomoda todo en su lugar cargando su mochila al hombro. Suspira de nuevo saliendo del lugar retomando el camino que tenía previsto en dirección a Jerusalén, por orden de su padre para tener bendición en su travesía.
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  • .
    Cho abrió la puerta de la enorme casa, sintiendo cómo el eco del cerrojo resonaba en el vacío. Un silencio profundo la recibió, denso pero familiar. Se quitó los zapatos junto a la entrada, empujándolos con el pie hacia un rincón del mueble zapatero. Sus pasos descalzos resonaron ligeros en el suelo de mármol mientras recorría el pasillo iluminado con luces cálidas.

    La sala estaba impecable, como siempre. No había rastros de vida reciente: los cojines perfectamente colocados en el sofá, ni una taza en la mesa, ni el sonido de risas o de la televisión encendida. La ausencia era evidente.

    Dejó caer su mochila sobre el sillón más cercano, dejándose hundir en la suavidad del cuero mientras suspiraba. Su padre debía haber salido con su esposa y el niño. Era típico de él organizar cenas espontáneas para pasar tiempo con ellos, aunque rara vez le preguntaba si quería unirse.

    "Supongo que no le pasó por la cabeza invitarme…" murmuró, encogiéndose de hombros. No estaba molesta, al menos no mucho. Había aprendido a no esperar demasiado de estas dinámicas familiares. Su madrastra siempre parecía incómoda cuando Cho estaba cerca, y su medio hermano, aunque simpático, era un niño pequeño que solía cansarla rápido.

    Se levantó del sofá y caminó hacia la cocina, el espacio más amplio y frío de la casa. Abrió el refrigerador, revisando el contenido sin mucho entusiasmo. Sobras de alguna cena anterior, ensaladas perfectamente ordenadas en recipientes de vidrio, pero nada que realmente se le antojara. Cerró la puerta con un golpe suave y apoyó la frente contra ella, exhalando un largo suspiro.

    Después de un momento de contemplación, sacó su teléfono y abrió la app de comida a domicilio. Era más sencillo pedir algo con la tarjeta que su papá le había dado para evitar que le estuviera pidiendo dinero a cada rato. Elegir entre tantas opciones fue el único dilema. Finalmente, decidió por una hamburguesa doble con papas y un batido de chocolate. Algo reconfortante y lleno de calorías, justo lo que necesitaba esa noche.

    Mientras esperaba su pedido, subió a su habitación en el segundo piso, dejando el eco de sus pasos en la escalera de madera. Cerró la puerta detrás de ella y encendió las luces, observando su espacio. A diferencia del resto de la casa, su habitación tenía vida: pósters en las paredes, libros apilados en el escritorio, y una manta desordenada sobre la cama.

    Se dejó caer sobre el colchón, agarrando su tablet para ponerse al día con la serie que había dejado a medias. Aunque la casa era enorme, se sentía cómoda en la burbuja que había creado en su habitación. No necesitaba más esa noche.

    Cuando el timbre sonó, bajó corriendo las escaleras, casi tropezando en el último peldaño. Firmó el recibo y tomó la bolsa con la comida, agradeciendo al repartidor antes de cerrar la puerta. Regresó a su habitación con su botín, dispuesta a disfrutar de su pequeña cena para uno mientras el resto de la casa seguía vacía.

    Al menos, en ese enorme espacio que a veces se sentía demasiado grande para ella, había aprendido a encontrar consuelo en su soledad.

    . Cho abrió la puerta de la enorme casa, sintiendo cómo el eco del cerrojo resonaba en el vacío. Un silencio profundo la recibió, denso pero familiar. Se quitó los zapatos junto a la entrada, empujándolos con el pie hacia un rincón del mueble zapatero. Sus pasos descalzos resonaron ligeros en el suelo de mármol mientras recorría el pasillo iluminado con luces cálidas. La sala estaba impecable, como siempre. No había rastros de vida reciente: los cojines perfectamente colocados en el sofá, ni una taza en la mesa, ni el sonido de risas o de la televisión encendida. La ausencia era evidente. Dejó caer su mochila sobre el sillón más cercano, dejándose hundir en la suavidad del cuero mientras suspiraba. Su padre debía haber salido con su esposa y el niño. Era típico de él organizar cenas espontáneas para pasar tiempo con ellos, aunque rara vez le preguntaba si quería unirse. "Supongo que no le pasó por la cabeza invitarme…" murmuró, encogiéndose de hombros. No estaba molesta, al menos no mucho. Había aprendido a no esperar demasiado de estas dinámicas familiares. Su madrastra siempre parecía incómoda cuando Cho estaba cerca, y su medio hermano, aunque simpático, era un niño pequeño que solía cansarla rápido. Se levantó del sofá y caminó hacia la cocina, el espacio más amplio y frío de la casa. Abrió el refrigerador, revisando el contenido sin mucho entusiasmo. Sobras de alguna cena anterior, ensaladas perfectamente ordenadas en recipientes de vidrio, pero nada que realmente se le antojara. Cerró la puerta con un golpe suave y apoyó la frente contra ella, exhalando un largo suspiro. Después de un momento de contemplación, sacó su teléfono y abrió la app de comida a domicilio. Era más sencillo pedir algo con la tarjeta que su papá le había dado para evitar que le estuviera pidiendo dinero a cada rato. Elegir entre tantas opciones fue el único dilema. Finalmente, decidió por una hamburguesa doble con papas y un batido de chocolate. Algo reconfortante y lleno de calorías, justo lo que necesitaba esa noche. Mientras esperaba su pedido, subió a su habitación en el segundo piso, dejando el eco de sus pasos en la escalera de madera. Cerró la puerta detrás de ella y encendió las luces, observando su espacio. A diferencia del resto de la casa, su habitación tenía vida: pósters en las paredes, libros apilados en el escritorio, y una manta desordenada sobre la cama. Se dejó caer sobre el colchón, agarrando su tablet para ponerse al día con la serie que había dejado a medias. Aunque la casa era enorme, se sentía cómoda en la burbuja que había creado en su habitación. No necesitaba más esa noche. Cuando el timbre sonó, bajó corriendo las escaleras, casi tropezando en el último peldaño. Firmó el recibo y tomó la bolsa con la comida, agradeciendo al repartidor antes de cerrar la puerta. Regresó a su habitación con su botín, dispuesta a disfrutar de su pequeña cena para uno mientras el resto de la casa seguía vacía. Al menos, en ese enorme espacio que a veces se sentía demasiado grande para ella, había aprendido a encontrar consuelo en su soledad.
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  • Que día más solitario, tranquilo... Demasiada soledad... -Se estira poco estando holgazana.-
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  • —Te encontré aquí, entre sombras y libros viejos, como si también estuvieras buscándome a mí—.

    Tan pequeño, tan frágil, tus ojos, dos faroles diminutos en esta penumbra, me miran sin juzgar, como si supieras algo que yo aún no entiendo.

    —Tú también estás solo, ¿verdad? —dije en voz baja, como si temiera despertar al silencio—. En un mundo tan grande y tan lleno de gente que no sabe ver. Humanos… malos, algunos. Otros, indiferentes. Pero tú no. Tú me viste.

    Por un instante, la soledad que tanto pesa se siente… menos sola. Tal vez porque, en el fondo, ni tú ni yo estábamos realmente perdidos. Solo nos estábamos buscando.
    —Te encontré aquí, entre sombras y libros viejos, como si también estuvieras buscándome a mí—. Tan pequeño, tan frágil, tus ojos, dos faroles diminutos en esta penumbra, me miran sin juzgar, como si supieras algo que yo aún no entiendo. —Tú también estás solo, ¿verdad? —dije en voz baja, como si temiera despertar al silencio—. En un mundo tan grande y tan lleno de gente que no sabe ver. Humanos… malos, algunos. Otros, indiferentes. Pero tú no. Tú me viste. Por un instante, la soledad que tanto pesa se siente… menos sola. Tal vez porque, en el fondo, ni tú ni yo estábamos realmente perdidos. Solo nos estábamos buscando.
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  • Las sombras abrazaron su cuerpo como si fueran parte de ella. Se mantuvo encogida, su postura tan frágil como la piedra que la rodeaba. Pero no era frágil. No después de todo lo que había visto, de todo lo que había sido.

    Sus serpientes dormían en quietud, aunque de vez en cuando un par de ellas despertaban, moviéndose con lentitud, rozando su piel en un intento de consolarla. Ellas entendían lo que los hombres no podían: el peso del tiempo, del exilio, de la soledad. Eran su único refugio, sus únicas compañeras.

    —No pueden comprenderme. —Pensó, mientras la penumbra se volvía aún más densa a su alrededor.

    Inclinó su cabeza, escondiendo su rostro entre los brazos, y por un momento, permitió que el cansancio escapara a través de un suspiro apenas audible.

    —Las historias siempre tergiversan... —Murmuró para sí misma, sus labios rojos curvándose en una mueca irónica.— Solo ven el monstruo, nunca el alma...

    Las serpientes parecieron responder a sus pensamientos, siseando suavemente en el aire, como si quisieran recordar a su dueña que seguía viva. Que seguía ahí, incluso si el mundo prefería olvidar.
    Las sombras abrazaron su cuerpo como si fueran parte de ella. Se mantuvo encogida, su postura tan frágil como la piedra que la rodeaba. Pero no era frágil. No después de todo lo que había visto, de todo lo que había sido. Sus serpientes dormían en quietud, aunque de vez en cuando un par de ellas despertaban, moviéndose con lentitud, rozando su piel en un intento de consolarla. Ellas entendían lo que los hombres no podían: el peso del tiempo, del exilio, de la soledad. Eran su único refugio, sus únicas compañeras. —No pueden comprenderme. —Pensó, mientras la penumbra se volvía aún más densa a su alrededor. Inclinó su cabeza, escondiendo su rostro entre los brazos, y por un momento, permitió que el cansancio escapara a través de un suspiro apenas audible. —Las historias siempre tergiversan... —Murmuró para sí misma, sus labios rojos curvándose en una mueca irónica.— Solo ven el monstruo, nunca el alma... Las serpientes parecieron responder a sus pensamientos, siseando suavemente en el aire, como si quisieran recordar a su dueña que seguía viva. Que seguía ahí, incluso si el mundo prefería olvidar.
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  • El bosque parecía haber olvidado respirar, siendo el viento el único sonido que arrastraba consigo el aroma a tierra húmeda y hojas marchitas. La niebla serpenteaba entre los troncos, engullendo cada sombra como si se tratara de un velo que intentara ocultar la verdad. Allí, en el corazón del claro, permanecía inmóvil, como una estatua viviente, envuelta en un silencio pesado. Sus cuernos, torcidos y marcados por grietas naturales, se alzaban como un recordatorio de lo que era y de aquello que los demás temían en ella. La luz de la luna acariciaba las partes escamadas de su piel, arrancando destellos plateados que hacían que su presencia pareciera aún más sobrenatural. Había quietud a su alrededor, si, pero no en su interior. Una tormenta de pensamientos rugía dentro de ella, como si las raíces de su ser estuvieran intentando desgarrar el suelo en busca de algo más profundo.

    No tenía alas para alzar el vuelo ni cola que la equilibrara, pero su porte seguía siendo imponente incluso para una mestiza. Su cuerpo contaba historias de un linaje tan antiguo como el tiempo, aunque incompleto. Las uñas, tan afiladas que podían partir hueso, rasgaban el aire de manera inconsciente mientras sus pensamientos la arrastraban hacia lugares que preferiría no explorar.

    Dejó escapar un suspiro que condensó la fría noche a su alrededor. Su aliento, cargado de una gelidez innatural, era un recordatorio de la extraña llama que llevaba dentro, una que había aprendido a ocultar, a domar. Pero esa noche, en la soledad del bosque, no había nadie a quien engañar, nadie ante quien pretender.

    Se arrodilló con lentitud, dejando que sus dedos tocaran la tierra húmeda. Había algo reconfortante en el tacto del suelo, en ese contacto directo con la naturaleza que le recordaba que, a pesar de todo, aún formaba parte del mundo. Pero incluso este pensamiento traía consigo un peso. ¿Formaba parte de algo, realmente? ¿O simplemente existía, aislada, como una pieza que no encajaba en ningún rompecabezas?

    —¿Cual se supone que es la razón de mi existencia? —Murmuró, dejando que sus palabras se perdieran en la inmensidad de la noche.

    Su voz sonaba más cansada de lo que esperaba, como si el eco de todas las batallas, tanto externas como internas, finalmente la hubiera alcanzado. Bajó la mirada y vio su reflejo en un charco cercano, las aguas temblorosas distorsionando su rostro, casi como si se negara a reconocerlo. Sus ojos turquesa brillaron con una intensidad inesperada, dos joyas resplandeciendo en un mundo de sombras.

    Había un poder indescriptible en esa mirada, un destello de algo más grande, más profundo, algo que incluso ella aún no comprendía del todo. Y, sin embargo, esa misma fuerza la aislaba, la mantenía apartada de todo lo que podría haber sido simple, de todo lo que podría haber sido humano.
    Lentamente, se puso de pie, su figura recortada contra la penumbra como la de una guerrera que aún no había encontrado ni su batalla, ni su victoria. Su cabeza se alzó hacia el cielo, hacia las estrellas que titilaban indiferentes, lejanas, como si fueran testigos silenciosos de su existencia.

    —Ni soy lo que otros esperan de mí, ni lo que ellos temen. Tampoco soy lo que yo soñé ser. Pero... Tampoco soy el vacío.

    La confesión resonó en la quietud, como si los árboles mismos se inclinaran para escucharla. Una brisa helada acarició su rostro, llevando consigo el susurro de hojas secas. Cerró los ojos por un instante, dejando que el viento la rodeara, que le hablara en su lengua ancestral.
    El bosque parecía haber olvidado respirar, siendo el viento el único sonido que arrastraba consigo el aroma a tierra húmeda y hojas marchitas. La niebla serpenteaba entre los troncos, engullendo cada sombra como si se tratara de un velo que intentara ocultar la verdad. Allí, en el corazón del claro, permanecía inmóvil, como una estatua viviente, envuelta en un silencio pesado. Sus cuernos, torcidos y marcados por grietas naturales, se alzaban como un recordatorio de lo que era y de aquello que los demás temían en ella. La luz de la luna acariciaba las partes escamadas de su piel, arrancando destellos plateados que hacían que su presencia pareciera aún más sobrenatural. Había quietud a su alrededor, si, pero no en su interior. Una tormenta de pensamientos rugía dentro de ella, como si las raíces de su ser estuvieran intentando desgarrar el suelo en busca de algo más profundo. No tenía alas para alzar el vuelo ni cola que la equilibrara, pero su porte seguía siendo imponente incluso para una mestiza. Su cuerpo contaba historias de un linaje tan antiguo como el tiempo, aunque incompleto. Las uñas, tan afiladas que podían partir hueso, rasgaban el aire de manera inconsciente mientras sus pensamientos la arrastraban hacia lugares que preferiría no explorar. Dejó escapar un suspiro que condensó la fría noche a su alrededor. Su aliento, cargado de una gelidez innatural, era un recordatorio de la extraña llama que llevaba dentro, una que había aprendido a ocultar, a domar. Pero esa noche, en la soledad del bosque, no había nadie a quien engañar, nadie ante quien pretender. Se arrodilló con lentitud, dejando que sus dedos tocaran la tierra húmeda. Había algo reconfortante en el tacto del suelo, en ese contacto directo con la naturaleza que le recordaba que, a pesar de todo, aún formaba parte del mundo. Pero incluso este pensamiento traía consigo un peso. ¿Formaba parte de algo, realmente? ¿O simplemente existía, aislada, como una pieza que no encajaba en ningún rompecabezas? —¿Cual se supone que es la razón de mi existencia? —Murmuró, dejando que sus palabras se perdieran en la inmensidad de la noche. Su voz sonaba más cansada de lo que esperaba, como si el eco de todas las batallas, tanto externas como internas, finalmente la hubiera alcanzado. Bajó la mirada y vio su reflejo en un charco cercano, las aguas temblorosas distorsionando su rostro, casi como si se negara a reconocerlo. Sus ojos turquesa brillaron con una intensidad inesperada, dos joyas resplandeciendo en un mundo de sombras. Había un poder indescriptible en esa mirada, un destello de algo más grande, más profundo, algo que incluso ella aún no comprendía del todo. Y, sin embargo, esa misma fuerza la aislaba, la mantenía apartada de todo lo que podría haber sido simple, de todo lo que podría haber sido humano. Lentamente, se puso de pie, su figura recortada contra la penumbra como la de una guerrera que aún no había encontrado ni su batalla, ni su victoria. Su cabeza se alzó hacia el cielo, hacia las estrellas que titilaban indiferentes, lejanas, como si fueran testigos silenciosos de su existencia. —Ni soy lo que otros esperan de mí, ni lo que ellos temen. Tampoco soy lo que yo soñé ser. Pero... Tampoco soy el vacío. La confesión resonó en la quietud, como si los árboles mismos se inclinaran para escucharla. Una brisa helada acarició su rostro, llevando consigo el susurro de hojas secas. Cerró los ojos por un instante, dejando que el viento la rodeara, que le hablara en su lengua ancestral.
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