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    // Liz dejó el listón tan tan tan alto. Que creo que será muy difícil que este nuevo Kazuo diga un "te amo". Igual puede que pase una eternidad en soledad .//
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  • La noche se alza sobre Mondstadt como un manto de terciopelo oscuro, y aun así, las estrellas parecen demasiado lejanas para ofrecer consuelo. En la quietud de la taberna, el fuego crepita, proyectando sombras que se inclinan como si guardaran secretos antiguos.

    Cierro los ojos un instante, dejando que el aroma del vino acaricie la memoria. Hay batallas que uno libra con la espada… y otras que se libran en silencio, en la soledad de los pensamientos.

    Al abrirlos, mi mirada se cruza con la tuya. No pronuncio tu nombre, pues la cortesía dicta prudencia, pero mi voz, grave y serena, corta el aire con suavidad:

    —Las noches suelen ser demasiado largas cuando uno las enfrenta en soledad. Si deseas… puedes compartir esta mesa. No como un deber, sino como un respiro antes de que el mundo reclame de nuevo nuestras fuerzas.

    Mis palabras se desvanecen como el último acorde de un laúd, dejando la decisión en tus manos, como corresponde.
    La noche se alza sobre Mondstadt como un manto de terciopelo oscuro, y aun así, las estrellas parecen demasiado lejanas para ofrecer consuelo. En la quietud de la taberna, el fuego crepita, proyectando sombras que se inclinan como si guardaran secretos antiguos. Cierro los ojos un instante, dejando que el aroma del vino acaricie la memoria. Hay batallas que uno libra con la espada… y otras que se libran en silencio, en la soledad de los pensamientos. Al abrirlos, mi mirada se cruza con la tuya. No pronuncio tu nombre, pues la cortesía dicta prudencia, pero mi voz, grave y serena, corta el aire con suavidad: —Las noches suelen ser demasiado largas cuando uno las enfrenta en soledad. Si deseas… puedes compartir esta mesa. No como un deber, sino como un respiro antes de que el mundo reclame de nuevo nuestras fuerzas. Mis palabras se desvanecen como el último acorde de un laúd, dejando la decisión en tus manos, como corresponde.
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  • Saturado de labores, con más peso del que su alma podía sostener, y apenas tres horas de sueño que no alcanzaban a mitigar el desvelo del corazón.

    El trabajo se volvió su refugio, su escudo contra el pensamiento, la única disciplina que lo mantenía erguido, severo, profesional, como un faro que resiste la tormenta sin mirar atrás.

    El departamento que alguna vez compartió con ella permanecía intacto, como un santuario abandonado, solo la comida fue retirada, no por olvido, sino por necesidad.

    Con lo que le quedaba, se mudó a Roppongi,
    a un rincón donde la ciudad no podía alcanzarlo del todo.

    Su rostro envejeció antes de tiempo,
    marcado por la depresión, esa amante silenciosa que lo sedujo con la promesa de una soledad absoluta.

    Él era la encarnación de la eficiencia, la eficacia y la efectividad, atento a cada entrevista, cada firma de libros, y hasta las regalías de una película por venir, un dorama que quizás contaría su historia sin decir su nombre con generos y épocas diferentes.

    Su manager lamentaba su tragedia íntima,
    pero en el escenario público, Kagehiro era ya una eminencia. Sus libros para adultos, cargados de pasión, habían dado paso a narrativas más crudas, más contemporáneas, historias que dolían por lo cercanas, por lo reales.

    Haruki Murakami tenía ahora un rival,
    pero también un amigo entrañable,
    un espejo en el que la literatura japonesa se miraba con nuevos ojos.
    Saturado de labores, con más peso del que su alma podía sostener, y apenas tres horas de sueño que no alcanzaban a mitigar el desvelo del corazón. El trabajo se volvió su refugio, su escudo contra el pensamiento, la única disciplina que lo mantenía erguido, severo, profesional, como un faro que resiste la tormenta sin mirar atrás. El departamento que alguna vez compartió con ella permanecía intacto, como un santuario abandonado, solo la comida fue retirada, no por olvido, sino por necesidad. Con lo que le quedaba, se mudó a Roppongi, a un rincón donde la ciudad no podía alcanzarlo del todo. Su rostro envejeció antes de tiempo, marcado por la depresión, esa amante silenciosa que lo sedujo con la promesa de una soledad absoluta. Él era la encarnación de la eficiencia, la eficacia y la efectividad, atento a cada entrevista, cada firma de libros, y hasta las regalías de una película por venir, un dorama que quizás contaría su historia sin decir su nombre con generos y épocas diferentes. Su manager lamentaba su tragedia íntima, pero en el escenario público, Kagehiro era ya una eminencia. Sus libros para adultos, cargados de pasión, habían dado paso a narrativas más crudas, más contemporáneas, historias que dolían por lo cercanas, por lo reales. Haruki Murakami tenía ahora un rival, pero también un amigo entrañable, un espejo en el que la literatura japonesa se miraba con nuevos ojos.
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  • Deberia estar acostumbrada a la soledad, de allí provengo. Pero nunca ha dolido tanto como ahora.
    Deberia estar acostumbrada a la soledad, de allí provengo. Pero nunca ha dolido tanto como ahora.
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  • no es de extrañar que siempre los orcos la pasen tan solos... sabiendo que lo unico que tienen es a si mismos... nadie habla... nadie te saluda... simplemente es la soledad que te acompaña a todos lados como tu mejor amiga, la culpa como tu hermana y el remordimiento como tu padre....

    ...solo es un silencio que te carcome cuando intentaste ser el mejor...pero nadie correspondio a lo que deseabas, y necesitabas...

    ...el peor enemigo dificil de vencer de un orco...
    no es de extrañar que siempre los orcos la pasen tan solos... sabiendo que lo unico que tienen es a si mismos... nadie habla... nadie te saluda... simplemente es la soledad que te acompaña a todos lados como tu mejor amiga, la culpa como tu hermana y el remordimiento como tu padre.... ...solo es un silencio que te carcome cuando intentaste ser el mejor...pero nadie correspondio a lo que deseabas, y necesitabas... ...el peor enemigo dificil de vencer de un orco...
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  • - ¡Groar!

    Mucha de la energia que alimenta su cuerpo coverge hacia su rostro y exhala su aliento de fuego para encender otra fogata mas, luego de una larga semana aprovecha para reflexionar en la soledad de una cueva.
    - ¡Groar! Mucha de la energia que alimenta su cuerpo coverge hacia su rostro y exhala su aliento de fuego para encender otra fogata mas, luego de una larga semana aprovecha para reflexionar en la soledad de una cueva.
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  • —El Demonio Huerfano—

    —Mi padre era el progenitor directo de mi hermana,¿Pero yo?...yo solo soy el producto de un amor fracasado,no tengo a nadie en este vacio mundo de tristeza y soledad,desde que termino la invasion y empezó la reconstrucción no he tenido a donde ir,renuncio a mi sangre demoníaca,incluso si es de un 100%,a partir de hoy,caminare entre ellos y sere uno de ellos en cultura y mente,dejare atras todo lo que tenga que ver con el inframundo,asi como mi pasado..


    —Se dijo a si mismo Asriel,posteriormente tomo sus cosas previamente empacadas y con una pequeña lagrima recorriendo su mejilla,abrio un pequeño portal hacia el mundo de los mortales—
    —El Demonio Huerfano— —Mi padre era el progenitor directo de mi hermana,¿Pero yo?...yo solo soy el producto de un amor fracasado,no tengo a nadie en este vacio mundo de tristeza y soledad,desde que termino la invasion y empezó la reconstrucción no he tenido a donde ir,renuncio a mi sangre demoníaca,incluso si es de un 100%,a partir de hoy,caminare entre ellos y sere uno de ellos en cultura y mente,dejare atras todo lo que tenga que ver con el inframundo,asi como mi pasado.. —Se dijo a si mismo Asriel,posteriormente tomo sus cosas previamente empacadas y con una pequeña lagrima recorriendo su mejilla,abrio un pequeño portal hacia el mundo de los mortales—
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  • *La sala está vacía, y el eco de mis pasos parece ser la única compañía que tengo. El aire está inmóvil, como si aguardara a que mis pensamientos se atrevan a romper el silencio. Me detengo un instante, llevando la mano al pliegue de mi falda, ordenando con precisión un detalle inexistente… un hábito, quizá, para no sentirme del todo abandonada.*

    “No hay nadie…” —susurro, apenas audible, como si me pesara el admitirlo. Mis ojos recorren el espacio con calma, pero también con esa melancolía que solo se permite en soledad—. *Qué curioso… siempre pensé que mi deber sería proteger, servir, acompañar. Ahora que no hay voz que requiera la mía, ni mirada que busque la mía, descubro lo frágil que se siente este instante.*

    *Enderezo mi postura, alisando el delantal como si fuera mi única armadura. No me permito caer en el abandono de la nostalgia; incluso cuando la soledad me envuelve, debo mantenerme entera. Porque soy Alexandrina Sebastiane… y aun si nadie está aquí, sigo existiendo en esta quietud, como una llama contenida que rehúsa apagarse*
    *La sala está vacía, y el eco de mis pasos parece ser la única compañía que tengo. El aire está inmóvil, como si aguardara a que mis pensamientos se atrevan a romper el silencio. Me detengo un instante, llevando la mano al pliegue de mi falda, ordenando con precisión un detalle inexistente… un hábito, quizá, para no sentirme del todo abandonada.* “No hay nadie…” —susurro, apenas audible, como si me pesara el admitirlo. Mis ojos recorren el espacio con calma, pero también con esa melancolía que solo se permite en soledad—. *Qué curioso… siempre pensé que mi deber sería proteger, servir, acompañar. Ahora que no hay voz que requiera la mía, ni mirada que busque la mía, descubro lo frágil que se siente este instante.* *Enderezo mi postura, alisando el delantal como si fuera mi única armadura. No me permito caer en el abandono de la nostalgia; incluso cuando la soledad me envuelve, debo mantenerme entera. Porque soy Alexandrina Sebastiane… y aun si nadie está aquí, sigo existiendo en esta quietud, como una llama contenida que rehúsa apagarse*
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  • — A veces me pregunto si en verdad la soledad es lo único que acompañará a un arrancar por siempre.
    — A veces me pregunto si en verdad la soledad es lo único que acompañará a un arrancar por siempre.
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  • El Eco del Frío Acero
    Fandom OC
    Categoría Original
    La oficina de Alaric Sterling era un santuario de mármol y acero pulido, un reflejo gélido de la determinación de su dueño. Los rascacielos de Seúl se extendían ante él, un lienzo de luces que no lograban calentar la frialdad que se había instalado en su pecho. Hacía unas semanas que él se había ido. Ni una nota, ni una llamada, solo el silencio ensordecedor que había dejado un vacío punzante. El CEO, el líder de la mafia, el Alfa Puro que lo tenía todo, se encontró de rodillas ante la huida de una sola persona.

    Pero Alaric Sterling no se permitía la debilidad. El dolor no era un lujo. Era un catalizador.

    Desde entonces, el trabajo se había convertido en su única amante, su única venganza. Cada negociación era más brutal, cada acuerdo más deshonesto. Su traje de tres piezas, impecable y caro, era una armadura. Su mirada, antes capaz de derretir el hielo, ahora era de acero forjado. Su aroma a sándalo y whisky se había vuelto más denso, más opresivo, anunciando su autoridad y su ira contenida.

    La voz de su asistente, una Beta eficiente y temerosa, lo sacó de sus pensamientos. "Señor Sterling, los hombres de los Kang están aquí. La reunión de las nueve."

    Alaric giró su silla de cuero negro, revelando una expresión que helaría la sangre de cualquiera. "Que pasen."

    No eran negociaciones, eran ejecuciones.

    Dos figuras entraron, hombres duros con rostros curtidos por años de servicio a los Kang, una familia rival que había osado cuestionar su autoridad en el puerto de Busan. Los Kang habían intentado desviar un envío, un cargamento de algo más que simple mercancía. Era un insulto.

    "Señor Sterling," dijo el primero, un Alfa corpulento con cicatrices, su voz forzadamente respetuosa. "Hemos venido a negociar el retraso del último cargamento."

    Alaric se puso de pie, su altura imponente empequeñeciendo a ambos. La oscuridad que lo había habitado desde el abandono se derramó en la habitación, un aura palpable de amenaza. No había necesidad de gritar. Su presencia lo decía todo.

    "¿Negociar?" La palabra salió de sus labios con la frialdad de una navaja. "Los Kang sabían las reglas. Un cargamento retrasado es un cargamento robado. Un robo es una afrenta."

    El segundo hombre, más joven y nervioso, intentó intervenir. "Hubo un malentendido, señor. Podríamos compensarle, doble, incluso el triple..."

    Alaric dio un paso al frente. Sus ojos, oscuros como el abismo, se fijaron en el Alfa corpulento. La mano de Alaric se levantó, no para golpear, sino para señalar la ventana que mostraba la ciudad.

    "¿Ven esas luces?" Su voz era un susurro mortal. "Cada una representa un dólar que he invertido, una vida que he arruinado, un obstáculo que he destruido para llegar a donde estoy."

    De repente, el Alfa corpulento cayó de rodillas, sin aliento, su rostro pálido. La presión invisible que Alaric ejercía era tan poderosa que el aire se volvió un muro. No era un ataque físico, era la manifestación pura de su dominio Alpha, intensificado por su ira.

    "Me deben. Y no me pagarán con dinero." Alaric miró al segundo hombre, que ahora temblaba incontrolablemente. "El mensaje es simple: la lealtad se paga con lealtad. La traición, con sangre."

    Los guardias de Alaric, figuras silenciosas y letales, entraron en la habitación. No hubo forcejeos, solo el sonido apagado de dos cuerpos siendo arrastrados fuera de la vista. La oficina quedó en silencio, con el aire aún cargado del aroma a miedo y la implacable presencia de Alaric.

    Volvió a su silla, el rostro inexpresivo. La ventana de su oficina reflejaba su soledad, la fría determinación de un hombre que había perdido la única calidez en su vida y ahora solo abrazaba el poder y la venganza. El eco del acero, el de las cadenas invisibles que ataban a sus enemigos, era el único sonido que podía calmar su corazón herido.
    La oficina de Alaric Sterling era un santuario de mármol y acero pulido, un reflejo gélido de la determinación de su dueño. Los rascacielos de Seúl se extendían ante él, un lienzo de luces que no lograban calentar la frialdad que se había instalado en su pecho. Hacía unas semanas que él se había ido. Ni una nota, ni una llamada, solo el silencio ensordecedor que había dejado un vacío punzante. El CEO, el líder de la mafia, el Alfa Puro que lo tenía todo, se encontró de rodillas ante la huida de una sola persona. Pero Alaric Sterling no se permitía la debilidad. El dolor no era un lujo. Era un catalizador. Desde entonces, el trabajo se había convertido en su única amante, su única venganza. Cada negociación era más brutal, cada acuerdo más deshonesto. Su traje de tres piezas, impecable y caro, era una armadura. Su mirada, antes capaz de derretir el hielo, ahora era de acero forjado. Su aroma a sándalo y whisky se había vuelto más denso, más opresivo, anunciando su autoridad y su ira contenida. La voz de su asistente, una Beta eficiente y temerosa, lo sacó de sus pensamientos. "Señor Sterling, los hombres de los Kang están aquí. La reunión de las nueve." Alaric giró su silla de cuero negro, revelando una expresión que helaría la sangre de cualquiera. "Que pasen." No eran negociaciones, eran ejecuciones. Dos figuras entraron, hombres duros con rostros curtidos por años de servicio a los Kang, una familia rival que había osado cuestionar su autoridad en el puerto de Busan. Los Kang habían intentado desviar un envío, un cargamento de algo más que simple mercancía. Era un insulto. "Señor Sterling," dijo el primero, un Alfa corpulento con cicatrices, su voz forzadamente respetuosa. "Hemos venido a negociar el retraso del último cargamento." Alaric se puso de pie, su altura imponente empequeñeciendo a ambos. La oscuridad que lo había habitado desde el abandono se derramó en la habitación, un aura palpable de amenaza. No había necesidad de gritar. Su presencia lo decía todo. "¿Negociar?" La palabra salió de sus labios con la frialdad de una navaja. "Los Kang sabían las reglas. Un cargamento retrasado es un cargamento robado. Un robo es una afrenta." El segundo hombre, más joven y nervioso, intentó intervenir. "Hubo un malentendido, señor. Podríamos compensarle, doble, incluso el triple..." Alaric dio un paso al frente. Sus ojos, oscuros como el abismo, se fijaron en el Alfa corpulento. La mano de Alaric se levantó, no para golpear, sino para señalar la ventana que mostraba la ciudad. "¿Ven esas luces?" Su voz era un susurro mortal. "Cada una representa un dólar que he invertido, una vida que he arruinado, un obstáculo que he destruido para llegar a donde estoy." De repente, el Alfa corpulento cayó de rodillas, sin aliento, su rostro pálido. La presión invisible que Alaric ejercía era tan poderosa que el aire se volvió un muro. No era un ataque físico, era la manifestación pura de su dominio Alpha, intensificado por su ira. "Me deben. Y no me pagarán con dinero." Alaric miró al segundo hombre, que ahora temblaba incontrolablemente. "El mensaje es simple: la lealtad se paga con lealtad. La traición, con sangre." Los guardias de Alaric, figuras silenciosas y letales, entraron en la habitación. No hubo forcejeos, solo el sonido apagado de dos cuerpos siendo arrastrados fuera de la vista. La oficina quedó en silencio, con el aire aún cargado del aroma a miedo y la implacable presencia de Alaric. Volvió a su silla, el rostro inexpresivo. La ventana de su oficina reflejaba su soledad, la fría determinación de un hombre que había perdido la única calidez en su vida y ahora solo abrazaba el poder y la venganza. El eco del acero, el de las cadenas invisibles que ataban a sus enemigos, era el único sonido que podía calmar su corazón herido.
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