• —Hablando de su perrito, los recuerdos regresaron a su mente y suspiró con nostalgia y ternura. Mientras miraba una fotografía en su Voxtagram

    —Ah... Mi pequeño Queef...Cuanto te extraño, tan bonito y dulce. —tras esto frunció los labios en una mueca de desagrado al recordar algo que tanto no le gustaba—.Y el por culo que dabas, hijo de puta. Que bien hice de pegarte un tiro.

    #Hazbinhotel #comunidad2D #2D
    —Hablando de su perrito, los recuerdos regresaron a su mente y suspiró con nostalgia y ternura. Mientras miraba una fotografía en su Voxtagram —Ah... Mi pequeño Queef...Cuanto te extraño, tan bonito y dulce. —tras esto frunció los labios en una mueca de desagrado al recordar algo que tanto no le gustaba—.Y el por culo que dabas, hijo de puta. Que bien hice de pegarte un tiro. #Hazbinhotel #comunidad2D #2D
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  • γ…€ Podría pasar perdido en sus pensamientos durante horas. Constantemente su cabeza se perdía en un mar de recuerdos, incluso si se encontraba en la calle, su mirada parecía estática buscando en los recónditos de su interior una voz que hace tiempo se había desvanecido pero que aún se negaba a reconocer que la había olvidado.
    γ…€ Podría pasar perdido en sus pensamientos durante horas. Constantemente su cabeza se perdía en un mar de recuerdos, incluso si se encontraba en la calle, su mirada parecía estática buscando en los recónditos de su interior una voz que hace tiempo se había desvanecido pero que aún se negaba a reconocer que la había olvidado.
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  • Se había llevado esos aparatos, audífonos, a los oídos. La música que sonaba por ellos le ayudaba a callar los espíritus gritones y las risas burlonas... Tenía que compartirlo. Que la música aplacaba sus voces, y no requería una pizca de su magia... Además, sus palabras eran mágicas, tanto que evocaban recuerdos sin dolor.
    Se había llevado esos aparatos, audífonos, a los oídos. La música que sonaba por ellos le ayudaba a callar los espíritus gritones y las risas burlonas... Tenía que compartirlo. Que la música aplacaba sus voces, y no requería una pizca de su magia... Además, sus palabras eran mágicas, tanto que evocaban recuerdos sin dolor.
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  • Iona, bajo su identidad como Lepus, se sienta en el rincón de su pequeña y oscura habitación, el aire denso y cálido apenas iluminado por la luz de una vela. La llama parpadea en su máscara de conejo, creando sombras danzantes en las paredes. La ciudad afuera bulle de vida, pero dentro de este espacio, el silencio es casi tangible. Es en momentos como este que su mente vuelve a la sociedad de Luminarias.

    Piensa en Destino, esa presencia enigmática cuya voz ha resonado en su mente como un eco lejano, siempre presente y a la vez inalcanzable. La imagen de la primera vez que escuchó aquella voz vuelve a ella. Despertó en medio de aquella fiesta del té, rodeada de las demás entidades, como si siempre hubiera estado ahí. Una bienvenida sin palabras, solo miradas y gestos que sugerían comprensión y, tal vez, un rastro de curiosidad. No era la primera Lepus, lo supo desde el primer instante, pero era como si la sociedad la hubiera estado esperando, o tal vez, como si Destino hubiera decidido que era el momento adecuado para su aparición.

    Los miembros de Luminarias, todos seres de antiguos planos, con sus nombres tomados de constelaciones y sus formas adoptadas de animales. Hay una sensación de seguridad entre ellos, una certeza de que cada uno tiene su propósito, aunque la forma en que lo cumplan sea única. Iona se pregunta a menudo qué habrá sido del Lepus anterior. Nadie habla de él, o de ella, y ella ha aprendido a no preguntar. Tal vez el misterio es parte de la magia de la sociedad, ese constante recordar que nada es permanente, que incluso ellos, entidades de la sombra y la luz, pueden desaparecer sin dejar rastro.

    El Fénix es una presencia que trae consuelo a sus pensamientos. Su figura se alza en su mente, medio humano, medio pájaro, siempre rodeado de un resplandor cálido. Él la trata con cariño, casi como si fuera una hermana menor. Los dulces que le ofrece en cada encuentro son un recordatorio de que, aunque sea la más joven, es aceptada. La idea de la resurrección que él representa la ha hecho reflexionar más de una vez. ¿Qué significa realmente renacer? ¿Es posible que ella misma esté en un proceso de constante renacimiento, aprendiendo de cada encuentro, de cada alma que asiste?

    Iona se pregunta si alguna vez llegará a ser como ellos, si con el tiempo perderá esa sensibilidad que la hace tambalear en sus decisiones, que la llena de dudas cuando se enfrenta a los humanos. Los otros la tranquilizan, le dicen que con el tiempo aprenderá a desligarse, a ser más eficiente en su labor. Sin embargo, una parte de ella teme ese cambio. Su empatía, su capacidad de sentir lo que sienten los demás, es lo que la hace quien es, lo que la conecta con el mundo humano que tanto le fascina y desconcierta.

    Los recuerdos de las reuniones la envuelven. Escuchar las historias de los demás es su forma de aprender, de prepararse para lo que pueda venir. Cada anécdota es una lección, un fragmento de sabiduría que atesora en su mente. A veces, desearía poder hablar más, compartir sus propios miedos y preguntas, pero se contiene. La percepción de los otros hacia ella, como si fuera una infante entre gigantes, la hace dudar. Aun así, el apoyo silencioso de sus compañeros le da la fortaleza que necesita para seguir adelante.

    En el fondo, Iona sabe que la sociedad de Luminarias es más que una reunión de entidades poderosas. Es una familia disfuncional, un grupo de seres que, a pesar de sus diferencias y orígenes, se unen por un propósito mayor. Cada uno cumple un rol, una función en el gran entramado de la existencia, y aunque sus caminos a veces se crucen solo en esos extraños y oníricos encuentros, hay un lazo inquebrantable que los mantiene unidos.

    Con un suspiro, Iona se levanta y apaga la vela. El cuarto queda sumido en la oscuridad, pero no es una oscuridad que la asuste. Es la oscuridad de la reflexión, de la conexión con lo que es y lo que será. Las Luminarias están con ella, incluso en este pequeño rincón del mundo humano, y esa certeza le da la calma para continuar.

    Iona, bajo su identidad como Lepus, se sienta en el rincón de su pequeña y oscura habitación, el aire denso y cálido apenas iluminado por la luz de una vela. La llama parpadea en su máscara de conejo, creando sombras danzantes en las paredes. La ciudad afuera bulle de vida, pero dentro de este espacio, el silencio es casi tangible. Es en momentos como este que su mente vuelve a la sociedad de Luminarias. Piensa en Destino, esa presencia enigmática cuya voz ha resonado en su mente como un eco lejano, siempre presente y a la vez inalcanzable. La imagen de la primera vez que escuchó aquella voz vuelve a ella. Despertó en medio de aquella fiesta del té, rodeada de las demás entidades, como si siempre hubiera estado ahí. Una bienvenida sin palabras, solo miradas y gestos que sugerían comprensión y, tal vez, un rastro de curiosidad. No era la primera Lepus, lo supo desde el primer instante, pero era como si la sociedad la hubiera estado esperando, o tal vez, como si Destino hubiera decidido que era el momento adecuado para su aparición. Los miembros de Luminarias, todos seres de antiguos planos, con sus nombres tomados de constelaciones y sus formas adoptadas de animales. Hay una sensación de seguridad entre ellos, una certeza de que cada uno tiene su propósito, aunque la forma en que lo cumplan sea única. Iona se pregunta a menudo qué habrá sido del Lepus anterior. Nadie habla de él, o de ella, y ella ha aprendido a no preguntar. Tal vez el misterio es parte de la magia de la sociedad, ese constante recordar que nada es permanente, que incluso ellos, entidades de la sombra y la luz, pueden desaparecer sin dejar rastro. El Fénix es una presencia que trae consuelo a sus pensamientos. Su figura se alza en su mente, medio humano, medio pájaro, siempre rodeado de un resplandor cálido. Él la trata con cariño, casi como si fuera una hermana menor. Los dulces que le ofrece en cada encuentro son un recordatorio de que, aunque sea la más joven, es aceptada. La idea de la resurrección que él representa la ha hecho reflexionar más de una vez. ¿Qué significa realmente renacer? ¿Es posible que ella misma esté en un proceso de constante renacimiento, aprendiendo de cada encuentro, de cada alma que asiste? Iona se pregunta si alguna vez llegará a ser como ellos, si con el tiempo perderá esa sensibilidad que la hace tambalear en sus decisiones, que la llena de dudas cuando se enfrenta a los humanos. Los otros la tranquilizan, le dicen que con el tiempo aprenderá a desligarse, a ser más eficiente en su labor. Sin embargo, una parte de ella teme ese cambio. Su empatía, su capacidad de sentir lo que sienten los demás, es lo que la hace quien es, lo que la conecta con el mundo humano que tanto le fascina y desconcierta. Los recuerdos de las reuniones la envuelven. Escuchar las historias de los demás es su forma de aprender, de prepararse para lo que pueda venir. Cada anécdota es una lección, un fragmento de sabiduría que atesora en su mente. A veces, desearía poder hablar más, compartir sus propios miedos y preguntas, pero se contiene. La percepción de los otros hacia ella, como si fuera una infante entre gigantes, la hace dudar. Aun así, el apoyo silencioso de sus compañeros le da la fortaleza que necesita para seguir adelante. En el fondo, Iona sabe que la sociedad de Luminarias es más que una reunión de entidades poderosas. Es una familia disfuncional, un grupo de seres que, a pesar de sus diferencias y orígenes, se unen por un propósito mayor. Cada uno cumple un rol, una función en el gran entramado de la existencia, y aunque sus caminos a veces se crucen solo en esos extraños y oníricos encuentros, hay un lazo inquebrantable que los mantiene unidos. Con un suspiro, Iona se levanta y apaga la vela. El cuarto queda sumido en la oscuridad, pero no es una oscuridad que la asuste. Es la oscuridad de la reflexión, de la conexión con lo que es y lo que será. Las Luminarias están con ella, incluso en este pequeño rincón del mundo humano, y esa certeza le da la calma para continuar.
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  • La joven pelirroja se paró frente al espejo de cuerpo entero, observándose con detenimiento. Había desempolvado uno de los antiguos vestidos de su abuela, guardado con esmero en una vieja caja de madera que solía reposar en el ático. El vestido era una obra de arte, un delicado diseño de otra época que hablaba de elegancia y sofisticación. La tela, aunque un poco desgastada por el tiempo, seguía siendo suave al tacto, y los intrincados bordados a mano aún brillaban con un tenue resplandor dorado bajo la luz tenue de la habitación.

    Se giró ligeramente, admirando cómo la falda se movía con ella, dibujando suaves pliegues que caían hasta el suelo. Era un estilo clásico, con una cintura ajustada y una falda amplia, adornada con encajes y pequeños detalles florales que le daban un aire romántico y nostálgico. Mientras se miraba, Carmina no podía evitar imaginar cómo habría sido llevar un vestido así en la época en la que su abuela, Lucia, lo usaba, cuando las cosas parecían más simples y las mujeres se vestían con un cuidado y una elegancia que hoy se veían tan raramente.

    Con un gesto casi reverencial, alisó la falda con las manos, recorriendo con los dedos los delicados bordados. En el espejo, su reflejo le devolvía una imagen que le resultaba extrañamente familiar y, al mismo tiempo, distante. Era como si pudiera ver un pedazo del pasado superpuesto con el presente, una mezcla de ella misma y de su abuela, cuyos recuerdos estaban cosidos en cada hilo de ese vestido.

    Su mirada se detuvo en el escote cuadrado y los sutiles encajes que adornaban los hombros. La prenda, aunque antigua, le quedaba sorprendentemente bien, como si hubiera sido hecho a su medida. Carmina no era de las que solían vestirse de manera tan elegante; su estilo cotidiano era mucho más práctico y moderno. Pero hoy, al usar este vestido, sentía una conexión con el pasado, con la mujer que había sido su abuela y todo lo que ella representaba.

    Carmina levantó la cabeza y se observó directamente a los ojos, buscando algún rastro de la mujer que había usado ese vestido antes que ella. En la mirada de su reflejo, creyó ver un atisbo de la misma fortaleza y gracia que siempre había asociado con Lucia, una mujer que ha vivido intensamente y ha amado con todo su corazón. Había algo reconfortante en esa sensación, como si, al usar ese vestido, pudiera llevar consigo un poco de la esencia de su abuela, de su historia y sus vivencias.

    Suspiró, dejando que sus manos cayeran a los costados, y dio un último vistazo al espejo. El vestido le quedaba un poco largo, y los zapatos que llevaba no eran precisamente los adecuados, pero nada de eso importaba. Lo que realmente importaba era cómo se sentía al llevarlo: como si, por un breve momento, pudiera caminar en los zapatos de su abuela y experimentar la vida a través de sus ojos.

    Carmina esbozó una suave sonrisa, casi como un tributo silencioso a la mujer que había sido su inspiración. Mientras se alejaba del espejo, no pudo evitar sentir una calidez en el pecho, un lazo invisible que la conectaba con su pasado, con las historias y recuerdos que la habían moldeado. Y aunque no podía quedarse todo el día en ese vestido, sabía que, de alguna manera, siempre llevaría consigo una parte de esa elegancia y fortaleza que su abuela le ha legado.
    La joven pelirroja se paró frente al espejo de cuerpo entero, observándose con detenimiento. Había desempolvado uno de los antiguos vestidos de su abuela, guardado con esmero en una vieja caja de madera que solía reposar en el ático. El vestido era una obra de arte, un delicado diseño de otra época que hablaba de elegancia y sofisticación. La tela, aunque un poco desgastada por el tiempo, seguía siendo suave al tacto, y los intrincados bordados a mano aún brillaban con un tenue resplandor dorado bajo la luz tenue de la habitación. Se giró ligeramente, admirando cómo la falda se movía con ella, dibujando suaves pliegues que caían hasta el suelo. Era un estilo clásico, con una cintura ajustada y una falda amplia, adornada con encajes y pequeños detalles florales que le daban un aire romántico y nostálgico. Mientras se miraba, Carmina no podía evitar imaginar cómo habría sido llevar un vestido así en la época en la que su abuela, Lucia, lo usaba, cuando las cosas parecían más simples y las mujeres se vestían con un cuidado y una elegancia que hoy se veían tan raramente. Con un gesto casi reverencial, alisó la falda con las manos, recorriendo con los dedos los delicados bordados. En el espejo, su reflejo le devolvía una imagen que le resultaba extrañamente familiar y, al mismo tiempo, distante. Era como si pudiera ver un pedazo del pasado superpuesto con el presente, una mezcla de ella misma y de su abuela, cuyos recuerdos estaban cosidos en cada hilo de ese vestido. Su mirada se detuvo en el escote cuadrado y los sutiles encajes que adornaban los hombros. La prenda, aunque antigua, le quedaba sorprendentemente bien, como si hubiera sido hecho a su medida. Carmina no era de las que solían vestirse de manera tan elegante; su estilo cotidiano era mucho más práctico y moderno. Pero hoy, al usar este vestido, sentía una conexión con el pasado, con la mujer que había sido su abuela y todo lo que ella representaba. Carmina levantó la cabeza y se observó directamente a los ojos, buscando algún rastro de la mujer que había usado ese vestido antes que ella. En la mirada de su reflejo, creyó ver un atisbo de la misma fortaleza y gracia que siempre había asociado con Lucia, una mujer que ha vivido intensamente y ha amado con todo su corazón. Había algo reconfortante en esa sensación, como si, al usar ese vestido, pudiera llevar consigo un poco de la esencia de su abuela, de su historia y sus vivencias. Suspiró, dejando que sus manos cayeran a los costados, y dio un último vistazo al espejo. El vestido le quedaba un poco largo, y los zapatos que llevaba no eran precisamente los adecuados, pero nada de eso importaba. Lo que realmente importaba era cómo se sentía al llevarlo: como si, por un breve momento, pudiera caminar en los zapatos de su abuela y experimentar la vida a través de sus ojos. Carmina esbozó una suave sonrisa, casi como un tributo silencioso a la mujer que había sido su inspiración. Mientras se alejaba del espejo, no pudo evitar sentir una calidez en el pecho, un lazo invisible que la conectaba con su pasado, con las historias y recuerdos que la habían moldeado. Y aunque no podía quedarse todo el día en ese vestido, sabía que, de alguna manera, siempre llevaría consigo una parte de esa elegancia y fortaleza que su abuela le ha legado.
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  • —Quiza, lo peor de la noche anterior había sido precisamente reencontrarse con aquellos, que bien pudieron ser sus únicos recuerdos genuinamente felices en vida y darse cuenta de que, ahora eran precisamente los más dolorosos—
    —Quiza, lo peor de la noche anterior había sido precisamente reencontrarse con aquellos, que bien pudieron ser sus únicos recuerdos genuinamente felices en vida y darse cuenta de que, ahora eran precisamente los más dolorosos—
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  • ¿Será otra de esas noches?
    Esas de desvelos, recuerdos y teorías de lo que pudo o debió ser...

    ❝ 𝑬 𝒉𝒐 𝒅𝒆𝒕𝒕𝒐 𝒂 π‘ͺπ’π’“π’‚π’π’Šπ’π’† 𝒄𝒉𝒆 𝒑𝒖𝒐̀ 𝒄𝒓𝒆𝒔𝒄𝒆𝒓𝒆
    𝑷𝒓𝒆𝒏𝒅𝒆𝒓𝒆 𝒍𝒆 𝒔𝒖𝒆 𝒄𝒐𝒔𝒆 𝒆 π’‘π’π’Š π’‘π’‚π’“π’•π’Šπ’“π’†
    𝑴𝒂 𝒔𝒆𝒏𝒕𝒆 𝒖𝒏 π’Žπ’π’”π’•π’“π’ 𝒄𝒉𝒆 𝒍𝒂 π’•π’Šπ’†π’π’† π’Šπ’ π’ˆπ’‚π’ƒπ’ƒπ’Šπ’‚, 𝒄𝒉𝒆
    π‘ͺ𝒉𝒆 𝒍𝒆 π’“π’Šπ’„π’π’‘π’“π’† 𝒍𝒂 𝒔𝒕𝒓𝒂𝒅𝒂 π’…π’Š π’Žπ’Šπ’π’†
    𝑬 𝒉𝒐 𝒅𝒆𝒕𝒕𝒐 𝒂 π‘ͺπ’π’“π’‚π’π’Šπ’π’† 𝒄𝒉𝒆 𝒑𝒖𝒐̀ 𝒄𝒓𝒆𝒔𝒄𝒆𝒓𝒆
    𝑷𝒓𝒆𝒏𝒅𝒆𝒓𝒆 𝒍𝒆 𝒔𝒖𝒆 𝒄𝒐𝒔𝒆 𝒆 π’‘π’π’Š π’‘π’‚π’“π’•π’Šπ’“π’†
    𝑴𝒂 π‘ͺπ’π’“π’‚π’π’Šπ’π’† 𝒏𝒐𝒏 𝒗𝒖𝒐𝒍𝒆 π’Žπ’‚π’π’ˆπ’Šπ’‚π’“π’†, 𝒏𝒐
    π‘Ίπ’ŠΜ€, π‘ͺπ’π’“π’‚π’π’Šπ’π’† 𝒗𝒐𝒓𝒓𝒆𝒃𝒃𝒆 π’”π’‘π’‚π’“π’Šπ’“π’†... ❞ 

    La desgarradora voz de Damiano amenizando su momento, describiendo en una canción su sentir como si supiera su historia y tomándola como inspiración; el resultado. Ese pasado que no la dejaba seguir.

    ¿Cuánto tiempo más tendría que pagar?
    Ella creía que era suficiente pero no, aún debía seguir pasando noches en vela.

    —E in cambio non chiedo niente... soltanto un sorriso...
    ¿Será otra de esas noches? Esas de desvelos, recuerdos y teorías de lo que pudo o debió ser... ❝ 𝑬 𝒉𝒐 𝒅𝒆𝒕𝒕𝒐 𝒂 π‘ͺπ’π’“π’‚π’π’Šπ’π’† 𝒄𝒉𝒆 𝒑𝒖𝒐̀ 𝒄𝒓𝒆𝒔𝒄𝒆𝒓𝒆 𝑷𝒓𝒆𝒏𝒅𝒆𝒓𝒆 𝒍𝒆 𝒔𝒖𝒆 𝒄𝒐𝒔𝒆 𝒆 π’‘π’π’Š π’‘π’‚π’“π’•π’Šπ’“π’† 𝑴𝒂 𝒔𝒆𝒏𝒕𝒆 𝒖𝒏 π’Žπ’π’”π’•π’“π’ 𝒄𝒉𝒆 𝒍𝒂 π’•π’Šπ’†π’π’† π’Šπ’ π’ˆπ’‚π’ƒπ’ƒπ’Šπ’‚, 𝒄𝒉𝒆 π‘ͺ𝒉𝒆 𝒍𝒆 π’“π’Šπ’„π’π’‘π’“π’† 𝒍𝒂 𝒔𝒕𝒓𝒂𝒅𝒂 π’…π’Š π’Žπ’Šπ’π’† 𝑬 𝒉𝒐 𝒅𝒆𝒕𝒕𝒐 𝒂 π‘ͺπ’π’“π’‚π’π’Šπ’π’† 𝒄𝒉𝒆 𝒑𝒖𝒐̀ 𝒄𝒓𝒆𝒔𝒄𝒆𝒓𝒆 𝑷𝒓𝒆𝒏𝒅𝒆𝒓𝒆 𝒍𝒆 𝒔𝒖𝒆 𝒄𝒐𝒔𝒆 𝒆 π’‘π’π’Š π’‘π’‚π’“π’•π’Šπ’“π’† 𝑴𝒂 π‘ͺπ’π’“π’‚π’π’Šπ’π’† 𝒏𝒐𝒏 𝒗𝒖𝒐𝒍𝒆 π’Žπ’‚π’π’ˆπ’Šπ’‚π’“π’†, 𝒏𝒐 π‘Ίπ’ŠΜ€, π‘ͺπ’π’“π’‚π’π’Šπ’π’† 𝒗𝒐𝒓𝒓𝒆𝒃𝒃𝒆 π’”π’‘π’‚π’“π’Šπ’“π’†... ❞  La desgarradora voz de Damiano amenizando su momento, describiendo en una canción su sentir como si supiera su historia y tomándola como inspiración; el resultado. Ese pasado que no la dejaba seguir. ¿Cuánto tiempo más tendría que pagar? Ella creía que era suficiente pero no, aún debía seguir pasando noches en vela. —E in cambio non chiedo niente... soltanto un sorriso...
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  • Lan Wangji

    aprovechando que la luna brillaba bastante, decidió vestirse acorde a lo colores de la noche, llevando también al jade a un cerro que se podría apreciar la luna en gran tamaño.

    cuando estaban alejados de oídos ajenos, el elfo comienza a cantar lo suficiente fuerte y claro que se pueda escuchar.-

    Me cansé de echarte de menos
    Durmiendo en la misma cama
    Separados por el hielo
    De hacer la compra en la farmacia
    Sonreírle a la desgracia
    Boxeando con los celos
    Y es que no puedo estar así
    Las manecillas del reloj
    Son el demonio que me tiene hablando solo
    Soy el capitán de este barco roto
    Soy el gilipollas que te sabe a poco
    Soy el corazón bastardo de cupido
    Que alejas del tuyo con cada latido
    Soy como un satélite orbitando un cuerpo
    Que siempre se enfría en el mismo momento
    Soy tan solo el viento
    Que ya no despeina el eco de tu voz
    Me cansé de vender por piezas
    Nuestro amor que fue tan caro
    Como si fuera robado
    Ya me cansé de tanto ruido
    De esconderme en el armario
    Cuando yo soy el marido
    Y es que no puedo estar así
    Las manecillas del reloj
    Son el demonio que me tiene hablando solo
    Soy el capitán de este barco roto
    Soy el gilipollas que te sabe a poco
    Soy el corazón bastardo de cupido
    Que alejas del tuyo con cada latido
    Soy como un satélite orbitando un cuerpo
    Que siempre se enfría en el mismo momento
    Soy tan solo el viento
    Que ya no despeina el eco de tu voz
    Sé que soy
    El tercero en discordia
    El tonto sin memoria
    El que no sabe nada de tu vida
    Sé que soy
    Un barco malherido
    Tocado y hundido
    Soy el capitán de este barco roto
    Soy el gilipollas que te sabe a poco
    Soy el corazón bastardo de cupido
    Que alejas del tuyo con cada latido
    Soy como un satélite orbitando un cuerpo
    Que siempre se enfría en el mismo momento
    Soy tan solo el viento
    Que ya no despeina el eco de tu voz
    Sé que soy
    El tercero en discordia
    El tonto sin memoria
    El que no sabe nada de tu vida
    Sé que soy
    Un barco malherido
    (Tocado, tocado, tocado, tocado)
    Y hundido en el mar profundo
    Y frío de tus recuerdos
    Perdido en las curvas peligrosas de tus labios
    Dolido porque nuestro amor se muere de sueño
    Y no sé qué hacer ni decir para despertarlo
    Tocado y hundido...

    https://www.youtube.com/watch?v=1JwAr4ZxdMk
    [LanWangji] aprovechando que la luna brillaba bastante, decidió vestirse acorde a lo colores de la noche, llevando también al jade a un cerro que se podría apreciar la luna en gran tamaño. cuando estaban alejados de oídos ajenos, el elfo comienza a cantar lo suficiente fuerte y claro que se pueda escuchar.- Me cansé de echarte de menos Durmiendo en la misma cama Separados por el hielo De hacer la compra en la farmacia Sonreírle a la desgracia Boxeando con los celos Y es que no puedo estar así Las manecillas del reloj Son el demonio que me tiene hablando solo Soy el capitán de este barco roto Soy el gilipollas que te sabe a poco Soy el corazón bastardo de cupido Que alejas del tuyo con cada latido Soy como un satélite orbitando un cuerpo Que siempre se enfría en el mismo momento Soy tan solo el viento Que ya no despeina el eco de tu voz Me cansé de vender por piezas Nuestro amor que fue tan caro Como si fuera robado Ya me cansé de tanto ruido De esconderme en el armario Cuando yo soy el marido Y es que no puedo estar así Las manecillas del reloj Son el demonio que me tiene hablando solo Soy el capitán de este barco roto Soy el gilipollas que te sabe a poco Soy el corazón bastardo de cupido Que alejas del tuyo con cada latido Soy como un satélite orbitando un cuerpo Que siempre se enfría en el mismo momento Soy tan solo el viento Que ya no despeina el eco de tu voz Sé que soy El tercero en discordia El tonto sin memoria El que no sabe nada de tu vida Sé que soy Un barco malherido Tocado y hundido Soy el capitán de este barco roto Soy el gilipollas que te sabe a poco Soy el corazón bastardo de cupido Que alejas del tuyo con cada latido Soy como un satélite orbitando un cuerpo Que siempre se enfría en el mismo momento Soy tan solo el viento Que ya no despeina el eco de tu voz Sé que soy El tercero en discordia El tonto sin memoria El que no sabe nada de tu vida Sé que soy Un barco malherido (Tocado, tocado, tocado, tocado) Y hundido en el mar profundo Y frío de tus recuerdos Perdido en las curvas peligrosas de tus labios Dolido porque nuestro amor se muere de sueño Y no sé qué hacer ni decir para despertarlo Tocado y hundido... https://www.youtube.com/watch?v=1JwAr4ZxdMk
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  • Carmina estaba detrás del mostrador de su pequeña tienda de conveniencia, revisando las fechas de caducidad de los productos en los estantes. Era una mañana tranquila, y el suave zumbido de las luces fluorescentes llenaba el espacio con un ruido de fondo constante. La mayoría de los clientes aún no llegaban, lo que le daba tiempo para organizar y limpiar.

    Mientras acomodaba los frascos de café instantáneo, un recuerdo cálido se abrió paso en su mente. La cocina de su abuelo Pietro siempre olía a café recién molido. Incluso en esta época, cuando las máquinas de cápsulas y los baristas dominaban el panorama, él insistía en usar su viejo molinillo manual cada mañana. "El café sabe mejor cuando lo haces con tus propias manos," solía decirle, con una sonrisa llena de sabiduría. Carmina podía casi escuchar el sonido del molinillo y ver la expresión de concentración en su rostro mientras giraba la manivela con calma.

    Se dirigió al área de productos frescos, donde empezó a revisar la sección de frutas y verduras. Mientras elegía cuáles desechar, recordó cómo Pietro la llevaba al mercado los fines de semana. Siempre seleccionaba las hierbas y especias con cuidado, diciendo que cada ingrediente tenía una historia y un propósito. "Tienes que saber escuchar lo que la tierra te ofrece," le explicaba mientras le mostraba cómo diferenciar el romero fresco del que había perdido su fragancia. Aunque ahora Carmina no vendía hierbas en su tienda, esa lección se quedó con ella, enseñándole a valorar la calidad y la esencia de las cosas, incluso en un lugar tan moderno y ajetreado como su tienda.

    Pasó un paño por las superficies del mostrador, sus pensamientos aún sumidos en esos días. Aunque la tienda estaba lejos de la acogedora botica de su abuelo, donde las plantas secas colgaban del techo y el olor a hierbas impregnaba el aire, ella había intentado conservar algo de esa calidez. Pietro siempre decía que un negocio era más que una transacción; era un intercambio de energía y un lugar donde las personas se encontraban para conectar, aunque solo fuera por un breve momento.

    Carmina ajustó la pequeña planta de lavanda que tenía junto a la caja registradora, un guiño a los días pasados. Pietro solía tener plantas por toda la casa, cada una con un propósito. La lavanda, decía, era para la calma y el equilibrio. "Las personas están tan ocupadas hoy en día que a veces se olvidan de respirar," le había dicho una vez mientras arreglaba unas macetas en la ventana. "Pero un pequeño toque de naturaleza siempre puede ayudar."

    El sonido de la puerta automática interrumpió sus pensamientos cuando un cliente entró. Carmina saludó con una sonrisa y lo ayudó a encontrar lo que buscaba. Al finalizar la transacción, el cliente se marchó con un agradecimiento, y Carmina se quedó un momento mirando la puerta cerrarse. Quizás su tienda no tenía la magia antigua de la botica de Pietro, pero aún era un lugar donde podía poner en práctica lo que él le había enseñado: la importancia de los pequeños gestos y de hacer sentir a las personas bienvenidas.

    Terminó de acomodar la caja de barras energéticas en el estante y se permitió una pequeña sonrisa. Su abuelo le había dejado más que recuerdos; le había dejado un legado de conexión y cuidado, algo que intentaba honrar cada día, incluso en una simple tienda de conveniencia en plena ciudad.

    Carmina estaba detrás del mostrador de su pequeña tienda de conveniencia, revisando las fechas de caducidad de los productos en los estantes. Era una mañana tranquila, y el suave zumbido de las luces fluorescentes llenaba el espacio con un ruido de fondo constante. La mayoría de los clientes aún no llegaban, lo que le daba tiempo para organizar y limpiar. Mientras acomodaba los frascos de café instantáneo, un recuerdo cálido se abrió paso en su mente. La cocina de su abuelo Pietro siempre olía a café recién molido. Incluso en esta época, cuando las máquinas de cápsulas y los baristas dominaban el panorama, él insistía en usar su viejo molinillo manual cada mañana. "El café sabe mejor cuando lo haces con tus propias manos," solía decirle, con una sonrisa llena de sabiduría. Carmina podía casi escuchar el sonido del molinillo y ver la expresión de concentración en su rostro mientras giraba la manivela con calma. Se dirigió al área de productos frescos, donde empezó a revisar la sección de frutas y verduras. Mientras elegía cuáles desechar, recordó cómo Pietro la llevaba al mercado los fines de semana. Siempre seleccionaba las hierbas y especias con cuidado, diciendo que cada ingrediente tenía una historia y un propósito. "Tienes que saber escuchar lo que la tierra te ofrece," le explicaba mientras le mostraba cómo diferenciar el romero fresco del que había perdido su fragancia. Aunque ahora Carmina no vendía hierbas en su tienda, esa lección se quedó con ella, enseñándole a valorar la calidad y la esencia de las cosas, incluso en un lugar tan moderno y ajetreado como su tienda. Pasó un paño por las superficies del mostrador, sus pensamientos aún sumidos en esos días. Aunque la tienda estaba lejos de la acogedora botica de su abuelo, donde las plantas secas colgaban del techo y el olor a hierbas impregnaba el aire, ella había intentado conservar algo de esa calidez. Pietro siempre decía que un negocio era más que una transacción; era un intercambio de energía y un lugar donde las personas se encontraban para conectar, aunque solo fuera por un breve momento. Carmina ajustó la pequeña planta de lavanda que tenía junto a la caja registradora, un guiño a los días pasados. Pietro solía tener plantas por toda la casa, cada una con un propósito. La lavanda, decía, era para la calma y el equilibrio. "Las personas están tan ocupadas hoy en día que a veces se olvidan de respirar," le había dicho una vez mientras arreglaba unas macetas en la ventana. "Pero un pequeño toque de naturaleza siempre puede ayudar." El sonido de la puerta automática interrumpió sus pensamientos cuando un cliente entró. Carmina saludó con una sonrisa y lo ayudó a encontrar lo que buscaba. Al finalizar la transacción, el cliente se marchó con un agradecimiento, y Carmina se quedó un momento mirando la puerta cerrarse. Quizás su tienda no tenía la magia antigua de la botica de Pietro, pero aún era un lugar donde podía poner en práctica lo que él le había enseñado: la importancia de los pequeños gestos y de hacer sentir a las personas bienvenidas. Terminó de acomodar la caja de barras energéticas en el estante y se permitió una pequeña sonrisa. Su abuelo le había dejado más que recuerdos; le había dejado un legado de conexión y cuidado, algo que intentaba honrar cada día, incluso en una simple tienda de conveniencia en plena ciudad.
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  • Los copos de nieve que caían a su alrededor se congelaban en el aire, suspendidos como estrellas atrapadas en el éter, y los árboles viejos, retorcidos y sin hojas, parecían lentamente volver a ser jóvenes. No recordaba de dónde venía, ni cómo había llegado a ese lugar desolado. Sus recuerdos eran como fragmentos de un espejo roto, reflejando nada más que oscuridad. Era una criatura sin historia, sin forma ni propósito, perdida en la inmensidad de su propio olvido.

    Entre la nieve, se quedó observando una flor entre sus dedos, sin comprender la dulzura del momento, sin poder experimentar la nostalgia de lo que alguna vez pudo haber sido. El viento volvió a soplar, acariciando su piel sin despertar en ella ningún estremecimiento, y la flor, pequeña y frágil, se marchitó en sus manos como un susurro de vida desvaneciéndose en el vacío.

    Entonces, con la misma calma inerte que la había guiado hasta allí, se levantó, dejando que los fragmentos de la flor cayeran, y continuó su silenciosa existencia.
    Los copos de nieve que caían a su alrededor se congelaban en el aire, suspendidos como estrellas atrapadas en el éter, y los árboles viejos, retorcidos y sin hojas, parecían lentamente volver a ser jóvenes. No recordaba de dónde venía, ni cómo había llegado a ese lugar desolado. Sus recuerdos eran como fragmentos de un espejo roto, reflejando nada más que oscuridad. Era una criatura sin historia, sin forma ni propósito, perdida en la inmensidad de su propio olvido. Entre la nieve, se quedó observando una flor entre sus dedos, sin comprender la dulzura del momento, sin poder experimentar la nostalgia de lo que alguna vez pudo haber sido. El viento volvió a soplar, acariciando su piel sin despertar en ella ningún estremecimiento, y la flor, pequeña y frágil, se marchitó en sus manos como un susurro de vida desvaneciéndose en el vacío. Entonces, con la misma calma inerte que la había guiado hasta allí, se levantó, dejando que los fragmentos de la flor cayeran, y continuó su silenciosa existencia.
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