• —Me escabulli saliendo del recinto abriendo un portal apareciendo en el barrio canibal entre en lo que fue la casa de rose mirando las cosas que me traían recuerdos—

    Hay amiga mía realmente aunque pasamos lo que pasamos aún te extraño ......sabes me hubiera gustado que me vieras y conocieras a mi retoño ya pronto nacerá espero y no te moleste que tome tu hogar aunque creo que dirías que soy bienvenido jajajajaja
    —Me escabulli saliendo del recinto abriendo un portal apareciendo en el barrio canibal entre en lo que fue la casa de rose mirando las cosas que me traían recuerdos— Hay amiga mía realmente aunque pasamos lo que pasamos aún te extraño ......sabes me hubiera gustado que me vieras y conocieras a mi retoño ya pronto nacerá espero y no te moleste que tome tu hogar aunque creo que dirías que soy bienvenido jajajajaja
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  • Hola.. Ha pasado mucho tiempo desde la última vez que nos vimos..

    -Aún parece irreal aquella situación, suspira con nostalgia por los recuerdos.-
    Hola.. Ha pasado mucho tiempo desde la última vez que nos vimos.. -Aún parece irreal aquella situación, suspira con nostalgia por los recuerdos.-
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  • Ni siquiera Emma era capaz de darse cuenta del influjo que Killian Jones ejercía sobre ella. No era capaz de darse cuenta del modo en que lo miraba, de la forma en que se movía al mismo compás que él.

    Incluso a pesar de haber recuperado sus recuerdos escasas horas atrás. Incluso a pesar de desconfiar de él... Pero era instintivo... Era algo que no podía controlar... Y que no quería entender.
    Ni siquiera Emma era capaz de darse cuenta del influjo que [CrocodileHunter] ejercía sobre ella. No era capaz de darse cuenta del modo en que lo miraba, de la forma en que se movía al mismo compás que él. Incluso a pesar de haber recuperado sus recuerdos escasas horas atrás. Incluso a pesar de desconfiar de él... Pero era instintivo... Era algo que no podía controlar... Y que no quería entender.
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  • Somos los amigos hechos en camino, aquellos que se acompañaron en cada aventura.
    Recuerdos que nos unen.
    Somos los amigos hechos en camino, aquellos que se acompañaron en cada aventura. Recuerdos que nos unen.
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  • Aún quedan tus recuerdos, fotos y aromas alrededor de la casa.. Pasamos de ser todo a ser nada en cuestión de días...


    —Se ha sentido realmente sola luego de que su sobrina se fuera de regreso con su hermano, recordando a su ex.—
    Aún quedan tus recuerdos, fotos y aromas alrededor de la casa.. Pasamos de ser todo a ser nada en cuestión de días... —Se ha sentido realmente sola luego de que su sobrina se fuera de regreso con su hermano, recordando a su ex.—
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  • Un torrente eterno, incomprensible de ideas, sueños, recuerdos y conceptos. Algunos míos, otros de ella. Algunos más, prohibidos.

    — ...

    Nuestro cuerpo se levanta, [OverDose] funcionó. Vestido en ropas ceremoniales, nuestro cuerpo parece listo para algo, lo que sea que necesitemos hacer con él, como si hubiera estado esperando. En nuestra mano, una esfera de cristal que no sabemos de dónde salió.

    — ¿...Skadi? ¿Estás ahí?
    Un torrente eterno, incomprensible de ideas, sueños, recuerdos y conceptos. Algunos míos, otros de ella. Algunos más, prohibidos. — ... Nuestro cuerpo se levanta, [OverDose] funcionó. Vestido en ropas ceremoniales, nuestro cuerpo parece listo para algo, lo que sea que necesitemos hacer con él, como si hubiera estado esperando. En nuestra mano, una esfera de cristal que no sabemos de dónde salió. — ¿...Skadi? ¿Estás ahí?
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  • "Recuerdos que no me pertenecen,
    Sensaciones que no son mías."
    "Recuerdos que no me pertenecen, Sensaciones que no son mías."
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  • Orihime observaba la lluvia deslizarse por la ventana de su habitación. Afuera, las luces de la ciudad titilaban como estrellas caídas, pero su mente estaba lejos, perdida en recuerdos de batallas y risas compartidas.

    Tomó su broche de seis pétalos y lo sostuvo entre sus manos. "Santen Kesshun", susurró con voz baja, viendo cómo un leve resplandor anaranjado se formaba en su palma antes de disiparse. Había aprendido a aceptar su poder, aunque a veces se preguntaba si realmente era suficiente. Siempre había deseado proteger a quienes amaba, pero en más de una ocasión, solo había sido testigo impotente del sufrimiento ajeno.

    —Eres fuerte, Orihime —una voz cálida susurró en su memoria.

    El recuerdo de su hermano mayor, Sora, la envolvió como un abrazo. De niña, siempre había corrido tras él, buscando su aprobación, su seguridad. Incluso después de perderlo, su amor seguía guiándola.

    Cerró los ojos y dejó escapar una risa suave. "Voy a seguir adelante", pensó, dejando el broche sobre su mesita de noche. Porque la batalla más importante no siempre se libraba con espadas o poderes espirituales, sino con la firme decisión de levantarse cada día y seguir protegiendo a quienes importaban, tal como su hermano había querido.
    Orihime observaba la lluvia deslizarse por la ventana de su habitación. Afuera, las luces de la ciudad titilaban como estrellas caídas, pero su mente estaba lejos, perdida en recuerdos de batallas y risas compartidas. Tomó su broche de seis pétalos y lo sostuvo entre sus manos. "Santen Kesshun", susurró con voz baja, viendo cómo un leve resplandor anaranjado se formaba en su palma antes de disiparse. Había aprendido a aceptar su poder, aunque a veces se preguntaba si realmente era suficiente. Siempre había deseado proteger a quienes amaba, pero en más de una ocasión, solo había sido testigo impotente del sufrimiento ajeno. —Eres fuerte, Orihime —una voz cálida susurró en su memoria. El recuerdo de su hermano mayor, Sora, la envolvió como un abrazo. De niña, siempre había corrido tras él, buscando su aprobación, su seguridad. Incluso después de perderlo, su amor seguía guiándola. Cerró los ojos y dejó escapar una risa suave. "Voy a seguir adelante", pensó, dejando el broche sobre su mesita de noche. Porque la batalla más importante no siempre se libraba con espadas o poderes espirituales, sino con la firme decisión de levantarse cada día y seguir protegiendo a quienes importaban, tal como su hermano había querido.
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  • Entonces él dijo ser su padre, y Side, quien no guardaba recuerdos de su familia, sintió la punzada de la tentación, sintió la fascinación de jugar aquel juego.

    La idea de pretender ser una buena hija.
    ¿Cómo era eso?
    ¿Cómo se sentía?

    Él tomó su mano con una calidez que no le pertenecía. No para ella.

    Su tacto era firme, convincente, lleno de una autoridad que Side no reconocía, pero tampoco rechazaba.

    No apartó la mano.
    No mostró resistencia.

    Él la condujo por los largos pasillos de la inmensa mansión, caminos retorcidos, enmarañados, antinaturales. Todo en ese lugar era elegante, meticulosamente ordenado, pero afín a su naturaleza.

    La llevó hasta la biblioteca. Decenas de estanterías se alzaban hasta el techo, repletas de libros con títulos dorados y lomos rígidos, perfectamente alineados. Un mundo de historias encerradas en palabras. Historias de otros. Historias que no eran la suya.

    Él acercó una silla, la empujó con suavidad hasta que el respaldo tocó la parte trasera de sus rodillas y la obligó a sentarse.

    — Lee —ordenó, sin mirarla, sin esperar respuesta. Y sin más, salió de la habitación, cerrando la puerta con un chasquido, la llave girando en la cerradura.

    Side no se movió de inmediato.
    El silencio era denso.

    Escuchó su propia respiración, tranquila, ajena a la solemnidad del momento.

    Extendió una mano hacia el libro más cercano y pasó los dedos por el lomo cubierto de polvo.

    “El deber filial y la moral familiar”.

    Ladeó la cabeza.

    ¿Era una burla?
    ¿Una lección?
    Una prueba, quizás.

    La idea de jugar a ser una buena hija la había seducido por un instante. Pero Side no era buena. No quedaba nada bueno en ella.

    Sonrió.
    Una sonrisa torcida, hueca.

    Tomó el libro, lo abrió sin mirarlo realmente y tomó la página por el extremo.

    Tiró y la página se desprendió.
    La tinta y el papel eran cosas frágiles.
    Como las mentiras.


    Entonces él dijo ser su padre, y Side, quien no guardaba recuerdos de su familia, sintió la punzada de la tentación, sintió la fascinación de jugar aquel juego. La idea de pretender ser una buena hija. ¿Cómo era eso? ¿Cómo se sentía? Él tomó su mano con una calidez que no le pertenecía. No para ella. Su tacto era firme, convincente, lleno de una autoridad que Side no reconocía, pero tampoco rechazaba. No apartó la mano. No mostró resistencia. Él la condujo por los largos pasillos de la inmensa mansión, caminos retorcidos, enmarañados, antinaturales. Todo en ese lugar era elegante, meticulosamente ordenado, pero afín a su naturaleza. La llevó hasta la biblioteca. Decenas de estanterías se alzaban hasta el techo, repletas de libros con títulos dorados y lomos rígidos, perfectamente alineados. Un mundo de historias encerradas en palabras. Historias de otros. Historias que no eran la suya. Él acercó una silla, la empujó con suavidad hasta que el respaldo tocó la parte trasera de sus rodillas y la obligó a sentarse. — Lee —ordenó, sin mirarla, sin esperar respuesta. Y sin más, salió de la habitación, cerrando la puerta con un chasquido, la llave girando en la cerradura. Side no se movió de inmediato. El silencio era denso. Escuchó su propia respiración, tranquila, ajena a la solemnidad del momento. Extendió una mano hacia el libro más cercano y pasó los dedos por el lomo cubierto de polvo. “El deber filial y la moral familiar”. Ladeó la cabeza. ¿Era una burla? ¿Una lección? Una prueba, quizás. La idea de jugar a ser una buena hija la había seducido por un instante. Pero Side no era buena. No quedaba nada bueno en ella. Sonrió. Una sonrisa torcida, hueca. Tomó el libro, lo abrió sin mirarlo realmente y tomó la página por el extremo. Tiró y la página se desprendió. La tinta y el papel eran cosas frágiles. Como las mentiras.
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  • ♛┈⛧┈┈•༶
    𝑃𝑜𝑟𝑞𝑢𝑒 𝑒𝑙 𝑑𝑖𝑎𝑏𝑙𝑜 𝑦 𝑒𝑙 𝑐𝑜𝑦𝑜𝑡𝑒 𝑑𝑎𝑛 𝑚𝑎𝑠 𝑚𝑖𝑒𝑑𝑜 𝑎𝑡𝑎𝑑𝑜𝑠 𝑦 ℎ𝑎𝑚𝑏𝑟𝑖𝑒𝑛𝑡𝑜𝑠, 𝑒𝑛 𝑣𝑒𝑧 𝑑𝑒 𝑠𝑢𝑒𝑙𝑡𝑜𝑠 𝑦 ℎ𝑎𝑟𝑡𝑜𝑠.
    ༶•┈┈⛧┈♛

    El ojo bien puesto en la mesa, contando una a una las balas. La ha visto varias veces ya, pero le sigue pareciendo sorprendente cuanto han cambiado las armas; pasó de revolveres, rifles y escopetas, a granadas y metralletas.

    Hoy los niños ven un revolver y huyen despavoridos. Era una de las tantas quejas para con el mundo actual.

    -Diecisiete tiros... ¿Cómo te llamas, preciosa? ¿Glock...?

    Le murmuró al arma, de cerca, como un amante susurrando al oído. El cañón a milímetros del rostro, la corredera casi que besando la negrura de su extraña piel. Los cartuchos en la mesa desprendían un aroma bien conocido para él; pólvora.

    Recuerdos revolotean, cargados en nostalgia. Entonces cerró su único ojo y se sumergió en memorias del ayer, uno tan lejano como el sol del día siguiente. Para cuando abrió los párpados ya estaba en otro lugar, en otro momento, en uno de los días donde la sangre corría bajo su piel tal y como debía hacer.

    La puerta se abre por la mano de un joven Cormac, más vivo pero igual de tuerto. Frente a él hay cuatro hombres; Tres de sus lacayos y un viejo, dueño de la casa donde estaban pasando la noche y el mismo que maniataron para molestarlo y hacer de las suyas sin preocuparse de recibir plomo. Sentados en la mesa, repartiendo las cartas que seguramente pertenecían al anciano.

    -Maleducados... ¿Por qué juegan sin mí?

    Exclamó Cormac, quien tomó asiento luego de intercambiar un par de carcajadas con su camaradas. Entonces tomaron las cartas, las desparramaron una y otra vez sobre la madera e incluso la mancharon con el alcohol que habían robado en el atraco anterior. Todo marchaba bien, bajo las expectativas de los bandidos, hasta que el anciano habló.

    -¿Puedo jugar?

    Las miradas le cayeron duras. Medio ebrios y medio tontos, naturalmente rechazaron la petición e incluso se mofaron del viejo.

    -¿Cómo crees, vejete pendejo?

    Ramírez, el de rostro curtido y el más canoso del grupo, pellizcó el rostro del vejete. Pero antes de volver a repartir las cuartas fue detenido por Cormac, quien sonreía burlesco en dirección al maniatado.

    -Dale cartas a él también, Ramírez.

    Ahora las miradas caen en Cormac, incrédulas y expectantes de sus intenciones. Entonces el tuerto sacó un revolver, vacío el tambor y desparramó las balas sobre la mesa. Cargó una bala, acomodó el tambor y lo giró un total de cinco veces.

    -Por cada ronda que ganemos le apuntaremos al anciano, y por cada ronda que él gane nos apuntará a uno de nosotros... El que lo mate se llevará el dinero que pongamos en la mesa.

    Una vez anunciada la propuesta dejó caer el arma en el centro de la mesa, cargada con una única bala en una única recamara. Ramírez y compañía intercambiaron miradas, luego voltearon a Cormac y notaron que él intercambia miradas con el viejo. Inexpresivos estaban ambos, como un estanque de agua en un día sin viento. Cormac había notado que el anciano estaba demasiado tranquilo, incluso juraría haberlo visto reír por una de las bromas tontas soltadas durante las partidas anteriores. Pero no hubo cuestionamientos ni dudas, solo repartieron las cartas con ansias de descargar su malicias.

    Transcurrieron las horas, las cartas españolas pasaron de mano en mano con cada partida, y ya la luna había abandonado su punto más alto en el cielo. Cinco rondas, una ganada por el viejo y las otras cuatro por Cormac y sus camaradas; no hubo disparo, solamente el susurro del viento, el danzar del fuego de la lámpara y los pésimos chistes de Ramírez.

    (1/2)
    ♛┈⛧┈┈•༶ 𝑃𝑜𝑟𝑞𝑢𝑒 𝑒𝑙 𝑑𝑖𝑎𝑏𝑙𝑜 𝑦 𝑒𝑙 𝑐𝑜𝑦𝑜𝑡𝑒 𝑑𝑎𝑛 𝑚𝑎𝑠 𝑚𝑖𝑒𝑑𝑜 𝑎𝑡𝑎𝑑𝑜𝑠 𝑦 ℎ𝑎𝑚𝑏𝑟𝑖𝑒𝑛𝑡𝑜𝑠, 𝑒𝑛 𝑣𝑒𝑧 𝑑𝑒 𝑠𝑢𝑒𝑙𝑡𝑜𝑠 𝑦 ℎ𝑎𝑟𝑡𝑜𝑠. ༶•┈┈⛧┈♛ El ojo bien puesto en la mesa, contando una a una las balas. La ha visto varias veces ya, pero le sigue pareciendo sorprendente cuanto han cambiado las armas; pasó de revolveres, rifles y escopetas, a granadas y metralletas. Hoy los niños ven un revolver y huyen despavoridos. Era una de las tantas quejas para con el mundo actual. -Diecisiete tiros... ¿Cómo te llamas, preciosa? ¿Glock...? Le murmuró al arma, de cerca, como un amante susurrando al oído. El cañón a milímetros del rostro, la corredera casi que besando la negrura de su extraña piel. Los cartuchos en la mesa desprendían un aroma bien conocido para él; pólvora. Recuerdos revolotean, cargados en nostalgia. Entonces cerró su único ojo y se sumergió en memorias del ayer, uno tan lejano como el sol del día siguiente. Para cuando abrió los párpados ya estaba en otro lugar, en otro momento, en uno de los días donde la sangre corría bajo su piel tal y como debía hacer. La puerta se abre por la mano de un joven Cormac, más vivo pero igual de tuerto. Frente a él hay cuatro hombres; Tres de sus lacayos y un viejo, dueño de la casa donde estaban pasando la noche y el mismo que maniataron para molestarlo y hacer de las suyas sin preocuparse de recibir plomo. Sentados en la mesa, repartiendo las cartas que seguramente pertenecían al anciano. -Maleducados... ¿Por qué juegan sin mí? Exclamó Cormac, quien tomó asiento luego de intercambiar un par de carcajadas con su camaradas. Entonces tomaron las cartas, las desparramaron una y otra vez sobre la madera e incluso la mancharon con el alcohol que habían robado en el atraco anterior. Todo marchaba bien, bajo las expectativas de los bandidos, hasta que el anciano habló. -¿Puedo jugar? Las miradas le cayeron duras. Medio ebrios y medio tontos, naturalmente rechazaron la petición e incluso se mofaron del viejo. -¿Cómo crees, vejete pendejo? Ramírez, el de rostro curtido y el más canoso del grupo, pellizcó el rostro del vejete. Pero antes de volver a repartir las cuartas fue detenido por Cormac, quien sonreía burlesco en dirección al maniatado. -Dale cartas a él también, Ramírez. Ahora las miradas caen en Cormac, incrédulas y expectantes de sus intenciones. Entonces el tuerto sacó un revolver, vacío el tambor y desparramó las balas sobre la mesa. Cargó una bala, acomodó el tambor y lo giró un total de cinco veces. -Por cada ronda que ganemos le apuntaremos al anciano, y por cada ronda que él gane nos apuntará a uno de nosotros... El que lo mate se llevará el dinero que pongamos en la mesa. Una vez anunciada la propuesta dejó caer el arma en el centro de la mesa, cargada con una única bala en una única recamara. Ramírez y compañía intercambiaron miradas, luego voltearon a Cormac y notaron que él intercambia miradas con el viejo. Inexpresivos estaban ambos, como un estanque de agua en un día sin viento. Cormac había notado que el anciano estaba demasiado tranquilo, incluso juraría haberlo visto reír por una de las bromas tontas soltadas durante las partidas anteriores. Pero no hubo cuestionamientos ni dudas, solo repartieron las cartas con ansias de descargar su malicias. Transcurrieron las horas, las cartas españolas pasaron de mano en mano con cada partida, y ya la luna había abandonado su punto más alto en el cielo. Cinco rondas, una ganada por el viejo y las otras cuatro por Cormac y sus camaradas; no hubo disparo, solamente el susurro del viento, el danzar del fuego de la lámpara y los pésimos chistes de Ramírez. (1/2)
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