• Un baúl con algunos recuerdos de mis vidas pasadas...
    Un baúl con algunos recuerdos de mis vidas pasadas...
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  • Recuerdos, dulces recuerdos.

    (La foto fue tomada por su padre)
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  • " 𝑽𝒐𝒚 𝒂 𝒑𝒆𝒅𝒊𝒓 𝒖𝒏 𝒂𝒖𝒎𝒆𝒏𝒕𝒐 𝒔𝒊 𝒎𝒆 𝒗𝒖𝒆𝒍𝒗𝒆𝒏 𝒂 𝒅𝒆𝒔𝒑𝒆𝒓𝒕𝒂𝒓 𝒕𝒂𝒏 𝒕𝒆𝒎𝒑𝒓𝒂𝒏𝒐 𝒑𝒐𝒓 𝒖𝒏𝒂 𝒓𝒆𝒖𝒏𝒊ó𝒏"




    Había soltado el milesimo bostezo de la mañana, eso creía, aunque realmente no se tomó el tiempo de contarlos. Apenas eran las 7 de la mañana, el sol salía de a poco mientras la brisa helada de la mañana la envolviá.

    No llevaba casaca, simplemente usaba un top blanco y unos jeans, algo demasiado ligero para el frío que pasaba en esta temporada, pero le gustaba, ya que al menos eso la mantenía despierta para una reunión programada con su equipo, no había visto a nadie todavía, exceptuando a Ryan, quien hizo un espectáculo en aquella villa y aunque no le gustaba admitirlo, los extrañaba a todos.

    Estaba sentada sobre un muro de las escaleras que daban vista hacia el extenso jardín, estaba sola por ello no pudo evitar pensar en las cosas que sucedieron anteriormente.

    El día de ayer había vuelto de su "desaparición", tuvo intercambios incómodos con cierta mujer de aquella familia de apellido Di Vincenzo, lo que simplemente quería olvidar por completo debido a malos acuerdos. De solo recordarlo le daba un dolor de cabeza.

    — Ugh..— Tapo su boca con la palma de su mano, era otro bostezo. Tenía sueño, mucho sueño, no entendía porque Kiev quiso hacer la reunión a esta hora. Pero esperaba que fuera importante como para levantarla a las 5:30 de la mañana, era un abuso. "voy a quejarme con recursos humanos. " Este pensamiento le ocasionó una risa, era algo ridículo de solo pensar en ello.

    Al ver que nadie venía y ella ya moría por dormir, se bajó del muro para caer sobre el pasto, limpió sus manos y comenzó a caminar para dar un paseo.


    Tarareaba una canción mientras lo hacía, una canción de cuna en Alemán que le traía recuerdos, no sabía exactamente porque lo recordaba, aunque tal vez se deba a que ya estaban en el mes en que se supone que seria su cumpleaños, necesitaba pensar en que hacer, en dos semanas se tendrá que ir a Suiza, para luego irse a Alemania, era algo personal que ella hacía antes de que su cumpleaños llegará y es que sí, ese dia siempre lo pasaba sola.

    Miro curiosa los rosales, hermosas rosas rojas que brillaban tanto como su cabello y como la sangre misma. Sin embargo, algo se movía entre estás, ladeó su cabeza y una sonrisa cálida se dibujo en sus labios, era su gata Hanna quien mordía una de estas flores, como si quisiera arrancarla.

    — Hey, ps ps ps Hanna — La llamo suavemente, la gata volteo a verla e instintivamente comenzó a maullear repetidas veces mientras se acercaba para poder frotar su cabeza y cuerpo con la pierna de Rubi. — Pequeña, te extrañe mucho. — La sostuvo entre sus brazos, la acaricio suavemente mientras la gata ronroneaba. Sin embargo, ese tierno espectáculo no duró, ya que la gata elevó su cabeza para mirar detrás de la pelirroja, antes de bajar de sus brazos y esconderse. Esta acción la extraño mucho, hasta que escuchó un gruñido, no como de un perro, si no más bien como el de un tigre, se giró y solo pudo observar un gato enorme, no le dió tiempo de pensar pues básicamente se le aventó encima.


    Su pecho subía y bajaba rápidamente ¿Qué hacía ese animal ahi? ¿Lo compró Kiev? Habían muchas preguntas y pocas respuestas, no sabía que hacer, sus ojos dorados chocaron con la mirada del enorme felino quien se quedó mirandola como si la analizará. Lentamente movía su mano para sacar un revolver que tenía guardado en su cadera, trataba de no hacer un movimiento brusco antes de si quiera matarlo, era ella o él. Pero el animal se le adelantó, casi grita cuando vió que abrió el ocico mostrando sus dientes filudos, pero lo único que sintió, fue una lengua rasposa pasar por su mejilla. — No, ¡espera! — La estaba llenando de baba la mejilla. Estaba a punto de empujarlo cuando se escuchó un silbido, el felino se volteo y dejó a una pelirroja totalmente confundida.

    Apenas estuvo libre de aquella carcel de pelos, se sentó en el pasto. — No puede ser ... — Limpio su mejilla repetidas veces, y dirigio su mirada hacia en frente, solo para ver a Kiev acariciar a ese enorme animal y luego escucharlo reír al verla.


    Que hermosa forma de dar una bienvenida.
    " 𝑽𝒐𝒚 𝒂 𝒑𝒆𝒅𝒊𝒓 𝒖𝒏 𝒂𝒖𝒎𝒆𝒏𝒕𝒐 𝒔𝒊 𝒎𝒆 𝒗𝒖𝒆𝒍𝒗𝒆𝒏 𝒂 𝒅𝒆𝒔𝒑𝒆𝒓𝒕𝒂𝒓 𝒕𝒂𝒏 𝒕𝒆𝒎𝒑𝒓𝒂𝒏𝒐 𝒑𝒐𝒓 𝒖𝒏𝒂 𝒓𝒆𝒖𝒏𝒊ó𝒏" Había soltado el milesimo bostezo de la mañana, eso creía, aunque realmente no se tomó el tiempo de contarlos. Apenas eran las 7 de la mañana, el sol salía de a poco mientras la brisa helada de la mañana la envolviá. No llevaba casaca, simplemente usaba un top blanco y unos jeans, algo demasiado ligero para el frío que pasaba en esta temporada, pero le gustaba, ya que al menos eso la mantenía despierta para una reunión programada con su equipo, no había visto a nadie todavía, exceptuando a Ryan, quien hizo un espectáculo en aquella villa y aunque no le gustaba admitirlo, los extrañaba a todos. Estaba sentada sobre un muro de las escaleras que daban vista hacia el extenso jardín, estaba sola por ello no pudo evitar pensar en las cosas que sucedieron anteriormente. El día de ayer había vuelto de su "desaparición", tuvo intercambios incómodos con cierta mujer de aquella familia de apellido Di Vincenzo, lo que simplemente quería olvidar por completo debido a malos acuerdos. De solo recordarlo le daba un dolor de cabeza. — Ugh..— Tapo su boca con la palma de su mano, era otro bostezo. Tenía sueño, mucho sueño, no entendía porque Kiev quiso hacer la reunión a esta hora. Pero esperaba que fuera importante como para levantarla a las 5:30 de la mañana, era un abuso. "voy a quejarme con recursos humanos. " Este pensamiento le ocasionó una risa, era algo ridículo de solo pensar en ello. Al ver que nadie venía y ella ya moría por dormir, se bajó del muro para caer sobre el pasto, limpió sus manos y comenzó a caminar para dar un paseo. Tarareaba una canción mientras lo hacía, una canción de cuna en Alemán que le traía recuerdos, no sabía exactamente porque lo recordaba, aunque tal vez se deba a que ya estaban en el mes en que se supone que seria su cumpleaños, necesitaba pensar en que hacer, en dos semanas se tendrá que ir a Suiza, para luego irse a Alemania, era algo personal que ella hacía antes de que su cumpleaños llegará y es que sí, ese dia siempre lo pasaba sola. Miro curiosa los rosales, hermosas rosas rojas que brillaban tanto como su cabello y como la sangre misma. Sin embargo, algo se movía entre estás, ladeó su cabeza y una sonrisa cálida se dibujo en sus labios, era su gata Hanna quien mordía una de estas flores, como si quisiera arrancarla. — Hey, ps ps ps Hanna — La llamo suavemente, la gata volteo a verla e instintivamente comenzó a maullear repetidas veces mientras se acercaba para poder frotar su cabeza y cuerpo con la pierna de Rubi. — Pequeña, te extrañe mucho. — La sostuvo entre sus brazos, la acaricio suavemente mientras la gata ronroneaba. Sin embargo, ese tierno espectáculo no duró, ya que la gata elevó su cabeza para mirar detrás de la pelirroja, antes de bajar de sus brazos y esconderse. Esta acción la extraño mucho, hasta que escuchó un gruñido, no como de un perro, si no más bien como el de un tigre, se giró y solo pudo observar un gato enorme, no le dió tiempo de pensar pues básicamente se le aventó encima. Su pecho subía y bajaba rápidamente ¿Qué hacía ese animal ahi? ¿Lo compró Kiev? Habían muchas preguntas y pocas respuestas, no sabía que hacer, sus ojos dorados chocaron con la mirada del enorme felino quien se quedó mirandola como si la analizará. Lentamente movía su mano para sacar un revolver que tenía guardado en su cadera, trataba de no hacer un movimiento brusco antes de si quiera matarlo, era ella o él. Pero el animal se le adelantó, casi grita cuando vió que abrió el ocico mostrando sus dientes filudos, pero lo único que sintió, fue una lengua rasposa pasar por su mejilla. — No, ¡espera! — La estaba llenando de baba la mejilla. Estaba a punto de empujarlo cuando se escuchó un silbido, el felino se volteo y dejó a una pelirroja totalmente confundida. Apenas estuvo libre de aquella carcel de pelos, se sentó en el pasto. — No puede ser ... — Limpio su mejilla repetidas veces, y dirigio su mirada hacia en frente, solo para ver a Kiev acariciar a ese enorme animal y luego escucharlo reír al verla. Que hermosa forma de dar una bienvenida.
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  • El estanque de letras que tenía enfrente se había convertido en un mar de palabras, uno tan turbulento que las oraciones perdían su sentido. El sueño era evidente en Kafka, por esos párpados traicioneros que constantemente buscaban cerrarse e impedir que él concluyera su lectura. El cuarto comenzó a darle vueltas, los parpadeos de medio segundo parecían durar horas; la luz del cuarto se desvanecía y el cálido colchón poco a poco lo tragaba hacia el reino de los sueños. Esos fueron los últimos recuerdos de Kafka, junto a un inquietante y desconcertante murmullo.

    ...

    Que extraño. Estaba leyendo fanfics culeros de Wattpad, pero ahora... ¿Qué es éste sitio, tan deprimente y... Familiar?

    —Demasiado blanco.

    Sí. Frente a mí se extienden cientos de hectáreas de un extraño suelo blanco, con incontables grietas y ondulaciones pequeñas. Tierra salada, supongo. Aunque también pensé que era hueso, porque se ve bastante rígido.

    Ni hablar del cielo. Es igual de inmenso que el terreno plano que me rodea, de un intenso color blanco que se expande hasta el borroso horizonte.

    Es el sueño más raro que tuve en años. Eso que ayer soñé con una payasita chichona.

    —... Jejeje. Sus pechos hacían honk honk.

    Ignorando mi momento de estupidez espontánea, realmente estoy muy confundido sobre este lugar.
    El estanque de letras que tenía enfrente se había convertido en un mar de palabras, uno tan turbulento que las oraciones perdían su sentido. El sueño era evidente en Kafka, por esos párpados traicioneros que constantemente buscaban cerrarse e impedir que él concluyera su lectura. El cuarto comenzó a darle vueltas, los parpadeos de medio segundo parecían durar horas; la luz del cuarto se desvanecía y el cálido colchón poco a poco lo tragaba hacia el reino de los sueños. Esos fueron los últimos recuerdos de Kafka, junto a un inquietante y desconcertante murmullo. ... Que extraño. Estaba leyendo fanfics culeros de Wattpad, pero ahora... ¿Qué es éste sitio, tan deprimente y... Familiar? —Demasiado blanco. Sí. Frente a mí se extienden cientos de hectáreas de un extraño suelo blanco, con incontables grietas y ondulaciones pequeñas. Tierra salada, supongo. Aunque también pensé que era hueso, porque se ve bastante rígido. Ni hablar del cielo. Es igual de inmenso que el terreno plano que me rodea, de un intenso color blanco que se expande hasta el borroso horizonte. Es el sueño más raro que tuve en años. Eso que ayer soñé con una payasita chichona. —... Jejeje. Sus pechos hacían honk honk. Ignorando mi momento de estupidez espontánea, realmente estoy muy confundido sobre este lugar.
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  • Orihime se desperezó lentamente en el suave silencio de su departamento, envuelta en una calma inusual que solo los días libres le permitían. La luz del sol se filtraba perezosa por las cortinas, proyectando un tibio resplandor que iluminaba su sala llena de detalles vibrantes: las plantas que cuidaba con esmero, los cojines de colores sobre el sofá, y algunos bocetos y papeles esparcidos por la mesa.

    Con una taza de té verde en las manos, se acercó al balcón y se acomodó junto a la ventana, donde el sol acariciaba su rostro con un calor reconfortante. Desde allí, podía ver el ir y venir de la ciudad, escuchar los sonidos lejanos de las personas y los autos, pero en su pequeño refugio, todo se sentía sereno y suspendido en el tiempo.

    Mientras su mirada vagaba hacia el horizonte, sus pensamientos iban y venían, perdiéndose en recuerdos, en sueños por cumplir y en aquellos a quienes apreciaba. Una leve sonrisa iluminó su rostro al imaginar a sus amigos, y por un momento, sintió una chispa de gratitud hacia esos días tranquilos que le permitían detenerse, respirar y reencontrarse consigo misma. Hoy, el tiempo le pertenecía solo a ella.
    Orihime se desperezó lentamente en el suave silencio de su departamento, envuelta en una calma inusual que solo los días libres le permitían. La luz del sol se filtraba perezosa por las cortinas, proyectando un tibio resplandor que iluminaba su sala llena de detalles vibrantes: las plantas que cuidaba con esmero, los cojines de colores sobre el sofá, y algunos bocetos y papeles esparcidos por la mesa. Con una taza de té verde en las manos, se acercó al balcón y se acomodó junto a la ventana, donde el sol acariciaba su rostro con un calor reconfortante. Desde allí, podía ver el ir y venir de la ciudad, escuchar los sonidos lejanos de las personas y los autos, pero en su pequeño refugio, todo se sentía sereno y suspendido en el tiempo. Mientras su mirada vagaba hacia el horizonte, sus pensamientos iban y venían, perdiéndose en recuerdos, en sueños por cumplir y en aquellos a quienes apreciaba. Una leve sonrisa iluminó su rostro al imaginar a sus amigos, y por un momento, sintió una chispa de gratitud hacia esos días tranquilos que le permitían detenerse, respirar y reencontrarse consigo misma. Hoy, el tiempo le pertenecía solo a ella.
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  • El aroma del café recién molido llenaba la pequeña cocina de la casa de su abuela. Carmina, de pie frente a la estufa, giraba la espátula con suavidad, removiendo unos huevos que chisporroteaban en la sartén. El silencio de la mañana la envolvía, roto solo por el leve gorgoteo de la cafetera y el crujido del pan en el tostador. No era común que su abuela le pidiera ayuda para preparar el desayuno. Ella, que siempre había sido una figura llena de energía y diligencia, de esas que no se quedaban quietas ni un momento.

    Sin embargo, en los últimos días, la notaba más fatigada, más lenta, y eso le había inquietado. La escena de su abuela pidiéndole ayuda esa misma mañana regresó a su mente: la había encontrado en la mesa de la cocina, con las manos rodeando una taza de té que apenas había bebido, sus ojos cargados de un cansancio que Carmina no había visto antes.

    "¿Podrías encargarte del desayuno hoy, querida? Creo que me vendría bien descansar un poco más," le había dicho, sonriendo con esa ternura tan suya, aunque a Carmina le pareció que su sonrisa había sido algo triste. El recuerdo le hizo suspirar, y mientras volcaba los huevos en un plato y los decoraba con un toque de perejil fresco, un nudo empezó a formarse en su pecho.

    Conforme iba colocando cada parte del desayuno —los huevos, el pan tostado, el café negro—, su mente divagaba, recorriendo aquellos días en los que su abuelo Pietro aún estaba con ellas. Habían pasado ya unos años desde que él partió, pero el dolor todavía la acompañaba, como una sombra silenciosa. Recordaba cómo había sido verlo debilitarse, cómo su risa franca se volvió un susurro, hasta que, un día, solo quedó el eco de su voz en la casa.

    Carmina se mordió el labio, tratando de alejar esos pensamientos oscuros. Pero el miedo era inevitable. Su abuela, a quien tanto amaba, era ahora la figura más fuerte que le quedaba, el lazo que la mantenía unida a esos recuerdos de amor y calidez que tanto atesoraba. Verla vulnerable la hacía consciente de lo frágil y efímero de la vida, y ese pensamiento le helaba el corazón. ¿Y si un día también la perdía a ella?

    "Es solo un poco de cansancio," se decía para tranquilizarse, mientras apretaba el borde de la encimera, buscando en la madera fría un ancla que la sostuviera. Pero no podía evitar preguntarse: ¿cuánto tiempo le quedaba con su abuela? ¿Cuántos desayunos más prepararía para ella, o cuántas tardes más compartirían en el jardín, charlando sobre cualquier cosa mientras el sol caía?

    Sacudió la cabeza y respiró hondo. Al terminar de preparar la bandeja con el desayuno, la sostuvo con ambas manos, observando por un instante el esmero en cada detalle. Sabía que cada minuto contaba, y que, aunque el temor seguía presente, quería asegurarse de hacer feliz a su abuela cada día que le fuera posible. Con ese pensamiento, llevó la bandeja a la mesa donde su abuela la esperaba, y en el instante en que ella sonrió al verla, Carmina sintió una chispa de alivio.

    A lo mejor no podía detener el paso del tiempo ni proteger a su abuela de su propio cuerpo, pero podía estar ahí para ella, acompañándola.
    El aroma del café recién molido llenaba la pequeña cocina de la casa de su abuela. Carmina, de pie frente a la estufa, giraba la espátula con suavidad, removiendo unos huevos que chisporroteaban en la sartén. El silencio de la mañana la envolvía, roto solo por el leve gorgoteo de la cafetera y el crujido del pan en el tostador. No era común que su abuela le pidiera ayuda para preparar el desayuno. Ella, que siempre había sido una figura llena de energía y diligencia, de esas que no se quedaban quietas ni un momento. Sin embargo, en los últimos días, la notaba más fatigada, más lenta, y eso le había inquietado. La escena de su abuela pidiéndole ayuda esa misma mañana regresó a su mente: la había encontrado en la mesa de la cocina, con las manos rodeando una taza de té que apenas había bebido, sus ojos cargados de un cansancio que Carmina no había visto antes. "¿Podrías encargarte del desayuno hoy, querida? Creo que me vendría bien descansar un poco más," le había dicho, sonriendo con esa ternura tan suya, aunque a Carmina le pareció que su sonrisa había sido algo triste. El recuerdo le hizo suspirar, y mientras volcaba los huevos en un plato y los decoraba con un toque de perejil fresco, un nudo empezó a formarse en su pecho. Conforme iba colocando cada parte del desayuno —los huevos, el pan tostado, el café negro—, su mente divagaba, recorriendo aquellos días en los que su abuelo Pietro aún estaba con ellas. Habían pasado ya unos años desde que él partió, pero el dolor todavía la acompañaba, como una sombra silenciosa. Recordaba cómo había sido verlo debilitarse, cómo su risa franca se volvió un susurro, hasta que, un día, solo quedó el eco de su voz en la casa. Carmina se mordió el labio, tratando de alejar esos pensamientos oscuros. Pero el miedo era inevitable. Su abuela, a quien tanto amaba, era ahora la figura más fuerte que le quedaba, el lazo que la mantenía unida a esos recuerdos de amor y calidez que tanto atesoraba. Verla vulnerable la hacía consciente de lo frágil y efímero de la vida, y ese pensamiento le helaba el corazón. ¿Y si un día también la perdía a ella? "Es solo un poco de cansancio," se decía para tranquilizarse, mientras apretaba el borde de la encimera, buscando en la madera fría un ancla que la sostuviera. Pero no podía evitar preguntarse: ¿cuánto tiempo le quedaba con su abuela? ¿Cuántos desayunos más prepararía para ella, o cuántas tardes más compartirían en el jardín, charlando sobre cualquier cosa mientras el sol caía? Sacudió la cabeza y respiró hondo. Al terminar de preparar la bandeja con el desayuno, la sostuvo con ambas manos, observando por un instante el esmero en cada detalle. Sabía que cada minuto contaba, y que, aunque el temor seguía presente, quería asegurarse de hacer feliz a su abuela cada día que le fuera posible. Con ese pensamiento, llevó la bandeja a la mesa donde su abuela la esperaba, y en el instante en que ella sonrió al verla, Carmina sintió una chispa de alivio. A lo mejor no podía detener el paso del tiempo ni proteger a su abuela de su propio cuerpo, pero podía estar ahí para ella, acompañándola.
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  • Carmina miraba la fotografía que su amiga Jade le había tomado en un momento de distracción. La imagen mostraba su figura desde la espalda, con el cabello cayendo en ondas largas y doradas sobre su vestido blanco, mientras observaba un plano de una embarcación en la pared, perdida en sus pensamientos. Había una suavidad en la escena, una especie de nostalgia que impregnaba la imagen con una calidez distante. Sin embargo, al mirarla, Carmina sentía que aquella persona capturada en el instante no era realmente ella.

    Era una sensación extraña. Carmina observaba cada detalle: la silla antigua en la que estaba sentada, el suave brillo que caía sobre su cabello y el reflejo difuso del atardecer iluminando la habitación. Aquel lugar, aquella pose, aquella serenidad que desprendía la imagen, parecían pertenecer a alguien más. ¿Cuándo había dejado de reconocerse en las fotografías? ¿En qué momento se había convertido en una espectadora de su propia vida?

    Jade, con quien había entablado una amistad no hacía mucho, había capturado la imagen con cariño, buscando mostrar una faceta de Carmina que ella misma parecía haber olvidado. No compartían recuerdos de infancia ni aventuras pasadas, pero Jade tenía una habilidad especial para captar momentos que reflejaban la esencia de las personas. Aun así, al ver la imagen, Carmina solo sentía un vacío. La mujer de la fotografía parecía tranquila, en paz, como si estuviera soñando con mares lejanos y aventuras que aún no vivía. Sin embargo, ella misma se sentía atrapada, como si los sueños de esa versión idealizada de sí misma estuvieran tan lejos como el horizonte al que miraba.

    —¿De verdad soy yo? —murmuró, sin esperar una respuesta.

    Carmina cerró los ojos, intentando reconectar con esa parte de ella que una vez se sintió libre y soñadora. Quizás algún día, se convencería de que aquella imagen no era solo una ilusión. Tal vez, con el tiempo, lograría volver a sentirse tan llena de paz como la mujer que veía en la fotografía.
    Carmina miraba la fotografía que su amiga Jade le había tomado en un momento de distracción. La imagen mostraba su figura desde la espalda, con el cabello cayendo en ondas largas y doradas sobre su vestido blanco, mientras observaba un plano de una embarcación en la pared, perdida en sus pensamientos. Había una suavidad en la escena, una especie de nostalgia que impregnaba la imagen con una calidez distante. Sin embargo, al mirarla, Carmina sentía que aquella persona capturada en el instante no era realmente ella. Era una sensación extraña. Carmina observaba cada detalle: la silla antigua en la que estaba sentada, el suave brillo que caía sobre su cabello y el reflejo difuso del atardecer iluminando la habitación. Aquel lugar, aquella pose, aquella serenidad que desprendía la imagen, parecían pertenecer a alguien más. ¿Cuándo había dejado de reconocerse en las fotografías? ¿En qué momento se había convertido en una espectadora de su propia vida? Jade, con quien había entablado una amistad no hacía mucho, había capturado la imagen con cariño, buscando mostrar una faceta de Carmina que ella misma parecía haber olvidado. No compartían recuerdos de infancia ni aventuras pasadas, pero Jade tenía una habilidad especial para captar momentos que reflejaban la esencia de las personas. Aun así, al ver la imagen, Carmina solo sentía un vacío. La mujer de la fotografía parecía tranquila, en paz, como si estuviera soñando con mares lejanos y aventuras que aún no vivía. Sin embargo, ella misma se sentía atrapada, como si los sueños de esa versión idealizada de sí misma estuvieran tan lejos como el horizonte al que miraba. —¿De verdad soy yo? —murmuró, sin esperar una respuesta. Carmina cerró los ojos, intentando reconectar con esa parte de ella que una vez se sintió libre y soñadora. Quizás algún día, se convencería de que aquella imagen no era solo una ilusión. Tal vez, con el tiempo, lograría volver a sentirse tan llena de paz como la mujer que veía en la fotografía.
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  • —No le costó demasiado encontrar el pequeño Edén creado por Lucifer. Aterrizó y comenzó a buscar, inevitable fue alguna pequeña sonrisa, ya que estaba muy logrado y aquello le traía recuerdos. Era extraño…Recordaba el comienzo, pero no una gran parte de en medio, al menos no después de dejar a Lilith. Pero si recordaba a sus hijos, a todos ellos.

    Caminando por el lugar, se perdió en sus recuerdos, en antes de conocer a Lilith, cuando estaba solo y cada día era un nuevo descubrimiento, aquella emoción de encontrar plantas y animales nuevos, de paisajes hermosos que estaban solo para él. Arrugó ligeramente la nariz. Como de atrapado se había sentido con Lilith, quien no solo se negaba a acompañarle en sus viajes por el Edén, si no que además se esforzaba por retenerlo y que, en resumidas cuentas le obedeciera en todo. Suspiró, cuanto habría deseado a una compañera que compartiera su misma curiosidad y sed de libertad.

    Y entonces, sin motivo aparente… comenzó a sentirse triste. Sentía añoranza como si recordar aquello hiciera presente que, aún sin saberlo algo, o mejor dicho alguien le faltaba. Sin embargo, hasta donde recordaba después de Lilith no hubo nadie más… Aunque entonces… ¿Quien era la madre de sus hijos? Por qué, estos no habían salido solos. Tal y como sucedió con una de sus últimas charlas amistosas con Lucifer, Adán necesitó masajearse las sienes, ya que al intentar hacer memoria, sintió un punzante dolor que atravesó su cabeza de lado a lado.

    Sacudió la cabeza, decidió no darle importancia y, aunque aquel sentimiento de tristeza no desaparecía, prefirió tratar en centrarse en encontrar el cuerpo de Lucifer —
    —No le costó demasiado encontrar el pequeño Edén creado por Lucifer. Aterrizó y comenzó a buscar, inevitable fue alguna pequeña sonrisa, ya que estaba muy logrado y aquello le traía recuerdos. Era extraño…Recordaba el comienzo, pero no una gran parte de en medio, al menos no después de dejar a Lilith. Pero si recordaba a sus hijos, a todos ellos. Caminando por el lugar, se perdió en sus recuerdos, en antes de conocer a Lilith, cuando estaba solo y cada día era un nuevo descubrimiento, aquella emoción de encontrar plantas y animales nuevos, de paisajes hermosos que estaban solo para él. Arrugó ligeramente la nariz. Como de atrapado se había sentido con Lilith, quien no solo se negaba a acompañarle en sus viajes por el Edén, si no que además se esforzaba por retenerlo y que, en resumidas cuentas le obedeciera en todo. Suspiró, cuanto habría deseado a una compañera que compartiera su misma curiosidad y sed de libertad. Y entonces, sin motivo aparente… comenzó a sentirse triste. Sentía añoranza como si recordar aquello hiciera presente que, aún sin saberlo algo, o mejor dicho alguien le faltaba. Sin embargo, hasta donde recordaba después de Lilith no hubo nadie más… Aunque entonces… ¿Quien era la madre de sus hijos? Por qué, estos no habían salido solos. Tal y como sucedió con una de sus últimas charlas amistosas con Lucifer, Adán necesitó masajearse las sienes, ya que al intentar hacer memoria, sintió un punzante dolor que atravesó su cabeza de lado a lado. Sacudió la cabeza, decidió no darle importancia y, aunque aquel sentimiento de tristeza no desaparecía, prefirió tratar en centrarse en encontrar el cuerpo de Lucifer —
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