• Oh... Pobre, pobre Alastor Dëmøń ¿Sorprendido? Capullo —rió, agarrándolo por el pelo llevaba horas divirtiendode de lo lindo, torturando a aquella infame criaturita.

    —Te preguntarás ¿Que pasa con el pacto de no agresión que tenía con Lucifer? –comentó, hundiendo los dedos en las cuencas de los ojos del cérvido—.Pues muy sencillo. Ha pasado lo peor que podría haber pasado para asegurar la supervivencia de tu sidoso culo. Me estoy muriendo y eso es malo, aunque peor para tí...—declaró entre risas de buena, mientras sus garras se clavaban en lo más profundo de las cuencas, sintiendo un placentero escalofrío, al notar como los delicados y blandos ojos oculares del demonio de la radio, simplemente estallaban bajo sus garras las cuales, al ya no haber nada que detuviera la infección que padecía Vox, se había visto acelerada y por lo tanto, tenían un aspecto mucho más aberrantes

    —.Por que significa que ya me la suda todo por completo. —concluyó, entrecerrando los dedos para que formasen la forma de un gancho, clavándose en tan blandas carnes y haciendo emanar fuentes de sangre y jugos oculares, a causa de la profanación en el cráneo. Sin dudarlo tiró con fuerza, arrancando lo que ahora era una masa gelatinosa que supuraba pus y de paso, llevándose algunos de los nervios que residían en aquel lugar.

    —Pero no voy a irme solo, tú te vas a venir conmigo, hijo de puta. —el olor de la sangre ajena comenzaba a surtir efecto en su ya por mucho deformado cerebro, haciendo que sintiera un apetito arroz, además de una evidente exitacion, con pupilas completamente dilatadas y respiración agitada no dudó en llevarse los dedos a la boca, relamiendo los aplastados ojos como si fueran el mayor de los manjares jamás probados.

    Entre risas maniacas observaba a su víctima, pensando que era lo siguiente que podía arrebatarle. Ya había castigado su cuerpo con golpes, laceraciones y vejaciones, le quitó los ojos y se los comió ¿Que podía ser lo siguiente? Y se le ocurrió ¿Que clase de amigo sería si no le enviase un bello souvenir a su amigo del alma? Ese que lo había dejado abandonado, al menos desde su punto de vista, mientras el dolor por la perdida de Valentino lo consumía, aquel por el que siempre estuvo, pero cuando le necesitó para tratar de acostumbrarse a la contradicción de amar a Ash Lynx Big V y al mismo tiempo sentir rechazo por él, al verse abrumado. Si, ese mismo que ahora que estaba siendo completamente devorado por las bacterias que le infectaron, olvidó por completo su promesa de tratar de encontrar una cura definitiva.

    No, no podía ser tan mal amigo y olvidar a Lucifer 𝕾𝖆𝖒𝖆𝖊𝖑 𝕸𝖔𝖗𝖓𝖎𝖓𝖌𝖘𝖙𝖆𝖗 el otro culpable de que, fuera a morir. Sin dudarlo, agarró a Alastor por sus astas, sin si quiera preocuparse de no clavarle las garras en la cabeza y comenzó a tirar con todas sus fuerzas, haciendo incluso contra peso con uno de sus pies, que ahora también eran garras, miró a una de las muchas pantallas que estaban retransmitiendo esos miserables momentos, y cuando la piel comenzó a quebrarse, cuando el cabello empezó a ceder y prácticamente se escuchaba el sonido de los huesos partirse exclamó entre risas.

    —¡ESTO ES PARA TI, AMIGO MIO!—y arrancó las astas del desafortunado demonio de la radio, salpicando se y acabado Vox teñido de un doloroso color carmín. Alzando su nuevo trofeo victorioso y gritando eufórico, al mismo tiempo que sentía un deseo irrefrenable de clavar sus despiadados dientes, en aquel pequeño y tierno cráneo, apostaba consigo mismo que sonaría como una nuez al partirse —
    Oh... Pobre, pobre [Dem0n] ¿Sorprendido? Capullo —rió, agarrándolo por el pelo llevaba horas divirtiendode de lo lindo, torturando a aquella infame criaturita. —Te preguntarás ¿Que pasa con el pacto de no agresión que tenía con Lucifer? –comentó, hundiendo los dedos en las cuencas de los ojos del cérvido—.Pues muy sencillo. Ha pasado lo peor que podría haber pasado para asegurar la supervivencia de tu sidoso culo. Me estoy muriendo y eso es malo, aunque peor para tí...—declaró entre risas de buena, mientras sus garras se clavaban en lo más profundo de las cuencas, sintiendo un placentero escalofrío, al notar como los delicados y blandos ojos oculares del demonio de la radio, simplemente estallaban bajo sus garras las cuales, al ya no haber nada que detuviera la infección que padecía Vox, se había visto acelerada y por lo tanto, tenían un aspecto mucho más aberrantes —.Por que significa que ya me la suda todo por completo. —concluyó, entrecerrando los dedos para que formasen la forma de un gancho, clavándose en tan blandas carnes y haciendo emanar fuentes de sangre y jugos oculares, a causa de la profanación en el cráneo. Sin dudarlo tiró con fuerza, arrancando lo que ahora era una masa gelatinosa que supuraba pus y de paso, llevándose algunos de los nervios que residían en aquel lugar. —Pero no voy a irme solo, tú te vas a venir conmigo, hijo de puta. —el olor de la sangre ajena comenzaba a surtir efecto en su ya por mucho deformado cerebro, haciendo que sintiera un apetito arroz, además de una evidente exitacion, con pupilas completamente dilatadas y respiración agitada no dudó en llevarse los dedos a la boca, relamiendo los aplastados ojos como si fueran el mayor de los manjares jamás probados. Entre risas maniacas observaba a su víctima, pensando que era lo siguiente que podía arrebatarle. Ya había castigado su cuerpo con golpes, laceraciones y vejaciones, le quitó los ojos y se los comió ¿Que podía ser lo siguiente? Y se le ocurrió ¿Que clase de amigo sería si no le enviase un bello souvenir a su amigo del alma? Ese que lo había dejado abandonado, al menos desde su punto de vista, mientras el dolor por la perdida de Valentino lo consumía, aquel por el que siempre estuvo, pero cuando le necesitó para tratar de acostumbrarse a la contradicción de amar a [Valentino01] y al mismo tiempo sentir rechazo por él, al verse abrumado. Si, ese mismo que ahora que estaba siendo completamente devorado por las bacterias que le infectaron, olvidó por completo su promesa de tratar de encontrar una cura definitiva. No, no podía ser tan mal amigo y olvidar a [LuciHe11] el otro culpable de que, fuera a morir. Sin dudarlo, agarró a Alastor por sus astas, sin si quiera preocuparse de no clavarle las garras en la cabeza y comenzó a tirar con todas sus fuerzas, haciendo incluso contra peso con uno de sus pies, que ahora también eran garras, miró a una de las muchas pantallas que estaban retransmitiendo esos miserables momentos, y cuando la piel comenzó a quebrarse, cuando el cabello empezó a ceder y prácticamente se escuchaba el sonido de los huesos partirse exclamó entre risas. —¡ESTO ES PARA TI, AMIGO MIO!—y arrancó las astas del desafortunado demonio de la radio, salpicando se y acabado Vox teñido de un doloroso color carmín. Alzando su nuevo trofeo victorioso y gritando eufórico, al mismo tiempo que sentía un deseo irrefrenable de clavar sus despiadados dientes, en aquel pequeño y tierno cráneo, apostaba consigo mismo que sonaría como una nuez al partirse —
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  • Shoko estaba sentada en el alféizar de su ventana, observando el cielo teñido de tonos anaranjados mientras el sol se ocultaba tras los edificios del campus. En la distancia, podía escuchar los ecos lejanos de estudiantes jugando, riendo, viviendo vidas que parecían tan normales, tan mundanas.

    Con un suspiro, dejó caer su espalda contra el marco de la ventana. Sus días estaban llenos de exorcismos, entrenamientos y largas horas aprendiendo a salvar vidas en un mundo que la mayoría de las personas nunca conocería. No podía evitar pensar en cómo habría sido crecer sin maldiciones, sin este peso invisible. Quizá habría pasado más tiempo preocupándose por exámenes o clubes escolares en lugar de proteger su vida o la de sus compañeros.

    “¿Es raro que me sienta envidiosa?” murmuró para sí misma, revolviendo su cabello con una mano. Había veces que la normalidad parecía un lujo inalcanzable, una fantasía que nunca podría tocar.

    Sus pensamientos vagaron hacia algo más trivial pero igual de incómodo: el hecho de que nunca había tenido un novio, ni siquiera un pretendiente. Claro, eso no era exactamente una prioridad cuando se vivía entre maldiciones y misiones constantes, pero… ¿acaso era tan extraño querer experimentar algo típico? Un beso, por ejemplo. Algo que otras chicas de su edad parecían dar por sentado.

    Cerró los ojos, tratando de imaginar cómo sería. ¿Emocionante? ¿Incómodo? ¿Una completa decepción? Sus mejillas se tiñeron levemente de rojo al darse cuenta de que no tenía ni idea. Todo lo que sabía venía de películas o novelas que rara vez tenía tiempo de terminar.

    Entonces, un pensamiento surgió, absurdo al principio, pero difícil de ignorar. Había alguien en quien confiaba completamente, alguien que no se reiría de ella ni aprovecharía la situación. Suguru.

    La idea la hizo apretar los labios. Era ridículo, pero también tenía sentido de alguna manera. Suguru siempre había sido tranquilo, considerado y, sobre todo, respetuoso. Si había alguien con quien podía confiar para algo tan embarazoso, era él.

    Antes de darse cuenta, ya estaba bajándose del alféizar y caminando hacia la puerta de su habitación. Su corazón latía con fuerza mientras avanzaba por el pasillo, los ecos de sus pasos resonando en la quietud. Al llegar frente a la puerta de Suguru, alzó la mano para tocar, pero dudó un segundo.

    “Solo dilo rápido. No lo pienses demasiado,” se dijo en voz baja, intentando convencerse.

    Tocó dos veces.
    Apenas escuchó el chirrido de la puerta al empezar a abrirse, y que Suguru pudiera detenerse, las palabras salieron de su boca, rápidas y cortas:

    — Quiero que me beses. —

    El sonrojo que inundó su rostro no era por la emoción de la propuesta, ni por la curiosidad que la impulsaba a dar el paso. Era el calor de exponer esa vulnerabilidad, ese lado curioso y emocional que siempre trataba de mantener oculto bajo capas de indiferencia. No era como si estuviera nerviosa por el beso en sí, sino por mostrar una parte de sí misma que no acostumbraba compartir, especialmente con alguien como Suguru.

    Los latidos de su corazón aumentaron, no por el gesto, sino por la incomodidad de ser vista de esa manera, tan abierta y sin reservas.
    Suguru Geto
    Shoko estaba sentada en el alféizar de su ventana, observando el cielo teñido de tonos anaranjados mientras el sol se ocultaba tras los edificios del campus. En la distancia, podía escuchar los ecos lejanos de estudiantes jugando, riendo, viviendo vidas que parecían tan normales, tan mundanas. Con un suspiro, dejó caer su espalda contra el marco de la ventana. Sus días estaban llenos de exorcismos, entrenamientos y largas horas aprendiendo a salvar vidas en un mundo que la mayoría de las personas nunca conocería. No podía evitar pensar en cómo habría sido crecer sin maldiciones, sin este peso invisible. Quizá habría pasado más tiempo preocupándose por exámenes o clubes escolares en lugar de proteger su vida o la de sus compañeros. “¿Es raro que me sienta envidiosa?” murmuró para sí misma, revolviendo su cabello con una mano. Había veces que la normalidad parecía un lujo inalcanzable, una fantasía que nunca podría tocar. Sus pensamientos vagaron hacia algo más trivial pero igual de incómodo: el hecho de que nunca había tenido un novio, ni siquiera un pretendiente. Claro, eso no era exactamente una prioridad cuando se vivía entre maldiciones y misiones constantes, pero… ¿acaso era tan extraño querer experimentar algo típico? Un beso, por ejemplo. Algo que otras chicas de su edad parecían dar por sentado. Cerró los ojos, tratando de imaginar cómo sería. ¿Emocionante? ¿Incómodo? ¿Una completa decepción? Sus mejillas se tiñeron levemente de rojo al darse cuenta de que no tenía ni idea. Todo lo que sabía venía de películas o novelas que rara vez tenía tiempo de terminar. Entonces, un pensamiento surgió, absurdo al principio, pero difícil de ignorar. Había alguien en quien confiaba completamente, alguien que no se reiría de ella ni aprovecharía la situación. Suguru. La idea la hizo apretar los labios. Era ridículo, pero también tenía sentido de alguna manera. Suguru siempre había sido tranquilo, considerado y, sobre todo, respetuoso. Si había alguien con quien podía confiar para algo tan embarazoso, era él. Antes de darse cuenta, ya estaba bajándose del alféizar y caminando hacia la puerta de su habitación. Su corazón latía con fuerza mientras avanzaba por el pasillo, los ecos de sus pasos resonando en la quietud. Al llegar frente a la puerta de Suguru, alzó la mano para tocar, pero dudó un segundo. “Solo dilo rápido. No lo pienses demasiado,” se dijo en voz baja, intentando convencerse. Tocó dos veces. Apenas escuchó el chirrido de la puerta al empezar a abrirse, y que Suguru pudiera detenerse, las palabras salieron de su boca, rápidas y cortas: — Quiero que me beses. — El sonrojo que inundó su rostro no era por la emoción de la propuesta, ni por la curiosidad que la impulsaba a dar el paso. Era el calor de exponer esa vulnerabilidad, ese lado curioso y emocional que siempre trataba de mantener oculto bajo capas de indiferencia. No era como si estuviera nerviosa por el beso en sí, sino por mostrar una parte de sí misma que no acostumbraba compartir, especialmente con alguien como Suguru. Los latidos de su corazón aumentaron, no por el gesto, sino por la incomodidad de ser vista de esa manera, tan abierta y sin reservas. [Suguru.Geto]
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  • La estación orbital Aurora estaba abarrotada como nunca. Los viajeros se agolpaban en los corredores, mirando las pantallas holográficas que anunciaban el evento del año: un concierto de Robin, la voz que había conquistado galaxias enteras. Su música era más que entretenimiento; era un puente que conectaba a seres de diferentes mundos, un idioma universal que resonaba con el corazón de todos.

    Robin estaba en su camerino, ajustándose el último detalle de su atuendo: un vestido que parecía estar hecho de nebulosas en movimiento, diseñado por un famoso artista de Andrómeda. Frente al espejo, respiró profundamente. A pesar de los años de experiencia, aún sentía ese cosquilleo antes de salir al escenario.

    “Cinco minutos, Robin,” anunció su asistente, una androide llamada Selene con voz melodiosa y ojos que brillaban como pequeñas lunas.

    “Gracias, Selene,” respondió Robin, tomando un momento para mirar por la ventana hacia el espacio infinito. Cada estrella que veía le recordaba una historia, un rostro, una emoción que había capturado en sus canciones.

    Cuando las luces del escenario se encendieron y el público rugió, Robin dio un paso adelante. Desde la primera nota, el ambiente cambió. Las galaxias parecían detenerse para escuchar. Su voz era un torbellino de emociones: la calidez de un amanecer, la tristeza de una despedida, la esperanza de un nuevo comienzo.

    Entre las canciones, Robin habló al público. “He viajado por muchos lugares, visto maravillas que nunca olvidaré, pero siempre me sorprende lo que la música puede hacer. No importa de dónde vengamos, quiénes somos o qué hemos vivido. Aquí, en este momento, somos uno.”

    El público respondió con una ovación que hizo temblar los muros de la estación. Robin continuó, tocando su balada más famosa, una canción que había inspirado a exploradores a cruzar galaxias y a soñadores a nunca rendirse.

    Cuando el concierto terminó, Robin se quedó un momento más en el escenario, mirando a los miles de rostros emocionados frente a ella. Sabía que, aunque su vida estaba llena de viajes y luces brillantes, lo que realmente importaba era la conexión que creaba con cada palabra y cada nota.

    Al salir del escenario, Selene la esperaba con una toalla y una sonrisa. “El universo sigue hablando de ti, Robin.”

    Robin sonrió, agotada pero feliz. “Es porque, en el fondo, todos necesitamos una canción que nos haga sentir menos solos.”

    Y así, la estrella que iluminaba galaxias volvió a perderse entre las luces del cosmos, dejando a su paso una melodía que nunca se apagaría.

    La estación orbital Aurora estaba abarrotada como nunca. Los viajeros se agolpaban en los corredores, mirando las pantallas holográficas que anunciaban el evento del año: un concierto de Robin, la voz que había conquistado galaxias enteras. Su música era más que entretenimiento; era un puente que conectaba a seres de diferentes mundos, un idioma universal que resonaba con el corazón de todos. Robin estaba en su camerino, ajustándose el último detalle de su atuendo: un vestido que parecía estar hecho de nebulosas en movimiento, diseñado por un famoso artista de Andrómeda. Frente al espejo, respiró profundamente. A pesar de los años de experiencia, aún sentía ese cosquilleo antes de salir al escenario. “Cinco minutos, Robin,” anunció su asistente, una androide llamada Selene con voz melodiosa y ojos que brillaban como pequeñas lunas. “Gracias, Selene,” respondió Robin, tomando un momento para mirar por la ventana hacia el espacio infinito. Cada estrella que veía le recordaba una historia, un rostro, una emoción que había capturado en sus canciones. Cuando las luces del escenario se encendieron y el público rugió, Robin dio un paso adelante. Desde la primera nota, el ambiente cambió. Las galaxias parecían detenerse para escuchar. Su voz era un torbellino de emociones: la calidez de un amanecer, la tristeza de una despedida, la esperanza de un nuevo comienzo. Entre las canciones, Robin habló al público. “He viajado por muchos lugares, visto maravillas que nunca olvidaré, pero siempre me sorprende lo que la música puede hacer. No importa de dónde vengamos, quiénes somos o qué hemos vivido. Aquí, en este momento, somos uno.” El público respondió con una ovación que hizo temblar los muros de la estación. Robin continuó, tocando su balada más famosa, una canción que había inspirado a exploradores a cruzar galaxias y a soñadores a nunca rendirse. Cuando el concierto terminó, Robin se quedó un momento más en el escenario, mirando a los miles de rostros emocionados frente a ella. Sabía que, aunque su vida estaba llena de viajes y luces brillantes, lo que realmente importaba era la conexión que creaba con cada palabra y cada nota. Al salir del escenario, Selene la esperaba con una toalla y una sonrisa. “El universo sigue hablando de ti, Robin.” Robin sonrió, agotada pero feliz. “Es porque, en el fondo, todos necesitamos una canción que nos haga sentir menos solos.” Y así, la estrella que iluminaba galaxias volvió a perderse entre las luces del cosmos, dejando a su paso una melodía que nunca se apagaría.
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  • Si intentas cualquier movimiento innecesario te garantizo dos cosas. En primera que ese será el ultimo error de tu miserable y jodida vida, y en segundo que no me conocen por ser paciente.

    Así que dime ¿Qué estas buscando y por que necesitas la ayuda de un Alquimista como yo? ~

    —Espetó graznando de forma autoritaria al mismo tiempo que sus ojos miraban fijamente a aquella persona frente a el, analizando cada movimiento posible, cada tensión de los músculos y tendones ajenos, cada respiración que llenaba los pulmones contrarios-
    Si intentas cualquier movimiento innecesario te garantizo dos cosas. En primera que ese será el ultimo error de tu miserable y jodida vida, y en segundo que no me conocen por ser paciente. Así que dime ¿Qué estas buscando y por que necesitas la ayuda de un Alquimista como yo? ~ —Espetó graznando de forma autoritaria al mismo tiempo que sus ojos miraban fijamente a aquella persona frente a el, analizando cada movimiento posible, cada tensión de los músculos y tendones ajenos, cada respiración que llenaba los pulmones contrarios-
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  • —Como si hubiese sido obra y mano del destino, como si los astros se hubiesen alineado de forma transversal, aunque inocua e imperceptible para el simple ojo humano, un sin fin de relámpagos y truenos se veían y escuchaban en la lejanía del cielo nocturno aquella noche. La bruma había salido de los callejones y escondrijos de mafiosos y maleantes que dominaban los barrios periféricos de aquel "Reino"; algunos pequeños roedores y animales cuadrúpedos escapaban de los refulgentes destellos en medio de la tormenta que se avecinaba; las gotas cayeron frente a las calles de los suburbios mientras los pocos transeúntes circulaban en medio de las luces y vapores entre asfalto y enrejados.

    Un grupo de bienaventurados y desprevenidos jóvenes habían tenido la mala suerte de toparse con unos degenerados rufianes que los estaban torturando a base de golpes, patadas, incluso algunos tajos producidos por las armas punzantes que traían los infelices, obligando a las pobres almas de esos civiles a soltar gemidos de dolor y chillidos; para la mirada ajena, las caras de esos mafiosos eran como demonios salidos del peor averno imaginable.

    Entre risas y la lluvia que había comenzado a empapar la escena, se comenzaron a oír pasos salidos de un callejón no muy lejos de donde ocurría la acción. A pesar de no poseer talentos ni sentidos mágicos, muchos de los malhechores sintieron un escalofrío de pies a cabeza que los obligó a virar la vista hacia la silueta oscura que salía de entre las sombras.

    Era un sujeto fornido y atlético de grandes dimensiones, unos ojos serpenteantes y amarillos que inundaban de terror a todo aquel que tuviera contacto directo con esas endemoniadas perlas, sumado a las gotas de la lluvia que obligaban a su cabello a ceder ante la gravedad dando un aspecto más tenebroso.

    Ante la mirada de terror de los torturadores y las víctimas, el humanoide jadeante frente a ellos con mirada gélida y a la vez llena de furia emitió solo una frase antes de arremeter contra aquel pequeño ejército.-

    Parece que la muerte no me sienta tan bien, creo que ya es tiempo de regresar ~
    —Como si hubiese sido obra y mano del destino, como si los astros se hubiesen alineado de forma transversal, aunque inocua e imperceptible para el simple ojo humano, un sin fin de relámpagos y truenos se veían y escuchaban en la lejanía del cielo nocturno aquella noche. La bruma había salido de los callejones y escondrijos de mafiosos y maleantes que dominaban los barrios periféricos de aquel "Reino"; algunos pequeños roedores y animales cuadrúpedos escapaban de los refulgentes destellos en medio de la tormenta que se avecinaba; las gotas cayeron frente a las calles de los suburbios mientras los pocos transeúntes circulaban en medio de las luces y vapores entre asfalto y enrejados. Un grupo de bienaventurados y desprevenidos jóvenes habían tenido la mala suerte de toparse con unos degenerados rufianes que los estaban torturando a base de golpes, patadas, incluso algunos tajos producidos por las armas punzantes que traían los infelices, obligando a las pobres almas de esos civiles a soltar gemidos de dolor y chillidos; para la mirada ajena, las caras de esos mafiosos eran como demonios salidos del peor averno imaginable. Entre risas y la lluvia que había comenzado a empapar la escena, se comenzaron a oír pasos salidos de un callejón no muy lejos de donde ocurría la acción. A pesar de no poseer talentos ni sentidos mágicos, muchos de los malhechores sintieron un escalofrío de pies a cabeza que los obligó a virar la vista hacia la silueta oscura que salía de entre las sombras. Era un sujeto fornido y atlético de grandes dimensiones, unos ojos serpenteantes y amarillos que inundaban de terror a todo aquel que tuviera contacto directo con esas endemoniadas perlas, sumado a las gotas de la lluvia que obligaban a su cabello a ceder ante la gravedad dando un aspecto más tenebroso. Ante la mirada de terror de los torturadores y las víctimas, el humanoide jadeante frente a ellos con mirada gélida y a la vez llena de furia emitió solo una frase antes de arremeter contra aquel pequeño ejército.- Parece que la muerte no me sienta tan bien, creo que ya es tiempo de regresar ~
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  • La sala de tratamiento estaba en silencio, salvo por el tenue zumbido de los tubos fluorescentes. Shoko se inclinaba sobre una camilla vacía, limpiando las manchas de sangre seca en las sábanas con movimientos metódicos. No le gustaba dejar el trabajo a medias, aunque odiaba admitir que aquello le daba cierto sentido de control. El olor metálico de la sangre persistía, mezclándose con el desinfectante que había usado momentos antes.

    Se enderezó, encendiendo un cigarrillo con el encendedor desgastado que siempre llevaba en el bolsillo. Dio una larga calada, dejando que el humo llenara sus pulmones y luego se disipara en el aire. Miró el reloj en la pared: las tres de la madrugada. Esa era la hora en la que todo parecía más crudo, más honesto. La hora donde los pensamientos no pedían permiso para invadirla.

    Shoko caminó hacia la ventana abierta. Afuera, la luna bañaba el patio en una luz tenue y fría. El viento helado rozó su rostro, pero no hizo ningún intento por cerrarla. Era extraño cómo aquella brisa nocturna parecía ser lo único que le recordaba que aún estaba viva, que aún existía más allá de las sombras de los demás.

    Pensó en todo lo que había visto ese día: maldiciones que apenas lograron ser exorcizadas, estudiantes heridos que le pedían que no dejara de curarlos, aunque apenas podían hablar del dolor. Se había acostumbrado al trabajo, al horror constante. Pero a veces, como ahora, la acumulación de esas imágenes se filtraba en su mente, quedándose atrapadas en un rincón donde ni el humo podía alcanzarlas.

    Dejó escapar una risa seca. Había tenido la oportunidad de escoger una vida más sencilla. Podría haber sido médica en cualquier hospital ordinario, tratando enfermedades normales y lidiando con problemas humanos. Pero no, había elegido esto: sangre, maldiciones y cicatrices que nadie más podía ver.

    "¿Por qué lo hago?" murmuró en voz baja, dirigiéndose al reflejo borroso de su rostro en el vidrio de la ventana. "¿Por qué sigo aquí?"

    La respuesta no llegó. Nunca llegaba. Tal vez no existía.

    Apagó el cigarrillo contra el borde de la ventana y dejó que la colilla cayera al suelo del patio. Volvió a la sala de tratamiento, recogiendo las herramientas que había usado y guardándolas con precisión casi ritual. Cada objeto tenía su lugar, y esa rutina era lo único que le daba estructura a su caos interno.

    Finalmente, se sentó en la silla giratoria junto al escritorio, encendiendo otra vez su encendedor sin intención de usarlo. La llama bailaba delante de sus ojos, proyectando sombras que parecían figuras familiares: rostros de amigos que ya no estaban, de estudiantes que se habían marchado demasiado pronto. Cerró el encendedor con un chasquido y apoyó la cabeza entre las manos.

    El amanecer no estaba lejos, pero Shoko sabía que esa noche, como tantas otras, no dormiría. No porque no pudiera, sino porque no quería.
    La sala de tratamiento estaba en silencio, salvo por el tenue zumbido de los tubos fluorescentes. Shoko se inclinaba sobre una camilla vacía, limpiando las manchas de sangre seca en las sábanas con movimientos metódicos. No le gustaba dejar el trabajo a medias, aunque odiaba admitir que aquello le daba cierto sentido de control. El olor metálico de la sangre persistía, mezclándose con el desinfectante que había usado momentos antes. Se enderezó, encendiendo un cigarrillo con el encendedor desgastado que siempre llevaba en el bolsillo. Dio una larga calada, dejando que el humo llenara sus pulmones y luego se disipara en el aire. Miró el reloj en la pared: las tres de la madrugada. Esa era la hora en la que todo parecía más crudo, más honesto. La hora donde los pensamientos no pedían permiso para invadirla. Shoko caminó hacia la ventana abierta. Afuera, la luna bañaba el patio en una luz tenue y fría. El viento helado rozó su rostro, pero no hizo ningún intento por cerrarla. Era extraño cómo aquella brisa nocturna parecía ser lo único que le recordaba que aún estaba viva, que aún existía más allá de las sombras de los demás. Pensó en todo lo que había visto ese día: maldiciones que apenas lograron ser exorcizadas, estudiantes heridos que le pedían que no dejara de curarlos, aunque apenas podían hablar del dolor. Se había acostumbrado al trabajo, al horror constante. Pero a veces, como ahora, la acumulación de esas imágenes se filtraba en su mente, quedándose atrapadas en un rincón donde ni el humo podía alcanzarlas. Dejó escapar una risa seca. Había tenido la oportunidad de escoger una vida más sencilla. Podría haber sido médica en cualquier hospital ordinario, tratando enfermedades normales y lidiando con problemas humanos. Pero no, había elegido esto: sangre, maldiciones y cicatrices que nadie más podía ver. "¿Por qué lo hago?" murmuró en voz baja, dirigiéndose al reflejo borroso de su rostro en el vidrio de la ventana. "¿Por qué sigo aquí?" La respuesta no llegó. Nunca llegaba. Tal vez no existía. Apagó el cigarrillo contra el borde de la ventana y dejó que la colilla cayera al suelo del patio. Volvió a la sala de tratamiento, recogiendo las herramientas que había usado y guardándolas con precisión casi ritual. Cada objeto tenía su lugar, y esa rutina era lo único que le daba estructura a su caos interno. Finalmente, se sentó en la silla giratoria junto al escritorio, encendiendo otra vez su encendedor sin intención de usarlo. La llama bailaba delante de sus ojos, proyectando sombras que parecían figuras familiares: rostros de amigos que ya no estaban, de estudiantes que se habían marchado demasiado pronto. Cerró el encendedor con un chasquido y apoyó la cabeza entre las manos. El amanecer no estaba lejos, pero Shoko sabía que esa noche, como tantas otras, no dormiría. No porque no pudiera, sino porque no quería.
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  • ──── ¡Sacerdote! ¡Que gusto me da verlo! Ha pasado tiempo. ¿No me recuerdas? Cierto que solo eras un mocoso llorón cuándo nos vimos por primera vez. Veo que tu padre te dejó buena herencia y una gran casa, pero, deberías reforzar la seguridad de esta pocilga. Pude entrar en un abrir y cerrar de ojos. . .Y bien ¿Vas invitarme un Whisky al menos o te quedarás ahí parado viéndome como idiota? ────
    ──── ¡Sacerdote! ¡Que gusto me da verlo! Ha pasado tiempo. ¿No me recuerdas? Cierto que solo eras un mocoso llorón cuándo nos vimos por primera vez. Veo que tu padre te dejó buena herencia y una gran casa, pero, deberías reforzar la seguridad de esta pocilga. Pude entrar en un abrir y cerrar de ojos. . .Y bien ¿Vas invitarme un Whisky al menos o te quedarás ahí parado viéndome como idiota? ────
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  • Sus rizos completamente volcados hacia su hombro descubierto.
    Sus labios de un intenso color rojo aterciopelado.
    Sus ojos con un delicado smokey eye.
    Enfundada en su vestido y con los tacones resonando por el bunker hasta que sale de la casa, conduciendo su coche, de camino al pueblo, para mezclarse con la gente, en el ambiente de sábado y enterarse de lo que se cuece.

    #Personajes3D #3D #Cominudad3D
    Sus rizos completamente volcados hacia su hombro descubierto. Sus labios de un intenso color rojo aterciopelado. Sus ojos con un delicado smokey eye. Enfundada en su vestido y con los tacones resonando por el bunker hasta que sale de la casa, conduciendo su coche, de camino al pueblo, para mezclarse con la gente, en el ambiente de sábado y enterarse de lo que se cuece. #Personajes3D #3D #Cominudad3D
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  • De de verdad , crees que puedo mejorar mis habilidades .

    - aún con lágrimas de los ojos . -
    De de verdad , crees que puedo mejorar mis habilidades . - aún con lágrimas de los ojos . -
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  • Al Caer la Noche
    Categoría Acción
    El crepitar del fuego era lo único que rompía el silencio de la vieja casa de piedra. Nathan había caído en un sueño ligero, su cuerpo descansando cerca de la chimenea, rodeado por el calor que lentamente lo relajaba. El cansancio supo ganarle y calló en un sopor tranquilo mientras esperaba el regreso de Maxine Woods. Sin embargo, cuando el sol comenzó a esconderse tras el horizonte, una serie de ladridos le hizo saltar de golpe.

    Sus ojos se abrieron rápidamente y la sensación de frío que recorría su espina dorsal no era por la temperatura. Los ladridos eran cada vez más cercanos y no le costó relacionarlo por lo dicho por la mujer que le ayudó; perros de caza.

    Su mente, aún confusa por la falta de sueño y el estrés de su situación, se puso alerta al instante. El pánico se instaló en su pecho, sabía que no sería capaz de correr lo suficientemente rápido para escapar, pero su instinto de supervivencia se encendió, y sin pensarlo demasiado, se levantó y se acercó a la parte trasera de la casa.

    Los ladridos sonaban más cerca ahora, y Nathan no podía permitir que lo encontraran allí, expuesto.

    Miró hacia el techo, calculando que no sería imposible. Comenzó a trepar hacia arriba, impulsado por la adrenalina. Sabía que no era el lugar ideal, pero el tejado le ofrecería un mínimo de ventaja. Se arrastró con rapidez por las piedras y los escombros, su mente alerta a cada sonido. Sin embargo, en su apuro por escapar, olvidó lo más obvio: no apagar el fuego.

    El resplandor naranja se reflejaba en la oscuridad que empezaba a envolver la casa, y aunque Nathan estaba ahora en el techo, la amenaza del fuego encendido quedaba fuera de su control. Los ladridos se acercaban aún más, y él, tenso y respirando con dificultad, esperaba lo peor.
    El crepitar del fuego era lo único que rompía el silencio de la vieja casa de piedra. Nathan había caído en un sueño ligero, su cuerpo descansando cerca de la chimenea, rodeado por el calor que lentamente lo relajaba. El cansancio supo ganarle y calló en un sopor tranquilo mientras esperaba el regreso de [thegirlfr0mthestars]. Sin embargo, cuando el sol comenzó a esconderse tras el horizonte, una serie de ladridos le hizo saltar de golpe. Sus ojos se abrieron rápidamente y la sensación de frío que recorría su espina dorsal no era por la temperatura. Los ladridos eran cada vez más cercanos y no le costó relacionarlo por lo dicho por la mujer que le ayudó; perros de caza. Su mente, aún confusa por la falta de sueño y el estrés de su situación, se puso alerta al instante. El pánico se instaló en su pecho, sabía que no sería capaz de correr lo suficientemente rápido para escapar, pero su instinto de supervivencia se encendió, y sin pensarlo demasiado, se levantó y se acercó a la parte trasera de la casa. Los ladridos sonaban más cerca ahora, y Nathan no podía permitir que lo encontraran allí, expuesto. Miró hacia el techo, calculando que no sería imposible. Comenzó a trepar hacia arriba, impulsado por la adrenalina. Sabía que no era el lugar ideal, pero el tejado le ofrecería un mínimo de ventaja. Se arrastró con rapidez por las piedras y los escombros, su mente alerta a cada sonido. Sin embargo, en su apuro por escapar, olvidó lo más obvio: no apagar el fuego. El resplandor naranja se reflejaba en la oscuridad que empezaba a envolver la casa, y aunque Nathan estaba ahora en el techo, la amenaza del fuego encendido quedaba fuera de su control. Los ladridos se acercaban aún más, y él, tenso y respirando con dificultad, esperaba lo peor.
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