• Esto se ha publicado como Out Of Character. Tenlo en cuenta al responder.
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    El tirón no fue físico.
    Fue direccional.

    El mundo se plegó a un lado y me vi arrastrada hacia una ciudadela. Durante un instante —solo uno— mi mente proyectó un edificio imposible: cristal, luz, lujo. Un hotel que no debería existir aquí.

    Parpadeé.

    Y la visión se quebró.

    La realidad corrigió el error con violencia. El mármol se volvió piedra oscura, las lámparas se transformaron en antorchas, y el aire se llenó de hierro y disciplina. Una fortaleza. No un refugio. No un hogar.

    El tiempo me lo dijo sin palabras:
    no perteneces a este momento.

    Crucé las puertas.

    Los reclutas me rodearon, hablándome en una lengua fragmentada, áspera, llena de órdenes y jerarquías. Entendía palabras sueltas, gestos, intenciones… pero no el significado completo.

    Excepto uno.

    En mi mente, claro como una cicatriz antigua, emergió un idioma que no necesitaba traducción.

    Tharésh’Kael.

    Las voces dejaron de importarme cuando el general se acercó. Su armadura estaba marcada por campañas largas, y sus ojos no mostraban miedo, solo cálculo.

    —¿Has venido a combatir a la hija del monstruo? —preguntó—.
    ¿A Jennifer?

    Ese nombre atravesó algo en mí.

    Mis sentidos se afilaron. El pulso se aceleró. Una atracción oscura, casi obscena, se deslizó por mi pecho. No era odio. No era lealtad.

    Era deseo de combate.

    Luchar contra ella… contra mi hermana…
    la idea me sedujo más que la promesa de estabilidad, más que la urgencia de mantener este cuerpo que apenas me sostenía.

    Me giré sin responder.

    Tomé una lanza de un estante cercano. Era roma, sin historia, sin gloria. Nada especial.
    Pero cuando la golpeé contra el suelo…

    La piedra resonó.

    La magia Elunai brotó como un reflejo involuntario, clara, pura, incorrecta para este lugar y este tiempo. Las antorchas titilaron. Algunos retrocedieron.

    Mis labios se movieron por primera vez.

    —Jennifer Queen…

    El nombre no fue un reto.
    Fue una invocación.

    Y en algún punto del tiempo, lo supe:
    ella iba a sentirlo.
    El tirón no fue físico. Fue direccional. El mundo se plegó a un lado y me vi arrastrada hacia una ciudadela. Durante un instante —solo uno— mi mente proyectó un edificio imposible: cristal, luz, lujo. Un hotel que no debería existir aquí. Parpadeé. Y la visión se quebró. La realidad corrigió el error con violencia. El mármol se volvió piedra oscura, las lámparas se transformaron en antorchas, y el aire se llenó de hierro y disciplina. Una fortaleza. No un refugio. No un hogar. El tiempo me lo dijo sin palabras: no perteneces a este momento. Crucé las puertas. Los reclutas me rodearon, hablándome en una lengua fragmentada, áspera, llena de órdenes y jerarquías. Entendía palabras sueltas, gestos, intenciones… pero no el significado completo. Excepto uno. En mi mente, claro como una cicatriz antigua, emergió un idioma que no necesitaba traducción. Tharésh’Kael. Las voces dejaron de importarme cuando el general se acercó. Su armadura estaba marcada por campañas largas, y sus ojos no mostraban miedo, solo cálculo. —¿Has venido a combatir a la hija del monstruo? —preguntó—. ¿A Jennifer? Ese nombre atravesó algo en mí. Mis sentidos se afilaron. El pulso se aceleró. Una atracción oscura, casi obscena, se deslizó por mi pecho. No era odio. No era lealtad. Era deseo de combate. Luchar contra ella… contra mi hermana… la idea me sedujo más que la promesa de estabilidad, más que la urgencia de mantener este cuerpo que apenas me sostenía. Me giré sin responder. Tomé una lanza de un estante cercano. Era roma, sin historia, sin gloria. Nada especial. Pero cuando la golpeé contra el suelo… La piedra resonó. La magia Elunai brotó como un reflejo involuntario, clara, pura, incorrecta para este lugar y este tiempo. Las antorchas titilaron. Algunos retrocedieron. Mis labios se movieron por primera vez. —Jennifer Queen… El nombre no fue un reto. Fue una invocación. Y en algún punto del tiempo, lo supe: ella iba a sentirlo.
    El tirón no fue físico.
    Fue direccional.

    El mundo se plegó a un lado y me vi arrastrada hacia una ciudadela. Durante un instante —solo uno— mi mente proyectó un edificio imposible: cristal, luz, lujo. Un hotel que no debería existir aquí.

    Parpadeé.

    Y la visión se quebró.

    La realidad corrigió el error con violencia. El mármol se volvió piedra oscura, las lámparas se transformaron en antorchas, y el aire se llenó de hierro y disciplina. Una fortaleza. No un refugio. No un hogar.

    El tiempo me lo dijo sin palabras:
    no perteneces a este momento.

    Crucé las puertas.

    Los reclutas me rodearon, hablándome en una lengua fragmentada, áspera, llena de órdenes y jerarquías. Entendía palabras sueltas, gestos, intenciones… pero no el significado completo.

    Excepto uno.

    En mi mente, claro como una cicatriz antigua, emergió un idioma que no necesitaba traducción.

    Tharésh’Kael.

    Las voces dejaron de importarme cuando el general se acercó. Su armadura estaba marcada por campañas largas, y sus ojos no mostraban miedo, solo cálculo.

    —¿Has venido a combatir a la hija del monstruo? —preguntó—.
    ¿A Jennifer?

    Ese nombre atravesó algo en mí.

    Mis sentidos se afilaron. El pulso se aceleró. Una atracción oscura, casi obscena, se deslizó por mi pecho. No era odio. No era lealtad.

    Era deseo de combate.

    Luchar contra ella… contra mi hermana…
    la idea me sedujo más que la promesa de estabilidad, más que la urgencia de mantener este cuerpo que apenas me sostenía.

    Me giré sin responder.

    Tomé una lanza de un estante cercano. Era roma, sin historia, sin gloria. Nada especial.
    Pero cuando la golpeé contra el suelo…

    La piedra resonó.

    La magia Elunai brotó como un reflejo involuntario, clara, pura, incorrecta para este lugar y este tiempo. Las antorchas titilaron. Algunos retrocedieron.

    Mis labios se movieron por primera vez.

    —Jennifer Queen…

    El nombre no fue un reto.
    Fue una invocación.

    Y en algún punto del tiempo, lo supe:
    ella iba a sentirlo.
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    Tenlo en cuenta al responder.
    El tirón no fue físico.
    Fue direccional.

    El mundo se plegó a un lado y me vi arrastrada hacia una ciudadela. Durante un instante —solo uno— mi mente proyectó un edificio imposible: cristal, luz, lujo. Un hotel que no debería existir aquí.

    Parpadeé.

    Y la visión se quebró.

    La realidad corrigió el error con violencia. El mármol se volvió piedra oscura, las lámparas se transformaron en antorchas, y el aire se llenó de hierro y disciplina. Una fortaleza. No un refugio. No un hogar.

    El tiempo me lo dijo sin palabras:
    no perteneces a este momento.

    Crucé las puertas.

    Los reclutas me rodearon, hablándome en una lengua fragmentada, áspera, llena de órdenes y jerarquías. Entendía palabras sueltas, gestos, intenciones… pero no el significado completo.

    Excepto uno.

    En mi mente, claro como una cicatriz antigua, emergió un idioma que no necesitaba traducción.

    Tharésh’Kael.

    Las voces dejaron de importarme cuando el general se acercó. Su armadura estaba marcada por campañas largas, y sus ojos no mostraban miedo, solo cálculo.

    —¿Has venido a combatir a la hija del monstruo? —preguntó—.
    ¿A Jennifer?

    Ese nombre atravesó algo en mí.

    Mis sentidos se afilaron. El pulso se aceleró. Una atracción oscura, casi obscena, se deslizó por mi pecho. No era odio. No era lealtad.

    Era deseo de combate.

    Luchar contra ella… contra mi hermana…
    la idea me sedujo más que la promesa de estabilidad, más que la urgencia de mantener este cuerpo que apenas me sostenía.

    Me giré sin responder.

    Tomé una lanza de un estante cercano. Era roma, sin historia, sin gloria. Nada especial.
    Pero cuando la golpeé contra el suelo…

    La piedra resonó.

    La magia Elunai brotó como un reflejo involuntario, clara, pura, incorrecta para este lugar y este tiempo. Las antorchas titilaron. Algunos retrocedieron.

    Mis labios se movieron por primera vez.

    —Jennifer Queen…

    El nombre no fue un reto.
    Fue una invocación.

    Y en algún punto del tiempo, lo supe:
    ella iba a sentirlo.
    El tirón no fue físico. Fue direccional. El mundo se plegó a un lado y me vi arrastrada hacia una ciudadela. Durante un instante —solo uno— mi mente proyectó un edificio imposible: cristal, luz, lujo. Un hotel que no debería existir aquí. Parpadeé. Y la visión se quebró. La realidad corrigió el error con violencia. El mármol se volvió piedra oscura, las lámparas se transformaron en antorchas, y el aire se llenó de hierro y disciplina. Una fortaleza. No un refugio. No un hogar. El tiempo me lo dijo sin palabras: no perteneces a este momento. Crucé las puertas. Los reclutas me rodearon, hablándome en una lengua fragmentada, áspera, llena de órdenes y jerarquías. Entendía palabras sueltas, gestos, intenciones… pero no el significado completo. Excepto uno. En mi mente, claro como una cicatriz antigua, emergió un idioma que no necesitaba traducción. Tharésh’Kael. Las voces dejaron de importarme cuando el general se acercó. Su armadura estaba marcada por campañas largas, y sus ojos no mostraban miedo, solo cálculo. —¿Has venido a combatir a la hija del monstruo? —preguntó—. ¿A Jennifer? Ese nombre atravesó algo en mí. Mis sentidos se afilaron. El pulso se aceleró. Una atracción oscura, casi obscena, se deslizó por mi pecho. No era odio. No era lealtad. Era deseo de combate. Luchar contra ella… contra mi hermana… la idea me sedujo más que la promesa de estabilidad, más que la urgencia de mantener este cuerpo que apenas me sostenía. Me giré sin responder. Tomé una lanza de un estante cercano. Era roma, sin historia, sin gloria. Nada especial. Pero cuando la golpeé contra el suelo… La piedra resonó. La magia Elunai brotó como un reflejo involuntario, clara, pura, incorrecta para este lugar y este tiempo. Las antorchas titilaron. Algunos retrocedieron. Mis labios se movieron por primera vez. —Jennifer Queen… El nombre no fue un reto. Fue una invocación. Y en algún punto del tiempo, lo supe: ella iba a sentirlo.
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  • Cap: 03.

    La lluvia revivió un recuerdo, el único que él tenía; el frío hasta las rodillas, haciéndole peso a sus pies y brindando el lujo de sentir algo. Pero ese charco, dónde se encuentra ahora mismo, apenas tapa sus pies, el agua es más cálida que aquella de su memoria, está sucia y el fondo se escurre entre los dedos de sus pies con un lodo pegajoso.

    El sol hace esfuerzos para iluminar el bosque, pero la densidad de las nubes se lo niegan. Destellos emergen de ellas, blancos, fugaces. Un brillo diferente al de las estrellas que parece tener su propia gracia y fuerza.

    El impacto de cada gota en conjunto generó ruido infernal, ensordecedor, capaz de abarcar cada centímetro de bosque.

    Empezó la noche anterior, luego de seis días de intenso calor. El ambiente se siente pesado, sofocante, incluso podría jurar que estaba sudando y que el sudor se fundía con la lluvia. Tal vez se debía al vapor, sumado a la falta de viento.

    El cabello lo trae pegado a la cara, mojado, pesado y desordenado. Parecía una melena caprichosa, de esas que parecen empeorar en cuanto más intentas darle orden. Dio un mordisco al fruto que traía en su mano, de color rojo y textura jugosa con patrones circulares, antes de continuar con su caminata entre los árboles.

    Las horas transcurrieron sin que la lluvia quisiera dar tregua. Los charcos se convirtieron en lagunas y los espacios entre raíces en ríos.

    —Que bonito es el cielo.

    Escuchó una voz desde atrás de un árbol, justo después de pasar frente a él. Volteó a ver y lo que encontró fueron dos orbes de brillante color dorado.

    El ruido de la lluvia pareció desvanecerse, pero persistía con una presencia sumamente inferior. Él era la razón, ese hombre que apareció tan repentinamente.

    El intercambio de miradas carecía de igualdad.

    El pelirrojo refleja perplejidad en los ojos, mezclado con algo de temor.
    El morocho tenía una mirada intensa, casi de depredador.

    Lo último que escuchó fueron crujidos.
    Lo último que vio fue un brazo izquierdo que se desplazó como una ráfaga de viento.
    Lo último que sintió fue frío, junto con la perdida de sensibilidad en todo el cuerpo.
    Cap: 03. La lluvia revivió un recuerdo, el único que él tenía; el frío hasta las rodillas, haciéndole peso a sus pies y brindando el lujo de sentir algo. Pero ese charco, dónde se encuentra ahora mismo, apenas tapa sus pies, el agua es más cálida que aquella de su memoria, está sucia y el fondo se escurre entre los dedos de sus pies con un lodo pegajoso. El sol hace esfuerzos para iluminar el bosque, pero la densidad de las nubes se lo niegan. Destellos emergen de ellas, blancos, fugaces. Un brillo diferente al de las estrellas que parece tener su propia gracia y fuerza. El impacto de cada gota en conjunto generó ruido infernal, ensordecedor, capaz de abarcar cada centímetro de bosque. Empezó la noche anterior, luego de seis días de intenso calor. El ambiente se siente pesado, sofocante, incluso podría jurar que estaba sudando y que el sudor se fundía con la lluvia. Tal vez se debía al vapor, sumado a la falta de viento. El cabello lo trae pegado a la cara, mojado, pesado y desordenado. Parecía una melena caprichosa, de esas que parecen empeorar en cuanto más intentas darle orden. Dio un mordisco al fruto que traía en su mano, de color rojo y textura jugosa con patrones circulares, antes de continuar con su caminata entre los árboles. Las horas transcurrieron sin que la lluvia quisiera dar tregua. Los charcos se convirtieron en lagunas y los espacios entre raíces en ríos. —Que bonito es el cielo. Escuchó una voz desde atrás de un árbol, justo después de pasar frente a él. Volteó a ver y lo que encontró fueron dos orbes de brillante color dorado. El ruido de la lluvia pareció desvanecerse, pero persistía con una presencia sumamente inferior. Él era la razón, ese hombre que apareció tan repentinamente. El intercambio de miradas carecía de igualdad. El pelirrojo refleja perplejidad en los ojos, mezclado con algo de temor. El morocho tenía una mirada intensa, casi de depredador. Lo último que escuchó fueron crujidos. Lo último que vio fue un brazo izquierdo que se desplazó como una ráfaga de viento. Lo último que sintió fue frío, junto con la perdida de sensibilidad en todo el cuerpo.
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  • La entidad caótica del placer —la más terrible de todas— Naamah, me ha dejado preñada.
    Por ser la reina de la lujuria y la princesa del caos.
    Esas cualidades, grabadas en mi alma como sellos ardientes, me han convertido en un recipiente ideal para engendrar los engendros del Caos.

    Me convertiré en la madre de las abominaciones de Naamah.
    Al menos de una de ellas…
    La primera en la que mi ama Naamah ha confiado —o la primera que ha sobrevivido— para tan impía labor.


    ---

    Despierto al día siguiente del sello de Naamah.

    El dolor me arranca el aliento.
    Mi útero arde, quema desde dentro como jamás hubiera imaginado posible, como si serpientes iracundas navegaran por el saco amniótico, enroscándose unas contra otras, peleando por existir.

    Me llevo una mano al vientre, temblorosa.
    La piel está caliente, viva, demasiado viva.
    Cada espasmo es una promesa monstruosa, cada latido un recordatorio de lo que crece en mí.

    Cierro los ojos.
    Respiro.
    Y entonces canto.

    Una nana antigua, nacida en Tharésh’Kael, un idioma que no se aprende: se recuerda.

    Mi voz se desliza suave, oscura, envolvente:

    **“Shae’lin… shaer’na vel…
    Umrae thil, umrae thil…
    Kaor’eth narae, narae suul…
    Vel’thra… vel’thra… duerm’kael…

    Shaa… shaa…
    Noktir vael en’th…”**

    El dolor cede poco a poco.
    Las serpientes se aquietan.
    El caos se repliega, dormido, escuchando a su madre.

    Mi vientre se calma.
    Ellos duermen.

    Y yo, contra toda lógica, contra todo juicio…
    no puedo evitar sonreír.

    Naamah
    La entidad caótica del placer —la más terrible de todas— Naamah, me ha dejado preñada. Por ser la reina de la lujuria y la princesa del caos. Esas cualidades, grabadas en mi alma como sellos ardientes, me han convertido en un recipiente ideal para engendrar los engendros del Caos. Me convertiré en la madre de las abominaciones de Naamah. Al menos de una de ellas… La primera en la que mi ama Naamah ha confiado —o la primera que ha sobrevivido— para tan impía labor. --- Despierto al día siguiente del sello de Naamah. El dolor me arranca el aliento. Mi útero arde, quema desde dentro como jamás hubiera imaginado posible, como si serpientes iracundas navegaran por el saco amniótico, enroscándose unas contra otras, peleando por existir. Me llevo una mano al vientre, temblorosa. La piel está caliente, viva, demasiado viva. Cada espasmo es una promesa monstruosa, cada latido un recordatorio de lo que crece en mí. Cierro los ojos. Respiro. Y entonces canto. Una nana antigua, nacida en Tharésh’Kael, un idioma que no se aprende: se recuerda. Mi voz se desliza suave, oscura, envolvente: **“Shae’lin… shaer’na vel… Umrae thil, umrae thil… Kaor’eth narae, narae suul… Vel’thra… vel’thra… duerm’kael… Shaa… shaa… Noktir vael en’th…”** El dolor cede poco a poco. Las serpientes se aquietan. El caos se repliega, dormido, escuchando a su madre. Mi vientre se calma. Ellos duermen. Y yo, contra toda lógica, contra todo juicio… no puedo evitar sonreír. [n.a.a.m.a.h]
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  • En el camino a casa, Ángel no había dejado de abrazar a uno de sus niños ¿Cual? Ni lo había pensado simplemente agarró uno y Husk al otro. El caso es que no lo soltó y con una mano se aferraba de paso al que llevaba su prometido, aterrado. Como si temiera que se los fueran a arrebatar.

    Nadie dijo nada en todo el camino que fueron escoltados hasta el hotel. Al llegar, se fueron directamente a la habitación, ignorando por completo el desastre por el combate en la recepción. Esa noche, los niños que seguían temblando y asustados dormirían con ellos. Esa noche y las que hicieran falta, pues estaba claro que esté iba a ser el primer gran trauma de los pequeños. Una sádica bienvenida.

    Los cuatro se metieron en la cama, sin embargo Ángel no podía dormir, era completamente incapaz no paraba de repetirse lo sucedido en su mente y peor... Lo que podría haber pasado de no ser por Alessio. En silencio se levantó sin saber si Husk estaba o no dormido y caminó hacia el balcón de su habitación, salió al exterior. En silencio se apoyó con las manos en la barandilla y se prendió un cigarro con las libres, sus manos temblaban, sus ojos se empañaban de lágrimas y si respiración no era normal. Tomó una larga calada tratando de calmarse y se llevó unas manos de la cabeza hasta la nuca sin dejar de sostenerse. Triste, estaba sintiendo después de mucho tiempo el amargo llamado de las drogas, pero no iba a ceder a ellos, no otra vez, no como cuando escapó del psiquiátrico. Esa no era la solución y aunque "se quitase de en medio" su maldita familia ya había encontrado a los niños.

    Ya no eran libres. Si, su hermano había conseguido que los dejasen de lado y protegidos pero, ya no tenían escapatoria otra vez. Otra vez cuando creía que podía elegir, que podía estar en paz con quien amaba, la realidad regresaba para recordarle donde estaba y que no tenía derecho a nada.
    En el camino a casa, Ángel no había dejado de abrazar a uno de sus niños ¿Cual? Ni lo había pensado simplemente agarró uno y [barcat75] al otro. El caso es que no lo soltó y con una mano se aferraba de paso al que llevaba su prometido, aterrado. Como si temiera que se los fueran a arrebatar. Nadie dijo nada en todo el camino que fueron escoltados hasta el hotel. Al llegar, se fueron directamente a la habitación, ignorando por completo el desastre por el combate en la recepción. Esa noche, los niños que seguían temblando y asustados dormirían con ellos. Esa noche y las que hicieran falta, pues estaba claro que esté iba a ser el primer gran trauma de los pequeños. Una sádica bienvenida. Los cuatro se metieron en la cama, sin embargo Ángel no podía dormir, era completamente incapaz no paraba de repetirse lo sucedido en su mente y peor... Lo que podría haber pasado de no ser por Alessio. En silencio se levantó sin saber si Husk estaba o no dormido y caminó hacia el balcón de su habitación, salió al exterior. En silencio se apoyó con las manos en la barandilla y se prendió un cigarro con las libres, sus manos temblaban, sus ojos se empañaban de lágrimas y si respiración no era normal. Tomó una larga calada tratando de calmarse y se llevó unas manos de la cabeza hasta la nuca sin dejar de sostenerse. Triste, estaba sintiendo después de mucho tiempo el amargo llamado de las drogas, pero no iba a ceder a ellos, no otra vez, no como cuando escapó del psiquiátrico. Esa no era la solución y aunque "se quitase de en medio" su maldita familia ya había encontrado a los niños. Ya no eran libres. Si, su hermano había conseguido que los dejasen de lado y protegidos pero, ya no tenían escapatoria otra vez. Otra vez cuando creía que podía elegir, que podía estar en paz con quien amaba, la realidad regresaba para recordarle donde estaba y que no tenía derecho a nada.
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    —La Agencia de Seguridad Pública de Cazadores de Demonios no era ajena al desorden, pero había límites. La ausencia repentina e imprevista de Denji y Aki Hayakawa (ya sea por una misión de alto secreto, una baja médica, o cualquier excusa conveniente) había dejado a Power sin su cadena más inmediata de supervisión.
    La respuesta de la Cuarta División Experimental fue inmediata y unánime: Caos.
    La Blood Fiend en su libre albedrío era una fuerza incontrolable de mala higiene, evasión de tareas, gasto innecesario, y una flagrante falta de respeto por cualquier norma social o protocolo de seguridad. El escenario era inaceptable.
    Por ello, se había tomado una decisión, una orden que no admitía réplica ni debate:

    — "Cazador, hasta que Denji y Aki estén nuevamente disponibles, la responsabilidad de la Blood Fiend es tuya. Mantén la calma, la cordura... y, sobre todo, mantén a Power lejos de la oficina central."—

    ☆[La Recepción]☆

    El peso de esa nueva "carga" se hizo tangible en el umbral de tu puerta.
    Allí estaba Power, plantada con una pila de maletas desiguales que parecían contener más basura que ropa, y su querida gata Nyako (envuelta en una bufanda cuestionablemente limpia) encaramada a su hombro.
    A diferencia de su habitual insolencia, la situación la había forzado a una tensión incómoda. Sus ojos dorados te miraban con una mezcla de aburrimiento y resentimiento palpable, pero su postura era, para su disgusto, estrictamente respetuosa. Sabía que tú no eras Denji, y que la disciplina de la Agencia era una espada que podía caerle encima si se excedía.
    La pregunta para ti es:

    ¿Qué harías como el nuevo guardián forzoso de Power? ¿Cómo manejarías esta bomba de relojería que acaba de aterrizar en tu sala de estar?
    —La Agencia de Seguridad Pública de Cazadores de Demonios no era ajena al desorden, pero había límites. La ausencia repentina e imprevista de Denji y Aki Hayakawa (ya sea por una misión de alto secreto, una baja médica, o cualquier excusa conveniente) había dejado a Power sin su cadena más inmediata de supervisión. La respuesta de la Cuarta División Experimental fue inmediata y unánime: Caos. La Blood Fiend en su libre albedrío era una fuerza incontrolable de mala higiene, evasión de tareas, gasto innecesario, y una flagrante falta de respeto por cualquier norma social o protocolo de seguridad. El escenario era inaceptable. Por ello, se había tomado una decisión, una orden que no admitía réplica ni debate: — "Cazador, hasta que Denji y Aki estén nuevamente disponibles, la responsabilidad de la Blood Fiend es tuya. Mantén la calma, la cordura... y, sobre todo, mantén a Power lejos de la oficina central."— ☆[La Recepción]☆ El peso de esa nueva "carga" se hizo tangible en el umbral de tu puerta. Allí estaba Power, plantada con una pila de maletas desiguales que parecían contener más basura que ropa, y su querida gata Nyako (envuelta en una bufanda cuestionablemente limpia) encaramada a su hombro. A diferencia de su habitual insolencia, la situación la había forzado a una tensión incómoda. Sus ojos dorados te miraban con una mezcla de aburrimiento y resentimiento palpable, pero su postura era, para su disgusto, estrictamente respetuosa. Sabía que tú no eras Denji, y que la disciplina de la Agencia era una espada que podía caerle encima si se excedía. La pregunta para ti es: ¿Qué harías como el nuevo guardián forzoso de Power? ¿Cómo manejarías esta bomba de relojería que acaba de aterrizar en tu sala de estar?
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  • Si solo cada noche aunque duerma, deseo sentir tu dulce caricia, asi como yo te extraño a ti.
    Deseo ver tus hermosos ojos heterocromaticos... Y tu hermosa sonrisa.
    Si solo cada noche aunque duerma, deseo sentir tu dulce caricia, asi como yo te extraño a ti. Deseo ver tus hermosos ojos heterocromaticos... Y tu hermosa sonrisa.
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  • -mamá consiguio un gato...- se quedo viendo al gato a los ojos, aquella mirada vacia y boba lo confundia siendo tomado por sorpresa cuando saco la lengua dejandolo con una risita -no creo que sepa que existe o algo-
    -mamá consiguio un gato...- se quedo viendo al gato a los ojos, aquella mirada vacia y boba lo confundia siendo tomado por sorpresa cuando saco la lengua dejandolo con una risita -no creo que sepa que existe o algo-
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  • ── Protocolo: Reparar bancos de memoria.
    Restaurando. . .
    ERROR FATAL. Reiniciando.

    [ Sus ojos se apagan, su cabeza cae un poco. Unos segundos después, vuelven a encenderse y el bucle continúa, sin saber cuánto tiempo lleva ahí. ]

    ── Protocolo: Reparar bancos de memoria.
    Restaurando. . .
    ERROR FATAL. Reiniciando.
    ── Protocolo: Reparar bancos de memoria. Restaurando. . . ERROR FATAL. Reiniciando. [ Sus ojos se apagan, su cabeza cae un poco. Unos segundos después, vuelven a encenderse y el bucle continúa, sin saber cuánto tiempo lleva ahí. ] ── Protocolo: Reparar bancos de memoria. Restaurando. . . ERROR FATAL. Reiniciando.
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  • Rastros de tinta.
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    Shiori Novella

    Nerissa no estaba de humor ¿Dónde diablos está Shiori? Todo era extraño, había desaparecido de la nada y sabiendo que eran fugitivas, le preocupaba en exceso que quizás haya ocurrido lo peor.

    Shiori le había contado a Nerissa sobre diferentes lugares donde se escondía, pero...

    — ¡¿Por qué no me pudo dar una dirección?! — Dijo algo enfadada.

    Shiori le había estado dejando pistas, por Dios ¿No era más fácil decirle la dirección de los lugares? Pero, por mucho que le frustrara, entendía la precaución de Shiori, siempre había sido precavida, y, aunque a veces le diera rabia, era la líder del grupo, tendría motivos para hacerlo así.

    — Cuando la encuentre, más le vale al menos decirme algo bonito... — Murmuró, suspirando.

    Tras seguir las pistas de Shiori durante un tiempo, hoy era el día... O eso esperaba Nerissa.

    Un bloque de apartamentos, menudo escondite, alzó la mirada, viendo las escaleras que tenía que subir. — No podría haber elegido un lugar peor. — Se quejó, bajó la mirada, derrotada ¿Tendría que subir escaleras?¿No había un ascensor? — Me estás haciendo trabajar mucho Shiori. — Realmente... Por mucho que se quejara, estaba preocupada.

    Profundamente preocupada.

    — En serio... ¿Estás bien? — Murmuró para sus adentros mientras subía la escaleras hasta finalmente alcanzar el piso que creía que era, solamente esperaba no haberse equivocado.

    Fue a la puerta indicada, metió la llave y... ¡Clic! — No me lo puedo creer, ha funcionado de verdad. — Otra vez, su mente prodigiosa daba frutos.

    Entró en el apartamento, todo estaba ordenado, quizás... Demasiado, como se nota que Shiori era archivista.

    Al cruzar hacia la sala, sus ojos se posaron inmediatamente sobre una libreta que había en la mesa... Se acercó tranquilamente y tomó asiento antes de tomar la libreta y abrirla para comenzar a leer. — Más te vale ser útil... —
    [specter_copper_horse_768] Nerissa no estaba de humor ¿Dónde diablos está Shiori? Todo era extraño, había desaparecido de la nada y sabiendo que eran fugitivas, le preocupaba en exceso que quizás haya ocurrido lo peor. Shiori le había contado a Nerissa sobre diferentes lugares donde se escondía, pero... — ¡¿Por qué no me pudo dar una dirección?! — Dijo algo enfadada. Shiori le había estado dejando pistas, por Dios ¿No era más fácil decirle la dirección de los lugares? Pero, por mucho que le frustrara, entendía la precaución de Shiori, siempre había sido precavida, y, aunque a veces le diera rabia, era la líder del grupo, tendría motivos para hacerlo así. — Cuando la encuentre, más le vale al menos decirme algo bonito... — Murmuró, suspirando. Tras seguir las pistas de Shiori durante un tiempo, hoy era el día... O eso esperaba Nerissa. Un bloque de apartamentos, menudo escondite, alzó la mirada, viendo las escaleras que tenía que subir. — No podría haber elegido un lugar peor. — Se quejó, bajó la mirada, derrotada ¿Tendría que subir escaleras?¿No había un ascensor? — Me estás haciendo trabajar mucho Shiori. — Realmente... Por mucho que se quejara, estaba preocupada. Profundamente preocupada. — En serio... ¿Estás bien? — Murmuró para sus adentros mientras subía la escaleras hasta finalmente alcanzar el piso que creía que era, solamente esperaba no haberse equivocado. Fue a la puerta indicada, metió la llave y... ¡Clic! — No me lo puedo creer, ha funcionado de verdad. — Otra vez, su mente prodigiosa daba frutos. Entró en el apartamento, todo estaba ordenado, quizás... Demasiado, como se nota que Shiori era archivista. Al cruzar hacia la sala, sus ojos se posaron inmediatamente sobre una libreta que había en la mesa... Se acercó tranquilamente y tomó asiento antes de tomar la libreta y abrirla para comenzar a leer. — Más te vale ser útil... —
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