Esto se ha publicado como Out Of Character. Tenlo en cuenta al responder.
Esto se ha publicado como Out Of Character.
Tenlo en cuenta al responder.
El tirón no fue físico.
Fue direccional.
El mundo se plegó a un lado y me vi arrastrada hacia una ciudadela. Durante un instante —solo uno— mi mente proyectó un edificio imposible: cristal, luz, lujo. Un hotel que no debería existir aquí.
Parpadeé.
Y la visión se quebró.
La realidad corrigió el error con violencia. El mármol se volvió piedra oscura, las lámparas se transformaron en antorchas, y el aire se llenó de hierro y disciplina. Una fortaleza. No un refugio. No un hogar.
El tiempo me lo dijo sin palabras:
no perteneces a este momento.
Crucé las puertas.
Los reclutas me rodearon, hablándome en una lengua fragmentada, áspera, llena de órdenes y jerarquías. Entendía palabras sueltas, gestos, intenciones… pero no el significado completo.
Excepto uno.
En mi mente, claro como una cicatriz antigua, emergió un idioma que no necesitaba traducción.
Tharésh’Kael.
Las voces dejaron de importarme cuando el general se acercó. Su armadura estaba marcada por campañas largas, y sus ojos no mostraban miedo, solo cálculo.
—¿Has venido a combatir a la hija del monstruo? —preguntó—.
¿A Jennifer?
Ese nombre atravesó algo en mí.
Mis sentidos se afilaron. El pulso se aceleró. Una atracción oscura, casi obscena, se deslizó por mi pecho. No era odio. No era lealtad.
Era deseo de combate.
Luchar contra ella… contra mi hermana…
la idea me sedujo más que la promesa de estabilidad, más que la urgencia de mantener este cuerpo que apenas me sostenía.
Me giré sin responder.
Tomé una lanza de un estante cercano. Era roma, sin historia, sin gloria. Nada especial.
Pero cuando la golpeé contra el suelo…
La piedra resonó.
La magia Elunai brotó como un reflejo involuntario, clara, pura, incorrecta para este lugar y este tiempo. Las antorchas titilaron. Algunos retrocedieron.
Mis labios se movieron por primera vez.
—Jennifer Queen…
El nombre no fue un reto.
Fue una invocación.
Y en algún punto del tiempo, lo supe:
ella iba a sentirlo.
Fue direccional.
El mundo se plegó a un lado y me vi arrastrada hacia una ciudadela. Durante un instante —solo uno— mi mente proyectó un edificio imposible: cristal, luz, lujo. Un hotel que no debería existir aquí.
Parpadeé.
Y la visión se quebró.
La realidad corrigió el error con violencia. El mármol se volvió piedra oscura, las lámparas se transformaron en antorchas, y el aire se llenó de hierro y disciplina. Una fortaleza. No un refugio. No un hogar.
El tiempo me lo dijo sin palabras:
no perteneces a este momento.
Crucé las puertas.
Los reclutas me rodearon, hablándome en una lengua fragmentada, áspera, llena de órdenes y jerarquías. Entendía palabras sueltas, gestos, intenciones… pero no el significado completo.
Excepto uno.
En mi mente, claro como una cicatriz antigua, emergió un idioma que no necesitaba traducción.
Tharésh’Kael.
Las voces dejaron de importarme cuando el general se acercó. Su armadura estaba marcada por campañas largas, y sus ojos no mostraban miedo, solo cálculo.
—¿Has venido a combatir a la hija del monstruo? —preguntó—.
¿A Jennifer?
Ese nombre atravesó algo en mí.
Mis sentidos se afilaron. El pulso se aceleró. Una atracción oscura, casi obscena, se deslizó por mi pecho. No era odio. No era lealtad.
Era deseo de combate.
Luchar contra ella… contra mi hermana…
la idea me sedujo más que la promesa de estabilidad, más que la urgencia de mantener este cuerpo que apenas me sostenía.
Me giré sin responder.
Tomé una lanza de un estante cercano. Era roma, sin historia, sin gloria. Nada especial.
Pero cuando la golpeé contra el suelo…
La piedra resonó.
La magia Elunai brotó como un reflejo involuntario, clara, pura, incorrecta para este lugar y este tiempo. Las antorchas titilaron. Algunos retrocedieron.
Mis labios se movieron por primera vez.
—Jennifer Queen…
El nombre no fue un reto.
Fue una invocación.
Y en algún punto del tiempo, lo supe:
ella iba a sentirlo.
El tirón no fue físico.
Fue direccional.
El mundo se plegó a un lado y me vi arrastrada hacia una ciudadela. Durante un instante —solo uno— mi mente proyectó un edificio imposible: cristal, luz, lujo. Un hotel que no debería existir aquí.
Parpadeé.
Y la visión se quebró.
La realidad corrigió el error con violencia. El mármol se volvió piedra oscura, las lámparas se transformaron en antorchas, y el aire se llenó de hierro y disciplina. Una fortaleza. No un refugio. No un hogar.
El tiempo me lo dijo sin palabras:
no perteneces a este momento.
Crucé las puertas.
Los reclutas me rodearon, hablándome en una lengua fragmentada, áspera, llena de órdenes y jerarquías. Entendía palabras sueltas, gestos, intenciones… pero no el significado completo.
Excepto uno.
En mi mente, claro como una cicatriz antigua, emergió un idioma que no necesitaba traducción.
Tharésh’Kael.
Las voces dejaron de importarme cuando el general se acercó. Su armadura estaba marcada por campañas largas, y sus ojos no mostraban miedo, solo cálculo.
—¿Has venido a combatir a la hija del monstruo? —preguntó—.
¿A Jennifer?
Ese nombre atravesó algo en mí.
Mis sentidos se afilaron. El pulso se aceleró. Una atracción oscura, casi obscena, se deslizó por mi pecho. No era odio. No era lealtad.
Era deseo de combate.
Luchar contra ella… contra mi hermana…
la idea me sedujo más que la promesa de estabilidad, más que la urgencia de mantener este cuerpo que apenas me sostenía.
Me giré sin responder.
Tomé una lanza de un estante cercano. Era roma, sin historia, sin gloria. Nada especial.
Pero cuando la golpeé contra el suelo…
La piedra resonó.
La magia Elunai brotó como un reflejo involuntario, clara, pura, incorrecta para este lugar y este tiempo. Las antorchas titilaron. Algunos retrocedieron.
Mis labios se movieron por primera vez.
—Jennifer Queen…
El nombre no fue un reto.
Fue una invocación.
Y en algún punto del tiempo, lo supe:
ella iba a sentirlo.
El tirón no fue físico.
Fue direccional.
El mundo se plegó a un lado y me vi arrastrada hacia una ciudadela. Durante un instante —solo uno— mi mente proyectó un edificio imposible: cristal, luz, lujo. Un hotel que no debería existir aquí.
Parpadeé.
Y la visión se quebró.
La realidad corrigió el error con violencia. El mármol se volvió piedra oscura, las lámparas se transformaron en antorchas, y el aire se llenó de hierro y disciplina. Una fortaleza. No un refugio. No un hogar.
El tiempo me lo dijo sin palabras:
no perteneces a este momento.
Crucé las puertas.
Los reclutas me rodearon, hablándome en una lengua fragmentada, áspera, llena de órdenes y jerarquías. Entendía palabras sueltas, gestos, intenciones… pero no el significado completo.
Excepto uno.
En mi mente, claro como una cicatriz antigua, emergió un idioma que no necesitaba traducción.
Tharésh’Kael.
Las voces dejaron de importarme cuando el general se acercó. Su armadura estaba marcada por campañas largas, y sus ojos no mostraban miedo, solo cálculo.
—¿Has venido a combatir a la hija del monstruo? —preguntó—.
¿A Jennifer?
Ese nombre atravesó algo en mí.
Mis sentidos se afilaron. El pulso se aceleró. Una atracción oscura, casi obscena, se deslizó por mi pecho. No era odio. No era lealtad.
Era deseo de combate.
Luchar contra ella… contra mi hermana…
la idea me sedujo más que la promesa de estabilidad, más que la urgencia de mantener este cuerpo que apenas me sostenía.
Me giré sin responder.
Tomé una lanza de un estante cercano. Era roma, sin historia, sin gloria. Nada especial.
Pero cuando la golpeé contra el suelo…
La piedra resonó.
La magia Elunai brotó como un reflejo involuntario, clara, pura, incorrecta para este lugar y este tiempo. Las antorchas titilaron. Algunos retrocedieron.
Mis labios se movieron por primera vez.
—Jennifer Queen…
El nombre no fue un reto.
Fue una invocación.
Y en algún punto del tiempo, lo supe:
ella iba a sentirlo.
Fue direccional.
El mundo se plegó a un lado y me vi arrastrada hacia una ciudadela. Durante un instante —solo uno— mi mente proyectó un edificio imposible: cristal, luz, lujo. Un hotel que no debería existir aquí.
Parpadeé.
Y la visión se quebró.
La realidad corrigió el error con violencia. El mármol se volvió piedra oscura, las lámparas se transformaron en antorchas, y el aire se llenó de hierro y disciplina. Una fortaleza. No un refugio. No un hogar.
El tiempo me lo dijo sin palabras:
no perteneces a este momento.
Crucé las puertas.
Los reclutas me rodearon, hablándome en una lengua fragmentada, áspera, llena de órdenes y jerarquías. Entendía palabras sueltas, gestos, intenciones… pero no el significado completo.
Excepto uno.
En mi mente, claro como una cicatriz antigua, emergió un idioma que no necesitaba traducción.
Tharésh’Kael.
Las voces dejaron de importarme cuando el general se acercó. Su armadura estaba marcada por campañas largas, y sus ojos no mostraban miedo, solo cálculo.
—¿Has venido a combatir a la hija del monstruo? —preguntó—.
¿A Jennifer?
Ese nombre atravesó algo en mí.
Mis sentidos se afilaron. El pulso se aceleró. Una atracción oscura, casi obscena, se deslizó por mi pecho. No era odio. No era lealtad.
Era deseo de combate.
Luchar contra ella… contra mi hermana…
la idea me sedujo más que la promesa de estabilidad, más que la urgencia de mantener este cuerpo que apenas me sostenía.
Me giré sin responder.
Tomé una lanza de un estante cercano. Era roma, sin historia, sin gloria. Nada especial.
Pero cuando la golpeé contra el suelo…
La piedra resonó.
La magia Elunai brotó como un reflejo involuntario, clara, pura, incorrecta para este lugar y este tiempo. Las antorchas titilaron. Algunos retrocedieron.
Mis labios se movieron por primera vez.
—Jennifer Queen…
El nombre no fue un reto.
Fue una invocación.
Y en algún punto del tiempo, lo supe:
ella iba a sentirlo.
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