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    Las antiguas piedras del castillo han visto siglos pasar, susurros en los pasillos, historias grabadas en sus muros. En esta época de intrigas y misterios, Malvyna camina con la gracia de quien ha visto reinos alzarse y caer. como una sombra danzante en el corazón de la noche medieval. ¿Qué secretos guardará este castillo?
    Las antiguas piedras del castillo han visto siglos pasar, susurros en los pasillos, historias grabadas en sus muros. En esta época de intrigas y misterios, Malvyna camina con la gracia de quien ha visto reinos alzarse y caer. como una sombra danzante en el corazón de la noche medieval. ¿Qué secretos guardará este castillo?
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  • —¿Tan jodida se ha vuelto su vida que ahora recuerda con añoranza esos días en los que pasaba horas reforzando muros, verjas y torres? Efectivamente. Ahora mientras recorre las carreteras del centro de Georgia, sola y con la sensación de haber perdido su punto de ancla, Liv intenta mantenerse cuerda aferrándose a los recuerdos de la época en que era feliz, en que todo parecía... más sencillo—

    ㅤㅤㅤㅤㅤ #SeductiveSunday #BootySunday

    ㅤㅤㅤㅤㅤ #Personajes3D #3D #Comunidad3D
    —¿Tan jodida se ha vuelto su vida que ahora recuerda con añoranza esos días en los que pasaba horas reforzando muros, verjas y torres? Efectivamente. Ahora mientras recorre las carreteras del centro de Georgia, sola y con la sensación de haber perdido su punto de ancla, Liv intenta mantenerse cuerda aferrándose a los recuerdos de la época en que era feliz, en que todo parecía... más sencillo— ㅤㅤㅤㅤㅤ #SeductiveSunday #BootySunday ㅤㅤㅤㅤㅤ #Personajes3D #3D #Comunidad3D
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  • — Las vistas. Los amaneceres. La suave brisa que consigo trae el pacífico ambiente de esta ciudad. Las personas llevando su vida cotidiana en paz... Hace que cada noche valga la pena... "Caballero Oscuro"—.

    Suspiró en lo alto del campanario de la catedral central. Estaba vendado de forma improvisada por él mismo y sus prendas algo rasgadas. Alguno que otro corte o raspón superficial con una que otra mancha de sangre en sus ropas.

    No obstante traía consigo una sonrisa al ver la paz del amanecer. La noche trae consigo la amenaza del Abismo, del crimen ajeno a la ciudad y tantas otras cosas... Y la previa al saludo del sol aquella mañana fue una de esas.

    Se encargó de todo. Alguna que otra zona fuera de las paredes de la citadel en cenizas y chamuscadas por el fuego. Tal vez alguna carroza destrozada, las garras de las criaturas de la noche carvadas en los muros, garras contra las cual chocó el metal de su espada horas atrás... Y el cadáver de alguno de estos seres inevitablemente sería encontrado por las patrullas, así como dos que tres ladronzuelo a atados de cabeza a algún poste de luz.

    La leyenda del Caballero Oscuro se corría a voces por la ciudad. Ese protector que sólo actuaba durante las noches, haciendo lo que las autoridades por alguna razón no lograban. Se decía que era un hombre, otros sólo veían una sombra, pero siempre había un elemento en común en cada historia: Fuego.

    Diluc en ese momento le hablaba a aquel caballero... Después de todo, se trataba de sí mismo.
    — Las vistas. Los amaneceres. La suave brisa que consigo trae el pacífico ambiente de esta ciudad. Las personas llevando su vida cotidiana en paz... Hace que cada noche valga la pena... "Caballero Oscuro"—. Suspiró en lo alto del campanario de la catedral central. Estaba vendado de forma improvisada por él mismo y sus prendas algo rasgadas. Alguno que otro corte o raspón superficial con una que otra mancha de sangre en sus ropas. No obstante traía consigo una sonrisa al ver la paz del amanecer. La noche trae consigo la amenaza del Abismo, del crimen ajeno a la ciudad y tantas otras cosas... Y la previa al saludo del sol aquella mañana fue una de esas. Se encargó de todo. Alguna que otra zona fuera de las paredes de la citadel en cenizas y chamuscadas por el fuego. Tal vez alguna carroza destrozada, las garras de las criaturas de la noche carvadas en los muros, garras contra las cual chocó el metal de su espada horas atrás... Y el cadáver de alguno de estos seres inevitablemente sería encontrado por las patrullas, así como dos que tres ladronzuelo a atados de cabeza a algún poste de luz. La leyenda del Caballero Oscuro se corría a voces por la ciudad. Ese protector que sólo actuaba durante las noches, haciendo lo que las autoridades por alguna razón no lograban. Se decía que era un hombre, otros sólo veían una sombra, pero siempre había un elemento en común en cada historia: Fuego. Diluc en ese momento le hablaba a aquel caballero... Después de todo, se trataba de sí mismo.
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  • 𝐊𝐚𝐠𝐞𝐡𝐢𝐫𝐨

    Durante mucho tiempo, el amor fue un camino que aprendí a evitar. Entre cicatrices y decepciones, dejé de creer en la existencia de un hombre que me viera más allá de la piel y que no buscara únicamente tomarme.

    Y entonces apareció él, sin grandes promesas ni palabras elaboradas, pero con un lenguaje que hablaba directamente a mi alma. No es un hombre de discursos, pero en cada acto suyo hay una poesía silenciosa, un cuidado que me envuelve, una presencia que me sostiene sin necesidad de pedirlo.

    Dicen que es fácil apostar cuando se tiene poco que perder, pero aún queda la duda en si puedes perder más de lo poco que tienes, es atemorizante pensar, que al estar enamorada de él, hay una fuerte vulnerabilidad, no hay escudos ni muros y por ende el corazón es más susceptible a ser lastimado. Algo que por mucho tiempo evité, pues mi corazón ya estaba demasiado herido, pero hoy le entrego por completo mi corazón, aún a sabiendas de los riesgos, porqué el vale todos los riesgos del mundo, porqué también sé que son las mejores manos en las que puede estar.
    𝐊𝐚𝐠𝐞𝐡𝐢𝐫𝐨 Durante mucho tiempo, el amor fue un camino que aprendí a evitar. Entre cicatrices y decepciones, dejé de creer en la existencia de un hombre que me viera más allá de la piel y que no buscara únicamente tomarme. Y entonces apareció él, sin grandes promesas ni palabras elaboradas, pero con un lenguaje que hablaba directamente a mi alma. No es un hombre de discursos, pero en cada acto suyo hay una poesía silenciosa, un cuidado que me envuelve, una presencia que me sostiene sin necesidad de pedirlo. Dicen que es fácil apostar cuando se tiene poco que perder, pero aún queda la duda en si puedes perder más de lo poco que tienes, es atemorizante pensar, que al estar enamorada de él, hay una fuerte vulnerabilidad, no hay escudos ni muros y por ende el corazón es más susceptible a ser lastimado. Algo que por mucho tiempo evité, pues mi corazón ya estaba demasiado herido, pero hoy le entrego por completo mi corazón, aún a sabiendas de los riesgos, porqué el vale todos los riesgos del mundo, porqué también sé que son las mejores manos en las que puede estar.
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  • ⸻⸻ El mundo se había reducido a rutinas. Guardias, reparaciones, planes para el invierno. La prisión, con su cercado de alambradas y muros de hormigón, ofrecía algo parecido a seguridad, pero no ahogaba los pensamientos. No ahogaba los recuerdos.

    Daryl se pasó la mano por la nuca, apoyándose contra la verja del pasillo superior. Abajo, en el patio, algunos recogían provisiones mientras otros hablaban en pequeños grupos. Kate estaba allí. No tenía que mirarla para saberlo. Lo sentía. Como siempre la había sentido.

    Pero ya no era lo mismo.

    Apretó la mandíbula y bajó la vista, como si eso pudiera contener la punzada en el pecho. Pero su mente no le hizo caso.

    Se vio a sí mismo, meses atrás, en la parte trasera de un edificio abandonado, con la luna reflejándose en las ventanas rotas. Habían estado juntos en la carretera tanto tiempo que lo único que tenía sentido era ella. La risa de Kate, baja y privada, había sido como un refugio en mitad de todo.

    —¿De qué te ríes? —gruñó él, sin querer sonreír, pero haciéndolo de todos modos.

    —De ti—respondió ella, y sus dedos se enredaron en el cuello de su camisa antes de atraerlo hacia ella.

    El beso fue lento, pero firme. No había prisa, porque sabían que siempre habría otro. Su boca sabía a esperanza, a promesas no dichas, a hogar. Y Daryl le había respondido con la única certeza que tenía: su tacto, sus manos en la curva de su espalda, el temblor contenido en su aliento.

    Pero la promesa se había roto.

    Él la rompió. Eligió irse con Merle. Aunque volvió pronto, no lo hizo a tiempo. No lo hizo para salvar lo que tenían. Ya estaba roto.

    ⸻⸻ El presente lo golpeó con la misma fuerza con la que le latía el corazón. Kate pasó cerca, con su rifle colgado al hombro, sin mirarlo. Como si aquel beso nunca hubiera existido. Como si todos los demás tampoco.

    Daryl soltó un suspiro áspero y se apartó de la barandilla. La prisión funcionaba. Todos tenían un sitio. Pero él no sabía si el suyo aún estaba junto a ella.


    Kate Blake

    #Personajes3D #3D #Comunidad3D
    ⸻⸻ El mundo se había reducido a rutinas. Guardias, reparaciones, planes para el invierno. La prisión, con su cercado de alambradas y muros de hormigón, ofrecía algo parecido a seguridad, pero no ahogaba los pensamientos. No ahogaba los recuerdos. Daryl se pasó la mano por la nuca, apoyándose contra la verja del pasillo superior. Abajo, en el patio, algunos recogían provisiones mientras otros hablaban en pequeños grupos. Kate estaba allí. No tenía que mirarla para saberlo. Lo sentía. Como siempre la había sentido. Pero ya no era lo mismo. Apretó la mandíbula y bajó la vista, como si eso pudiera contener la punzada en el pecho. Pero su mente no le hizo caso. Se vio a sí mismo, meses atrás, en la parte trasera de un edificio abandonado, con la luna reflejándose en las ventanas rotas. Habían estado juntos en la carretera tanto tiempo que lo único que tenía sentido era ella. La risa de Kate, baja y privada, había sido como un refugio en mitad de todo. —¿De qué te ríes? —gruñó él, sin querer sonreír, pero haciéndolo de todos modos. —De ti—respondió ella, y sus dedos se enredaron en el cuello de su camisa antes de atraerlo hacia ella. El beso fue lento, pero firme. No había prisa, porque sabían que siempre habría otro. Su boca sabía a esperanza, a promesas no dichas, a hogar. Y Daryl le había respondido con la única certeza que tenía: su tacto, sus manos en la curva de su espalda, el temblor contenido en su aliento. Pero la promesa se había roto. Él la rompió. Eligió irse con Merle. Aunque volvió pronto, no lo hizo a tiempo. No lo hizo para salvar lo que tenían. Ya estaba roto. ⸻⸻ El presente lo golpeó con la misma fuerza con la que le latía el corazón. Kate pasó cerca, con su rifle colgado al hombro, sin mirarlo. Como si aquel beso nunca hubiera existido. Como si todos los demás tampoco. Daryl soltó un suspiro áspero y se apartó de la barandilla. La prisión funcionaba. Todos tenían un sitio. Pero él no sabía si el suyo aún estaba junto a ella. [KateBlake] #Personajes3D #3D #Comunidad3D
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  • Las olas rompían contra la orilla en un ritmo constante, como el compás de una música que solo ella podía escuchar. El viento jugueteaba con su cabello blanco, desordenado y salvaje. Sentía la humedad salada en sus labios, y por un momento, se sintió ligera, como si el agua salada purificara su alma.

    Toda su vida se había sentido prisionera. En tierra firme, las sombras de su pasado la seguían como fantasmas, recordándole las jaulas invisibles que habían limitado su existencia. Pero en el mar, experimentaba una fugaz sensación de libertad. No habían muros, ni reglas, ni expectativas. Solo el vasto horizonte y el sonido hipnótico de las olas.

    Una sonrisa genuina, rara y fugaz, apareció en sus labios. No era la sonrisa irónica o burlona que usaba como escudo, tampoco la sonrisa maniaca que surgía en medio del caos. Era una sonrisa tranquila, casi inocente, la de una niña que descubre por primera vez la belleza del mundo.




    // Illyiv está de mini vacaciones en el mar, mientras User se digna en terminar de escribir los monoroles de su historia, algún dia(?).
    Las olas rompían contra la orilla en un ritmo constante, como el compás de una música que solo ella podía escuchar. El viento jugueteaba con su cabello blanco, desordenado y salvaje. Sentía la humedad salada en sus labios, y por un momento, se sintió ligera, como si el agua salada purificara su alma. Toda su vida se había sentido prisionera. En tierra firme, las sombras de su pasado la seguían como fantasmas, recordándole las jaulas invisibles que habían limitado su existencia. Pero en el mar, experimentaba una fugaz sensación de libertad. No habían muros, ni reglas, ni expectativas. Solo el vasto horizonte y el sonido hipnótico de las olas. Una sonrisa genuina, rara y fugaz, apareció en sus labios. No era la sonrisa irónica o burlona que usaba como escudo, tampoco la sonrisa maniaca que surgía en medio del caos. Era una sonrisa tranquila, casi inocente, la de una niña que descubre por primera vez la belleza del mundo. // Illyiv está de mini vacaciones en el mar, mientras User se digna en terminar de escribir los monoroles de su historia, algún dia(?).
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  • Bound to Damnation
    Fandom Oc
    Categoría Suspenso

    ‍ ‍ ‍ ‍ ‍ ‍ ‍ ‍⤹ Rol con Belial

    —Arthur llevaba noches sin dormir. Rara vez lo hacía sin Nyx acurrucado en la cama con él y, lo cierto es, que nunca lo hacía solo, ya fuera con su familiar o con otra persona, siempre dormía acompañado. Eso, normalmente, mantenía las pesadillas a raya. Pero llevaba unas cuantas noches que ni eso ayudaba. Se despertaba en mitad de la noche, sudores fríos recorriendo su espalda, susurros que se filtraban entre los muros, que parecían seguir escuchándose a pesar de haber despertado ya de su sueño.

    Se frotó los ojos, antes de bufar, cansado ya de aquella situación. Se levantó de golpe, poniéndose su bata de seda para salir de la habitación. Nyx, para no variar, se fue detrás de él. Su primera parada fue en la cocina. No iba a poder pegar ojo, así que tampoco iba a intentarlo ya. Se hizo un buen café, cargado, con bastante leche y azúcar, aunque acabó cogiendo tanto la cafetera, como el cartón de leche y el tarro del azúcar; y se fue con este a la biblioteca. Tomó asiento, un libro, y comenzó a leer. Por supuesto era todo sobre magia, y temas bastante específicos.

    Tenía la sensación de que aquellas pesadillas y aquellos susurros no eran solo eso, que había algo detrás de todo aquello. El zorro lo notaba también, pues siempre que se despertaba lo veía mirando a todos lados, con el pelaje del lomo erizado y enseñando los dientes. Algo o alguien era responsable de aquel tormento y el brujo estaba más que dispuesto a averiguar de qué se trataba y ponerle fin. Y, aunque sabía mucho por los años que había pasado leyendo cada libro, tomo y manual de aquella biblioteca, aún había cosas que se le escapaban. Aquello parecía ser una de ellas.

    Poco a poco, la mesa que tenía delante se iba llenando de libros y la cafetera se iba vaciando poco a poco. Pero Arthur seguía despierto y sin averiguar nada sustancial. Ya había leído sobre todo tipo de casas encantadas, espíritus vengativos y demás, nada que no supiera ya, y nada que encajase del todo con lo que estaba pasando. Había algún detalle que desconocía, una pieza sin la cual no podía completar el rompecabezas. Y no la iba a encontrar en aquellos libros, eso estaba claro—
    ‍ ‍ ‍ ‍ ‍ ‍ ‍ ‍⤹ Rol con [999Belial666] —Arthur llevaba noches sin dormir. Rara vez lo hacía sin Nyx acurrucado en la cama con él y, lo cierto es, que nunca lo hacía solo, ya fuera con su familiar o con otra persona, siempre dormía acompañado. Eso, normalmente, mantenía las pesadillas a raya. Pero llevaba unas cuantas noches que ni eso ayudaba. Se despertaba en mitad de la noche, sudores fríos recorriendo su espalda, susurros que se filtraban entre los muros, que parecían seguir escuchándose a pesar de haber despertado ya de su sueño. Se frotó los ojos, antes de bufar, cansado ya de aquella situación. Se levantó de golpe, poniéndose su bata de seda para salir de la habitación. Nyx, para no variar, se fue detrás de él. Su primera parada fue en la cocina. No iba a poder pegar ojo, así que tampoco iba a intentarlo ya. Se hizo un buen café, cargado, con bastante leche y azúcar, aunque acabó cogiendo tanto la cafetera, como el cartón de leche y el tarro del azúcar; y se fue con este a la biblioteca. Tomó asiento, un libro, y comenzó a leer. Por supuesto era todo sobre magia, y temas bastante específicos. Tenía la sensación de que aquellas pesadillas y aquellos susurros no eran solo eso, que había algo detrás de todo aquello. El zorro lo notaba también, pues siempre que se despertaba lo veía mirando a todos lados, con el pelaje del lomo erizado y enseñando los dientes. Algo o alguien era responsable de aquel tormento y el brujo estaba más que dispuesto a averiguar de qué se trataba y ponerle fin. Y, aunque sabía mucho por los años que había pasado leyendo cada libro, tomo y manual de aquella biblioteca, aún había cosas que se le escapaban. Aquello parecía ser una de ellas. Poco a poco, la mesa que tenía delante se iba llenando de libros y la cafetera se iba vaciando poco a poco. Pero Arthur seguía despierto y sin averiguar nada sustancial. Ya había leído sobre todo tipo de casas encantadas, espíritus vengativos y demás, nada que no supiera ya, y nada que encajase del todo con lo que estaba pasando. Había algún detalle que desconocía, una pieza sin la cual no podía completar el rompecabezas. Y no la iba a encontrar en aquellos libros, eso estaba claro—
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    Individual
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    Cualquier línea
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    Disponible
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  • //Respondan, si se atreven(?///

    En 23 segundos la aguja del reloj en la capilla, marcará la medianoche, las 00 y el inicio de un día nuevo. Hará frío, habrá silencio y el cielo permanecerá rojo hasta el amanecer.
    Hay niebla cayendo por todas las cúpulas de los mausoleos y criptas.
    En 22 segundos el día habrá terminado y en el curso insoslayable del tiempo, irreversible será lo vivido y la anécdota será una página más.
    Jean no tiene prisa, esto es parte de un ritual . Sentado sobre los vestigios de un muro musgoso, apenas siente los muslos por el frío. Su abrigo lo protege del rocío débil de la neblina pero no resistirá mucho tiempo. Está bien, sin embargo, no necesita tanto para permanecer allí, esto es un compromiso agobiante pero impostergable, es una promesa inmortal que le marca el Sur, como la brújula mas fiel, es decir, a dónde no regresar.
    Vigila su reloj de pulsera, 5 segundos y la mano libre sostiene el arco gastado sobre un instrumento que ha tardado un buen rato para acomodar, entre sus piernas vestidas. No es el propio, lo usa muy poco, más sin embargo lo respeta al punto de apoyarlo sobre su gorro, para que no toque el suelo lleno de hojas pudriéndose, como muchos de los que esa noche, acompañan en silencio sepulcral.

    Las doce en punto.

    Se desliza su arco suavemente, como la caricia de una cortina al viento, y él ya no está ahí en su cuerpo. En profunda concentración, ejecuta una partitura que vive en su mente, respetando la pausa, el vibrato y el compás, aunque no le guste, aunque no sea su estilo. Guarda silencio hasta su rostro que se mantiene laxo, de ojos cerrados y lengua en descanso.
    Ha estado ahí varias veces, hoy por fin completa la última parte y se recuerda a sí mismo ahí, por años, dejando una a una cada pieza de ese ensamble lleno de nostalgia.
    Rebotan los gemidos de su instrumento sobre los muros y ángeles de hierro. Viaja su vaivén cada vez mas lejos entre árboles resecos, hasta que su espíritu se va con la brisa, con la corriente entre edificaciones y pilares. Se siente liviano, se siente frágil y efímero.
    Pasean sus dedos sobre recuerdos de una primavera distante, donde un rostro calienta sus yemas y la huella de unos labios descansan en una taza traslúcida. Fueron días de pan tostado y palomas anidando en el balcón de un lugar muy desvencijado, pero confortable.
    Allí había amor, no del ridículo o el infantil, había amor del que te hace empujar a quien amas hasta que salga de su mierda, del que te hace hablar de lo incómodo y buscar la magia en las cosas mas mundanas. Amor del que te hace escribir en servilletas que jamás mostrarás, del que te hace memorizar todos los sonidos que hace su cuerpo, cuando algo le inquieta, amor del que te hace responsable de tus miedos, del que te hace comprar cosas pensando en pasado mañana. Amor del que se ramifica hasta tocarte cada órgano del cuerpo, del que te mata cuando se intenta extirpar, amor del que te quita el hambre y te mantiene esclavo del reloj, deseando que corra mas despacio. Amor que te hace pensar… que la luz también puede tocar tu rostro algún día.
    Y así como todo en la vida, la partitura se termina, lentamente su arco deja de mecerse como nave a la deriva, y el mar en su interior se apacigua una vez más.
    Todo ha terminado, el silencio regresa como la neblina y Jean abre sus ojos.
    Han pasado 7 minutos de las doce, un año exacto desde la última vez que estuvo ahí, ocho años desde que estuvo por primera vez, pero en su corazón, siempre es este día, y 23 segundos antes de las doce.

    << A…ustus Sin…r Tus….recuerdan …….. Ser … ir…. H..nor…. >>

    Una lápida exactamente igual a todas las otras, mismo color, corte, mismo orden, enfilada entre otros como todos aquellos hombres lo estuvieron en vida, portando un uniforme.
    Se refleja un ganchito oxidado en sus orbes claras, un pequeño metal que ya no puede sostener ni una flor. Abandonada y poco visitada, nadie cuida esas tumbas, pero Jean podría distinguir la que tiene en frente a kilómetros. La ha contemplado hasta poder soñar que la encuentra caminando sin candil.
    Su corazón palpita cada año que se acerca a ésta, aún si la cubre el liquen, a veces piensa que han sido sus propios ojos los que desgastan esa dedicatoria, impersonal, frívola, estándar.
    Ah…por un instante, flaquea, y como el cielo sus ojos se enrojecen, se vuelven húmedos y galopa la angustia desde las entrañas, desde una espina que no se va, que sigue ahí y late, sangra, quema. ¡Quisiera decir tanto! Y cada año esa ira crece, como una bomba, pero solo escapan lágrimas, y su mirada se cae al suelo, sumiso ante un pasado enorme al que respeta y atesora.
    -Feliz cumpleaños a tí.-
    Su voz rompe la calma, el aire tembloroso sale de su rostro y queda vacío, una vez más.
    -Feliz cumpleaños a mí.-

    No retira el musgo que devora la tumba, pues protege una leyenda desprolija que grabó ahí con fuerza y filo, pero sobre todo, con dolor.
    Desensambla, cubre, guarda, se abriga y se retira, mientras su cabello húmedo, helado, apenas se mueve, pero aunque pesado, él se siente un poco mas liviano.

    "Aquí yace una buena persona. Era especial, era gentil, dió la vida por un mundo mejor. Le gustaba la Navidad y hacer promesas estúpidas. Amó Y fue amado, profundamente."

    https://www.youtube.com/watch?v=gvO_24pkwVM



    //Respondan, si se atreven(?/// En 23 segundos la aguja del reloj en la capilla, marcará la medianoche, las 00 y el inicio de un día nuevo. Hará frío, habrá silencio y el cielo permanecerá rojo hasta el amanecer. Hay niebla cayendo por todas las cúpulas de los mausoleos y criptas. En 22 segundos el día habrá terminado y en el curso insoslayable del tiempo, irreversible será lo vivido y la anécdota será una página más. Jean no tiene prisa, esto es parte de un ritual . Sentado sobre los vestigios de un muro musgoso, apenas siente los muslos por el frío. Su abrigo lo protege del rocío débil de la neblina pero no resistirá mucho tiempo. Está bien, sin embargo, no necesita tanto para permanecer allí, esto es un compromiso agobiante pero impostergable, es una promesa inmortal que le marca el Sur, como la brújula mas fiel, es decir, a dónde no regresar. Vigila su reloj de pulsera, 5 segundos y la mano libre sostiene el arco gastado sobre un instrumento que ha tardado un buen rato para acomodar, entre sus piernas vestidas. No es el propio, lo usa muy poco, más sin embargo lo respeta al punto de apoyarlo sobre su gorro, para que no toque el suelo lleno de hojas pudriéndose, como muchos de los que esa noche, acompañan en silencio sepulcral. Las doce en punto. Se desliza su arco suavemente, como la caricia de una cortina al viento, y él ya no está ahí en su cuerpo. En profunda concentración, ejecuta una partitura que vive en su mente, respetando la pausa, el vibrato y el compás, aunque no le guste, aunque no sea su estilo. Guarda silencio hasta su rostro que se mantiene laxo, de ojos cerrados y lengua en descanso. Ha estado ahí varias veces, hoy por fin completa la última parte y se recuerda a sí mismo ahí, por años, dejando una a una cada pieza de ese ensamble lleno de nostalgia. Rebotan los gemidos de su instrumento sobre los muros y ángeles de hierro. Viaja su vaivén cada vez mas lejos entre árboles resecos, hasta que su espíritu se va con la brisa, con la corriente entre edificaciones y pilares. Se siente liviano, se siente frágil y efímero. Pasean sus dedos sobre recuerdos de una primavera distante, donde un rostro calienta sus yemas y la huella de unos labios descansan en una taza traslúcida. Fueron días de pan tostado y palomas anidando en el balcón de un lugar muy desvencijado, pero confortable. Allí había amor, no del ridículo o el infantil, había amor del que te hace empujar a quien amas hasta que salga de su mierda, del que te hace hablar de lo incómodo y buscar la magia en las cosas mas mundanas. Amor del que te hace escribir en servilletas que jamás mostrarás, del que te hace memorizar todos los sonidos que hace su cuerpo, cuando algo le inquieta, amor del que te hace responsable de tus miedos, del que te hace comprar cosas pensando en pasado mañana. Amor del que se ramifica hasta tocarte cada órgano del cuerpo, del que te mata cuando se intenta extirpar, amor del que te quita el hambre y te mantiene esclavo del reloj, deseando que corra mas despacio. Amor que te hace pensar… que la luz también puede tocar tu rostro algún día. Y así como todo en la vida, la partitura se termina, lentamente su arco deja de mecerse como nave a la deriva, y el mar en su interior se apacigua una vez más. Todo ha terminado, el silencio regresa como la neblina y Jean abre sus ojos. Han pasado 7 minutos de las doce, un año exacto desde la última vez que estuvo ahí, ocho años desde que estuvo por primera vez, pero en su corazón, siempre es este día, y 23 segundos antes de las doce. << A…ustus Sin…r Tus….recuerdan …….. Ser … ir…. H..nor…. >> Una lápida exactamente igual a todas las otras, mismo color, corte, mismo orden, enfilada entre otros como todos aquellos hombres lo estuvieron en vida, portando un uniforme. Se refleja un ganchito oxidado en sus orbes claras, un pequeño metal que ya no puede sostener ni una flor. Abandonada y poco visitada, nadie cuida esas tumbas, pero Jean podría distinguir la que tiene en frente a kilómetros. La ha contemplado hasta poder soñar que la encuentra caminando sin candil. Su corazón palpita cada año que se acerca a ésta, aún si la cubre el liquen, a veces piensa que han sido sus propios ojos los que desgastan esa dedicatoria, impersonal, frívola, estándar. Ah…por un instante, flaquea, y como el cielo sus ojos se enrojecen, se vuelven húmedos y galopa la angustia desde las entrañas, desde una espina que no se va, que sigue ahí y late, sangra, quema. ¡Quisiera decir tanto! Y cada año esa ira crece, como una bomba, pero solo escapan lágrimas, y su mirada se cae al suelo, sumiso ante un pasado enorme al que respeta y atesora. -Feliz cumpleaños a tí.- Su voz rompe la calma, el aire tembloroso sale de su rostro y queda vacío, una vez más. -Feliz cumpleaños a mí.- No retira el musgo que devora la tumba, pues protege una leyenda desprolija que grabó ahí con fuerza y filo, pero sobre todo, con dolor. Desensambla, cubre, guarda, se abriga y se retira, mientras su cabello húmedo, helado, apenas se mueve, pero aunque pesado, él se siente un poco mas liviano. "Aquí yace una buena persona. Era especial, era gentil, dió la vida por un mundo mejor. Le gustaba la Navidad y hacer promesas estúpidas. Amó Y fue amado, profundamente." https://www.youtube.com/watch?v=gvO_24pkwVM
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  • El sol de la tarde teñía el cielo de un naranja profundo cuando Jimoto apartó los últimos escombros de la antigua ruina. Su respiración era pesada, y su frente goteaba sudor, pero la emoción en su pecho lo mantenía en movimiento. Había seguido pistas durante meses, desenterrado documentos olvidados y recorrido paisajes traicioneros, todo en busca de un solo objeto: la esfera del dragón.

    Se encontraba en lo que alguna vez debió ser un templo, ahora reducido a columnas derruidas y muros agrietados cubiertos de musgo. A su alrededor, la vegetación se había abierto paso entre las piedras, abrazando la estructura con raíces retorcidas. A cada paso, sentía el crujir de la historia bajo sus pies, como si los susurros de los antiguos moradores aún flotaran en el aire.

    Su linterna iluminó un pedestal cubierto de inscripciones gastadas por el tiempo. Jimoto pasó la mano sobre ellas, removiendo el polvo acumulado, y entonces la vio.

    Allí, entre fragmentos de piedra y tierra acumulada, descansaba una esfera de cristal ámbar, reluciente a pesar del tiempo y la oscuridad. Cuatro estrellas rojas brillaban en su interior como brasas dormidas.

    El joven explorador sintió que su pecho se oprimía por la emoción. Extendió la mano temblorosa y, con el más absoluto respeto, tomó la esfera. Al instante, una ráfaga de viento recorrió la ruina, como si el mundo mismo reconociera el despertar de algo legendario.
    El sol de la tarde teñía el cielo de un naranja profundo cuando Jimoto apartó los últimos escombros de la antigua ruina. Su respiración era pesada, y su frente goteaba sudor, pero la emoción en su pecho lo mantenía en movimiento. Había seguido pistas durante meses, desenterrado documentos olvidados y recorrido paisajes traicioneros, todo en busca de un solo objeto: la esfera del dragón. Se encontraba en lo que alguna vez debió ser un templo, ahora reducido a columnas derruidas y muros agrietados cubiertos de musgo. A su alrededor, la vegetación se había abierto paso entre las piedras, abrazando la estructura con raíces retorcidas. A cada paso, sentía el crujir de la historia bajo sus pies, como si los susurros de los antiguos moradores aún flotaran en el aire. Su linterna iluminó un pedestal cubierto de inscripciones gastadas por el tiempo. Jimoto pasó la mano sobre ellas, removiendo el polvo acumulado, y entonces la vio. Allí, entre fragmentos de piedra y tierra acumulada, descansaba una esfera de cristal ámbar, reluciente a pesar del tiempo y la oscuridad. Cuatro estrellas rojas brillaban en su interior como brasas dormidas. El joven explorador sintió que su pecho se oprimía por la emoción. Extendió la mano temblorosa y, con el más absoluto respeto, tomó la esfera. Al instante, una ráfaga de viento recorrió la ruina, como si el mundo mismo reconociera el despertar de algo legendario.
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  • La llama y la ceniza
    Fandom Libre
    Categoría Fantasía
    〈 Starter para 𝑬𝒍𝒊𝒛𝒂𝒃𝒆𝒕𝒉 ✴ 𝑩𝒍𝒐𝒐𝒅𝒇𝒍𝒂𝒎𝒆 ♡ 〉

    La piedra del templo era fría incluso bajo sus manos enguantadas, su tacto áspero como si guardara la memoria de incontables inviernos. El aire olía a incienso antiguo, a la leña quemada en los braseros dispersos por los pasillos, a la humedad de los corredores donde la luz apenas llegaba. Para otros, este lugar era un santuario. Para ella, solo era un punto en el mapa, una parada en su interminable sendero.

    Kazuo le había concedido cobijo, pero la confianza era un concepto frágil. Habría una confianza establecida, efímera, breve: ella había dejado su rostro y sus cartas al descubierto, al igual que él había dejado entrever parcialmente su naturaleza. Pero ambos parecían moverse con la curiosidad de un animal, o quizá un mutuo silencio respetuoso. Y él tenía razones para ello, pues ella nunca había sido una presencia fácil, nunca había sido alguien que se dejara descifrar sin resistencia.

    Por eso, se mantenía en los márgenes.

    Como una sombra más entre las columnas, un eco sin voz en los pasillos, se deslizaba en el silencio, calculando cada movimiento. Su presencia era un roce efímero, un parpadeo en la penumbra, un espectro que se negaba a ocupar más espacio del necesario. Sus interacciones con Kazuo eran mínimas, apenas palabras medidas cuando la necesidad las exigía, cuando él buscaba asegurarse de su paradero, cuando la rutina forzaba un cruce de caminos.

    Y luego, había alguien más.

    No necesitaba mirarla para notar su presencia. Era como si el templo mismo cambiara cuando ella estaba cerca, como si la cadencia del zorro se tornara más relajada, como si su voz adquiriera un matiz diferente, menos cortante, quizá más humano. Había ternura en el aire cuando ellos compartían el mismo espacio, una conexión que no tenía cabida en el mundo al que ella pertenecía.

    Ella no preguntó. No miró demasiado. No permitió que la sospecha germinara más de lo necesario en su mente. Pero lo sabía. No había envidia en su percepción, sólo la constatación de un hecho: tenían algo que ella había perdido hace mucho, algo que quizá nunca había tenido del todo.

    Es por ello que evitaba los encuentros, se deslizaba entre las horas en las que el templo estaba más transitado y elegía los momentos en que la penumbra era su única compañía. Encontraba refugio en los rincones donde la luz no se atrevía a adentrarse, donde podía existir sin ser percibida. Y, durante un tiempo, aquello fue suficiente… Hasta que dejó de serlo.

    Quizá fue la fatiga.

    Las noches habían sido largas, y su búsqueda no daba frutos. Cada día que pasaba en aquel lugar se sentía como una demora, una pausa que no podía permitirse, pero que su cuerpo comenzaba a exigirle sin clemencia. Quizá el único resultado tangible de su esfuerzo eran páginas y páginas de su propio puño y letra, desbordando su caligrafía apretada con fragmentos de conocimiento, hipótesis garabateadas entre líneas, retazos de ideas que parecían desvanecerse antes de poder concretarse. Objetos dispersos y ocultos con recelo, protegidos de la vista común como si el mero acto de exponerlos los volviera vulnerables. Infinitas mañanas pasadas frente a una mesa de piedra, con la mirada fija en pergaminos extendidos, sus dedos tamborileando en la superficie en un ritmo inconstante, como si esperara que el simple contacto le revelara la respuesta que aún no tenía.

    Quizá fue la comodidad traicionera.

    El templo, con su quietud reverente, sus braseros encendidos y el aire impregnado de una fragancia a incienso y antigüedad, no era el páramo helado y hostil que se había convertido en su hogar por tanto tiempo. Ahí, en esos muros de piedra maciza que resonaban con ecos de antiguos rezos y secretos olvidados, no había voces persiguiéndola, no había enemigos en las sombras esperando el momento perfecto para clavar la daga. Ahí, nadie susurraba su nombre en medio de la oscuridad, ni lo pronunciaba con la intención de devorar su alma, como si su presencia fuera una amenaza. Nadie la acechaba, no como lo había hecho el mundo antes de que se refugiara entre estos muros.

    O quizá, fue el destino.

    Porque aquella noche, cometió un error. Se permitió, por un breve y extraño momento, respirar más hondo de lo necesario. Permitió que su cuerpo dejara de estar tenso, que el agotamiento, acumulado por días, semanas, quizás meses, saliera a la superficie. La respiración se le volvió más pausada, menos calculada. Soltó un suspiro involuntario, una exhalación que pareció deshacer la coraza de vigilancia que siempre mantenía sobre sí misma. El templo, con su silenciosa paz, la había engañado por un instante. La falsa sensación de seguridad la había seducido.

    Pero la calma traiciona.

    Porque al soltar esa tensión, la fragilidad de la quietud se hizo evidente, y con ella, la vulnerabilidad. El sonido de sus pasos resonó con una claridad inesperada en el corredor de piedra, un sonido que no quería escuchar, que ya sabía que no debía permitir. Tal vez fue eso lo que la traicionó, el eco de sus botas al chocar con la piedra, o tal vez fue la forma en que su sombra, por un instante, rompió la penumbra. Un reflejo demasiado marcado, demasiado humano, desbordando el límite entre la oscuridad y la luz tenue de los braseros. Quizás fue el susurro suave de su capa rozando la piedra fría, el roce que alertó a una presencia que ya convivía entre esos muros. O tal vez, simplemente, fue la vibración de su ser, la sutil, casi imperceptible sensación de un ser que no pertenece a la quietud de ese lugar, la que alcanzó a alguien con una sensibilidad inesperada.

    Fuera lo que fuera, cuando quiso darse cuenta, ya era tarde.

    No estaba sola.

    Y Liz la vió.
    〈 Starter para [Liz_bloodFlame] ♡ 〉 La piedra del templo era fría incluso bajo sus manos enguantadas, su tacto áspero como si guardara la memoria de incontables inviernos. El aire olía a incienso antiguo, a la leña quemada en los braseros dispersos por los pasillos, a la humedad de los corredores donde la luz apenas llegaba. Para otros, este lugar era un santuario. Para ella, solo era un punto en el mapa, una parada en su interminable sendero. Kazuo le había concedido cobijo, pero la confianza era un concepto frágil. Habría una confianza establecida, efímera, breve: ella había dejado su rostro y sus cartas al descubierto, al igual que él había dejado entrever parcialmente su naturaleza. Pero ambos parecían moverse con la curiosidad de un animal, o quizá un mutuo silencio respetuoso. Y él tenía razones para ello, pues ella nunca había sido una presencia fácil, nunca había sido alguien que se dejara descifrar sin resistencia. Por eso, se mantenía en los márgenes. Como una sombra más entre las columnas, un eco sin voz en los pasillos, se deslizaba en el silencio, calculando cada movimiento. Su presencia era un roce efímero, un parpadeo en la penumbra, un espectro que se negaba a ocupar más espacio del necesario. Sus interacciones con Kazuo eran mínimas, apenas palabras medidas cuando la necesidad las exigía, cuando él buscaba asegurarse de su paradero, cuando la rutina forzaba un cruce de caminos. Y luego, había alguien más. No necesitaba mirarla para notar su presencia. Era como si el templo mismo cambiara cuando ella estaba cerca, como si la cadencia del zorro se tornara más relajada, como si su voz adquiriera un matiz diferente, menos cortante, quizá más humano. Había ternura en el aire cuando ellos compartían el mismo espacio, una conexión que no tenía cabida en el mundo al que ella pertenecía. Ella no preguntó. No miró demasiado. No permitió que la sospecha germinara más de lo necesario en su mente. Pero lo sabía. No había envidia en su percepción, sólo la constatación de un hecho: tenían algo que ella había perdido hace mucho, algo que quizá nunca había tenido del todo. Es por ello que evitaba los encuentros, se deslizaba entre las horas en las que el templo estaba más transitado y elegía los momentos en que la penumbra era su única compañía. Encontraba refugio en los rincones donde la luz no se atrevía a adentrarse, donde podía existir sin ser percibida. Y, durante un tiempo, aquello fue suficiente… Hasta que dejó de serlo. Quizá fue la fatiga. Las noches habían sido largas, y su búsqueda no daba frutos. Cada día que pasaba en aquel lugar se sentía como una demora, una pausa que no podía permitirse, pero que su cuerpo comenzaba a exigirle sin clemencia. Quizá el único resultado tangible de su esfuerzo eran páginas y páginas de su propio puño y letra, desbordando su caligrafía apretada con fragmentos de conocimiento, hipótesis garabateadas entre líneas, retazos de ideas que parecían desvanecerse antes de poder concretarse. Objetos dispersos y ocultos con recelo, protegidos de la vista común como si el mero acto de exponerlos los volviera vulnerables. Infinitas mañanas pasadas frente a una mesa de piedra, con la mirada fija en pergaminos extendidos, sus dedos tamborileando en la superficie en un ritmo inconstante, como si esperara que el simple contacto le revelara la respuesta que aún no tenía. Quizá fue la comodidad traicionera. El templo, con su quietud reverente, sus braseros encendidos y el aire impregnado de una fragancia a incienso y antigüedad, no era el páramo helado y hostil que se había convertido en su hogar por tanto tiempo. Ahí, en esos muros de piedra maciza que resonaban con ecos de antiguos rezos y secretos olvidados, no había voces persiguiéndola, no había enemigos en las sombras esperando el momento perfecto para clavar la daga. Ahí, nadie susurraba su nombre en medio de la oscuridad, ni lo pronunciaba con la intención de devorar su alma, como si su presencia fuera una amenaza. Nadie la acechaba, no como lo había hecho el mundo antes de que se refugiara entre estos muros. O quizá, fue el destino. Porque aquella noche, cometió un error. Se permitió, por un breve y extraño momento, respirar más hondo de lo necesario. Permitió que su cuerpo dejara de estar tenso, que el agotamiento, acumulado por días, semanas, quizás meses, saliera a la superficie. La respiración se le volvió más pausada, menos calculada. Soltó un suspiro involuntario, una exhalación que pareció deshacer la coraza de vigilancia que siempre mantenía sobre sí misma. El templo, con su silenciosa paz, la había engañado por un instante. La falsa sensación de seguridad la había seducido. Pero la calma traiciona. Porque al soltar esa tensión, la fragilidad de la quietud se hizo evidente, y con ella, la vulnerabilidad. El sonido de sus pasos resonó con una claridad inesperada en el corredor de piedra, un sonido que no quería escuchar, que ya sabía que no debía permitir. Tal vez fue eso lo que la traicionó, el eco de sus botas al chocar con la piedra, o tal vez fue la forma en que su sombra, por un instante, rompió la penumbra. Un reflejo demasiado marcado, demasiado humano, desbordando el límite entre la oscuridad y la luz tenue de los braseros. Quizás fue el susurro suave de su capa rozando la piedra fría, el roce que alertó a una presencia que ya convivía entre esos muros. O tal vez, simplemente, fue la vibración de su ser, la sutil, casi imperceptible sensación de un ser que no pertenece a la quietud de ese lugar, la que alcanzó a alguien con una sensibilidad inesperada. Fuera lo que fuera, cuando quiso darse cuenta, ya era tarde. No estaba sola. Y Liz la vió.
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