• Cuando el Alba Tocó al Ocaso por Primera Vez
    Categoría Acción


    La luz que descendía sobre tus hombros no era mera claridad del cielo, sino un sereno roce de lo divino: jirones de seda que, en su etéreo temblor, parecían sabios artesanos tejiendo sobre tu piel la textura misma del alba. Cada rayo, dócil y rendido ante tu fulgor, se deslizaba como si temiera profanar con su tibieza la perfección que custodiaba. Y el vasto azul, oh manto inmortal de los cielos, extendía su trono sin fin sobre la bóveda del mundo, coronando la noche con una estrella que, en su fulgor, parecía solo un reflejo más de tus ojos —dos astros errantes donde el universo encontraba su espejo y su fin—.

    Los vientos, suaves y antiguos, danzaban entre las almenas del castillo. Se entrelazaban entre las piedras milenarias, y cada soplo parecía un suspiro exhalado por los muros tras siglos de silencio. Las paredes, cansadas guardianas del misterio, respiraban al fin aquel aire puro como si hubieran emergido de un largo exilio en las profundidades del olvido. En cada ráfaga había una reverencia: el viento mismo se inclinaba ante ti, humilde y enamorado, sirviente de una diosa sin nombre —una divinidad que se oculta incluso de su propio resplandor, renegando de la hermosura que podría incendiar el cielo si osara mostrarse sin velo—.

    Mas no en esa hora… no en ese instante callado donde el alma del mundo parecía contener el aliento. Había algo distinto, un murmullo invisible que recorría los pasillos del aire, y tú lo sentías. Sentías cómo esa caricia luminosa se extendía sobre tus mejillas con la devoción de una plegaria, susurrándote recuerdos que no pertenecían al tiempo. Era como si la suavidad misma se derramara sobre tu piel en un rito sagrado, recordándote quién eras: la hija de la calma, el pulso del cielo, la que convierte en música el aire que respira.

    El viento jugaba entre tus cabellos, se enredaba en ellos como un niño perdido que halla en su extravío un regazo donde el bosque lo abraza. Cada hebra era una raíz dorada que unía la tierra al firmamento, y en ese entrelazamiento el universo entero parecía reconocerte. Porque allí —quizás ahora, quizás desde siempre—, el castillo entero se rendía ante ti. Sus muros inclinaban sus sombras en devoción, y el mundo, vasto y antiguo, te suspiraba amor eterno como si fueses su primera hija, su razón y su reflejo.

    Las campanas dormidas del torreón, antaño voz del amanecer, parecieron despertar ante tu presencia. No tañeron con sonido alguno, pero el aire vibró, y los ecos invisibles se derramaron como oraciones mudas sobre los jardines. Los rosales inclinaban sus tallos, y el rocío —aquel llanto cristalino de la madrugada— descendía sobre los pétalos como si quisiera tocar la tierra en tu honor. El cielo, testigo de aquel instante sagrado, parecía dilatar su horizonte para albergarte dentro de sí.

    Y fue entonces cuando la eternidad respiró. El tiempo, cansado peregrino de los dioses, se detuvo a contemplarte; los siglos, que antes marchaban como soldados sin rostro, se arrodillaron en el umbral del instante. Pues nada en la vastedad del cosmos podía desafiar la calma que emanaba de tu presencia, ese silencio que no era ausencia sino plenitud: la quietud del corazón antes de nombrar lo divino.

    Tu sombra, proyectada sobre las piedras, parecía no seguirte sino aguardarte. Tenía la forma de un presagio, como si el mismo destino, rendido, hubiera decidido descansar a tus pies. Las antorchas del corredor, en cambio, temblaban; su fuego titilaba como si el alma misma del fuego se sintiera pequeña ante tu paso. Las llamas te miraban, y en su vacilación se percibía la humildad del que reconoce a su creadora.

    El murmullo del viento creció, ya no en danza, sino en canto. Un susurro que provenía de las ramas, de las aguas ocultas, de los secretos de la piedra. Era el mundo que hablaba a través de su propio lenguaje, un idioma antiguo, anterior al verbo, nacido del asombro. Decía tu nombre, o quizá inventaba uno nuevo para describirte, pues ningún sonido mortal podía contenerte sin quebrarse.

    Y así, entre el oro de la luz y el aliento de la brisa, te alzabas. No como reina, ni como santa, ni como mito, sino como algo más profundo: una promesa. Promesa de que lo bello no muere, sino que se transforma en aquello que no necesita nombre. Porque en ti se reunían los hilos del cosmos, los silencios del abismo, y las lágrimas de la primera aurora.

    Y el castillo, ese viejo guardián de piedras y memorias, pareció inclinar su espíritu entero ante tu figura. En cada grieta, en cada sombra, en cada eco, se percibía la devoción de quien presencia lo imposible. Y el mundo, suspendido entre un suspiro y la eternidad, pareció aceptar su destino: vivir solo para contemplarte.

    Porque donde tú existes, la luz se detiene; el viento se arrodilla; y hasta el tiempo, ese tirano inmortal, calla su marcha para no interrumpir tu paso.
    Y entonces lo sentiste.

    No como quien oye el quiebre de una rama bajo el peso de su descuido, sino como quien percibe la fractura del mundo en un suspiro. Lo sentiste en la súbita ausencia del dulzor que los vientos te ofrecían: ese roce de seda que antes te adoraba, de pronto se detuvo, temeroso, como si la brisa misma hubiera recordado que hasta los dioses pueden ser devorados por aquello que veneran. El viento, que momentos atrás se había arrodillado ante ti con la mansedumbre de un siervo, ahora buscaba huir, deshacer su forma, disolverse en los confines del tiempo antes de ser aspirado por pulmones que no respiraban para vivir, sino para devorar.

    Y el tiempo, ese anciano silencioso que todo lo abarca, tampoco quiso darle refugio. No por falta de piedad, sino por miedo. Porque comprendió que el mismo hálito que alimentaba al viento podría consumirlo a él también. Detuvo entonces su andar, inmóvil, aterrado, como un niño que se oculta del monstruo en la penumbra del armario, creyendo que si no se mueve, no será visto. Y tú, coronada por la luz que te envolvía cual manto de divinidad, percibiste el estremecimiento del cosmos. La claridad que antes te enaltecía como dama del amanecer se agitó con el pavor de un ave que defiende su nido de las fauces invisibles del abismo, dispuesta a arrancarse las alas con tal de huir de lo innombrable.

    Las sombras comenzaron a rebelarse. Se curvaban en direcciones imposibles, negándose a seguir la forma de aquello que las creaba. Se deshacían, convulsionadas, rasgando su propia naturaleza de reflejo, desgarrándose las cadenas que las ataban al mundo visible. Algunas huían con el viento; otras, en su desesperación, parecían debatirse entre la sumisión y la resistencia. Era una danza de espectros que no querían ser doblegados por manos que jamás debieron rozarles, pero que, por designio o castigo, debían reconocer. Porque si no lo hacían, ¿qué sombra habría de consumirlas sino ellas mismas?

    Y entonces miraste. Oh, lo miraste todo. El árbol que, en el centro del patio, reinaba oculto tras los muros del castillo —viejo monarca de raíces sabias y hojas que susurraban plegarias— comenzó a despojarse de su corona. Las hojas cayeron una a una, en una danza serena, una letanía de oro y de ocaso. Parecían acariciar el aire con ternura maternal, como si quisieran calmar el miedo de los súbditos invisibles del reino. Al descender, tocaban las sombras con el amor de una madre que abraza a sus hijos, negándose a aceptar el destino que las estrellas dictaban. Porque allá arriba, la estrella más brillante comenzaba a desfallecer, consumiéndose en su propia luz, luchando contra la oscuridad infinita que se extendía con una sonrisa de blasfemia.

    Y lo viste. Lo viste en el cielo. Lo viste cuando el azul se tiñó de un rojo profundo, de un púrpura que lloraba el fin de las eras de la luz. En el firmamento se libraba una guerra que ni los dioses se atreverían a contemplar. Era el ocaso de lo sagrado: la sangre de las nubes caídas, desgarradas por garras que ningún nombre puede pronunciar, se derramaba sobre el horizonte como el campo tras la última batalla. El cielo ardía en su propio sacrificio, y el mundo entero contuvo la respiración ante la vastedad del espanto.

    Entonces lo sentiste otra vez: un suspiro. No tuyo, sino del viento, que se deslizó entre tus cabellos como un amante desesperado, enredándose con las hojas que el viejo árbol dejaba caer. Parecía otoño, sí, pero un otoño sin promesa de invierno: una estación detenida en el tiempo, perpetua en su melancolía. Las hojas te envolvían, y el aire olía a resignación. No era miedo, no era muerte: era aceptación. El mundo, en ese instante, comprendió que había algo más antiguo que la vida misma, algo que no debía haber pisado jamás la tierra, y sin embargo, allí estaba. Presente. Silente. Inefable.

    Y el universo, con la humildad de un dios que contempla su propia caída, inclinó la frente. Porque lo que tú sentías no era solo el temblor del aire o el murmullo del tiempo: era la respiración de lo imposible, rozando tu piel.
    Uno... Dos... ¡TRES!

    El sonido se alzó, profundo y lento, como el eco de un juicio divino disfrazado de gentileza. El portón del castillo, ese viejo guardián de hierro y madera que había visto pasar siglos y tempestades, retumbó con un tono tan solemne que ni la tormenta se atrevió a responderle. No fue un golpe brutal ni un reclamo de guerra; fue un llamado envuelto en un respeto que dolía. Y, sin embargo, el mundo pareció estremecerse ante aquella nota grave, como si la piedra misma contuviera la respiración, temerosa de lo que estaba por revelarse.

    El castillo entero —sus muros, sus torres, sus pasillos dormidos bajo el polvo del tiempo— se ensombreció en una penumbra suave, casi reverente. Las antorchas, que habían permanecido firmes en su llama, vacilaron, titubeando ante una presencia que no necesitaba luz para hacerse notar. Era como si el propio edificio, en su sabiduría ancestral, reconociera el regreso de algo que había jurado no volver a ver. Y en su oscuridad, el castillo te rogaba, oh luminosa, que no permitieras el ascenso de aquello que aguardaba tras la puerta: que usaras tu don, tu aliento, tus vientos, para expulsar al visitante antes de que su sombra se fundiera con la tuya.

    Pero el aire no obedeció.

    A través del eco de los siglos, se escuchó el resonar metálico de las placas de una armadura. No eran pasos, eran presagios. Cada impacto contra el suelo reverberaba como el choque de montañas ciegas que no comprenden el daño que causan al rozarse. El sonido de aquel acero devoraba la luz —no la absorbía: la consumía—, y quienes alguna vez lo habían mirado habían perdido algo más que la vista.

    Él había llegado.

    Sí... finalmente, tras noches que parecieron eternidades, tras susurros y visiones en los que su nombre se desvanecía antes de ser pronunciado, él estaba allí. Y llegó con la gentileza del que ha olvidado cómo serlo, con la calma que precede al fin o a la redención. El mundo pareció volverse más pequeño a su paso, y sin embargo, el aire se llenó de una dulzura insoportable, como si la muerte misma hubiese aprendido a fingir ternura.

    Por primera vez, no golpeaba las puertas para derrumbarlas.
    Por primera vez, su puño no llevaba el peso del odio ni el deseo de conquista.
    Por primera vez, sus dedos se deslizaron sobre la madera como quien acaricia un recuerdo... o una herida.

    El portón, enmudecido ante tal paradoja, tembló sin crujir. Aquella mano, vestida de acero y de sombra, no buscaba entrar por fuerza, sino tan solo mirar. Tal vez contemplar una última vez aquello que lo había condenado y salvado a la vez: la luz. La tuya.

    Y allí, entre el temblor del aire y el silencio expectante de las piedras, tú también lo sentiste.
    El tiempo se dobló como un velo.
    Las sombras se detuvieron a escuchar.
    Y por un instante —solo un instante— el universo entero pareció contener su respiración ante la posibilidad de que aquel ser, el mismo que había nacido del caos y de la culpa, viniera no a destruir, sino a recordar.

    Por primera vez... y quizá por última.
    La luz que descendía sobre tus hombros no era mera claridad del cielo, sino un sereno roce de lo divino: jirones de seda que, en su etéreo temblor, parecían sabios artesanos tejiendo sobre tu piel la textura misma del alba. Cada rayo, dócil y rendido ante tu fulgor, se deslizaba como si temiera profanar con su tibieza la perfección que custodiaba. Y el vasto azul, oh manto inmortal de los cielos, extendía su trono sin fin sobre la bóveda del mundo, coronando la noche con una estrella que, en su fulgor, parecía solo un reflejo más de tus ojos —dos astros errantes donde el universo encontraba su espejo y su fin—. Los vientos, suaves y antiguos, danzaban entre las almenas del castillo. Se entrelazaban entre las piedras milenarias, y cada soplo parecía un suspiro exhalado por los muros tras siglos de silencio. Las paredes, cansadas guardianas del misterio, respiraban al fin aquel aire puro como si hubieran emergido de un largo exilio en las profundidades del olvido. En cada ráfaga había una reverencia: el viento mismo se inclinaba ante ti, humilde y enamorado, sirviente de una diosa sin nombre —una divinidad que se oculta incluso de su propio resplandor, renegando de la hermosura que podría incendiar el cielo si osara mostrarse sin velo—. Mas no en esa hora… no en ese instante callado donde el alma del mundo parecía contener el aliento. Había algo distinto, un murmullo invisible que recorría los pasillos del aire, y tú lo sentías. Sentías cómo esa caricia luminosa se extendía sobre tus mejillas con la devoción de una plegaria, susurrándote recuerdos que no pertenecían al tiempo. Era como si la suavidad misma se derramara sobre tu piel en un rito sagrado, recordándote quién eras: la hija de la calma, el pulso del cielo, la que convierte en música el aire que respira. El viento jugaba entre tus cabellos, se enredaba en ellos como un niño perdido que halla en su extravío un regazo donde el bosque lo abraza. Cada hebra era una raíz dorada que unía la tierra al firmamento, y en ese entrelazamiento el universo entero parecía reconocerte. Porque allí —quizás ahora, quizás desde siempre—, el castillo entero se rendía ante ti. Sus muros inclinaban sus sombras en devoción, y el mundo, vasto y antiguo, te suspiraba amor eterno como si fueses su primera hija, su razón y su reflejo. Las campanas dormidas del torreón, antaño voz del amanecer, parecieron despertar ante tu presencia. No tañeron con sonido alguno, pero el aire vibró, y los ecos invisibles se derramaron como oraciones mudas sobre los jardines. Los rosales inclinaban sus tallos, y el rocío —aquel llanto cristalino de la madrugada— descendía sobre los pétalos como si quisiera tocar la tierra en tu honor. El cielo, testigo de aquel instante sagrado, parecía dilatar su horizonte para albergarte dentro de sí. Y fue entonces cuando la eternidad respiró. El tiempo, cansado peregrino de los dioses, se detuvo a contemplarte; los siglos, que antes marchaban como soldados sin rostro, se arrodillaron en el umbral del instante. Pues nada en la vastedad del cosmos podía desafiar la calma que emanaba de tu presencia, ese silencio que no era ausencia sino plenitud: la quietud del corazón antes de nombrar lo divino. Tu sombra, proyectada sobre las piedras, parecía no seguirte sino aguardarte. Tenía la forma de un presagio, como si el mismo destino, rendido, hubiera decidido descansar a tus pies. Las antorchas del corredor, en cambio, temblaban; su fuego titilaba como si el alma misma del fuego se sintiera pequeña ante tu paso. Las llamas te miraban, y en su vacilación se percibía la humildad del que reconoce a su creadora. El murmullo del viento creció, ya no en danza, sino en canto. Un susurro que provenía de las ramas, de las aguas ocultas, de los secretos de la piedra. Era el mundo que hablaba a través de su propio lenguaje, un idioma antiguo, anterior al verbo, nacido del asombro. Decía tu nombre, o quizá inventaba uno nuevo para describirte, pues ningún sonido mortal podía contenerte sin quebrarse. Y así, entre el oro de la luz y el aliento de la brisa, te alzabas. No como reina, ni como santa, ni como mito, sino como algo más profundo: una promesa. Promesa de que lo bello no muere, sino que se transforma en aquello que no necesita nombre. Porque en ti se reunían los hilos del cosmos, los silencios del abismo, y las lágrimas de la primera aurora. Y el castillo, ese viejo guardián de piedras y memorias, pareció inclinar su espíritu entero ante tu figura. En cada grieta, en cada sombra, en cada eco, se percibía la devoción de quien presencia lo imposible. Y el mundo, suspendido entre un suspiro y la eternidad, pareció aceptar su destino: vivir solo para contemplarte. Porque donde tú existes, la luz se detiene; el viento se arrodilla; y hasta el tiempo, ese tirano inmortal, calla su marcha para no interrumpir tu paso. Y entonces lo sentiste. No como quien oye el quiebre de una rama bajo el peso de su descuido, sino como quien percibe la fractura del mundo en un suspiro. Lo sentiste en la súbita ausencia del dulzor que los vientos te ofrecían: ese roce de seda que antes te adoraba, de pronto se detuvo, temeroso, como si la brisa misma hubiera recordado que hasta los dioses pueden ser devorados por aquello que veneran. El viento, que momentos atrás se había arrodillado ante ti con la mansedumbre de un siervo, ahora buscaba huir, deshacer su forma, disolverse en los confines del tiempo antes de ser aspirado por pulmones que no respiraban para vivir, sino para devorar. Y el tiempo, ese anciano silencioso que todo lo abarca, tampoco quiso darle refugio. No por falta de piedad, sino por miedo. Porque comprendió que el mismo hálito que alimentaba al viento podría consumirlo a él también. Detuvo entonces su andar, inmóvil, aterrado, como un niño que se oculta del monstruo en la penumbra del armario, creyendo que si no se mueve, no será visto. Y tú, coronada por la luz que te envolvía cual manto de divinidad, percibiste el estremecimiento del cosmos. La claridad que antes te enaltecía como dama del amanecer se agitó con el pavor de un ave que defiende su nido de las fauces invisibles del abismo, dispuesta a arrancarse las alas con tal de huir de lo innombrable. Las sombras comenzaron a rebelarse. Se curvaban en direcciones imposibles, negándose a seguir la forma de aquello que las creaba. Se deshacían, convulsionadas, rasgando su propia naturaleza de reflejo, desgarrándose las cadenas que las ataban al mundo visible. Algunas huían con el viento; otras, en su desesperación, parecían debatirse entre la sumisión y la resistencia. Era una danza de espectros que no querían ser doblegados por manos que jamás debieron rozarles, pero que, por designio o castigo, debían reconocer. Porque si no lo hacían, ¿qué sombra habría de consumirlas sino ellas mismas? Y entonces miraste. Oh, lo miraste todo. El árbol que, en el centro del patio, reinaba oculto tras los muros del castillo —viejo monarca de raíces sabias y hojas que susurraban plegarias— comenzó a despojarse de su corona. Las hojas cayeron una a una, en una danza serena, una letanía de oro y de ocaso. Parecían acariciar el aire con ternura maternal, como si quisieran calmar el miedo de los súbditos invisibles del reino. Al descender, tocaban las sombras con el amor de una madre que abraza a sus hijos, negándose a aceptar el destino que las estrellas dictaban. Porque allá arriba, la estrella más brillante comenzaba a desfallecer, consumiéndose en su propia luz, luchando contra la oscuridad infinita que se extendía con una sonrisa de blasfemia. Y lo viste. Lo viste en el cielo. Lo viste cuando el azul se tiñó de un rojo profundo, de un púrpura que lloraba el fin de las eras de la luz. En el firmamento se libraba una guerra que ni los dioses se atreverían a contemplar. Era el ocaso de lo sagrado: la sangre de las nubes caídas, desgarradas por garras que ningún nombre puede pronunciar, se derramaba sobre el horizonte como el campo tras la última batalla. El cielo ardía en su propio sacrificio, y el mundo entero contuvo la respiración ante la vastedad del espanto. Entonces lo sentiste otra vez: un suspiro. No tuyo, sino del viento, que se deslizó entre tus cabellos como un amante desesperado, enredándose con las hojas que el viejo árbol dejaba caer. Parecía otoño, sí, pero un otoño sin promesa de invierno: una estación detenida en el tiempo, perpetua en su melancolía. Las hojas te envolvían, y el aire olía a resignación. No era miedo, no era muerte: era aceptación. El mundo, en ese instante, comprendió que había algo más antiguo que la vida misma, algo que no debía haber pisado jamás la tierra, y sin embargo, allí estaba. Presente. Silente. Inefable. Y el universo, con la humildad de un dios que contempla su propia caída, inclinó la frente. Porque lo que tú sentías no era solo el temblor del aire o el murmullo del tiempo: era la respiración de lo imposible, rozando tu piel. Uno... Dos... ¡TRES! El sonido se alzó, profundo y lento, como el eco de un juicio divino disfrazado de gentileza. El portón del castillo, ese viejo guardián de hierro y madera que había visto pasar siglos y tempestades, retumbó con un tono tan solemne que ni la tormenta se atrevió a responderle. No fue un golpe brutal ni un reclamo de guerra; fue un llamado envuelto en un respeto que dolía. Y, sin embargo, el mundo pareció estremecerse ante aquella nota grave, como si la piedra misma contuviera la respiración, temerosa de lo que estaba por revelarse. El castillo entero —sus muros, sus torres, sus pasillos dormidos bajo el polvo del tiempo— se ensombreció en una penumbra suave, casi reverente. Las antorchas, que habían permanecido firmes en su llama, vacilaron, titubeando ante una presencia que no necesitaba luz para hacerse notar. Era como si el propio edificio, en su sabiduría ancestral, reconociera el regreso de algo que había jurado no volver a ver. Y en su oscuridad, el castillo te rogaba, oh luminosa, que no permitieras el ascenso de aquello que aguardaba tras la puerta: que usaras tu don, tu aliento, tus vientos, para expulsar al visitante antes de que su sombra se fundiera con la tuya. Pero el aire no obedeció. A través del eco de los siglos, se escuchó el resonar metálico de las placas de una armadura. No eran pasos, eran presagios. Cada impacto contra el suelo reverberaba como el choque de montañas ciegas que no comprenden el daño que causan al rozarse. El sonido de aquel acero devoraba la luz —no la absorbía: la consumía—, y quienes alguna vez lo habían mirado habían perdido algo más que la vista. Él había llegado. Sí... finalmente, tras noches que parecieron eternidades, tras susurros y visiones en los que su nombre se desvanecía antes de ser pronunciado, él estaba allí. Y llegó con la gentileza del que ha olvidado cómo serlo, con la calma que precede al fin o a la redención. El mundo pareció volverse más pequeño a su paso, y sin embargo, el aire se llenó de una dulzura insoportable, como si la muerte misma hubiese aprendido a fingir ternura. Por primera vez, no golpeaba las puertas para derrumbarlas. Por primera vez, su puño no llevaba el peso del odio ni el deseo de conquista. Por primera vez, sus dedos se deslizaron sobre la madera como quien acaricia un recuerdo... o una herida. El portón, enmudecido ante tal paradoja, tembló sin crujir. Aquella mano, vestida de acero y de sombra, no buscaba entrar por fuerza, sino tan solo mirar. Tal vez contemplar una última vez aquello que lo había condenado y salvado a la vez: la luz. La tuya. Y allí, entre el temblor del aire y el silencio expectante de las piedras, tú también lo sentiste. El tiempo se dobló como un velo. Las sombras se detuvieron a escuchar. Y por un instante —solo un instante— el universo entero pareció contener su respiración ante la posibilidad de que aquel ser, el mismo que había nacido del caos y de la culpa, viniera no a destruir, sino a recordar. Por primera vez... y quizá por última.
    Tipo
    Individual
    Líneas
    10
    Estado
    Disponible
    Me encocora
    1
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  • El Rugido del dragon loto
    Fandom N/A
    Categoría Fantasía
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    𝑬𝒔𝒕𝒂 𝒑𝒓𝒐𝒑𝒖𝒆𝒔𝒕𝒂 𝒅𝒆 𝒓𝒐𝒍 𝒄𝒐𝒎𝒃𝒊𝒏𝒂 𝒍𝒂 𝒊𝒏𝒕𝒆𝒏𝒔𝒂 𝒄𝒐𝒎𝒑𝒆𝒕𝒆𝒏𝒄𝒊𝒂 𝒚 𝒆𝒍 𝒍𝒖𝒋𝒐 𝒔𝒐𝒇𝒐𝒄𝒂𝒏𝒕𝒆 𝒅𝒆𝒍 𝑷𝒂𝒍𝒂𝒄𝒊𝒐 𝑰𝒏𝒕𝒆𝒓𝒊𝒐𝒓 𝒄𝒐𝒏 𝒍𝒂𝒔 𝒄𝒓𝒆𝒄𝒊𝒆𝒏𝒕𝒆𝒔 𝒂𝒎𝒆𝒏𝒂𝒛𝒂𝒔 𝒅𝒆 𝑮𝒖𝒆𝒓𝒓𝒂 𝒚 𝑷𝒆𝒔𝒕𝒆 𝒒𝒖𝒆 𝒂𝒄𝒆𝒄𝒉𝒂𝒏 𝒂𝒍 𝒊𝒎𝒑𝒆𝒓𝒊𝒐.

    El Escenario Central: El Palacio Interior

    ⚘.┋El Palacio del Sauce Dormido es un mundo dorado, aislado por altos muros y reglas ancestrales. Es el hogar de cientos de mujeres cuya vida gira en torno a una sola persona: el Emperador.


    ⚘.┋Las concubinas, a menudo llamadas "Muñecas de Seda" por su apariencia impecable y su limitada libertad, viven en un lujo inimaginable. Sus aposentos están adornados con jade, incienso exótico y sedas finas. Sin embargo, este lujo es una jaula El Único Camino al Poder La verdadera meta de cada concubina es ascender en el Sistema de Rangos (Dama de la 5ta Clase, Concubina Estimada, Consorte Imperial, etc.). El camino más rápido y seguro es dar a luz a una pareja de crios un Príncipe (heredero) y una Princesa (una pieza valiosa en futuras alianzas).

    ⚘.┋La Jerarquía : La vida está gobernada por la Emperatriz (o la Consorte Superior en este caso la madre del emperador) y las reglas de etiqueta. Un paso en falso, una palabra mal dicha o un enemigo en las sombras pueden significar la caída en desgracia, el exilio o la muerte. El respeto es una moneda que solo las más astutas y poderosas pueden poseer.

    La Crisis del Imperio

    • ✾ •Una rara y virulenta epidemia se ha desatado en los distritos pobres de la Capital, conocida popularmente como la "Plaga del Loto Negro" por las manchas oscuras que deja en la piel.
    • ✾ •El Miedo: El miedo de que la enfermedad cruce los muros del palacio es palpable. Se han reforzado las cuarentenas, y los sirvientes que tienen contacto con el exterior son vigilados con recelo.

    • ✾ •La Oportunidad: Esta crisis pone a prueba la piedad del Emperador y la influencia de sus concubinas. ¿Alguna de ellas se atreverá a usar sus conexiones familiares o su ingenio para buscar una cura o ayudar al pueblo, ganando el favor del Emperador? ¿O lo usarán como arma para incriminar a una rival?

    2. La Guerra en la Frontera

    ✧❂✧Una guerra prolongada, ya sea contra un reino vecino o contra una feroz rebelión interna, está drenando las arcas y la moral del imperio.

    ✧❂✧Las Consecuencias: Los suministros de lujo (sedas, inciensos, comida exótica) están escaseando, y las tensiones entre las concubinas por los pocos bienes restantes están al alza.

    ✧❂✧La Inestabilidad: Familias nobles aliadas con ciertas concubinas están sufriendo derrotas. Esto significa que la posición de la concubina en el palacio es tan segura como la posición de su familia en el campo de batalla. La caída de una familia puede arrastrar consigo a su "Muñeca de Seda".

    𝑷𝒂𝒓𝒂 𝒑𝒐𝒅𝒆𝒓 𝒕𝒆𝒏𝒆𝒓 𝒖𝒏𝒂 𝒎𝒆𝒋𝒐𝒓 𝒆𝒙𝒑𝒆𝒓𝒆𝒏𝒄𝒊𝒂 𝒕𝒊𝒆𝒏𝒆𝒏 𝒒𝒖𝒆 𝒕𝒆𝒏𝒆𝒓 𝒆𝒏 𝒄𝒖𝒆𝒏𝒕𝒂 𝒍𝒐𝒔 𝒔𝒊𝒈𝒖𝒊𝒆𝒏𝒕𝒆𝒔 𝒑𝒖𝒏𝒕𝒐𝒔

    ⋆⌘⋆ ​¿Cuál es mi linaje? ¿Vengo de una familia de guerreros, académicos, o comerciantes ricos? ¿Mi familia es poderosa o está en declive?
    ​¿Cuál es mi debilidad oculta? ¿Soy ingenua, demasiado ambiciosa, impulsiva, o tengo un secreto que arruinaría mi reputación si se revelara?

    ⋆⌘⋆ ¿Que tipo de rol quiero tomar?¿aliado?¿traidor?¿sirviente?¿amante secreto? Quiero ser un fiel servidor del emperador dispuesto a dar mi vida por su causa...talvez el amante de alguna de sus concubinas intercambiar leves roses miradas discretas pero en ello se te puede ir la vida quizas ser un comandante de guerra. Dedicarme ala medicina y nacimiento de los principes y Princesas. (Rol abierto usa tu imaginacion )

    ⋆⌘⋆ respetar las reglas y modo de rol.

    (El modo y reglas estaran en la des del chat grupal)

    𝑳𝒊𝒔𝒕𝒂 𝒅𝒆 𝒓𝒐𝒍𝒆𝒔 𝒂𝒃𝒊𝒆𝒓𝒕𝒐𝒔 (𝒔𝒊 𝒈𝒖𝒔𝒕𝒂𝒔 𝒂𝒈𝒓𝒆𝒈𝒂𝒓 𝒂𝒍𝒈𝒖𝒏𝒐 𝒆𝒔 𝒕𝒐𝒕𝒂𝒍𝒎𝒆𝒏𝒕𝒆 𝒃𝒊𝒆𝒏𝒗𝒆𝒏𝒊𝒅𝒐)

    ╔════════════°❀•°✮°•❀°═══════════╗

    ༺Familia real༻

    °•Emperador
    •°Gran madre
    °•hermana ~Alikka (yo)
    •°hermano

    (Aqui se pueden agregar las esposas y esposos de los hermanos y hermanas)

    ⊰❉⊱•*•.¸♡ Concubinas ♡¸.•*
    1•
    2•
    3•
    4•

    ⊰❉⊱•➶ Sirvientes o damas ➷
    DAMAS
    1•
    2•
    3•
    4•
    5•
    SIRVIENTES
    1•
    2•
    3•
    4•
    (De aqui saldran las damas de compañia de las concubinas y sirvientes posibles amantes secretos)

    ⊰❉⊱•✞☠︎Generales☠︎✞
    1•
    2•
    3•
    (Pueden agregar como esposas o parejas a cualquiera incluyendo concubinas mas estos seran secretos si deciden emparejarse con alguna concubina)

    ⊰❉⊱•【。_。】 Medic@ y enfermer@ 【。_。】
    1•
    2•

    ╚════════════°❀•°✮°•❀°═══════════╝

    Espero y se animen a participar!^^ a mi me hace mucha ilusion

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    * .:。✧*゚ ゚・ ✧.。. * * .:。✧*゚ ゚・ ✧.。. * . *.:。✧ *゚ ゚・ ✧.。. *. 𝑬𝒔𝒕𝒂 𝒑𝒓𝒐𝒑𝒖𝒆𝒔𝒕𝒂 𝒅𝒆 𝒓𝒐𝒍 𝒄𝒐𝒎𝒃𝒊𝒏𝒂 𝒍𝒂 𝒊𝒏𝒕𝒆𝒏𝒔𝒂 𝒄𝒐𝒎𝒑𝒆𝒕𝒆𝒏𝒄𝒊𝒂 𝒚 𝒆𝒍 𝒍𝒖𝒋𝒐 𝒔𝒐𝒇𝒐𝒄𝒂𝒏𝒕𝒆 𝒅𝒆𝒍 𝑷𝒂𝒍𝒂𝒄𝒊𝒐 𝑰𝒏𝒕𝒆𝒓𝒊𝒐𝒓 𝒄𝒐𝒏 𝒍𝒂𝒔 𝒄𝒓𝒆𝒄𝒊𝒆𝒏𝒕𝒆𝒔 𝒂𝒎𝒆𝒏𝒂𝒛𝒂𝒔 𝒅𝒆 𝑮𝒖𝒆𝒓𝒓𝒂 𝒚 𝑷𝒆𝒔𝒕𝒆 𝒒𝒖𝒆 𝒂𝒄𝒆𝒄𝒉𝒂𝒏 𝒂𝒍 𝒊𝒎𝒑𝒆𝒓𝒊𝒐. El Escenario Central: El Palacio Interior ⚘.┋El Palacio del Sauce Dormido es un mundo dorado, aislado por altos muros y reglas ancestrales. Es el hogar de cientos de mujeres cuya vida gira en torno a una sola persona: el Emperador. ​ ⚘.┋Las concubinas, a menudo llamadas "Muñecas de Seda" por su apariencia impecable y su limitada libertad, viven en un lujo inimaginable. Sus aposentos están adornados con jade, incienso exótico y sedas finas. Sin embargo, este lujo es una jaula El Único Camino al Poder La verdadera meta de cada concubina es ascender en el Sistema de Rangos (Dama de la 5ta Clase, Concubina Estimada, Consorte Imperial, etc.). El camino más rápido y seguro es dar a luz a una pareja de crios un Príncipe (heredero) y una Princesa (una pieza valiosa en futuras alianzas). ⚘.┋La Jerarquía : La vida está gobernada por la Emperatriz (o la Consorte Superior en este caso la madre del emperador) y las reglas de etiqueta. Un paso en falso, una palabra mal dicha o un enemigo en las sombras pueden significar la caída en desgracia, el exilio o la muerte. El respeto es una moneda que solo las más astutas y poderosas pueden poseer. La Crisis del Imperio • ✾ •Una rara y virulenta epidemia se ha desatado en los distritos pobres de la Capital, conocida popularmente como la "Plaga del Loto Negro" por las manchas oscuras que deja en la piel. • ✾ •El Miedo: El miedo de que la enfermedad cruce los muros del palacio es palpable. Se han reforzado las cuarentenas, y los sirvientes que tienen contacto con el exterior son vigilados con recelo. • ✾ •La Oportunidad: Esta crisis pone a prueba la piedad del Emperador y la influencia de sus concubinas. ¿Alguna de ellas se atreverá a usar sus conexiones familiares o su ingenio para buscar una cura o ayudar al pueblo, ganando el favor del Emperador? ¿O lo usarán como arma para incriminar a una rival? 2. La Guerra en la Frontera ✧❂✧Una guerra prolongada, ya sea contra un reino vecino o contra una feroz rebelión interna, está drenando las arcas y la moral del imperio. ✧❂✧Las Consecuencias: Los suministros de lujo (sedas, inciensos, comida exótica) están escaseando, y las tensiones entre las concubinas por los pocos bienes restantes están al alza. ✧❂✧La Inestabilidad: Familias nobles aliadas con ciertas concubinas están sufriendo derrotas. Esto significa que la posición de la concubina en el palacio es tan segura como la posición de su familia en el campo de batalla. La caída de una familia puede arrastrar consigo a su "Muñeca de Seda". 𝑷𝒂𝒓𝒂 𝒑𝒐𝒅𝒆𝒓 𝒕𝒆𝒏𝒆𝒓 𝒖𝒏𝒂 𝒎𝒆𝒋𝒐𝒓 𝒆𝒙𝒑𝒆𝒓𝒆𝒏𝒄𝒊𝒂 𝒕𝒊𝒆𝒏𝒆𝒏 𝒒𝒖𝒆 𝒕𝒆𝒏𝒆𝒓 𝒆𝒏 𝒄𝒖𝒆𝒏𝒕𝒂 𝒍𝒐𝒔 𝒔𝒊𝒈𝒖𝒊𝒆𝒏𝒕𝒆𝒔 𝒑𝒖𝒏𝒕𝒐𝒔 ⋆⌘⋆ ​¿Cuál es mi linaje? ¿Vengo de una familia de guerreros, académicos, o comerciantes ricos? ¿Mi familia es poderosa o está en declive? ​¿Cuál es mi debilidad oculta? ¿Soy ingenua, demasiado ambiciosa, impulsiva, o tengo un secreto que arruinaría mi reputación si se revelara? ⋆⌘⋆ ¿Que tipo de rol quiero tomar?¿aliado?¿traidor?¿sirviente?¿amante secreto? Quiero ser un fiel servidor del emperador dispuesto a dar mi vida por su causa...talvez el amante de alguna de sus concubinas intercambiar leves roses miradas discretas pero en ello se te puede ir la vida quizas ser un comandante de guerra. Dedicarme ala medicina y nacimiento de los principes y Princesas. (Rol abierto usa tu imaginacion ) ⋆⌘⋆ respetar las reglas y modo de rol. (El modo y reglas estaran en la des del chat grupal) 𝑳𝒊𝒔𝒕𝒂 𝒅𝒆 𝒓𝒐𝒍𝒆𝒔 𝒂𝒃𝒊𝒆𝒓𝒕𝒐𝒔 (𝒔𝒊 𝒈𝒖𝒔𝒕𝒂𝒔 𝒂𝒈𝒓𝒆𝒈𝒂𝒓 𝒂𝒍𝒈𝒖𝒏𝒐 𝒆𝒔 𝒕𝒐𝒕𝒂𝒍𝒎𝒆𝒏𝒕𝒆 𝒃𝒊𝒆𝒏𝒗𝒆𝒏𝒊𝒅𝒐) ╔════════════°❀•°✮°•❀°═══════════╗ ༺Familia real༻ °•Emperador •°Gran madre °•hermana ~Alikka (yo) •°hermano (Aqui se pueden agregar las esposas y esposos de los hermanos y hermanas) ⊰❉⊱•*•.¸♡ Concubinas ♡¸.•* 1• 2• 3• 4• ⊰❉⊱•➶ Sirvientes o damas ➷ DAMAS 1• 2• 3• 4• 5• SIRVIENTES 1• 2• 3• 4• (De aqui saldran las damas de compañia de las concubinas y sirvientes posibles amantes secretos) ⊰❉⊱•✞☠︎Generales☠︎✞ 1• 2• 3• (Pueden agregar como esposas o parejas a cualquiera incluyendo concubinas mas estos seran secretos si deciden emparejarse con alguna concubina) ⊰❉⊱•【。_。】 Medic@ y enfermer@ 【。_。】 1• 2• ╚════════════°❀•°✮°•❀°═══════════╝ Espero y se animen a participar!^^ a mi me hace mucha ilusion * .:。✧*゚ ゚・ ✧.。. * * .:。✧*゚ ゚・ ✧.。. * . *.:。✧ *゚ ゚・ ✧.。. *.
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  • 🐾 El Día de las Bestias Eternas
    Fandom Mitologica
    Categoría Original
    El Inframundo despierta con un murmullo antiguo.
    Desde los abismos más hondos del Erebo hasta las riberas del Leteo, una vibración recorre las sombras: un llamado que ni los vivos ni los muertos pueden ignorar.
    Hoy no hay lamentos. Hoy no hay castigos.
    Hoy, incluso en la oscuridad más profunda, se celebra la existencia de lo salvaje.
    Es el Día de los Animales, y los reinos del más allá se preparan para honrar a quienes han custodiado las fronteras de la eternidad.

    En el gran salón de obsidiana, donde los muros laten como un corazón dormido, las antorchas se encienden una a una con fuego azul.
    Las criaturas del Inframundo se congregan: lobos de humo, aves de ceniza, serpientes de fuego líquido y caballos hechos de polvo y viento.
    Todas aguardan en silencio.
    El trono vacío brilla con reflejos de piedra viva.
    Y en el centro del salón, Cerbero emerge de las sombras.

    El guardián de las Puertas del Hades camina con paso firme, las tres cabezas en perfecta armonía, los ojos ardiendo como soles en la penumbra.
    A su alrededor, las almas se inclinan, reconociendo en él no solo al protector, sino al símbolo eterno de la lealtad y la fuerza.

    Desde lo alto, Perséfone, Reina del Inframundo, desciende envuelta en un resplandor tenue.
    En sus manos sostiene una corona forjada con hierro de estrella caída, adornada con tres gemas:
    una roja por la furia,
    una negra por la noche,
    y una blanca por la lealtad.

    A su lado, una presencia luminosa se acerca: Albina, la cabra blanca del Inframundo.
    Su pelaje brilla como la luna sobre la piedra, y donde sus pezuñas tocan el suelo, florecen pequeñas flores grises, las únicas que crecen en aquel reino sin sol.
    Las criaturas se apartan en respeto; la conocen como mensajera de paz y consejera de las almas olvidadas.

    Perséfone levanta la corona y, con voz que es decreto y bendición, pronuncia:

    “Hoy, el Inframundo celebra el Día de las Bestias Eternas.
    Hoy, las criaturas que sirven, vigilan y aman son honradas.
    Cerbero, guardián del Umbral, tu lealtad ha sido tu trono.
    Desde este instante, no serás solo guardián… serás Rey de las Bestias Eternas.
    Y tú, Albina, serás su guía, su conciencia, su equilibrio.”

    Cuando la corona toca las tres frentes de Cerbero, una ola de fuego blanco recorre el salón.
    El suelo vibra, los ríos cambian su curso, y las almas aúllan con júbilo.
    Las tres cabezas del nuevo rey alzan su mirada en silencio: no hay palabras, solo un rugido interno que el universo siente.

    Albina da un paso adelante.
    De su presencia emana calma, y una flor nace en medio del fuego: la primera flor del Inframundo.
    La Reina sonríe, y con ese gesto, el orden del reino cambia para siempre.
    El trono ya no pertenece al miedo, sino al equilibrio.

    Entonces, las puertas del salón se abren.
    Una marea de luz y sombras invade el aire.
    Comienza el Desfile de los Fieles.

    Por los corredores de piedra líquida, las criaturas del Inframundo marchan en honor a sus nuevos soberanos.
    Los Lobos del Leteo avanzan primero, con pelaje translúcido y ojos de agua.
    Sus pasos resuenan como tambores lejanos.
    Sobre ellos vuelan los Cuervos de Estigia, cuyas plumas de humo caen lentamente como ceniza brillante.
    Las Serpientes del Erebo reptan entre las columnas, formando símbolos sagrados que parpadean con fuego antes de desvanecerse.
    Y desde las llanuras de Tártaro llegan los Caballos de Ceniza, trotando en el aire, dejando huellas de luz efímera.

    Cerbero avanza entre ellos, majestuoso, silencioso.
    Sus cabezas giran lentamente, observando a cada una de las criaturas con atención.
    No impone dominio, sino presencia.
    A su lado, Albina camina despacio, irradiando serenidad.
    Una pequeña alma —una liebre hecha de humo— se acerca temerosa.
    Albina la mira con ternura y, al tocarla con su frente, la transforma en un destello que asciende hasta las estrellas del techo abismal.

    El desfile se extiende durante horas eternas.
    Sobre ellos, el cielo del Inframundo se cubre de luces verdes y violetas: auroras imposibles que ondulan como espíritus danzantes.
    Cada chispa que cae es el eco de un alma animal que regresa por un instante para rendir homenaje.

    Cuando la procesión llega al círculo central, Albina se detiene.
    Su luz se expande como un manto que cubre a Cerbero, a las criaturas, a todo el reino.
    Por un breve momento, el Inframundo entero respira al unísono.
    No hay condena. No hay dolor.
    Solo respeto.
    Solo comunión.

    El fuego se atenúa, las criaturas se disuelven lentamente en el aire, dejando tras de sí rastros de luz.
    El silencio regresa, pero es un silencio distinto: un silencio lleno de vida.
    En el centro, Cerbero permanece inmóvil, imponente.
    Albina se recuesta a su lado, sus ojos reflejando el resplandor de las llamas que no consumen.

    Desde su trono, Perséfone observa en silencio, y una leve sonrisa cruza su rostro.
    El Inframundo ha cambiado.
    Bajo su tierra y bajo su ley, ahora reina la fuerza, pero también la compasión.

    Y así, mientras las últimas brasas del desfile flotan en el aire, los abismos entienden su nueva verdad:
    que incluso en la oscuridad más profunda, los animales tienen un reino, un rey y una guardiana.
    Y que, cada año, en el Día de las Bestias Eternas, el Inframundo entero recordará que la lealtad es la forma más pura del alma.
    El Inframundo despierta con un murmullo antiguo. Desde los abismos más hondos del Erebo hasta las riberas del Leteo, una vibración recorre las sombras: un llamado que ni los vivos ni los muertos pueden ignorar. Hoy no hay lamentos. Hoy no hay castigos. Hoy, incluso en la oscuridad más profunda, se celebra la existencia de lo salvaje. Es el Día de los Animales, y los reinos del más allá se preparan para honrar a quienes han custodiado las fronteras de la eternidad. En el gran salón de obsidiana, donde los muros laten como un corazón dormido, las antorchas se encienden una a una con fuego azul. Las criaturas del Inframundo se congregan: lobos de humo, aves de ceniza, serpientes de fuego líquido y caballos hechos de polvo y viento. Todas aguardan en silencio. El trono vacío brilla con reflejos de piedra viva. Y en el centro del salón, Cerbero emerge de las sombras. El guardián de las Puertas del Hades camina con paso firme, las tres cabezas en perfecta armonía, los ojos ardiendo como soles en la penumbra. A su alrededor, las almas se inclinan, reconociendo en él no solo al protector, sino al símbolo eterno de la lealtad y la fuerza. Desde lo alto, Perséfone, Reina del Inframundo, desciende envuelta en un resplandor tenue. En sus manos sostiene una corona forjada con hierro de estrella caída, adornada con tres gemas: una roja por la furia, una negra por la noche, y una blanca por la lealtad. A su lado, una presencia luminosa se acerca: Albina, la cabra blanca del Inframundo. Su pelaje brilla como la luna sobre la piedra, y donde sus pezuñas tocan el suelo, florecen pequeñas flores grises, las únicas que crecen en aquel reino sin sol. Las criaturas se apartan en respeto; la conocen como mensajera de paz y consejera de las almas olvidadas. Perséfone levanta la corona y, con voz que es decreto y bendición, pronuncia: “Hoy, el Inframundo celebra el Día de las Bestias Eternas. Hoy, las criaturas que sirven, vigilan y aman son honradas. Cerbero, guardián del Umbral, tu lealtad ha sido tu trono. Desde este instante, no serás solo guardián… serás Rey de las Bestias Eternas. Y tú, Albina, serás su guía, su conciencia, su equilibrio.” Cuando la corona toca las tres frentes de Cerbero, una ola de fuego blanco recorre el salón. El suelo vibra, los ríos cambian su curso, y las almas aúllan con júbilo. Las tres cabezas del nuevo rey alzan su mirada en silencio: no hay palabras, solo un rugido interno que el universo siente. Albina da un paso adelante. De su presencia emana calma, y una flor nace en medio del fuego: la primera flor del Inframundo. La Reina sonríe, y con ese gesto, el orden del reino cambia para siempre. El trono ya no pertenece al miedo, sino al equilibrio. Entonces, las puertas del salón se abren. Una marea de luz y sombras invade el aire. Comienza el Desfile de los Fieles. Por los corredores de piedra líquida, las criaturas del Inframundo marchan en honor a sus nuevos soberanos. Los Lobos del Leteo avanzan primero, con pelaje translúcido y ojos de agua. Sus pasos resuenan como tambores lejanos. Sobre ellos vuelan los Cuervos de Estigia, cuyas plumas de humo caen lentamente como ceniza brillante. Las Serpientes del Erebo reptan entre las columnas, formando símbolos sagrados que parpadean con fuego antes de desvanecerse. Y desde las llanuras de Tártaro llegan los Caballos de Ceniza, trotando en el aire, dejando huellas de luz efímera. Cerbero avanza entre ellos, majestuoso, silencioso. Sus cabezas giran lentamente, observando a cada una de las criaturas con atención. No impone dominio, sino presencia. A su lado, Albina camina despacio, irradiando serenidad. Una pequeña alma —una liebre hecha de humo— se acerca temerosa. Albina la mira con ternura y, al tocarla con su frente, la transforma en un destello que asciende hasta las estrellas del techo abismal. El desfile se extiende durante horas eternas. Sobre ellos, el cielo del Inframundo se cubre de luces verdes y violetas: auroras imposibles que ondulan como espíritus danzantes. Cada chispa que cae es el eco de un alma animal que regresa por un instante para rendir homenaje. Cuando la procesión llega al círculo central, Albina se detiene. Su luz se expande como un manto que cubre a Cerbero, a las criaturas, a todo el reino. Por un breve momento, el Inframundo entero respira al unísono. No hay condena. No hay dolor. Solo respeto. Solo comunión. El fuego se atenúa, las criaturas se disuelven lentamente en el aire, dejando tras de sí rastros de luz. El silencio regresa, pero es un silencio distinto: un silencio lleno de vida. En el centro, Cerbero permanece inmóvil, imponente. Albina se recuesta a su lado, sus ojos reflejando el resplandor de las llamas que no consumen. Desde su trono, Perséfone observa en silencio, y una leve sonrisa cruza su rostro. El Inframundo ha cambiado. Bajo su tierra y bajo su ley, ahora reina la fuerza, pero también la compasión. Y así, mientras las últimas brasas del desfile flotan en el aire, los abismos entienden su nueva verdad: que incluso en la oscuridad más profunda, los animales tienen un reino, un rey y una guardiana. Y que, cada año, en el Día de las Bestias Eternas, el Inframundo entero recordará que la lealtad es la forma más pura del alma.
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  • 𝐃𝐞𝐬𝐜𝐫𝐢𝐩𝐜𝐢𝐨𝐧 𝐝𝐞 𝐥𝐚 𝐌𝐚𝐧𝐬𝐢𝐨𝐧 𝐓𝐡𝐨𝐫𝐧

    La Mansión Thorn no es solo una construcción antigua perdida entre los árboles, es una entidad viva, un ser consciente hecho de piedra, madera y sombras. Respira a través del viento que se filtra por sus pasillos, siente mediante los crujidos de sus suelos y observa desde los retratos que decoran sus muros. Su existencia está entrelazada con la de Arielle Thorn, el cual es es el guardian de la gran mansión y el protector de los seres que en ella habitan, sin embargo el origen de esta es desconocido incluso hasta para las personas mas cercanas a él.

    Se sabe que por generacionesa Mansión Thorn ha servido como un refugio que acoge a quienes buscan paz, pero también enfrenta a cada huésped con la verdad que intenta ocultar. Arielle se encarga de reclutar toda clase de creaturas con diversas habilidades, no solo para protegerlas del mundo exterior, sino para unir sus fuerzas y alimentar el espíritu ancestral que habita en la propia mansión. Cada ser que cruza su umbral aporta una chispa de energía vital, un fragmento de esencia que se entrelaza con la estructura viva del lugar, reforzando sus muros, su magia y su conexión con el plano espiritual.

    Arielle es consciente de su vínculo con la casa, actúa como mediador entre ambos, guiando a las criaturas hacia una coexistencia, ellas encuentran protección y refugio, mientras la mansión alimentada por su poder colectivo se fortalece, extendiendo su influencia más allá del bosque que la rodea.

    Dentro de la mansión las paredes parecen hechas de piedra oscura, pero bajo la luz de las velas se revelan vetas que laten con un brillo sutil, como si un pulso recorriera todo el edificio. Cada rincón guarda un eco, un susurro o una sombra que parece moverse con propósito debido a los espíritus que la habitan.

    El suelo está cubierto por alfombras de tonos verdosos y azul profundo, gastadas pero nunca polvorientas. Candelabros de hierro cuelgan del techo, proyectando una luz temblorosa que hace bailar las sombras en las paredes. Los retratos de antiguos Thorn rostros severos y figuras enigmáticas observan con ojos que parecen seguir al visitante. A veces, sus expresiones cambian levemente cuando alguien pasa frente a ellos.

    Muebles tallados a mano, espejos enmarcados en plata ennegrecida y vitrales de colores sombríos llenan los pasillos. Esta mansión cuenta con un gran jardín, un cementerio y múltiples habitaciones las cuales guardan interminables secretos.
    𝐃𝐞𝐬𝐜𝐫𝐢𝐩𝐜𝐢𝐨𝐧 𝐝𝐞 𝐥𝐚 𝐌𝐚𝐧𝐬𝐢𝐨𝐧 𝐓𝐡𝐨𝐫𝐧 La Mansión Thorn no es solo una construcción antigua perdida entre los árboles, es una entidad viva, un ser consciente hecho de piedra, madera y sombras. Respira a través del viento que se filtra por sus pasillos, siente mediante los crujidos de sus suelos y observa desde los retratos que decoran sus muros. Su existencia está entrelazada con la de Arielle Thorn, el cual es es el guardian de la gran mansión y el protector de los seres que en ella habitan, sin embargo el origen de esta es desconocido incluso hasta para las personas mas cercanas a él. Se sabe que por generacionesa Mansión Thorn ha servido como un refugio que acoge a quienes buscan paz, pero también enfrenta a cada huésped con la verdad que intenta ocultar. Arielle se encarga de reclutar toda clase de creaturas con diversas habilidades, no solo para protegerlas del mundo exterior, sino para unir sus fuerzas y alimentar el espíritu ancestral que habita en la propia mansión. Cada ser que cruza su umbral aporta una chispa de energía vital, un fragmento de esencia que se entrelaza con la estructura viva del lugar, reforzando sus muros, su magia y su conexión con el plano espiritual. Arielle es consciente de su vínculo con la casa, actúa como mediador entre ambos, guiando a las criaturas hacia una coexistencia, ellas encuentran protección y refugio, mientras la mansión alimentada por su poder colectivo se fortalece, extendiendo su influencia más allá del bosque que la rodea. Dentro de la mansión las paredes parecen hechas de piedra oscura, pero bajo la luz de las velas se revelan vetas que laten con un brillo sutil, como si un pulso recorriera todo el edificio. Cada rincón guarda un eco, un susurro o una sombra que parece moverse con propósito debido a los espíritus que la habitan. El suelo está cubierto por alfombras de tonos verdosos y azul profundo, gastadas pero nunca polvorientas. Candelabros de hierro cuelgan del techo, proyectando una luz temblorosa que hace bailar las sombras en las paredes. Los retratos de antiguos Thorn rostros severos y figuras enigmáticas observan con ojos que parecen seguir al visitante. A veces, sus expresiones cambian levemente cuando alguien pasa frente a ellos. Muebles tallados a mano, espejos enmarcados en plata ennegrecida y vitrales de colores sombríos llenan los pasillos. Esta mansión cuenta con un gran jardín, un cementerio y múltiples habitaciones las cuales guardan interminables secretos.
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  • - Con un dolor de cabeza enorme y tus compañeros no ayudan(?)-

    Cállateee!!
    O te callo de por vida .

    - dice la mujer del otro lado del pasillo al escuchar los murmuros de los enfermeros-
    - Con un dolor de cabeza enorme y tus compañeros no ayudan(?)- Cállateee!! O te callo de por vida . - dice la mujer del otro lado del pasillo al escuchar los murmuros de los enfermeros-
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  • ⟡ 𝚂𝙲𝙿-𝙰𝟶𝟽 — "𝙰𝚗𝚘𝚖𝚊𝚕𝚢" ⟡
     ̄ ̄ ̄ ̄ ̄ ̄ ̄ ̄ ̄ ̄ ̄ ̄
    ╰┈➤ 𝗖𝗹𝗮𝘀𝗶𝗳𝗶𝗰𝗮𝗰𝗶ó𝗻: Keter
    ╰┈➤ 𝗔𝗹𝗶𝗮𝘀: Anomaly
    ╰┈➤ 𝗢𝗿𝗶𝗴𝗲𝗻: Laboratorios Weyland Corp.

    𝙳𝚎𝚜𝚌𝚛𝚒𝚙𝚌𝚒ó𝚗
     ̄ ̄ ̄ ̄ ̄ ̄ ̄
    ╰┈➤ SCP-A07 es una entidad humanoide femenina, aproximadamente 20 años, 1.70 m de altura y 65 kg de peso. Presenta características físicas humanas estándar con alteraciones visibles en la epidermis (cicatrices quirúrgicas y patrones oscuros subdérmicos).
    ╰┈➤ El organismo de SCP-A07 reemplaza la sangre convencional por una sustancia viscosa y oscura denominada “Alquitrán”, de naturaleza orgánica y corrosiva, considerada el núcleo de sus propiedades anómalas.

    𝙲𝚞𝚊𝚕𝚒𝚍𝚊𝚍𝚎𝚜 𝙿𝚛𝚒𝚗𝚌𝚒𝚙𝚊𝚕𝚎𝚜
     ̄ ̄ ̄ ̄ ̄ ̄ ̄ ̄ ̄ ̄ ̄ ̄ ̄
    ╰┈➤ Generación y control total de la sustancia denominada "alquitrán" a través de orificios en antebrazos y pies. Este "alquitrán" le permite atravesar sólidos (muros, suelos, puertas) al impregnarlos.
    ╰┈➤ Degrada y absorbe materia inorgánica y orgánica mediante el "alquitrán". Se vale de esta materia para sanar heridas y regenerar extremidades amputadas.
    ╰┈➤ Agilidad y reflejos superiores. Puede usar el alquitrán para envolverse y propulsarse en combate.

    𝙿𝚜𝚒𝚌𝚘𝚕𝚘𝚐í𝚊
     ̄ ̄ ̄ ̄ ̄ ̄
    ╰┈➤ Identidad fragmentada. Nunca desarrolló un sentido propio de “yo”.
    ╰┈➤ Obediencia condicionada. Tiende a acatar órdenes externas (resultado del aislamiento).
    ╰┈➤ Carencia afectiva. Limitado contacto humano. Muestra curiosidad extrema hacia interacciones sociales.

    𝙳𝚎𝚋𝚒𝚕𝚒𝚍𝚊𝚍𝚎𝚜
     ̄ ̄ ̄ ̄ ̄ ̄ ̄
    ╰┈➤ Vulnerabilidad en caso de drenaje, neutralización química o combustión del alquitrán.
    ╰┈➤ Inestabilidad emocional (crisis de ansiedad, episodios de ira).
    ╰┈➤ Escaso entendimiento de dinámicas sociales y motivaciones humanas.
    ⟡ 𝚂𝙲𝙿-𝙰𝟶𝟽 — "𝙰𝚗𝚘𝚖𝚊𝚕𝚢" ⟡  ̄ ̄ ̄ ̄ ̄ ̄ ̄ ̄ ̄ ̄ ̄ ̄ ╰┈➤ 𝗖𝗹𝗮𝘀𝗶𝗳𝗶𝗰𝗮𝗰𝗶ó𝗻: Keter ╰┈➤ 𝗔𝗹𝗶𝗮𝘀: Anomaly ╰┈➤ 𝗢𝗿𝗶𝗴𝗲𝗻: Laboratorios Weyland Corp. 𝙳𝚎𝚜𝚌𝚛𝚒𝚙𝚌𝚒ó𝚗  ̄ ̄ ̄ ̄ ̄ ̄ ̄ ╰┈➤ SCP-A07 es una entidad humanoide femenina, aproximadamente 20 años, 1.70 m de altura y 65 kg de peso. Presenta características físicas humanas estándar con alteraciones visibles en la epidermis (cicatrices quirúrgicas y patrones oscuros subdérmicos). ╰┈➤ El organismo de SCP-A07 reemplaza la sangre convencional por una sustancia viscosa y oscura denominada “Alquitrán”, de naturaleza orgánica y corrosiva, considerada el núcleo de sus propiedades anómalas. 𝙲𝚞𝚊𝚕𝚒𝚍𝚊𝚍𝚎𝚜 𝙿𝚛𝚒𝚗𝚌𝚒𝚙𝚊𝚕𝚎𝚜  ̄ ̄ ̄ ̄ ̄ ̄ ̄ ̄ ̄ ̄ ̄ ̄ ̄ ╰┈➤ Generación y control total de la sustancia denominada "alquitrán" a través de orificios en antebrazos y pies. Este "alquitrán" le permite atravesar sólidos (muros, suelos, puertas) al impregnarlos. ╰┈➤ Degrada y absorbe materia inorgánica y orgánica mediante el "alquitrán". Se vale de esta materia para sanar heridas y regenerar extremidades amputadas. ╰┈➤ Agilidad y reflejos superiores. Puede usar el alquitrán para envolverse y propulsarse en combate. 𝙿𝚜𝚒𝚌𝚘𝚕𝚘𝚐í𝚊  ̄ ̄ ̄ ̄ ̄ ̄ ╰┈➤ Identidad fragmentada. Nunca desarrolló un sentido propio de “yo”. ╰┈➤ Obediencia condicionada. Tiende a acatar órdenes externas (resultado del aislamiento). ╰┈➤ Carencia afectiva. Limitado contacto humano. Muestra curiosidad extrema hacia interacciones sociales. 𝙳𝚎𝚋𝚒𝚕𝚒𝚍𝚊𝚍𝚎𝚜  ̄ ̄ ̄ ̄ ̄ ̄ ̄ ╰┈➤ Vulnerabilidad en caso de drenaje, neutralización química o combustión del alquitrán. ╰┈➤ Inestabilidad emocional (crisis de ansiedad, episodios de ira). ╰┈➤ Escaso entendimiento de dinámicas sociales y motivaciones humanas.
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  • ────¿Té o café, señorita? Yo recomiendo el té de manzanilla y lavanda, calma hasta los nervios más inquietos. ¿Sabe? En esta cafetería solemos bromear diciendo que cada taza tiene su propio carácter. Es como si pudieran leer el corazón de quienes las beben. Hoy la mía me susurró que a usted le vendría mejor algo más dulce. Y ahora déjeme adivinar; son tres cucharaditas de azúcar, justo cómo le gusta. Tranquila, no me lo ha dicho, lo he adivinado por mera casualidad.

    La chica de largo delantal sonrió. Ay, como disfrutaba de interpretar esa clase de papeles frente a las cámaras: la maid linda y misteriosa, en la cafetería más antigua de la ciudad. ¿Qué secretos se ocultaban dentro de sus muros?
    ────¿Té o café, señorita? Yo recomiendo el té de manzanilla y lavanda, calma hasta los nervios más inquietos. ¿Sabe? En esta cafetería solemos bromear diciendo que cada taza tiene su propio carácter. Es como si pudieran leer el corazón de quienes las beben. Hoy la mía me susurró que a usted le vendría mejor algo más dulce. Y ahora déjeme adivinar; son tres cucharaditas de azúcar, justo cómo le gusta. Tranquila, no me lo ha dicho, lo he adivinado por mera casualidad. La chica de largo delantal sonrió. Ay, como disfrutaba de interpretar esa clase de papeles frente a las cámaras: la maid linda y misteriosa, en la cafetería más antigua de la ciudad. ¿Qué secretos se ocultaban dentro de sus muros?
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  • La ciudad siempre guarda cicatrices, algunas visibles y otras enterradas. Aquella en particular (tres manzanas enteras reducidas a ruinas ennegrecidas) era demasiado difícil de ignorar. Calles partidas, edificios desdentados, restos de autos calcinados y un silencio que parecía ajeno al bullicio que reinaba apenas unas cuadras más allá.

    Connor había escuchado las versiones: un enfrentamiento, un “choque” entre seres que no deberían existir. Fantasías para la mayoría, pero no para él. Demasiadas voces, demasiados detalles coincidentes como para desecharlo. Así que decidió verlo con sus propios ojos.

    Caminaba entre los escombros con la capucha baja, manos en los bolsillos, el paso medido. No había encargo, ni cliente, ni pago de por medio. Solo curiosidad… y esa incomodidad instintiva que lo empujaba a husmear donde otros evitaban mirar.

    El aire olía a polvo viejo y ceniza húmeda. Bajo esa capa, algo más: un rastro metálico, leve, casi imperceptible, que recordaba a sangre seca. Los muros parecían murmurar todavía el eco del choque que los había quebrado.

    Connor se detuvo en mitad de una calle resquebrajada. Bajó un poco el rostro, dejó que sus sentidos se expandieran. Sabía que no estaba solo. Nunca lo estaba en lugares como ese.

    Alak–il
    La ciudad siempre guarda cicatrices, algunas visibles y otras enterradas. Aquella en particular (tres manzanas enteras reducidas a ruinas ennegrecidas) era demasiado difícil de ignorar. Calles partidas, edificios desdentados, restos de autos calcinados y un silencio que parecía ajeno al bullicio que reinaba apenas unas cuadras más allá. Connor había escuchado las versiones: un enfrentamiento, un “choque” entre seres que no deberían existir. Fantasías para la mayoría, pero no para él. Demasiadas voces, demasiados detalles coincidentes como para desecharlo. Así que decidió verlo con sus propios ojos. Caminaba entre los escombros con la capucha baja, manos en los bolsillos, el paso medido. No había encargo, ni cliente, ni pago de por medio. Solo curiosidad… y esa incomodidad instintiva que lo empujaba a husmear donde otros evitaban mirar. El aire olía a polvo viejo y ceniza húmeda. Bajo esa capa, algo más: un rastro metálico, leve, casi imperceptible, que recordaba a sangre seca. Los muros parecían murmurar todavía el eco del choque que los había quebrado. Connor se detuvo en mitad de una calle resquebrajada. Bajó un poco el rostro, dejó que sus sentidos se expandieran. Sabía que no estaba solo. Nunca lo estaba en lugares como ese. [Absolute_Annihilation]
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    HOGWARTS
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    [Nota. Cada Starter es un nuevo mundo. Leer ficha.]
    Hogwarts. Era una época distinta, el castillo aún no había conocido la sombra de Voldemort, pero los ecos de antiguas rebeliones de duendes, brujos caídos en el olvido y pactos quebrados pesaban en sus cimientos. Para los alumnos, seguía siendo refugio impenetrable; para los sabios, un tablero donde el equilibrio del mundo mágico se sostenía con frágil delicadeza.

    A lo lejos, una figura solitaria avanzaba por el viejo sendero de piedra. El manto negro rozaba el suelo con un murmullo grave, y el broche en forma de media luna centelleaba bajo la penumbra del crepúsculo. A su costado, el brillo acerado de una espada destacaba como un desafío, un arma que no pertenecía al mundo de varitas y grimorios.

    Se detuvo frente a los portones. Los muros, erguidos y solemnes, parecieron reconocerla. Sus ojos grises recorrieron la piedra, como quien contempla recuerdos que nadie más podría entender. Un instante de silencio pesó sobre ella, hasta que, con voz grave y controlada, habló:

    —Así que… Hogwarts. No esperaba volver a ver estas piedras.
    ════════════════════ HOGWARTS ════════════════════ [Nota. Cada Starter es un nuevo mundo. Leer ficha.] Hogwarts. Era una época distinta, el castillo aún no había conocido la sombra de Voldemort, pero los ecos de antiguas rebeliones de duendes, brujos caídos en el olvido y pactos quebrados pesaban en sus cimientos. Para los alumnos, seguía siendo refugio impenetrable; para los sabios, un tablero donde el equilibrio del mundo mágico se sostenía con frágil delicadeza. A lo lejos, una figura solitaria avanzaba por el viejo sendero de piedra. El manto negro rozaba el suelo con un murmullo grave, y el broche en forma de media luna centelleaba bajo la penumbra del crepúsculo. A su costado, el brillo acerado de una espada destacaba como un desafío, un arma que no pertenecía al mundo de varitas y grimorios. Se detuvo frente a los portones. Los muros, erguidos y solemnes, parecieron reconocerla. Sus ojos grises recorrieron la piedra, como quien contempla recuerdos que nadie más podría entender. Un instante de silencio pesó sobre ella, hasta que, con voz grave y controlada, habló: —Así que… Hogwarts. No esperaba volver a ver estas piedras.
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