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    La Torre del Olvido.

    La encontré entre las ventanas. Una realidad que no debía existir, pero existe. Una madre que no partió en busca de su alma gemela.
    Una Jennifer que no olvidó… pero que tampoco recordó lo que la hacía humana.

    Al principio, gobernó con justicia, aprendió de otros reinos, mejoró el suyo., pero sin el viaje, sin el dolor, sin el amor perdido… Algo en ella quedó incompleto Y ese vacío se disfrazó de hambre, hambre por saberlo todo.

    La Torre del Conocimiento creció como una herida que no cerraba.
    Libros, esferas, memorias robadas, personas convertidas en despojos, en bestias sin alma. Todo por llenar su hambre de conocimiento.

    Y entonces llegó Ayane. La princesa que buscaba a su madre, Sasha. Jennifer al ver a Ayane quedo cautivada, fue amor a primera vista, Ayane también lo sintió. Porque el amor no entiende de realidades, ni de advertencias.

    Estuvieron juntas, rieron, compartieron noches, Ayane creyó en ella, pero un día Ayane llegó a la torre sin que Jennifer lo supiera. El aire era espeso, como si los muros respiraran. Cada paso resonaba con ecos que no eran suyos. Tenía miedo, no por lo que sabía, sino por lo que aún no había visto.

    Mientras ascendía por los pasillos de piedra, vio por primera vez a los Despojos. Hombres bestia, deformes, con cabezas de perro y ojos apagados. Algunos arrastraban piedras. Otros simplemente deambulaban. Uno de ellos murmuraba, sin rumbo:

    —Tantos esclavos… cada vez son más esclavos… ¿cuándo terminará esta maldita torre?

    Ayane se acercó. —¿Quién eres?— Preguntó con voz temblorosa.

    El hombre la miró con ojos rotos. —Fui enviado por el reino vecino. Jennifer nos invitó. Pero atrapó a todos mis soldados. No le importó que esto iniciara una guerra.

    Luego, con voz quebrada, dijo: —Antes la llamaban la hija del monstruo. Pero cuando selló a su propio padre y tomó el reino, la llamaron Jennifer la sabia… Jennifer la maga… Jennifer la encantadora. Y todo… todo para construir esta torre. Una torre tan alta que pudiera contener todos los conocimientos. Todos los secretos, todas las leyendas, todos los recuerdos. Nada iguala a su biblioteca universal.

    —Desde el ocaso de la tierra vieja— Continuó— Los pergaminos sustituyeron las tabletas de arcilla. Los libros a los pergaminos. Y ahora, las esferas mágicas a los libros. Jennifer lo quiere todo. Y cuando un reino se acerca… ya no sale.

    —Tiene miles de sortilegios. Convierte a las personas en Despojos. Les roba sus recuerdos, su pasado. Los hace olvidar quiénes fueron. Y les obliga a poner piedra tras piedra. La torre sube. Siempre más alto. Cuando Jennifer obtenga todo el conocimiento… será más poderosa que todos los dioses juntos. Los mismos dioses que su padre eliminó… uno por uno. Todo por eso. Solo por eso.

    Ayane no respondió, el hombre transformado en Despojo cerro los ojos, acepto su realidad y el pequeño brillo que poseia en sus ojos se apago y solo siguió caminando. Ayane no pudo hacer nada por el, pero luego la vio... Sasha, su madre.

    Deambulaba sin rumbo, como los demás. Pero aún conservaba su forma humana. Sus ojos estaban vacíos, pero su cuerpo no había sido deformado. Ayane corrió hacia ella. La abrazó. Sasha no respondió. Pero algo en su piel, en su calor, le dijo que aún estaba viva. Aún estaba ahí.

    Ayane lloró, y en ese momento, supo que ya no podía confiar en Jennifer. Aunque la amara, aunque su corazón se rompiera, la verdad era más fuerte que el amor. Ayane saco a su madre de esa maldita torre, le ordeno a sus soldados que la ocultaran.

    Ayane no huyó, no la enfrentó, solo esperó a que cayera la noche, y cuando compartía el lecho con Jennifer aprovecho que esta dormía y le arrancó el corazón con lágrimas, con amor, con culpa.

    Jennifer no murió pero quedó en un sueño profundo, sellada en lo más hondo de su torre. Ayane escapó con su madre y cuando pudo regresar a su tierra natal dio a luz a Yuna. unos meses despues.
    La hija que, según la profecía, será quien enfrente a Jennifer cuando despierte, tal como está enfrento a su padre Ozma.

    Y yo… yo vi todo. Desde mi sala de espejos... Desde mi rincón fuera del tiempo. Esta vez no rei, no hice bromas, solo lloré.

    Porque amo a mis madres, Jennifer y Ayane... Y aunque estas no sean las que yo conozco… El dolor es real, el amor también.

    Esta historia no es canon en mi mundo.
    Pero lo es en otro. Y en la telaraña infinita, todo lo que duele… es verdad en algún lugar.

    Bienvenido a la Telaraña de Loki. Hoy no hay juego.
    Solo memoria.
    La Torre del Olvido. La encontré entre las ventanas. Una realidad que no debía existir, pero existe. Una madre que no partió en busca de su alma gemela. Una Jennifer que no olvidó… pero que tampoco recordó lo que la hacía humana. Al principio, gobernó con justicia, aprendió de otros reinos, mejoró el suyo., pero sin el viaje, sin el dolor, sin el amor perdido… Algo en ella quedó incompleto Y ese vacío se disfrazó de hambre, hambre por saberlo todo. La Torre del Conocimiento creció como una herida que no cerraba. Libros, esferas, memorias robadas, personas convertidas en despojos, en bestias sin alma. Todo por llenar su hambre de conocimiento. Y entonces llegó Ayane. La princesa que buscaba a su madre, Sasha. Jennifer al ver a Ayane quedo cautivada, fue amor a primera vista, Ayane también lo sintió. Porque el amor no entiende de realidades, ni de advertencias. Estuvieron juntas, rieron, compartieron noches, Ayane creyó en ella, pero un día Ayane llegó a la torre sin que Jennifer lo supiera. El aire era espeso, como si los muros respiraran. Cada paso resonaba con ecos que no eran suyos. Tenía miedo, no por lo que sabía, sino por lo que aún no había visto. Mientras ascendía por los pasillos de piedra, vio por primera vez a los Despojos. Hombres bestia, deformes, con cabezas de perro y ojos apagados. Algunos arrastraban piedras. Otros simplemente deambulaban. Uno de ellos murmuraba, sin rumbo: —Tantos esclavos… cada vez son más esclavos… ¿cuándo terminará esta maldita torre? Ayane se acercó. —¿Quién eres?— Preguntó con voz temblorosa. El hombre la miró con ojos rotos. —Fui enviado por el reino vecino. Jennifer nos invitó. Pero atrapó a todos mis soldados. No le importó que esto iniciara una guerra. Luego, con voz quebrada, dijo: —Antes la llamaban la hija del monstruo. Pero cuando selló a su propio padre y tomó el reino, la llamaron Jennifer la sabia… Jennifer la maga… Jennifer la encantadora. Y todo… todo para construir esta torre. Una torre tan alta que pudiera contener todos los conocimientos. Todos los secretos, todas las leyendas, todos los recuerdos. Nada iguala a su biblioteca universal. —Desde el ocaso de la tierra vieja— Continuó— Los pergaminos sustituyeron las tabletas de arcilla. Los libros a los pergaminos. Y ahora, las esferas mágicas a los libros. Jennifer lo quiere todo. Y cuando un reino se acerca… ya no sale. —Tiene miles de sortilegios. Convierte a las personas en Despojos. Les roba sus recuerdos, su pasado. Los hace olvidar quiénes fueron. Y les obliga a poner piedra tras piedra. La torre sube. Siempre más alto. Cuando Jennifer obtenga todo el conocimiento… será más poderosa que todos los dioses juntos. Los mismos dioses que su padre eliminó… uno por uno. Todo por eso. Solo por eso. Ayane no respondió, el hombre transformado en Despojo cerro los ojos, acepto su realidad y el pequeño brillo que poseia en sus ojos se apago y solo siguió caminando. Ayane no pudo hacer nada por el, pero luego la vio... Sasha, su madre. Deambulaba sin rumbo, como los demás. Pero aún conservaba su forma humana. Sus ojos estaban vacíos, pero su cuerpo no había sido deformado. Ayane corrió hacia ella. La abrazó. Sasha no respondió. Pero algo en su piel, en su calor, le dijo que aún estaba viva. Aún estaba ahí. Ayane lloró, y en ese momento, supo que ya no podía confiar en Jennifer. Aunque la amara, aunque su corazón se rompiera, la verdad era más fuerte que el amor. Ayane saco a su madre de esa maldita torre, le ordeno a sus soldados que la ocultaran. Ayane no huyó, no la enfrentó, solo esperó a que cayera la noche, y cuando compartía el lecho con Jennifer aprovecho que esta dormía y le arrancó el corazón con lágrimas, con amor, con culpa. Jennifer no murió pero quedó en un sueño profundo, sellada en lo más hondo de su torre. Ayane escapó con su madre y cuando pudo regresar a su tierra natal dio a luz a Yuna. unos meses despues. La hija que, según la profecía, será quien enfrente a Jennifer cuando despierte, tal como está enfrento a su padre Ozma. Y yo… yo vi todo. Desde mi sala de espejos... Desde mi rincón fuera del tiempo. Esta vez no rei, no hice bromas, solo lloré. Porque amo a mis madres, Jennifer y Ayane... Y aunque estas no sean las que yo conozco… El dolor es real, el amor también. Esta historia no es canon en mi mundo. Pero lo es en otro. Y en la telaraña infinita, todo lo que duele… es verdad en algún lugar. Bienvenido a la Telaraña de Loki. Hoy no hay juego. Solo memoria.
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  • Tu que todo lo sabes y todo lo ves, dime....
    ¿Como se supone que sacaré a alastor de su escondite si no sale de allí?
    Para ser un pecador es más astuto que mi hermano

    -y no menciona a sesshomaru como ofensa, respetaba la inteligencia y estrategia que su hermano tenía en vida llegando a ser su personaje influyente y ejemplo de vida. Acaricio una fe las orejas del gato -

    Necesito sacar a lucifer de su hogar el tiempo suficiente para engañar a alastor y arrastrarlo al Japón feudal para dárselo de regalo a mis novios... Lo agradecerán... Pero como.... ¿Se te ocurre algo?
    No sé tipo, decirle que un demonio a raptado a su hijo y están escondidos en el mundo humano pero sin decirle en qué lugar o tiempo....

    Ja!! Que listo eres señor gato, con razon sesshomaru te quiere tanto koto. Es una idea excelente!!!

    -se puso de pie emocionado de la nueva idea que según el fue idea del gato aunque este solo se la paso lamiéndose el pelaje desinteresado de la presencia del híbrido -

    Esconderé a Sebastián mientras desaparezco a lucifer luego lo regreso a su cuna

    -dicho y hecho se trepó los muros de la mansión fisgoneando en dónde andaría el pequeño Sebastián Michaelis no le costó demasiado gracias a su olfato había logrado dar con el cachorro. Con cuidado lo agarro sacándolo de la casa para dejarlo escondido en el jardín con pieles muertas de animales para que no pudiera lucifer encontrarlo con su olfato. Una vez oculto al cachorro, con sus propias garras se fragelo la carne exagerando los cortes para que pareciera que había luchado con quoen sabe de amenaza, una vez tenía su fachada hecha se acercó al marco de la ventana en dónde sabía podría encontrarse Lucifer 𝕾𝖆𝖒𝖆𝖊𝖑 𝕸𝖔𝖗𝖓𝖎𝖓𝖌𝖘𝖙𝖆𝖗 recostando medio cuerpo en el marco, jadeando fingiendo que en cualquier momento se desmayaría por la perdida de sangre -

    Amo disculpe por interrumpir cuando me dijo que dejara de hacerlo. Pero creo que le importa la información que tengo.... Un humano... Y... No...no se que era lo otro.... Entraron a su hogar y se llevaron al joven príncipe trate de detenerlos pero..... Uhmmm....

    -apreto los ojos y los labios fingiendo que estaba agonizando del dolor -

    Lo siento amor, no m... No soy tan fuerte como debería.... Pasaron la puerta del Inframundo huyendo al mundo humano

    -movio su cuerpo dejando que la sangre bañara el marco de la ventana con la intención de atraer la atención de Alastor Dëmøń su gusto canibal va a ser su galón de aquiles -
    Tu que todo lo sabes y todo lo ves, dime.... ¿Como se supone que sacaré a alastor de su escondite si no sale de allí? Para ser un pecador es más astuto que mi hermano -y no menciona a sesshomaru como ofensa, respetaba la inteligencia y estrategia que su hermano tenía en vida llegando a ser su personaje influyente y ejemplo de vida. Acaricio una fe las orejas del gato - Necesito sacar a lucifer de su hogar el tiempo suficiente para engañar a alastor y arrastrarlo al Japón feudal para dárselo de regalo a mis novios... Lo agradecerán... Pero como.... ¿Se te ocurre algo? No sé tipo, decirle que un demonio a raptado a su hijo y están escondidos en el mundo humano pero sin decirle en qué lugar o tiempo.... Ja!! Que listo eres señor gato, con razon sesshomaru te quiere tanto koto. Es una idea excelente!!! -se puso de pie emocionado de la nueva idea que según el fue idea del gato aunque este solo se la paso lamiéndose el pelaje desinteresado de la presencia del híbrido - Esconderé a Sebastián mientras desaparezco a lucifer luego lo regreso a su cuna -dicho y hecho se trepó los muros de la mansión fisgoneando en dónde andaría el pequeño [Michaelis] no le costó demasiado gracias a su olfato había logrado dar con el cachorro. Con cuidado lo agarro sacándolo de la casa para dejarlo escondido en el jardín con pieles muertas de animales para que no pudiera lucifer encontrarlo con su olfato. Una vez oculto al cachorro, con sus propias garras se fragelo la carne exagerando los cortes para que pareciera que había luchado con quoen sabe de amenaza, una vez tenía su fachada hecha se acercó al marco de la ventana en dónde sabía podría encontrarse [LuciHe11] recostando medio cuerpo en el marco, jadeando fingiendo que en cualquier momento se desmayaría por la perdida de sangre - Amo disculpe por interrumpir cuando me dijo que dejara de hacerlo. Pero creo que le importa la información que tengo.... Un humano... Y... No...no se que era lo otro.... Entraron a su hogar y se llevaron al joven príncipe trate de detenerlos pero..... Uhmmm.... -apreto los ojos y los labios fingiendo que estaba agonizando del dolor - Lo siento amor, no m... No soy tan fuerte como debería.... Pasaron la puerta del Inframundo huyendo al mundo humano -movio su cuerpo dejando que la sangre bañara el marco de la ventana con la intención de atraer la atención de [Dem0n] su gusto canibal va a ser su galón de aquiles -
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  • No hay muros que puedan contenerme
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  • En el instante en que el mundo contiene su pulso frenético, cuando el último alarido aún serpentea por los muros húmedos, la cazadora alza su arma bajo la luna enferma, esa luna que no concede amparo, sino juicio.

    La sangre reciente, tibia como un juramento quebrado, desciende por el acero y salpica el empedrado.

    Los corredores de la ciudad exhalan vaharadas impuras y aun los cuerpos inmóviles parecen murmurar su desgracia.

    Entre cascotes y barro teñido,
    se estremece el velo que separa lo humano de lo indecible; un susurro antiguo, casi plegaria, se desliza en la penumbra:
    «Recuerda tu nombre… si aún te pertenece.»

    Pero la noche no entrega memoria; solo reclama.

    Erguida sobre la bestia vencida,
    con el último latido apagándose en su mano,
    la cazadora comprende su destino: no persigue horrores…se acerca a su estirpe.

    Porque el alba no pisa esas calles. Solo una cacería eterna, y el sueño corrompido que exige otra muerte para permitirle seguir viviendo.
    En el instante en que el mundo contiene su pulso frenético, cuando el último alarido aún serpentea por los muros húmedos, la cazadora alza su arma bajo la luna enferma, esa luna que no concede amparo, sino juicio. La sangre reciente, tibia como un juramento quebrado, desciende por el acero y salpica el empedrado. Los corredores de la ciudad exhalan vaharadas impuras y aun los cuerpos inmóviles parecen murmurar su desgracia. Entre cascotes y barro teñido, se estremece el velo que separa lo humano de lo indecible; un susurro antiguo, casi plegaria, se desliza en la penumbra: «Recuerda tu nombre… si aún te pertenece.» Pero la noche no entrega memoria; solo reclama. Erguida sobre la bestia vencida, con el último latido apagándose en su mano, la cazadora comprende su destino: no persigue horrores…se acerca a su estirpe. Porque el alba no pisa esas calles. Solo una cacería eterna, y el sueño corrompido que exige otra muerte para permitirle seguir viviendo.
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  • En la hora sin nombre,
    cuando la luna sangra sobre torres quebradas,
    las campanas no llaman a la fe,
    sino al pacto sellado en sombras.

    Los muros susurran plegarias rotas,
    y los ídolos, cubiertos de carboncillo,
    vigilan con ojos vacíos la procesión de almas condenadas.


    En la penumbra, la verdad se disuelve como carne en veneno;
    no hay redención, solo el filo que separa la cordura del abismo.

    Escucha… ¿Oyes el coro de voces antiguas?

    No son ángeles, somos cazadores que olvidamos nuestros nombres.
    Porque la medianoche no es tiempo, es herida abierta, es juramento eterno: morir… o despertar en la pesadilla.
    En la hora sin nombre, cuando la luna sangra sobre torres quebradas, las campanas no llaman a la fe, sino al pacto sellado en sombras. Los muros susurran plegarias rotas, y los ídolos, cubiertos de carboncillo, vigilan con ojos vacíos la procesión de almas condenadas. En la penumbra, la verdad se disuelve como carne en veneno; no hay redención, solo el filo que separa la cordura del abismo. Escucha… ¿Oyes el coro de voces antiguas? No son ángeles, somos cazadores que olvidamos nuestros nombres. Porque la medianoche no es tiempo, es herida abierta, es juramento eterno: morir… o despertar en la pesadilla.
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  • -esto de cruzar las fronteras y conocer a nuevas personas es relamente divertido, aunque aveces pasen de mi- solto unas risitas mientras colgaba algunas fotos en su habitacion -por ahora son pocas pero, cada que conozca a alguien nuevo una foto añadire a estos muros-

    https://music.youtube.com/watch?v=TE92X1iDy8I&si=XrlOEgz3f9JVqwjK
    -esto de cruzar las fronteras y conocer a nuevas personas es relamente divertido, aunque aveces pasen de mi- solto unas risitas mientras colgaba algunas fotos en su habitacion -por ahora son pocas pero, cada que conozca a alguien nuevo una foto añadire a estos muros- https://music.youtube.com/watch?v=TE92X1iDy8I&si=XrlOEgz3f9JVqwjK
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  • ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ─ ¿Que haces? Baja de ahí ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ─ ordenó entre murmuros, su mirada puesta en ti ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ─

    ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ─ ¿Que haces? Baja de ahí ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ─ ordenó entre murmuros, su mirada puesta en ti ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ─
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  • La habitación estaba cubierta por un resplandor carmesí. La luz atravesaba las cortinas rotas, bañando los muros con la intensidad de una herida abierta. El aire olía a metal… a peligro… a tentación.

    El sonido de un jadeo ahogado rompió el silencio.
    Blade la sostenía con fuerza, una mano firmemente posada en su pecho, la otra sujetando su cintura. La respiración de ambos se entrecruzaba, pesada, densa, cargada de furia contenida y algo más oscuro.

    La mujer, una criatura marcada por el símbolo del vacío en su frente, dejó escapar una risa quebrada.

    — ¿Así que el cazador también muerde?

    Susurró con una mezcla de burla y dolor. Blade no respondió de inmediato. Sus colmillos aún estaban al descubierto, las gotas carmesí cayendo lentamente de ellos, trazando una línea hasta su mentón. El brillo de sus lentes ocultaba sus ojos, pero su voz, grave y controlada, bastó para cortar la tensión.

    — No confundas necesidad con deseo

    Gruñó, apartándose lentamente, la sangre evaporándose al contacto con su piel.

    — Si te sigo con vida, es porque aún necesito respuestas… no redención.

    Ella sonrió débilmente, aún temblando.

    — Me pregunto quién es más monstruo de los dos, cazador.

    Blade limpió sus labios con el dorso de su mano, sin apartar la mirada.

    — La diferencia es que yo lo admito.

    — 𝐁𝐋𝐀𝐃𝐄
    𝐓𝐡𝐞 𝐃𝐚𝐲𝐰𝐚𝐥𝐤𝐞𝐫
    刃影 · 인영
    La habitación estaba cubierta por un resplandor carmesí. La luz atravesaba las cortinas rotas, bañando los muros con la intensidad de una herida abierta. El aire olía a metal… a peligro… a tentación. El sonido de un jadeo ahogado rompió el silencio. Blade la sostenía con fuerza, una mano firmemente posada en su pecho, la otra sujetando su cintura. La respiración de ambos se entrecruzaba, pesada, densa, cargada de furia contenida y algo más oscuro. La mujer, una criatura marcada por el símbolo del vacío en su frente, dejó escapar una risa quebrada. — ¿Así que el cazador también muerde? Susurró con una mezcla de burla y dolor. Blade no respondió de inmediato. Sus colmillos aún estaban al descubierto, las gotas carmesí cayendo lentamente de ellos, trazando una línea hasta su mentón. El brillo de sus lentes ocultaba sus ojos, pero su voz, grave y controlada, bastó para cortar la tensión. — No confundas necesidad con deseo Gruñó, apartándose lentamente, la sangre evaporándose al contacto con su piel. — Si te sigo con vida, es porque aún necesito respuestas… no redención. Ella sonrió débilmente, aún temblando. — Me pregunto quién es más monstruo de los dos, cazador. Blade limpió sus labios con el dorso de su mano, sin apartar la mirada. — La diferencia es que yo lo admito. — 𝐁𝐋𝐀𝐃𝐄 𝐓𝐡𝐞 𝐃𝐚𝐲𝐰𝐚𝐥𝐤𝐞𝐫 刃影 · 인영
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  • El principe y un ladrón
    Fandom Devil May Cry y hazbin hotel
    Categoría Fantasía
    El viento del amanecer soplaba con un leve aroma a incienso y ceniza. Los templos del valle aún resonaban con los tambores de la mañana, y el murmullo de los monjes se mezclaba con el bullicio del mercado. Entre los puestos de arroz y telas, un joven de cabellos plateados se movía con la agilidad de un felino: Dante, huérfano sin techo y maestro del kung fu del dragón dormido, un estilo que solo él parecía dominar.

    Con una sonrisa ladina, arrebató una manzana del puesto de un mercader y desapareció entre los callejones antes de que los guardias pudieran reaccionar.

    A varios kilómetros de allí, dentro del palacio imperial, los gong sonaban con solemnidad. Alastor, hijo del rey, se arrodillaba frente al trono. Su padre, debilitado por la enfermedad, le extendía el cetro dorado.
    —El reino te necesita… hijo mío —susurró el anciano—. Pero recuerda: el poder sin alma… es solo otra forma de vacío.

    Alastor alzó la vista, su expresión fría, casi imperturbable. Sin embargo, detrás de esa máscara de nobleza había curiosidad, una chispa de algo que no se podía sofocar: el deseo de ver el mundo más allá de los muros del palacio.

    Ese mismo día, los destinos de ambos se cruzarían.
    Uno buscaba comida… el otro, sentido.
    Y el destino, caprichoso como el fuego, los uniría en medio del caos que comenzaba a arder sobre el reino.
    El viento del amanecer soplaba con un leve aroma a incienso y ceniza. Los templos del valle aún resonaban con los tambores de la mañana, y el murmullo de los monjes se mezclaba con el bullicio del mercado. Entre los puestos de arroz y telas, un joven de cabellos plateados se movía con la agilidad de un felino: Dante, huérfano sin techo y maestro del kung fu del dragón dormido, un estilo que solo él parecía dominar. Con una sonrisa ladina, arrebató una manzana del puesto de un mercader y desapareció entre los callejones antes de que los guardias pudieran reaccionar. A varios kilómetros de allí, dentro del palacio imperial, los gong sonaban con solemnidad. Alastor, hijo del rey, se arrodillaba frente al trono. Su padre, debilitado por la enfermedad, le extendía el cetro dorado. —El reino te necesita… hijo mío —susurró el anciano—. Pero recuerda: el poder sin alma… es solo otra forma de vacío. Alastor alzó la vista, su expresión fría, casi imperturbable. Sin embargo, detrás de esa máscara de nobleza había curiosidad, una chispa de algo que no se podía sofocar: el deseo de ver el mundo más allá de los muros del palacio. Ese mismo día, los destinos de ambos se cruzarían. Uno buscaba comida… el otro, sentido. Y el destino, caprichoso como el fuego, los uniría en medio del caos que comenzaba a arder sobre el reino.
    Tipo
    Grupal
    Líneas
    10
    Estado
    Disponible
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  • 𝐂𝐀𝐍𝐆𝐑𝐄𝐉𝐎 - 𝐕𝐈
    𝐄𝐧 𝐥𝐚 𝐞𝐫𝐚 𝐝𝐞 𝐥𝐨𝐬 𝐡é𝐫𝐨𝐞𝐬 𝐲 𝐦𝐨𝐧𝐬𝐭𝐫𝐮𝐨𝐬

    ────Yo, Anquises, hijo de Capis, descendiente Dárdano, presento ahora a mi hijo Eneas ante los dioses para pedir su protección y sus bendiciones.

    Al tercer día, como dictaban las costumbres de los troyanos, Anquises había alzado a su hijo frente al fuego del hogar, en una pequeña ceremonia a la que asistieron algunas de las familias nobles de las ciudades aliadas de Dardania. Luego, se volvió hacia el sacerdote, quién posó su mano sobre la cabeza de su hijo para bendecirlo.

    El sacerdote comenzó a recitar plegarias sagradas para el Portador de Tormentas, pero su voz, vieja y astillada como la corteza de un viejo roble, flotó a un lugar lejano para Afro. Ocupaba su sitio junto al resto de los sirvientes congregados en el patio del palacio, entre las sombras que retrocedían ante el fuego de las antorchas dispuestas a su alrededor. Se refugio bajo el largo velo que caía detrás de su espalda. Aunque era una noche de verano, el aire cargado del dulce aroma del incienso y jazmín estaba bastante fresco.

    ────¡Zeus Cronión! Portador del rayo, centelleante, tonante, fulminante; escúchanos ahora…

    Afro apretó las manos frente a su estómago y observó con cierto anhelo a los nobles aglomerados en el interior. No iba a negarlo: le habría encantado tener un sitio delante de todo ese gran gentío, a un lado de la reina Temiste, presenciando la ceremonia como lo que realmente era: la madre de Eneas. No obstante, estar hasta atrás también tenía sus ventajas; y es que mientras la ceremonia transcurría, Afro había tenido la ocasión de examinar con ojo curioso a los invitados.

    Observó sus ropajes, la calidad de las telas que eran superiores a lo que ella llevaba puesto, los colores, los bordados tan finos hechos con hilos de oro. Un hermoso collar de cuentas de ámbar rodeaba el cuello de una noble, resaltando el color de sus ojos felinos. «Ah, esta sabe perfectamente lo que lleva sobre las clavículas. Es su mejor arma, es obvio que acaparará todas las miradas. Y ya veo algunos cuellos curiosos erguidos en su dirección». Pensó Afro, apenas disimulando una sonrisa.

    En el otro extremo del salón, un hombre de túnica azul oscuro estaba parado a un costado de una columna, Afro arqueó una ceja. No parecía haber recibido la invitación con mucha antelación; había sido uno de los últimos invitados en atravesar las puertas y su sonrisa, aunque amable y cortes, supo ocultar el color en sus mejillas. ¿Habría corrido a toda prisa para llegar hasta el palacio? Una pulsera de diminutas conchas rodeaba su muñeca. Eso le hizo sospechar que quizás el hombre venía de las costas de Licia.

    Pero de todos los invitados, un grupo en particular llamó su atención. Nunca había visto a ninguno, a pesar de que había escuchado sus nombres; hacían compañía a la reina Temiste. La cercanía en su trato, la naturalidad con la que hablaban, tan amena y cercana, le indicó que ya existía confianza entre ellos desde hace un tiempo. Más tarde, Anquises se encargaría de contarle que se trataba de la casa real de Ilión (Troya). El rey Príamo con su corona de lapislázuli que resaltaba sobre la cascada de cabellos negros, llevaba del brazo a la reina Hécuba de mirada vivas y gentil. Y a su lado, se encontraban sus hijos, sosteniendo ramas de olivo y laurel entre sus manitas. Por la forma en que sus dedos jugueteaban con los tallos frescos, era evidente el gran esfuerzo que estaban poniendo en no pelear, ni bostezar.

    Que buenos estaban siendo esos niños, había pensado para sus adentros. Si ella tuviera ese nivel de paciencia, probablemente habría hecho grandes proezas hace mucho. Era un logro que debía reconocerse.

    Y casi como si le hubiera leído las palabras en la mente, la hija pequeña de Príamo giró la cabeza, en su dirección.

    Afro contuvo la respiración cuando esos ojos de obsidiana cruzaron con los suyos. ¿Por qué… esa niña la miraba así? Era la expresión de alguien que había encontrado un cabello en su comida y empieza, meticulosamente, a hacer una lista mental de posibles cabezas sospechosas a quién podría pertenecer esa hebra. Era la primera vez que un niño mortal la observaba de esa manera, con tanta suspicacia, y eso, para su propia sorpresa, le provocó un ligero nerviosismo.

    Forzó una sonrisa, la más amable que sus labios consiguieron esbozar y discretamente levantó la mano para saludarla. Pero su gesto se derritió al instante, como la nieve bajo el sol de primavera. La niña no solo no le devolvió el saludo, sino que su expresión ceñuda se tornó aún más analítica. Tragó saliva, aunque incomoda, Afro no se achicó, ni rompió el contacto visual. Dejó que la niña hiciera su análisis sobre ella, convirtiéndose en el objetivo de contemplación de su estudio. Creyó que la descomponía pieza por pieza, hasta entender cada función, o al menos, eso intentaba ¿Podía culparla? En su edad más temprana, motivada por la curiosidad inocente, Afro habría hecho lo mismo con una ostra y un cangrejo que encontró en las orillas de la playa de Chipre, la primera vez que pisó tierra firme después de su nacimiento en el seno de las profundidades del mar. Los dioses crecían a una velocidad alarmante, así que cuando el oleaje terminó de dar forma a la carne y la sangre celestial de su padre que habían sido arrojados al mar, las olas expulsaron a la superficie a una niña que, aunque frágil, tenía la fuerza suficiente en las extremidades para nadar hasta la costa.

    Su conocimiento sobre el mundo era limitado y sin nadie quién la supervisara, se dedicó a caminar por la playa desierta. La playa de arenas blancas era enorme, los árboles frondosos que se alzaban a la distancia no le inspiraron el menor deseo de adentrarse en su espesura. Vagó sin rumbo hasta que algo capturó su atención: una ostra. Era liviana entre sus manos y al no oír sonido alguno al sacudirla junto a su oído, la abrió con ayuda de una piedra de punta afilada. Dentro encontró un par de perlas que después convertiría en los pendientes que ahora llevaba puestos.

    Más adelante halló un cangrejo caminando detrás de una roca enorme. Se acuclilló para observarlo, fascinada por esa forma tan peculiar de moverse de lado. Cada vez que intentaba llegar al mar, ella le cortaba el paso con la mano. El pequeño insistía, avanzando primero hacia un lado y luego hacia el otro, y ella, divertida, volvía a interponerse. Un duelo de paciencia que él perdió primero. Entre risas, cuando volvió a bloquearle el camino, el cangrejo esa vez cerró sus pinzas con firmeza alrededor de su dedo.

    Aún recordaba el dolor que aquello le causó, tan vivido y punzante que podría jurar que, después de años, el cangrejo seguía aferrado a su dedo solo para darle una lección de límites. Y vaya que lo consiguió; aquella punzada fantasma bastó para devolverla, de golpe, a la realidad.

    «Está bien. Ganaste esta ronda, amigo crustáceo».

    Hizo una leve mueca, el recuerdo tardío de esas pinzas que, al parecer, aún tenían algo que reclamarle, antes de que el murmullo de la ceremonia la alcanzara en los oídos.

    Moiras santas. Eso... eso dolió bastante...

    Gracias a los dioses, el sacerdote terminó su labor, poniendo fin al análisis de aquella niña troyana. La reina Hécuba tomó de la mano a la niña para conducirla junto a sus hermanos al frente, y fue entonces que Afro descubrió el nombre de aquella chiquilla.

    ────Ven, Cassandra ─le dijo su madre─. Vamos a llevarle nuestros regalos al príncipe.

    Dedicándole una última mirada que prometía continuar con el estudio de su persona más tarde y sin hacer más, obediente, Cassandra dio media vuelta y se perdió entre la multitud de nobles que se amontonaba junto a sus hijos para presentar sus regalos a Eneas. Su familia se situó en el lugar de preeminencia que les correspondía, siendo ellos los primeros en entregar sus obsequios. Solo los hijos mayores de Príamo pasaron al frente para ofrecer las ramitas de olivo y laurel al pequeño príncipe. Claro, Eneas los observaba confundido con sus grandes ojitos. No comprendía lo que estaba ocurriendo. Pero su hijo ya desde bebé era valiente, ninguna sombra de duda o temor cubrió su rostro ante ninguno de esos extraños que se acercaron a darle la bienvenida al mundo.

    El banquete dio inicio y el palacio se llenó de música, cantos y risas. Las antorchas danzaban en los muros y las voces se mezclaron con el sonido de las copas. En lo que restó de la noche, Afro no volvió a saber nada de Cassandra ni de sus analíticos ojos de obsidiana. Por un momento, Afro se sintió como aquel cangrejo en la playa, solo que, a diferencia de él, ella ahora no tenía pinzas con que defenderse.

    Y no las necesitaba.
    𝐂𝐀𝐍𝐆𝐑𝐄𝐉𝐎 - 𝐕𝐈 🦀 𝐄𝐧 𝐥𝐚 𝐞𝐫𝐚 𝐝𝐞 𝐥𝐨𝐬 𝐡é𝐫𝐨𝐞𝐬 𝐲 𝐦𝐨𝐧𝐬𝐭𝐫𝐮𝐨𝐬 ────Yo, Anquises, hijo de Capis, descendiente Dárdano, presento ahora a mi hijo Eneas ante los dioses para pedir su protección y sus bendiciones. Al tercer día, como dictaban las costumbres de los troyanos, Anquises había alzado a su hijo frente al fuego del hogar, en una pequeña ceremonia a la que asistieron algunas de las familias nobles de las ciudades aliadas de Dardania. Luego, se volvió hacia el sacerdote, quién posó su mano sobre la cabeza de su hijo para bendecirlo. El sacerdote comenzó a recitar plegarias sagradas para el Portador de Tormentas, pero su voz, vieja y astillada como la corteza de un viejo roble, flotó a un lugar lejano para Afro. Ocupaba su sitio junto al resto de los sirvientes congregados en el patio del palacio, entre las sombras que retrocedían ante el fuego de las antorchas dispuestas a su alrededor. Se refugio bajo el largo velo que caía detrás de su espalda. Aunque era una noche de verano, el aire cargado del dulce aroma del incienso y jazmín estaba bastante fresco. ────¡Zeus Cronión! Portador del rayo, centelleante, tonante, fulminante; escúchanos ahora… Afro apretó las manos frente a su estómago y observó con cierto anhelo a los nobles aglomerados en el interior. No iba a negarlo: le habría encantado tener un sitio delante de todo ese gran gentío, a un lado de la reina Temiste, presenciando la ceremonia como lo que realmente era: la madre de Eneas. No obstante, estar hasta atrás también tenía sus ventajas; y es que mientras la ceremonia transcurría, Afro había tenido la ocasión de examinar con ojo curioso a los invitados. Observó sus ropajes, la calidad de las telas que eran superiores a lo que ella llevaba puesto, los colores, los bordados tan finos hechos con hilos de oro. Un hermoso collar de cuentas de ámbar rodeaba el cuello de una noble, resaltando el color de sus ojos felinos. «Ah, esta sabe perfectamente lo que lleva sobre las clavículas. Es su mejor arma, es obvio que acaparará todas las miradas. Y ya veo algunos cuellos curiosos erguidos en su dirección». Pensó Afro, apenas disimulando una sonrisa. En el otro extremo del salón, un hombre de túnica azul oscuro estaba parado a un costado de una columna, Afro arqueó una ceja. No parecía haber recibido la invitación con mucha antelación; había sido uno de los últimos invitados en atravesar las puertas y su sonrisa, aunque amable y cortes, supo ocultar el color en sus mejillas. ¿Habría corrido a toda prisa para llegar hasta el palacio? Una pulsera de diminutas conchas rodeaba su muñeca. Eso le hizo sospechar que quizás el hombre venía de las costas de Licia. Pero de todos los invitados, un grupo en particular llamó su atención. Nunca había visto a ninguno, a pesar de que había escuchado sus nombres; hacían compañía a la reina Temiste. La cercanía en su trato, la naturalidad con la que hablaban, tan amena y cercana, le indicó que ya existía confianza entre ellos desde hace un tiempo. Más tarde, Anquises se encargaría de contarle que se trataba de la casa real de Ilión (Troya). El rey Príamo con su corona de lapislázuli que resaltaba sobre la cascada de cabellos negros, llevaba del brazo a la reina Hécuba de mirada vivas y gentil. Y a su lado, se encontraban sus hijos, sosteniendo ramas de olivo y laurel entre sus manitas. Por la forma en que sus dedos jugueteaban con los tallos frescos, era evidente el gran esfuerzo que estaban poniendo en no pelear, ni bostezar. Que buenos estaban siendo esos niños, había pensado para sus adentros. Si ella tuviera ese nivel de paciencia, probablemente habría hecho grandes proezas hace mucho. Era un logro que debía reconocerse. Y casi como si le hubiera leído las palabras en la mente, la hija pequeña de Príamo giró la cabeza, en su dirección. Afro contuvo la respiración cuando esos ojos de obsidiana cruzaron con los suyos. ¿Por qué… esa niña la miraba así? Era la expresión de alguien que había encontrado un cabello en su comida y empieza, meticulosamente, a hacer una lista mental de posibles cabezas sospechosas a quién podría pertenecer esa hebra. Era la primera vez que un niño mortal la observaba de esa manera, con tanta suspicacia, y eso, para su propia sorpresa, le provocó un ligero nerviosismo. Forzó una sonrisa, la más amable que sus labios consiguieron esbozar y discretamente levantó la mano para saludarla. Pero su gesto se derritió al instante, como la nieve bajo el sol de primavera. La niña no solo no le devolvió el saludo, sino que su expresión ceñuda se tornó aún más analítica. Tragó saliva, aunque incomoda, Afro no se achicó, ni rompió el contacto visual. Dejó que la niña hiciera su análisis sobre ella, convirtiéndose en el objetivo de contemplación de su estudio. Creyó que la descomponía pieza por pieza, hasta entender cada función, o al menos, eso intentaba ¿Podía culparla? En su edad más temprana, motivada por la curiosidad inocente, Afro habría hecho lo mismo con una ostra y un cangrejo que encontró en las orillas de la playa de Chipre, la primera vez que pisó tierra firme después de su nacimiento en el seno de las profundidades del mar. Los dioses crecían a una velocidad alarmante, así que cuando el oleaje terminó de dar forma a la carne y la sangre celestial de su padre que habían sido arrojados al mar, las olas expulsaron a la superficie a una niña que, aunque frágil, tenía la fuerza suficiente en las extremidades para nadar hasta la costa. Su conocimiento sobre el mundo era limitado y sin nadie quién la supervisara, se dedicó a caminar por la playa desierta. La playa de arenas blancas era enorme, los árboles frondosos que se alzaban a la distancia no le inspiraron el menor deseo de adentrarse en su espesura. Vagó sin rumbo hasta que algo capturó su atención: una ostra. Era liviana entre sus manos y al no oír sonido alguno al sacudirla junto a su oído, la abrió con ayuda de una piedra de punta afilada. Dentro encontró un par de perlas que después convertiría en los pendientes que ahora llevaba puestos. Más adelante halló un cangrejo caminando detrás de una roca enorme. Se acuclilló para observarlo, fascinada por esa forma tan peculiar de moverse de lado. Cada vez que intentaba llegar al mar, ella le cortaba el paso con la mano. El pequeño insistía, avanzando primero hacia un lado y luego hacia el otro, y ella, divertida, volvía a interponerse. Un duelo de paciencia que él perdió primero. Entre risas, cuando volvió a bloquearle el camino, el cangrejo esa vez cerró sus pinzas con firmeza alrededor de su dedo. Aún recordaba el dolor que aquello le causó, tan vivido y punzante que podría jurar que, después de años, el cangrejo seguía aferrado a su dedo solo para darle una lección de límites. Y vaya que lo consiguió; aquella punzada fantasma bastó para devolverla, de golpe, a la realidad. «Está bien. Ganaste esta ronda, amigo crustáceo». Hizo una leve mueca, el recuerdo tardío de esas pinzas que, al parecer, aún tenían algo que reclamarle, antes de que el murmullo de la ceremonia la alcanzara en los oídos. Moiras santas. Eso... eso dolió bastante... Gracias a los dioses, el sacerdote terminó su labor, poniendo fin al análisis de aquella niña troyana. La reina Hécuba tomó de la mano a la niña para conducirla junto a sus hermanos al frente, y fue entonces que Afro descubrió el nombre de aquella chiquilla. ────Ven, Cassandra ─le dijo su madre─. Vamos a llevarle nuestros regalos al príncipe. Dedicándole una última mirada que prometía continuar con el estudio de su persona más tarde y sin hacer más, obediente, Cassandra dio media vuelta y se perdió entre la multitud de nobles que se amontonaba junto a sus hijos para presentar sus regalos a Eneas. Su familia se situó en el lugar de preeminencia que les correspondía, siendo ellos los primeros en entregar sus obsequios. Solo los hijos mayores de Príamo pasaron al frente para ofrecer las ramitas de olivo y laurel al pequeño príncipe. Claro, Eneas los observaba confundido con sus grandes ojitos. No comprendía lo que estaba ocurriendo. Pero su hijo ya desde bebé era valiente, ninguna sombra de duda o temor cubrió su rostro ante ninguno de esos extraños que se acercaron a darle la bienvenida al mundo. El banquete dio inicio y el palacio se llenó de música, cantos y risas. Las antorchas danzaban en los muros y las voces se mezclaron con el sonido de las copas. En lo que restó de la noche, Afro no volvió a saber nada de Cassandra ni de sus analíticos ojos de obsidiana. Por un momento, Afro se sintió como aquel cangrejo en la playa, solo que, a diferencia de él, ella ahora no tenía pinzas con que defenderse. Y no las necesitaba.
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