• ⎣ Segundo Contacto. ⎤

    Viper avanzaba arrastrándose entre muros derretidos y cadáveres medio disueltos.

    El corazón de la criatura latía como un tambor de guerra, oculto en algún punto de la oscuridad. Cada pulsación se sentía en el acero doblado, vibrando en los cimientos.

    Ya la había visto una vez. Bastaba con eso.

    "Ocho extremidades. Flanco izquierdo expuesto tras cargar. Siente el miedo. Carga sin medida, no le importa herirse a sí misma en el proceso. La sangre que salpica es corrosiva".

    Encendió su linterna de emergencia. Nunca la necesitaba dada su visión nocturna. Pero esta vez requería de una fuente de luz blanca constante. La criatura parecía temerle, era su única ventaja.
    Dos minutos de batería.
    Nada más.

    Y el silencio se acabó.

    "Lúgubre" cayó desde lo alto como un alud de carne, huesos y furia. Viper rodó hacia un costado justo a tiempo. La criatura embistió contra una pared, se rompió la cabeza y siguió andando como si nada. La sangre que brotó no era sangre: era una sustancia oscura, viscosa, con vida propia.

    Una gota salpicó el brazo de Viper. La tela se deshizo, la piel se oscureció al instante. Era necrosis acelerada.
    Sin vacilar, sacó su cuchillo táctico y cortó la zona afectada de un tajo. Sin anestesia. Sin sonido alguno.
    Si no lo hacía, perdería el brazo.
    Ya lo había visto pasar.

    El monstruo giró la cabeza, sus múltiples mandíbulas crispándose en direcciones sin lógica anatómica.

    Viper se agazapó. Respiró una vez. Encendió su linterna y bañó de luz los ojos de Lúgubre, que sacudió la cabeza, enceguecido. Alzó el lanzagranadas y apuntó a una de las patas traseras. Disparó una granada de fósforo, la explosión y el posterior incendio desmaterializó buena parte de los músculos retorcidos que sostenían la pata. Disparó una vez más, esta vez hacia el techo, y las vigas de acero derretido cayeron de lo más alto alrededor y encima de la criatura. Estaba encerrada. Inmovilizada.

    Era todo lo que Viper necesitaba.

    Se acercó y saltó, cayó sobre el lomo resbaladizo de sangre corrosiva y carne expuesta. Sus botas se quemaron, después sus pies. Clavó la jeringa con la toxina modificada directo entre las vértebras de la columna expuesta, entre placas óseas abiertas como galletas picadas.

    El veneno interrumpiría el latido interdimensional de la criatura, desconectándola de su fuente vital.

    Lúgubre chilló, aunque sin ruido: con vibración. Una ráfaga de infrasonidos que aturdieron el oído de serpiente del naga.

    Viper se tambaleó y cayó, resbaló por el costado de la criatura hasta dar contra el suelo. Y Lúgubre sacudió las patas en el aire, víctima de un infarto interdimensional. De pronto, clavó sus patas contra el piso, una de ellas atravesó a Viper de lado a lado.

    Lúgubre convulsionó, luego comenzó a inclinarse. Hasta que cayó de costado, aplastando las piernas de Viper.

    Viper sintió como su sangre se mezclaba con la de la criatura en un charco debajo de ambos, luego sintió su cuerpo deteriorándose, sus piernas empezaban a necrosarse. La corrosión de Lúgubre le alcanzaba. Pero no avanzó más allá, su propia regeneración se adaptaba a la corrosión para neutralizarla.

    ¿Sería su cuerpo capaz de restituir la carne necrosada?
    No estaría despierto para descubrirlo.
    ⎣ Segundo Contacto. ⎤ Viper avanzaba arrastrándose entre muros derretidos y cadáveres medio disueltos. El corazón de la criatura latía como un tambor de guerra, oculto en algún punto de la oscuridad. Cada pulsación se sentía en el acero doblado, vibrando en los cimientos. Ya la había visto una vez. Bastaba con eso. "Ocho extremidades. Flanco izquierdo expuesto tras cargar. Siente el miedo. Carga sin medida, no le importa herirse a sí misma en el proceso. La sangre que salpica es corrosiva". Encendió su linterna de emergencia. Nunca la necesitaba dada su visión nocturna. Pero esta vez requería de una fuente de luz blanca constante. La criatura parecía temerle, era su única ventaja. Dos minutos de batería. Nada más. Y el silencio se acabó. "Lúgubre" cayó desde lo alto como un alud de carne, huesos y furia. Viper rodó hacia un costado justo a tiempo. La criatura embistió contra una pared, se rompió la cabeza y siguió andando como si nada. La sangre que brotó no era sangre: era una sustancia oscura, viscosa, con vida propia. Una gota salpicó el brazo de Viper. La tela se deshizo, la piel se oscureció al instante. Era necrosis acelerada. Sin vacilar, sacó su cuchillo táctico y cortó la zona afectada de un tajo. Sin anestesia. Sin sonido alguno. Si no lo hacía, perdería el brazo. Ya lo había visto pasar. El monstruo giró la cabeza, sus múltiples mandíbulas crispándose en direcciones sin lógica anatómica. Viper se agazapó. Respiró una vez. Encendió su linterna y bañó de luz los ojos de Lúgubre, que sacudió la cabeza, enceguecido. Alzó el lanzagranadas y apuntó a una de las patas traseras. Disparó una granada de fósforo, la explosión y el posterior incendio desmaterializó buena parte de los músculos retorcidos que sostenían la pata. Disparó una vez más, esta vez hacia el techo, y las vigas de acero derretido cayeron de lo más alto alrededor y encima de la criatura. Estaba encerrada. Inmovilizada. Era todo lo que Viper necesitaba. Se acercó y saltó, cayó sobre el lomo resbaladizo de sangre corrosiva y carne expuesta. Sus botas se quemaron, después sus pies. Clavó la jeringa con la toxina modificada directo entre las vértebras de la columna expuesta, entre placas óseas abiertas como galletas picadas. El veneno interrumpiría el latido interdimensional de la criatura, desconectándola de su fuente vital. Lúgubre chilló, aunque sin ruido: con vibración. Una ráfaga de infrasonidos que aturdieron el oído de serpiente del naga. Viper se tambaleó y cayó, resbaló por el costado de la criatura hasta dar contra el suelo. Y Lúgubre sacudió las patas en el aire, víctima de un infarto interdimensional. De pronto, clavó sus patas contra el piso, una de ellas atravesó a Viper de lado a lado. Lúgubre convulsionó, luego comenzó a inclinarse. Hasta que cayó de costado, aplastando las piernas de Viper. Viper sintió como su sangre se mezclaba con la de la criatura en un charco debajo de ambos, luego sintió su cuerpo deteriorándose, sus piernas empezaban a necrosarse. La corrosión de Lúgubre le alcanzaba. Pero no avanzó más allá, su propia regeneración se adaptaba a la corrosión para neutralizarla. ¿Sería su cuerpo capaz de restituir la carne necrosada? No estaría despierto para descubrirlo.
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    Trepar muros, mi especialidad. Y no es por ser mexa (?).
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  • The Altar Awaits
    Fandom OC, JJK
    Categoría Suspenso
    Rol con : Tascio A Echeverri

    El viento arrastraba la tierra a través del pueblo muerto, donde las casas de madera, abandonadas hace tiempo, yacían intactas, acumulando polvo, como si todo ser vivo las hubiera abandonado con prisas. Ventanas y puertas abiertas, muebles intactos. No quedaba nadie. Ni perros, ni pájaros, ni el eco de una voz. Solo ruinas, tierra estéril y el aullido del viento pasando por las ventanas.

    En el corazón de ese vacío, se alzaban los restos de una iglesia.

    Sus muros de piedra estaban partidos por raíces y el peso de los años. Las puertas, alguna vez sagradas, colgaban de bisagras oxidadas, crujiendo apenas con cada soplo del viento. La cruz de la iglesia que antaño se alzaba en el tejado, yacía tirada en el suelo de la entrada. Los vitrales ahora llenos de tierra y polvo, apenas reflejaban la luz por el desgaste y la suciedad.

    Y allí, dentro de la iglesia, estaba él.

    Elías Ainsworth.

    De pie bajo el rosetón, por donde se colaba un rayo de luz. Alto, imponente, inmóvil. La túnica negra ondeaba levemente con la brisa, y la piedra azul de su corbatín reflejaba la escasa luz que entraba.

    Su apariencia parecía una broma retorcida. Un cuerpo humanoide, vestido de manera elegante pero al alzar la mirada...

    Un cráneo de lobo alargado, unos cuernos de cabra con una tela roja y una cadena dorada conectándolos, era una apariencia casi ceremonial. Sus ojos, dos luces rojas dentro de sus cuencas vacías, con una mirada intensa, que nunca temblaba, nunca se desviaba.

    Un ser así nunca debió entrar a un lugar como ese, y sin embargo, pertenecía más que nadie.

    Sus manos, enguantadas, descansaban sobre el respaldo de un banco roto. Su cabeza estaba inclinada, no en oración, sino en recuerdo.

    Entonces ocurrió algo inesperado.

    los pasos de alguien hicieron eco al entrar, pero Elías no se molestó en mirar quien era.
    Rol con : [demon_of_spirits] El viento arrastraba la tierra a través del pueblo muerto, donde las casas de madera, abandonadas hace tiempo, yacían intactas, acumulando polvo, como si todo ser vivo las hubiera abandonado con prisas. Ventanas y puertas abiertas, muebles intactos. No quedaba nadie. Ni perros, ni pájaros, ni el eco de una voz. Solo ruinas, tierra estéril y el aullido del viento pasando por las ventanas. En el corazón de ese vacío, se alzaban los restos de una iglesia. Sus muros de piedra estaban partidos por raíces y el peso de los años. Las puertas, alguna vez sagradas, colgaban de bisagras oxidadas, crujiendo apenas con cada soplo del viento. La cruz de la iglesia que antaño se alzaba en el tejado, yacía tirada en el suelo de la entrada. Los vitrales ahora llenos de tierra y polvo, apenas reflejaban la luz por el desgaste y la suciedad. Y allí, dentro de la iglesia, estaba él. Elías Ainsworth. De pie bajo el rosetón, por donde se colaba un rayo de luz. Alto, imponente, inmóvil. La túnica negra ondeaba levemente con la brisa, y la piedra azul de su corbatín reflejaba la escasa luz que entraba. Su apariencia parecía una broma retorcida. Un cuerpo humanoide, vestido de manera elegante pero al alzar la mirada... Un cráneo de lobo alargado, unos cuernos de cabra con una tela roja y una cadena dorada conectándolos, era una apariencia casi ceremonial. Sus ojos, dos luces rojas dentro de sus cuencas vacías, con una mirada intensa, que nunca temblaba, nunca se desviaba. Un ser así nunca debió entrar a un lugar como ese, y sin embargo, pertenecía más que nadie. Sus manos, enguantadas, descansaban sobre el respaldo de un banco roto. Su cabeza estaba inclinada, no en oración, sino en recuerdo. Entonces ocurrió algo inesperado. los pasos de alguien hicieron eco al entrar, pero Elías no se molestó en mirar quien era.
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    || Dudas de alta/media importancia...

    ¿Me quedo con él para la apariencia fija de Arcades?

    Les dejo unos pasteles con forma de muros.
    || Dudas de alta/media importancia... ¿Me quedo con él para la apariencia fija de Arcades? Les dejo unos pasteles con forma de muros.
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  • The Princess & The Vagabond - Hogwarts' Legacy.
    Fandom Jujutsu Kaisen/Harry Potter.
    Categoría Fantasía
    ⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀Fueras de Hogwarts, 20:09 hs
    ⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀Entrada Norte.

    ⠀⠀La noche caía sobre Hogwarts, la institución arcana. Fría pero acogedora, estrellas por doquier, contrastando los peligros dormidos tras sus paredes.

    ⠀⠀Una sombra se deslizaba más allá de los límites del Bosque Prohibido, abriéndose paso entre raíces como si el suelo lo temiera, las hierbas se retraían en su presencia, su silueta dibujó huellas en el pastizal. Tascio caminaba con las manos en los bolsillos, encorvado apenas. Vestía de negro, pero no de ese negro ceremonial de los magos modernos, si no de la discreción, el subterfugio. Y sobre su espalda, colgaba una mochila de cuero la cual depositó en el suelo.

    ⠀⠀Se detuvo.

    ⠀⠀Un leve zumbido al conjurar un ademán, la presencia de esa mochila se desvaneció como el viento. Luego miró al castillo a la lejanía.

    ⠀⠀⸻ "Ahí estás…" ⸻ Murmuró con una sonrisa ladeada, clavando la vista en un tramo de tierra húmeda junto al lago.

    ⠀⠀Era débil, casi imperceptible, pero estaba: un rastro maldito, un eco de algo vivo y viejo. Demasiado viejo para seguir existiendo sin ayuda, probablemente tenía un soporte, no creía que fuera artificial. Apoyó dos dedos contra el suelo, cerró los ojos y dejó que la maldición hablara. No en palabras, sino en sensaciones: soledad, hambre, ira. Una criatura herida, atrapada entre planos, aferrándose a lo que quedaba de sí misma.

    ⠀⠀La energía estaba mal contenida. Como si alguien hubiera querido encerrarla… sin entender lo que estaba sellando. Era extraño, en su mente surgió la forma de una bestia, un animal... ¿Qué diantres era esto? Tascio se incorporó con lentitud. Miró hacia los muros de piedra del castillo, alzándose contra el cielo, ajenos a lo que latía bajo ellos.

    ⠀⠀⸻ "Hogwarts… " ⸻ Dijo, casi con desdén ⸻ "Siempre escondiendo cosas." ⸻

    ⠀⠀Se movió con naturalidad, como si no estuviera cometiendo una violación grave a las leyes mágicas. Lo suyo no era infiltrarse, pero de que sabía ser sigiloso, lo sabía. Un giro de muñeca, una cortina de energía maldita cubrió su silueta, el aire alrededor se onduló. Ocultación arcana, de las buenas, qué poco práctico sería tenerlo en algo como una capa, ¿verdad?

    ⠀⠀Pasó entre los límites del castillo cuando las protecciones bajaban por el cambio de turno de los elfos domésticos. Un resquicio en las barreras, él sabía dónde estaban, sabía de estas cosas, eran su especialidad. Tascio no corría, pero se escondía, esquivando gentes con túnicas largas, aurores, guardias... ¡Hasta un gato! Uno muy maloliente además. Los cuadros hablaban, qué cosa más rara...

    ⠀⠀Y mientras los estudiantes dormían, sus pasos no se oían... O eso creía. Porque ni el olfato de un sabueso es infalible, cuando se tropezó con algo, con alguien. Cabellos ondulados de casi blanquecino pálido le hicieron perder la concentración, ¡la cortina se fue! Y él estaba expuesto como beluga al desnudo.

    ⠀⠀⸻ "Oh mier-" ⸻ Pasos se escucharon... ¡Venía gente, aurores!

    Ryna Scamander
    ⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀Fueras de Hogwarts, 20:09 hs ⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀Entrada Norte. ⠀ ⠀⠀La noche caía sobre Hogwarts, la institución arcana. Fría pero acogedora, estrellas por doquier, contrastando los peligros dormidos tras sus paredes. ⠀⠀Una sombra se deslizaba más allá de los límites del Bosque Prohibido, abriéndose paso entre raíces como si el suelo lo temiera, las hierbas se retraían en su presencia, su silueta dibujó huellas en el pastizal. Tascio caminaba con las manos en los bolsillos, encorvado apenas. Vestía de negro, pero no de ese negro ceremonial de los magos modernos, si no de la discreción, el subterfugio. Y sobre su espalda, colgaba una mochila de cuero la cual depositó en el suelo. ⠀⠀Se detuvo. ⠀⠀Un leve zumbido al conjurar un ademán, la presencia de esa mochila se desvaneció como el viento. Luego miró al castillo a la lejanía. ⠀⠀⸻ "Ahí estás…" ⸻ Murmuró con una sonrisa ladeada, clavando la vista en un tramo de tierra húmeda junto al lago. ⠀⠀Era débil, casi imperceptible, pero estaba: un rastro maldito, un eco de algo vivo y viejo. Demasiado viejo para seguir existiendo sin ayuda, probablemente tenía un soporte, no creía que fuera artificial. Apoyó dos dedos contra el suelo, cerró los ojos y dejó que la maldición hablara. No en palabras, sino en sensaciones: soledad, hambre, ira. Una criatura herida, atrapada entre planos, aferrándose a lo que quedaba de sí misma. ⠀⠀La energía estaba mal contenida. Como si alguien hubiera querido encerrarla… sin entender lo que estaba sellando. Era extraño, en su mente surgió la forma de una bestia, un animal... ¿Qué diantres era esto? Tascio se incorporó con lentitud. Miró hacia los muros de piedra del castillo, alzándose contra el cielo, ajenos a lo que latía bajo ellos. ⠀⠀⸻ "Hogwarts… " ⸻ Dijo, casi con desdén ⸻ "Siempre escondiendo cosas." ⸻ ⠀⠀Se movió con naturalidad, como si no estuviera cometiendo una violación grave a las leyes mágicas. Lo suyo no era infiltrarse, pero de que sabía ser sigiloso, lo sabía. Un giro de muñeca, una cortina de energía maldita cubrió su silueta, el aire alrededor se onduló. Ocultación arcana, de las buenas, qué poco práctico sería tenerlo en algo como una capa, ¿verdad? ⠀⠀Pasó entre los límites del castillo cuando las protecciones bajaban por el cambio de turno de los elfos domésticos. Un resquicio en las barreras, él sabía dónde estaban, sabía de estas cosas, eran su especialidad. Tascio no corría, pero se escondía, esquivando gentes con túnicas largas, aurores, guardias... ¡Hasta un gato! Uno muy maloliente además. Los cuadros hablaban, qué cosa más rara... ⠀⠀Y mientras los estudiantes dormían, sus pasos no se oían... O eso creía. Porque ni el olfato de un sabueso es infalible, cuando se tropezó con algo, con alguien. Cabellos ondulados de casi blanquecino pálido le hicieron perder la concentración, ¡la cortina se fue! Y él estaba expuesto como beluga al desnudo. ⠀⠀⸻ "Oh mier-" ⸻ Pasos se escucharon... ¡Venía gente, aurores! ⠀ [ember_jade_snake_251]
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  • Garabatos.

    Aunque era consciente de dónde estaba, en medio de una reunión donde su hermano lideraba la conversación, su mente divagaba más allá.
    Las voces y el tema a charlar se habían convertido en murmuros ahogados que su mente no procesaba. El ruido a su alrededor se había disminuido a la nada misma, solo percibía silencio rodeando mientras toda su conversación se hallaba en la hoja del cuaderno abierto frente a él.

    Apoyando su mejilla en una de sus manos, con la otra garabateaba. Lineas que se unían y entrecruzaban, iban y venían, formando lentamente una silueta y luego una figura. Alguien. Una persona... No. Específicamente una elfa. Una elfa de luna, alguna vez perteneciente al prestigioso y peligroso grupo de asesinos de la luna.
    Mercenarios implacables, imparables. El terror solía recorrer entre las personas de los reinos humanos con solo la mención de un asesino elfo de luna. Un escalofrío helado que recorría el cuerpo e insitaba a suplicar porque nunca aparecieran por las tierras humanas... O las mágicas tierras de Xadia.

    Sin embargo, allí estaba él. Dibujando a una elfa de luna, que alguna vez perteneció a tan temidos mercenarios, pero que ahora la única reacción que formaba en él era el acelerado palpitar de su corazón.
    Un asesina elfa de luna que jamás había matado. Una elfa de corazón noble, puro y justiciero pero que se había robado el corazón del príncipe de Katolis.

    - Callum -

    Creyó recordar en su mente la suave voz de la elfa, a veces con un toño de regaño de sarcasmo, mientras lo llamaba.

    - Callum -

    Casi cerró sus ojos mientras continuaba con los detalles de su dibujo.

    - ¡¡CALLUM!! -

    Y el grito finalmente lo sacó de sus pensamientos. Con sus manos se apresuró a cubrir el dibujo hecho mientras levantaba la vista encontrándose con el grupo sentado alrededor de la mesa mirándolo fijamente.
    Creyó ver a algunos conteniendo su risa. Pudo percibir a su pequeño hermano, Ezran, mirarlo con una ceja alzada.

    - Ah... Lo siento... ¿Qué ocurrió? - Preguntó el príncipe finalmente, delatando su nula atención a la conversación en cuestión.

    - Parece que alguien aún extraña a su novia - Molestó Soren provocando en el joven príncipe un rubor que cubrió sus mejillas.
    Se apresuró en cerrar su cuaderno mientras Ezran negaba con la cabeza, sin embargo, lo dejó pasar sin comentario alguno más que pedirle mayor concentración.

    Avergonzado, el príncipe se limitó a asentir mientras le repetían lo charlado hasta el momento, y aunque está vez se aseguró de escuchar, su mente y su corazón aún viajaban más allá.
    Ondeando por las tierras de Katolis, atravesando el reino, el bosque y cruzando a las mágicas tierras Xadianas preguntándose... ¿Dónde estaba Rayla?
    Garabatos. Aunque era consciente de dónde estaba, en medio de una reunión donde su hermano lideraba la conversación, su mente divagaba más allá. Las voces y el tema a charlar se habían convertido en murmuros ahogados que su mente no procesaba. El ruido a su alrededor se había disminuido a la nada misma, solo percibía silencio rodeando mientras toda su conversación se hallaba en la hoja del cuaderno abierto frente a él. Apoyando su mejilla en una de sus manos, con la otra garabateaba. Lineas que se unían y entrecruzaban, iban y venían, formando lentamente una silueta y luego una figura. Alguien. Una persona... No. Específicamente una elfa. Una elfa de luna, alguna vez perteneciente al prestigioso y peligroso grupo de asesinos de la luna. Mercenarios implacables, imparables. El terror solía recorrer entre las personas de los reinos humanos con solo la mención de un asesino elfo de luna. Un escalofrío helado que recorría el cuerpo e insitaba a suplicar porque nunca aparecieran por las tierras humanas... O las mágicas tierras de Xadia. Sin embargo, allí estaba él. Dibujando a una elfa de luna, que alguna vez perteneció a tan temidos mercenarios, pero que ahora la única reacción que formaba en él era el acelerado palpitar de su corazón. Un asesina elfa de luna que jamás había matado. Una elfa de corazón noble, puro y justiciero pero que se había robado el corazón del príncipe de Katolis. - Callum - Creyó recordar en su mente la suave voz de la elfa, a veces con un toño de regaño de sarcasmo, mientras lo llamaba. - Callum - Casi cerró sus ojos mientras continuaba con los detalles de su dibujo. - ¡¡CALLUM!! - Y el grito finalmente lo sacó de sus pensamientos. Con sus manos se apresuró a cubrir el dibujo hecho mientras levantaba la vista encontrándose con el grupo sentado alrededor de la mesa mirándolo fijamente. Creyó ver a algunos conteniendo su risa. Pudo percibir a su pequeño hermano, Ezran, mirarlo con una ceja alzada. - Ah... Lo siento... ¿Qué ocurrió? - Preguntó el príncipe finalmente, delatando su nula atención a la conversación en cuestión. - Parece que alguien aún extraña a su novia - Molestó Soren provocando en el joven príncipe un rubor que cubrió sus mejillas. Se apresuró en cerrar su cuaderno mientras Ezran negaba con la cabeza, sin embargo, lo dejó pasar sin comentario alguno más que pedirle mayor concentración. Avergonzado, el príncipe se limitó a asentir mientras le repetían lo charlado hasta el momento, y aunque está vez se aseguró de escuchar, su mente y su corazón aún viajaban más allá. Ondeando por las tierras de Katolis, atravesando el reino, el bosque y cruzando a las mágicas tierras Xadianas preguntándose... ¿Dónde estaba Rayla?
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  • Primer contacto con Rosse Fisher
    Fandom OC
    Categoría Original
    A pesar de vivir en casa de su madre en Seúl de manera humilde, Haneul aún conservaba en el puerto marítimo un yate de lujo, propiedad de su difunto abuelo materno. Una reliquia familiar que el viejo hombre había manejado toda su vida. El barco, de líneas elegantes y madera clara, estaba impecablemente mantenido: un contraste absoluto con el estilo de vida sobrio de Haneul en tierra firme. En su interior, la cabina era pequeña pero sofisticada, decorada con instrumentos náuticos antiguos y algunos objetos personales que el cantante usaba cuando quería desaparecer del ruido del mundo y componer en soledad.

    De vez en cuando, ofrecía sus servicios a una empresa del puerto para transportar turistas que quisieran conocer la ciudad desde el mar. No era un trabajo glamuroso, pero le daba un ingreso extra y un respiro del asfalto.

    Aquel viernes por la tarde, mientras salía de una sesión de ensayo vocal, recibió un mensaje corto desde la empresa del muelle. Una joven extranjera había solicitado un paseo privado en yate, y querían saber si él estaba disponible. Haneul aceptó sin pensarlo demasiado.

    Con el sol bajando lentamente hacia el horizonte, se dirigió al puerto. El aire olía a sal, motor, y promesas tibias de fin de semana. Subió a bordo, revisó los amarres, y se puso de pie en la cubierta, frente a su yate, con las manos en los bolsillos del pantalón cómodo que solía usar para esas travesías.

    El mar se movía despacio. El cielo era una mezcla de azul y naranja. Y frente a él, al final del muelle, empezaba a acercarse una silueta rubia.
    A pesar de vivir en casa de su madre en Seúl de manera humilde, Haneul aún conservaba en el puerto marítimo un yate de lujo, propiedad de su difunto abuelo materno. Una reliquia familiar que el viejo hombre había manejado toda su vida. El barco, de líneas elegantes y madera clara, estaba impecablemente mantenido: un contraste absoluto con el estilo de vida sobrio de Haneul en tierra firme. En su interior, la cabina era pequeña pero sofisticada, decorada con instrumentos náuticos antiguos y algunos objetos personales que el cantante usaba cuando quería desaparecer del ruido del mundo y componer en soledad. De vez en cuando, ofrecía sus servicios a una empresa del puerto para transportar turistas que quisieran conocer la ciudad desde el mar. No era un trabajo glamuroso, pero le daba un ingreso extra y un respiro del asfalto. Aquel viernes por la tarde, mientras salía de una sesión de ensayo vocal, recibió un mensaje corto desde la empresa del muelle. Una joven extranjera había solicitado un paseo privado en yate, y querían saber si él estaba disponible. Haneul aceptó sin pensarlo demasiado. Con el sol bajando lentamente hacia el horizonte, se dirigió al puerto. El aire olía a sal, motor, y promesas tibias de fin de semana. Subió a bordo, revisó los amarres, y se puso de pie en la cubierta, frente a su yate, con las manos en los bolsillos del pantalón cómodo que solía usar para esas travesías. El mar se movía despacio. El cielo era una mezcla de azul y naranja. Y frente a él, al final del muelle, empezaba a acercarse una silueta rubia.
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  • A veces el Alpha callaba tanto que hasta sus huesos crujían con lo que no decía, no era un hombre de palabras, ni de súplicas, lo suyo era proteger, sostener, resistir, pero cuando entregaba algo, cuando se abría, lo hacía con todo lo que tenía, sin reservas, entonces dolía más.

    Porque cuando finalmente lo daba todo, cuando mostraba la herida, cuando bajaba los muros y ofrecía el pecho desnudo, no todos sabían verlo, no todos entendían que un gesto suyo, una palabra, una mirada, eran más que un grito.

    La impotencia lo partía por dentro y no porque esperara alabanzas, sino porque lo poco que daba lo daba es real, con cicatrices, con verdad, con historia.

    Y cuando eso no bastaba, cuando lo ignoraban, lo cuestionaban, o simplemente lo daban por hecho, el vacío era peor que cualquier garra en la carne.

    Porque él podía con la guerra, con la sangre, con el dolor... Pero no con la sensación de que, incluso dándolo todo, seguía siendo invisible.
    A veces el Alpha callaba tanto que hasta sus huesos crujían con lo que no decía, no era un hombre de palabras, ni de súplicas, lo suyo era proteger, sostener, resistir, pero cuando entregaba algo, cuando se abría, lo hacía con todo lo que tenía, sin reservas, entonces dolía más. Porque cuando finalmente lo daba todo, cuando mostraba la herida, cuando bajaba los muros y ofrecía el pecho desnudo, no todos sabían verlo, no todos entendían que un gesto suyo, una palabra, una mirada, eran más que un grito. La impotencia lo partía por dentro y no porque esperara alabanzas, sino porque lo poco que daba lo daba es real, con cicatrices, con verdad, con historia. Y cuando eso no bastaba, cuando lo ignoraban, lo cuestionaban, o simplemente lo daban por hecho, el vacío era peor que cualquier garra en la carne. Porque él podía con la guerra, con la sangre, con el dolor... Pero no con la sensación de que, incluso dándolo todo, seguía siendo invisible.
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  • Aegon había visto a Daemyra toda su vida como todo lo que debía ser.

    Amable ¿Con quién? Con quienes lo merecen.
    Respetada ¿Por quién? Por los nobles.
    Indomable ¿De quién? De nadie.
    Cuidada. ¿Por quién? Por la plebe.
    Amada. ¿Por quién? Por su familia.

    Aegon todas las noches se detenía en la puerta de la habitación de Daemyra a observarla en silencio. Eso, hasta que ella se daba cuenta y se veía obligado a seguir caminando.

    Pero aquella noche, Daemyra lo invitó a entrar.
    Se encerraron en su habitación, y de allí, solo se escuchaban murmuros y rosas.

    Aegon había olvidado la envidia que tenía por ella, y se había centrado en pasar un buen momento con ella, con su hermana más pequeña.
    Daemyra había olvidado las peleas con él, y se había centrado en hacerlo reír.

    Fue, para ambos, el momento más hermoso que tuvieron antes de que la guerra comenzara.
    Aegon había visto a Daemyra toda su vida como todo lo que debía ser. Amable ¿Con quién? Con quienes lo merecen. Respetada ¿Por quién? Por los nobles. Indomable ¿De quién? De nadie. Cuidada. ¿Por quién? Por la plebe. Amada. ¿Por quién? Por su familia. Aegon todas las noches se detenía en la puerta de la habitación de Daemyra a observarla en silencio. Eso, hasta que ella se daba cuenta y se veía obligado a seguir caminando. Pero aquella noche, Daemyra lo invitó a entrar. Se encerraron en su habitación, y de allí, solo se escuchaban murmuros y rosas. Aegon había olvidado la envidia que tenía por ella, y se había centrado en pasar un buen momento con ella, con su hermana más pequeña. Daemyra había olvidado las peleas con él, y se había centrado en hacerlo reír. Fue, para ambos, el momento más hermoso que tuvieron antes de que la guerra comenzara.
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  • La lluvia caía suavemente sobre las ruinas mientras Nico Robin avanzaba con paso firme. Bajo sus botas, el barro se mezclaba con siglos de historia olvidada. Las enredaderas cubrían los muros de piedra, pero ella reconocía los patrones. Era un lenguaje antiguo, casi borrado por el tiempo, pero no por su memoria.

    Con una mano sobre la pared húmeda, dejó que florecieran otras a su alrededor. Dedos pacientes copiaron los grabados, registrando cada curva, cada trazo. Su expresión permanecía serena, pero dentro de sí ardía una chispa: la emoción de descubrir, de comprender, de dar voz a los que fueron silenciados.

    Cada símbolo era un susurro del pasado. No buscaba poder ni gloria. Solo verdad. Solo conocimiento.

    Recordó a su madre, al árbol de la sabiduría, al fuego. No por dolor, sino como ancla. Todo lo que era hoy, lo había forjado el pasado. Y en cada ruina que tocaba, tejía un hilo invisible entre aquello que fue y lo que aún podía ser.

    Cuando terminó de transcribir, se detuvo un momento. Observó el cielo gris, cerró los ojos y respiró hondo.

    —Gracias —susurró al viento.
    La lluvia caía suavemente sobre las ruinas mientras Nico Robin avanzaba con paso firme. Bajo sus botas, el barro se mezclaba con siglos de historia olvidada. Las enredaderas cubrían los muros de piedra, pero ella reconocía los patrones. Era un lenguaje antiguo, casi borrado por el tiempo, pero no por su memoria. Con una mano sobre la pared húmeda, dejó que florecieran otras a su alrededor. Dedos pacientes copiaron los grabados, registrando cada curva, cada trazo. Su expresión permanecía serena, pero dentro de sí ardía una chispa: la emoción de descubrir, de comprender, de dar voz a los que fueron silenciados. Cada símbolo era un susurro del pasado. No buscaba poder ni gloria. Solo verdad. Solo conocimiento. Recordó a su madre, al árbol de la sabiduría, al fuego. No por dolor, sino como ancla. Todo lo que era hoy, lo había forjado el pasado. Y en cada ruina que tocaba, tejía un hilo invisible entre aquello que fue y lo que aún podía ser. Cuando terminó de transcribir, se detuvo un momento. Observó el cielo gris, cerró los ojos y respiró hondo. —Gracias —susurró al viento.
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