• La azotea estaba en silencio, como siempre lo estaba cuando ella estaba allí.
    Atropos se sentó en el borde, con una pierna cruzada sobre la otra, el abrigo oscuro ondeando con la brisa nocturna. Debajo de ella, la ciudad latía con sus luces temblorosas, sus vidas diminutas, sus voces ahogadas por el bullicio.

    Sus ojos, negros como pozos sin fondo, no buscaban nada… pero lo veían todo. Parejas que reían. Niños que lloraban. Almas que sin saberlo, ya caminaban sobre el filo.

    Una estrella fugaz cruzó el cielo y ella no pidió un deseo. Nunca lo hacía.

    Porque, al final del día —o de la vida—, los deseos eran solo hilos más que debía cortar.

    Sus dedos jugaron con el hilo dorado que colgaba entre ellos. Uno nuevo. Frágil. Hermoso.
    Cerró los ojos un momento. Para descansar, para sentir. Sentir el eco de un corazón lejano acelerarse. El temblor del destino a punto de quebrarse.

    Y mientras lo observaba brillar bajo la luna, murmuró, sin mirar a nadie:

    "Qué breves son… y aun así, luchan por durar."

    La azotea estaba en silencio, como siempre lo estaba cuando ella estaba allí. Atropos se sentó en el borde, con una pierna cruzada sobre la otra, el abrigo oscuro ondeando con la brisa nocturna. Debajo de ella, la ciudad latía con sus luces temblorosas, sus vidas diminutas, sus voces ahogadas por el bullicio. Sus ojos, negros como pozos sin fondo, no buscaban nada… pero lo veían todo. Parejas que reían. Niños que lloraban. Almas que sin saberlo, ya caminaban sobre el filo. Una estrella fugaz cruzó el cielo y ella no pidió un deseo. Nunca lo hacía. Porque, al final del día —o de la vida—, los deseos eran solo hilos más que debía cortar. Sus dedos jugaron con el hilo dorado que colgaba entre ellos. Uno nuevo. Frágil. Hermoso. Cerró los ojos un momento. Para descansar, para sentir. Sentir el eco de un corazón lejano acelerarse. El temblor del destino a punto de quebrarse. Y mientras lo observaba brillar bajo la luna, murmuró, sin mirar a nadie: "Qué breves son… y aun así, luchan por durar."
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  • Con esos grandes ojazos se puso a limpiar los cubiertos, ladeando un poco la cabeza ante una melodía que tarareaba con gustito. Mirando con diversión como el atardecer iba llegando a su fin y la noche también tomaba su lugar.

    Tal vez la charla le supo corta, porque lo disfrutó mucho.
    Con esos grandes ojazos se puso a limpiar los cubiertos, ladeando un poco la cabeza ante una melodía que tarareaba con gustito. Mirando con diversión como el atardecer iba llegando a su fin y la noche también tomaba su lugar. Tal vez la charla le supo corta, porque lo disfrutó mucho.
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  • La tarde comienza a hacer su entrada, pintando el cielo de tonos dorados y anaranjados. El aire fresco acaricia la piel mientras Emi camina a paso tranquilo, sus pasos casi en sincronía con los del chico a su lado. Su mano está entrelazada con la suya, algo que, si bien Emi no muestra abiertamente, tiene algo especial. Un gesto que, en su mundo lleno de sarcasmo y provocación, es más significativo de lo que parece.

    Los edificios que rodean la calle comienzan a oscurecerse, y las luces de la ciudad titilan a lo lejos, pero Emi no parece distraída. Su mirada, antes reticente, ahora está un poco más suave. Como si en este momento, en este paseo, el mundo fuera menos pesado.

    De vez en cuando, sus dedos se aprietan un poco, no por necesidad, sino por deseo, por un pequeño, casi imperceptible gesto de cariño. El sol empieza a ocultarse, pero la luz dorada aún ilumina su rostro, resaltando la suavidad de su expresión.

    ── "No es tan malo esto de caminar contigo…"
    Su tono sigue siendo suave, pero esa chispa en sus ojos refleja algo que no se ve tan a menudo en Emi. La sonrisa que se le escapa es pequeña, pero genuina.

    Se detiene un momento para mirar el horizonte, respirando hondo. El sol ya está bajo, y la ciudad empieza a moverse con más prisa, pero ella permanece ahí, tranquila, disfrutando de la calma que solo esos pequeños momentos pueden brindar.

    ── "Quizá debería agradecerte por quedarte."

    Sus palabras son casi como un susurro, pero el peso detrás de ellas es claro: Emi no siempre se deja ver tan vulnerable, pero cuando lo hace, es en estos momentos.
    La tarde comienza a hacer su entrada, pintando el cielo de tonos dorados y anaranjados. El aire fresco acaricia la piel mientras Emi camina a paso tranquilo, sus pasos casi en sincronía con los del chico a su lado. Su mano está entrelazada con la suya, algo que, si bien Emi no muestra abiertamente, tiene algo especial. Un gesto que, en su mundo lleno de sarcasmo y provocación, es más significativo de lo que parece. Los edificios que rodean la calle comienzan a oscurecerse, y las luces de la ciudad titilan a lo lejos, pero Emi no parece distraída. Su mirada, antes reticente, ahora está un poco más suave. Como si en este momento, en este paseo, el mundo fuera menos pesado. De vez en cuando, sus dedos se aprietan un poco, no por necesidad, sino por deseo, por un pequeño, casi imperceptible gesto de cariño. El sol empieza a ocultarse, pero la luz dorada aún ilumina su rostro, resaltando la suavidad de su expresión. ── "No es tan malo esto de caminar contigo…" Su tono sigue siendo suave, pero esa chispa en sus ojos refleja algo que no se ve tan a menudo en Emi. La sonrisa que se le escapa es pequeña, pero genuina. Se detiene un momento para mirar el horizonte, respirando hondo. El sol ya está bajo, y la ciudad empieza a moverse con más prisa, pero ella permanece ahí, tranquila, disfrutando de la calma que solo esos pequeños momentos pueden brindar. ── "Quizá debería agradecerte por quedarte." Sus palabras son casi como un susurro, pero el peso detrás de ellas es claro: Emi no siempre se deja ver tan vulnerable, pero cuando lo hace, es en estos momentos.
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  • ¿Y ahora qué le pasa?...

    -parpadeando confundido se quedó al lado de su hermano mientras observaba a Mustang irse por dónde vino-
    ¿Y ahora qué le pasa?... -parpadeando confundido se quedó al lado de su hermano mientras observaba a Mustang irse por dónde vino-
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  • "Caminando con los Muertos" (Parte IV)

    Tolek necesita dos cosas, por ahora, para no volver a perder el norte: un punto de referencia y un ojo en el cielo.

    Sin dejar de mirar al frente hacia donde la aparición, el brujo clava su bastón en el piso, destellos mágicos crecen como raíces sobre el lodo y abrazan el suelo a su alrededor tomando la forma de una sencilla telaraña de hilos plateados. Este es su punto de referencia, una baliza helada en medio de la nada.

    Luego, Tolek toma a Lester con una mano y lo lanza al cielo. El ave se apresura a extender las alas, orientarse y dirigirse hacia donde el brujo está mirando, sus ojos de cuervo llevan consigo la misma magia que le permite a su amo ver más allá.

    — Amo, ¡Veo las almas! —Exclama, emocionado—. Están reuniéndose más adelante, no sé por qué...

    De la misma forma que Lester no necesita emitir sonido alguno para comunicarse con su amo, este puede decirle sin hablar palabra alguna.

    — Adelántate, yo te sigo.

    Y la caminata duraría alrededor de quince minutos, si es que el caprichoso tiempo del mundo de los muertos se dejara medir. Quince minutos de silencio por parte del brujo, quien todavía arrastra el resabio del baño de angustia de las almas liberadas, y no quiere hablar. Lester podría querer empezar a hacer preguntas, y aun si escogiera no responderlas, cada pensamiento en la dirección incorrecta podría ser el único necesario para llevarle a perder el control.

    De pronto, una nube como un enjambre de almas perdidas se revela como una madeja enrollada entorno a... ¿Entorno a qué?

    — Amo, son demasiadas. No puedo ver qué las está atrayendo —reporta el ave desde su posición en las alturas, mientras vuela en círculos alrededor como un cazador que ha encontrado a su presa.

    El brujo sabe que sólo hay una forma de averiguar qué es lo que está llamando la atención de las almas y que Veles está interesado en que él encuentre.

    Camina con firmeza, con la prisa de la expectativa. Las almas son tantas que revuelven el ambiente como miles de banderas ondeando en la misma dirección llevadas por un viento salvaje que arrastra en la cercanía. La sensación es abrumadora, pero Tolek persiste e insiste en aproximarse cada vez más, empujando contra la fuerza que le repele.

    Basta que roce la superficie de la esfera para que un grito desolador escape partiendo el aire, como el grito de una banshee, aunque incapaz de congelar a quien ha nacido del hielo. Otras almas le hacen eco, angustiadas y agónicas, reconocen en el brujo una esencia parecida al que les condenó a la eterna miseria del dolor y el sufrimiento. Se retuercen, intentan alejarse de él alterando así la uniformidad de la madeja. El desbalance se acentúa conforme el terror se apodera de ellas hasta que finalmente, la bola colapsa y las almas vuelven a dispersarse como una burbuja que explota, sólo que en lugar de ser de jabón parece ser de aceite hirviendo. Tolek cierra los ojos por mero impulso.

    — ¿Lester?

    El cuervo grita en lo alto y el brujo entiende que él está bien. Luego, el brujo puede devolver su atención al frente, abriendo los ojos lentamente.

    — ¡Un huevo! —Exclama, indignado.

    Tolek levanta el puño al cielo.

    — ¿En serio? ¿Me estás viendo la cara de papá pato? ¡Más vale que no sea de dragón! —Protesta, maldiciendo su mala suerte.

    Una profunda risa gutural resuena no en el cielo, sino debajo en el suelo, como si fuera la tierra misma burlándose del brujo.

    — Sí, tú ríete... —agrega, tensando los labios.

    Veles es, en parte, el dios de las travesuras, después de todo.
    Pero el brujo nota algo que hace a este huevo algo peculiar, pequeños detalles que lo hacen similar a una de esas costosas piezas de joyería que solían presumir los zares en tiempos de antes.

    — Oh, ya veo. Es una de esas cosas... —piensa en voz alta, más relajado.

    El brujo se inclina para coger el objeto con cuidado, como si estuviera cayendo en una trampa de forma tan voluntaria como le caracteriza. El pequeño huevo, que puede rodear perfectamente con los dedos, se siente cálido al tacto y emana un suave aroma a hierba de ruda. Tolek se lo guarda en el bolsillo mágico de su abrigo antes de enderezarse.

    Y al levantar la mirada puede ver que hay detalles nuevos en el paisaje. En el cielo hay auroras brillando con el mismo tono que lo hacía el huevo antes de que lo tomara, pero más importante que ello, puede ver la brecha por la que han entrado las almas.

    — Amo, ya puedes presumir de que le agarraste un huevo a Veles.

    Pero Tolek no puede prestar atención al troleo de su familiar esta vez, su mirada está fija, perdida en la brecha que arde como una herida en el cielo. Puede ver más allá al interior de una diminuta abertura, un fondo de paredes cubiertas de un papel mural amarillento que reconoce.

    #ElBrujoCojo §iძ𝑬
    "Caminando con los Muertos" (Parte IV) Tolek necesita dos cosas, por ahora, para no volver a perder el norte: un punto de referencia y un ojo en el cielo. Sin dejar de mirar al frente hacia donde la aparición, el brujo clava su bastón en el piso, destellos mágicos crecen como raíces sobre el lodo y abrazan el suelo a su alrededor tomando la forma de una sencilla telaraña de hilos plateados. Este es su punto de referencia, una baliza helada en medio de la nada. Luego, Tolek toma a Lester con una mano y lo lanza al cielo. El ave se apresura a extender las alas, orientarse y dirigirse hacia donde el brujo está mirando, sus ojos de cuervo llevan consigo la misma magia que le permite a su amo ver más allá. — Amo, ¡Veo las almas! —Exclama, emocionado—. Están reuniéndose más adelante, no sé por qué... De la misma forma que Lester no necesita emitir sonido alguno para comunicarse con su amo, este puede decirle sin hablar palabra alguna. — Adelántate, yo te sigo. Y la caminata duraría alrededor de quince minutos, si es que el caprichoso tiempo del mundo de los muertos se dejara medir. Quince minutos de silencio por parte del brujo, quien todavía arrastra el resabio del baño de angustia de las almas liberadas, y no quiere hablar. Lester podría querer empezar a hacer preguntas, y aun si escogiera no responderlas, cada pensamiento en la dirección incorrecta podría ser el único necesario para llevarle a perder el control. De pronto, una nube como un enjambre de almas perdidas se revela como una madeja enrollada entorno a... ¿Entorno a qué? — Amo, son demasiadas. No puedo ver qué las está atrayendo —reporta el ave desde su posición en las alturas, mientras vuela en círculos alrededor como un cazador que ha encontrado a su presa. El brujo sabe que sólo hay una forma de averiguar qué es lo que está llamando la atención de las almas y que Veles está interesado en que él encuentre. Camina con firmeza, con la prisa de la expectativa. Las almas son tantas que revuelven el ambiente como miles de banderas ondeando en la misma dirección llevadas por un viento salvaje que arrastra en la cercanía. La sensación es abrumadora, pero Tolek persiste e insiste en aproximarse cada vez más, empujando contra la fuerza que le repele. Basta que roce la superficie de la esfera para que un grito desolador escape partiendo el aire, como el grito de una banshee, aunque incapaz de congelar a quien ha nacido del hielo. Otras almas le hacen eco, angustiadas y agónicas, reconocen en el brujo una esencia parecida al que les condenó a la eterna miseria del dolor y el sufrimiento. Se retuercen, intentan alejarse de él alterando así la uniformidad de la madeja. El desbalance se acentúa conforme el terror se apodera de ellas hasta que finalmente, la bola colapsa y las almas vuelven a dispersarse como una burbuja que explota, sólo que en lugar de ser de jabón parece ser de aceite hirviendo. Tolek cierra los ojos por mero impulso. — ¿Lester? El cuervo grita en lo alto y el brujo entiende que él está bien. Luego, el brujo puede devolver su atención al frente, abriendo los ojos lentamente. — ¡Un huevo! —Exclama, indignado. Tolek levanta el puño al cielo. — ¿En serio? ¿Me estás viendo la cara de papá pato? ¡Más vale que no sea de dragón! —Protesta, maldiciendo su mala suerte. Una profunda risa gutural resuena no en el cielo, sino debajo en el suelo, como si fuera la tierra misma burlándose del brujo. — Sí, tú ríete... —agrega, tensando los labios. Veles es, en parte, el dios de las travesuras, después de todo. Pero el brujo nota algo que hace a este huevo algo peculiar, pequeños detalles que lo hacen similar a una de esas costosas piezas de joyería que solían presumir los zares en tiempos de antes. — Oh, ya veo. Es una de esas cosas... —piensa en voz alta, más relajado. El brujo se inclina para coger el objeto con cuidado, como si estuviera cayendo en una trampa de forma tan voluntaria como le caracteriza. El pequeño huevo, que puede rodear perfectamente con los dedos, se siente cálido al tacto y emana un suave aroma a hierba de ruda. Tolek se lo guarda en el bolsillo mágico de su abrigo antes de enderezarse. Y al levantar la mirada puede ver que hay detalles nuevos en el paisaje. En el cielo hay auroras brillando con el mismo tono que lo hacía el huevo antes de que lo tomara, pero más importante que ello, puede ver la brecha por la que han entrado las almas. — Amo, ya puedes presumir de que le agarraste un huevo a Veles. Pero Tolek no puede prestar atención al troleo de su familiar esta vez, su mirada está fija, perdida en la brecha que arde como una herida en el cielo. Puede ver más allá al interior de una diminuta abertura, un fondo de paredes cubiertas de un papel mural amarillento que reconoce. #ElBrujoCojo [SideBlackHole]
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  • Juguemos un poco, hasta terminar sudados y jadeando..
    ¿Crees poder ganarme?
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  • El viento soplaba suavemente entre las montañas. Frieren se detuvo al borde del acantilado, con su capa ondeando a su espalda y los ojos entrecerrados por la brisa fresca. Frente a ella, el atardecer bañaba el mundo en tonos dorados y naranjas. Era un lugar tranquilo… demasiado tranquilo.

    Sacó de su bolso una pequeña flor marchita, conservada entre páginas de un viejo libro de conjuros. Himmel la había recogido hacía muchos años, cuando apenas comenzaban su viaje. La había encontrado en un campo igual de silencioso, y sin razón aparente, se la ofreció con esa sonrisa despreocupada que tanto lo caracterizaba.

    —Para ti, Frieren. Porque te gustan las cosas bonitas —había dicho él.

    Ella no lo entendió en ese entonces. Solo asintió, guardando la flor como quien guarda un objeto sin valor real. Ahora, décadas después, la sostenía como si fuera frágil vidrio.

    —Himmel… eras ridículo —murmuró, con una sombra de sonrisa en los labios—. Pero me hiciste reír más veces de las que admití.

    El silencio respondió con un susurro entre los árboles, como si el viento le devolviera la voz de su viejo amigo.

    Recordó cómo él insistía en ayudar a todos, sin importar lo pequeño del problema. Cómo su risa resonaba en los campamentos nocturnos. Cómo se detenía a mirar las estrellas aunque tuviesen prisa. Himmel no tenía prisa por llegar. Él tenía prisa por vivir.

    —Y yo solo pensaba en completar el viaje.

    Cerró los ojos. Se permitió unos segundos más, solo unos pocos, para quedarse en ese momento. En el eco de un pasado que solo ella recordaba con nitidez. Todos los demás ya se habían desvanecido con el tiempo.

    Cuando abrió los ojos, la flor ya no estaba. Una ráfaga de viento la había arrastrado, volando hacia el cielo como si quisiera alcanzar a alguien.

    Frieren no hizo nada por detenerla.

    —Gracias por esperarme tanto tiempo.

    Y volvió a caminar.
    El viento soplaba suavemente entre las montañas. Frieren se detuvo al borde del acantilado, con su capa ondeando a su espalda y los ojos entrecerrados por la brisa fresca. Frente a ella, el atardecer bañaba el mundo en tonos dorados y naranjas. Era un lugar tranquilo… demasiado tranquilo. Sacó de su bolso una pequeña flor marchita, conservada entre páginas de un viejo libro de conjuros. Himmel la había recogido hacía muchos años, cuando apenas comenzaban su viaje. La había encontrado en un campo igual de silencioso, y sin razón aparente, se la ofreció con esa sonrisa despreocupada que tanto lo caracterizaba. —Para ti, Frieren. Porque te gustan las cosas bonitas —había dicho él. Ella no lo entendió en ese entonces. Solo asintió, guardando la flor como quien guarda un objeto sin valor real. Ahora, décadas después, la sostenía como si fuera frágil vidrio. —Himmel… eras ridículo —murmuró, con una sombra de sonrisa en los labios—. Pero me hiciste reír más veces de las que admití. El silencio respondió con un susurro entre los árboles, como si el viento le devolviera la voz de su viejo amigo. Recordó cómo él insistía en ayudar a todos, sin importar lo pequeño del problema. Cómo su risa resonaba en los campamentos nocturnos. Cómo se detenía a mirar las estrellas aunque tuviesen prisa. Himmel no tenía prisa por llegar. Él tenía prisa por vivir. —Y yo solo pensaba en completar el viaje. Cerró los ojos. Se permitió unos segundos más, solo unos pocos, para quedarse en ese momento. En el eco de un pasado que solo ella recordaba con nitidez. Todos los demás ya se habían desvanecido con el tiempo. Cuando abrió los ojos, la flor ya no estaba. Una ráfaga de viento la había arrastrado, volando hacia el cielo como si quisiera alcanzar a alguien. Frieren no hizo nada por detenerla. —Gracias por esperarme tanto tiempo. Y volvió a caminar.
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  • Calle Holloway 313.

    Había caminado esa cuadra al menos tres veces. El número 311 estaba justo allí, con su puerta roja y su buzón oxidado. Luego, el 315, con luces parpadeantes en la ventana. Pero entre esos dos, nada. Solo un estrecho pasillo de ladrillos cubiertos de musgo, demasiado angosto para una casa, demasiado oscuro para ser un callejón.

    Tiene que ser aquí -murmuró. Revisó el pedido otra vez. Pago en efectivo. Nota: "No toques el timbre. Solo llama una vez.
    Al final del recibo, escrito con una caligrafía fina y juguetona, solo decía:
    Enjoy!"

    Nadie sabía quién hacía esos pedidos. Siempre a la misma dirección, siempre desaparecida. A veces un compañero de reparto decía haber visto una figura tras un velo de niebla, esperando en silencio. Otros, aseguraban que un billete por la comida aparecía en el suelo, junto al paquete dejado en el pasillo.

    Hope avanzó. Por primera vez, decidió no dejar el pedido y huir. Esta vez, llamaría. Una vez. Solo una. Y desde el otro lado del pasadizo, alguien o algo ya la estaba esperando.
    Calle Holloway 313. Había caminado esa cuadra al menos tres veces. El número 311 estaba justo allí, con su puerta roja y su buzón oxidado. Luego, el 315, con luces parpadeantes en la ventana. Pero entre esos dos, nada. Solo un estrecho pasillo de ladrillos cubiertos de musgo, demasiado angosto para una casa, demasiado oscuro para ser un callejón. Tiene que ser aquí -murmuró. Revisó el pedido otra vez. Pago en efectivo. Nota: "No toques el timbre. Solo llama una vez. Al final del recibo, escrito con una caligrafía fina y juguetona, solo decía: Enjoy!" Nadie sabía quién hacía esos pedidos. Siempre a la misma dirección, siempre desaparecida. A veces un compañero de reparto decía haber visto una figura tras un velo de niebla, esperando en silencio. Otros, aseguraban que un billete por la comida aparecía en el suelo, junto al paquete dejado en el pasillo. Hope avanzó. Por primera vez, decidió no dejar el pedido y huir. Esta vez, llamaría. Una vez. Solo una. Y desde el otro lado del pasadizo, alguien o algo ya la estaba esperando.
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  • — Me estoy rodeando de brujas. Esto pinta mal, es peligroso, llámame niña me da lo mismo.– ¿?
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  • El Winchester observa el vaso de whisky que acaba de servirse. Como si el beber aquel liquido ámbar fuera a darle respuestas, como si la solución a todos sus problemas estuvieran en el fondo de aquel vaso.
    El pulso perfecto del cazador provoca que la superficie del whisky apenas tiemble, o se mueva mientras él camina hasta una silla.
    Nada mas sentarse en ella, la tenue luz se refleja en el vaso, rompiéndose y fraccionándose en miles de pequeños haces de luz, demasiado ínfimos como para ser apreciados por la vista humana.

    En aquella ocasión no había música, por muy extraño que fuera en él. También había elegido (aunque aquello no era tan extraño) la soledad en aquella ocasión. Tan solo estaba el silencio, el eco del sonido de sus movimientos, el peso de sus malas decisiones y su corazón roto.

    No, aquel no era su primer vaso del día. No a aquellas horas de la noche, ni si quiera el segundo o el tercero. Y aun así, se toma el licor despacio, paladeando los matices de su sabor, porque no quería emborracharse, no, eso seria sencillo. Buscaba algo mucho mas complicado, buscaba encontrar, en el ardor que sentía en su garganta con cada trago, algo parecido a la paz.

    Hope, Miguel, y todo lo demás, que los Winchester aceptaban como algo normal en sus vidas, eran peso en sus bolsillos. Como plomo para alguien que se lanza al mar.
    Aquellos nombres eran como cicatrices que se empeñaban en no sanar, por el simple hecho de que su testaruda mente no las dejaba ir, no podia evitar seguir dándole vueltas y vueltas a cada pequeña arista, a cada momento, a cada palabra, a cada decisión.

    Así se queda sentado, en la semi oscuridad, con la mirada perdida, y la mano firme agarrando el cristal. Tomando aquellos efímeros minutos para observar su vida como si fuera un espectador ajeno.




    #Personajes3D #3D #Comunidad3D
    El Winchester observa el vaso de whisky que acaba de servirse. Como si el beber aquel liquido ámbar fuera a darle respuestas, como si la solución a todos sus problemas estuvieran en el fondo de aquel vaso. El pulso perfecto del cazador provoca que la superficie del whisky apenas tiemble, o se mueva mientras él camina hasta una silla. Nada mas sentarse en ella, la tenue luz se refleja en el vaso, rompiéndose y fraccionándose en miles de pequeños haces de luz, demasiado ínfimos como para ser apreciados por la vista humana. En aquella ocasión no había música, por muy extraño que fuera en él. También había elegido (aunque aquello no era tan extraño) la soledad en aquella ocasión. Tan solo estaba el silencio, el eco del sonido de sus movimientos, el peso de sus malas decisiones y su corazón roto. No, aquel no era su primer vaso del día. No a aquellas horas de la noche, ni si quiera el segundo o el tercero. Y aun así, se toma el licor despacio, paladeando los matices de su sabor, porque no quería emborracharse, no, eso seria sencillo. Buscaba algo mucho mas complicado, buscaba encontrar, en el ardor que sentía en su garganta con cada trago, algo parecido a la paz. Hope, Miguel, y todo lo demás, que los Winchester aceptaban como algo normal en sus vidas, eran peso en sus bolsillos. Como plomo para alguien que se lanza al mar. Aquellos nombres eran como cicatrices que se empeñaban en no sanar, por el simple hecho de que su testaruda mente no las dejaba ir, no podia evitar seguir dándole vueltas y vueltas a cada pequeña arista, a cada momento, a cada palabra, a cada decisión. Así se queda sentado, en la semi oscuridad, con la mirada perdida, y la mano firme agarrando el cristal. Tomando aquellos efímeros minutos para observar su vida como si fuera un espectador ajeno. #Personajes3D #3D #Comunidad3D
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