Myrrh: «Dime, pequeña. ¿Cuántos más tendrán que caer antes de que los necios de este mundo aprendan a soltar su orgullo?
Zaryna: Demasiados, Myrrh. Siempre son demasiados. Parece que prefieren morir aferrados a su testarudez antes que admitir sus errores.
Myrrh: «¿Es tan difícil, me pregunto, reconocer una falla? Aceptar que no se puede siempre ganar solo, que a veces, retroceder no es rendirse sino sobrevivir. El orgullo… Una cadena forjada en el miedo a la humildad.»
Zaryna: Lo he visto tantas veces. Los líderes de las aldeas… la gente que decía protegerme. Decían que tenían todo bajo control mientras el peligro les pasaba por encima. ¿Y quién paga el precio? No ellos. Siempre son los demás.
Myrrh: «Los orgullosos son buenos en eso. Se esconden detrás de palabras grandes, de promesas vacías… Pero cuando la verdad les alcanza, el sufrimiento lo cargan los inocentes. Tú lo sabes mejor que nadie.»
Zaryna: Elara... Ella siempre decía que el orgullo podía ser útil, si lo usabas para empujarte a ser mejor. Pero no el orgullo que aplasta a los demás... Ese es veneno.
Myrrh: «Sabia, como siempre. Pero dime… ¿Acaso viste a alguien escucharla? ¿Viste a alguien dejar de lado su ego para aprender de lo que decía?»
Zaryna: No… Ni siquiera yo. No como debería.
Myrrh: «Y ahí está la verdadera tragedia. No es solo su orgullo el que los condena, Zaryna. Es el tuyo, es el mío, es el de todos. Ese fuego que quema desde dentro y ciega hasta a los mejores. Lo único que queda es decidir si aprenderás de ellos… O si repetirás sus errores.»
Zaryna: No quiero ser como ellos. Si puedo, si me queda algo de fuerza, quiero mostrarles que hay otra forma. Quiero… No, tengo que ser mejor.
Myrrh: «Entonces recuerda esto, pequeña: el orgullo puede ser un arma… Pero solo si sabes cuándo blandirlo y cuándo dejarlo caer.»
Zaryna: Demasiados, Myrrh. Siempre son demasiados. Parece que prefieren morir aferrados a su testarudez antes que admitir sus errores.
Myrrh: «¿Es tan difícil, me pregunto, reconocer una falla? Aceptar que no se puede siempre ganar solo, que a veces, retroceder no es rendirse sino sobrevivir. El orgullo… Una cadena forjada en el miedo a la humildad.»
Zaryna: Lo he visto tantas veces. Los líderes de las aldeas… la gente que decía protegerme. Decían que tenían todo bajo control mientras el peligro les pasaba por encima. ¿Y quién paga el precio? No ellos. Siempre son los demás.
Myrrh: «Los orgullosos son buenos en eso. Se esconden detrás de palabras grandes, de promesas vacías… Pero cuando la verdad les alcanza, el sufrimiento lo cargan los inocentes. Tú lo sabes mejor que nadie.»
Zaryna: Elara... Ella siempre decía que el orgullo podía ser útil, si lo usabas para empujarte a ser mejor. Pero no el orgullo que aplasta a los demás... Ese es veneno.
Myrrh: «Sabia, como siempre. Pero dime… ¿Acaso viste a alguien escucharla? ¿Viste a alguien dejar de lado su ego para aprender de lo que decía?»
Zaryna: No… Ni siquiera yo. No como debería.
Myrrh: «Y ahí está la verdadera tragedia. No es solo su orgullo el que los condena, Zaryna. Es el tuyo, es el mío, es el de todos. Ese fuego que quema desde dentro y ciega hasta a los mejores. Lo único que queda es decidir si aprenderás de ellos… O si repetirás sus errores.»
Zaryna: No quiero ser como ellos. Si puedo, si me queda algo de fuerza, quiero mostrarles que hay otra forma. Quiero… No, tengo que ser mejor.
Myrrh: «Entonces recuerda esto, pequeña: el orgullo puede ser un arma… Pero solo si sabes cuándo blandirlo y cuándo dejarlo caer.»
Myrrh: «Dime, pequeña. ¿Cuántos más tendrán que caer antes de que los necios de este mundo aprendan a soltar su orgullo?
Zaryna: Demasiados, Myrrh. Siempre son demasiados. Parece que prefieren morir aferrados a su testarudez antes que admitir sus errores.
Myrrh: «¿Es tan difícil, me pregunto, reconocer una falla? Aceptar que no se puede siempre ganar solo, que a veces, retroceder no es rendirse sino sobrevivir. El orgullo… Una cadena forjada en el miedo a la humildad.»
Zaryna: Lo he visto tantas veces. Los líderes de las aldeas… la gente que decía protegerme. Decían que tenían todo bajo control mientras el peligro les pasaba por encima. ¿Y quién paga el precio? No ellos. Siempre son los demás.
Myrrh: «Los orgullosos son buenos en eso. Se esconden detrás de palabras grandes, de promesas vacías… Pero cuando la verdad les alcanza, el sufrimiento lo cargan los inocentes. Tú lo sabes mejor que nadie.»
Zaryna: Elara... Ella siempre decía que el orgullo podía ser útil, si lo usabas para empujarte a ser mejor. Pero no el orgullo que aplasta a los demás... Ese es veneno.
Myrrh: «Sabia, como siempre. Pero dime… ¿Acaso viste a alguien escucharla? ¿Viste a alguien dejar de lado su ego para aprender de lo que decía?»
Zaryna: No… Ni siquiera yo. No como debería.
Myrrh: «Y ahí está la verdadera tragedia. No es solo su orgullo el que los condena, Zaryna. Es el tuyo, es el mío, es el de todos. Ese fuego que quema desde dentro y ciega hasta a los mejores. Lo único que queda es decidir si aprenderás de ellos… O si repetirás sus errores.»
Zaryna: No quiero ser como ellos. Si puedo, si me queda algo de fuerza, quiero mostrarles que hay otra forma. Quiero… No, tengo que ser mejor.
Myrrh: «Entonces recuerda esto, pequeña: el orgullo puede ser un arma… Pero solo si sabes cuándo blandirlo y cuándo dejarlo caer.»