La mansión estaba en completo silencio, excepto por el eco de los pasos apresurados de un sirviente que intentaba escapar. Su respiración entrecortada dejaba claro su pánico, pero sabía que no podía huir.
—¿A dónde crees que vas? —la voz de Aiko resonó en el pasillo como un dulce veneno.
El hombre se detuvo en seco y giró lentamente. Aiko estaba de pie junto a la ventana, bañada por la luz de la luna. Su vestido rojo abrazaba su figura con una elegancia letal, y su mirada carmesí brillaba con furia contenida. Sus labios estaban fruncidos en un puchero adorable, pero la amenaza en sus ojos era inconfundible.
—¿De verdad pensaste que podías mentirme, Kazuki? —preguntó, dando un paso adelante.
—M-mi lady… No fue mi intención… —balbuceó el sirviente, temblando.
Aiko inclinó la cabeza, sus largos mechones dorados cayendo sobre su hombro. Parecía una muñeca perfecta, pero la tensión en su mandíbula delataba su enojo.
—Dijiste que habías traído mi copa de vino… pero esta estaba vacía. —Sus labios se curvaron en una sonrisa que no llegaba a sus ojos—. ¿Acaso querías verme de mal humor?
Kazuki cayó de rodillas. —¡No, por favor! Fue un error, no me di cuenta…
Aiko suspiró dramáticamente y cruzó los brazos bajo su pecho. —Qué problema… Tendré que castigarte, pero no te preocupes, seré tierna…
Antes de que el sirviente pudiera reaccionar, Aiko ya estaba a su lado, sujetándolo con delicadeza por la barbilla. Sus labios rozaron su cuello, y una risa suave escapó de ella.
—No te preocupes, solo tomaré un poco… —susurró, justo antes de clavar sus colmillos con una dulzura que contrastaba con su ferocidad.
—¿A dónde crees que vas? —la voz de Aiko resonó en el pasillo como un dulce veneno.
El hombre se detuvo en seco y giró lentamente. Aiko estaba de pie junto a la ventana, bañada por la luz de la luna. Su vestido rojo abrazaba su figura con una elegancia letal, y su mirada carmesí brillaba con furia contenida. Sus labios estaban fruncidos en un puchero adorable, pero la amenaza en sus ojos era inconfundible.
—¿De verdad pensaste que podías mentirme, Kazuki? —preguntó, dando un paso adelante.
—M-mi lady… No fue mi intención… —balbuceó el sirviente, temblando.
Aiko inclinó la cabeza, sus largos mechones dorados cayendo sobre su hombro. Parecía una muñeca perfecta, pero la tensión en su mandíbula delataba su enojo.
—Dijiste que habías traído mi copa de vino… pero esta estaba vacía. —Sus labios se curvaron en una sonrisa que no llegaba a sus ojos—. ¿Acaso querías verme de mal humor?
Kazuki cayó de rodillas. —¡No, por favor! Fue un error, no me di cuenta…
Aiko suspiró dramáticamente y cruzó los brazos bajo su pecho. —Qué problema… Tendré que castigarte, pero no te preocupes, seré tierna…
Antes de que el sirviente pudiera reaccionar, Aiko ya estaba a su lado, sujetándolo con delicadeza por la barbilla. Sus labios rozaron su cuello, y una risa suave escapó de ella.
—No te preocupes, solo tomaré un poco… —susurró, justo antes de clavar sus colmillos con una dulzura que contrastaba con su ferocidad.
La mansión estaba en completo silencio, excepto por el eco de los pasos apresurados de un sirviente que intentaba escapar. Su respiración entrecortada dejaba claro su pánico, pero sabía que no podía huir.
—¿A dónde crees que vas? —la voz de Aiko resonó en el pasillo como un dulce veneno.
El hombre se detuvo en seco y giró lentamente. Aiko estaba de pie junto a la ventana, bañada por la luz de la luna. Su vestido rojo abrazaba su figura con una elegancia letal, y su mirada carmesí brillaba con furia contenida. Sus labios estaban fruncidos en un puchero adorable, pero la amenaza en sus ojos era inconfundible.
—¿De verdad pensaste que podías mentirme, Kazuki? —preguntó, dando un paso adelante.
—M-mi lady… No fue mi intención… —balbuceó el sirviente, temblando.
Aiko inclinó la cabeza, sus largos mechones dorados cayendo sobre su hombro. Parecía una muñeca perfecta, pero la tensión en su mandíbula delataba su enojo.
—Dijiste que habías traído mi copa de vino… pero esta estaba vacía. —Sus labios se curvaron en una sonrisa que no llegaba a sus ojos—. ¿Acaso querías verme de mal humor?
Kazuki cayó de rodillas. —¡No, por favor! Fue un error, no me di cuenta…
Aiko suspiró dramáticamente y cruzó los brazos bajo su pecho. —Qué problema… Tendré que castigarte, pero no te preocupes, seré tierna…
Antes de que el sirviente pudiera reaccionar, Aiko ya estaba a su lado, sujetándolo con delicadeza por la barbilla. Sus labios rozaron su cuello, y una risa suave escapó de ella.
—No te preocupes, solo tomaré un poco… —susurró, justo antes de clavar sus colmillos con una dulzura que contrastaba con su ferocidad.
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