Valerian se adentra en el Jardín Fantasma, donde todo parece envuelto en una quietud irreal. Un vaho fragante se arremolina a su alrededor, como un suspiro persistente de las flores pálidas que se extienden a su paso. Todo es blanco: las hojas, los tallos, las rosas. La monotonía del paisaje, tan perfecta y estéril, comienza a pesar en su espíritu.
Cada paso que da lo hunde más en una extraña melancolía, como si el jardín fuera un cementerio. No hay pasión en ese lugar, solo una quietud abrumadora.
En un impulso tan viejo como su vida inmortal, Valerian saca un pequeño alfiler de su cabello y, sin dudarlo, hiere su propia mano. Observa la sangre roja, vibrante, escurrir lentamente por sus dedos.
Deja caer una única gota sobre una de las rosas. El impacto de su sangre sobre la flor parece resonar en el aire. La rosa blanca comienza a temblar, su tallo se retuerce, y de repente gira, como si estuviera viva. Las hojas danzan, contorsionándose, y la rosa muta en un rojísimo lirio de araña, una mancha escarlata que contrasta con la blancura sofocante del entorno.
Valerian sonríe levemente, contemplando el resultado de su acción.
"Una pequeña rebelión".
Murmura para sí mismo, mientras contempla la mutación con un aire de satisfacción. El lirio de araña parece latir con una vida propia, alimentado por su sangre, como si él hubiera insuflado una parte de su propio espíritu en la flor.
Cada paso que da lo hunde más en una extraña melancolía, como si el jardín fuera un cementerio. No hay pasión en ese lugar, solo una quietud abrumadora.
En un impulso tan viejo como su vida inmortal, Valerian saca un pequeño alfiler de su cabello y, sin dudarlo, hiere su propia mano. Observa la sangre roja, vibrante, escurrir lentamente por sus dedos.
Deja caer una única gota sobre una de las rosas. El impacto de su sangre sobre la flor parece resonar en el aire. La rosa blanca comienza a temblar, su tallo se retuerce, y de repente gira, como si estuviera viva. Las hojas danzan, contorsionándose, y la rosa muta en un rojísimo lirio de araña, una mancha escarlata que contrasta con la blancura sofocante del entorno.
Valerian sonríe levemente, contemplando el resultado de su acción.
"Una pequeña rebelión".
Murmura para sí mismo, mientras contempla la mutación con un aire de satisfacción. El lirio de araña parece latir con una vida propia, alimentado por su sangre, como si él hubiera insuflado una parte de su propio espíritu en la flor.
Valerian se adentra en el Jardín Fantasma, donde todo parece envuelto en una quietud irreal. Un vaho fragante se arremolina a su alrededor, como un suspiro persistente de las flores pálidas que se extienden a su paso. Todo es blanco: las hojas, los tallos, las rosas. La monotonía del paisaje, tan perfecta y estéril, comienza a pesar en su espíritu.
Cada paso que da lo hunde más en una extraña melancolía, como si el jardín fuera un cementerio. No hay pasión en ese lugar, solo una quietud abrumadora.
En un impulso tan viejo como su vida inmortal, Valerian saca un pequeño alfiler de su cabello y, sin dudarlo, hiere su propia mano. Observa la sangre roja, vibrante, escurrir lentamente por sus dedos.
Deja caer una única gota sobre una de las rosas. El impacto de su sangre sobre la flor parece resonar en el aire. La rosa blanca comienza a temblar, su tallo se retuerce, y de repente gira, como si estuviera viva. Las hojas danzan, contorsionándose, y la rosa muta en un rojísimo lirio de araña, una mancha escarlata que contrasta con la blancura sofocante del entorno.
Valerian sonríe levemente, contemplando el resultado de su acción.
"Una pequeña rebelión".
Murmura para sí mismo, mientras contempla la mutación con un aire de satisfacción. El lirio de araña parece latir con una vida propia, alimentado por su sangre, como si él hubiera insuflado una parte de su propio espíritu en la flor.