El príncipe vampiro pasea por el borde del barranco, su figura delgada envuelta en un abrigo oscuro que ondea con la brisa fría del mar. Sus ojos azules observan la marea embravecida golpeando las rocas con una furia incesante, pero incluso la fuerza de la naturaleza parece incapaz de sacudir la apatía que lo consume.

Sus pensamientos son un torbellino de frustración y aburrimiento, una combinación que lo deja molesto y desganado. Cada paso que da sobre la tierra húmeda parece resonar en el vacío de su mente, una marcha lenta y pesada sin destino claro.

— ¿Es esto todo lo que ofrece la eternidad? —murmura con una mezcla de desprecio y desesperación— Una repetición interminable de días que no significan nada, de noches que pierden su encanto.

La ira latente en su pecho pugna por salir, pero Valerian la mantiene bajo control, sabiendo que liberar su furia no cambiaría nada. Mira al horizonte, donde el cielo gris se encuentra con el mar agitado, buscando algún tipo de inspiración, alguna chispa que pueda prender fuego a su monotonía.

— Este mundo —reflexiona en voz alta— está lleno de tanta belleza salvaje, y sin embargo, aquí estoy, incapaz de encontrar consuelo en nada de ello.

Se detiene cerca del borde, mirando hacia abajo las olas que se rompen con fuerza contra las rocas, creando una sinfonía natural de caos y poder. Por un momento, se permite sentir la atracción de la caída, la tentación de perderse en la furia del océano. Pero sabe que ni siquiera eso le proporcionaría el escape que anhela.

— Quizás —susurra— lo que busco no se encuentra en este mundo ni en ningún otro.

Con un suspiro resignado, Valerian se aleja del borde del barranco, sus pasos retomando el camino hacia ningún lugar. La marea embravecida sigue su danza salvaje, indiferente a su presencia, mientras él se pierde en sus propios pensamientos, añorando algún alivio en el perpetuo mar de su existencia.
El príncipe vampiro pasea por el borde del barranco, su figura delgada envuelta en un abrigo oscuro que ondea con la brisa fría del mar. Sus ojos azules observan la marea embravecida golpeando las rocas con una furia incesante, pero incluso la fuerza de la naturaleza parece incapaz de sacudir la apatía que lo consume. Sus pensamientos son un torbellino de frustración y aburrimiento, una combinación que lo deja molesto y desganado. Cada paso que da sobre la tierra húmeda parece resonar en el vacío de su mente, una marcha lenta y pesada sin destino claro. — ¿Es esto todo lo que ofrece la eternidad? —murmura con una mezcla de desprecio y desesperación— Una repetición interminable de días que no significan nada, de noches que pierden su encanto. La ira latente en su pecho pugna por salir, pero Valerian la mantiene bajo control, sabiendo que liberar su furia no cambiaría nada. Mira al horizonte, donde el cielo gris se encuentra con el mar agitado, buscando algún tipo de inspiración, alguna chispa que pueda prender fuego a su monotonía. — Este mundo —reflexiona en voz alta— está lleno de tanta belleza salvaje, y sin embargo, aquí estoy, incapaz de encontrar consuelo en nada de ello. Se detiene cerca del borde, mirando hacia abajo las olas que se rompen con fuerza contra las rocas, creando una sinfonía natural de caos y poder. Por un momento, se permite sentir la atracción de la caída, la tentación de perderse en la furia del océano. Pero sabe que ni siquiera eso le proporcionaría el escape que anhela. — Quizás —susurra— lo que busco no se encuentra en este mundo ni en ningún otro. Con un suspiro resignado, Valerian se aleja del borde del barranco, sus pasos retomando el camino hacia ningún lugar. La marea embravecida sigue su danza salvaje, indiferente a su presencia, mientras él se pierde en sus propios pensamientos, añorando algún alivio en el perpetuo mar de su existencia.
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