• Jo... ¿Cuándo voy a tener a esa chica bonita qué me de muchos mimos y me diga: "buena chica, buena chica"?
    Quizás estoy pidiendo demasiado...
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  • ¡Feliz Navidad para todos mis queridos amigos y hermanos!. Disfruten de su Nochebuena y preparense que quizás mañana o pasado mañana Super Señorita Claus vendrá a dejarte algo. Besitos...
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  • Cuando dijo que quería venir a verme pensé: quizá me ayude con la cena de navidad, quizá me ayudara a terminar de adornar mi árbol... ¡Yo no pensé que se pondría a colorear/pintar!


    Matthew Whitmore
    Cuando dijo que quería venir a verme pensé: quizá me ayude con la cena de navidad, quizá me ayudara a terminar de adornar mi árbol... ¡Yo no pensé que se pondría a colorear/pintar! [meteor_indigo_whale_301]
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  • ────La navidad ya está a la vuelta de la esquina. No traigo conmigo ni renos ni trineo, pero sí este lindo gorrito y quizá un poco de chocolate bajo la manga. Y según mis cuentas... debo algunas sorpresas especiales. Ya tengo listo el papel para envolver y los listones. ¿Qué sorpresas traerá consigo Afro Claus?
    ────La navidad ya está a la vuelta de la esquina. No traigo conmigo ni renos ni trineo, pero sí este lindo gorrito y quizá un poco de chocolate bajo la manga. Y según mis cuentas... debo algunas sorpresas especiales. Ya tengo listo el papel para envolver y los listones. ¿Qué sorpresas traerá consigo Afro Claus?
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  • Yo no celebro la navidad, pero se que a muchos les hace ilusión y no soy quien para arruinar eso. Les deseo mucha paz a todos...

    — Sentado en aquella cafetería de paredes vidriadas, el jóven observaba pasar a las familias y a las personas que caminaban en pareja o en soledad, todas entusiasmadas y con al menos algo que hacía notar que se preparaban para las fiestas, todos o casi todos compartiendo el mismo espíritu desde su individualidad. Alguna vez pensó que podría vivir aunque fuera un poco de ese entusiasmo, de esa ilusión, que podría fingir al menos un día que todo estaba bien, como todos hacían ¿Por qué él no podía? Quizá no había respuesta, pero en ese entonces ya sabía que no podría jamás. —
    Yo no celebro la navidad, pero se que a muchos les hace ilusión y no soy quien para arruinar eso. Les deseo mucha paz a todos... — Sentado en aquella cafetería de paredes vidriadas, el jóven observaba pasar a las familias y a las personas que caminaban en pareja o en soledad, todas entusiasmadas y con al menos algo que hacía notar que se preparaban para las fiestas, todos o casi todos compartiendo el mismo espíritu desde su individualidad. Alguna vez pensó que podría vivir aunque fuera un poco de ese entusiasmo, de esa ilusión, que podría fingir al menos un día que todo estaba bien, como todos hacían ¿Por qué él no podía? Quizá no había respuesta, pero en ese entonces ya sabía que no podría jamás. —
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  • A veces se pregunta por qué a la gente todo le da igual. Cómo pueden vivir sin detenerse, sin mirar atrás, sin necesitar entender nada. Los ve seguir con sus vidas como si nada hubiera pasado, como si el dolor fuera algo opcional. Y luego está él, que nunca supo hacer eso. Él sigue buscando el porqué, aun sabiendo que cada respuesta le va a doler más que el silencio.

    Se pregunta por qué ella se fue. Por qué lo dejó solo con una hija cuando él todavía estaba aprendiendo a no romperse. Se pregunta en qué momento dejó de ser suficiente, qué no vio venir, qué hizo mal. Sabe que esas preguntas no la traen de vuelta, pero tampoco sabe cómo vivir sin hacérselas. Dejar de preguntar sería aceptar que todo ocurrió sin sentido, y eso le resulta insoportable.

    Mientras otros pasan página sin leerla, él se queda atrapado en cada línea. Fue él quien se quedó, quien tuvo que ser fuerte a la fuerza, quien aprendió a sonreír por su hija mientras por dentro se vaciaba. No cree que haya sido elegido por algo especial; simplemente fue el que no se fue. Y eso, aunque nadie lo diga, también pesa.

    A veces piensa que los demás son más felices porque pasan de todo. Luego entiende que quizá no es felicidad, sino huida. Él no sabe huir. Él se queda con la ausencia, con la rabia, con el amor que no se fue del todo. Se queda preguntándose por qué fue él quien tuvo que convertirse en lo que ahora es: más duro, más callado, más consciente de que querer no siempre basta.

    Sabe que no todas las preguntas tienen respuesta. Lo sabe. Pero aun así sigue haciéndolas. No porque espere justicia, ni cierre, ni consuelo, sino porque entender —aunque duela— es la única forma que conoce de seguir adelante sin perderse del todo. Porque comprender es su manera de sobrevivir.

    Mientras el mundo sigue pasando de todo, él sigue adelante sin entusiasmo, sin épica. No porque haya sanado, sino porque aprendió a cargar. Entendió que no todo se supera, que algunas cosas solo se arrastran con dignidad y aceptó que no hay respuestas para sus preguntas.
    A veces se pregunta por qué a la gente todo le da igual. Cómo pueden vivir sin detenerse, sin mirar atrás, sin necesitar entender nada. Los ve seguir con sus vidas como si nada hubiera pasado, como si el dolor fuera algo opcional. Y luego está él, que nunca supo hacer eso. Él sigue buscando el porqué, aun sabiendo que cada respuesta le va a doler más que el silencio. Se pregunta por qué ella se fue. Por qué lo dejó solo con una hija cuando él todavía estaba aprendiendo a no romperse. Se pregunta en qué momento dejó de ser suficiente, qué no vio venir, qué hizo mal. Sabe que esas preguntas no la traen de vuelta, pero tampoco sabe cómo vivir sin hacérselas. Dejar de preguntar sería aceptar que todo ocurrió sin sentido, y eso le resulta insoportable. Mientras otros pasan página sin leerla, él se queda atrapado en cada línea. Fue él quien se quedó, quien tuvo que ser fuerte a la fuerza, quien aprendió a sonreír por su hija mientras por dentro se vaciaba. No cree que haya sido elegido por algo especial; simplemente fue el que no se fue. Y eso, aunque nadie lo diga, también pesa. A veces piensa que los demás son más felices porque pasan de todo. Luego entiende que quizá no es felicidad, sino huida. Él no sabe huir. Él se queda con la ausencia, con la rabia, con el amor que no se fue del todo. Se queda preguntándose por qué fue él quien tuvo que convertirse en lo que ahora es: más duro, más callado, más consciente de que querer no siempre basta. Sabe que no todas las preguntas tienen respuesta. Lo sabe. Pero aun así sigue haciéndolas. No porque espere justicia, ni cierre, ni consuelo, sino porque entender —aunque duela— es la única forma que conoce de seguir adelante sin perderse del todo. Porque comprender es su manera de sobrevivir. Mientras el mundo sigue pasando de todo, él sigue adelante sin entusiasmo, sin épica. No porque haya sanado, sino porque aprendió a cargar. Entendió que no todo se supera, que algunas cosas solo se arrastran con dignidad y aceptó que no hay respuestas para sus preguntas.
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    Nicole Thompson

    Había hecho un pacto, y, aunque saliera ganando a su parecer, quizás sería más un dolor de cabeza que otra cosa.

    La noche era joven, la brisa era fresca, no había apenas ruido y caminaban a paso calmado por la calle.

    Morana, por mucho que desearía que no fuera así, dependía de la civilización, o eso creía ella, porque, aunque su cabeza ya no tenía precio, ella seguía ocultándose entre la multitud por hábito.

    El ruido de la gente se comenzó a hacer presente, un lugar donde, incluso a altas horas de la noche, parecía que siempre había gente reunida, así era la ciudad.

    Morana entró en un edificio, y simplemente hizo un gesto con la mano para que Nicole le siguiera.

    Era un lugar lujoso ¿Realmente alguien como Morana vivía aquí?

    — Espera aquí. — Dijo una vez llegaron a la recepción del lugar.

    Morana entró al baño, pasaron apenas unos minutos y al salir era una persona totalmente diferente, incluso su ropa había cambiado, aunque, al haber hecho un pacto con Nicole, ella podría reconocerla a simple vista.

    Se acercó a recepción saludando al empleado de allí e hizo un gesto con la mano para que Nicole fuera con ella.

    Tomaron el ascensor, y, pasados unos minutos de subir y subir, por fin llegaron.

    Morana abrió la puerta de su apartamento y entró tranquilamente, dejando la puerta abierta para Nicole.

    — Cierra cuando entres. — Era más una orden que solo una petición.

    Nada más entrar, ya estaban en el salón, que era iluminado por luces tenues en el techo y una pequeña lámpara en la mesa central, era mejor así, a Morana no le gustaba la luz intensa.

    El lugar era elegante, típico de alguien con dinero ¿Realmente Morana podía permitirse esto?

    Las grandes ventanas dejaban ver la ciudad, y había un balcón si es que quería disfrutar del aire fresco.

    Morana tomó asiento en el amplio sillón.

    — Eres bienvenida cuando quieras. — Comentó, tendría que darle una copia de la llave más tarde y avisar el empleado de recepción.
    [nicole_goth] Había hecho un pacto, y, aunque saliera ganando a su parecer, quizás sería más un dolor de cabeza que otra cosa. La noche era joven, la brisa era fresca, no había apenas ruido y caminaban a paso calmado por la calle. Morana, por mucho que desearía que no fuera así, dependía de la civilización, o eso creía ella, porque, aunque su cabeza ya no tenía precio, ella seguía ocultándose entre la multitud por hábito. El ruido de la gente se comenzó a hacer presente, un lugar donde, incluso a altas horas de la noche, parecía que siempre había gente reunida, así era la ciudad. Morana entró en un edificio, y simplemente hizo un gesto con la mano para que Nicole le siguiera. Era un lugar lujoso ¿Realmente alguien como Morana vivía aquí? — Espera aquí. — Dijo una vez llegaron a la recepción del lugar. Morana entró al baño, pasaron apenas unos minutos y al salir era una persona totalmente diferente, incluso su ropa había cambiado, aunque, al haber hecho un pacto con Nicole, ella podría reconocerla a simple vista. Se acercó a recepción saludando al empleado de allí e hizo un gesto con la mano para que Nicole fuera con ella. Tomaron el ascensor, y, pasados unos minutos de subir y subir, por fin llegaron. Morana abrió la puerta de su apartamento y entró tranquilamente, dejando la puerta abierta para Nicole. — Cierra cuando entres. — Era más una orden que solo una petición. Nada más entrar, ya estaban en el salón, que era iluminado por luces tenues en el techo y una pequeña lámpara en la mesa central, era mejor así, a Morana no le gustaba la luz intensa. El lugar era elegante, típico de alguien con dinero ¿Realmente Morana podía permitirse esto? Las grandes ventanas dejaban ver la ciudad, y había un balcón si es que quería disfrutar del aire fresco. Morana tomó asiento en el amplio sillón. — Eres bienvenida cuando quieras. — Comentó, tendría que darle una copia de la llave más tarde y avisar el empleado de recepción.
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  • — Corran... Huyan... Me divertiré más cazándolos...

    ×~ El lobo continúa silbando ~×

    | He vuelto, al fin. Después de... mil añis quizás- JAUSJAJ
    🐺— Corran... Huyan... Me divertiré más cazándolos... ×~ El lobo continúa silbando ~× | He vuelto, al fin. Después de... mil añis quizás- JAUSJAJ
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  • "Eres un dolor en el culo, Kieran".

    El hórrido chirrido de la reja aniquiló al silencio. El letrero de "Prohibido el paso", tan viejo y oxidado que lo hace sonar más a chiste que a advertencia, le da la bienvenida una vez más, iluminado por la danzante llama de la antorcha.

    "Lo haces a propósito, ¿verdad?"

    El vigilante que le dio acceso refunfuñó. ¿Tener que despertar a mitad de la noche, salir a la lluvia y el frío, para abrir la maldita puerta que daba al abismo? Sí, un dolor en todos lados. En el que mencionó él, sobre todo.

    "Sólo lo haces para joder. Admítelo. ¿A qué carajo sigues viniendo? ¡Ella no responde! ¡Es un puto vegetal! Si la visitas ahora, es para romper las bolas".

    Un suspiro, uno que no se atrevió a producir un ruido muy alto. ¿Era de resignación? ¿Tristeza? ¿Una sardónica risa, carente de alegría? Quizás todo al mismo tiempo.

    Ya estaba bajando por las sinuosas, accidentadas pendientes, brechas y laberínticos pasajes de esa mina abandonada, ahora poblada por nada más que la oscuridad y el silencio.

    Silencio, sí. Espeluznantemente profundo.

    Espeluznante, pues, ¿cómo podía una prisión ser tan silenciosa? Es que de mina ya no tenía nada: Los "incómodos" encontraban ahí un hogar en forma de celda, una celda en forma de infierno.

    Los incómodos que eran, ahora, silenciosos, pero no por voluntad propia. ¿Alguien estaría tan desquiciado para guardar silencio ahí?

    ...Sí. Sí había alguien. Alguien que no había sido silenciada, porque falta no hizo.

    —Hola.

    El sonido de una voz humana, en la profundidad de esa penumbra, era tan extraño que sonaba como a un ruido de otro planeta, algo que no pertenecía ahí.

    —¿Cómo te sientes? ¿Has comido bien?

    El visitante cerró el paraguas, sacudió sus cabellos, después secó sus gafas con un pañuelo. Uno que le había sido regalado años atrás, por quien había venido a visitar.

    —Esta es tu... ¿onceava Navidad aquí? Vuela el tiempo, ¿no?

    ¿Había respuesta?

    No. Nunca la había. No podía haberla.

    ¿Por qué, entonces, seguía hablando? ¿Por qué descender a las profundidades de este abismo, si sólo iba a obtener silencio a cambio?

    —Toma.

    La mano entró entre los barrotes y dejó, en el suelo, otra caja pequeña, envuelta en papel colorido, sellada por un listón. Otra caja, once eran ya. Las diez anteriores, llenas de polvo, deterioradas por la humedad del lugar, aún selladas. La onceava a ser ignorada, a recibir silencio a cambio de sus colores.

    Y, en el fondo de la celda, apenas visible, una silueta.

    Sentada contra la roca estaba ella, meciéndose adelante y atrás, en un vaivén eterno. Sus pupilas, expandidas hasta la grotesca deformidad, sus maltrechas uñas carocomiendo. ¿Había perdido aún más peso? ¿Le había crecido el cabello? Ojalá no estuviera tan oscuro.

    Porque la antocha sólo le alcanzaba para unas líneas difusas que dibujaban los contornos de lo que alguna vez fue el rostro que sabía sonreír mejor que nadie. Sonreír de manera tan radiante, que... que si pudiera hacerlo una, sólo una vez más...

    —...

    No.

    ¿Qué caso tenía pensar en milagros?

    —Feliz Navidad, Kyrie.
    "Eres un dolor en el culo, Kieran". El hórrido chirrido de la reja aniquiló al silencio. El letrero de "Prohibido el paso", tan viejo y oxidado que lo hace sonar más a chiste que a advertencia, le da la bienvenida una vez más, iluminado por la danzante llama de la antorcha. "Lo haces a propósito, ¿verdad?" El vigilante que le dio acceso refunfuñó. ¿Tener que despertar a mitad de la noche, salir a la lluvia y el frío, para abrir la maldita puerta que daba al abismo? Sí, un dolor en todos lados. En el que mencionó él, sobre todo. "Sólo lo haces para joder. Admítelo. ¿A qué carajo sigues viniendo? ¡Ella no responde! ¡Es un puto vegetal! Si la visitas ahora, es para romper las bolas". Un suspiro, uno que no se atrevió a producir un ruido muy alto. ¿Era de resignación? ¿Tristeza? ¿Una sardónica risa, carente de alegría? Quizás todo al mismo tiempo. Ya estaba bajando por las sinuosas, accidentadas pendientes, brechas y laberínticos pasajes de esa mina abandonada, ahora poblada por nada más que la oscuridad y el silencio. Silencio, sí. Espeluznantemente profundo. Espeluznante, pues, ¿cómo podía una prisión ser tan silenciosa? Es que de mina ya no tenía nada: Los "incómodos" encontraban ahí un hogar en forma de celda, una celda en forma de infierno. Los incómodos que eran, ahora, silenciosos, pero no por voluntad propia. ¿Alguien estaría tan desquiciado para guardar silencio ahí? ...Sí. Sí había alguien. Alguien que no había sido silenciada, porque falta no hizo. —Hola. El sonido de una voz humana, en la profundidad de esa penumbra, era tan extraño que sonaba como a un ruido de otro planeta, algo que no pertenecía ahí. —¿Cómo te sientes? ¿Has comido bien? El visitante cerró el paraguas, sacudió sus cabellos, después secó sus gafas con un pañuelo. Uno que le había sido regalado años atrás, por quien había venido a visitar. —Esta es tu... ¿onceava Navidad aquí? Vuela el tiempo, ¿no? ¿Había respuesta? No. Nunca la había. No podía haberla. ¿Por qué, entonces, seguía hablando? ¿Por qué descender a las profundidades de este abismo, si sólo iba a obtener silencio a cambio? —Toma. La mano entró entre los barrotes y dejó, en el suelo, otra caja pequeña, envuelta en papel colorido, sellada por un listón. Otra caja, once eran ya. Las diez anteriores, llenas de polvo, deterioradas por la humedad del lugar, aún selladas. La onceava a ser ignorada, a recibir silencio a cambio de sus colores. Y, en el fondo de la celda, apenas visible, una silueta. Sentada contra la roca estaba ella, meciéndose adelante y atrás, en un vaivén eterno. Sus pupilas, expandidas hasta la grotesca deformidad, sus maltrechas uñas carocomiendo. ¿Había perdido aún más peso? ¿Le había crecido el cabello? Ojalá no estuviera tan oscuro. Porque la antocha sólo le alcanzaba para unas líneas difusas que dibujaban los contornos de lo que alguna vez fue el rostro que sabía sonreír mejor que nadie. Sonreír de manera tan radiante, que... que si pudiera hacerlo una, sólo una vez más... —... No. ¿Qué caso tenía pensar en milagros? —Feliz Navidad, Kyrie.
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  • Prólogo o inicio
    Fandom Propio
    Categoría Acción
    ​El silencio del *Pantano de los Espejos Negros* es más aterrador que los gritos que todavía resuenan en tu memoria.

    ​Hace solo unas horas, tu reino ardía. La guardia real te traicionó, y tú, la princesa heredera, huiste hacia lo único que ellos temían más que a la muerte: La Bruma.

    Viste cómo frenaban sus caballos ante la pared de humo, prefiriendo dejarte ir hacia una muerte segura a manos de los monstruos antes que cruzar.

    ​Ahora, la adrenalina se ha ido. Solo queda el frío.

    ​Tu vestido de seda azul real, pesado por el lodo y el agua, te arrastra hacia abajo. La madera podrida de tu balsa improvisada finalmente cede y se deshace, dejándote sumergida en el agua negra y helada hasta el pecho.

    Tus piernas están entumecidas; la hipotermia te cierra los ojos.
    ​Entonces, tu hombro choca contra algo sólido.
    ​A través de la niebla, ves una forma oscura y ancha que sobresale del agua como el lomo de una gran bestia de piedra o una roca plana y musgosa. No es una isla, es apenas una superficie lo bastante grande para sacarte del agua, quizás del tamaño de una cama grande de piedra.

    ​Con un gemido de esfuerzo, te impulsas y logras subir tu torso, arrastrando las piernas después. La superficie es dura, cubierta de placas rugosas y húmedas que te raspan la piel.

    ​Te acercas al centro de la "roca", tiritando violentamente. No hay mucho espacio; si te mueves demasiado, caerás al agua de nuevo. Buscando desesperadamente calor, te arrastras hacia la parte más alta (lo que sería la zona de los hombros de la bestia).

    Allí, tus manos encuentran una grieta profunda entre dos placas de blindaje.
    ​Al meter los dedos helados ahí, te detienes.
    ​De esa grieta emana un calor intenso, seco y poderoso. Es como encontrar una estufa encendida en medio del invierno. Sin pensarlo, pegas tu pecho y tu cara contra esa zona, abrazándote a la "roca" para absorber cada gramo de esa temperatura vital.

    ​[???????]

    ​El sueño de los Umbríos es profundo, sin sueños. Floto en suspensión, con el cuerpo sumergido y solo mi espalda expuesta al aire viciado del pantano, pareciendo un tronco a la deriva o una roca más. Soy paciente. El tiempo no significa nada para mí.

    *​Hasta ahora.*

    ​Siento una perturbación en el agua. Y luego... un peso.

    ​Algo torpe y pesado se sube a mi espalda. Mi cuerpo se hunde ligeramente bajo la carga, pero mis pies, plantados en el fondo del pantano, me sostienen.

    ​Mi primer instinto es sacudirme, sumergirme y dejar que el agua ahogue al intruso. Mis garras se contraen bajo el lodo, listas para matar. Pero entonces... lo siento.

    *​El contacto.*

    ​La criatura se arrastra hacia mi nuca. Su cuerpo es pequeño comparado con el mío, pero su calor es inmenso. Donde su piel suave y mojada toca las membranas sensibles entre mis placas dorsales, siento una descarga eléctrica.

    *​Es fuego.*

    Un calor vivo, desesperado y dulce que se filtra a través de mi piel fría y llega directo a mi sangre estancada.
    ​Me quedo totalmente inmóvil. La criatura se acurruca justo en la base de mi cuello, abrazándose a mis músculos dorsales como si yo fuera su salvación. Su corazón late tan rápido contra mi espalda que puedo sentirlo retumbar en mis propias costillas.

    ​Es tan frágil. Podría aplastarla con un solo giro. Pero el calor... el calor es embriagador.
    ​Abro mi ojo derecho lentamente. El iris azul brillante se clava en el agua oscura. Giro la cabeza muy despacio, lo justo para que mi hocico quede cerca de donde ella descansa.

    ​—... Caliente... —gruño.

    ​La voz no sale como palabras humanas, sino como una vibración profunda y ronca que nace de mi pecho. Al estar tú pegada a mi espalda, no solo escuchas el sonido: lo sientes vibrar a través de tus costillas y tu estómago, sacudiendo todo tu cuerpo helado.
    ​El silencio del *Pantano de los Espejos Negros* es más aterrador que los gritos que todavía resuenan en tu memoria. ​Hace solo unas horas, tu reino ardía. La guardia real te traicionó, y tú, la princesa heredera, huiste hacia lo único que ellos temían más que a la muerte: La Bruma. Viste cómo frenaban sus caballos ante la pared de humo, prefiriendo dejarte ir hacia una muerte segura a manos de los monstruos antes que cruzar. ​Ahora, la adrenalina se ha ido. Solo queda el frío. ​Tu vestido de seda azul real, pesado por el lodo y el agua, te arrastra hacia abajo. La madera podrida de tu balsa improvisada finalmente cede y se deshace, dejándote sumergida en el agua negra y helada hasta el pecho. Tus piernas están entumecidas; la hipotermia te cierra los ojos. ​Entonces, tu hombro choca contra algo sólido. ​A través de la niebla, ves una forma oscura y ancha que sobresale del agua como el lomo de una gran bestia de piedra o una roca plana y musgosa. No es una isla, es apenas una superficie lo bastante grande para sacarte del agua, quizás del tamaño de una cama grande de piedra. ​Con un gemido de esfuerzo, te impulsas y logras subir tu torso, arrastrando las piernas después. La superficie es dura, cubierta de placas rugosas y húmedas que te raspan la piel. ​Te acercas al centro de la "roca", tiritando violentamente. No hay mucho espacio; si te mueves demasiado, caerás al agua de nuevo. Buscando desesperadamente calor, te arrastras hacia la parte más alta (lo que sería la zona de los hombros de la bestia). Allí, tus manos encuentran una grieta profunda entre dos placas de blindaje. ​Al meter los dedos helados ahí, te detienes. ​De esa grieta emana un calor intenso, seco y poderoso. Es como encontrar una estufa encendida en medio del invierno. Sin pensarlo, pegas tu pecho y tu cara contra esa zona, abrazándote a la "roca" para absorber cada gramo de esa temperatura vital. ​[???????] ​El sueño de los Umbríos es profundo, sin sueños. Floto en suspensión, con el cuerpo sumergido y solo mi espalda expuesta al aire viciado del pantano, pareciendo un tronco a la deriva o una roca más. Soy paciente. El tiempo no significa nada para mí. *​Hasta ahora.* ​Siento una perturbación en el agua. Y luego... un peso. ​Algo torpe y pesado se sube a mi espalda. Mi cuerpo se hunde ligeramente bajo la carga, pero mis pies, plantados en el fondo del pantano, me sostienen. ​Mi primer instinto es sacudirme, sumergirme y dejar que el agua ahogue al intruso. Mis garras se contraen bajo el lodo, listas para matar. Pero entonces... lo siento. *​El contacto.* ​La criatura se arrastra hacia mi nuca. Su cuerpo es pequeño comparado con el mío, pero su calor es inmenso. Donde su piel suave y mojada toca las membranas sensibles entre mis placas dorsales, siento una descarga eléctrica. *​Es fuego.* Un calor vivo, desesperado y dulce que se filtra a través de mi piel fría y llega directo a mi sangre estancada. ​Me quedo totalmente inmóvil. La criatura se acurruca justo en la base de mi cuello, abrazándose a mis músculos dorsales como si yo fuera su salvación. Su corazón late tan rápido contra mi espalda que puedo sentirlo retumbar en mis propias costillas. ​Es tan frágil. Podría aplastarla con un solo giro. Pero el calor... el calor es embriagador. ​Abro mi ojo derecho lentamente. El iris azul brillante se clava en el agua oscura. Giro la cabeza muy despacio, lo justo para que mi hocico quede cerca de donde ella descansa. ​—... Caliente... —gruño. ​La voz no sale como palabras humanas, sino como una vibración profunda y ronca que nace de mi pecho. Al estar tú pegada a mi espalda, no solo escuchas el sonido: lo sientes vibrar a través de tus costillas y tu estómago, sacudiendo todo tu cuerpo helado.
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    Individual
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