• - aquella noche la joven se encontraba en un bart elegante , un poco pensativa lo que le había mandado aquella carta misteriosa sin nombre.-

    > Será que saben mi secreto? , no eso no Pero quien me sitaria aquí <

    - la mujer Alvina quedo pensando y sabía que nadie más sabía su origen de diosa. -
    - aquella noche la joven se encontraba en un bart elegante , un poco pensativa lo que le había mandado aquella carta misteriosa sin nombre.- > Será que saben mi secreto? , no eso no Pero quien me sitaria aquí < - la mujer Alvina quedo pensando y sabía que nadie más sabía su origen de diosa. -
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  • Zweihanherz: Rising Sun
    Fandom Zweihanherz
    Categoría Aventura
    ​Nuestra historia comienza en una humilde morada de Alexandria, Egipto en el año 2105, en ese hogar, el dolor ya había dejado su marca; años atrás, la familia había perdido a un hijo. La madre, con el corazón roto, se enfrentaba a un nuevo embarazo lleno de incertidumbre, pues parecía que su bebé tendría el mismo destino. Fue entonces cuando su padre, un hombre de profunda fe, se arrodilló para orar. Le prometió a los dioses antiguos que daría y haría todo con tal de que su esposa diera a luz a su primogénita. Días después de ayuno, su ruego fue concedido, y su esposa dio a luz a una bebé con una particularidad única: la piel tan oscura como un abismo sin fondo y un par de marcas doradas sobre los brazos y la espalda. Sumando un par de marcas doradas sobre los brazos y espalda, pero menor fue su importancia, pues todo lo que sentían fue la alegría de tener por fin, a un bebé. Se dice que esa misma noche, una sombra misteriosa le hizo una visita a la bebé, pero ella, durmiendo en paz, no se percató de la presencia de esa visita misteriosa.
    ​Con el tiempo, ella creció. Aceptó que era diferente a los demás, lo que le ganó burlas e incesante acoso de los demás niños y de su comunidad. Lo que hizo que se aislara en su habitación. Y, en su soledad, se enamoró de la literatura; su padre le leía cuento tras cuento cada noche. Ahora, con 17 años, su amor por las letras se había convertido en un ardiente deseo de conocer el mundo por sus propios ojos. Por ello, con mochila en mano y con su corazón cuan brújula, se embarcó en su viaje hacia Jerusalén, por orden de su padre.
    ​Nenet es una chica de complexión delgada, con cabello corte bob mediano color negro. Sus ojos se delinean con una sutil curva atractiva que atrapa con solo la mirada, y sus labios, que también se colorean de ese mismo tono, hacen brillar cada sonrisa que entrega. De carácter sonriente y amigable, con ganas de descubrir el mundo. Su vestimenta consta de un corset de batalla de cuero negro, que deja ver sus hombros, brazos y abdomen. En sus brazos y espalda, se pueden ver unos intrincados tatuajes dorados, pero nadie, hasta ahora, ha sabido su origen o su significado. En su cuello, se erige un collarín que eleva su cuello un poco. Un pantalón de tela con un encaje de fuego que sobresale desde el talón hasta la cintura. Por último, un par de sandalias. Siendo una guerrera, tiene muy arraigada la disciplina de combate con un temple indomable. Pero fuera de todo eso, es una chica amable, dulce y caritativa, que no duda en salir al peligro para ayudar a quienes lo necesiten.
    ​En la ciudad del Cairo, el calor era incesante. Los edificios se alzaban en una fila desigual, casi surrealista. Asombrandose por el caos citadino cuan niña que va conociendo el mundo por primera vez, ella iba caminando por las aceras con mochila al hombro a la espera de descubrir algo nuevo. En la esquina de la acera se detuvo para dar paso a los vehículos, mientras esperaba, notó las curiosas miradas de los transeúntes. Tanta era la gente que, al dar el tercer paso, fue empujada casi hasta caer pero el tráfico hizo que su mochila cayera perdiéndose entre la muchedumbre. En ese instante, su corazón se detuvo. No se podía dar el lujo de perderla, pues ahí tenía su bitácora, sus cosas de uso personal, su dinero, su pasaporte, y su identificación. De perderlo se quedaría literal en las calles. Un grupo de niños que se reían a carcajadas comenzaron a correr por entre los angostos callejones, alardeando sobre tener sus pertenencias. Nenet, molesta por la situación, solo esperó a que la luz del tráfico se pusiera en rojo para poder darles caza. "¡Oigan, eso es mío!", gritó con ahínco al otro lado de la acera, alzando las manos para que la vieran, pero estos se perdieron entre los callejones.
    ​La guerrera que habitaba en Nenet salió a flote. Con una agilidad felina, agudizó sus sentidos, logrando percibir el aroma de los niños y las calles que habían tomado. Se adentró en un callejón oscuro y estrecho, llegando a una casa abandonada. Sucia y empolvada, se adentró con pasos sigilosos, atenta a cualquier sonido que pudiera escuchar. De pronto, un barullo en un patio llamó su atención. A través de una manchada ventana, los encontró pensando en cómo darles un buen susto por haberle robado sus pertenencias. Para salir al patio, abrió una puerta vieja de madera que chirrió con un sonido que alertó a los niños. Del otro lado, no había nadie. Nenet, al ver que estaban distraídos, saltó de repente, con una mirada macabra en sus ojos que los hizo huir despavoridos. Al final, los niños huyeron dejando todo regado. Ella, con un suspiro de alivio, se cubrió los ojos y susurró para sí misma: "Debo dejar de ser tan distraída. No puedo quedarme así de nuevo". Acomodó todo en su lugar, cargó su mochila al hombro y retomó el camino hacia Jerusalén, con la convicción de que sería más precavida en lo que quedaba de su viaje.
    ​Nuestra historia comienza en una humilde morada de Alexandria, Egipto en el año 2105, en ese hogar, el dolor ya había dejado su marca; años atrás, la familia había perdido a un hijo. La madre, con el corazón roto, se enfrentaba a un nuevo embarazo lleno de incertidumbre, pues parecía que su bebé tendría el mismo destino. Fue entonces cuando su padre, un hombre de profunda fe, se arrodilló para orar. Le prometió a los dioses antiguos que daría y haría todo con tal de que su esposa diera a luz a su primogénita. Días después de ayuno, su ruego fue concedido, y su esposa dio a luz a una bebé con una particularidad única: la piel tan oscura como un abismo sin fondo y un par de marcas doradas sobre los brazos y la espalda. Sumando un par de marcas doradas sobre los brazos y espalda, pero menor fue su importancia, pues todo lo que sentían fue la alegría de tener por fin, a un bebé. Se dice que esa misma noche, una sombra misteriosa le hizo una visita a la bebé, pero ella, durmiendo en paz, no se percató de la presencia de esa visita misteriosa. ​Con el tiempo, ella creció. Aceptó que era diferente a los demás, lo que le ganó burlas e incesante acoso de los demás niños y de su comunidad. Lo que hizo que se aislara en su habitación. Y, en su soledad, se enamoró de la literatura; su padre le leía cuento tras cuento cada noche. Ahora, con 17 años, su amor por las letras se había convertido en un ardiente deseo de conocer el mundo por sus propios ojos. Por ello, con mochila en mano y con su corazón cuan brújula, se embarcó en su viaje hacia Jerusalén, por orden de su padre. ​Nenet es una chica de complexión delgada, con cabello corte bob mediano color negro. Sus ojos se delinean con una sutil curva atractiva que atrapa con solo la mirada, y sus labios, que también se colorean de ese mismo tono, hacen brillar cada sonrisa que entrega. De carácter sonriente y amigable, con ganas de descubrir el mundo. Su vestimenta consta de un corset de batalla de cuero negro, que deja ver sus hombros, brazos y abdomen. En sus brazos y espalda, se pueden ver unos intrincados tatuajes dorados, pero nadie, hasta ahora, ha sabido su origen o su significado. En su cuello, se erige un collarín que eleva su cuello un poco. Un pantalón de tela con un encaje de fuego que sobresale desde el talón hasta la cintura. Por último, un par de sandalias. Siendo una guerrera, tiene muy arraigada la disciplina de combate con un temple indomable. Pero fuera de todo eso, es una chica amable, dulce y caritativa, que no duda en salir al peligro para ayudar a quienes lo necesiten. ​En la ciudad del Cairo, el calor era incesante. Los edificios se alzaban en una fila desigual, casi surrealista. Asombrandose por el caos citadino cuan niña que va conociendo el mundo por primera vez, ella iba caminando por las aceras con mochila al hombro a la espera de descubrir algo nuevo. En la esquina de la acera se detuvo para dar paso a los vehículos, mientras esperaba, notó las curiosas miradas de los transeúntes. Tanta era la gente que, al dar el tercer paso, fue empujada casi hasta caer pero el tráfico hizo que su mochila cayera perdiéndose entre la muchedumbre. En ese instante, su corazón se detuvo. No se podía dar el lujo de perderla, pues ahí tenía su bitácora, sus cosas de uso personal, su dinero, su pasaporte, y su identificación. De perderlo se quedaría literal en las calles. Un grupo de niños que se reían a carcajadas comenzaron a correr por entre los angostos callejones, alardeando sobre tener sus pertenencias. Nenet, molesta por la situación, solo esperó a que la luz del tráfico se pusiera en rojo para poder darles caza. "¡Oigan, eso es mío!", gritó con ahínco al otro lado de la acera, alzando las manos para que la vieran, pero estos se perdieron entre los callejones. ​La guerrera que habitaba en Nenet salió a flote. Con una agilidad felina, agudizó sus sentidos, logrando percibir el aroma de los niños y las calles que habían tomado. Se adentró en un callejón oscuro y estrecho, llegando a una casa abandonada. Sucia y empolvada, se adentró con pasos sigilosos, atenta a cualquier sonido que pudiera escuchar. De pronto, un barullo en un patio llamó su atención. A través de una manchada ventana, los encontró pensando en cómo darles un buen susto por haberle robado sus pertenencias. Para salir al patio, abrió una puerta vieja de madera que chirrió con un sonido que alertó a los niños. Del otro lado, no había nadie. Nenet, al ver que estaban distraídos, saltó de repente, con una mirada macabra en sus ojos que los hizo huir despavoridos. Al final, los niños huyeron dejando todo regado. Ella, con un suspiro de alivio, se cubrió los ojos y susurró para sí misma: "Debo dejar de ser tan distraída. No puedo quedarme así de nuevo". Acomodó todo en su lugar, cargó su mochila al hombro y retomó el camino hacia Jerusalén, con la convicción de que sería más precavida en lo que quedaba de su viaje.
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  • ⠀⠀⠀Otoño siempre había sido su estación favorita, a pesar de todo. O quizás, precisamente por eso. Era ese momento justo en qué el mundo entero empezaba a pudrirse lentamente, hermosamente, anticipando el festín de sombras que traería halloween. Pero también era cuando su poder empezaba a fluir como río desbocado...y eso atraía a todo tipo de cosas hambrientas que merodeaban entre los planos.

    ⠀⠀⠀Kazuha camina sobre la acera y desliza los dedos por la pared de un edificio antiguo. Los mismos adoquines, las mismas ventanas ciegas... Cerró los ojos y aspiró profundamente. Bajo el aroma de la temporada, estaba aquel otro aroma. El que solo ella podía percibir: el miedo a las facturas impagadas, los anhelos de tantas almas pequeñas y predecibles. Que encantador. Ese era el olor de su ciudad natal. No había cambiado nada. O quizás todo había empeorado.

    —... El caos siempre vuelve a su punto de origen —murmuró, para si misma— Bienvenida de nuevo a casa, Kazuha ~
    ⠀⠀⠀Otoño siempre había sido su estación favorita, a pesar de todo. O quizás, precisamente por eso. Era ese momento justo en qué el mundo entero empezaba a pudrirse lentamente, hermosamente, anticipando el festín de sombras que traería halloween. Pero también era cuando su poder empezaba a fluir como río desbocado...y eso atraía a todo tipo de cosas hambrientas que merodeaban entre los planos. ⠀⠀⠀Kazuha camina sobre la acera y desliza los dedos por la pared de un edificio antiguo. Los mismos adoquines, las mismas ventanas ciegas... Cerró los ojos y aspiró profundamente. Bajo el aroma de la temporada, estaba aquel otro aroma. El que solo ella podía percibir: el miedo a las facturas impagadas, los anhelos de tantas almas pequeñas y predecibles. Que encantador. Ese era el olor de su ciudad natal. No había cambiado nada. O quizás todo había empeorado. —... El caos siempre vuelve a su punto de origen —murmuró, para si misma— Bienvenida de nuevo a casa, Kazuha ~
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  • La voz de Yue - El origen de los Custodios

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    Crónica de la Luna IX – El alma que habita en mi (Final de la saga la luz de la luna)

    Cuando Selin, la Elunai, murió protegiendo a su hija, no sólo ancló su alma en la Luna.
    En aquel instante también quebró un ciclo antiguo, dormido desde el primer eclipse.

    La niña que llevaba en su vientre jamás vio la luz.
    Su pequeño corazón se apagó, pero su alma no desapareció.
    Como un cristal quebrado por el choque del caos y la luna, se dividió en dos fragmentos.

    Uno de esos fragmentos regresó al regazo de Elunai,
    fundido con el eco plateado de Selin,
    tejido con paciencia por Xinia, la raposa de luna.
    El otro fragmento lo arrebató Shobu, espíritu ardiente del Sol,
    y lo guardó en su fuego como una chispa perdida del origen.

    Ambos fragmentos vagaron, dispersos en el cosmos,
    hasta que los hilos del destino se entrelazaron en un solo cuerpo:
    Lili, la Umbrélun.

    Nacida con su propia alma, sí,
    pero también con el alma de aquella heredera rota.
    Dos voces latiendo en un solo corazón,
    dos memorias buscando un mismo rostro en el espejo de la eternidad.

    Su ser se mece entre sombras vivientes y susurros lunares,
    alimentado por el caos de su padre y protegido por la herencia de Selin.
    Pero en su interior arde un secreto aún sellado:
    el poder del Sol y de la Luna, aguardando el momento de despertar.

    Porque Lili no es sólo hija de la penumbra,
    ni sólo guardiana del resplandor.
    Es el Eclipse hecho carne:
    la llama escondida en la sombra,
    la sombra abrazada por la luz.

    Un día, cuando las memorias de Xinia y Shobu regresen a llamarla,
    cuando ambas almas en su interior dejen de luchar y comiencen a danzar,
    el mundo volverá a presenciar el poder que Selin nunca imaginó.

    "Porque a veces, en el silencio de la noche, algo despierta en mí.
    No son palabras, sino luces que arden detrás de mis ojos,
    dibujos de dragones lunares trazados en las estrellas.
    El viento me susurra frases en lenguas que no alcanzo a descifrar,
    y siento que mi alma no me pertenece por completo.

    Es la otra voz, la otra mitad,
    la que duerme y a la vez me guía.
    No sé si es un don o una condena,
    pero presiento que guarda el secreto de los dragones lunares,
    aquellos custodios extintos que una vez velaron por el equilibrio.

    Y aunque no comprendo su llamado,
    sé que un día tendré que responder.
    Porque lo que habita en mí
    no es silencio, ni sombra, ni fuego…
    es un Eclipse aguardando nacer."

    Crónica de la Luna IX – El alma que habita en mi (Final de la saga la luz de la luna) Cuando Selin, la Elunai, murió protegiendo a su hija, no sólo ancló su alma en la Luna. En aquel instante también quebró un ciclo antiguo, dormido desde el primer eclipse. La niña que llevaba en su vientre jamás vio la luz. Su pequeño corazón se apagó, pero su alma no desapareció. Como un cristal quebrado por el choque del caos y la luna, se dividió en dos fragmentos. Uno de esos fragmentos regresó al regazo de Elunai, fundido con el eco plateado de Selin, tejido con paciencia por Xinia, la raposa de luna. El otro fragmento lo arrebató Shobu, espíritu ardiente del Sol, y lo guardó en su fuego como una chispa perdida del origen. Ambos fragmentos vagaron, dispersos en el cosmos, hasta que los hilos del destino se entrelazaron en un solo cuerpo: Lili, la Umbrélun. Nacida con su propia alma, sí, pero también con el alma de aquella heredera rota. Dos voces latiendo en un solo corazón, dos memorias buscando un mismo rostro en el espejo de la eternidad. Su ser se mece entre sombras vivientes y susurros lunares, alimentado por el caos de su padre y protegido por la herencia de Selin. Pero en su interior arde un secreto aún sellado: el poder del Sol y de la Luna, aguardando el momento de despertar. Porque Lili no es sólo hija de la penumbra, ni sólo guardiana del resplandor. Es el Eclipse hecho carne: la llama escondida en la sombra, la sombra abrazada por la luz. Un día, cuando las memorias de Xinia y Shobu regresen a llamarla, cuando ambas almas en su interior dejen de luchar y comiencen a danzar, el mundo volverá a presenciar el poder que Selin nunca imaginó. "Porque a veces, en el silencio de la noche, algo despierta en mí. No son palabras, sino luces que arden detrás de mis ojos, dibujos de dragones lunares trazados en las estrellas. El viento me susurra frases en lenguas que no alcanzo a descifrar, y siento que mi alma no me pertenece por completo. Es la otra voz, la otra mitad, la que duerme y a la vez me guía. No sé si es un don o una condena, pero presiento que guarda el secreto de los dragones lunares, aquellos custodios extintos que una vez velaron por el equilibrio. Y aunque no comprendo su llamado, sé que un día tendré que responder. Porque lo que habita en mí no es silencio, ni sombra, ni fuego… es un Eclipse aguardando nacer."
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  • Tomo 1 - Un Origen Aberrante
    Fandom Oc
    Categoría Otros
    En los albores del tiempo, en la tela primordial del espacio. La dualidad más grande de todas se había formado. Aquello que da origen a la incesante guerra entre 2 fuerzas opuestas marcaría para siempre la naturaleza de las criaturas que habitarían este universo. La EXISTENCIA y EL VACIO, por lo que la conciencia misma de la energía se ha materializado en 10 criaturas que serían las encargadas de moldear este retorcido Génesis, que aún en constante conflicto llevarían a cabo la misión de dar a luz a un universo y un macro ecosistema que daría un sendero a este desborde de energía. LA VIDA. A su vez, el vacío también intentaba tragar toda forma de existencia, creando así LA MUERTE.

    La primera Raza, los dioses de este universo. La forma de vida primordial, fueron los llamados Dragones, y estos 10 dragones fueron creando según sus criterios. Estos 10 hermanos (por llamarlos de alguna forma) crearon a sus "hijos" en base a su imagen y semejanza. Uno de esos hermanos, quien fuera el más cercano a la fuerza del vacío, era Yo. De los 10 dragones, se podría decir que era el más horrendo, ya que mi misión era encargarme de todo lo que era "deforme", todo lo que era "indeseable". La enfermedad, la aberración, la muerte, la extinción. Básicamente "el final de la existencia de cada ser."

    Estos 10 hermanos dragones también tienen su misión y visión de como debería ser este universo...Pero eso ya es historia para otro momento.
    En los albores del tiempo, en la tela primordial del espacio. La dualidad más grande de todas se había formado. Aquello que da origen a la incesante guerra entre 2 fuerzas opuestas marcaría para siempre la naturaleza de las criaturas que habitarían este universo. La EXISTENCIA y EL VACIO, por lo que la conciencia misma de la energía se ha materializado en 10 criaturas que serían las encargadas de moldear este retorcido Génesis, que aún en constante conflicto llevarían a cabo la misión de dar a luz a un universo y un macro ecosistema que daría un sendero a este desborde de energía. LA VIDA. A su vez, el vacío también intentaba tragar toda forma de existencia, creando así LA MUERTE. La primera Raza, los dioses de este universo. La forma de vida primordial, fueron los llamados Dragones, y estos 10 dragones fueron creando según sus criterios. Estos 10 hermanos (por llamarlos de alguna forma) crearon a sus "hijos" en base a su imagen y semejanza. Uno de esos hermanos, quien fuera el más cercano a la fuerza del vacío, era Yo. De los 10 dragones, se podría decir que era el más horrendo, ya que mi misión era encargarme de todo lo que era "deforme", todo lo que era "indeseable". La enfermedad, la aberración, la muerte, la extinción. Básicamente "el final de la existencia de cada ser." Estos 10 hermanos dragones también tienen su misión y visión de como debería ser este universo...Pero eso ya es historia para otro momento.
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  • Capítulo Final — El Señor de las Sombras: Amo de los Elementos y la Oscuridad

    La sala final del Castillo de las Sombras se transformó en un altar de poder absoluto.
    El suelo se fracturó en placas flotantes, el aire vibraba con energía, y el cielo sobre ellos —si es que aún existía— se tornó púrpura, como si el mundo estuviera a punto de colapsar.
    El Señor de las Sombras se alzó en el centro, sin conjurar, sin hablar. Su cuerpo era una amalgama de sombra viva, pero ahora, cuatro núcleos elementales giraban a su alrededor: brasas ardientes, corrientes de agua, espirales de viento y fragmentos de roca flotante. Cada uno pulsaba con poder ancestral.
    Yukine y Lidica, apenas de pie, sintieron cómo el aire se volvía más pesado. El Amuleto del Destino temblaba. Esta vez, no era solo oscuridad. Era todo.
    El Señor de las Sombras extendió una mano, y el suelo se alzó como una ola de piedra. Columnas de obsidiana emergieron violentamente, atrapando a Lidica entre muros móviles. Yukine intentó volar con levitación, pero el campo gravitacional se duplicó. Su cuerpo cayó como plomo.
    Lidica, atrapada, fue aplastada por una presión tectónica. Sus huesos crujían. Cada intento de escape era bloqueado por muros que se regeneraban.
    Yukine, con la magia desestabilizada, intentó usar hechizos de vibración para romper las rocas, pero el Señor de las Sombras absorbía la energía y la devolvía como ondas sísmicas.
    Ambos fueron enterrados vivos por segundos. Solo el vínculo mágico entre ellos les permitió sincronizar una explosión de energía que los liberó… pero no sin heridas graves.
    El enemigo giró sobre sí mismo, y una espiral de fuego infernal se desató. No era fuego común: era fuego que quemaba recuerdos, que convertía emociones en cenizas.
    Yukine fue alcanzado por una llamarada que le arrancó parte de su túnica mágica. Su piel se agrietó, y su mente comenzó a olvidar hechizos que había memorizado desde niño.
    Lidica, envuelta en llamas, vio a su hermana arder frente a ella. El fuego no solo quemaba su cuerpo, sino que la obligaba a revivir su peor trauma.
    El Señor de las Sombras caminaba entre las llamas sin ser tocado. Cada paso provocaba explosiones. Yukine intentó conjurar una “Llama Invertida”, pero el fuego del enemigo era absoluto.
    Lidica, con los brazos quemados, logró lanzar una daga encantada que desvió una llamarada… pero cayó de rodillas, jadeando.
    El enemigo alzó ambas manos, y la sala se inundó en segundos. Corrientes de agua oscura envolvieron a los héroes, arrastrándolos a un plano líquido donde no había arriba ni abajo.
    Yukine fue sumergido en una ilusión acuática donde todos sus logros eran borrados. Veía su vida deshacerse como tinta en el agua.
    Lidica se ahogaba, no por falta de aire, sino por la presión emocional. Cada burbuja que escapaba de su boca era un recuerdo que se perdía.
    El Señor de las Sombras se convirtió en una serpiente marina de sombra líquida, atacando desde todas direcciones. Yukine logró conjurar una burbuja de aire, pero su energía estaba al límite. Lidica, con los pulmones colapsando, usó su último frasco de poción para recuperar apenas lo suficiente para moverse.
    El enemigo se elevó, y el viento se volvió cuchillas. Corrientes invisibles cortaban la piel, los músculos, incluso la magia.
    Yukine fue lanzado contra una pared por una ráfaga que rompía barreras mágicas. Su brazo izquierdo quedó inutilizado.
    Lidica intentó correr, pero el viento la desorientaba. Cada paso la llevaba a un lugar distinto. Su percepción del espacio se rompía.
    El Señor de las Sombras se multiplicó en formas aéreas, atacando con velocidad imposible. Yukine y Lidica no podían seguirle el ritmo. Cada segundo era una herida nueva. Cada intento de defensa era inútil.
    Ambos cayeron. Yukine, sangrando, con la magia casi extinguida. Lidica, con las piernas rotas, sin dagas, sin aire. El Amuleto del Destino cayó al suelo, apagado.
    El Señor de las Sombras descendió lentamente. Su voz resonó como un trueno:
    —“¿Esto es todo? ¿Esto es lo que el mundo llama esperanza?”
    Yukine intentó levantarse. Lidica extendió la mano. , pero no alcanzaba. El mundo se desmoronaba.
    Y entonces… algo se quebró.
    Dentro del pecho de Yukine, una marca que siempre había sentido como una cicatriz comenzó a arder. No era dolor físico. Era una ruptura. Un sello místico, impuesto por su maestro años atrás, se deshacía lentamente, como si el universo reconociera que ya no había otra opción.
    Yukine gritó. No por sufrimiento, sino por liberación.
    Su maestro le había dicho una vez:
    “Hay una parte de ti que no debes tocar… hasta que el mundo esté a punto de caer, pero el precio a pagar sera muy alto”
    La marca se expandió por su cuerpo, revelando runas antiguas que brillaban con luz azul oscura. No era magia convencional. Era magia de origen, una energía que no requería palabras, gestos ni concentración. Era voluntad pura, conectada directamente al tejido del mundo.
    Yukine se levantó. Su cuerpo seguía herido, pero la energía que lo envolvía lo sostenía. Sus ojos brillaban con un fulgor que no era humano. El Amuleto del Destino reaccionó, no absorbiendo su poder… sino alineándose con él.
    Lidica, aún en el suelo, sintió la presión cambiar. El aire se volvió más denso. El Señor de las Sombras se detuvo por primera vez.
    —“¿Qué… es eso?” —gruñó.
    Yukine no respondió. No podía. El poder que lo atravesaba hablaba por él.
    El Señor de las Sombras desató todo su poder: fuego, agua, viento, tierra, sombra. El mundo tembló. El cielo se rasgó. El suelo se partió.
    Yukine, guiado por el poder liberado, no esquivaba. No bloqueaba. Absorbía. Cada elemento era neutralizado por una runa que surgía espontáneamente en su piel. Cada ataque era redirigido, transformado, devuelto.
    Pero el poder tenía un precio.
    Con cada segundo, el sello se consumía. Yukine sentía su alma fragmentarse. Su cuerpo comenzaba a descomponerse por dentro. Era demasiado. Incluso para él.
    Lidica, viendo esto, usó lo que le quedaba de fuerza para canalizar su energía en el Amuleto. No para atacar. Para estabilizar a Yukine. Su vínculo no era emocional esta vez. Era técnico. Preciso. Ella se convirtió en el ancla que evitó que Yukine se desintegrara.
    Juntos, lanzaron el golpe final.
    Una onda de magia de origen, reforzada por el Amuleto y sostenida por Lidica, atravesó el núcleo del Señor de las Sombras.
    El enemigo gritó. No por dolor. Por incredulidad.
    —“¡No pueden vencerme! ¡Yo soy el fin!”
    —“Entonces este es el fin… de ti.” —respondieron juntos.
    Yukine cayó. Su cuerpo colapsó. El sello estaba roto. El poder se había ido. Lidica lo sostuvo, con lágrimas en los ojos.
    —“Lo lograste… pero casi te pierdo.” —susurró.
    El Amuleto del Destino brilló una última vez, estabilizando el entorno. El Castillo colapsó. La oscuridad retrocedió.
    Y el mundo… comenzó a sanar.
    La caída del Señor de las Sombras no fue una explosión, ni un grito final. Fue un silencio. Un vacío que se disipó lentamente, como la niebla al amanecer. El Castillo de las Sombras se desmoronó en fragmentos de obsidiana que se hundieron en la tierra, como si el mundo mismo quisiera enterrar su memoria.
    El cielo, antes teñido de púrpura y tormenta, comenzó a abrirse. No con luz intensa, sino con una claridad suave, como si el sol dudara en volver a mirar.
    El mundo no celebró. No aún. Primero, lloró.
    Yukine y Lidica fueron encontrados entre los escombros del Castillo de las Sombras por los sabios del Bosque de los Ancestros. No como guerreros invencibles, sino como sobrevivientes al borde de la muerte.
    Yukine fue llevado inconsciente al Santuario de las Aguas Silentes, donde los sabios del norte intentaron estabilizar su cuerpo. El sello roto había liberado un poder ancestral, pero también había dejado grietas profundas en su alma. Durante semanas, su magia fluctuaba sin control. A veces, su cuerpo brillaba con runas vivas. Otras, se apagaba por completo.
    Lidica, con las piernas fracturadas, quemaduras internas y una fatiga que no se curaba con pociones, fue atendida por los druidas del Valle del Viento. Su cuerpo sanaba lentamente, pero su mente seguía atrapada en los ecos de la batalla. A menudo despertaba gritando, creyendo que el Señor de las Sombras aún estaba allí.
    Ambos estaban vivos. Pero no intactos.
    Pasaron varios meses antes de que Yukine abriera los ojos. Lo primero que vio fue a Lidica dormida a su lado, con una venda en el rostro y una cicatriz nueva en el cuello. Lo primero que dijo fue:
    —“¿Ganamos?”
    Lidica despertó. No respondió. Solo lo abrazó. Y ambos lloraron. No por la victoria. Sino por todo lo que costó.
    La magia oscura que había envuelto los reinos comenzó a disiparse. Las criaturas que habían huido —dragones, espíritus del bosque, guardianes elementales— regresaron poco a poco. Las tierras malditas florecieron. Los ríos contaminados se limpiaron. Las aldeas que vivían bajo el miedo comenzaron a reconstruirse.
    los campos ardidos por el fuego se convirtieron en jardines de luz.
    los lagos recuperaron su cristalino reflejo, y los peces dorados volvieron a danzar.
    los vientos que antes cortaban ahora movían molinos que alimentaban aldeas enteras.
    las montañas fracturadas fueron talladas en monumentos a los caídos.
    Los pueblos no erigieron estatuas de Yukine y Lidica. En cambio, sembraron árboles. Porque sabían que la verdadera victoria no era recordar la guerra… sino cultivar la paz.
    Los descendientes de los Guardianes elementales se reunieron en el Círculo de la Aurora, donde juraron proteger el equilibrio y evitar que el poder se concentrara en una sola mano.
    El Amuleto del Destino fue sellado en el Templo de la Luz Silente, no como arma, sino como testigo. Solo Yukine y Lidica podían acceder a él, y ambos decidieron no volver a usarlo… a menos que el mundo volviera a olvidar lo que costó la paz.
    No regresaron a sus antiguas vidas. Yukine no volvió a su torre. Lidica no retomó la senda del combate. En cambio, caminaron juntos por los pueblos, enseñando a los niños a leer las estrellas, ayudando a los ancianos a reconstruir sus hogares, escuchando las historias de quienes sobrevivieron.
    A veces, simplemente se sentaban bajo un árbol, en silencio. Porque el silencio, después de tanto dolor, era también una forma de paz.
    —“¿Crees que esto durará?” —preguntó Lidica una tarde.
    —“No lo sé.” —respondió Yukine, mirando el cielo. —“Pero si vuelve la oscuridad… sabrá que no estamos solos.”
    Capítulo Final — El Señor de las Sombras: Amo de los Elementos y la Oscuridad La sala final del Castillo de las Sombras se transformó en un altar de poder absoluto. El suelo se fracturó en placas flotantes, el aire vibraba con energía, y el cielo sobre ellos —si es que aún existía— se tornó púrpura, como si el mundo estuviera a punto de colapsar. El Señor de las Sombras se alzó en el centro, sin conjurar, sin hablar. Su cuerpo era una amalgama de sombra viva, pero ahora, cuatro núcleos elementales giraban a su alrededor: brasas ardientes, corrientes de agua, espirales de viento y fragmentos de roca flotante. Cada uno pulsaba con poder ancestral. Yukine y Lidica, apenas de pie, sintieron cómo el aire se volvía más pesado. El Amuleto del Destino temblaba. Esta vez, no era solo oscuridad. Era todo. El Señor de las Sombras extendió una mano, y el suelo se alzó como una ola de piedra. Columnas de obsidiana emergieron violentamente, atrapando a Lidica entre muros móviles. Yukine intentó volar con levitación, pero el campo gravitacional se duplicó. Su cuerpo cayó como plomo. Lidica, atrapada, fue aplastada por una presión tectónica. Sus huesos crujían. Cada intento de escape era bloqueado por muros que se regeneraban. Yukine, con la magia desestabilizada, intentó usar hechizos de vibración para romper las rocas, pero el Señor de las Sombras absorbía la energía y la devolvía como ondas sísmicas. Ambos fueron enterrados vivos por segundos. Solo el vínculo mágico entre ellos les permitió sincronizar una explosión de energía que los liberó… pero no sin heridas graves. El enemigo giró sobre sí mismo, y una espiral de fuego infernal se desató. No era fuego común: era fuego que quemaba recuerdos, que convertía emociones en cenizas. Yukine fue alcanzado por una llamarada que le arrancó parte de su túnica mágica. Su piel se agrietó, y su mente comenzó a olvidar hechizos que había memorizado desde niño. Lidica, envuelta en llamas, vio a su hermana arder frente a ella. El fuego no solo quemaba su cuerpo, sino que la obligaba a revivir su peor trauma. El Señor de las Sombras caminaba entre las llamas sin ser tocado. Cada paso provocaba explosiones. Yukine intentó conjurar una “Llama Invertida”, pero el fuego del enemigo era absoluto. Lidica, con los brazos quemados, logró lanzar una daga encantada que desvió una llamarada… pero cayó de rodillas, jadeando. El enemigo alzó ambas manos, y la sala se inundó en segundos. Corrientes de agua oscura envolvieron a los héroes, arrastrándolos a un plano líquido donde no había arriba ni abajo. Yukine fue sumergido en una ilusión acuática donde todos sus logros eran borrados. Veía su vida deshacerse como tinta en el agua. Lidica se ahogaba, no por falta de aire, sino por la presión emocional. Cada burbuja que escapaba de su boca era un recuerdo que se perdía. El Señor de las Sombras se convirtió en una serpiente marina de sombra líquida, atacando desde todas direcciones. Yukine logró conjurar una burbuja de aire, pero su energía estaba al límite. Lidica, con los pulmones colapsando, usó su último frasco de poción para recuperar apenas lo suficiente para moverse. El enemigo se elevó, y el viento se volvió cuchillas. Corrientes invisibles cortaban la piel, los músculos, incluso la magia. Yukine fue lanzado contra una pared por una ráfaga que rompía barreras mágicas. Su brazo izquierdo quedó inutilizado. Lidica intentó correr, pero el viento la desorientaba. Cada paso la llevaba a un lugar distinto. Su percepción del espacio se rompía. El Señor de las Sombras se multiplicó en formas aéreas, atacando con velocidad imposible. Yukine y Lidica no podían seguirle el ritmo. Cada segundo era una herida nueva. Cada intento de defensa era inútil. Ambos cayeron. Yukine, sangrando, con la magia casi extinguida. Lidica, con las piernas rotas, sin dagas, sin aire. El Amuleto del Destino cayó al suelo, apagado. El Señor de las Sombras descendió lentamente. Su voz resonó como un trueno: —“¿Esto es todo? ¿Esto es lo que el mundo llama esperanza?” Yukine intentó levantarse. Lidica extendió la mano. , pero no alcanzaba. El mundo se desmoronaba. Y entonces… algo se quebró. Dentro del pecho de Yukine, una marca que siempre había sentido como una cicatriz comenzó a arder. No era dolor físico. Era una ruptura. Un sello místico, impuesto por su maestro años atrás, se deshacía lentamente, como si el universo reconociera que ya no había otra opción. Yukine gritó. No por sufrimiento, sino por liberación. Su maestro le había dicho una vez: “Hay una parte de ti que no debes tocar… hasta que el mundo esté a punto de caer, pero el precio a pagar sera muy alto” La marca se expandió por su cuerpo, revelando runas antiguas que brillaban con luz azul oscura. No era magia convencional. Era magia de origen, una energía que no requería palabras, gestos ni concentración. Era voluntad pura, conectada directamente al tejido del mundo. Yukine se levantó. Su cuerpo seguía herido, pero la energía que lo envolvía lo sostenía. Sus ojos brillaban con un fulgor que no era humano. El Amuleto del Destino reaccionó, no absorbiendo su poder… sino alineándose con él. Lidica, aún en el suelo, sintió la presión cambiar. El aire se volvió más denso. El Señor de las Sombras se detuvo por primera vez. —“¿Qué… es eso?” —gruñó. Yukine no respondió. No podía. El poder que lo atravesaba hablaba por él. El Señor de las Sombras desató todo su poder: fuego, agua, viento, tierra, sombra. El mundo tembló. El cielo se rasgó. El suelo se partió. Yukine, guiado por el poder liberado, no esquivaba. No bloqueaba. Absorbía. Cada elemento era neutralizado por una runa que surgía espontáneamente en su piel. Cada ataque era redirigido, transformado, devuelto. Pero el poder tenía un precio. Con cada segundo, el sello se consumía. Yukine sentía su alma fragmentarse. Su cuerpo comenzaba a descomponerse por dentro. Era demasiado. Incluso para él. Lidica, viendo esto, usó lo que le quedaba de fuerza para canalizar su energía en el Amuleto. No para atacar. Para estabilizar a Yukine. Su vínculo no era emocional esta vez. Era técnico. Preciso. Ella se convirtió en el ancla que evitó que Yukine se desintegrara. Juntos, lanzaron el golpe final. Una onda de magia de origen, reforzada por el Amuleto y sostenida por Lidica, atravesó el núcleo del Señor de las Sombras. El enemigo gritó. No por dolor. Por incredulidad. —“¡No pueden vencerme! ¡Yo soy el fin!” —“Entonces este es el fin… de ti.” —respondieron juntos. Yukine cayó. Su cuerpo colapsó. El sello estaba roto. El poder se había ido. Lidica lo sostuvo, con lágrimas en los ojos. —“Lo lograste… pero casi te pierdo.” —susurró. El Amuleto del Destino brilló una última vez, estabilizando el entorno. El Castillo colapsó. La oscuridad retrocedió. Y el mundo… comenzó a sanar. La caída del Señor de las Sombras no fue una explosión, ni un grito final. Fue un silencio. Un vacío que se disipó lentamente, como la niebla al amanecer. El Castillo de las Sombras se desmoronó en fragmentos de obsidiana que se hundieron en la tierra, como si el mundo mismo quisiera enterrar su memoria. El cielo, antes teñido de púrpura y tormenta, comenzó a abrirse. No con luz intensa, sino con una claridad suave, como si el sol dudara en volver a mirar. El mundo no celebró. No aún. Primero, lloró. Yukine y Lidica fueron encontrados entre los escombros del Castillo de las Sombras por los sabios del Bosque de los Ancestros. No como guerreros invencibles, sino como sobrevivientes al borde de la muerte. Yukine fue llevado inconsciente al Santuario de las Aguas Silentes, donde los sabios del norte intentaron estabilizar su cuerpo. El sello roto había liberado un poder ancestral, pero también había dejado grietas profundas en su alma. Durante semanas, su magia fluctuaba sin control. A veces, su cuerpo brillaba con runas vivas. Otras, se apagaba por completo. Lidica, con las piernas fracturadas, quemaduras internas y una fatiga que no se curaba con pociones, fue atendida por los druidas del Valle del Viento. Su cuerpo sanaba lentamente, pero su mente seguía atrapada en los ecos de la batalla. A menudo despertaba gritando, creyendo que el Señor de las Sombras aún estaba allí. Ambos estaban vivos. Pero no intactos. Pasaron varios meses antes de que Yukine abriera los ojos. Lo primero que vio fue a Lidica dormida a su lado, con una venda en el rostro y una cicatriz nueva en el cuello. Lo primero que dijo fue: —“¿Ganamos?” Lidica despertó. No respondió. Solo lo abrazó. Y ambos lloraron. No por la victoria. Sino por todo lo que costó. La magia oscura que había envuelto los reinos comenzó a disiparse. Las criaturas que habían huido —dragones, espíritus del bosque, guardianes elementales— regresaron poco a poco. Las tierras malditas florecieron. Los ríos contaminados se limpiaron. Las aldeas que vivían bajo el miedo comenzaron a reconstruirse. los campos ardidos por el fuego se convirtieron en jardines de luz. los lagos recuperaron su cristalino reflejo, y los peces dorados volvieron a danzar. los vientos que antes cortaban ahora movían molinos que alimentaban aldeas enteras. las montañas fracturadas fueron talladas en monumentos a los caídos. Los pueblos no erigieron estatuas de Yukine y Lidica. En cambio, sembraron árboles. Porque sabían que la verdadera victoria no era recordar la guerra… sino cultivar la paz. Los descendientes de los Guardianes elementales se reunieron en el Círculo de la Aurora, donde juraron proteger el equilibrio y evitar que el poder se concentrara en una sola mano. El Amuleto del Destino fue sellado en el Templo de la Luz Silente, no como arma, sino como testigo. Solo Yukine y Lidica podían acceder a él, y ambos decidieron no volver a usarlo… a menos que el mundo volviera a olvidar lo que costó la paz. No regresaron a sus antiguas vidas. Yukine no volvió a su torre. Lidica no retomó la senda del combate. En cambio, caminaron juntos por los pueblos, enseñando a los niños a leer las estrellas, ayudando a los ancianos a reconstruir sus hogares, escuchando las historias de quienes sobrevivieron. A veces, simplemente se sentaban bajo un árbol, en silencio. Porque el silencio, después de tanto dolor, era también una forma de paz. —“¿Crees que esto durará?” —preguntó Lidica una tarde. —“No lo sé.” —respondió Yukine, mirando el cielo. —“Pero si vuelve la oscuridad… sabrá que no estamos solos.”
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    Samael Hassan Abaddon
    Historia de su apellido

    El apellido Abaddon carga con un peso ancestral, pues remonta sus raíces a la sangre oscura del Rey Demonio Abaddon, señor del abismo y devorador de reinos olvidados. Durante milenios, el linaje fue perseguido, oculto bajo nombres falsos y rostros disfrazados, pues los descendientes del rey demonio eran temidos y odiados por humanos, ángeles y criaturas del inframundo.

    Los Abaddon heredaron no solo fuerza sobrehumana, sino también un vínculo espiritual con la destrucción misma. Su apellido significa “El Desolador” en lenguas arcaicas, y cada generación carga con la marca de un pacto: mantener vivo el legado del abismo o rebelarse contra él.

    El apellido fue dividido en ramas, algunos buscando redención, otros poder. Pero Samael Hassan Abaddon es el único en siglos en portar el nombre original completo, sin esconderlo. Esto lo convierte en el legítimo heredero del título de su ancestro: El Trono del Abismo.

    Descripción General:
    -Nombre completo: Samael Hassan Abaddon
    -Edad aparente: 24 años (su verdadera edad es incierta, pues su sangre demoníaca ralentiza su envejecimiento).
    -Altura: 1.87 m
    -Complexión: Atlética, marcada por músculos definidos que parecen esculpidos como mármol.
    -Cabello: Castaño oscuro, ligeramente desordenado.
    -Ojos: Gris metálico, con un brillo sobrenatural que se intensifica en momentos de ira.
    -Piel: Pálida con un leve tono cenizo, como si estuviera entre la vida y la muerte.
    -Tatuajes: Marcas tribales y demoníacas en sus brazos y pecho, símbolos de protección y poder infernal.

    Ficha Extendida
    -Nombre: Samael Hassan Abaddon
    -Alias: El Último Heredero del Abismo
    -Linaje: Descendiente directo del Rey Demonio Abaddon
    -Origen: Desconocido, criado entre templos en ruinas y ciudades olvidadas.
    -Arma predilecta: Sus propios puños y un mandoble negro llamado Erebos.
    -Objetivo: Decidir si se convertirá en el sucesor del trono infernal o romperá la maldición de su apellido.
    -Debilidades: Su humanidad. Aunque sus poderes lo hacen invencible, los sentimientos lo vuelven vulnerable.
    -Símbolo familiar: El ojo del abismo rodeado de fuego negro.

    Habilidades y Poderes
    1. Herencia del Abismo:
    Puede invocar energía oscura capaz de devorar luz y materia.
    2. Regeneración Demoníaca:
    Sus heridas sanan a gran velocidad, aunque a costa de su vitalidad.
    3. Visión del Vacío:
    Puede ver a través de las sombras, ilusiones y los corazones de los hombres.
    4. Marca de Abaddon:
    Un poder sellado en su pecho, que si libera, lo convierte en un semidemonio casi imparable.
    5. Combate físico sobrehumano:
    Su fuerza y resistencia superan por mucho a la de cualquier guerrero humano.

    🩸 Samael Hassan Abaddon 📖 Historia de su apellido El apellido Abaddon carga con un peso ancestral, pues remonta sus raíces a la sangre oscura del Rey Demonio Abaddon, señor del abismo y devorador de reinos olvidados. Durante milenios, el linaje fue perseguido, oculto bajo nombres falsos y rostros disfrazados, pues los descendientes del rey demonio eran temidos y odiados por humanos, ángeles y criaturas del inframundo. Los Abaddon heredaron no solo fuerza sobrehumana, sino también un vínculo espiritual con la destrucción misma. Su apellido significa “El Desolador” en lenguas arcaicas, y cada generación carga con la marca de un pacto: mantener vivo el legado del abismo o rebelarse contra él. El apellido fue dividido en ramas, algunos buscando redención, otros poder. Pero Samael Hassan Abaddon es el único en siglos en portar el nombre original completo, sin esconderlo. Esto lo convierte en el legítimo heredero del título de su ancestro: El Trono del Abismo. Descripción General: -Nombre completo: Samael Hassan Abaddon -Edad aparente: 24 años (su verdadera edad es incierta, pues su sangre demoníaca ralentiza su envejecimiento). -Altura: 1.87 m -Complexión: Atlética, marcada por músculos definidos que parecen esculpidos como mármol. -Cabello: Castaño oscuro, ligeramente desordenado. -Ojos: Gris metálico, con un brillo sobrenatural que se intensifica en momentos de ira. -Piel: Pálida con un leve tono cenizo, como si estuviera entre la vida y la muerte. -Tatuajes: Marcas tribales y demoníacas en sus brazos y pecho, símbolos de protección y poder infernal. 🏹 Ficha Extendida -Nombre: Samael Hassan Abaddon -Alias: El Último Heredero del Abismo -Linaje: Descendiente directo del Rey Demonio Abaddon -Origen: Desconocido, criado entre templos en ruinas y ciudades olvidadas. -Arma predilecta: Sus propios puños y un mandoble negro llamado Erebos. -Objetivo: Decidir si se convertirá en el sucesor del trono infernal o romperá la maldición de su apellido. -Debilidades: Su humanidad. Aunque sus poderes lo hacen invencible, los sentimientos lo vuelven vulnerable. -Símbolo familiar: El ojo del abismo rodeado de fuego negro. ⚔️ Habilidades y Poderes 1. Herencia del Abismo: Puede invocar energía oscura capaz de devorar luz y materia. 2. Regeneración Demoníaca: Sus heridas sanan a gran velocidad, aunque a costa de su vitalidad. 3. Visión del Vacío: Puede ver a través de las sombras, ilusiones y los corazones de los hombres. 4. Marca de Abaddon: Un poder sellado en su pecho, que si libera, lo convierte en un semidemonio casi imparable. 5. Combate físico sobrehumano: Su fuerza y resistencia superan por mucho a la de cualquier guerrero humano.
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  • Mi intensión nunca fue ser enemigo de los dragones. Ser odiado , ser repudiado por los antiguos dragones quienes viven en reinos ocultos a los humanos. No, solo quería conocer más de mi origen pero, aveces las batallas han llevado que quite la vida a los que son como yo.
    Mi intensión nunca fue ser enemigo de los dragones. Ser odiado , ser repudiado por los antiguos dragones quienes viven en reinos ocultos a los humanos. No, solo quería conocer más de mi origen pero, aveces las batallas han llevado que quite la vida a los que son como yo.
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    Mira, sí nos habíamos vuelto a reunir los cinco otra vez, luego de no sé cuánto tiempo...
    Es algo especial porque es como renovar el origen y los lazos que nos unen.
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