• Cap: 01

    Intentó abrir los párpados, pero enseguida arrugó el rostro al ser recibido por los azotes de los rayos del sol. Otra vez tuvo que frotarse con el dorso de las manos, solo que esta vez tendría una molestia mayor; ardor, el ardor provocado por el agua salada que se filtra entre los párpados y llega hasta los ojos.

    Varios fueron los minutos de rodar y patalear, entre gruñidos y gimoteos. No fue hasta que la arena entró en sus narices que se levantó del suelo, tan fuerte como la tos que hacía doler su garganta.
    ¿Lágrimas? Si, deslizándose lentamente por las esquinas de aquellos dorados ojos. Respiró profundo hasta que sus jadeos lograron penetrar muy levemente el agua que tapaba sus alargadas orejas.

    Decir que se veía deplorable era poco; su rostro pálido llevaba un tono rojizo por la agitación y su largo cabello lacio estaba despeinado, enredado y reseco por las sales del mar que lo arrastró hasta aquella orilla, y en su espalda yacen extendidas las heridas de su violento aterrizaje. Sanó lesiones a velocidades vertiginosa para un humano ordinario, pero para él se sintió lento y horrible ¿Por qué? Porque cada segundo parecía eterno por culpa de las partículas que la carne creciente arrastra sobre sus nervios expuestos. Las sintió salir una por una.

    Descansó de rodillas, con los antebrazos sobre la arena. Los jadeos seguían saliendo de sus labios, pero poco a poco la respiración fue tomando un ritmo apropiado. Los ojos los tenía rojos, culpa de la sal y las lágrimas producidas por el dolor. Al rato tomó una postura erguida, con la cabeza tirada hacia atrás, y respiró profundo. Se sentía mejor, el alivio había tomado asiló en su cuerpo. Su recuperación estaba completa, y fue un total éxito; ni una marca, ni siquiera una costra que pudiera servir de recuerdo.

    El sol ya avanzó más allá de su punto más alto, anunciando así su intención de perderse en el horizonte. Así que el chico de cabello rojo decidió ponerse de pie para emprender su camino a... A ningún lado en particular. Es incapaz de ubicar el área de donde proviene, mucho menos reconoce su paradero actual. Su única opción es seguir al gigante dorado, aquel que avanza sin esperar a nadie, ese que toma asiento en su trono en el punto más alto del firmamento.

    Dejó atrás las arenas y se adentró en la hierba, plantas tan altas que acarician sus piernas hasta producirle comezón. Podría haber avanzado más pero cada tantos pasos se detenía a rascarse pies, rodillas y gemelos.

    Un viaje sin destino u origen. Incierto, pero era suyo. Solo debía de seguir la guía del sol y consultar al viento cuando sienta inseguridad.
    Cap: 01 Intentó abrir los párpados, pero enseguida arrugó el rostro al ser recibido por los azotes de los rayos del sol. Otra vez tuvo que frotarse con el dorso de las manos, solo que esta vez tendría una molestia mayor; ardor, el ardor provocado por el agua salada que se filtra entre los párpados y llega hasta los ojos. Varios fueron los minutos de rodar y patalear, entre gruñidos y gimoteos. No fue hasta que la arena entró en sus narices que se levantó del suelo, tan fuerte como la tos que hacía doler su garganta. ¿Lágrimas? Si, deslizándose lentamente por las esquinas de aquellos dorados ojos. Respiró profundo hasta que sus jadeos lograron penetrar muy levemente el agua que tapaba sus alargadas orejas. Decir que se veía deplorable era poco; su rostro pálido llevaba un tono rojizo por la agitación y su largo cabello lacio estaba despeinado, enredado y reseco por las sales del mar que lo arrastró hasta aquella orilla, y en su espalda yacen extendidas las heridas de su violento aterrizaje. Sanó lesiones a velocidades vertiginosa para un humano ordinario, pero para él se sintió lento y horrible ¿Por qué? Porque cada segundo parecía eterno por culpa de las partículas que la carne creciente arrastra sobre sus nervios expuestos. Las sintió salir una por una. Descansó de rodillas, con los antebrazos sobre la arena. Los jadeos seguían saliendo de sus labios, pero poco a poco la respiración fue tomando un ritmo apropiado. Los ojos los tenía rojos, culpa de la sal y las lágrimas producidas por el dolor. Al rato tomó una postura erguida, con la cabeza tirada hacia atrás, y respiró profundo. Se sentía mejor, el alivio había tomado asiló en su cuerpo. Su recuperación estaba completa, y fue un total éxito; ni una marca, ni siquiera una costra que pudiera servir de recuerdo. El sol ya avanzó más allá de su punto más alto, anunciando así su intención de perderse en el horizonte. Así que el chico de cabello rojo decidió ponerse de pie para emprender su camino a... A ningún lado en particular. Es incapaz de ubicar el área de donde proviene, mucho menos reconoce su paradero actual. Su única opción es seguir al gigante dorado, aquel que avanza sin esperar a nadie, ese que toma asiento en su trono en el punto más alto del firmamento. Dejó atrás las arenas y se adentró en la hierba, plantas tan altas que acarician sus piernas hasta producirle comezón. Podría haber avanzado más pero cada tantos pasos se detenía a rascarse pies, rodillas y gemelos. Un viaje sin destino u origen. Incierto, pero era suyo. Solo debía de seguir la guía del sol y consultar al viento cuando sienta inseguridad.
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  • Cap: 00.

    Las paredes volvieron a temblar, igual que hace muchas veces, con la misma intensidad que hacía temblar el agua estancada en aquel cuarto que engendra penumbras más allá de la ausencia lumínica. Cuando los movimientos, aquellos que aquél ya los tomaba como un suceso inmutable de su rutina, el mundo, su pequeño páramo de sombras, murió, o más bien se transformó, bajo una presencia delgada, pero intensa para él; luz nocturna, cayendo como cascada por encima de su rojiza cabeza.

    Para esa luz no le fue suficiente con hostigar desde arriba sino que también lo hizo desde abajo, usando el agua como un trampolín para fragmentarse en mil rayos que rebotaron en mil direcciones distintas. No hubo centímetro de ladrillo negro que se salvará de la iluminación.

    Las manos, delgadas y pálidas, cubrieron los párpados en un intento por esconder sus adoloridos ojos. Un frote tras otro fue suficiente, así pudo volver a posar la mirada en lo que escondían las penumbras a las que llamaba compañía; una recamara fría, inundada de aguas turbias que le llegan hasta las rodillas, con cuatro paredes que se repiten en patrón y medidas.

    El niño de cabello rojo estaba absorto en el paisaje, pero un susurro distante le hizo mirar hacia arriba. El cielo miró al niño y este le devolvió la mirada. Esa noche, de manera abrupta, el resplandor del firmamento fue trastornado por la mera presencia de aquel que por primera vez pudo hacer uso de la palabra belleza.
    No pudo descifrar el susurro, así como tampoco logró cortar el contacto visual con las estrellas. Era perturbador para él, quien era totalmente ajeno al desprecio que recibía desde lo alto. Algo presionó el centro de su pecho, algo que pronto se extendería hasta su garganta y culminaría en sus temblorosos labios.

    Flexionó las piernas, acto que pronto provocaría un nuevo temblor entre los ladrillos y el agua de la recamara. Al entorno se le sumaron los anillos, esas piezas doradas con trazos y fragmentos de rocas rojas, pero con una intensidad mayor. Él era el origen, motivado por una necesidad que jamás había sentido; Saber el porque las estrellas le odiaban.

    El niño de cabello rojo fue el factor que rompería con la quietud de la noche, el desencadenante de un catastrófico efecto mariposa para el destino. Un estruendo recorrió los oscuros bosques, como el rugido de los truenos durante las tormentas, mientras que un borrón escarlata cortó la distancia entre la tierra y el firmamento con una velocidad vertiginosa.

    Sus delgados dedos fueron extendidos en dirección a la infinidad del glorioso cielo, y él los extendió sin importar que una delgada capa ardiente y blanca cubriera desde las puntas de sus uñas negras hasta la mitad de sus antebrazos.

    No alcanzó a las estrellas.
    La distancia entre la tierra y el cielo, entre él y las estrellas, fue retornando a su forma original.
    Con el alejamiento creciente, con cada metro que se alejaba, la presión en su pecho fue grabándose, como si quisiera quedarse allí para toda la eternidad.

    Por primera vez sintió emociones; tristeza, frustración e ira. Pero también sintió algo aún mayor: Esperanza. La esperanza de algún día poder cambiar las estrellas.
    Cap: 00. Las paredes volvieron a temblar, igual que hace muchas veces, con la misma intensidad que hacía temblar el agua estancada en aquel cuarto que engendra penumbras más allá de la ausencia lumínica. Cuando los movimientos, aquellos que aquél ya los tomaba como un suceso inmutable de su rutina, el mundo, su pequeño páramo de sombras, murió, o más bien se transformó, bajo una presencia delgada, pero intensa para él; luz nocturna, cayendo como cascada por encima de su rojiza cabeza. Para esa luz no le fue suficiente con hostigar desde arriba sino que también lo hizo desde abajo, usando el agua como un trampolín para fragmentarse en mil rayos que rebotaron en mil direcciones distintas. No hubo centímetro de ladrillo negro que se salvará de la iluminación. Las manos, delgadas y pálidas, cubrieron los párpados en un intento por esconder sus adoloridos ojos. Un frote tras otro fue suficiente, así pudo volver a posar la mirada en lo que escondían las penumbras a las que llamaba compañía; una recamara fría, inundada de aguas turbias que le llegan hasta las rodillas, con cuatro paredes que se repiten en patrón y medidas. El niño de cabello rojo estaba absorto en el paisaje, pero un susurro distante le hizo mirar hacia arriba. El cielo miró al niño y este le devolvió la mirada. Esa noche, de manera abrupta, el resplandor del firmamento fue trastornado por la mera presencia de aquel que por primera vez pudo hacer uso de la palabra belleza. No pudo descifrar el susurro, así como tampoco logró cortar el contacto visual con las estrellas. Era perturbador para él, quien era totalmente ajeno al desprecio que recibía desde lo alto. Algo presionó el centro de su pecho, algo que pronto se extendería hasta su garganta y culminaría en sus temblorosos labios. Flexionó las piernas, acto que pronto provocaría un nuevo temblor entre los ladrillos y el agua de la recamara. Al entorno se le sumaron los anillos, esas piezas doradas con trazos y fragmentos de rocas rojas, pero con una intensidad mayor. Él era el origen, motivado por una necesidad que jamás había sentido; Saber el porque las estrellas le odiaban. El niño de cabello rojo fue el factor que rompería con la quietud de la noche, el desencadenante de un catastrófico efecto mariposa para el destino. Un estruendo recorrió los oscuros bosques, como el rugido de los truenos durante las tormentas, mientras que un borrón escarlata cortó la distancia entre la tierra y el firmamento con una velocidad vertiginosa. Sus delgados dedos fueron extendidos en dirección a la infinidad del glorioso cielo, y él los extendió sin importar que una delgada capa ardiente y blanca cubriera desde las puntas de sus uñas negras hasta la mitad de sus antebrazos. No alcanzó a las estrellas. La distancia entre la tierra y el cielo, entre él y las estrellas, fue retornando a su forma original. Con el alejamiento creciente, con cada metro que se alejaba, la presión en su pecho fue grabándose, como si quisiera quedarse allí para toda la eternidad. Por primera vez sintió emociones; tristeza, frustración e ira. Pero también sintió algo aún mayor: Esperanza. La esperanza de algún día poder cambiar las estrellas.
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    La noche de la luna nueva

    No había luna.
    No había estrellas.
    El cielo parecía muerto, pero no lo estaba: respiraba. Y esa respiración era mía… o de algo que usaba mi piel como cárcel.

    La sombra había crecido. Ya no era un huésped: era un continente.
    Se alzaba sobre la ciudad como una marea negra que tragaba los edificios, los pensamientos y hasta los rezos que nadie llegó a pronunciar. No eran nubes lo que cubría el firmamento. Era ella.
    Era yo dividida, fragmentada, arrancada de mí misma y convertida en un abismo sin fondo.

    Por fin era libre.
    Completa.
    Saciada del miedo que había devorado en los últimos días.
    Gigante hasta el punto de parecer capaz de cubrir el mundo entero.

    Y entonces… apareció Akane.

    Caminaba sin prisa, sin temor.
    Serena, como si la inmensidad de la sombra fuese sólo un velo más que podía apartar con la yema de los dedos. Su paso hacía un sonido suave, casi inexistente, pero en ese silencio universal resonó como un campanazo sagrado.

    Yo, atrapada en el Jardín de Sombras, sentí una presión en el pecho.
    No podía gritar.
    No podía moverme.
    Sólo podía ver.

    Akane no dijo nada.
    La sombra tampoco.
    Pero se reconocieron: cazadora y cazada, monstruo y espejo, hermana y sacrificio.

    La sombra la agarró.

    Un brazo hecho de tinieblas puras se extendió desde el cielo negro y la envolvió entera.
    La engulló sin violencia, sin prisa, como si absorberla fuera un acto natural, inevitable, antiguo como el origen del Caos.
    Un instante antes de que desapareciera, Akane levantó la mirada.
    Y juro que me vio.
    No a la sombra.
    A mí.

    Luego… llegó la luz.

    Con un beso que aún hoy no se interpretar... Que no sé si fué un sueño o fué real.
    Relato en Post y comentario de la imagen 🩷 La noche de la luna nueva No había luna. No había estrellas. El cielo parecía muerto, pero no lo estaba: respiraba. Y esa respiración era mía… o de algo que usaba mi piel como cárcel. La sombra había crecido. Ya no era un huésped: era un continente. Se alzaba sobre la ciudad como una marea negra que tragaba los edificios, los pensamientos y hasta los rezos que nadie llegó a pronunciar. No eran nubes lo que cubría el firmamento. Era ella. Era yo dividida, fragmentada, arrancada de mí misma y convertida en un abismo sin fondo. Por fin era libre. Completa. Saciada del miedo que había devorado en los últimos días. Gigante hasta el punto de parecer capaz de cubrir el mundo entero. Y entonces… apareció Akane. Caminaba sin prisa, sin temor. Serena, como si la inmensidad de la sombra fuese sólo un velo más que podía apartar con la yema de los dedos. Su paso hacía un sonido suave, casi inexistente, pero en ese silencio universal resonó como un campanazo sagrado. Yo, atrapada en el Jardín de Sombras, sentí una presión en el pecho. No podía gritar. No podía moverme. Sólo podía ver. Akane no dijo nada. La sombra tampoco. Pero se reconocieron: cazadora y cazada, monstruo y espejo, hermana y sacrificio. La sombra la agarró. Un brazo hecho de tinieblas puras se extendió desde el cielo negro y la envolvió entera. La engulló sin violencia, sin prisa, como si absorberla fuera un acto natural, inevitable, antiguo como el origen del Caos. Un instante antes de que desapareciera, Akane levantó la mirada. Y juro que me vio. No a la sombra. A mí. Luego… llegó la luz. Con un beso que aún hoy no se interpretar... Que no sé si fué un sueño o fué real.
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    La noche de la luna nueva

    No había luna.
    No había estrellas.
    El cielo parecía muerto, pero no lo estaba: respiraba. Y esa respiración era mía… o de algo que usaba mi piel como cárcel.

    La sombra había crecido. Ya no era un huésped: era un continente.
    Se alzaba sobre la ciudad como una marea negra que tragaba los edificios, los pensamientos y hasta los rezos que nadie llegó a pronunciar. No eran nubes lo que cubría el firmamento. Era ella.
    Era yo dividida, fragmentada, arrancada de mí misma y convertida en un abismo sin fondo.

    Por fin era libre.
    Completa.
    Saciada del miedo que había devorado en los últimos días.
    Gigante hasta el punto de parecer capaz de cubrir el mundo entero.

    Y entonces… apareció Akane.

    Caminaba sin prisa, sin temor.
    Serena, como si la inmensidad de la sombra fuese sólo un velo más que podía apartar con la yema de los dedos. Su paso hacía un sonido suave, casi inexistente, pero en ese silencio universal resonó como un campanazo sagrado.

    Yo, atrapada en el Jardín de Sombras, sentí una presión en el pecho.
    No podía gritar.
    No podía moverme.
    Sólo podía ver.

    Akane no dijo nada.
    La sombra tampoco.
    Pero se reconocieron: cazadora y cazada, monstruo y espejo, hermana y sacrificio.

    La sombra la agarró.

    Un brazo hecho de tinieblas puras se extendió desde el cielo negro y la envolvió entera.
    La engulló sin violencia, sin prisa, como si absorberla fuera un acto natural, inevitable, antiguo como el origen del Caos.
    Un instante antes de que desapareciera, Akane levantó la mirada.
    Y juro que me vio.
    No a la sombra.
    A mí.

    Luego… llegó la luz.

    Con un beso que aún hoy no se interpretar... Que no sé si fué un sueño o fué real.
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    No había luna.
    No había estrellas.
    El cielo parecía muerto, pero no lo estaba: respiraba. Y esa respiración era mía… o de algo que usaba mi piel como cárcel.

    La sombra había crecido. Ya no era un huésped: era un continente.
    Se alzaba sobre la ciudad como una marea negra que tragaba los edificios, los pensamientos y hasta los rezos que nadie llegó a pronunciar. No eran nubes lo que cubría el firmamento. Era ella.
    Era yo dividida, fragmentada, arrancada de mí misma y convertida en un abismo sin fondo.

    Por fin era libre.
    Completa.
    Saciada del miedo que había devorado en los últimos días.
    Gigante hasta el punto de parecer capaz de cubrir el mundo entero.

    Y entonces… apareció Akane.

    Caminaba sin prisa, sin temor.
    Serena, como si la inmensidad de la sombra fuese sólo un velo más que podía apartar con la yema de los dedos. Su paso hacía un sonido suave, casi inexistente, pero en ese silencio universal resonó como un campanazo sagrado.

    Yo, atrapada en el Jardín de Sombras, sentí una presión en el pecho.
    No podía gritar.
    No podía moverme.
    Sólo podía ver.

    Akane no dijo nada.
    La sombra tampoco.
    Pero se reconocieron: cazadora y cazada, monstruo y espejo, hermana y sacrificio.

    La sombra la agarró.

    Un brazo hecho de tinieblas puras se extendió desde el cielo negro y la envolvió entera.
    La engulló sin violencia, sin prisa, como si absorberla fuera un acto natural, inevitable, antiguo como el origen del Caos.
    Un instante antes de que desapareciera, Akane levantó la mirada.
    Y juro que me vio.
    No a la sombra.
    A mí.

    Luego… llegó la luz.

    Con un beso que aún hoy no se interpretar... Que no sé si fué un sueño o fué real.
    Relato en Post y comentario de la imagen 🩷 La noche de la luna nueva No había luna. No había estrellas. El cielo parecía muerto, pero no lo estaba: respiraba. Y esa respiración era mía… o de algo que usaba mi piel como cárcel. La sombra había crecido. Ya no era un huésped: era un continente. Se alzaba sobre la ciudad como una marea negra que tragaba los edificios, los pensamientos y hasta los rezos que nadie llegó a pronunciar. No eran nubes lo que cubría el firmamento. Era ella. Era yo dividida, fragmentada, arrancada de mí misma y convertida en un abismo sin fondo. Por fin era libre. Completa. Saciada del miedo que había devorado en los últimos días. Gigante hasta el punto de parecer capaz de cubrir el mundo entero. Y entonces… apareció Akane. Caminaba sin prisa, sin temor. Serena, como si la inmensidad de la sombra fuese sólo un velo más que podía apartar con la yema de los dedos. Su paso hacía un sonido suave, casi inexistente, pero en ese silencio universal resonó como un campanazo sagrado. Yo, atrapada en el Jardín de Sombras, sentí una presión en el pecho. No podía gritar. No podía moverme. Sólo podía ver. Akane no dijo nada. La sombra tampoco. Pero se reconocieron: cazadora y cazada, monstruo y espejo, hermana y sacrificio. La sombra la agarró. Un brazo hecho de tinieblas puras se extendió desde el cielo negro y la envolvió entera. La engulló sin violencia, sin prisa, como si absorberla fuera un acto natural, inevitable, antiguo como el origen del Caos. Un instante antes de que desapareciera, Akane levantó la mirada. Y juro que me vio. No a la sombra. A mí. Luego… llegó la luz. Con un beso que aún hoy no se interpretar... Que no sé si fué un sueño o fué real.
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  • INVASIÓN OSCURA A JÚPITER

    Un grupo de soldados alienígenas, de un planeta desconocido, fueron enviados al planeta coloso de nuestro sistema solar. Su misión, contaminar el gigante gaseoso con una energía oscura el cual daría vida a criaturas extremadamente peligrosas, la cuáles podrían invadir a cualquier planeta del sistema solar. Sin embargo, La Diosa de la Luna, Dohanna, fué notificada a tiempo del plan maléfico por parte de los alienígenas de origen desconocido. Sin embargo, no podrá hacerlo sola, contaría con la ayuda de su compañera Serithra para detener esta invasión oscura a Júpiter.
    INVASIÓN OSCURA A JÚPITER Un grupo de soldados alienígenas, de un planeta desconocido, fueron enviados al planeta coloso de nuestro sistema solar. Su misión, contaminar el gigante gaseoso con una energía oscura el cual daría vida a criaturas extremadamente peligrosas, la cuáles podrían invadir a cualquier planeta del sistema solar. Sin embargo, La Diosa de la Luna, Dohanna, fué notificada a tiempo del plan maléfico por parte de los alienígenas de origen desconocido. Sin embargo, no podrá hacerlo sola, contaría con la ayuda de su compañera [Sun_Goddess] para detener esta invasión oscura a Júpiter.
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  • Su jornada había llegado a su fin más pronto de lo esperado.

    Explorar lo vasto de Hyrule solía consumir la mayor parte de su día, en especial cuando debía encargarse de unos cuantos campamentos de bokoblins y moblins que se atravesaban en su camino.

    Y no solo las batallas absorbían su tiempo, su sensor cobraba vida con frecuencia, detectando templos y cofres cercanos. Pasar de una actividad a otra conforme avanzaba en su trayecto terminaba por mantenerlo lejos de su hogar en la aldea Arkadia hasta entrada la noche.

    Perder la noción del tiempo siempre era peligroso. Durante el día era común encontrarse con enemigos, pero las criaturas nocturnas que emergían de la tierra podían resultar aún más problemáticas. A diferencia de los monstruos que enfrentaba bajo la luz del sol, aquellos esqueletos eran más complicados de eliminar si no se les atacaba directamente en la cabeza.

    Un ruido seco interrumpió el silencio.
    Link se detuvo de inmediato, tensando la cuerda del arco sin pensarlo dos veces.

    Algo se movía entre los matorrales cercanos. Podía oír el crujido de huesos y el golpeteo irregular de una mandíbula abriéndose y cerrándose.

    Frunció el ceño y giró apenas el cuerpo hacia el origen del sonido.
    El brillo amarillento de unas cuencas vacías se asomó entre las sombras, confirmando lo que temía: un stalbokoblin. Y, por el sonido, no venía solo.

    Retrocedió con precisión medida, tomando una mejor posición.
    El aire frío de la noche rozó su rostro cuando volvió a tensar el arco. Su respiración se estabilizó; el pulso firme, como siempre antes de un disparo.

    El primero cayó sin dificultad, pero los demás comenzaron a surgir de la tierra, levantando polvo y hojas secas. Link apretó la mandíbula, la determinación encendida en su mirada.

    Sabía que no podía perder tiempo.
    Si no los eliminaba rápido, terminarían rodeándolo o rearmándose, prolongando una batalla interminable.

    El eco de las flechas resonó entre los árboles hasta que solo quedó el susurro del viento.
    Permaneció inmóvil unos segundos, observando los restos de los esqueletos esparcidos en la hierba mientras algunos cráneos se desvanecían en una nube de humo. Había aprendido a no celebrar victorias, en Hyrule, la calma rara vez duraba demasiado.

    Conforme el silencio regresó, dejó escapar una exhalación lenta que no sabía que había estado conteniendo.
    Sus hombros, tensos durante toda la pelea, bajaron apenas con un gesto casi imperceptible mientras ajustaba el agarre del arco y lo colocaba en su espalda.

    Alzó la vista hacia el cielo, dejando que el brillo de las estrellas guiara su camino de regreso, no sin antes recoger algunas piezas útiles para nuevas armas.

    Mientras avanzaba, el crujido suave de la hierba bajo sus botas le recordó que aún quedaba un largo trayecto hasta casa, pero la noche estaba tranquila… al menos por ahora.

    Su jornada había llegado a su fin más pronto de lo esperado. Explorar lo vasto de Hyrule solía consumir la mayor parte de su día, en especial cuando debía encargarse de unos cuantos campamentos de bokoblins y moblins que se atravesaban en su camino. Y no solo las batallas absorbían su tiempo, su sensor cobraba vida con frecuencia, detectando templos y cofres cercanos. Pasar de una actividad a otra conforme avanzaba en su trayecto terminaba por mantenerlo lejos de su hogar en la aldea Arkadia hasta entrada la noche. Perder la noción del tiempo siempre era peligroso. Durante el día era común encontrarse con enemigos, pero las criaturas nocturnas que emergían de la tierra podían resultar aún más problemáticas. A diferencia de los monstruos que enfrentaba bajo la luz del sol, aquellos esqueletos eran más complicados de eliminar si no se les atacaba directamente en la cabeza. Un ruido seco interrumpió el silencio. Link se detuvo de inmediato, tensando la cuerda del arco sin pensarlo dos veces. Algo se movía entre los matorrales cercanos. Podía oír el crujido de huesos y el golpeteo irregular de una mandíbula abriéndose y cerrándose. Frunció el ceño y giró apenas el cuerpo hacia el origen del sonido. El brillo amarillento de unas cuencas vacías se asomó entre las sombras, confirmando lo que temía: un stalbokoblin. Y, por el sonido, no venía solo. Retrocedió con precisión medida, tomando una mejor posición. El aire frío de la noche rozó su rostro cuando volvió a tensar el arco. Su respiración se estabilizó; el pulso firme, como siempre antes de un disparo. El primero cayó sin dificultad, pero los demás comenzaron a surgir de la tierra, levantando polvo y hojas secas. Link apretó la mandíbula, la determinación encendida en su mirada. Sabía que no podía perder tiempo. Si no los eliminaba rápido, terminarían rodeándolo o rearmándose, prolongando una batalla interminable. El eco de las flechas resonó entre los árboles hasta que solo quedó el susurro del viento. Permaneció inmóvil unos segundos, observando los restos de los esqueletos esparcidos en la hierba mientras algunos cráneos se desvanecían en una nube de humo. Había aprendido a no celebrar victorias, en Hyrule, la calma rara vez duraba demasiado. Conforme el silencio regresó, dejó escapar una exhalación lenta que no sabía que había estado conteniendo. Sus hombros, tensos durante toda la pelea, bajaron apenas con un gesto casi imperceptible mientras ajustaba el agarre del arco y lo colocaba en su espalda. Alzó la vista hacia el cielo, dejando que el brillo de las estrellas guiara su camino de regreso, no sin antes recoger algunas piezas útiles para nuevas armas. Mientras avanzaba, el crujido suave de la hierba bajo sus botas le recordó que aún quedaba un largo trayecto hasta casa, pero la noche estaba tranquila… al menos por ahora.
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  • Bienvenidos a MIRROR Esoterica

    Por Jaejun Sanren Seong
    Director Ejecutivo

    En MIRROR Esotérica no vendemos objetos.
    Custodiamos poder.

    Si han llegado hasta aquí, es porque algo los ha traído…
    y en esta casa, nada llega sin un propósito.

    Origen

    MIRROR fue fundada en los años 70 por mi madre, Mi-yeon Seong, una mujer cuya mente veía más allá de lo visible y cuya sensibilidad era incompatible con el mundo ordinario.
    Ella abrió una pequeña tienda en un callejón de Insadong, un lugar donde las personas acudían buscando respuestas que no podían formular.

    Era un espacio estrecho, silencioso, perfumado con incienso antiguo y tinta en papel.
    En él, mi madre restauraba reliquias cargadas con siglos de memoria:
    amuletos rituales, grimorios, espejos con historia, joyas que habían contenido promesas, miedos, deseos… y a veces, algo más.

    MIRROR nació ahí: en la frontera entre lo humano y lo que trasciende.

    Herencia y expansión

    Cuando mi madre desapareció, bajo extrañas circunstancias, su legado pasó a mis manos.

    Yo convertí MIRROR Esoterica en lo que es ahora:
    una corporación internacional especializada en reliquias de alto valor, coleccionadas por quienes aprecian la belleza en lo antiguo.

    Actualmente operamos sedes en:

    Seúl, nuestra raíz y esencia.

    Hong Kong, donde se negocian secretos antes que monedas.

    Londres, punto de reunión de eruditos y ocultistas.

    Los Ángeles, capital moderna del misticismo contemporáneo.

    París, la ciudad donde el arte respira sin permiso.

    Qué es MIRROR Esoterica

    No somos un museo.
    No somos una boutique.
    No somos una galería de antigüedades.

    Somos curadores de energía.

    Cada objeto que llega a nuestras manos es analizado, catalogado y resguardado por expertos en historia, restauración y fenomenología.
    Valoramos la procedencia, el estado físico…
    pero sobre todo, el comportamiento energético.

    Algunos artefactos reaccionan al tacto.
    Otros, a la luz. Unos pocos, a las emociones humanas, esos son los que se resguardan bajo mi supervisión directa.

    Nuestra filosofía

    El poder es un recurso.
    La ignorancia, un riesgo.
    La verdad, un privilegio.

    MIRROR Esoterica existe para mantener estos conceptos en equilibrio.
    Para proteger aquello que la mayoría preferiría no saber que existe.
    Para ofrecer, a quienes están preparados, acceso a piezas que no deberían estar en manos inexpertas.

    Aquí no compran belleza.
    Compran influencia, memoria…
    y en ocasiones, destino.

    Bienvenidos

    Ahora que han cruzado nuestras puertas, recuerden algo:
    en MIRROR, ustedes observan los objetos…pero algunos objetos también les observan de vuelta.

    Bienvenidos al lugar donde el pasado nunca duerme.

    Bienvenidos a MIRROR Esoterica.
    Bienvenidos a MIRROR Esoterica Por Jaejun Sanren Seong Director Ejecutivo En MIRROR Esotérica no vendemos objetos. Custodiamos poder. Si han llegado hasta aquí, es porque algo los ha traído… y en esta casa, nada llega sin un propósito. Origen MIRROR fue fundada en los años 70 por mi madre, Mi-yeon Seong, una mujer cuya mente veía más allá de lo visible y cuya sensibilidad era incompatible con el mundo ordinario. Ella abrió una pequeña tienda en un callejón de Insadong, un lugar donde las personas acudían buscando respuestas que no podían formular. Era un espacio estrecho, silencioso, perfumado con incienso antiguo y tinta en papel. En él, mi madre restauraba reliquias cargadas con siglos de memoria: amuletos rituales, grimorios, espejos con historia, joyas que habían contenido promesas, miedos, deseos… y a veces, algo más. MIRROR nació ahí: en la frontera entre lo humano y lo que trasciende. Herencia y expansión Cuando mi madre desapareció, bajo extrañas circunstancias, su legado pasó a mis manos. Yo convertí MIRROR Esoterica en lo que es ahora: una corporación internacional especializada en reliquias de alto valor, coleccionadas por quienes aprecian la belleza en lo antiguo. Actualmente operamos sedes en: Seúl, nuestra raíz y esencia. Hong Kong, donde se negocian secretos antes que monedas. Londres, punto de reunión de eruditos y ocultistas. Los Ángeles, capital moderna del misticismo contemporáneo. París, la ciudad donde el arte respira sin permiso. Qué es MIRROR Esoterica No somos un museo. No somos una boutique. No somos una galería de antigüedades. Somos curadores de energía. Cada objeto que llega a nuestras manos es analizado, catalogado y resguardado por expertos en historia, restauración y fenomenología. Valoramos la procedencia, el estado físico… pero sobre todo, el comportamiento energético. Algunos artefactos reaccionan al tacto. Otros, a la luz. Unos pocos, a las emociones humanas, esos son los que se resguardan bajo mi supervisión directa. Nuestra filosofía El poder es un recurso. La ignorancia, un riesgo. La verdad, un privilegio. MIRROR Esoterica existe para mantener estos conceptos en equilibrio. Para proteger aquello que la mayoría preferiría no saber que existe. Para ofrecer, a quienes están preparados, acceso a piezas que no deberían estar en manos inexpertas. Aquí no compran belleza. Compran influencia, memoria… y en ocasiones, destino. Bienvenidos Ahora que han cruzado nuestras puertas, recuerden algo: en MIRROR, ustedes observan los objetos…pero algunos objetos también les observan de vuelta. Bienvenidos al lugar donde el pasado nunca duerme. Bienvenidos a MIRROR Esoterica.
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  • "Creo que al fin entiendo el origen de mi miedo antaño con Chroma, no és que me haga daño, simplemente me contagie de su ira y no sea consciente de mis actos, que olvide amigos, aliados o gente no involucrada"

    Reflexiona tranquilamente desde la privacidad de su habitación del orbitador, mientras luego de dejar el cuerpo de Chroma en su correspondiente capsula, el tenno simplemente suspira viendo algunos dibujos en crayones de unos niños que dibujaron de su escuadrón.

    "Lo dibujaron demasiado enojado"

    Se le escapa una ligera sonrisa por debajo de su mascarilla de metal, y solo se va hacia la primera cama que logró comprar.
    "Creo que al fin entiendo el origen de mi miedo antaño con Chroma, no és que me haga daño, simplemente me contagie de su ira y no sea consciente de mis actos, que olvide amigos, aliados o gente no involucrada" Reflexiona tranquilamente desde la privacidad de su habitación del orbitador, mientras luego de dejar el cuerpo de Chroma en su correspondiente capsula, el tenno simplemente suspira viendo algunos dibujos en crayones de unos niños que dibujaron de su escuadrón. "Lo dibujaron demasiado enojado" Se le escapa una ligera sonrisa por debajo de su mascarilla de metal, y solo se va hacia la primera cama que logró comprar.
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  • Como antes, pero después
    Fandom N/A
    Categoría Slice of Life
    ㅤ╰─► 𝑹𝒐𝒍 𝒕𝒐::
    ㅤㅤㅤㅤㅤOlivia Romero

    223 días.

    Esa era la cuenta exacta que llevaba Kazuha en una nota mental, y probablemente ya perdida entre el caos que era su mente. Doscientos veintitrés días desde que había estrellado su camioneta contra el elegante escaparate de una librería en el centro de la ciudad. Doscientos veintiuno desde que un juez, con evidente falta de imaginación, le había arrebatado su licencia de conducir por tercera vez. Doscientos diecisiete desde que había dejado abandonado el vehículo, con el capó aún humeante, en el taller mecánico.

    172 días desde que el mecánico le envió un mensaje:
    "Señora, su vehículo está listo."

    142 días desde el ultimátum, donde la resignación se tornó en un dejo de exasperación:
    "Señora, venga por su camioneta, ya está lista desde hace mas de un mes. Y págueme."

    ¿Señora? ¿SEÑORA? La palabra le había estado resonando en el cráneo durante semanas, cada sílaba un insulto a su eterna juventud y su caótico esplendor. ¿Ella? ¡¿Una señora?! Claro que aquella ofensa fue excusa suficiente para que su deuda se extendiera, pudriéndose en el olvido junto a otras facturas y advertencias sociales... hasta hoy.

    Hoy, finalmente, se había dignado a aparecer. Hoy, el aburrimiento había sido más fuerte que el orgullo.

    Tal vez fue su figura menuda, sus 1.58 metros de altura, o la mirada de absoluto desdén lo que hizo que el mecánico, quien ni siquiera la recordaba, la llamara 'Chiquilla'. Y por supuesto que la palabra también la ofendió, profundamente, pero sonaba menos a resignación y más a algo que podía aceptar. Pagó en efectivo, el origen del dinero era mejor no cuestionarlo, y recuperó las llaves.

    Ahora, una mano en el volante, un pie en el acelerador, una licencia de conducir inexistente y una responsabilidad que brillaba por su ausencia, Kazuha salió del taller. Con la otra mano, ya buscaba su móvil, los ojos saltando entre la carretera y la pantalla con una temeridad que era su sello personal. ¿Responsabilidad? Eso, si acaso, era el nombre de un plato aburrido que nunca probaría.

    : ¡Liiiiiiv!
    : -sticker de gato conduciendo-
    : Cancela todos tus planes para hoy...

    El mensaje partió. Sus dedos, ágiles e imprudentes, continuaron su danza sobre la pantalla, tejiendo una verdad a medias con la urgencia de quien teme que la razón la alcance.

    : ¡Vamos de viaje! Prepara tus cosas...
    : Nada de outfits de señorita perfecta. Vamos a... acampar, sí.

    Se le acababa de ocurrir en el mismo instante en que lo escribía, pero la idea, una vez plasmada en aquel mensaje, se convirtió en un decreto irrevocable. Ahora hablaba en serio.

    : A la intemperie. Con insectos, y esas cosas...

    Un semáforo se puso rojo frente a ella. Frenó en seco. En el silencio repentino, interrumpido solo por el ruido del motor, la duda, un monstruo raro y familiar, posó su garra en su estómago. ¿Y si Liv decía que no? ¿Y si los puentes no solo estaban rotos, sino reducidos a cenizas que ni siquiera ella podía reconstruir? El fantasma de una última pelea, de las palabras no dichas y los silencios que pesaban más que gritos, se cernió sobre ella por un segundo.

    Entonces, el semáforo cambió a verde. Un claxon furioso sonó detrás de ella. Kazuha pisó el acelerador como si estuviera aplastando la misma duda, la camioneta arrancó con una sacudida. La duda no tenía cabida en su mundo; solo la acción la tenía. Tomó el teléfono otra vez, la determinación ahogando el miedo.

    : Ya voy en camino... No puedes decir que no. Ni lo intentes.

    Mentira. Podía. ¡Claro que podía!. Liv siempre había podido ponerle un alto. Siempre había sido la única capaz de trazar una línea infranqueable. Esa era una de las razones por la que su amistad, en otro tiempo, había valido cada grieta y cada cicatriz. Pero esta vez, no iba a detenerse. Giró el volante, tomando la ruta que conducía al apartamento de Olivia. En el asiento del copiloto, una pequeña maleta contenía lo esencial para ella: un par de conjuntos deportivos, una chaqueta de cuero, y una caja de doce jugos de fruta. ¿Y lo demás? ¿Carpas, sleeping bags, comida...? Si, bueno, eso era un problema para la Kazuha del futuro, que probablemente lo resolvería en la primera tienda que encontrara en el camino, sin importar el costo o la practicidad.

    Mientras conducía, con el cristal de la ventana a medio bajar y su cabello negro flotando contra el viento por la velocidad, los pensamientos acudían a ella. ¿Cuántos años habían pasado desde la última vez que hicieron algo así? No los de calendario... sino los de verdad, los que se miden en risas compartidas que duelen en el costado, en secretos susurrados bajo las sábanas durante una pijamada, en la complicidad silenciosa de saberse entendidas sin necesidad de palabras.. Ya no serían tres, claro. Esa época había quedado atrás, enterrada bajo los escombros de un corazón roto y elecciones que aún dolían. Esta vez serían solo ellas dos. Pero en ese momento, acelerando hacia el apartamento de Olivia, o tal vez mas bien hacia un futuro incierto, sintió que ellas dos podían ser, una vez más, un universo completo.
    ㅤ╰─► 𝑹𝒐𝒍 𝒕𝒐:: ㅤㅤㅤㅤㅤ[flash_brass_tiger_817] ✦ 223 días. Esa era la cuenta exacta que llevaba Kazuha en una nota mental, y probablemente ya perdida entre el caos que era su mente. Doscientos veintitrés días desde que había estrellado su camioneta contra el elegante escaparate de una librería en el centro de la ciudad. Doscientos veintiuno desde que un juez, con evidente falta de imaginación, le había arrebatado su licencia de conducir por tercera vez. Doscientos diecisiete desde que había dejado abandonado el vehículo, con el capó aún humeante, en el taller mecánico. 172 días desde que el mecánico le envió un mensaje: "Señora, su vehículo está listo." 142 días desde el ultimátum, donde la resignación se tornó en un dejo de exasperación: "Señora, venga por su camioneta, ya está lista desde hace mas de un mes. Y págueme." ¿Señora? ¿SEÑORA? La palabra le había estado resonando en el cráneo durante semanas, cada sílaba un insulto a su eterna juventud y su caótico esplendor. ¿Ella? ¡¿Una señora?! Claro que aquella ofensa fue excusa suficiente para que su deuda se extendiera, pudriéndose en el olvido junto a otras facturas y advertencias sociales... hasta hoy. Hoy, finalmente, se había dignado a aparecer. Hoy, el aburrimiento había sido más fuerte que el orgullo. Tal vez fue su figura menuda, sus 1.58 metros de altura, o la mirada de absoluto desdén lo que hizo que el mecánico, quien ni siquiera la recordaba, la llamara 'Chiquilla'. Y por supuesto que la palabra también la ofendió, profundamente, pero sonaba menos a resignación y más a algo que podía aceptar. Pagó en efectivo, el origen del dinero era mejor no cuestionarlo, y recuperó las llaves. Ahora, una mano en el volante, un pie en el acelerador, una licencia de conducir inexistente y una responsabilidad que brillaba por su ausencia, Kazuha salió del taller. Con la otra mano, ya buscaba su móvil, los ojos saltando entre la carretera y la pantalla con una temeridad que era su sello personal. ¿Responsabilidad? Eso, si acaso, era el nombre de un plato aburrido que nunca probaría. 📱💬: ¡Liiiiiiv! 📱💬: -sticker de gato conduciendo- 📱💬: Cancela todos tus planes para hoy... El mensaje partió. Sus dedos, ágiles e imprudentes, continuaron su danza sobre la pantalla, tejiendo una verdad a medias con la urgencia de quien teme que la razón la alcance. 📱💬: ¡Vamos de viaje! Prepara tus cosas... 📱💬: Nada de outfits de señorita perfecta. Vamos a... acampar, sí. Se le acababa de ocurrir en el mismo instante en que lo escribía, pero la idea, una vez plasmada en aquel mensaje, se convirtió en un decreto irrevocable. Ahora hablaba en serio. 📱💬: A la intemperie. Con insectos, y esas cosas... Un semáforo se puso rojo frente a ella. Frenó en seco. En el silencio repentino, interrumpido solo por el ruido del motor, la duda, un monstruo raro y familiar, posó su garra en su estómago. ¿Y si Liv decía que no? ¿Y si los puentes no solo estaban rotos, sino reducidos a cenizas que ni siquiera ella podía reconstruir? El fantasma de una última pelea, de las palabras no dichas y los silencios que pesaban más que gritos, se cernió sobre ella por un segundo. Entonces, el semáforo cambió a verde. Un claxon furioso sonó detrás de ella. Kazuha pisó el acelerador como si estuviera aplastando la misma duda, la camioneta arrancó con una sacudida. La duda no tenía cabida en su mundo; solo la acción la tenía. Tomó el teléfono otra vez, la determinación ahogando el miedo. 📱💬: Ya voy en camino... No puedes decir que no. Ni lo intentes. Mentira. Podía. ¡Claro que podía!. Liv siempre había podido ponerle un alto. Siempre había sido la única capaz de trazar una línea infranqueable. Esa era una de las razones por la que su amistad, en otro tiempo, había valido cada grieta y cada cicatriz. Pero esta vez, no iba a detenerse. Giró el volante, tomando la ruta que conducía al apartamento de Olivia. En el asiento del copiloto, una pequeña maleta contenía lo esencial para ella: un par de conjuntos deportivos, una chaqueta de cuero, y una caja de doce jugos de fruta. ¿Y lo demás? ¿Carpas, sleeping bags, comida...? Si, bueno, eso era un problema para la Kazuha del futuro, que probablemente lo resolvería en la primera tienda que encontrara en el camino, sin importar el costo o la practicidad. Mientras conducía, con el cristal de la ventana a medio bajar y su cabello negro flotando contra el viento por la velocidad, los pensamientos acudían a ella. ¿Cuántos años habían pasado desde la última vez que hicieron algo así? No los de calendario... sino los de verdad, los que se miden en risas compartidas que duelen en el costado, en secretos susurrados bajo las sábanas durante una pijamada, en la complicidad silenciosa de saberse entendidas sin necesidad de palabras.. Ya no serían tres, claro. Esa época había quedado atrás, enterrada bajo los escombros de un corazón roto y elecciones que aún dolían. Esta vez serían solo ellas dos. Pero en ese momento, acelerando hacia el apartamento de Olivia, o tal vez mas bien hacia un futuro incierto, sintió que ellas dos podían ser, una vez más, un universo completo.
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  • Crónicas del Olvido — Capítulo V: El Camino del Sacrificio

    Tras la restauración del Templo del Bosque, el grupo regresa al Templo de la Luz Silente, donde el Amuleto del Destino comienza a reconstruirse. Kael, ahora más conectado con la magia de origen, guía el proceso. Pero cada fragmento restaurado libera una onda que despierta enemigos ocultos: los Heraldos del Vacío, antiguos guardianes corrompidos por el Señor de las Sombras.

    El mundo comienza a cambiar. Las zonas purificadas se expanden lentamente. Aldeas olvidadas ven la luz por primera vez en años. Criaturas mágicas regresan. Pero con cada paso, el Cuarteto se enfrenta a enemigos más fuertes, más inteligentes, más crueles.

    Los Heraldos no son simples monstruos. Son estrategas. Algunos manipulan el tiempo, otros distorsionan la gravedad, y otros atacan directamente los vínculos emocionales del grupo.

    El grupo es dividido en planos temporales divergentes. No solo están separados físicamente, sino emocionalmente: cada uno vive una versión alternativa de su historia.

    Kael, atrapado en un bucle donde Yukine muere una y otra vez, comienza a perder noción del presente. En cada intento de salvarlo, el resultado es el mismo: fracaso.

    Kael (susurrando): “¿Cuántas veces debo fallar para entender que no todo puede salvarse?”

    Kael comienza a escribir runas en el aire, cada una representando una emoción: culpa, esperanza, fe. Solo la runa de “memoria” permanece. Con ella, Kael ancla su conciencia y rompe el bucle.
    Sira enfrenta versiones de sí misma: una que se rindió, otra que se volvió cruel, otra que nunca conoció a Lidica.

    Sira (gritando): “¡No soy lo que el dolor hizo de mí! Soy lo que elegí ser… por ella.”

    Al aceptar su vulnerabilidad, el plano se colapsa y Sira regresa.

    Tharos ve un mundo donde nunca se liberó. Su fuego es negro, su alma hueca. Pero al recordar el rostro de Elen, una chispa pura emerge.

    Tharos: “Si el fuego puede destruir… también puede iluminar.”

    Elen, atrapada en un tiempo donde el bosque nunca floreció, canaliza una semilla que crece a través de las eras. La raíz rompe el plano y la devuelve.

    El Heraldo de la Fractura se disuelve, no por fuerza, sino por sincronía emocional. El grupo se reúne, pero Kael comienza a escuchar ecos de futuros que aún no existen.

    Heraldo del Eco – Aeloria: El Reflejo que Miente

    El Heraldo del Eco no solo copia habilidades. Copia heridas. Cada réplica es una versión corrompida del alma.
    Kael ve una versión de sí mismo que usó el Amuleto como arma y destruyó el mundo.

    Kael (al reflejo): “No eres mi sombra. Eres mi advertencia. Y yo… ya elegí.”

    Kael conjura un sello de contención que no destruye al reflejo, lo encierra en una runa de propósito.

    Sira enfrenta una copia que manipula el viento con precisión quirúrgica. Cada ráfaga es perfecta. Pero sin alma.
    Sira: “El viento no se domina. Se escucha.”

    Sira deja de atacar. Se queda quieta. El viento real la envuelve, y la réplica se desvanece.

    Tharos ve una versión que abraza la ira como virtud. Lucha sin magia. Solo con voluntad.

    Tharos: “La furia me dio fuerza. Pero el perdón… me dio control.”

    Elen enfrenta una réplica que cura sin alma. Al canalizar su vínculo con las raíces vivas, purifica la réplica desde dentro.
    El Heraldo del Eco se disuelve, dejando una advertencia:
    “Toda luz genera sombra. Y ustedes… ya tienen demasiadas.”

    Heraldo de la Marea – Nymar: El Agua que Recuerda

    El agua se convierte en veneno emocional. Cada gota muestra un recuerdo feliz… corrompido.

    Kael ve a Yukine sonriendo, pero la sonrisa se convierte en grito.

    Kael: “No quiero cambiar el pasado. Solo honrarlo.”

    Kael conjura una barrera de aceptación. No repele el agua. La transforma.

    Sira ve a Lidica bailando en el viento, pero el viento se vuelve cuchilla.

    Sira: “Si el viento la llevó… que me lleve a mí también.”

    Sira canaliza su vínculo real y purifica la corriente.

    Tharos ve a su familia viva, luego ardiendo. Se sumerge en el lago, dejando que el fuego se apague. Emerge con una nueva llama: la llama del perdón.

    Elen ve a su madre cantando, pero la canción se distorsiona. Canta de nuevo, con voz temblorosa. El lago responde con luz.

    El Heraldo de la Marea se disuelve, pero deja una última frase:
    “La culpa no se vence. Se aprende a convivir con ella.”

    Después del Asedio

    El grupo no celebra. No hay victoria. Solo marcas.

    • Tharos pierde parte de su sensibilidad mágica.
    • Elen envejece físicamente por el uso excesivo de magia de raíz.
    • Sira comienza a perder la capacidad de distinguir sus propios recuerdos de los de Lidica.
    • Kael guarda silencio. Porque sabe que el Amuleto está casi completo… y que cuando lo esté, él será el canal.

    Kael (en voz baja): “No somos los héroes que el mundo esperaba. Somos los que eligieron no rendirse.”

    El grupo no habla de lo que pierde. Pero lo siente.

    • Tharos se aleja por momentos, temiendo que su fuego vuelva a corromperlo.
    • Elen comienza a escribir sus memorias, por si su mente se fragmenta.
    • Sira entrena sola, intentando recuperar el control de su percepción.
    • Kael solo observa a lo lejos.

    A pesar de todo, el mundo comienza a respirar.

    • En Khar-Dun, los monumentos a los caídos se iluminan por primera vez.
    • En Nymar, los niños juegan en lagos purificados.
    • En Tharion, los sabios regresan a enseñar.
    • En Aeloria, los campos florecen con flores que solo nacen tras la purificación.

    El Cuarteto no es celebrado. No busca gloria. Pero en cada pueblo, en cada rincón, se murmura:

    “El legado de los Heroes aun vive.”

    Con el Amuleto casi completo, el grupo se dirige al Corazón del Vacío, una región donde la oscuridad es tan densa que la luz no entra. Allí, el Señor de las Sombras ha comenzado a manifestarse físicamente. No como una figura… sino como un entorno. El mundo mismo se pliega a su voluntad.

    Antes de partir, el grupo se reúne en silencio.

    • Kael entrega sus notas a Elen, por si no regresa.
    • Sira deja sus dagas en el Templo, llevando solo una.
    • Tharos apaga su fuego voluntariamente, para no perder el control.
    • Elen planta una semilla en cada templo, como promesa de regreso.

    No saben si sobrevivirán. Pero saben que deben hacerlo.




    Crónicas del Olvido — Capítulo V: El Camino del Sacrificio Tras la restauración del Templo del Bosque, el grupo regresa al Templo de la Luz Silente, donde el Amuleto del Destino comienza a reconstruirse. Kael, ahora más conectado con la magia de origen, guía el proceso. Pero cada fragmento restaurado libera una onda que despierta enemigos ocultos: los Heraldos del Vacío, antiguos guardianes corrompidos por el Señor de las Sombras. El mundo comienza a cambiar. Las zonas purificadas se expanden lentamente. Aldeas olvidadas ven la luz por primera vez en años. Criaturas mágicas regresan. Pero con cada paso, el Cuarteto se enfrenta a enemigos más fuertes, más inteligentes, más crueles. Los Heraldos no son simples monstruos. Son estrategas. Algunos manipulan el tiempo, otros distorsionan la gravedad, y otros atacan directamente los vínculos emocionales del grupo. El grupo es dividido en planos temporales divergentes. No solo están separados físicamente, sino emocionalmente: cada uno vive una versión alternativa de su historia. Kael, atrapado en un bucle donde Yukine muere una y otra vez, comienza a perder noción del presente. En cada intento de salvarlo, el resultado es el mismo: fracaso. Kael (susurrando): “¿Cuántas veces debo fallar para entender que no todo puede salvarse?” Kael comienza a escribir runas en el aire, cada una representando una emoción: culpa, esperanza, fe. Solo la runa de “memoria” permanece. Con ella, Kael ancla su conciencia y rompe el bucle. Sira enfrenta versiones de sí misma: una que se rindió, otra que se volvió cruel, otra que nunca conoció a Lidica. Sira (gritando): “¡No soy lo que el dolor hizo de mí! Soy lo que elegí ser… por ella.” Al aceptar su vulnerabilidad, el plano se colapsa y Sira regresa. Tharos ve un mundo donde nunca se liberó. Su fuego es negro, su alma hueca. Pero al recordar el rostro de Elen, una chispa pura emerge. Tharos: “Si el fuego puede destruir… también puede iluminar.” Elen, atrapada en un tiempo donde el bosque nunca floreció, canaliza una semilla que crece a través de las eras. La raíz rompe el plano y la devuelve. El Heraldo de la Fractura se disuelve, no por fuerza, sino por sincronía emocional. El grupo se reúne, pero Kael comienza a escuchar ecos de futuros que aún no existen. Heraldo del Eco – Aeloria: El Reflejo que Miente El Heraldo del Eco no solo copia habilidades. Copia heridas. Cada réplica es una versión corrompida del alma. Kael ve una versión de sí mismo que usó el Amuleto como arma y destruyó el mundo. Kael (al reflejo): “No eres mi sombra. Eres mi advertencia. Y yo… ya elegí.” Kael conjura un sello de contención que no destruye al reflejo, lo encierra en una runa de propósito. Sira enfrenta una copia que manipula el viento con precisión quirúrgica. Cada ráfaga es perfecta. Pero sin alma. Sira: “El viento no se domina. Se escucha.” Sira deja de atacar. Se queda quieta. El viento real la envuelve, y la réplica se desvanece. Tharos ve una versión que abraza la ira como virtud. Lucha sin magia. Solo con voluntad. Tharos: “La furia me dio fuerza. Pero el perdón… me dio control.” Elen enfrenta una réplica que cura sin alma. Al canalizar su vínculo con las raíces vivas, purifica la réplica desde dentro. El Heraldo del Eco se disuelve, dejando una advertencia: “Toda luz genera sombra. Y ustedes… ya tienen demasiadas.” Heraldo de la Marea – Nymar: El Agua que Recuerda El agua se convierte en veneno emocional. Cada gota muestra un recuerdo feliz… corrompido. Kael ve a Yukine sonriendo, pero la sonrisa se convierte en grito. Kael: “No quiero cambiar el pasado. Solo honrarlo.” Kael conjura una barrera de aceptación. No repele el agua. La transforma. Sira ve a Lidica bailando en el viento, pero el viento se vuelve cuchilla. Sira: “Si el viento la llevó… que me lleve a mí también.” Sira canaliza su vínculo real y purifica la corriente. Tharos ve a su familia viva, luego ardiendo. Se sumerge en el lago, dejando que el fuego se apague. Emerge con una nueva llama: la llama del perdón. Elen ve a su madre cantando, pero la canción se distorsiona. Canta de nuevo, con voz temblorosa. El lago responde con luz. El Heraldo de la Marea se disuelve, pero deja una última frase: “La culpa no se vence. Se aprende a convivir con ella.” Después del Asedio El grupo no celebra. No hay victoria. Solo marcas. • Tharos pierde parte de su sensibilidad mágica. • Elen envejece físicamente por el uso excesivo de magia de raíz. • Sira comienza a perder la capacidad de distinguir sus propios recuerdos de los de Lidica. • Kael guarda silencio. Porque sabe que el Amuleto está casi completo… y que cuando lo esté, él será el canal. Kael (en voz baja): “No somos los héroes que el mundo esperaba. Somos los que eligieron no rendirse.” El grupo no habla de lo que pierde. Pero lo siente. • Tharos se aleja por momentos, temiendo que su fuego vuelva a corromperlo. • Elen comienza a escribir sus memorias, por si su mente se fragmenta. • Sira entrena sola, intentando recuperar el control de su percepción. • Kael solo observa a lo lejos. A pesar de todo, el mundo comienza a respirar. • En Khar-Dun, los monumentos a los caídos se iluminan por primera vez. • En Nymar, los niños juegan en lagos purificados. • En Tharion, los sabios regresan a enseñar. • En Aeloria, los campos florecen con flores que solo nacen tras la purificación. El Cuarteto no es celebrado. No busca gloria. Pero en cada pueblo, en cada rincón, se murmura: “El legado de los Heroes aun vive.” Con el Amuleto casi completo, el grupo se dirige al Corazón del Vacío, una región donde la oscuridad es tan densa que la luz no entra. Allí, el Señor de las Sombras ha comenzado a manifestarse físicamente. No como una figura… sino como un entorno. El mundo mismo se pliega a su voluntad. Antes de partir, el grupo se reúne en silencio. • Kael entrega sus notas a Elen, por si no regresa. • Sira deja sus dagas en el Templo, llevando solo una. • Tharos apaga su fuego voluntariamente, para no perder el control. • Elen planta una semilla en cada templo, como promesa de regreso. No saben si sobrevivirán. Pero saben que deben hacerlo.
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