• ☆☆“El hilo del destino”☆☆

    La noche había sido larga, silenciosa… pero cuando por fin el sueño la alcanzó, no fue el descanso lo que la envolvió, sino algo más profundo.
    Un susurro antiguo, una melodía que parecía venir de dentro de su propio corazón.

    Eliana se encontraba en un lugar sin tiempo.
    Un cielo teñido de violeta y oro se extendía sobre ella, y bajo sus pies no había tierra, sino una superficie líquida y transparente que reflejaba cada emoción.
    La brisa olía a calma, pero también a peligro, a esa atracción innegable que uno siente cuando se aproxima demasiado al fuego sabiendo que va a arder.

    Y entonces lo vio.

    Darkus.

    De pie, a unos pasos, observándola con esos ojos que parecían leer cada pensamiento, cada duda que ella intentaba ocultar.
    No dijo nada, pero su presencia bastó para hacer vibrar el aire.
    Entre ambos, un hilo rojo se tensaba, delgado como un suspiro, brillante como la sangre en el amanecer.

    Eliana bajó la mirada. El hilo nacía de su dedo meñique… y seguía hacia él, envolviendo sus manos, trepando entre sus dedos, uniéndolos.
    Cada movimiento suyo hacía brillar ese lazo etéreo, como si el destino mismo celebrara aquel contacto.

    —¿Por qué… estás aquí? —preguntó ella, con voz quebrada.
    Darkus dio un paso hacia adelante, su sombra cubriendo la distancia entre ambos.

    —Porque tú me llamaste —respondió, y su voz no era solo sonido; era promesa, era eco, era fuego.

    Eliana quiso negarlo, quiso pensar que era solo un sueño, pero cuando él extendió su mano, su cuerpo se movió solo.
    Sus dedos se encontraron en medio del aire, y el hilo se encendió con una luz cálida.
    El toque fue leve, pero suficiente para que el mundo temblara.
    Y en ese temblor, algo dentro de ella se reconoció.

    Las imágenes se fundieron en un torbellino:
    Sus almas girando, las manos entrelazadas, los hilos multiplicándose hasta envolverlos por completo, entrelazando su destino como raíces antiguas.
    No había dolor ni miedo, solo una certeza silenciosa que latía con cada respiración compartida.

    Él la miró con esa calma que siempre la desconcertaba, pero ahora no había distancia, ni juicios, ni barreras.
    Solo la verdad que ambos habían evitado:
    Eliana lo amaba.
    Y en lo más profundo, sabía que él la había sentido desde mucho antes.

    —Esto no puede ser… —susurró, aunque su voz sonaba más como una plegaria que una protesta.
    Darkus sonrió, esa sonrisa casi imperceptible que decía más que mil palabras.

    —No puedes luchar contra lo que ya fue escrito —respondió, acercando su frente a la de ella.
    El contacto los envolvió en luz.
    Todo a su alrededor se disolvía: el cielo, el suelo, incluso el aire… solo quedaban ellos, atados por ese hilo invisible.

    Eliana sintió el pulso de su corazón mezclarse con el de él.
    El hilo se volvió dorado.
    Y en ese instante comprendió: no era solo amor, era decreto.
    Un lazo forjado antes de nacer, sellado entre sombras y destinos cruzados.

    El sueño empezó a desvanecerse lentamente, arrastrando la calidez de su tacto, la voz de Darkus, su mirada…
    Pero incluso al despertar, aún podía sentir el hilo enredado entre sus dedos, como si el universo mismo se negara a soltarla.

    Abrió los ojos en su habitación, el amanecer filtrándose por la ventana.
    Su respiración estaba agitada, y su corazón, demasiado consciente.
    Miró sus manos… vacías, pero extrañamente pesadas.

    Un susurro resonó en su mente, casi inaudible, casi una caricia:

    > “El destino no se elige, Eliana. Solo se recuerda.”



    Y con un estremecimiento, comprendió que lo suyo con Darkus no era casualidad.
    Era el principio de algo que ni siquiera el tiempo podría romper.

    Darküs Volkøv
    ☆☆“El hilo del destino”☆☆ La noche había sido larga, silenciosa… pero cuando por fin el sueño la alcanzó, no fue el descanso lo que la envolvió, sino algo más profundo. Un susurro antiguo, una melodía que parecía venir de dentro de su propio corazón. Eliana se encontraba en un lugar sin tiempo. Un cielo teñido de violeta y oro se extendía sobre ella, y bajo sus pies no había tierra, sino una superficie líquida y transparente que reflejaba cada emoción. La brisa olía a calma, pero también a peligro, a esa atracción innegable que uno siente cuando se aproxima demasiado al fuego sabiendo que va a arder. Y entonces lo vio. Darkus. De pie, a unos pasos, observándola con esos ojos que parecían leer cada pensamiento, cada duda que ella intentaba ocultar. No dijo nada, pero su presencia bastó para hacer vibrar el aire. Entre ambos, un hilo rojo se tensaba, delgado como un suspiro, brillante como la sangre en el amanecer. Eliana bajó la mirada. El hilo nacía de su dedo meñique… y seguía hacia él, envolviendo sus manos, trepando entre sus dedos, uniéndolos. Cada movimiento suyo hacía brillar ese lazo etéreo, como si el destino mismo celebrara aquel contacto. —¿Por qué… estás aquí? —preguntó ella, con voz quebrada. Darkus dio un paso hacia adelante, su sombra cubriendo la distancia entre ambos. —Porque tú me llamaste —respondió, y su voz no era solo sonido; era promesa, era eco, era fuego. Eliana quiso negarlo, quiso pensar que era solo un sueño, pero cuando él extendió su mano, su cuerpo se movió solo. Sus dedos se encontraron en medio del aire, y el hilo se encendió con una luz cálida. El toque fue leve, pero suficiente para que el mundo temblara. Y en ese temblor, algo dentro de ella se reconoció. Las imágenes se fundieron en un torbellino: Sus almas girando, las manos entrelazadas, los hilos multiplicándose hasta envolverlos por completo, entrelazando su destino como raíces antiguas. No había dolor ni miedo, solo una certeza silenciosa que latía con cada respiración compartida. Él la miró con esa calma que siempre la desconcertaba, pero ahora no había distancia, ni juicios, ni barreras. Solo la verdad que ambos habían evitado: Eliana lo amaba. Y en lo más profundo, sabía que él la había sentido desde mucho antes. —Esto no puede ser… —susurró, aunque su voz sonaba más como una plegaria que una protesta. Darkus sonrió, esa sonrisa casi imperceptible que decía más que mil palabras. —No puedes luchar contra lo que ya fue escrito —respondió, acercando su frente a la de ella. El contacto los envolvió en luz. Todo a su alrededor se disolvía: el cielo, el suelo, incluso el aire… solo quedaban ellos, atados por ese hilo invisible. Eliana sintió el pulso de su corazón mezclarse con el de él. El hilo se volvió dorado. Y en ese instante comprendió: no era solo amor, era decreto. Un lazo forjado antes de nacer, sellado entre sombras y destinos cruzados. El sueño empezó a desvanecerse lentamente, arrastrando la calidez de su tacto, la voz de Darkus, su mirada… Pero incluso al despertar, aún podía sentir el hilo enredado entre sus dedos, como si el universo mismo se negara a soltarla. Abrió los ojos en su habitación, el amanecer filtrándose por la ventana. Su respiración estaba agitada, y su corazón, demasiado consciente. Miró sus manos… vacías, pero extrañamente pesadas. Un susurro resonó en su mente, casi inaudible, casi una caricia: > “El destino no se elige, Eliana. Solo se recuerda.” Y con un estremecimiento, comprendió que lo suyo con Darkus no era casualidad. Era el principio de algo que ni siquiera el tiempo podría romper. [Darkus]
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  • -miren les queria enseñar un espejo que me regalo mi mamá por que al fin pude toma runa forma fisica- con emocion metio una de sus manos dentro del pelaje de su cuello y se dispuso a rebuscar ahsta que saco algo -vez a que no... espera este es un colar... espareme, no esto tampoco, no... esto es de mi hermano por que lo tengo yo?... espera te juro que lo tengo- de la frustracion empezo a buscar con ambas manos dentro de su pelaje dejando caer joyas, monedas, collares y hasta un gato cayo de su pelaje hasta que porfin saco lo que buscaba -AJA! te dije que lo tenia, a que esta bien hermoso con su cisne?- sonrio orgulloso tratando de ocultar la pila de objetos detral de el
    -miren les queria enseñar un espejo que me regalo mi mamá por que al fin pude toma runa forma fisica- con emocion metio una de sus manos dentro del pelaje de su cuello y se dispuso a rebuscar ahsta que saco algo -vez a que no... espera este es un colar... espareme, no esto tampoco, no... esto es de mi hermano por que lo tengo yo?... espera te juro que lo tengo- de la frustracion empezo a buscar con ambas manos dentro de su pelaje dejando caer joyas, monedas, collares y hasta un gato cayo de su pelaje hasta que porfin saco lo que buscaba -AJA! te dije que lo tenia, a que esta bien hermoso con su cisne?- sonrio orgulloso tratando de ocultar la pila de objetos detral de el
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  • Creo que a veces necesitas un poco de libertad... para ser tú mismo.

    Sin ocultar nada.
    #SeductiveSunday
    Creo que a veces necesitas un poco de libertad... para ser tú mismo. Sin ocultar nada. #SeductiveSunday
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  • la bruja se encontraba andando por las calles de lo que alguna vez fue una gran urbe, los humanos habitaban aquel lugar pero ahora eran -escombros...... ugh que es esa peste? aun hay cuerpos en descomposicion?... puagh- al acercarse a una casa derrumbada encontro un cuerpo quemado con parte de su carne adherida al asfalto que ardia bajo el sol, con dificultad alzo una de sus manos pidiendo misericordia -asi que los mantiene vivos... me pregunto en que parte de la ciudad se ocultara el causante de todo esto- ante aquella vision la bruja coloco la suela de su tacon sobre la cabeza de lo que alguna vez fue una persona y con apenas un gramo de fuerza lo aplasto -lo lamento, pero hasta que no encuentre solucion no podre darles sacro entierro-


    Sountrack: https://music.youtube.com/watch?v=BJ808JR2PNY&si=1H1j0wAn_LkhMBFQ
    la bruja se encontraba andando por las calles de lo que alguna vez fue una gran urbe, los humanos habitaban aquel lugar pero ahora eran -escombros...... ugh que es esa peste? aun hay cuerpos en descomposicion?... puagh- al acercarse a una casa derrumbada encontro un cuerpo quemado con parte de su carne adherida al asfalto que ardia bajo el sol, con dificultad alzo una de sus manos pidiendo misericordia -asi que los mantiene vivos... me pregunto en que parte de la ciudad se ocultara el causante de todo esto- ante aquella vision la bruja coloco la suela de su tacon sobre la cabeza de lo que alguna vez fue una persona y con apenas un gramo de fuerza lo aplasto -lo lamento, pero hasta que no encuentre solucion no podre darles sacro entierro- Sountrack: https://music.youtube.com/watch?v=BJ808JR2PNY&si=1H1j0wAn_LkhMBFQ
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  • Here comes trouble
    Fandom The dysfunctional family from hell
    Categoría Comedia
    𝙰𝚜𝚖𝚘𝚍𝚎𝚞𝚜 —El tintineo de la puerta lo anunció antes de que el viento lo siguiera. Belial avanzó como si el lugar le perteneciera, sonrisa floja, mirada curiosa… de esas que desnudan sin tocar.—

    “Qué aburrido lugar… y aún así, aquí estás. Qué encantador teatro de humanidad… y tú, interpretando el papel principal.”

    —La vio enseguida. Su disfraz era correcto -demasiado correcto, quizás-, esa clase de pulcritud que solo intenta parecer invisible. Sonrió para sí. Ninguna piel humana, por bien que le quedara, podía apagar lo que ella era. Se acercó sin prisa, los dedos jugando con el borde del respaldo antes de inclinarse hacia ella, una ceja arqueada, y su voz cayó en un tono dulce, de esos que se quedan pegados. —¿Este asiento está libre? —preguntó, aunque ya arrastraba la silla para sentarse. No esperó respuesta; Belial nunca lo hacía. La luz de la mañana le recortaba la silueta, hacía brillar sus gafas de Sol y el metal de un anillo en su mano. Lo giró entre los dedos, distraído, mientras hablaba.

    —He oído que aquí sirven unos dulces pecaminosamente exquisitos y un café tan fuerte que puede revivir a cualquiera. —Una pausa, la sonrisa apenas torciéndose—. Supongo que necesitaba comprobarlo. —Dejó que la frase flotara, inocente a oídos humanos, un dardo envenenado a los suyos.—

    “Nada como probar los límites de una resurrección, ¿no?”

    —Tú estudias aquí, ¿verdad? —siguió, inclinándose un poco hacia adelante—. Debe de ser agotador. La universidad tiene esa manía de… consumir el alma. —El brillo en su mirada bastaba para que la palabra sonara demasiado literal. Se recostó de nuevo, cruzando las piernas, una postura entre relajada y dueña del espacio.

    —Yo, en cambio, sigo intentando acostumbrarme al trabajo. —Soltó una risita perezosa, como si de verdad fuera un empleado harto—. Pero ya sabes cómo es… cuando los compañeros desaparecen, alguien tiene que hacerse cargo. Qué tragedia.

    “Y qué conveniente que una vieja conocida vuelva a aparecer justo ahora.”

    No esperaba encontrarme con alguien tan familiar por aquí. — Se llevó una mano al pecho, teatral.—Aunque admito que te ves… distinta. Más viva, incluso de la última vez que te vi. —La sonrisa se afinó, un filo de burla en los labios—. Será el café. O los años de rehabilitación, quién sabe. —Bajó la voz, apenas un murmullo, pero con la precisión de una hoja deslizándose entre costillas.

    —De todos modos, me alegra verte. El infierno —corrigió con una ligera tos fingida—, digo, el trabajo… ha estado un poco vacío últimamente. —Luego la miró directamente, los ojos brillando con una chispa maliciosa tras sus gafas oscuras, que realmente servían más para ocultar el color de sus ojos.

    —¿No te parece curioso? Las cosas se desordenan allá abajo… y justo entonces, apareces aquí. —Dejó que la sonrisa se abriera, despreocupada—. Pero seguro que es coincidencia. —Se reclinó, tomando el menú como si nada hubiera pasado, o como si no acabara de clavarle cada palabra.

    “Juguemos, mi querida Asmody. Veamos cuánto dura tu pequeño disfraz.”

    [THELUSTSIN] —El tintineo de la puerta lo anunció antes de que el viento lo siguiera. Belial avanzó como si el lugar le perteneciera, sonrisa floja, mirada curiosa… de esas que desnudan sin tocar.— “Qué aburrido lugar… y aún así, aquí estás. Qué encantador teatro de humanidad… y tú, interpretando el papel principal.” —La vio enseguida. Su disfraz era correcto -demasiado correcto, quizás-, esa clase de pulcritud que solo intenta parecer invisible. Sonrió para sí. Ninguna piel humana, por bien que le quedara, podía apagar lo que ella era. Se acercó sin prisa, los dedos jugando con el borde del respaldo antes de inclinarse hacia ella, una ceja arqueada, y su voz cayó en un tono dulce, de esos que se quedan pegados. —¿Este asiento está libre? —preguntó, aunque ya arrastraba la silla para sentarse. No esperó respuesta; Belial nunca lo hacía. La luz de la mañana le recortaba la silueta, hacía brillar sus gafas de Sol y el metal de un anillo en su mano. Lo giró entre los dedos, distraído, mientras hablaba. —He oído que aquí sirven unos dulces pecaminosamente exquisitos y un café tan fuerte que puede revivir a cualquiera. —Una pausa, la sonrisa apenas torciéndose—. Supongo que necesitaba comprobarlo. —Dejó que la frase flotara, inocente a oídos humanos, un dardo envenenado a los suyos.— “Nada como probar los límites de una resurrección, ¿no?” —Tú estudias aquí, ¿verdad? —siguió, inclinándose un poco hacia adelante—. Debe de ser agotador. La universidad tiene esa manía de… consumir el alma. —El brillo en su mirada bastaba para que la palabra sonara demasiado literal. Se recostó de nuevo, cruzando las piernas, una postura entre relajada y dueña del espacio. —Yo, en cambio, sigo intentando acostumbrarme al trabajo. —Soltó una risita perezosa, como si de verdad fuera un empleado harto—. Pero ya sabes cómo es… cuando los compañeros desaparecen, alguien tiene que hacerse cargo. Qué tragedia. “Y qué conveniente que una vieja conocida vuelva a aparecer justo ahora.” No esperaba encontrarme con alguien tan familiar por aquí. — Se llevó una mano al pecho, teatral.—Aunque admito que te ves… distinta. Más viva, incluso de la última vez que te vi. —La sonrisa se afinó, un filo de burla en los labios—. Será el café. O los años de rehabilitación, quién sabe. —Bajó la voz, apenas un murmullo, pero con la precisión de una hoja deslizándose entre costillas. —De todos modos, me alegra verte. El infierno —corrigió con una ligera tos fingida—, digo, el trabajo… ha estado un poco vacío últimamente. —Luego la miró directamente, los ojos brillando con una chispa maliciosa tras sus gafas oscuras, que realmente servían más para ocultar el color de sus ojos. —¿No te parece curioso? Las cosas se desordenan allá abajo… y justo entonces, apareces aquí. —Dejó que la sonrisa se abriera, despreocupada—. Pero seguro que es coincidencia. —Se reclinó, tomando el menú como si nada hubiera pasado, o como si no acabara de clavarle cada palabra. “Juguemos, mi querida Asmody. Veamos cuánto dura tu pequeño disfraz.”
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    Individual
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    Cualquier línea
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    Disponible
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  • Lo olvidaba ....

    -golpeteo el agua a sus pies con la cola de dragón blanca le es imposible ocultarla a esas alturas de su celo al igual de sus colmillos, cuernos y curiosamente unas largas orejas de conejo. Es un dragón bastante peculiar y el mismo lo sabe.
    Alzo la vista al cielo mirando fijamente a la luna no parecía que ese año fuera a ser una temporada de celo peligrosa aún así prefiere alejarse de todos incluso de su propia familia. La última vez que estuvo en ese celo a los meses nació su primer hijo y forzó a su esposo a estar a su lado para siempre -
    Lo olvidaba .... -golpeteo el agua a sus pies con la cola de dragón blanca le es imposible ocultarla a esas alturas de su celo al igual de sus colmillos, cuernos y curiosamente unas largas orejas de conejo. Es un dragón bastante peculiar y el mismo lo sabe. Alzo la vista al cielo mirando fijamente a la luna no parecía que ese año fuera a ser una temporada de celo peligrosa aún así prefiere alejarse de todos incluso de su propia familia. La última vez que estuvo en ese celo a los meses nació su primer hijo y forzó a su esposo a estar a su lado para siempre -
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  • —Habían pasado un par de días desde que Eira se había aventurado a través de uno de los portales mágicos de su reino, el proposito principal era una misión de exploración que le habían dictaminado las hadas mayores, sin embargo ella se había impuesto a sí misma una tarea de ardua exploración profunda, sin la aprobación del consejo. La curiosidad era, sin duda, una de sus mayores virtudes; por eso, cada encargo o investigación que recibía, ella solía doblegarlo a su favor, permitiéndose explorar más allá de lo solicitado, usando como excusa que “la bestia podría haberse ido muy lejos”.—
    —En este mismo viaje, había logrado ingresar al mundo humano, un lugar donde tuvo que aprender a ocultar sus alas y a no mostrar demasiado su verdadero ser, consciente de que incluso su nombre podía ser peligroso para los mortales. A pesar de ello, se había adaptado sorprendentemente bien. Convivia entre las personas con amabilidad, sin perder nunca la elegancia y firmeza propias de un hada guardiana.—
    —Una tarde, mientras paseaba por la zona, descubrió un lugar nuevo al que parecían dirigirse personas, entusiasmadas o agotadas, algunos traian pequeños aparatos eléctricos con los que simulaban trabajar; otros, simplemente charlaban entre sí, haciendo migas, algo que le hizo recordar a las reuniones de su hogar.—
    —Eira se sentó en uno de los bancos y pidió té acompañado de postres de distintos sabores, aunque pronto se dio cuenta de que nada de aquello se comparaba con las delicias de su reino, lo que la dejó ligeramente decepcionada.—
    —Aburrida, comenzó a observar su entorno, hasta que encontró tu mirada, algo que la impacto, pues no comprendió que estabas haciendo. Se quedó allí, fijando sus ojos color agua marina en los tuyos durante un largo rato, como si intentara leer tu alma. —
    —Habían pasado un par de días desde que Eira se había aventurado a través de uno de los portales mágicos de su reino, el proposito principal era una misión de exploración que le habían dictaminado las hadas mayores, sin embargo ella se había impuesto a sí misma una tarea de ardua exploración profunda, sin la aprobación del consejo. La curiosidad era, sin duda, una de sus mayores virtudes; por eso, cada encargo o investigación que recibía, ella solía doblegarlo a su favor, permitiéndose explorar más allá de lo solicitado, usando como excusa que “la bestia podría haberse ido muy lejos”.— —En este mismo viaje, había logrado ingresar al mundo humano, un lugar donde tuvo que aprender a ocultar sus alas y a no mostrar demasiado su verdadero ser, consciente de que incluso su nombre podía ser peligroso para los mortales. A pesar de ello, se había adaptado sorprendentemente bien. Convivia entre las personas con amabilidad, sin perder nunca la elegancia y firmeza propias de un hada guardiana.— —Una tarde, mientras paseaba por la zona, descubrió un lugar nuevo al que parecían dirigirse personas, entusiasmadas o agotadas, algunos traian pequeños aparatos eléctricos con los que simulaban trabajar; otros, simplemente charlaban entre sí, haciendo migas, algo que le hizo recordar a las reuniones de su hogar.— —Eira se sentó en uno de los bancos y pidió té acompañado de postres de distintos sabores, aunque pronto se dio cuenta de que nada de aquello se comparaba con las delicias de su reino, lo que la dejó ligeramente decepcionada.— —Aburrida, comenzó a observar su entorno, hasta que encontró tu mirada, algo que la impacto, pues no comprendió que estabas haciendo. Se quedó allí, fijando sus ojos color agua marina en los tuyos durante un largo rato, como si intentara leer tu alma. —
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  • 𝐂𝐀𝐍𝐆𝐑𝐄𝐉𝐎 - 𝐕𝐈
    𝐄𝐧 𝐥𝐚 𝐞𝐫𝐚 𝐝𝐞 𝐥𝐨𝐬 𝐡é𝐫𝐨𝐞𝐬 𝐲 𝐦𝐨𝐧𝐬𝐭𝐫𝐮𝐨𝐬

    ────Yo, Anquises, hijo de Capis, descendiente Dárdano, presento ahora a mi hijo Eneas ante los dioses para pedir su protección y sus bendiciones.

    Al tercer día, como dictaban las costumbres de los troyanos, Anquises había alzado a su hijo frente al fuego del hogar, en una pequeña ceremonia a la que asistieron algunas de las familias nobles de las ciudades aliadas de Dardania. Luego, se volvió hacia el sacerdote, quién posó su mano sobre la cabeza de su hijo para bendecirlo.

    El sacerdote comenzó a recitar plegarias sagradas para el Portador de Tormentas, pero su voz, vieja y astillada como la corteza de un viejo roble, flotó a un lugar lejano para Afro. Ocupaba su sitio junto al resto de los sirvientes congregados en el patio del palacio, entre las sombras que retrocedían ante el fuego de las antorchas dispuestas a su alrededor. Se refugio bajo el largo velo que caía detrás de su espalda. Aunque era una noche de verano, el aire cargado del dulce aroma del incienso y jazmín estaba bastante fresco.

    ────¡Zeus Cronión! Portador del rayo, centelleante, tonante, fulminante; escúchanos ahora…

    Afro apretó las manos frente a su estómago y observó con cierto anhelo a los nobles aglomerados en el interior. No iba a negarlo: le habría encantado tener un sitio delante de todo ese gran gentío, a un lado de la reina Temiste, presenciando la ceremonia como lo que realmente era: la madre de Eneas. No obstante, estar hasta atrás también tenía sus ventajas; y es que mientras la ceremonia transcurría, Afro había tenido la ocasión de examinar con ojo curioso a los invitados.

    Observó sus ropajes, la calidad de las telas que eran superiores a lo que ella llevaba puesto, los colores, los bordados tan finos hechos con hilos de oro. Un hermoso collar de cuentas de ámbar rodeaba el cuello de una noble, resaltando el color de sus ojos felinos. «Ah, esta sabe perfectamente lo que lleva sobre las clavículas. Es su mejor arma, es obvio que acaparará todas las miradas. Y ya veo algunos cuellos curiosos erguidos en su dirección». Pensó Afro, apenas disimulando una sonrisa.

    En el otro extremo del salón, un hombre de túnica azul oscuro estaba parado a un costado de una columna, Afro arqueó una ceja. No parecía haber recibido la invitación con mucha antelación; había sido uno de los últimos invitados en atravesar las puertas y su sonrisa, aunque amable y cortes, supo ocultar el color en sus mejillas. ¿Habría corrido a toda prisa para llegar hasta el palacio? Una pulsera de diminutas conchas rodeaba su muñeca. Eso le hizo sospechar que quizás el hombre venía de las costas de Licia.

    Pero de todos los invitados, un grupo en particular llamó su atención. Nunca había visto a ninguno, a pesar de que había escuchado sus nombres; hacían compañía a la reina Temiste. La cercanía en su trato, la naturalidad con la que hablaban, tan amena y cercana, le indicó que ya existía confianza entre ellos desde hace un tiempo. Más tarde, Anquises se encargaría de contarle que se trataba de la casa real de Ilión (Troya). El rey Príamo con su corona de lapislázuli que resaltaba sobre la cascada de cabellos negros, llevaba del brazo a la reina Hécuba de mirada vivas y gentil. Y a su lado, se encontraban sus hijos, sosteniendo ramas de olivo y laurel entre sus manitas. Por la forma en que sus dedos jugueteaban con los tallos frescos, era evidente el gran esfuerzo que estaban poniendo en no pelear, ni bostezar.

    Que buenos estaban siendo esos niños, había pensado para sus adentros. Si ella tuviera ese nivel de paciencia, probablemente habría hecho grandes proezas hace mucho. Era un logro que debía reconocerse.

    Y casi como si le hubiera leído las palabras en la mente, la hija pequeña de Príamo giró la cabeza, en su dirección.

    Afro contuvo la respiración cuando esos ojos de obsidiana cruzaron con los suyos. ¿Por qué… esa niña la miraba así? Era la expresión de alguien que había encontrado un cabello en su comida y empieza, meticulosamente, a hacer una lista mental de posibles cabezas sospechosas a quién podría pertenecer esa hebra. Era la primera vez que un niño mortal la observaba de esa manera, con tanta suspicacia, y eso, para su propia sorpresa, le provocó un ligero nerviosismo.

    Forzó una sonrisa, la más amable que sus labios consiguieron esbozar y discretamente levantó la mano para saludarla. Pero su gesto se derritió al instante, como la nieve bajo el sol de primavera. La niña no solo no le devolvió el saludo, sino que su expresión ceñuda se tornó aún más analítica. Tragó saliva, aunque incomoda, Afro no se achicó, ni rompió el contacto visual. Dejó que la niña hiciera su análisis sobre ella, convirtiéndose en el objetivo de contemplación de su estudio. Creyó que la descomponía pieza por pieza, hasta entender cada función, o al menos, eso intentaba ¿Podía culparla? En su edad más temprana, motivada por la curiosidad inocente, Afro habría hecho lo mismo con una ostra y un cangrejo que encontró en las orillas de la playa de Chipre, la primera vez que pisó tierra firme después de su nacimiento en el seno de las profundidades del mar. Los dioses crecían a una velocidad alarmante, así que cuando el oleaje terminó de dar forma a la carne y la sangre celestial de su padre que habían sido arrojados al mar, las olas expulsaron a la superficie a una niña que, aunque frágil, tenía la fuerza suficiente en las extremidades para nadar hasta la costa.

    Su conocimiento sobre el mundo era limitado y sin nadie quién la supervisara, se dedicó a caminar por la playa desierta. La playa de arenas blancas era enorme, los árboles frondosos que se alzaban a la distancia no le inspiraron el menor deseo de adentrarse en su espesura. Vagó sin rumbo hasta que algo capturó su atención: una ostra. Era liviana entre sus manos y al no oír sonido alguno al sacudirla junto a su oído, la abrió con ayuda de una piedra de punta afilada. Dentro encontró un par de perlas que después convertiría en los pendientes que ahora llevaba puestos.

    Más adelante halló un cangrejo caminando detrás de una roca enorme. Se acuclilló para observarlo, fascinada por esa forma tan peculiar de moverse de lado. Cada vez que intentaba llegar al mar, ella le cortaba el paso con la mano. El pequeño insistía, avanzando primero hacia un lado y luego hacia el otro, y ella, divertida, volvía a interponerse. Un duelo de paciencia que él perdió primero. Entre risas, cuando volvió a bloquearle el camino, el cangrejo esa vez cerró sus pinzas con firmeza alrededor de su dedo.

    Aún recordaba el dolor que aquello le causó, tan vivido y punzante que podría jurar que, después de años, el cangrejo seguía aferrado a su dedo solo para darle una lección de límites. Y vaya que lo consiguió; aquella punzada fantasma bastó para devolverla, de golpe, a la realidad.

    «Está bien. Ganaste esta ronda, amigo crustáceo».

    Hizo una leve mueca, el recuerdo tardío de esas pinzas que, al parecer, aún tenían algo que reclamarle, antes de que el murmullo de la ceremonia la alcanzara en los oídos.

    Moiras santas. Eso... eso dolió bastante...

    Gracias a los dioses, el sacerdote terminó su labor, poniendo fin al análisis de aquella niña troyana. La reina Hécuba tomó de la mano a la niña para conducirla junto a sus hermanos al frente, y fue entonces que Afro descubrió el nombre de aquella chiquilla.

    ────Ven, Cassandra ─le dijo su madre─. Vamos a llevarle nuestros regalos al príncipe.

    Dedicándole una última mirada que prometía continuar con el estudio de su persona más tarde y sin hacer más, obediente, Cassandra dio media vuelta y se perdió entre la multitud de nobles que se amontonaba junto a sus hijos para presentar sus regalos a Eneas. Su familia se situó en el lugar de preeminencia que les correspondía, siendo ellos los primeros en entregar sus obsequios. Solo los hijos mayores de Príamo pasaron al frente para ofrecer las ramitas de olivo y laurel al pequeño príncipe. Claro, Eneas los observaba confundido con sus grandes ojitos. No comprendía lo que estaba ocurriendo. Pero su hijo ya desde bebé era valiente, ninguna sombra de duda o temor cubrió su rostro ante ninguno de esos extraños que se acercaron a darle la bienvenida al mundo.

    El banquete dio inicio y el palacio se llenó de música, cantos y risas. Las antorchas danzaban en los muros y las voces se mezclaron con el sonido de las copas. En lo que restó de la noche, Afro no volvió a saber nada de Cassandra ni de sus analíticos ojos de obsidiana. Por un momento, Afro se sintió como aquel cangrejo en la playa, solo que, a diferencia de él, ella ahora no tenía pinzas con que defenderse.

    Y no las necesitaba.
    𝐂𝐀𝐍𝐆𝐑𝐄𝐉𝐎 - 𝐕𝐈 🦀 𝐄𝐧 𝐥𝐚 𝐞𝐫𝐚 𝐝𝐞 𝐥𝐨𝐬 𝐡é𝐫𝐨𝐞𝐬 𝐲 𝐦𝐨𝐧𝐬𝐭𝐫𝐮𝐨𝐬 ────Yo, Anquises, hijo de Capis, descendiente Dárdano, presento ahora a mi hijo Eneas ante los dioses para pedir su protección y sus bendiciones. Al tercer día, como dictaban las costumbres de los troyanos, Anquises había alzado a su hijo frente al fuego del hogar, en una pequeña ceremonia a la que asistieron algunas de las familias nobles de las ciudades aliadas de Dardania. Luego, se volvió hacia el sacerdote, quién posó su mano sobre la cabeza de su hijo para bendecirlo. El sacerdote comenzó a recitar plegarias sagradas para el Portador de Tormentas, pero su voz, vieja y astillada como la corteza de un viejo roble, flotó a un lugar lejano para Afro. Ocupaba su sitio junto al resto de los sirvientes congregados en el patio del palacio, entre las sombras que retrocedían ante el fuego de las antorchas dispuestas a su alrededor. Se refugio bajo el largo velo que caía detrás de su espalda. Aunque era una noche de verano, el aire cargado del dulce aroma del incienso y jazmín estaba bastante fresco. ────¡Zeus Cronión! Portador del rayo, centelleante, tonante, fulminante; escúchanos ahora… Afro apretó las manos frente a su estómago y observó con cierto anhelo a los nobles aglomerados en el interior. No iba a negarlo: le habría encantado tener un sitio delante de todo ese gran gentío, a un lado de la reina Temiste, presenciando la ceremonia como lo que realmente era: la madre de Eneas. No obstante, estar hasta atrás también tenía sus ventajas; y es que mientras la ceremonia transcurría, Afro había tenido la ocasión de examinar con ojo curioso a los invitados. Observó sus ropajes, la calidad de las telas que eran superiores a lo que ella llevaba puesto, los colores, los bordados tan finos hechos con hilos de oro. Un hermoso collar de cuentas de ámbar rodeaba el cuello de una noble, resaltando el color de sus ojos felinos. «Ah, esta sabe perfectamente lo que lleva sobre las clavículas. Es su mejor arma, es obvio que acaparará todas las miradas. Y ya veo algunos cuellos curiosos erguidos en su dirección». Pensó Afro, apenas disimulando una sonrisa. En el otro extremo del salón, un hombre de túnica azul oscuro estaba parado a un costado de una columna, Afro arqueó una ceja. No parecía haber recibido la invitación con mucha antelación; había sido uno de los últimos invitados en atravesar las puertas y su sonrisa, aunque amable y cortes, supo ocultar el color en sus mejillas. ¿Habría corrido a toda prisa para llegar hasta el palacio? Una pulsera de diminutas conchas rodeaba su muñeca. Eso le hizo sospechar que quizás el hombre venía de las costas de Licia. Pero de todos los invitados, un grupo en particular llamó su atención. Nunca había visto a ninguno, a pesar de que había escuchado sus nombres; hacían compañía a la reina Temiste. La cercanía en su trato, la naturalidad con la que hablaban, tan amena y cercana, le indicó que ya existía confianza entre ellos desde hace un tiempo. Más tarde, Anquises se encargaría de contarle que se trataba de la casa real de Ilión (Troya). El rey Príamo con su corona de lapislázuli que resaltaba sobre la cascada de cabellos negros, llevaba del brazo a la reina Hécuba de mirada vivas y gentil. Y a su lado, se encontraban sus hijos, sosteniendo ramas de olivo y laurel entre sus manitas. Por la forma en que sus dedos jugueteaban con los tallos frescos, era evidente el gran esfuerzo que estaban poniendo en no pelear, ni bostezar. Que buenos estaban siendo esos niños, había pensado para sus adentros. Si ella tuviera ese nivel de paciencia, probablemente habría hecho grandes proezas hace mucho. Era un logro que debía reconocerse. Y casi como si le hubiera leído las palabras en la mente, la hija pequeña de Príamo giró la cabeza, en su dirección. Afro contuvo la respiración cuando esos ojos de obsidiana cruzaron con los suyos. ¿Por qué… esa niña la miraba así? Era la expresión de alguien que había encontrado un cabello en su comida y empieza, meticulosamente, a hacer una lista mental de posibles cabezas sospechosas a quién podría pertenecer esa hebra. Era la primera vez que un niño mortal la observaba de esa manera, con tanta suspicacia, y eso, para su propia sorpresa, le provocó un ligero nerviosismo. Forzó una sonrisa, la más amable que sus labios consiguieron esbozar y discretamente levantó la mano para saludarla. Pero su gesto se derritió al instante, como la nieve bajo el sol de primavera. La niña no solo no le devolvió el saludo, sino que su expresión ceñuda se tornó aún más analítica. Tragó saliva, aunque incomoda, Afro no se achicó, ni rompió el contacto visual. Dejó que la niña hiciera su análisis sobre ella, convirtiéndose en el objetivo de contemplación de su estudio. Creyó que la descomponía pieza por pieza, hasta entender cada función, o al menos, eso intentaba ¿Podía culparla? En su edad más temprana, motivada por la curiosidad inocente, Afro habría hecho lo mismo con una ostra y un cangrejo que encontró en las orillas de la playa de Chipre, la primera vez que pisó tierra firme después de su nacimiento en el seno de las profundidades del mar. Los dioses crecían a una velocidad alarmante, así que cuando el oleaje terminó de dar forma a la carne y la sangre celestial de su padre que habían sido arrojados al mar, las olas expulsaron a la superficie a una niña que, aunque frágil, tenía la fuerza suficiente en las extremidades para nadar hasta la costa. Su conocimiento sobre el mundo era limitado y sin nadie quién la supervisara, se dedicó a caminar por la playa desierta. La playa de arenas blancas era enorme, los árboles frondosos que se alzaban a la distancia no le inspiraron el menor deseo de adentrarse en su espesura. Vagó sin rumbo hasta que algo capturó su atención: una ostra. Era liviana entre sus manos y al no oír sonido alguno al sacudirla junto a su oído, la abrió con ayuda de una piedra de punta afilada. Dentro encontró un par de perlas que después convertiría en los pendientes que ahora llevaba puestos. Más adelante halló un cangrejo caminando detrás de una roca enorme. Se acuclilló para observarlo, fascinada por esa forma tan peculiar de moverse de lado. Cada vez que intentaba llegar al mar, ella le cortaba el paso con la mano. El pequeño insistía, avanzando primero hacia un lado y luego hacia el otro, y ella, divertida, volvía a interponerse. Un duelo de paciencia que él perdió primero. Entre risas, cuando volvió a bloquearle el camino, el cangrejo esa vez cerró sus pinzas con firmeza alrededor de su dedo. Aún recordaba el dolor que aquello le causó, tan vivido y punzante que podría jurar que, después de años, el cangrejo seguía aferrado a su dedo solo para darle una lección de límites. Y vaya que lo consiguió; aquella punzada fantasma bastó para devolverla, de golpe, a la realidad. «Está bien. Ganaste esta ronda, amigo crustáceo». Hizo una leve mueca, el recuerdo tardío de esas pinzas que, al parecer, aún tenían algo que reclamarle, antes de que el murmullo de la ceremonia la alcanzara en los oídos. Moiras santas. Eso... eso dolió bastante... Gracias a los dioses, el sacerdote terminó su labor, poniendo fin al análisis de aquella niña troyana. La reina Hécuba tomó de la mano a la niña para conducirla junto a sus hermanos al frente, y fue entonces que Afro descubrió el nombre de aquella chiquilla. ────Ven, Cassandra ─le dijo su madre─. Vamos a llevarle nuestros regalos al príncipe. Dedicándole una última mirada que prometía continuar con el estudio de su persona más tarde y sin hacer más, obediente, Cassandra dio media vuelta y se perdió entre la multitud de nobles que se amontonaba junto a sus hijos para presentar sus regalos a Eneas. Su familia se situó en el lugar de preeminencia que les correspondía, siendo ellos los primeros en entregar sus obsequios. Solo los hijos mayores de Príamo pasaron al frente para ofrecer las ramitas de olivo y laurel al pequeño príncipe. Claro, Eneas los observaba confundido con sus grandes ojitos. No comprendía lo que estaba ocurriendo. Pero su hijo ya desde bebé era valiente, ninguna sombra de duda o temor cubrió su rostro ante ninguno de esos extraños que se acercaron a darle la bienvenida al mundo. El banquete dio inicio y el palacio se llenó de música, cantos y risas. Las antorchas danzaban en los muros y las voces se mezclaron con el sonido de las copas. En lo que restó de la noche, Afro no volvió a saber nada de Cassandra ni de sus analíticos ojos de obsidiana. Por un momento, Afro se sintió como aquel cangrejo en la playa, solo que, a diferencia de él, ella ahora no tenía pinzas con que defenderse. Y no las necesitaba.
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  • Los detalles de 𝙰𝚔𝚒𝚑𝚒𝚔𝚘 𝐘𝐮𝐤𝐢𝐦𝐮𝐫𝐚 siempre son puntuales y perfectos. Un gran "Te amo!" que no puedo ocultar, estoy tan feliz de que estemos juntos ♥
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  • Esto se ha publicado como Out Of Character. Tenlo en cuenta al responder.
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    Y si la fortuna o el azar me dan la oportunidad de volvernos a ver... Juro que jamás te ocultaré lo que hay dentro de mi ser, te abriré mi corazón...
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