• -Listo para ir a estudiar, misión del día: ocultar mi dinero de Kei.- (?)
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  • ¿Alguna vez han sentido que el mundo les pide *apagarse?

    La pregunta flota en el aire, susurrada entre el rumor de la ciudad, proyectada en las paredes de callejones y plazas mediante un hechizo de eco ilusorio. Las letras brillan en rosa neón y azul eléctrico antes de estallar en cientos de mariposas de luz.

    Kai aparece de repente en medio de la plaza, no en un escenario, sino *entre la gente*: sus cuernos de coral irradian un suave resplandor, y el dije de su cola dibuja espirales doradas en el aire. No hay anuncios grandilocuentes ni discursos preparados. Solo él, con los puños ligeramente cerrados, como si sostuviera algo invisible.

    A mí también.

    Abre las manos. De ellas surge una ciudad en miniatura, hecha de luz: Aethelburg, pero *distinta*. En ella, figuras de todas las razas y formas se mueven sin miedo, se toman de las manos, comparten pan. Un niño tiefling ríe mientras trepa a los hombros de un guardia humano; dos mujeres orco y elfa tejen coronas de flores juntas. La ilusión es tan vívida que huele a canela y hierba fresca.

    No es un sueño. Es lo que ya somos—solo que alguien se empeña en ocultarlo.

    La proyección se desvanece cuando un grupo de encapuchados de la Orden irrumpe en la plaza, pero Kai no se inmuta. En cambio, *sonríe*. Con un chasquido de dedos, cada sombra bajo sus capas cobra vida: serpientes de luz se enroscan en sus tobillos, flores de fuego frío brotan donde pisan. No para dañarlos, sino para marcarlos.

    Miren bien, Llama Pura. Sus tinieblas nos pertenecen ahora.

    Se vuelve hacia la multitud, especialmente hacia los rostros jóvenes escondidos entre la gente. Les guiña un ojo mientras su voz se multiplica por los callejones, gracias a un encantamiento de eco robado a un altavoz de la Orden.

    No necesitamos permiso para brillar. Hoy, mañana, siempre… la calle es nuestra galería.

    Y entonces, como si fuera una conspiración, sucede: en ventanas y balcones, pequeños hologramas aparecen. Son gestos espontáneos—un corazón aquí, un puño levantado allá—creados por aprendices, artistas callejeros, cualquiera que haya guardado un hechizo en el bolsillo esperando este momento.

    Kai no lo planeó. Pero ahora ríe, genuino, mientras extiende los brazos:
    ¡Ja! ¿Ven? Esto nunca fue sobre mí.

    La luz colectiva ilumina su rostro cuando mira hacia la torre del Consejo, desafiante.

    Es solo el principio.
    ¿Alguna vez han sentido que el mundo les pide *apagarse? La pregunta flota en el aire, susurrada entre el rumor de la ciudad, proyectada en las paredes de callejones y plazas mediante un hechizo de eco ilusorio. Las letras brillan en rosa neón y azul eléctrico antes de estallar en cientos de mariposas de luz. Kai aparece de repente en medio de la plaza, no en un escenario, sino *entre la gente*: sus cuernos de coral irradian un suave resplandor, y el dije de su cola dibuja espirales doradas en el aire. No hay anuncios grandilocuentes ni discursos preparados. Solo él, con los puños ligeramente cerrados, como si sostuviera algo invisible. A mí también. Abre las manos. De ellas surge una ciudad en miniatura, hecha de luz: Aethelburg, pero *distinta*. En ella, figuras de todas las razas y formas se mueven sin miedo, se toman de las manos, comparten pan. Un niño tiefling ríe mientras trepa a los hombros de un guardia humano; dos mujeres orco y elfa tejen coronas de flores juntas. La ilusión es tan vívida que huele a canela y hierba fresca. No es un sueño. Es lo que ya somos—solo que alguien se empeña en ocultarlo. La proyección se desvanece cuando un grupo de encapuchados de la Orden irrumpe en la plaza, pero Kai no se inmuta. En cambio, *sonríe*. Con un chasquido de dedos, cada sombra bajo sus capas cobra vida: serpientes de luz se enroscan en sus tobillos, flores de fuego frío brotan donde pisan. No para dañarlos, sino para marcarlos. Miren bien, Llama Pura. Sus tinieblas nos pertenecen ahora. Se vuelve hacia la multitud, especialmente hacia los rostros jóvenes escondidos entre la gente. Les guiña un ojo mientras su voz se multiplica por los callejones, gracias a un encantamiento de eco robado a un altavoz de la Orden. No necesitamos permiso para brillar. Hoy, mañana, siempre… la calle es nuestra galería. Y entonces, como si fuera una conspiración, sucede: en ventanas y balcones, pequeños hologramas aparecen. Son gestos espontáneos—un corazón aquí, un puño levantado allá—creados por aprendices, artistas callejeros, cualquiera que haya guardado un hechizo en el bolsillo esperando este momento. Kai no lo planeó. Pero ahora ríe, genuino, mientras extiende los brazos: ¡Ja! ¿Ven? Esto nunca fue sobre mí. La luz colectiva ilumina su rostro cuando mira hacia la torre del Consejo, desafiante. Es solo el principio.
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  • A mí... ¿Me gustaba vivir?.
    Recuerdo que solía escribir.
    Recuerdo el rostro lejano de alguien... Pero. ¿Quién era?. Mi pecho se contrae sin respuestas. ¿Quién soy?.

    J.K. no, ese era un adverbio para ocultar la desgracia de mi linaje, es cierto ... Nadie sabía de esa historia más que los padres y los habitantes de esa isla.

    ¿Lo habrán olvidado?.
    ¿De quién es esa voz?.
    ¿Quién eres tú?.
    ¿Qué soy yo?.

    No lo entiendo.

    A mí... ¿Me gustaba vivir?. Recuerdo que solía escribir. Recuerdo el rostro lejano de alguien... Pero. ¿Quién era?. Mi pecho se contrae sin respuestas. ¿Quién soy?. J.K. no, ese era un adverbio para ocultar la desgracia de mi linaje, es cierto ... Nadie sabía de esa historia más que los padres y los habitantes de esa isla. ¿Lo habrán olvidado?. ¿De quién es esa voz?. ¿Quién eres tú?. ¿Qué soy yo?. No lo entiendo.
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  • "𝘓𝘢 𝘭𝘶𝘻 𝘦𝘯 𝘭𝘢𝘴 𝘵𝘪𝘯𝘪𝘦𝘣𝘭𝘢𝘴 𝘳𝘦𝘴𝘱𝘭𝘢𝘯𝘥𝘦𝘤𝘦, 𝘺 𝘭𝘢𝘴 𝘵𝘪𝘯𝘪𝘦𝘣𝘭𝘢𝘴 𝘯𝘰 𝘭𝘢 𝘤𝘰𝘮𝘱𝘳𝘦𝘯𝘥𝘪𝘦𝘳𝘰𝘯." — 𝘑𝘶𝘢𝘯 𝟣:𝟧

    La tormenta aún no había estallado, pero el cielo ya pendía como un velo herido de presagios. Las nubes giraban sobre sí mismas con la lentitud de lo inevitable, y el viento arrastraba restos: ceniza, hojas podridas, fragmentos de oraciones que nadie volvería a pronunciar. Móiril había llegado sola hasta las ruinas del santuario, allí donde el tiempo no redimía ni a los muros ni a los mártires.

    Se detuvo frente al altar colapsado, un bloque de piedra tallado con símbolos que la humedad y el abandono apenas lograban ocultar. Entre sus dedos, cubiertos por guanteletes oscurecidos por la intemperie y la sangre vieja, sostenía una página rasgada de un códice sagrado. La tinta estaba ennegrecida por el fuego, pero una línea aún resistía:

    “𝘓𝘢 𝘭𝘶𝘻 𝘦𝘯 𝘭𝘢𝘴 𝘵𝘪𝘯𝘪𝘦𝘣𝘭𝘢𝘴 𝘳𝘦𝘴𝘱𝘭𝘢𝘯𝘥𝘦𝘤𝘦, 𝘺 𝘭𝘢𝘴 𝘵𝘪𝘯𝘪𝘦𝘣𝘭𝘢𝘴 𝘯𝘰 𝘭𝘢 𝘤𝘰𝘮𝘱𝘳𝘦𝘯𝘥𝘪𝘦𝘳𝘰𝘯.”

    Leyó aquellas palabras en voz baja, casi como quien invoca el recuerdo de un nombre que ya no puede pronunciarse sin dolor. Había cerrado los ojos un instante, como si el peso del pasado la golpeara con fuerza renovada, pero no era debilidad: era contención. Era la marca de quien ha aprendido a no quebrarse donde otros habrían gritado.

    — “Las tinieblas no la comprendieron…” —Murmuró entonces.— Pero fue la luz la que primero me volvió el rostro. ¿Quién, entonces, no comprendió a quién?

    Sus pasos la llevaron a rozar el altar con la mano izquierda, y al hacerlo, sintió el eco de antiguos juramentos vibrar bajo sus dedos. Juramentos que había cumplido, promesas por las que había sangrado.

    —Yo fui su instrumento. Elegida, consagrada, moldeada para portar un juicio que no era mío. Creí en la luz como se cree en una madre: con obediencia ciega. Pero cuando me ofrecí…

    La ira no se dibujó en su voz. No era un estallido, sino una marea oscura que latía por debajo, en cada palabra.

    —Las sombras, al menos, no me exigieron pureza. No me pidieron que olvidara. Me permitieron ser entera en mi dolor, sin fingir redención. En la oscuridad, el pecado tiene nombre. El sacrificio tiene rostro. En la luz… Solo hay silencio cuando el mártir no conviene.

    Permaneció en pie por un momento más, dejando que el viento le desordenara el manto, que la lluvia comenzara a manchar su armadura con gotas como llagas abiertas. No se movía, no rezaba. Solo recordaba.

    —En ese descenso, perdí algo más que mi nombre. Perdí la fe en aquello que no supo sostenerme cuando más lo necesité.

    Y entonces, dió la espalda al altar. Se alejó sin mirar atrás, como quien ya no espera justicia ni consuelo, solo la continuación de un destino que eligió cuando todo lo demás le fue arrebatado.
    "𝘓𝘢 𝘭𝘶𝘻 𝘦𝘯 𝘭𝘢𝘴 𝘵𝘪𝘯𝘪𝘦𝘣𝘭𝘢𝘴 𝘳𝘦𝘴𝘱𝘭𝘢𝘯𝘥𝘦𝘤𝘦, 𝘺 𝘭𝘢𝘴 𝘵𝘪𝘯𝘪𝘦𝘣𝘭𝘢𝘴 𝘯𝘰 𝘭𝘢 𝘤𝘰𝘮𝘱𝘳𝘦𝘯𝘥𝘪𝘦𝘳𝘰𝘯." — 𝘑𝘶𝘢𝘯 𝟣:𝟧 La tormenta aún no había estallado, pero el cielo ya pendía como un velo herido de presagios. Las nubes giraban sobre sí mismas con la lentitud de lo inevitable, y el viento arrastraba restos: ceniza, hojas podridas, fragmentos de oraciones que nadie volvería a pronunciar. Móiril había llegado sola hasta las ruinas del santuario, allí donde el tiempo no redimía ni a los muros ni a los mártires. Se detuvo frente al altar colapsado, un bloque de piedra tallado con símbolos que la humedad y el abandono apenas lograban ocultar. Entre sus dedos, cubiertos por guanteletes oscurecidos por la intemperie y la sangre vieja, sostenía una página rasgada de un códice sagrado. La tinta estaba ennegrecida por el fuego, pero una línea aún resistía: “𝘓𝘢 𝘭𝘶𝘻 𝘦𝘯 𝘭𝘢𝘴 𝘵𝘪𝘯𝘪𝘦𝘣𝘭𝘢𝘴 𝘳𝘦𝘴𝘱𝘭𝘢𝘯𝘥𝘦𝘤𝘦, 𝘺 𝘭𝘢𝘴 𝘵𝘪𝘯𝘪𝘦𝘣𝘭𝘢𝘴 𝘯𝘰 𝘭𝘢 𝘤𝘰𝘮𝘱𝘳𝘦𝘯𝘥𝘪𝘦𝘳𝘰𝘯.” Leyó aquellas palabras en voz baja, casi como quien invoca el recuerdo de un nombre que ya no puede pronunciarse sin dolor. Había cerrado los ojos un instante, como si el peso del pasado la golpeara con fuerza renovada, pero no era debilidad: era contención. Era la marca de quien ha aprendido a no quebrarse donde otros habrían gritado. — “Las tinieblas no la comprendieron…” —Murmuró entonces.— Pero fue la luz la que primero me volvió el rostro. ¿Quién, entonces, no comprendió a quién? Sus pasos la llevaron a rozar el altar con la mano izquierda, y al hacerlo, sintió el eco de antiguos juramentos vibrar bajo sus dedos. Juramentos que había cumplido, promesas por las que había sangrado. —Yo fui su instrumento. Elegida, consagrada, moldeada para portar un juicio que no era mío. Creí en la luz como se cree en una madre: con obediencia ciega. Pero cuando me ofrecí… La ira no se dibujó en su voz. No era un estallido, sino una marea oscura que latía por debajo, en cada palabra. —Las sombras, al menos, no me exigieron pureza. No me pidieron que olvidara. Me permitieron ser entera en mi dolor, sin fingir redención. En la oscuridad, el pecado tiene nombre. El sacrificio tiene rostro. En la luz… Solo hay silencio cuando el mártir no conviene. Permaneció en pie por un momento más, dejando que el viento le desordenara el manto, que la lluvia comenzara a manchar su armadura con gotas como llagas abiertas. No se movía, no rezaba. Solo recordaba. —En ese descenso, perdí algo más que mi nombre. Perdí la fe en aquello que no supo sostenerme cuando más lo necesité. Y entonces, dió la espalda al altar. Se alejó sin mirar atrás, como quien ya no espera justicia ni consuelo, solo la continuación de un destino que eligió cuando todo lo demás le fue arrebatado.
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  • Esto se ha publicado como Out Of Character. Tenlo en cuenta al responder.
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    —Ha sido difícil para todos nosotros, Tony, por eso es que necesitamos estar...

    —¿Juntos?—Tony bufó, interrumpiendo la frase de la rubia con un toque irónico que la hizo callarse al instante—. He vivido lo suficiente como para saber que no necesito clases de moralidad de una paleta descongelada de cien años—él se puso de pie, puntualizando en el tono tajante al hablar.

    Dio un par de pasos hacia ella, tambaleándose mientras arrancaba la vía intravenosa que Banner le había colocado en el antebrazo un rato antes.

    —Mucho menos cuando esa eres tú, Rogers.

    Una corriente de incomodidad atravesó a Stephanie desde los pies a la cabeza, dejándola inmovilizada, clavada al lugar en el que estaba parada. Sus pupilas viajaron a través de toda la habitación, sobre los rostros de todos sus compañeros que prestaban atención a la discusión, a Pepper que lucía igual de incómoda que ella pero permanecía a una distancia prudente, protegida tras Rhodes. El enojo podía verse en los ojos castaños de Tony, en la expresión tensa sobre sus facciones cansadas.

    Inhaló con fuerza, sabiendo que cualquier palabra que dijera provocaría que el hombre explotara. Había imaginado cientos de veces cómo sería la reacción de sus pares al revelar la relación que mantenían, las promesas que se habían hecho; lo había imaginado incluso después de que se separaran, cuando ella se volvió una fugitiva para la nación por la que se había sacrificado. Nada se parecía a ese panorama, pero allí estaban, a tan solo un gesto de que todo saliera a la luz.

    —¿No tienes nada para decirme, uhm?—la rubia lo miró a los ojos, conmocionada, sofocada por la cercanía del hombre. Tony arqueó una ceja, burlesco.

    —Sé que estás enojado—tragó saliva; la voz le sonaba rasposa—. Pero este no es 𝘦𝘴𝘦 momento. Necesito...

    —Yo te necesitaba a ti. Te necesitaba a mi lado hace dos años—su murmullo fue desgarrador, cargado de rencor y tristeza—. Rompiste el equipo. Me abandonaste. Ibas a casarte conmigo mientras me engañabas.

    —Yo no...

    —¡No me refiero a que te acostaras con él! —gritó, y la sujetó de los hombros, empujándola contra la pared.

    Rhodes dio un paso al frente, pero se detuvo al ver la mano de Stephanie alzarse para frenarlo.

    —Incluso eso lo habría preferido —continuó Tony—. Hubiera preferido que te acostaras con Barnes antes que ocultarme lo que él le hizo a mis padres.

    » No me importa lo que necesites —sus ojos brillaban con lágrimas que no terminaban de caer—. Porque yo no tengo nada para ti. No tengo coordenadas, ni tácticas, ni planes. Ni confianza en ti, mentirosa.

    Apenas terminó de hablar, retrocedió dos pasos, jadeando como si el aire lo abandonara. Las manos que antes la sujetaban se deslizaron y cayeron. Stephanie estiró los brazos para sostenerlo, pero él apenas reaccionó; le dio un manotazo débil antes de desvanecerse.

    Ella lo atrapó por las axilas antes de que tocara el suelo. No dijo nada. No se movió.

    Pepper se acercó junto con Rhodes para ayudar a trasladarlo. Bruce los siguió. Y entonces Stephanie sintió la mirada de Pepper, un reproche silencioso clavándose en su conciencia.

    Se quedó allí, congelada contra la pared. Las lágrimas se acumularon en sus ojos azules. Todo su cuerpo se aflojó, como si el dolor en su pecho hubiera vencido cada músculo. La culpa con la que creía saber vivir creció de golpe, expandiéndose con una fuerza brutal. Los recuerdos ardieron en su memoria, regresando como llamas: todos los "¿y si...?" que se había preguntado mil veces, regresando a devorarla.

    Quiso ignorar todo. Solo una cosa más en esa realidad insoportable. Y entonces corrió. Sin rumbo, sin detenerse, hasta que la noche se desvaneció y el amanecer volvió.

    Solo cuando sintió el agotamiento, regresó a su habitación. Los músculos le dolían, el cuerpo sudado le pesaba. Se dejó caer sobre la alfombra... y durmió.

    En su sueño, los ojos de Tony la perseguían, cargados de traición. Y junto a ellos, el vacío. El recuerdo de Bucky desintegrándose frente a sus ojos. Y ella, una vez más, sin poder hacer nada.
    —Ha sido difícil para todos nosotros, Tony, por eso es que necesitamos estar... —¿Juntos?—Tony bufó, interrumpiendo la frase de la rubia con un toque irónico que la hizo callarse al instante—. He vivido lo suficiente como para saber que no necesito clases de moralidad de una paleta descongelada de cien años—él se puso de pie, puntualizando en el tono tajante al hablar. Dio un par de pasos hacia ella, tambaleándose mientras arrancaba la vía intravenosa que Banner le había colocado en el antebrazo un rato antes. —Mucho menos cuando esa eres tú, Rogers. Una corriente de incomodidad atravesó a Stephanie desde los pies a la cabeza, dejándola inmovilizada, clavada al lugar en el que estaba parada. Sus pupilas viajaron a través de toda la habitación, sobre los rostros de todos sus compañeros que prestaban atención a la discusión, a Pepper que lucía igual de incómoda que ella pero permanecía a una distancia prudente, protegida tras Rhodes. El enojo podía verse en los ojos castaños de Tony, en la expresión tensa sobre sus facciones cansadas. Inhaló con fuerza, sabiendo que cualquier palabra que dijera provocaría que el hombre explotara. Había imaginado cientos de veces cómo sería la reacción de sus pares al revelar la relación que mantenían, las promesas que se habían hecho; lo había imaginado incluso después de que se separaran, cuando ella se volvió una fugitiva para la nación por la que se había sacrificado. Nada se parecía a ese panorama, pero allí estaban, a tan solo un gesto de que todo saliera a la luz. —¿No tienes nada para decirme, uhm?—la rubia lo miró a los ojos, conmocionada, sofocada por la cercanía del hombre. Tony arqueó una ceja, burlesco. —Sé que estás enojado—tragó saliva; la voz le sonaba rasposa—. Pero este no es 𝘦𝘴𝘦 momento. Necesito... —Yo te necesitaba a ti. Te necesitaba a mi lado hace dos años—su murmullo fue desgarrador, cargado de rencor y tristeza—. Rompiste el equipo. Me abandonaste. Ibas a casarte conmigo mientras me engañabas. —Yo no... —¡No me refiero a que te acostaras con él! —gritó, y la sujetó de los hombros, empujándola contra la pared. Rhodes dio un paso al frente, pero se detuvo al ver la mano de Stephanie alzarse para frenarlo. —Incluso eso lo habría preferido —continuó Tony—. Hubiera preferido que te acostaras con Barnes antes que ocultarme lo que él le hizo a mis padres. » No me importa lo que necesites —sus ojos brillaban con lágrimas que no terminaban de caer—. Porque yo no tengo nada para ti. No tengo coordenadas, ni tácticas, ni planes. Ni confianza en ti, mentirosa. Apenas terminó de hablar, retrocedió dos pasos, jadeando como si el aire lo abandonara. Las manos que antes la sujetaban se deslizaron y cayeron. Stephanie estiró los brazos para sostenerlo, pero él apenas reaccionó; le dio un manotazo débil antes de desvanecerse. Ella lo atrapó por las axilas antes de que tocara el suelo. No dijo nada. No se movió. Pepper se acercó junto con Rhodes para ayudar a trasladarlo. Bruce los siguió. Y entonces Stephanie sintió la mirada de Pepper, un reproche silencioso clavándose en su conciencia. Se quedó allí, congelada contra la pared. Las lágrimas se acumularon en sus ojos azules. Todo su cuerpo se aflojó, como si el dolor en su pecho hubiera vencido cada músculo. La culpa con la que creía saber vivir creció de golpe, expandiéndose con una fuerza brutal. Los recuerdos ardieron en su memoria, regresando como llamas: todos los "¿y si...?" que se había preguntado mil veces, regresando a devorarla. Quiso ignorar todo. Solo una cosa más en esa realidad insoportable. Y entonces corrió. Sin rumbo, sin detenerse, hasta que la noche se desvaneció y el amanecer volvió. Solo cuando sintió el agotamiento, regresó a su habitación. Los músculos le dolían, el cuerpo sudado le pesaba. Se dejó caer sobre la alfombra... y durmió. En su sueño, los ojos de Tony la perseguían, cargados de traición. Y junto a ellos, el vacío. El recuerdo de Bucky desintegrándose frente a sus ojos. Y ella, una vez más, sin poder hacer nada.
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  • Después de meses en las sombras, Emma Müller volvió a cruzar las puertas de la UAC sin necesidad de ocultarse. Sus pasos resonaban firmes en el pasillo, aunque sus ojos oscuros aún guardaban rastros de lo que había vivido lejos de todos. Nadie sabía con exactitud a qué se había enfrentado, sólo que su ausencia había sido necesaria… y peligrosa.

    Algunos levantaron la vista sorprendidos al verla. Otros, simplemente asintieron, como si su regreso fuera parte de un plan que no necesitaba explicación. Ella, fiel a su estilo, no ofreció muchas palabras. Llevaba su chaqueta negra, su carpeta bajo el brazo y ese gesto serio que siempre la acompañaba. Pero esta vez, había algo distinto: se movía con más soltura, más segura, como si las heridas de antes ya no pesaran tanto.

    Se sentó en su escritorio, dejó su bolso a un lado y encendió el monitor. El fondo de pantalla seguía siendo el mismo: un amanecer sobre una ciudad que sólo ella reconocía. Respiró hondo.

    —Estoy de vuelta —murmuró, apenas audible, antes de sumergirse otra vez en los expedientes. Y con eso, la sombra de Emma Müller volvió a formar parte del equipo.
    Después de meses en las sombras, Emma Müller volvió a cruzar las puertas de la UAC sin necesidad de ocultarse. Sus pasos resonaban firmes en el pasillo, aunque sus ojos oscuros aún guardaban rastros de lo que había vivido lejos de todos. Nadie sabía con exactitud a qué se había enfrentado, sólo que su ausencia había sido necesaria… y peligrosa. Algunos levantaron la vista sorprendidos al verla. Otros, simplemente asintieron, como si su regreso fuera parte de un plan que no necesitaba explicación. Ella, fiel a su estilo, no ofreció muchas palabras. Llevaba su chaqueta negra, su carpeta bajo el brazo y ese gesto serio que siempre la acompañaba. Pero esta vez, había algo distinto: se movía con más soltura, más segura, como si las heridas de antes ya no pesaran tanto. Se sentó en su escritorio, dejó su bolso a un lado y encendió el monitor. El fondo de pantalla seguía siendo el mismo: un amanecer sobre una ciudad que sólo ella reconocía. Respiró hondo. —Estoy de vuelta —murmuró, apenas audible, antes de sumergirse otra vez en los expedientes. Y con eso, la sombra de Emma Müller volvió a formar parte del equipo.
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  • No sé qué me dio exactamente a las dos y cuarenta y tres de la mañana. Tal vez fue el insomnio, tal vez el antojo, o tal vez simplemente el aburrimiento. Pero en cuanto pensé en el pudín de vainilla que guardaban en el comedor, supe que no había vuelta atrás.

    Salí de la habitación sin hacer ruido, con la linterna de mi reloj iluminando apenas lo justo. Fui tocando las puertas de mis compañeros uno por uno, con una sonrisa imposible de ocultar.

    —Despierten, dormilones. Operación Pudín está en marcha.

    El primero en abrir fue Ryan, con el cabello hecho un desastre y cara de “si me matas, lo agradeceré”.

    —¿Emma? ¿Qué demonios…?

    —Pudín, Ryan. Dulce, frío, cremoso… Pudín. En el comedor. Ahora.

    En menos de diez minutos éramos cinco, caminando en fila india por los pasillos como si fuéramos parte de una operación secreta del gobierno. Nadie hablaba fuerte. Nadie quería llamar la atención. Solo se escuchaban las risitas ahogadas y el crujido de las botas deslizándose por el suelo.

    Cuando abrimos el refrigerador y vi los botes con la etiqueta “NO TOCAR – INVENTARIO”, sentí que se me iluminaba el alma.

    —Vamos a ir al infierno —murmuró Mia, mirando alrededor nerviosa.

    —Probablemente. Pero primero, vamos a ir al cielo —dije, metiendo la cuchara en el primero.

    No habíamos terminado el segundo bote cuando la maldita luz se encendió de golpe. Y ahí estaba él: el capitán Holloway. De pie, en pijama, con los brazos cruzados y esa expresión que solo significa una cosa: muerte lenta y dolorosa.

    —¿Disfrutando la cena? —preguntó, con una calma tan peligrosa que hasta el pudín se me congeló en la boca.

    Tragué. Nadie dijo nada.

    —Cinco minutos. Afuera. Uniforme completo. Los quiero empapados y corriendo antes de que se arrepientan de haber nacido.

    3:28 a.m. — Bajo la lluvia

    No sabía que podía llover así. Era como si el cielo nos castigara en sincronía con el capitán. Corrimos, saltamos, arrastramos cuerdas, cruzamos lodo, trepamos muros, y todo con el barro metido hasta en los dientes. Mis piernas ardían, mis pulmones gritaban, pero no podía dejar de reírme entre cada orden que nos ladraba.

    —¿Vale la pena? —gritó Ryan mientras se sacudía el barro.

    —Cada maldita cucharada —le grité de vuelta, empapada, temblando y feliz como una loca.

    Terminamos el castigo a las cinco y media. Exhaustos, congelados, y con la promesa de no volver a hacerlo jamás. Al menos, no hasta que vuelva a haber pudín en el refrigerador.
    No sé qué me dio exactamente a las dos y cuarenta y tres de la mañana. Tal vez fue el insomnio, tal vez el antojo, o tal vez simplemente el aburrimiento. Pero en cuanto pensé en el pudín de vainilla que guardaban en el comedor, supe que no había vuelta atrás. Salí de la habitación sin hacer ruido, con la linterna de mi reloj iluminando apenas lo justo. Fui tocando las puertas de mis compañeros uno por uno, con una sonrisa imposible de ocultar. —Despierten, dormilones. Operación Pudín está en marcha. El primero en abrir fue Ryan, con el cabello hecho un desastre y cara de “si me matas, lo agradeceré”. —¿Emma? ¿Qué demonios…? —Pudín, Ryan. Dulce, frío, cremoso… Pudín. En el comedor. Ahora. En menos de diez minutos éramos cinco, caminando en fila india por los pasillos como si fuéramos parte de una operación secreta del gobierno. Nadie hablaba fuerte. Nadie quería llamar la atención. Solo se escuchaban las risitas ahogadas y el crujido de las botas deslizándose por el suelo. Cuando abrimos el refrigerador y vi los botes con la etiqueta “NO TOCAR – INVENTARIO”, sentí que se me iluminaba el alma. —Vamos a ir al infierno —murmuró Mia, mirando alrededor nerviosa. —Probablemente. Pero primero, vamos a ir al cielo —dije, metiendo la cuchara en el primero. No habíamos terminado el segundo bote cuando la maldita luz se encendió de golpe. Y ahí estaba él: el capitán Holloway. De pie, en pijama, con los brazos cruzados y esa expresión que solo significa una cosa: muerte lenta y dolorosa. —¿Disfrutando la cena? —preguntó, con una calma tan peligrosa que hasta el pudín se me congeló en la boca. Tragué. Nadie dijo nada. —Cinco minutos. Afuera. Uniforme completo. Los quiero empapados y corriendo antes de que se arrepientan de haber nacido. 3:28 a.m. — Bajo la lluvia No sabía que podía llover así. Era como si el cielo nos castigara en sincronía con el capitán. Corrimos, saltamos, arrastramos cuerdas, cruzamos lodo, trepamos muros, y todo con el barro metido hasta en los dientes. Mis piernas ardían, mis pulmones gritaban, pero no podía dejar de reírme entre cada orden que nos ladraba. —¿Vale la pena? —gritó Ryan mientras se sacudía el barro. —Cada maldita cucharada —le grité de vuelta, empapada, temblando y feliz como una loca. Terminamos el castigo a las cinco y media. Exhaustos, congelados, y con la promesa de no volver a hacerlo jamás. Al menos, no hasta que vuelva a haber pudín en el refrigerador.
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  • Se podía saber que la primavera se había impuesto al frío invierno, porque lo que antes eran helados copos habían sido sustituidos por la suave caricia de los pétalos de cerezo.

    El sol se filtraba a través de sus hojas, haciendo sucumbir a la nieve que, estos meses atrás, los había mantenido prácticamente aislados del mundo.

    Aquel día, Kazuo se había sentido con fuerzas para ponerse en pie, disfrutando del fresco aroma que le regalaba la montaña en cada brisa que chocaba como las olas del mar. Sentía sus músculos agarrotados y su cuerpo, cansado en extremo. Pero necesitaba salir de aquellas cuatro paredes que mantenían su alma cautiva, en una cárcel que le recordaba en todo momento que había estado a punto de ser testigo de su propia muerte.

    La humedad de la tierra y la hierba, bañada por el rocío, se filtraban a través de sus desnudos pies. Siempre iba descalzo; era lo único que era incapaz de ocultar de su naturaleza. Al fin y al cabo, seguía siendo un zorro. Uno que, siempre que tuviera oportunidad, correría por la montaña hasta no tener aliento para continuar.

    Inspiró, absorbiendo la esencia que lo rodeaba, conteniendo el aire para deleitarse con esta. Los matices que acompañaban aquel lugar le recordaban que estaba en casa, en el lugar donde debía estar. Contuvo el aliento, como si quisiera retener aquella sensación lo máximo posible. Finalmente, un trémulo suspiro salió de sus labios, derramándose como una cinta de seda sobre la piel.

    Aunque las circunstancias de estar vivo no habían sido las idóneas, no podía más que agradecer estarlo. Estar allí, junto a su amada y su hogar. El zorro sabía que, cada vez, estaba siendo más egoísta; mirando más por sus intereses que por los ajenos, aquellos que no eran cercanos a él. Se estaba volviendo más humano de lo que nunca fue.

    Kazuo pronto volvería a recuperar sus fuerzas, lo que desembocaría en una inevitable convicción de reparar aquello que había sido dañado.
    Se podía saber que la primavera se había impuesto al frío invierno, porque lo que antes eran helados copos habían sido sustituidos por la suave caricia de los pétalos de cerezo. El sol se filtraba a través de sus hojas, haciendo sucumbir a la nieve que, estos meses atrás, los había mantenido prácticamente aislados del mundo. Aquel día, Kazuo se había sentido con fuerzas para ponerse en pie, disfrutando del fresco aroma que le regalaba la montaña en cada brisa que chocaba como las olas del mar. Sentía sus músculos agarrotados y su cuerpo, cansado en extremo. Pero necesitaba salir de aquellas cuatro paredes que mantenían su alma cautiva, en una cárcel que le recordaba en todo momento que había estado a punto de ser testigo de su propia muerte. La humedad de la tierra y la hierba, bañada por el rocío, se filtraban a través de sus desnudos pies. Siempre iba descalzo; era lo único que era incapaz de ocultar de su naturaleza. Al fin y al cabo, seguía siendo un zorro. Uno que, siempre que tuviera oportunidad, correría por la montaña hasta no tener aliento para continuar. Inspiró, absorbiendo la esencia que lo rodeaba, conteniendo el aire para deleitarse con esta. Los matices que acompañaban aquel lugar le recordaban que estaba en casa, en el lugar donde debía estar. Contuvo el aliento, como si quisiera retener aquella sensación lo máximo posible. Finalmente, un trémulo suspiro salió de sus labios, derramándose como una cinta de seda sobre la piel. Aunque las circunstancias de estar vivo no habían sido las idóneas, no podía más que agradecer estarlo. Estar allí, junto a su amada y su hogar. El zorro sabía que, cada vez, estaba siendo más egoísta; mirando más por sus intereses que por los ajenos, aquellos que no eran cercanos a él. Se estaba volviendo más humano de lo que nunca fue. Kazuo pronto volvería a recuperar sus fuerzas, lo que desembocaría en una inevitable convicción de reparar aquello que había sido dañado.
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  • -- 36:30 --

    ¡¡ QUERIDOS PARTICIPANTES !!

    Sus resultados del 3er round de votaciones.

    EQUIPO W vs EQUIPO Y
    W eligió... 𝗧𝗥𝗔𝗜𝗗𝗢𝗥
    Y eligió... 𝗧𝗥𝗔𝗜𝗗𝗢𝗥

    EQUIPO X vs EQUIPO Z
    X eligió... 𝗔𝗟𝗜𝗔𝗗𝗢
    Z eligió... 𝗔𝗟𝗜𝗔𝗗𝗢

    -- SUS PUNTUACIONES --

    - TEAM W -
    [Just_add_water] – 4 puntos
    [lill3tblan] – 6 puntos
    N–612 – 6 puntos
    Ysoria Kan – 6 puntos
    Daniel Fernández – 8 puntos

    - TEAM X -
    Cecilia Immergreen – 4 puntos
    Armand Melendi – 5 puntos
    Ingrid Rosemond – 5 puntos

    - TEAM Y -
    Faust – 3 puntos
    ̵K̵ō̵s̵ᴜ̵ᴋ̵ᴇ̵ ̵H̵ᴀ̵s̵ʜ̵ɪ̵ʙ̵ᴀ̵ – 5 puntos
    Yu Xuan – 8 puntos
    ❛ 𝐀𝐩𝐡𝐫𝐨 ❜ – 8 puntos

    - TEAM Z -
    Hiro – 5 puntos
    Xin Yi – 6 puntos
    Shiori Novella – 6 puntos
    Sapphire Kawashima – 7 puntos

    . . .

    Esta votación fue bastante rápida y eficiente. Se nota que empiezan a pensar más estratégicamente, ¡felicidades a todos!

    Pasando a otros temas, ¿qué les parece mi atuendo esta vez? Sobra decir que es spoiler del evento de mañana.

    Máscaras y mariposas... son cosas muy significativas para muchos de nuestros participantes. En realidad, la mayoría de ustedes está usando una máscara en este momento.

    Algunos la usan para ocultarse, otros para mostrar quien realmente son, y otros para mantener a raya a lo que amenaza con escapar si se la quitan...

    . . .

    Descansen y disfruten de la playa.

    [Just_add_water] [lill3tblan] N–612 Ysoria Kan Daniel Fernández Cecilia Immergreen Armand Melendi Ingrid Rosemond Faust ̵K̵ō̵s̵ᴜ̵ᴋ̵ᴇ̵ ̵H̵ᴀ̵s̵ʜ̵ɪ̵ʙ̵ᴀ̵ Yu Xuan ❛ 𝐀𝐩𝐡𝐫𝐨 ❜ Hiro Xin Yi Shiori Novella Sapphire Kawashima
    -- 36:30 -- ¡¡ QUERIDOS PARTICIPANTES !! Sus resultados del 3er round de votaciones. EQUIPO W vs EQUIPO Y W eligió... 𝗧𝗥𝗔𝗜𝗗𝗢𝗥 Y eligió... 𝗧𝗥𝗔𝗜𝗗𝗢𝗥 EQUIPO X vs EQUIPO Z X eligió... 𝗔𝗟𝗜𝗔𝗗𝗢 Z eligió... 𝗔𝗟𝗜𝗔𝗗𝗢 -- SUS PUNTUACIONES -- - TEAM W - [Just_add_water] – 4 puntos [lill3tblan] – 6 puntos [N.612] – 6 puntos [tidal_peach_turtle_127] – 6 puntos [blaze_aqua_squirrel_523] – 8 puntos - TEAM X - [ember_amethyst_octopus_437] – 4 puntos [the_detective] – 5 puntos [rain_curtain] – 5 puntos - TEAM Y - [architecti_audi_nos] – 3 puntos [The_writer] – 5 puntos [yu_xuan] – 8 puntos [AfroTheSmilingOne] – 8 puntos - TEAM Z - [Hiritox3] – 5 puntos [xin_yi] – 6 puntos [specter_copper_horse_768] – 6 puntos [Sapphire] – 7 puntos . . . Esta votación fue bastante rápida y eficiente. Se nota que empiezan a pensar más estratégicamente, ¡felicidades a todos! Pasando a otros temas, ¿qué les parece mi atuendo esta vez? Sobra decir que es spoiler del evento de mañana. Máscaras y mariposas... son cosas muy significativas para muchos de nuestros participantes. En realidad, la mayoría de ustedes está usando una máscara en este momento. Algunos la usan para ocultarse, otros para mostrar quien realmente son, y otros para mantener a raya a lo que amenaza con escapar si se la quitan... . . . Descansen y disfruten de la playa. [Just_add_water] [lill3tblan] [N.612] [tidal_peach_turtle_127] [blaze_aqua_squirrel_523] [ember_amethyst_octopus_437] [the_detective] [rain_curtain] [architecti_audi_nos] [The_writer] [yu_xuan] [AfroTheSmilingOne] [Hiritox3] [xin_yi] [specter_copper_horse_768] [Sapphire]
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  • Las mujeres mas jóvenes le aterraban.
    No podia poner un pie en una tienda, porque enseguida querian plachar su cabello, venderle un montonal de productos para el cuidado del rostro, luego forzarla a usar maquillaje y dejar los kimonos...

    ¿Acaso no se daban cuenta?
    ¿Por que domar su cabello ondulado?
    ¿Por que ocultar sus manchas de sol, sus ojeras y sus arrugas?
    ¿Por que mostrar sus pechos y sus piernas?

    Esa mujer ya no seria Okiko, seria una mas del montón de mujeres.
    ¿Por qué obligarla a cánones de belleza?
    La pérdida de la individualidad, de la autenticidad...
    Las mujeres mas jóvenes le aterraban. No podia poner un pie en una tienda, porque enseguida querian plachar su cabello, venderle un montonal de productos para el cuidado del rostro, luego forzarla a usar maquillaje y dejar los kimonos... ¿Acaso no se daban cuenta? ¿Por que domar su cabello ondulado? ¿Por que ocultar sus manchas de sol, sus ojeras y sus arrugas? ¿Por que mostrar sus pechos y sus piernas? Esa mujer ya no seria Okiko, seria una mas del montón de mujeres. ¿Por qué obligarla a cánones de belleza? La pérdida de la individualidad, de la autenticidad...
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